SAN AGUSTÍN COMENTA LA SEGUNDA LECTURA

 

Ef 4,17.20-24: Desvestirse y revestirse

Vuestra santidad oyó conmigo al apóstol Pablo cuando lo leímos. Decía: Como es verdad en Jesús, deponed e! antiguo modo de vivir ajustado al hombre viejo, viciado por apetencias seductoras; renovaos en el Espíritu de vuestra mente y revestíos del hombre nuevo creado según Dios en justicia y santidad verdaderas (Ef 4,21-24). Para que nadie piense que debe despojarse de alguna prenda, como se despoja de una túnica, o que debe tomar algo externo, como quien recibe un vestido, como quien se quita una túnica y se pone otra, forma carnal de entender que impediría a los hombres el obrar espiritualmente en su interior, a continuación expuso en qué consiste el despojarse del hombre viejo y revestirse del nuevo. El resto de la lectura va encaminado a hacerlo entender.

Alguien le podría decir: «¿Cómo he de despojarme del viejo o revestirme del nuevo? ¿Soy acaso un tercer hombre que he de deponer el viejo hombre que tuve y asumir uno nuevo que no he tenido? Habría que pensar en tres hombres, hallándose en el medio el que depone el viejo y asume el nuevo». Así, pues, para que nadie, obstaculizado por tal forma carnal de comprender, dejase de hacer lo que se le manda y para no hacerlo buscase excusas en la oscuridad de la lectura, continúa: Por tanto, abandonando la mentira, hablad verdad. En esto consiste el despojarse del hombre viejo y revestirse del nuevo: Por tanto, abandonando la mentira, que cada cual hable verdad con su prójimo, puesto que somos miembros los unos de los otros (Ef 4;25).

Prójimo/Agustín
Hermanos, nadie de vosotros piense que debe hablar verdad con los cristianos y mentira con los paganos. Habla verdad con tu prójimo. Tú prójimo es todo aquel que ha nacido como tú de Adán y Eva. Todos somos prójimos en razón de nuestro nacimiento terreno; y de otra forma, hermanos en razón de la esperanza de la herencia eterna. Debes considerar como prójimo tuyo a todo hombre, incluso antes de ser cristiano. En efecto, no sabes lo que él es ante Dios; ignoras cómo lo ha conocido Dios en su presciencia. A veces se convierte aquel de quien te mofas, porque adora a las piedras, y comienza a adorar a Dios con más fervor que tú que poco antes te mofabas de él. Luego hay prójimos nuestros latentes entre los hombres que aún no pertenecen a la Iglesia y hay muchos ocultos en la Iglesia que están lejos de nosotros. Por tanto, dado que desconocemos el futuro, consideremos a todos los hombres como prójimos, no sólo en atención a la misma condición de la mortalidad humana, por la que llegamos a esta tierra en situación idéntica, sino también considerando la esperanza de aquella herencia, puesto que no sabemos lo que ha de ser quien ahora no es nada.

Prestad atención a los restantes actos del revestirse del hombre nuevo y del despojarse del viejo. Abandonando la mentira, que cada cual hable verdad con su prójimo, puesto que somos miembros los unos de los otros; airaos, pero no pequéis. Por tanto, si te aíras contra tu siervo porque ha pecado aírate también contra ti mismo para no pecar tú. No se ponga el sol sobre vuestra ira (Ef 4,26). Esto ha de entenderse, hermanos, en su sentido literal. Si debido a la condición humana y a la debilidad de la mortalidad que pesa sobre nosotros, consiguió entrar la ira en el corazón del cristiano, no debe permanecer en él por largo tiempo, ni siquiera hasta el día siguiente. Expúlsala del corazón antes de que se ponga esta luz visible, para que no te abandone la luz invisible.

Pero se puede entender también justamente de otra manera, puesto que nuestro sol de justicia es Cristo-verdad. No se trata de este sol que adoran los paganos y maniqueos y que ven incluso las bestias, sino aquel otro cuya verdad ilumina a la naturaleza humana, en cuya presencia gozan los ángeles, mientras que la débil mirada del corazón de los hombre, que parpadea a la luz de sus rayos, necesita ser purificada mediante el cumplimiento de los mandamientos, para poder contemplarla. Cuando este sol comience a habitar en el hombre por medio de la fe, no tenga tanta fuerza la ira que nazca en ti que se ponga el sol sobre tu ira, es decir, que abandone Cristo tu mente. Cristo, en efecto, no quiere habitar con tu ira: Da la impresión que es él quien declina de ti, cuando en realidad eres tú quien declinas de él. La ira cuando envejece se convierte en odio; y una vez que se haya convertido en odio, eres ya un homicida. Todo el que odia a su hermano es un homicida (1 Jn 3,15), dice el apóstol Juan. Él mismo dice además: Todo el que odia a su hermano permanece en las tinieblas (ib., 29). Nada tiene de extraño que permanezca en las tinieblas aquel en quien se ha puesto el sol.

Comentarios al salmo 25 II, 1-3