28 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO
1-7


1. Is 55, 1-3: HAMBRES/FRUSTRACION: TODA COMIDA-SATISFACCION QUE EL HOMBRE PUEDA OFRECER NO ES OTRA COSA QUE AQUELLO QUE "NO LLENA".

Jesús encarga a los discípulos que no despidan a la gente, sino que ellos mismos le den de comer. Encargo que parece pronunciarse como un mandato a pesar de que también parezca un sinsentido.

Porque en esa posibilidad los discípulos ya habían pensado: que cada uno fuera a comprarse lo que necesitara para comer. Por otra parte saben los discípulos que ese encargo del Señor no pueden cumplimentarlo. Pero en el curso de la descripción va a quedar claro a qué se refiere ese irrealizable encargo: el hombre se halla desconcertado frente a la cuestión de cómo podrá solventar ese problema de la satisfacción de sus más profundos deseos. En una palabra: sólo Dios puede acallar su auténtica hambre. Toda comida que el hombre puede ofrecer, toda satisfacción que puede encontrar no es otra cosa que aquello "que no llena": "¿Por qué gastáis dinero en lo que no alimenta -nos dice el profeta- y el salario, en lo que no da hartura?".

Una vez que Jesús había pronunciado la bendición judía sobre los cinco panes y los dos peces, los entregó a sus discípulos y éstos los repartieron. La gente comió de ellos y quedó satisfecha. Sólo Dios puede dar tal alimento que satisface a todos, porque "él es el pan de la vida y quien se acerca a él nunca más tiene hambre y quien cree en él nunca más tiene sed". Pero este pan que viene del mismo Señor no pueden los hombres cogerlo directamente: el Evangelio nos dice que Jesús lo entregó a sus discípulos y fueron éstos -repitámoslo- quienes lo repartieron.

J/ABUNDANCIA: Cuando todos hubieron comido, quedaron todavía doce canastas llenas de pan. Podemos recordar y recalcar que fueron precisamente doce canastas, el número simbólico que aparece una y otra vez a lo largo de las Sagradas Escrituras. Pero es, además un signo y una indicación que revela a los creyentes del Nuevo Testamento la maravillosa abundancia de esta comida: un desbordamiento para todos, un desbordamiento que se realiza a través de las doce tribus del Nuevo Israel, símbolo de los (doce) creyentes que conocen de cerca a Jesús y siguen sus pasos para entregarse plenamente como él a todos los hombres.

Es aquí la figura de los nuevos tiempos de la salvación lo que se nos presenta, lo que desde antaño se nos había anunciado y se nos sigue proclamando: "Escuchadme atentos y comeréis bien, saborearéis platos sustanciosos. Inclinad el oído, venid a mí: escuchadme y viviréis". Esto es aquello a lo que Jesús da plenitud en la comunión. Dios se hace cercano a los hombres en Jesús, puesto que sólo él puede satisfacer los deseos profundos. Dos cosas se nos hacen patentes con este mensaje: lo poco importante que es si el milagro que nos narra san Mateo de la multiplicación de los panes y los peces se produjo realmente y cómo se produjo; y, en segundo lugar la realidad de la Palabra de Dios como aquello (aquel alimento) que puede satisfacer los deseos y añoranzas que anidan en la profundidad del corazón humano.

Una última consideración a propósito de la proclamación de este evangelio la tenemos haciendo mayor hincapié en el hambre y la sed de los hombres. Estas, si bien se mira no son más que la expresión corporal de la honda necesidad de vivir que todos sentimos. Queremos vivir y vivir abundantemente; por eso apetecemos el pan que nos sustenta y el vino que nos alegra. Queremos vivir y vivir humanamente, no como simples animales; por eso tenemos hambre y sed de muchas cosas: de paz y de justicia, de orden y de libertad, de amar y de ser amados... En el fondo sentimos hambre de Dios, de su palabra (porque el hombre no sólo vive de pan), de su verdad y de su amor. Ahora bien lo que sucede es que a veces andamos despistados y el hambre se pierde sin saber nunca lo que queremos. Sin embargo, por ventura y por gracia Dios no es como los ricos que, para serlo, necesitan el hambre de los pobres. No, porque Dios no vende nada y no necesita clientes. Dios lo da todo gratis: "Venid, comprad sin pagar vino y leche de balde". Además nos da lo que necesitamos y le pedimos, y no otra cosa. También en esto difiere de los ricos que nos venden Coca-Cola cuando queremos agua, y desarrollo económico cuando queremos libertad.

Si pedimos a Dios pan, no nos da una piedra; si le pedimos un huevo, no nos da un escorpión; y si un pez, no nos da una serpiente...

Dios envía a su Hijo al mundo para curar a los enfermos y anunciar a los pobres la buena noticia, para liberar a los presos y aliviar a los oprimidos, para dar pan a los hambrientos, para que tengamos vida y la tengamos abundante. Por eso le llamamos salvador: porque nos libera de todas las necesidades y no inventa para nosotros otras nuevas.

EUCARISTÍA 1987/37


2. FE. MATERIALISMO. EN NOMBRE DEL ESPÍRITU NOS OLVIDAMOS CON FRECUENCIA DEL FUNDAMENTO MATERIALISTA QUE HAY EN LA FE CRISTIANA.

¡Que lectura mas materialista acabamos de oír! No sé, pero quizá ahora que el ambiente general es de vacaciones (excepto los campesinos, excepto los trabajadores del turismo, excepto los que lo pasan demasiado mal como para tener ambiente de vacaciones), ahora que el ambiente de la mayoría es de vacaciones, preferiríamos quizá que se nos hablara de cosas espirituales, de esas cosas que si uno quiere puede contemplarlas desde la barrera, sin que le afecten demasiado. Porque la vida espiritual, si uno se lo toma en serio, afecta muy adentro, es exigente, critica constantemente nuestro modo de vivir. Pero si uno no quiere, si uno se la quiere tomar perezosamente, puede servir a la perfección para evadirse, puede ayudar la mar de bien a pensar que "yo ya cumplo porque rezo mucho".

Pero el caso es que el evangelio que acabamos de escuchar resulta muy materialista. Un materialismo que viene de Dios, un materialismo que Jesús muestra en su modo de actuar. Jesús, al enterarse de la ejecución de Juan el Bautista, decide desaparecer de la circulación por si acaso, y se va a un sitio apartado. La gente, sin embargo, se va a buscarlo, porque sigue esperando cosas de él, porque le interesa lo que Jesús puede ofrecer. Y Jesús se los encuentra delante, y les da lo que ante todo esperaban: siente lástima de ellos y cura los enfermos. Y luego sigue en la misma tónica: en lugar de mandarlos para casa, él mismo les da de comer. Y todo eso, la curación de los enfermos, el dar de comer al gentío, sin hacer ningún discurso, sin ninguna predicación.

Quizá, quizá alguien, viendo esa forma de actuar de Jesús podría decir: ¿por qué Jesús, en lugar de dedicarse a su misión, que es la de predicar las verdades de la religión, se dedica a esas cosas estrictamente materiales? Jesús -diría alguien quizá- vino al mundo a hablarnos de Dios, a decirnos lo que hay que hacer para obtener la gloria, a enseñaros los mandamientos de Dios. Y resulta que hoy, en el evangelio, en lugar de hacer eso, va y se dedica a los enfermos, y los cura sin hablarles de Dios, y luego alimenta a la multitud, también sin predicarles nada.

Simplemente lo hace porque ve que lo necesitan. Y el hacer simplemente esto es ya para Jesús traer la salvación de Dios.

Para aquella gente -para aquellos enfermos, para aquel gentío desamparado en el desierto- la salvación de Dios era eso: la curación, la comida. Como ahora. ¿Qué es la salvación de Dios para un padre de familia que se le ha terminado el carnet del paro y no sabe cómo alimentar a sus hijos? Desde luego que para él la salvación será encontrar trabajo. ¿Y qué será la salvación de Dios para los que viven bajo las dictaduras salvajes de algunos países de Centroamérica? Será poder quitarse de encima a los explotadores y poder esforzarse en construir un país libre. Y para un enfermo que lleva días en cama, ¿qué será la salvación de Dios? Será la curación, o será por lo menos el poder vivir su enfermedad en compañía y con un poco de paz.

Sí, todo eso será la salvación de Dios. La salvación de Jesús que en medio del desierto da comida abundante a cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños. Porque la salvación que Dios quiere para los hombres es que los hombres puedan gozar plenamente de la vida, a cada paso, en cada circunstancia. Y el primer paso para gozar de la vida es precisamente éste: tener pan para comer, tener trabajo para tirar adelante, tener libertad para poder construirse una vida digna y tener justicia para que esa dignidad sea verdadera, tener el gozo de sentirse atendido y querido en el dolor y en la enfermedad... todo eso son primeros pasos, cuestiones básicas. Y por eso empieza por aquí la salvación de Dios. Y por eso Jesús comienza por aquí su anuncio del Reino de Dios.

Y por eso, por tanto, todo lo que sea luchar por esas cosas, todo lo que sea cooperar en su realización, será ya convertir la salvación en realidad: será, en definitiva, realizar la obra de Dios.

Sí, ya sé que la obra de Dios no es sólo eso, ya sé que la obra de Dios es mucho más: es su vida eterna. Pero cuidado. Cuidado que no nos ocurra que, pensando en ese "mucho más", pensando en esa vida eterna, olvidáramos los primeros pasos de que antes hablábamos. Es decir, cuidado con que en nombre del espíritu no vayamos a olvidarnos del fundamento materialista que hay en la fe cristiana, el fundamento materialista que aparece tan claro en la actuación de Jesús.

Y cuidado también con otra cosa. Cuidado con creer que esas actuaciones al servicio de la vida material de la gente sólo valen cuando se realizan en nombre de Dios, o cuando se hacen para atraer a la gente a la iglesia. No, no. Esas actuaciones, cualquier actuación del estilo de las que hacía Jesús (curar enfermos, alimentar a la multitud) es ya, de por sí misma, aunque no se sepa ni se diga, una obra de salvación de Dios. Porque es salvación de Dios todo lo que sea vida para el hombre.

J. LLIGADAS
MISA SPMINICAL 1981/16


3. COMPROMISO/RD: EL PRIMER NIVEL DE VERIFICACIÓN DE QUE SE BUSCA EL REINO ES LA LUCHA CONCRETA CONTRA EL MAL QUE OPRIME A LA GENTE. 
PATER/PAN: HACE PRESENTE LOS DOS NIVELES DE SENTIDO QUE TIENE ESTE EVANGELIO: PAN MATERIAL PARA TODOS Y PLENITUD DE LA VIDA QUE DIOS QUIERE.

Jesús, con una multitud de gente que le sigue porque espera cosas de él, hace un gesto que es una afirmación de su pretensión de enviado de Dios: por él, por medio de su persona, se hace realidad el anuncio de vida abundante y para todos que era, al fin y al cabo, la gran promesa de Dios a su pueblo. Es decir, el Reino de Dios llega, y será verdad que todos los hombres podrán verse liberados de sus limitaciones y podrán vivir en plenitud; a nadie le faltará el pan, a nadie le faltará de lo necesario para poderse sentir lleno de la dignidad de hombre amado por Dios.

A Jesús, dice el evangelio, cuando se encontró ante aquella muchedumbre que había llegado a aquel lugar despoblado donde él se había retirado, "le dio lástima". Y, por eso, se puso a curar a los enfermos que habían llevado. Y después, cuando ya es muy tarde y no tienen qué comer, Jesús volvió a compadecerse y multiplica la poca comida que hay. Jesús siempre ha actuado así. El Reino que él anuncia, la Buena Nueva que proclama, tiene siempre un primer nivel de verificación: la lucha concreta contra el mal material que oprime a la gente. La curación de los enfermos será el signo más constante y repetido de esta preocupación de Jesús, y, en la escena excepcional de hoy, lo será también el hacer posible que el pan llegue a todos. La llamada que eso significa para todo cristiano es evidente.

El evangelio de hoy, no obstante, tiene un segundo paso, otro nivel de lectura. Porque, como ya hemos dicho, en la multiplicación de los panes Jesús quiere hacer un signo de todo lo que él viene a ofrecer, a anunciar, a proponer. Un signo del Reino de Dios.

RD/QUE-ES RD/BANQUETE  El Reino de Dios es la plenitud del ser hombre; es la vida de Dios para todos los hombres. Los profetas habían hablado muy a menudo de él utilizando la imagen del banquete: una comida abundante, que llegará para todos, en la que todos se sentirán felices, y que significará el final de las limitaciones que padecen los hombres en el cuerpo y el espíritu.

Jesús con el gesto de la multiplicación de los panes, está diciendo que este Reino llega, y está urgiendo también a desear este Reino. Porque participar de este banquete implica, por ejemplo, que uno no se encierre en tener más y más hambres materiales, sino que se sienta hambriento de más cosas: hambriento, al fin y al cabo, de Dios, con todo lo que eso conlleva de desprendimiento de uno mismo y de afán por seguir el estilo de amor que Jesús ha vivido y enseñado. La primera y segunda lecturas de hoy ayudan a reflexionar sobre este punto.

-El Domingo y la Eucaristía.

"Alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes...". El texto recoge, intencionadamente, las mismas palabras de la institución de la Eucaristía. Y es que la multiplicación de los panes es también, en última instancia, un signo de aquello que significa la Eucaristía. Cuando partimos el pan, cuando comemos el pan que es JC, hacemos presentes los dos niveles de sentido que descubrimos en el relato de hoy: la Eucaristía es señal de nuestra voluntad de que el pan material llegue a todos los hombres, para que todos puedan vivir la felicidad más inmediata y necesaria, como Jesús quiso; la Eucaristía es al mismo tiempo signo de la plenitud de vida que Dios quiere para toda la humanidad, es signo del banquete definitivo de todos los hombres, convocados por JC, alimentados por JC, en su Reino para siempre.

En el padrenuestro rezamos: "Danos hoy nuestro pan de cada día". Estamos pidiendo que el pan material llegue a todos los hombres, y que el pan de vida que es JC pueda también ser conocido y deseado por todos.

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1990/15


4.

-Todavía hay hambre en el mundo: los alimentos no son ilimitados, como no lo es tampoco la energía. Por eso hay naciones que se proponen utilizar el trigo como arma estratégica, lo mismo que otras han hecho ya con el petróleo. Sin embargo, no parece que la escasez de alimentos sea el verdadero problema ante el que se sitúa la humanidad en nuestra época. El problema está en el reparto. En efecto, los sistemas de producción de alimentos han avanzado mucho y ha crecido la superficie de la tierra cultivada.

Pensemos, por ejemplo, en el pan, en ese pan "fruto de la tierra y del trabajo del hombre", que ha sido durante milenios la base alimenticia principal en nuestra cultura: Antes se sembraba a voleo, se cosechaba con la hoz y se amasaba la harina con las propias manos. La distancia que media entre la hoz y la cosechadora nos permite calibrar el enorme progreso de la agricultura en poco más de una centuria. Sin embargo se nos dice, y es verdad, que hay personas que mueren de hambre física y más de la mitad de la población mundial está infraalimentada. ¿Por qué suceden estas cosas?, ¿por qué hay hambre en el mundo?

-Y crece la insatisfacción: Hay un hambre natural que nosotros procuramos satisfacer con alimentos adecuados. Y en este sentido, como decía Jesús, ningún padre bueno da a su hijo una piedra cuando le pide un pan, o una serpiente si le pide un pez, ni un escorpión cuando lo que necesita es un huevo. Pero en la sociedad mercantilizada en la que vivimos, hay gentes nada escrupulosas que están dispuestas a vendernos cualquier cosa que se parezca a lo que realmente necesitamos. Más aún, que nos crean falsas necesidades con tal de vendernos después sus falsos productos. Y así caemos en la trampa de gastar el salario en lo que no nos satisface: "¿Por qué gastáis dinero en lo que no alimenta?, ¿y el salario en lo que no da hartura?" El hombre no vive sólo de pan, pues siente otras necesidades espirituales que no se satisfacen con el pan. Y así tenemos hambre de libertad, de cariño y de compañía, de amor y de comprensión, de justicia, de vida eterna... Sentimos hambre de muchas cosas que no podemos producir ni comprar, de auténticos valores que sólo podemos desear y recibir graciosamente.

En uno y en otro sentido, sobre todo en lo referente a las necesidades espirituales, la sociedad del consumo y de la abundancia es, paradójica- mente, una sociedad de hambre y de carencia, basada en el engaño y en la constante frustración.

-La vida y la abundancia de la vida: Jesús vino al mundo para traernos la vida y la abundancia de la vida. Por eso multiplicó el pan y los peces en el desierto, y todos comieron hasta saciarse y sobraron incluso doce canastas. Por eso multiplicó también el vino en las bodas de Caná de Galilea. El pan y el vino, la vida y la alegría de vivir. Pan y vino son lo que compartimos los cristianos en la eucaristía, que es y debiera llamarse la fiesta de la vida.

El gesto de Jesús, el milagro de los panes, fue mucho más que una multiplicación de los alimentos y una comida. Porque fue, sobre todo, una señal, un símbolo, una palabra: "la palabra que sale de la boca de Dios" y que es el verdadero alimento de la verdadera vida. Al sentarse a comer con los hambrientos de este mundo, al compartir con ellos el pan y los peces, les dio todo lo que necesitaban y todo lo que él era en persona para los hombres. Los amó hasta el extremo, hasta el colmo, y los puso en relación con el Padre que lo había enviado. Les enseñó a vivir en comunión, en fraternidad. Les enseñó a compartirlo todo como señal de que todos son, por él y en él, los hijos amados de Dios.

-El milagro está en el reparto: Los hombres no necesitan que Jesús o la Iglesia les multiplique los panes y los peces. Pero sí necesitan, con urgencia, que la iglesia y los cristianos anuncien y vivan el evangelio. El problema del hambre física y de las otras hambres sólo se resolverá satisfactoriamente cuando los hombres aprendamos a compartirlo todo. Porque el milagro está en el reparto, en la solidaridad, en el amor entrañable. Sin esa solidaridad, sin esa fraternidad, sin esa comunicación de bienes y sin esa comunión en el amor, no es posible la vida y la abundancia de la vida.

Sin el amor a todos los hombres, sin el amor y los sentimientos de Cristo, la eucaristía que celebramos en su memoria no tiene sentido. No puede satisfacernos, y es una burla a los hambrientos de este mundo.

EUCARISTÍA 1981/37


5. Después de una etapa de tres domingos dedicada a la afirmación del Reino, comienza una nueva etapa centrada en la fe en Jesús, Mesías del Reino. Una etapa que, después de tres domingos de milagros destinados a reafirmar nuestra fe en Jesús, culminará, en el cuarto domingo, con la confesión mesiánica de Pedro en Cesarea de Filipo.

Un camino -del Reino al Mesías del Reino- que, como escribía Gomis años atrás, quizá sea el único válido para muchos de nuestros contemporáneos distanciados de la fe cristiana. Si nosotros hemos creído en el Reino por haber creído en Jesús y habernos fiado de su palabra, hoy los hombres no llegarán a creer en Jesús más que a través de una constatación de la realidad del Reino, que les lleve a descubrir la presencia viva y operante de Jesús en el mundo.

-JESÚS Y EL PAN VERDADERO: J/PAN-VERO Creo que la narración evangélica de hoy admite perfectamente dos interpretaciones: una espiritual o teológica y otra más material. Por una parte, el milagro de la multiplicación de los panes quiere significar que Jesús es el pan verdadero, el único capaz de saciar al hombre. La primera lectura nos orienta hacia esta interpretación: es Jesús quien da el verdadero alimento. Por otra parte, el evangelio nos dice que Jesús se compadece de la multitud y le da de comer, en el sentido más material de la palabra.

Jesús, con todo lo que es y representa, es el único que puede satisfacer el hambre radical de vivir, con plenitud y para siempre, que todos los hombres llevamos dentro: "venid a mí y os saciaréis". Todo lo demás no puede llegar a satisfacer las ansias de vivir que el hombre tiene: "¿Por qué gastáis dinero en lo que no alimenta? ¿Y el salario en lo que no da hartura?" Solamente Jesús puede alimentar el amor y la esperanza que necesitamos para superar todas las dificultades y desengaños y llevar a cabo, sin desfallecer, nuestra obra. Y solamente Jesús, con todo lo que es y representa para el creyente, puede saciar nuestro insaciable anhelo de felicidad. El es el pan bajado del cielo que contiene toda delicia: "Escuchadme atentos y comeréis bien, saborearéis platos sustanciosos".

Y es esto lo que celebramos sacramentalmente en la Eucaristía: la certeza de que, en Jesús, Dios nos ha dado un Pan capaz de saciar nuestra hambre de vida y nuestro deseo de felicidad.

-PAN PARTIDO PARA UN MUNDO NUEVO

Pero, como hemos dicho más arriba, la narración evangélica admite también una interpretación más material. En nuestro país estamos pasando por una situación de crisis. El paro se multiplica día a día. La necesidad es grave en muchas familias y a veces común en ciertas zonas de nuestro país. La gente experimenta no sólo aquel hambre existencial de vida y felicidad, sino también, como la multitud del evangelio, el hambre o la indigencia material.

También hoy conserva actualidad el mandamiento dado por Jesús "Dadles vosotros de comer". En estos días -cuando escribo estas líneas- se ha concluido en el Estado español el acuerdo tripartito sobre el paro. En todo lo que pueda emprenderse cara a solucionar esta situación angustiosa, los cristianos debemos ser los primeros. Aún hay excesivas desigualdades y egoísmos. Y muchas cosas que habría que replantear: diferencias excesivas de sueldo, pluriempleo, horas extra, ciertas actuaciones sindicales, inhibición patronal, fuga de capital, declaraciones de renta fraudulentas... Cierta- mente, los cristianos no tenemos la solución en el bolsillo. Pero ¿acaso los cristianos no estamos llamado a infundir, en este nuestro mundo, un espíritu nuevo que lo renueve incluso en el aspecto económico y que contribuya al milagro de la multiplicación de bienes, mediante un reparto más fraternal? ¿Cómo pueden armonizarse con el principio de la libre competencia y el máximo lucro que rige en el sistema capitalista, el ideal propuesto por san Pablo: "que teniendo siempre lo suficiente, os sobre para obras de caridad" (2 Co 9, 11) y la intimación hecha a los ricos por la carta a Timoteo a mantenerse "abiertos a dar y a compartir" (I Tm 6, 17-19)? Los que nos partimos el pan de la Eucaristía debemos estar dispuestos a partirnos también el pan material.

J. HUGUET
MISA DOMINICAL 1981/16


H-6.

Una de las estrofas del salmo responsorial rezaba así: Los ojos de todos te están aguardando, tú les das la comida a su tiempo; abres tú la mano, y sacias de favores a todo viviente.

La asamblea o reunión dominical es la expresión de que nuestra mirada esperanzada está en el Señor. Y que en el tiempo-oportunidad de la celebración litúrgica recibimos el alimento que nos da vida. Alimento por la Palabra y por la Eucaristía.

-Venid y comeréis bien

Los judíos vivían la amarga experiencia del exilio. Es el símbolo de nuestra prueba constante. Hay momentos difíciles que nos muestran claramente que muchos de nuestros afanes son inútiles. Y otros, que vivimos ocupados en cosas que no conducen a ninguna parte o que llevan a un camino equivocado. De vez en cuando, en la lucidez de la gracia, advertimos la necesidad de purificación interior, de dedicarnos a aquello que asegura la verdadera vida.

La llamada profética al pueblo desterrado se vuelve también exhortación para nosotros. Hay un pan que da la vida, que es bueno y que tiene el mejor de los sabores. Se trata de aproximarse a Dios. El tiene la vida. Hay que entrar en la dinámica consciente de la alianza eterna que Dios ha querido establecer con nosotros desde los inicios de la historia de la salvación.

Nosotros, sabedores que no sólo de pan vive el hombre; sino de toda palabra que sale de la boca de Dios, acerquémonos al Señor con la mayor de las sinceridades. A su lado encontraremos la fuerza, la alegría y la paz. El nos dará una vida llena de sentido y la capacidad de asumir las dificultades de nuestro exilio temporal.

-Ir a Cristo

En la perspectiva neotestamentaria, sabemos que la vida se encuentra en Cristo. El mismo Jesús se identificó con la vida cuando dijo: Yo soy el camino, la verdad y la vida. Cristo que se compadecía de la gente y que curaba a los enfermos, se mostraba como realidad de vida plena.

Sí, los hechos de Jesús nos revelan la compasión misericordiosa de Dios. La misma multiplicación de los panes, en el evangelio de hoy, se convierte en paradigma clarísimo de la acción del Señor. En efecto, Jesús, dando plenitud a las profecías, es quien nutre espiritualmente al nuevo pueblo de Dios. El texto evangélico explica que la gente sigue al Señor cautivada por sus palabras. En este seguimiento sincero tiene lugar la multiplicación de los panes, evocadora de la Eucaristía. Notemos la relación entre las palabras de Mateo y las que el sacerdote pronuncia en el momento de la consagración.

El acontecimiento prodigioso nos hace valorar el más maravilloso todavía de la Eucaristía. Una comida que excede a todo alimento terrenal. ¡Con qué alegría y qué delicadeza hemos de recibir el Cuerpo del Señor! En este sacramento está la vida. Sabemos que la Eucaristía, cumbre y fuente de la vida cristiana, es el gran don de Dios. Y, por eso mismo, valoramos la celebración dominical que va fortaleciendo nuestra vida cristiana, semana tras semana.

-Unidos a Cristo

Las palabras del profeta Isaías y las del evangelista Mateo pueden converger en las de Pablo. ¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo? La respuesta paulina es: nada ni nadie.

La vida de este mundo tiene contratiempos y dificultades. Por eso puede ser comparada a la situación de los exiliados. Inseguridad, miedo, incertidumbre, peligros, persecuciones, hambre, desnudez... y la muerte. En medio de tantas tribulaciones ¿dejaríamos lo único que puede ser nuestra fuerza y el ancla que nos asegura mantenernos en nuestra vocación y dignidad? Mejor dicho, ¿en quien nos asegura la llegada a buen puerto, la vida eterna, el destino por el cual hemos sido creados y redimidos?

La experiencia del amor de Dios en Cristo es tan obvia y clara que es imposible abandonar nuestra fe. Cada uno sabe lo que Cristo significa para el. Y cada uno tiene muy claro qué es lo primero en su vida. Todos, de una manera u otra, tenemos una intimidad que nos enraiza vivamente en Cristo. Pero, este domingo, en nuestra meditación y nuestra plegaria, hemos de decir al Señor que nada será capaz de alejarnos de él, que tanto nos ama. Afirmación que, desde la humildad, se convierte en plegaria de súplica. Porque a fin de cuentas, es un don del mismo Cristo serle fieles.

El misal ofrece como antífona de comunión las palabras de la Sabiduría: Nos has dado pan del cielo, Señor, que brinda toda delicia y sacia todos los gustos. Que la comunión de hoy sea experiencia bien viva del amor de Dios en Cristo que se entregó por nosotros y que actualiza su entrega en la Eucaristía.

JOAN GUITERAS
MISA DOMINICAL 1990/15


7.

TU PROBLEMA ES MI PROBLEMA

Hemos oído comentar frecuentemente el evangelio de hoy. A mí, la escena evangélica me está sugiriendo una reflexión que no sé si encajará mucho en el texto y en el contexto, pero me parece que puede ser interesante y de actualidad.

Jesucristo deja la soledad a la que se había retirado y se encuentra con la muchedumbre. Está rodeado por ella. Es una multitud expectante y fiel que le sigue a pesar de lo avanzado de la hora y del despoblado en el que se encuentran.

Junto a Jesús, y con él, y con la multitud, están los discípulos, que aparecen atentos para detectar una necesidad de esa multitud: van a tener hambre y resultará imposible satisfacerla, dado el lugar y la hora en que viven. Los discípulos intentarán resolver la necesidad que detectan aplicando su lógica humana: apuntan a Jesús que será necesario despachar a la muchedumbre para que lleguen en buena hora a un poblado y puedan comer y descansar. Se encuentran con la preciosa sorpresa de que Jesús resolverá el problema "a lo divino" y ante sus ojos asombrados se multiplicarán espléndidamente las pobres viandas que hay en los alrededores y saciarán el hambre de todos cuantos estaban con ellos. No contaban los discípulos con esta fabulosa sorpresa. y se debieron quedar emocionados.

Pero no es el milagro lo que yo querría comentar ahora, sino la actitud de los apóstoles, una actitud positiva que fuerza el milagro: la de darse cuenta de las necesidades que tienen los que les rodean.

Es una buena lección para nuestro tiempo, en el que existe, evidentemente, una acusada tendencia al individualismo. Con frecuencia pasamos indiferentes hacia los que nos rodean, sin captar, porque no lo intentamos, la problemática que puedan tener. Las generaciones nuevas están enseñando un estilo de vida en el que vivir con los demás es algo prácticamente irrealizable.

Las frases de "vivir mi vida" y "este es su problema" dan quizá la medida de la actitud que asoma por cualquier rincón de nuestro espacio. Y esto es peligroso para la convivencia a nivel humano, porque, aun a nivel humano, no pueden mantenerse posturas que se resuman en las frases dichas sin deteriorar gravemente esa convivencia, que acaba por saltar por los aires, dando paso a la ley de la selva, que es siempre la ley del más fuerte. Pero si esto es así en un nivel meramente humano, desde el punto de vista cristiano tal postura es absolutamente insostenible. Es más, es impensable. San Pablo resumirá maravillosamente su postura ante los hombres al decir: ningún problema humano me es indiferente. El corazón de Pablo, lleno del Corazón de Cristo latió al unísono con cada corazón que se cruzó con él en su ancho y frondoso camino. La frase de Pablo y su postura es la antítesis de las comentadas anteriormente. Es la respuesta cristiana a la postura egoísta de aquellos que han hecho de ellos mismos el centro único de la existencia.

Los apóstoles mostraron con su preocupación que algo se les estaba contagiando de Jesús, que algo estaban captando de aquel Maestro que jamás pasó indiferente ante el dolor, la muerte, la angustia, el ridículo, la pobreza, la ignorancia y la injusticia que sufrían o soportaban los hombres. Y tampoco pasó indiferente ante la alegría, el gozo y el bienestar que disfrutaban los que con El vivieron. Algo se estaban contagiando los discípulos de aquel Maestro cuya finalidad era buscar al hombre y encontrarlo.

Tener una especial sensibilidad para captar la necesidad de los que nos rodean debía ser uno de los mejores distintivos del cristiano. Estar allí donde el débil sufre. Estar allí, para ayudarle, donde el ignorante pregunta, para responderle; donde el anciano llama para acompañarle; donde el niño grita, para socorrerle; donde el hambre aprieta, para remediarlo. Estar allí donde el hombre se ensoberbece, para indicarle, con toda suavidad, que para su Maestro el mayor es el menor y viceversa; donde el hombre mata, para explicarle que para su Maestro el gran don es la vida; donde el hombre odia, para arrancarle esa serpiente que todo lo envenena y cambiarla por el amor que todo lo aguanta, todo lo supera y todo lo disculpa. Estar allí donde el hombre goza, para darle un sentido más profundo a su alegría; donde el hombre espera, para hablarle de un horizonte sin límites para su anhelo. Ee una palabra: estar con el hombre, vivir con el hombre, trabajar con y por el hombre.

Afortunadamente -y lo decimos con orgullo-, a través de los tiempos los cristianos han demostrado con abundancia que este sentido de solidaridad con los hombres está en la médula misma del cristianismo y allí donde el hombre ha sido más débil y ha estado más abandonado, ha estado, a lo ancho y a lo largo del mundo, una mano cristiana que ha enseñado al que no sabe, y ha curado las llagas del leproso, y ha recogido al huérfano, y ha atendido al anciano.

Hoy, a mí me resulta extraordinariamente interesante sentarme un rato tranquilamente en este despoblado, junto a la muchedumbre que seguía a Jesús, y pedirle sinceramente al Maestro que aumente en todos los cristianos la sensibilidad para vivir cerca de los hombres, captando sus íntimas exigencias; pedirle sinceramente que aleje de los cristianos la tentación de decir y hacer, de vivir la filosofía de aquellos que piensan en sí mismos como único objetivo de su existencia, porque los problemas de los otros no son nunca "su problema".

DABAR 1981/43