33 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XVII - CICLO C
15-24

15.

Frase evangélica: «Señor, enséñanos a orar»

Tema de predicación: LA ORACIÓN FILIAL

1. Según la Escritura, la oración es un diálogo de fe con el Dios personal a partir de su acción creadora, salvadora y santificadora. Está en relación con los hechos de salvación. De ahí que surja como acción de gracias a Dios y de petición del cumplimiento de sus promesas. También está la oración bíblica en relación con los pecados de Israel, colectivos y personales.

2. El evangelio de Lucas insiste de un modo especial en mostrar a Jesús orando. En los muchos momentos de intimidad con su Padre, incluido el instante decisivo de Getsemaní, Jesús ora por sí mismo y por sus discípulos, y siempre en relación a su misión. Es innegable la importancia que tiene en los evangelios el Padrenuestro, en sus dos versiones: la de Lucas (más breve) y la de Mateo (más larga). En la oración dominical, Lucas, tras dar a entender que la oración es filial (a Dios se le llama «Padre»), pide que sea santificado su nombre (en Israel, el nombre es la persona) y que venga el reino (que reine Dios con su justicia). E indica que, para vivir como discípulos la espera del reino, es preciso compartir el pan, perdonar y pedir perdón y estar al abrigo de lo diabólico.

3. La Iglesia comenzó a orar desde la base judía de la oración, formulada por Jesús en el Padrenuestro, que se resume en la glorificación del nombre de Dios y en el establecimiento de su reino. A la luz del Padrenuestro, la petición es adoración. Se reza el Padrenuestro litúrgicamente tres veces al día (laudes, eucaristía y vísperas). La oración es central en la celebración, es el instante místico y es diálogo con el Padre, por el Hijo, en el Espíritu. Junto a la oración litúrgica están la oración personal y la oración popular.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Oramos de veras? ¿Cuándo?

¿Qué le falta y qué le sobra a nuestra oración?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 294


16./Mt/07/07-11

AMAR ES FUNDIR TU VOLUNTAD CON LA DE ALGUIEN

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre. ¿Hay por ventura alguno entre vosotros que pidiéndole pan un hijo suyo, le dé una piedra? ¿O si le pide un pez le dé una culebra? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuanto más vuestro Padre celestial dará cosas buenas a los que se las piden!»

Creyente no es el que posee a Dios, sino el que se deja poseer por él. No eres tú quien posee la Revelación, si eres creyente, es ella la que te posee a ti. Es la Palabra de Dios la que embarga, hipoteca y guía tu vida dirigiendo tus pasos y haciendo que aceptes la voluntad de Dios como propia

Si esto no ocurre, dejemos de llamarnos cristianos porque no «cumplimos la voluntad del Padre» como Cristo nos enseña.

Cuando uno es cristiano es tan pobre que por no poseer no se posee ni a sí mismo, lo deja todo en manos de Dios, acepta lo que Dios quiere y como quiere Dios. La pobreza, la no disponibilidad de sí mismo, será su única seguridad.

No se trata, -y una vez más hay que decirlo-, de que tenga que deponer toda responsabilidad ante la vida o la historia. De lo que se trata es de vivir enamorado de Dios en una fusión de voluntades e intereses.

Cuando uno acepta para sí el cristianismo como estilo de vida, se complica tanto la existencia que se siente, y sabe, incapaz de solucionarla por sus propias fuerzas. (Cuando uno se enamora se complica tanto la existencia que sólo la persona amada puede solucionarla).

Cuando llegas a este punto acudes a la oración de petición para seguir dejando todo en manos de Dios y aceptar lo que él quiere, lo que de él viene y lo que él dice. Si por ser cristianos hemos de ser hombres y mujeres de Dios nos es del todo imprescindible el poseerlo. Poseerlo hasta el punto que sea él quien viva nuestra vida. Toda oración de petición es la expresión de esto último. Toda oración de petición nos lleva a tomar conciencia de que es Dios quien quiere vivir nuestra vida para que nuestra vida sea divina, fruto de él y de sus desvelos, que es él quien actúa en nuestra historia. Por eso lo dejamos todo en sus manos, lo que quiera y hasta que él diga.

El creyente es de Dios y a él pertenece, es de su propiedad particular. Nos creó en libertad y la respuesta que espera de nosotros es que se la devolvamos haciendo su voluntad. El acto supremo de libertad es ofrecerla a la persona amada

El creyente cristiano vive sintiéndose vivido, ama sintiéndose amado y espera que sea Dios quien solucione su historia.

BENJAMIN OLTRA COLOMER
SER COMO DIOS MANDA
Una lectura pragmática de San Mateo
EDICEP. VALENCIA-1995. Págs. 49-50


17.

LA FUERZA DE LA ORACIÓN

Lo que la lectura y el evangelio de este día despliega ante nosotros, por lo menos a primera vista se contrapone totalmente a la imagen que tenemos del mundo: un Dios que actúa con el hombre, un mundo cuyo destino depende del resultado de la actuación entre Dios y ese hombre: esto nos parece tan increíble como un Dios al que se pueda traer en pos de sí mediante la insistencia. Nuestro moderno conocimiento del mundo nos dice que él sigue su camino, de una manera inmutable, según leyes naturales eternas y que en su favor y en nuestro favor sólo se puede hacer algo mediante la razón que rastrea esas leyes y las pone al servicio del hombre.

Pero si nosotros bajamos de esta visión ideal técnico-científica y nos fijamos en el mundo de nuestra experiencia, con sus contradicciones, desgarramientos y angustias, podemos tener dudas de si con ello se ha dicho todo. ¿No se halla tal vez el mundo determinado, no ya sólo por la necesidad de leyes eternas, sino también por la libertad, por sus peligros y por su negación? Si empezamos a preguntar así, llegamos a un punto en el que se nos hace posible entender los textos de este domingo. Porque la lectura, en su núcleo, afirma simplemente esto: el destino de una ciudad, el destino del mundo depende de si existe la justicia en él. Esta visión fundamental, que nosotros encontramos confirmada diariamente hoy en nuestra experiencia, aparece apoyada en la dirección de la afirmación siguiente: la justicia, de la que en último extremo se trata, depende de que se realice el diálogo con Dios. Porque sin la norma del derecho de Dios no existe justicia que llegue a todos, sino que sólo existen intereses de grupos, justicias parciales que eliminan la justicia del todo. Pero, siendo así las cosas, esto significa de hecho: para el mundo, todo depende de que hable con Dios y deje que Dios le hable.

ORA/PETICION-BURLA: Esta visión fundamental que surge de la lectura contiene en el evangelio rasgos todavía más concretos. Por supuesto que nosotros debemos impregnarnos poco a poco de su contenido. Pues cuando dice «el que pide, recibe», esto, ante nuestra experiencia, parece ni más ni menos que una burla. Pero hay que saber precisar. Dios no da cualquier cosa. No es un ídolo o un fetiche que prive al hombre de su condición humana y que transforme al mundo en un país de jauja. Dios da lo que es adecuado a Dios, lo que solamente puede dar: él da el Espíritu santo (v. 13). Este es el don del Padre a sus hijos, el pan de Dios, del que viven los hombres. Este Espíritu es lo que tenemos que pedirle a Dios, porque lo necesitamos y porque sólo lo puede dar Dios. ORA/PERSEVERANCIA: Así se entiende también la parábola del amigo que insiste y apremia: solamente el que se mantiene con paciencia ante el Dios que guarda silencio, sabe en fin de cuentas orar. El saber aguardar ante un Dios que calla, tal vez durante largo tiempo, eso es más que nada oración. Así como a un hombre sólo se le puede aprender a conocer si se comparte una porción de su vida, así no puede haber oración si se acude rápidamente en cualquier necesidad a Dios; solamente se ora cuando se permanece ante él y se llama a su puerta precisamente cuando parece que nadie escucha. Solamente así somos capaces de reconocer, en fin de cuentas, el don de todos los dones, su don: el Espíritu santo; solamente así somos capaces de pedir aquello que da Dios, y recibirlo: el don, del que en verdad depende nuestra vida y la de todo el mundo.

Finalmente, ahondando en palabras de la Escritura, nos sentiremos impulsados a apropiarnos de aquella exclamación de los discípulos: «Señor, enséñanos a orar». Nosotros lo necesitamos, vivimos de eso, pero no sabemos cómo hacerlo. ¡Enséñanos a orar, tú mismo!

EL ROSTRO DE DIOS
SÍGUEME. SALAMANCA-1983.Págs. 96 s.


18.

"SEÑOR, ENSÉÑANOS A ORAR"

Hay varios "filones" que podrían seguirse en esta misa: nuestra inserción, por el Bautismo, en el misterio de Cristo (2a lectura); o el Padrenuestro, para lo que se podrían leer además las páginas que el Catecismo le dedica (CCE 2759-2865). Pero, tal vez, la mejor línea es captar lo que Lucas nos dice sobre el lugar de la oración en nuestra vida. El camino de Jesús fue un camino de oración. Lucas es el evangelista que más veces le describe orando, tanto en comunidad como en solitario, tanto en momentos de alegría como de crisis.

El camino del cristiano debe ser también un camino de oración. El mismo Lucas, en el libro de los Hechos, presenta muchas veces a la comunidad apostólica en oración, así como a sus protagonistas personalmente. El domingo pasado, con la escena de Marta y María, nos recomendaba saber escuchar la Palabra. Hoy nos ayuda a entender la importancia de la oración.

CONFIANZA DE HIJOS

Orar significa abrirse a Dios. Nuestra vida no puede estar centrada en nosotros mismos o en las cosas de este mundo. Debemos contar también con Dios, escucharle y dirigirle nuestra oración con confianza de hijos. La oración es algo más que recitar unas fórmulas o poner en marcha un mecanismo "comercial" para obtener favores. Es una convicción interior de que Dios es nuestro Padre y que quiere nuestro bien más que nosotros mismos.

La lección primera del evangelio de hoy es la confianza que debemos tener en Dios. Si uno consigue de su amigo lo que le pide; si un hijo puede esperar que su padre le dé lo mejor; si Abrahán logra que Dios le escuche: cuánto más nosotros, que por Cristo hemos sido admitidos como hijos en la familia de Dios, podemos dirigirnos con confianza a nuestro Padre. El protagonista de la parábola no es "el que pide", sino "el que da", o sea, Dios. La frase más importante es: "¡cuánto más vuestro Padre celestial!".

No sabemos de qué modo es eficaz nuestra oración. Pero lo es. A Abrahán, Dios le escucha. Jesús nos dice "pedid y se os dará". No se trata de recordarle a Dios algo que no sabe para inclinar su voluntad a nuestro favor. La oración es eficaz porque cuando "decimos" ante Dios nuestra petición nos ponemos en sintonía con él, al situarnos en su "longitud de onda", porque él quiere nuestro bien con mucha más profundidad de lo que nosotros podamos pensar. En el momento de decir nuestra oración, ya es eficaz, porque nos ponemos en la presencia de Dios y le hacemos sitio en nuestro proyecto de vida.

ALABAR Y PEDIR

La oración del cristiano es, ante todo, oración de bendición, de acción de gracias y de admiración. Como nos hace rezar el salmo: "Te doy gracias, Señor, de todo corazón". Como hacemos en la Eucaristía y en los salmos de alabanza.

Pero también es legítima la oración de petición. A veces pedimos por los demás, como Abrahán, que intercedió por la ciudad pecadora, haciéndose solidario de sus problemas. No importa que luego Dios no encontrara esos "diez justos" que hubieran bastado para salvar a la ciudad: Dios escucha a "su amigo". Es bueno pedir por la propia ciudad, por los enfermos, por los jóvenes, por los que sufren. El mero hecho de rezar por ellos expresa nuestra solidaridad y orienta nuestra actuación con ellos. Así lo hacemos en la oración universal de la misa.

Otras veces, pedimos por nosotros mismos, porque nos sentimos débiles y caducos. Orar nos sitúa en nuestro lugar justo ante Dios y ante la vida. Orar nos hace humildes, nos recuerda que no nos salvamos a nosotros mismos, que no tenemos todas las claves de la felicidad ni de la sabiduría ni del bienestar del mundo.

MODELO Y MAESTRO

Nuestro mejor maestro de oración es Jesús. Y es maestro porque primero fue modelo. Los discípulos le pidieron que les enseñara a rezar, porque le vieron orando y les impresionó su actitud.

En el Padrenuestro, Jesús nos enseña a orar también pidiendo. En la primera parte nos invita a dirigir nuestra intención a Dios mismo, pidiendo que "sea santificado su nombre", que "venga su Reino", que "se haga su voluntad". Y, en la segunda, nos hace rezar por nosotros: pedimos el "pan de cada día" para nuestra subsistencia, el "perdón de nuestras faltas", porque todos somos pecadores, y que nos "libre de todo mal", porque estamos empeñados en una lucha continua entre el bien y el mal.

Nuestra oración será auténtica si oramos, no sólo "como Jesús", imitando su ejemplo, sino "con Jesús", sintiéndonos unidos a él en nuestro diálogo filial con Dios Padre, y movidos por su Espíritu, que es el que ora en nosotros y nos hace decir: "Padre".

En la Eucaristía de hoy vale la pena que subrayemos estos dos momentos de oración: la oración universal, por las necesidades del mundo, y el Padrenuesto, la oración de los hijos de Dios.

J. ALDAZÁBAL
MISA DOMINICAL 1998, 10 13-14


19.

- Hablar a Dios

El evangelio del domingo pasado nos presentaba a Jesús que, en su camino hacia Jerusalén, reposaba en casa de sus amigos Lázaro, Marta y Maria. Era una escena que nos invitaba a escuchar a Dios, como Maria escuchaba a Jesús. El texto que acabamos de leer hoy no es ya una invitación a escuchar a Dios, sino a hablarle.

San Lucas parte de un hecho de vida: "Estaba Jesús orando en cierto lugar; cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar". ¡Cuántas veces el evangelista nos recuerda que Jesús oraba! Es más, insiste en la importancia de la oración pues nos recuerda que Jesús, siempre antes de iniciar algo importante, se retiraba a orar. Se concentraba ante su Padre, le consultaba, le deba gracias, le pedía ayuda. Será bueno que hoy hagamos nosotros otro tanto, y repitamos la misma petición de aquel discípulo: Señor, enséñanos a orar.

- Quien confía, insiste

El libro del Génesis nos ha presentado a Abrahán en diálogo de amistad con Dios. Como aquel que regatea ante quien tiene más poder que él, intentando beneficiar a un tercero. Aunque parecería que a él ni le va ni le viene, se muestra solidario con los pecadores intercediendo por ellos ante Dios. Y se vale de la bondad de los justos, que aunque pocos, podrán salvar a los injustos, aunque sean muchos. Y con la tenacidad del comerciante oriental que regatea, intentando bajar más y más el precio a pagar, Abrahán presenta a los buenos ante su amigo Dios para que éste olvide la culpa de los malos y los perdone.

Ese regateo ha llegado a su culminación cuando uno solo, Jesucristo, se ha puesto para compensar la balanza de todos los demás, de la humanidad entera pecadora. Uno, el justo, clavado en la cruz, perdonó los pecados de todos. Así lo expresaba san Pablo en la segunda lectura.

He ahí dos características propias de la oración cristiana: la intercesión desinteresada, que busca más el bien ajeno que el propio, y la insistencia de quien confía en la bondad del amigo, y no se cansa de aburrirle con su petición.

Los que queramos aprender a orar, hemos de imitar el desinterés de Abrahán que intercedía en favor de los habitantes de Sodoma y de Gomorra, a pesar de que nada tenía que perder él. Y su insistencia que no le dejaba rendirse en su petición machacona, confiando en la bondad de su interlocutor, el Señor.

- El paradigma de la oración: el Padrenuestro

A la petición del discípulo que pide a Jesús le enseñe a rezar, él contesta dando el ejemplo que resume su oración, el ejemplo que expresa su estilo de rezar, su manera de dirigirse al Padre.

Él se presenta como el verdadero maestro de oración pues enseña con su vida. El discípulo que se ha percatado de su ejemplo, encuentra en la fórmula del Padrenuestro la oración perfecta, que él tan sólo se "atreverá a decir", como afirmamos respetuosamente antes de recitarlo en la celebración litúrgica.

En la primera mitad del Padrenuestro pedimos que Dios manifieste su rostro de Padre sobre el mundo entero. En la segunda rogamos por nosotros: pan, que es lo que piden los pobres; perdón, pues somos pecadores; protección, ya que nos sentimos débiles como niños. Niños, pobres y pecadores, no cabe mejor descripción para aquellos que quieren seguir a Jesús y tener por norma su evangelio. Procure cada uno escribir alguna vez su comentario personal a la oración más estimada de Jesús, la que enseñó a sus apóstoles y a través de ellos, y por medio de nuestros padres y catequistas ha llegado hasta nosotros: el Padrenuestro.

· Imaginemos que Dios nos responde

Imaginemos que un buen día el Señor nos responde a nuestra oración. Contesta a nuestro Padrenuestro. Alguien escribió esta posible respuesta de Dios a la oración que de Jesús aprendimos, y que tantas veces repetimos. Os leo esta plegaria que imagina cuál podría ser la respuesta de Dios al Padrenuestro salido de nuestra boca. Hela aquí: "Hijo mio que estás en la tierra, preocupado, solitario, tentado.

Yo conozco perfectamente tu nombre y lo pronuncio como santificándolo, porque te amo.

No estás solo, yo habito en ti y juntos construimos el reino. Quiero que hagas mi voluntad porque mi voluntad es que seas feliz ya que mi gloria es la gloria del hombre viviente.

Cuenta siempre conmigo y tendrás el pan para hoy. No te preocupes, sólo te pido que lo compartas. No olvides que te perdono antes incluso de que me ofendas; haz tú lo mismo sin reservas. Y para que no caigas en tentación cógete bien fuerte de mi mano. Yo te libraré de todo mal. Pobre y amado hijo mio".

EQUIPO-MD
MISA DOMINICAL 1998, 10 17-18


20.

Los discípulos se acercan a Jesús con el ánimo de aprender a orar. Piden una oración que los distinga de otros grupos religiosos. Jesús no les da un extenso repertorio de plegarias. El recurre a la experiencia de vida que ha compartido con sus amigos y seguidores. Ellos han visto que Jesús se dirige a Dios como Padre; que ora incesantemente a pesar de la intensa actividad que exige la misión; que en todo momento pone la voluntad de su Padre como referencia para su acción transformadora. El testimonio de Jesús los lleva a revisar su forma habitual de orar y los motiva a aprender de la lección de humildad, confianza y sinceridad que comunica la persona de Jesús.

La oración que Jesús les enseña es muy breve. Ellos, seguramente, sabían de memoria largos salmos y extensas plegarias de la tradición popular. La oración de Jesús se dirige a lo esencial: la experiencia de Dios como Padre, el clamor por el Reinado, el perdón de las ofensas propias y ajenas y la necesidad del sustento diario.

Esta oración enseña a los discípulos ante todo que son familia. Al dirigirse a Dios como Padre reconocen los lazos fraternales que los unen entre sí y con toda la humanidad. A la vez, se manifiestan como una comunidad unida por un sentimiento filial. La alegría que experimentan al reconocerse como familia los compromete en un permanente clamor que haga posible que el Reinado de Dios se manifieste a los hombres y mujeres. Este Reinado comienza fundamentalmente con la solidaridad efectiva con el prójimo. Solidaridad manifiesta en signos palpables como el perdón de las deudas y ofensas ajenas, en la serenidad para buscar el pan de cada día sin la intención de acumular más de lo absolutamente indispensable y en la lucidez para enfrentar las tentaciones que representan el poder, el dinero y el prestigio.

Luego, con una parábola acerca de dos amigos coloca la oración en el plano de la relaciones cálidas y cercanas. Los sentimientos de confianza y gratitud hacia el Padre disculpan lo inoportuna que pueda parecer una petición. El orante debe, entonces, cultivar una actitud de perseverancia y suplicar aunque la puerta parezca cerrada. Su clamor debe estar dirigido a recibir los dones que manifiestan la irrupción del Reino, no a obtener caprichos personales.

Esta oración dirigida a un Dios Padre generoso distingue a los discípulos de otros grupos religiosos. Los discípulos aprenden con Jesús a confiar en Dios como un Padre y amigo hacia quien se encaminan gozosamente. Simultáneamente comprenden las exigencias del Reinado de Dios: solidaridad, justicia y total disponibilidad.

Esta plegaria no es una ocurrencia ocasional de Jesús. Es fruto de su incesante oración y precede los momentos cruciales de su misión. La antigua comunidad cristiana comprendió muy bien la importancia de esta enseñanza de Jesús y la conservó en su memoria repitiéndola incesantemente hasta la actualidad.

Cada día nos preguntamos qué hace diferentes a los cristianos ante el mundo. La diferencia no puede radicar en su liturgia o en sus monumentales templos, sino en su particular experiencia del Dios del Reino revelado por Jesús, y en el altísimo valor que le dan a la vida comunitaria como creadora de un mundo nuevo. Los cristianos deben ser una "alternativa" que manifieste en su cálida relación con Dios y en su intensa vida comunitaria los signos del Reinado de Dios que va viniendo hacia nosotros.

Desafortunadamente, convertimos a veces su oración en un incesante martilleo de palabras repetidas mecánicamente. Esto nos lleva a convertir la oración del discípulo -la que nos identifica y nos hace comprender nuestra especial relación con Dios- en una más de las plegarias aprendidas y repetidas. Así, las exigencias que se derivan de la oración dirigida al Padre se diluyen en el tráfago de la vida cotidiana.

Si hubiera que resumir aún más el ya breve "padrenuestro", lo sintetizaríamos en "!Venga tu Reino!", o "Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo", que no son peticiones distintas. Vienen a expresar -como no podría ser menos- la opción fundamental de Jesús (¡la Causa de Jesús!), que ha de ser nuestra opción fundamental (¡nuestra Causa!). Esas peticiones pueden ser, por eso, muy legítimamente, la expresión, el slogan, el lema para orientar toda una vida, una faja, una manta, una pancarta para poner ante nuestros ojos todos los días de nuestra vida. Hagamos de estas dos expresiones el grito más hondo de nuestro corazón.

Para la conversión personal

-¿hemos convertido la oración en un recurso sólo de emergencia sin incidencia en nuestra vida cotidiana?

-¿Comprendemos realmente las exigencias que se derivan de sentir a Dios como Padre?

-Santa Teresa dice que se quedaba extasiada cuando meditaba el evangelio, y que a veces no le daba tiempo a pasar de la primera palabra... Meditemos -con la oración del corazón- el padrenuestro.

Para la reunión de la comunidad o del círculo bíblico

-Jesús dijo textualmente: "Que venga tu Reino". La traducción litúrgica, al unificar las varias versiones anteriores a 1992, fue modificada, y quedó el actual: "Venga a nosotros tu Reino". ¿Notan alguna diferencia? Expliquen la posible mala inteligencia que podría darse en esta traducción litúrgica actual.

-La primera lectura expresa de alguna manera el sentido de la oración de petición e intercesión. No deja de haber en ella una buena dosis de antropomorfismo (imaginar a Dios en forma humana). ¿Por qué?

Para la oración de los fieles

-Por todos los hombres y mujeres del mundo, para que sean pronto beneficiarios de la llegada del Reino que Jesús nos enseñó a pedir, roguemos al Señor...

-Para que nuestra oración sea siempre, como la de Jesús, una oración centrada en la pasión por el Reino, en el deseo activo de su llegada...

-Por todos los hombres y mujeres no creyentes, que "rezan" a su manera, en la meditación profunda, en la contemplación de la vida, en los buenos sentimientos de su corazón... Para que Dios se les haga propicio y les inspire también el deseo de la venida de su Reino...

-Por todos los cristianos que no rezan a causa del activismo; para que logren una visión de fe que les haga descubrir contemplativamente la presencia de Dios en medio de todas sus luchas...

Oración comunitaria

Padre nuestro, que eres también nuestra Madre, que estás en el cielo y estás también en la tierra: haz que venga y se acreciente entre nosotros tu Reinado, y para ello conviértenos en apasionados luchadores de tu Causa y en entusiasmados contemplativos de tu Reino. Por J.N.S.

Servicio Bíblico Latinoamericano


21. COMENTARIO 1

REZAR, ¿PARA QUE?
Que la oración está en crisis es algo que no hace falta demostrar. Los cristianos, casi en desbandada, se han apartado de las prácticas tradicionales de oración: meditaciones, rezos, ejercicios espirituales, retiros. La misma palabra «oración» está devaluada. Rezar, ¿para qué?, se pregunta mucha gente. Más vale hacer más y rezar menos, se oye decir. Hacer es ya, en cierto modo, rezar.

Hoy tiene prioridad la acción, la opción por los oprimi­dos, el amor a los marginados, la lucha por la justicia. Esto es lo específico del cristiano, se suele oír. Lo de rezar está pasado de moda.

Por otro lado, la creciente secularización del viejo y cris­tiano continente y la politización de los cristianos en el tercer mundo parecen hacer ineficaz, si bien por diferentes razones, la práctica de la oración cristiana.

A la oración le llegan ataques desde todos los ángulos. Tras Freud, la psicología la ha sentado en el banqui­llo. Según esta ciencia, 'la oración es para muchos una crea­ción de su fantasía delirante, o una proyección narcisista de la propia imagen en un pretendido diálogo yo-tu que equivale, en realidad, a un diálogo yo-yo, un espejo donde uno se ve, se habla y se responde a sí mismo, o un situarse ante un Dios que castiga toda transgresión e impone la sumisión ante su ley: un diálogo en torno a la culpa, la rebelión-dependencia, los propósitos y conversiones, un suplicio del que se intenta escapar sin resultado, pues ese Dios, especie de superyó, per­sigue al orante de modo implacable para que acabe de rodillas ante él.

Ante tanta acusación, muchos cristianos han abandonado la práctica de la oración y se han lanzado a la vida.

Lo que la psicología dice y lo que el hombre moderno sos­pecha no está desprovisto de razón ni es del todo nuevo. En el evangelio, Jesús critica distintos modos o métodos judíos de oración, entendida como el narcisismo espiritual del fariseo en la parábola del 'fariseo y el publicano', donde se condena la autoafirmación egoísta de aquél (Lc 18,9-14), o la falta de 'pobreza' ante Dios de aquellos que oran en las calles y plazas haciendo de la oración obra de exhibicionismo (Mt 6,5), o la de los que reducen la oración a pura palabrería, al 'fatigar a los dioses' de la religión pagana (Mt 6,7), o la instrumenta­lización opresora de «los letrados, que se comen los bienes de las viudas con pretexto de largos rezos» (Mc 12,40).

No por ello consideró Jesús que la oración fuese inútil, baldía, vana, alienante. Todo lo contrario. El mismo aparece orando en los evangelios. Precisamente una vez, al terminar de orar, «uno de sus discípulos le pidió: -Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos. El les dijo: -Cuan­do recéis, decid: Padre, proclámese que tú eres santo, llegue tu reinado, nuestro pan de mañana dánoslo cada día y per­dónanos nuestros pecados, que también nosotros perdonamos a todo deudor nuestro, y no nos dejes ceder en la prueba» (Lc 11,1-5).

Con estas palabras trazó Jesús las líneas maestras de toda oración. Lástima que, de tanto recitarlas, las hayamos reducido a pura monotonía. Orar, según Jesús, es dirigirse a Dios como Padre, pedirle que venga su reino de justicia y amor y empe­ñarse en hacerlo presente en nuestro mundo, esperar de él cada día el pan de mañana, sin acumular o acaparar bienes, estar dispuesto a perdonar como garantía del perdón divino, no ceder a la tentación del poder o del triunfalismo.

Una oración dentro de estas coordenadas no es ni narci­sista ni alienante. Quien la practica encuentra en ella la fuen­te y el motor de su vida.


22. COMENTARIO 2

PEDIR EL CIELO

El Padre Nuestro no es una oración para recitar de memoria; de hecho, hay dos versiones en los evangelios (véase Mt 6,9-15); el Padre Nuestro es un modelo que nos ofrece Jesús para que sepamos a quién nos dirigimos, qué podemos pedir y cómo debe­mos hacerlo.


A QUIEN REZAMOS

Una vez estaba él orando en cierto lugar; al terminar, uno de sus discí­pulos le pidió:

-Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.

El les dijo:

-Cuando oréis, decid: «Padre...



Entre los judíos, el padre era el jefe de la familia (familia patriarcal, formada por los hijos, los nietos y los siervos con sus respectivas familias...), una figura caracterizada por la autoridad sobre todo; la relación del hijo con el padre era de sometimiento, obediencia y respeto (Lc 15,29); por su parte, el padre garantizaba, dentro de la familia, medios de subsistencia y protección contra las ame­nazas del exterior. Cuando en el AT se llamaba a Dios «Padre» -el hijo es siempre, o el pueblo en su conjunto, o el rey que lo representa, o el justo- predominan estos aspectos (Ex 4,22; Jr 3,19; Os 11,1; Sal 2,7; 89,28; Sab 2,13; 5,5).

Jesús, por el contrario, cuando llama a Dios «Padre», le da un sentido totalmente nuevo: se refiere a El de manera personal y expresa una relación de intimidad, conocimiento mutuo, amor y comunicación de vida: «Mi Padre me lo ha entregado todo; quién es el Hijo, lo sabe sólo el Padre; quién es el Padre, lo sabe sólo el Hijo...» (Lc 10,21-22). Marcos nos ha dejado el testimonio de la palabra concreta que Jesús usaba: Abba, expresión del lenguaje familiar semejante a «papá» y que expresa confianza y cariño. De esta manera (y usando la misma palabra, según Rom 8,15; Gál 4,6) es como los segui­dores de Jesús deben llamar a Dios Padre, pues también lo es de ellos y tiene, como característica principal, el ser com­pasivo (Lc 6,36). Dios no es autoritario, violento o vengativo; esas imágenes de Dios pertenecen ya, y para siempre, al pa­sado.

Como en todas las culturas, en la hebrea el padre gozaba al ver cómo sus hijos se le parecían; llamar a Dios Padre supone considerarse hijos suyos y, por consiguiente, tratar de parecerse a él: «Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; así tendréis una gran recompensa y seréis hijos del Altísimo, porque El es bondadoso con los desagradecidos y malvados. Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo» (Lc 6,35-36); llamar a Dios Padre exige comprometerse a vivir como hijos suyos, como hermanos de todos sus hijos, sin excluir de nuestro amor ni siquiera a los que lo rechazan a El como Padre.



QUE Y COMO REZAMOS

...proclámese ese nombre tuyo, llegue tu reinado...


Lo primero que dice Jesús que hay que pedir al Padre es que sean muchos los que lo llamen por ese nombre, los que lo acepten y lo llamen Padre, y de esa manera, los hombres se vayan haciendo hijos suyos y el mundo de los hombres se convierta en un mundo de hermanos; o dicho de otra manera: que los hombres lo acepten como rey y la humanidad sea, en lugar del reinado de los poderosos, de los ricos y de los soberbios, el reinado de Dios, en el que los pobres serán dichosos, los hambrientos se saciarán y podrán reír los que ahora lloran (Lc 6,20-21).


nuestro pan del mañana dánoslo cada día y perdónanos nuestros pecados, que también nosotros perdonamos a todo deudor nuestro y no nos dejes ceder a la tentación.



Y en segundo lugar hay que pedir que la comunidad de los que ya se saben hijos de tal Padre realice plenamente ese proyecto de fraternidad universal: viviendo cada día con la alegría de una fiesta, de un banquete de bodas (véase Lc 5,35; 13,29) en el que participan todos los que han aceptado la invitación a construir un mundo nuevo (Lc 14,15); superando las limitaciones propias de la condición humana mediante el perdón de las ofensas, con la confianza de saber que Dios perdona a quienes están dispuestos a perdonar, y, finalmente, venciendo, con la ayuda del Padre, la tentación de volver a aceptar los valores de este mundo, el poder, la riqueza, los honores... (Lc 4,1-13) y renegar de los que son propios de ese nuevo mundo que es el reinado de Dios.

En resumen: todo lo que se debe pedir, según el Padre Nuestro, se reduce a dos cosas: eficacia en la misión y fidelidad en el compromiso de la comunidad, que los cristianos seamos de verdad cristianos, que cada vez haya más cristianos de verdad y que el mundo sea, cada vez más, un mundo de hermanos.


Y añadió: Suponed que uno de vosotros tiene un amigo... Pues si voso­tros, aun si sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará Espíritu Santo a los que se lo piden!


Y hay que pedir con la insistencia y la libertad con que se pide a un amigo y con la confianza de saber que seremos escuchados, pues si nosotros respondemos a las peticiones de nuestros seres queridos, mucho más cierta será la respuesta del Padre Dios si le pedimos para esta tierra un pedazo de cielo: su Espíritu, su vida, su presencia permanente en un mundo que con El nosotros nos comprometemos a hacer a su medida.

Si nuestras oraciones no encuentran respuesta puede de­berse a que o no nos dirigirnos al «Padre» o que pedimos demasiado poco porque nos da miedo, porque nos parece demasiado compromiso pedir el cielo.


23. COMENTARIO 3

UNA NUEVA MANERA DE ORAR

Una nueva secuencia perfectamente marcada por a) el nuevo escenario (cambio de decorado): «Y sucedió que, mientras él se encontraba orando en cierto lugar» (11,la); b) unos nuevos per­sonajes (Jesús y los discípulos) «al terminar, uno de sus discípulos le pidió» (1l,lb), y c) una nueva temática (la oración): «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos» (11,lc). Los discípulos no han participado en la oración de Jesús («mien­tras él se encontraba orando»), pero sienten la necesidad de tener unas formas de orar parecidas a las del Bautista («enséñanos a orar, como Juan...») Este ya había hecho escuela; Jesús todavía no. Quieren unas formas rígidas, que llenen las horas del día y de la noche, que den solidez e identidad al grupo que se está constituyendo. La oración de Jesús, o no la han comprendido o no la comparten (no le piden que les enseñe a orar como él lo hace). Quieren aprender unas formas como las que Juan enseñó a sus discípulos. Jesús contrasta esta forma de orar ritualizada con una oración de compromiso personal: «Cuando oréis, decid: "Padre..." » (11 ,2 a). Inaugura una forma de orar inaudita. La oración judía oficial se realizaba en el templo, el lugar por exce­lencia; Jesús convierte el sitio donde se encuentra en «lugar» adecuado para la oración («mientras él se encontraba orando en cierto lugar»). Por primera vez hay quien se dirige a Dios con confianza filial: «Abba» (en arameo, «Padre»). Jesús introduce un cambio profundo en la relación del hombre con Dios. Todas las religiones, incluyendo la religión judía (Antiguo Testamento), rezan a un Dios lejano, al que tratan de aplacar. Jesús sustituye la verticalidad por la horizontalidad: ¡Dios es Padre! A diferencia de Mateo («Padre nuestro»), Lucas no pone el acento en el aspecto comunitario. En la primera parte de la secuencia el centro es el Padre, en contraste con el Dios del Antiguo Testa­mento.


LA ORACIÓN DE LOS HIJOS DE DIOS

«Que se proclame que ese nombre tuyo es santo» (11,2b). Que las «buenas obras» de la comunidad hagan que la humani­dad proclame su santidad (en vez de la blasfemia). «Que llegue tu reinado» (11,2c). Quiere que el reinado de Dios, del que la comunidad ya tiene experiencia, se extienda a todo hombre y que ésta lo haga presente con su estilo de vida. «Nuestro pan del mañana dánoslo cada día» (11,3). Que lo que parecía reser­vado para el mañana (mentalidad escatológica), se anticipe ya ahora (el banquete mesiánico en relación con la Eucaristía). Ha­blar de «la otra vida» es propio de todas las religiones. Jesús habla de hoy: el reino de Dios tiene que ir construyéndose «cada día». «Perdónanos nuestros pecados, que también nosotros per­donamos a todo deudor nuestro» (11,4a). Respecto al hermano no hay «pecado»: hay una «deuda». La comunidad se anticipa en el perdón / amor al prójimo para forzar el perdón de Dios. «Y no nos dejes ceder a la tentación» (11,4b). La comunidad no ha de ceder a las pretensiones nacionalistas y religiosas del Tentador. Es el peligro que la amenazará en todo momento. Jesús superó todas las pruebas (tres) en el desierto; la comunidad pide poder hacer otro tanto en el desierto de la sociedad sin ceder al provi­dencialismo irresponsable o a la ambición de gloria y poder.


INSISTENCIA EN LA ORACIÓN

COMO TOMA DE CONCIENCIA COMUNITARIA

La segunda parte de la secuencia contiene una parábola. Dios es comparado a un «amigo» a quien otro amigo acude de noche, a una hora intempestiva, para pedirle unos panes. Gracias a la insistencia, aquél terminará por dárselos. También Dios, dice Jesús, hará lo mismo. Hay que «pedir», «buscar», «llamar», con la seguridad de que «se recibe lo que se pide», que «se encuentra lo que se busca», que «se abren las puertas cuando se llama» (11,9-10). Triple búsqueda, insistencia total. A continuación se pone una serie de ejemplos entresacados de la vida cotidiana. Para concluir con una frase lapidaria: «Pues si vosotros, aun si sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre del cielo dará Espíritu Santo a los que se lo piden! »(11,13). A diferencia de Mateo (Mt 7,11: «dará cosas buenas»), Lucas explicita que el don por excelencia es «el Espíritu Santo». La comunidad no tiene que pedir cosas materiales: es necesario que concentre su oración en el don del Espíritu, la fuerza de que Dios dispone para llevar a cabo el proyecto de comunidad fraterna que propugna Jesús.


24. COMENTARIO 4

El Padrenuestro es el resumen orante y actuante de toda la vida cristiana. Es el resumen de todo el Evangelio. Muchos consideran el Padrenuestro como la síntesis de la predicación y práctica de Jesús. La vida de Jesús fue eso: el Padre y el Pueblo (padrenuestro)

Toda la práctica y predicación de Jesús consistió en esto: hacer la voluntad del Padre, que consiste en construir su Reino en medio de nosotros, para que así sea santificado por todos su nombre y todos los seres humanos, que formamos el gran pueblo de Dios, podamos tener vida en abundancia, gracias a que adquirimos como don y como lucha lo que necesitamos para vivir con dignidad (pan), crecemos en la vida comunitaria y solidaria (perdón), superamos egoísmos e individualismos (tentaciones) y nos liberamos de aquello que nos oprime (mal).

En el Padrenuestro encontramos una correcta relación y articulación entre la causa del Padre y la causa del Pueblo, entre Dios y los hombres, entre el cielo y la tierra. La primera parte del Padrenuestro se refiere a la causa de Dios-Padre: la santificación de su nombre, su reinado y su voluntad. La segunda parte concierne a la causa de los hombres: el pan necesario, el perdón indispensable, la tentación siempre presente y el mal continuamente amenazador. Ambas partes forman una unidad en la práctica y predicación de Jesús, enseñándonos que Dios no se interesa sólo de lo que es suyo -su nombre, su reinado, su voluntad-, sino que se preocupa por lo que es propio del pueblo: su pan, su perdón, la tentación, el mal.

En pocas palabras, en la oración de Jesús, la causa de Jesús no es ajena a la causa del pueblo, y la causa del pueblo no es extraña a la causa de Dios.

El Padre nuestro se convierte en la oración principal de los hijos que se "atreven" a pedir todo al Padre para la realización de su Reino y para cuanto afecta a su vida precaria aquí en la tierra. Piden y se comprometen al mismo tiempo. No hay nada de lo que pidamos en esa oración que nos dispense de actuar. Dios nos escucha, ciertamente. Pero el Padre también pretende que los hijos lo "escuchen". La oración nos permite "escuchar" lo que Dios espera de nosotros: exactamente las mismas cosas que pedimos a él.

La catequesis que nos transmite el evangelio de Lucas sobre la oración constituye una urgente invitación a la confianza y a la insistencia, con la certeza de ser escuchados. Basta precisar que Dios nos escucha, pero no en los tiempos y en los modos que fijamos nosotros. La oración oída es la oración que nos transforma, que nos hace entrar, bajo el impulso del Espíritu, en el proyecto de Dios, que nos introduce en su acción.

COMENTARIOS

1. Jesús Peláez, La otra lectura de los evangelios II, Ciclo C, Ediciones El Almendro, Córdoba

2. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Para que seáis hijos". Ciclo C. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

3. J. Mateos, Nuevo Testamento (Notas al evangelio de Juan). Ediciones Cristiandad Madrid.

4. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).