28 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO 15 B
11-22

11.

-Jesús no triunfó

Me parece que, en primer lugar, puede ser interesante situar el evangelio que acabamos de leer en el conjunto del Evangelio de san Marcos (es decir, en su lugar). Porque es curioso que Jesús envíe a sus apóstoles -los envíe a anunciar el Reino de Dios, lo mismo que El anuncia, precisan otros evangelios- justamente después de habernos explicado Marcos las dificultades, la oposición, la incomprensión que encuentra el Señor en su predicación y en su acción (recordemos lo que escuchamos el pasado domingo: la mala acogida, la falta de fe, en su mismo pueblo, en Nazaret). Y esta podría ser ya la primera conclusión, la primera reflexión de este comentario de hoy: los evangelios no nos presentan en absoluto un Jesús triunfante. Son pocos los que acogen el anuncio del Reino de Dios, son pocos los que aceptan la palabra de Jesucristo. Por ello es normal que lo que sucedió entonces, suceda también ahora. Nada, pues, de imaginarnos a una Iglesia triunfante, nada de extrañarnos ante las dificultades que pueda encontrar. Es lo normal.

-Todo cristiano es un enviado: CR/MISION: Y pasemos a un segundo aspecto. Que se resume en estas palabras: todo cristiano, todo discípulo, todo seguidor de Jesús, es por ello mismo un enviado. Cualquiera de nosotros, por tanto. Sí, todos, de cualquier edad o condición. También los niños que estáis aquí. Y los ancianos. Los que tienen más cultura y los que tienen menos. Todos. Sin necesidad de tener ningún título eclesiástico, sin necesidad de pertenecer a ninguna asociación o movimiento o grupo. Todo cristiano es enviado por el mismo Jesús. (Si recordáis, ya en la 1. lectura hemos escuchado como Dios llama a un pobre pastor que intenta excusarse diciendo que él no es profeta ni hijo de profeta).

¿Que quiere decir que todo cristiano es enviado? Simplemente, que todos debemos procurar comunicar el Reino de Dios, es decir, la verdad, el amor, la justicia, la bondad que son el gran mensaje que anunció Jesús. Comunicarlo con nuestras obras sobre todo, pero también -si se tercia- con nuestra palabra. La fe no es como un número de lotería que nos guardamos para nosotros a ver si toca, sino que es un alimento que hemos de querer compartir. Un pan de cada día que hemos de querer compartir. Una alegría -una buena noticia- que hemos de querer compartir. Por eso somos -todos- enviados. Enviados a nuestros hermanas y hermanos, pequeños o mayores, creyentes o no creyentes.

-Una condición: la sencillez Tercer aspecto que podríamos notar hoy. Jesús pone una condición a quienes envía: que anuncien el Reino de Dios sencillamente, pobremente, sin pretensiones. Es lo que significa aquello de que lleven sólo un bastón y nada de alforja, o dinero, o túnica de recambio... Es pobreza y sencillez material, pero que implica otra pobreza y sencillez espiritual, probablemente más importante. "Bienaventurados los pobres de espíritu" dijo Jesús: si no tenemos algo de esta pobreza -de esta sencillez- de espíritu, no podremos comunicar el Reino de Dios, su paz, su amor, su palabra de ayuda.

Si uno se cree superior, mejor que los demás..., no sabrá anunciar el Reino. Si uno es orgulloso, vanidoso, ¿como comunicará el amor de Dios? Si pensamos que éste o aquel es un enemigo nuestro, ¿cómo le trataremos como hermano? Si nos despreocupamos de lo que sucede al vecino, al compañero de trabajo, incluso a veces nos cerramos a quien convive con nosotros, en la vida familiar, por más motivos que nos parezca tener..., no nos podemos considerar discípulos, enviados de Jesús para continuar aquel camino de bondad comunicativa que El inició.

-¿Cómo? Y, para terminar, la pregunta decisiva: ¿cómo se hace eso de comunicar y anunciar el Reino de Dios, el Reino de Jesús? Hemos leído en el evangelio que los apóstoles echaban demonios y curaban enfermos. Ni una cosa ni otra es fácil que lo podamos hacer nosotros. Pero podemos hacer algo que es igual y aún quizá más importante. Si hay aquella persona que está agobiada, deprimida, sin ánimo ni esperanza... y nosotros le damos la mano, le escuchamos y procuramos animar..., me parece que es como echar a un mal espíritu. Si damos amistad a quien está solo, curamos de la enfermedad de la soledad. Si un niño juega con aquel compañero con el que los otros no quieren jugar, hace como un milagro (porque le da alegría). Si uno prefiere no hacer horas extras en el trabajo para que así trabaje quien está en el paro, es como curar a un enfermo. Así y tantas cosas más, tantas cosas que todos sabemos que podríamos hacer. Todo esto y -también- saber decir con sencillez y mucha humildad que para nosotros creer en Jesús, seguir su Evangelio, es muy importante, es nuestro alimento, nuestro tesoro. Hermanas y hermanos: que el Señor nos ayude. El nos envía, él nos ayuda. Porque -como ahora celebraremos- El está con nosotros. Nos da su pan, nos lo da para que lo compartamos.

JOAQUIM GOMIS
MISA DOMINICAL 1988, 15


 

12. CR/VOCACION

-La vocación de ser cristiano 
Ser cristiano, como ser profeta, no es ni una profesión ni un "modus vivendi"; es simplemente una vocación a la que Dios llama. Aquellos que por su gracia hemos recibido este don y esta vocación, debemos saber responder a ella con fe y generosidad. El profeta Amós, como los doce apóstoles de Jesús, y como tantos otros, son llamados enviados. Llamados a vivir de la fe y a denunciar el mal, el pecado, la injusticia, y a predicar la buena nueva de la salvación.

No somos cristianos solamente porque nos hayan bautizado, no podemos ser unos funcionarios de la religión o unos burócratas del evangelio, sino que ser cristiano significa tener una vocación, ser elegido y escogido de Dios. Por los medios humanos que El elige, llegamos a descubrir el sentido de la vida en la fe en Jesucristo. Si esta llamada es escuchada y acogida, estamos dando respuesta a nuestra vocación. Los ejemplos de Amós en la primera lectura y el de los apóstoles en el evangelio son ejemplos de una respuesta válida a la vocación a la que Dios les había llamado. También nosotros debemos detenernos, ahora, hoy y aquí, interpelados por la Palabra de Dios, para repensar cómo damos respuesta a nuestra vocación cristiana, para comprobar hasta qué punto cumplimos la misión que por el bautismo y la confirmación se nos encomendó.

-La Palabra de Dios nos interpela 
El pasado domingo hablábamos de cómo tenemos que cumplir la misión profético-cristiana y de las dificultades que encontramos en ella. La Palabra de Dios de hoy ilumina nuestra vida y la vocación cristiana para hacernos ver de qué modo la vivimos y le damos una respuesta válida. No se trata sólo del cumplimiento de la misa dominical, lo cual a veces incluso es fácil, sino de que la misa no sea un acto aislado de la vida cristiana; todo lo contrario, debe ser el centro de toda nuestra fe y vida cristiana.

Los cristianos somos descendientes de Amós y continuadores de la obra de los apóstoles. Por eso debemos vivir y predicar la conversión, el amor, el sacrificio, la justicia con todas sus consecuencias. Nosotros, como ellos, estamos revestidos del poder de aquel que nos envía, pero también como ellos debemos aceptar las consecuencias de la misión que nos ha sido confiada, a pesar de que no siempre sean agradables ni triunfadoras. Con frecuencia nos hallamos solos y sin protagonismos; entonces toda la fuerza estará en el poder de la Palabra y en la fe que la hace posible.

-Misión profética en la Iglesia 
Los discípulos continuadores de la obra de Jesús se convirtieron en apóstoles e iniciaron el tiempo de la Iglesia. Ellos, que eran los que escuchaban y aprendían de Jesús, son ahora anunciadores y proclamadores de la Palabra; sus signos y gestos son liberadores. La Iglesia, continuadora de esta misión, debe ser también liberadora de tantas esclavitudes que sufre el hombre hoy. Todos debemos sentirnos animados de un auténtico sentido profético, del Espíritu de Cristo resucitado que nos da fuerza para denunciar el mal y conquistar un verdadero espíritu de libertad interior. La Iglesia es un pueblo profético que está llamado a proclamar las maravillas de Dios.

Jesucristo no nos ha dejado solos. Por la eucaristía se encuentra ahora presente entre nosotros. El nos renueva la misión y nos da fuerza para llevarla a término, acogiendo y anunciando con valentía su Palabra. Sepámoslo hacer en nuestra vida de cada día.

F. PARES
MISA DOMINICAL 1982, 14


 

13. EV/PERSECUCION

-El Evangelio provoca conflictos y rechazos 
La primera lectura que hemos escuchado fue escrita hace cientos de años, unos setecientos años antes de Jesucristo. Pero a pesar de ser tan antigua, nos cuenta una historia que sin duda nos resultará casi familiar: un representante de Dios, un profeta, que tiene problemas con los representantes del gobierno. Y los representantes del gobierno que le dicen que se vaya con la música a otra parte.

Luego, en el evangelio, Jesús, al enviar a sus apóstoles a PREDICAR, les avisa también de algo semejante: la predicación, el anuncio del Reino de Dios y de la conversión necesaria para recibirlo -les dice- NO SERA ALGO QUE TODO EL MUNDO ACEPTE, no será algo sencillo y fácil. La predicación provocará, como le ocurrió al profeta Amós de la primera lectura, CONFLICTOS Y PROBLEMAS, RECHAZOS, REACCIONES NEGATIVAS.

Y esto es algo que deberíamos tener claro, porque va muy unido con toda la historia de la revelación de Dios. El profeta Amós fue un hombre que, a lo largo de su vida -como se ve leyendo el libro que recoge sus predicaciones- no se cansó de decir que la corrupción y la opresión de los pobres, la idolatría, el olvido del Dios liberador, conducirán al pueblo hacia el desastre, comenzando por sus gobernantes, que se aprovechaban de sus súbditos del modo más indigno. Y claro está, los poderes de aquel tiempo hacían lo imposible para acallar su voz.

Y Jesús, luego, cuando envía a sus apóstoles a predicar, también prevé lo mismo. Jesús ANUNCIA EL REINO DE DIOS, Y ANUNCIA QUE PARA RECIBIRLO SE NECESITA CONVERSIÓN, hay que cambiar el corazón, hay que tener como criterios el servicio y el amor, hay que tener como norte y objetivo de la vida la bondad de Dios y no aquello que los hombres acostumbramos a proponernos como objetivos, como son el prestigio, el dinero, el confort... Eso provoca, claro está, que MUCHOS LE VUELVAN LA ESPALDA, y por ello avisa a sus enviados de que les va a ocurrir algo parecido.

Porque ESTE HA SIDO SIEMPRE EL DESTINO DE LA BUENA NOTICIA DE DIOS: ser recibida como un gozo liberador, como una gran esperanza, por los que son débiles y pobres, y por los que anhelan un mundo mejor, para sí y para todos; y, por el contrario, ser rechazada -y perseguida incluso- por los que quieren que todo permanezca sin cambios, por los que no aman, por los que viven ofuscados en su afán de poder y de riqueza.

-Cuando el rechazo no es por causa del Evangelio 
Todo esto hay que tenerlo muy en cuenta. Pero junto con eso, permitidme añadir otra cosa que también hay que tener en cuenta. Y es que NO SIEMPRE QUE LOS CRISTIANOS O LA IGLESIA SON PERSEGUIDOS O RECHAZADOS LO SON POR CAUSA DEL EVANGELIO: a veces es porque nos ponemos a defender, como si fueran necesarias para el anuncio del Evangelio, como si formasen parte del anuncio del Evangelio, cosas que quizá nos parezcan importantes, pero que no son del Evangelio.

Por ejemplo, a veces olvidamos que Jesús nos dijo que, para predicar, no necesitábamos ni pan ni alforja, ni dinero, ni túnica de repuesto. U olvidamos también que Jesús dijo que, sin en un lugar no nos escucha, no teníamos por que obligarles a escucharnos: basta con marcharse, y en todo caso serán ellos los que se lo perderán. Jesús, al dar estas instrucciones para la predicación, quería que nos diéramos cuenta de que SI NOS APARECÍAMOS ASÍ, PROFUNDAMENTE DESPRENDIDOS, profundamente respetuosos y libres, DIFÍCILMENTE LOGRARÍAMOS QUE NOS HICIERAN CASO y, además, podríamos llegar hasta trastocar el mensaje evangélico.

REVOLUCION-1789: Un ejemplo muy antiguo puede ayudarnos a verlo más claro. Hoy es el 14 de julio, el aniversario de lo que las historias llaman la Revolución Francesa. Hace casi doscientos años -fue en 1789- en Francia tuvo lugar una revolución que eliminó el sistema feudal -el sistema de señores y siervos- y abrió el camino de la democracia, con el lema de la "libertad, igualdad, fraternidad".

Esta revolución, que provocó muchas muertes, trajo consigo una dura persecución para la Iglesia. Y podríamos preguntarnos: esta persecución de la Iglesia, ¿fue por odio al Evangelio? ¿fue por odio a la fe? Yo me atrevería a decir que no. Me atrevería a decir que el motivo fue que LA IGLESIA SE HABÍA INSTALADO EN LA SOCIEDAD DE AQUEL TIEMPO CON MUCHAS RIQUEZAS, EN EL LADO DE LOS SEÑORES. Creyendo, sin duda, que así era más fácil lograr que todo fuera cristiano. Pero -nosotros lo vemos ahora, ellos quizá eran incapaces de verlo- OSCURECIENDO ASÍ LOS VALORES MAS FUNDAMENTALES DEL EVANGELIO. Y diciendo esto no decimos, claro está, que estemos de acuerdo con aquella persecución. Pero es como un aviso: un aviso para que mantengamos siempre el Evangelio limpio, para que el Evangelio que predicamos sea el Evangelio de Jesús, y no nuestras cosas.

Que él, Jesús, nos ayude en esta tarea. Que la Eucaristía nos recuerde siempre su entrega hasta la muerte, que es el más claro signo del desprendimiento con que siempre debemos actuar.

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1985, 15


14.

-DIOS ES QUIEN ENVÍA

Esto que ahora sugerimos, no sólo puede discutirse, sino que, queriendo, se puede defender una posición exactamente contraria. Claro está que el riesgo lo corre no tanto quien se presenta, sino quien se ve obligado a juzgar. Ante Amós, ante Juan Bautista, ante Jesús, el que se siente interpelado por su presencia o por su palabra debe optar necesariamente por la aceptación o por el rechazo. Siempre hay división de opiniones. A Jesús, por ejemplo, mientras unos lo consideran un profeta, otros lo tenían por un hombre poseído por el demonio. En principio todo es posible.

J/PROVOCADOR EV/PROVOCACION: Es incuestionable que también hoy, en nuestros días, siguen existiendo hombres que, por su actitud o por sus palabras, nos sacan de nuestra tranquilidad o de nuestros sueños. Todos estas personas tienen un denominador común: son provocadores. Ante ellas es difícil no reaccionar y no tomar partido; se ve obligado a decir su opinión: M. Luther King, H. Cámara... nos han "provocado" a todos.

El inconveniente que todos tenemos en el momento de dar una respuesta es, precisamente, el ser "provocados". A nadie nos gusta ser molestados, ni que nos hagan cambiar de posición cuando no lo esperamos, ni nos habíamos preparado. Tenemos la desagradable sensación de ser atropellados en cosas muy nuestras, personales, que nunca habríamos pensado que alguien se atreviera a tocar. Entonces, en esta confusa situación, la primera reacción, la respuesta más inmediata y espontánea es la de defenderse rechazando al "provocador" y sus ideas. Una pregunta: ¿Y si fuera un profeta?

1. Leamos con atención la 1. lectura y el evangelio de este domingo. Amós es rehusado por la misma autoridad religiosa constituida. Siempre se encuentran razones: es un extranjero, puede estar pagado (¡que se "coma el pan" en su casa!), profana el lugar más sagrado del país... ¡Hay tantas "razones" para tener razón!. La respuesta del profeta, es clara; él no es nadie, es sólo un pastor de ovejas, pero DIOS LO HA ENVIADO.

Jesús, el enviado de Dios, envía él mismo a los demás hombres. No hay nadie que sea importante. Muchos son pescadores sencillos y pobres. Y como hombres sencillos se deben presentar. Hombres sin necesidades creadas. Allá donde vayan encontrarán comida. Si tienen algún poder y autoridad es porque se lo han dado. Pero esta profunda realidad personal no aparece inmediatamente.

En estas condiciones Jesús prevé para ellos la posibilidad que se les cierren las puertas. ¡Es tan fácil y razonable cerrar la puerta a un desconocido! Pero es evidente que corre un riesgo más grande el que cierra la puerta que no el que se queda fuera. Este siempre podrá ir a llamar a otras puertas; quien la cierra no siempre se encontrará con un profeta.

2. El cristiano es llamado y enviado por el Señor. Hay condiciones y situaciones que favorecen nuestro complejo de inferioridad. Normalmente, todos intentan esconder su propia condición o situación. Hoy, en nuestro país, confesarse cristiano, según en qué sitios, cuesta. En Barcelona, hace aproximadamente un mes, con ocasión de las "Jornadas catalanas de la mujer", los representantes de algunas instituciones católicas, por el sólo hecho de serlo, fueron abucheados hasta no poder hablar.

Esto puede ser un indicio para que la comunidad cristiana en bloque y cada cristiano en particular examine hasta qué punto se siente llamado y enviado en medio de nuestra sociedad actual. El desafío -justo o injusto, no entramos en ello- es público y la respuesta deberá ir más lejos de un formalismo aceptado y pacífico.

-Se deberá experimentar el "'ser-cristiano" hasta el punto que la plegaria se convierta en acción de gracias (cf. 2. lectura).

-Se deberá saber reconocer nuestra debilidad, con humildad y sin muchas excusas para justificarnos.

-Pero se deberá continuar "provocando" a todos los que, desde siempre, se creen llenos de razón, teniendo sólo "razones".

-Y todo esto en nombre de Cristo, a quien reconocemos como nuestro único Señor.

ANTÓN RAMÓN SASTRE
MISA DOMINICAL 1976, 14


 

15.

ESCOGIDOS PARA SER ENVIADOS

-Los doce escogidos y enviados (Mc 6, 7-13)

El tema de la elección aparece una y otra vez en estos domingos del tiempo ordinario. En el 4.° Domingo (ciclo A) oímos proclamar cómo Dios ha escogido lo débil (1 Co 1, 26-31); el 11.° Domingo (ciclo A), reaparece el tema de la elección (Mt 9, 36-40; Ex 19, 2-6). Evidentemente, se trata de un tema importante para la Iglesia de los primeros tiempos. Tendremos que referirnos a esos domingos para completar lo que brevemente vamos a explicar.

Volviendo al relato paralelo que ya hemos estudiado, queremos indicar aquí lo que caracteriza a esta proclamación del evangelio de la elección. La primera lectura, como la segunda que, casualmente, coincide con las otras dos, nos hace comprender que se trata ante todo de subrayar la iniciativa divina en la elección: Dios escoge, y escoge desde antes de la creación del mundo a quien quiere, sin tener en cuenta las cualidades que nosotros consideraríamos indispensables.

Lo primero que debemos subrayar es la elección de autoridad y de poderes. Si Jesús enseña como quien goza de autoridad y no como los escribas (Mc 1, 22), no se dice lo mismo de los apóstoles. La Misión y las actividades de los Doce dependen de una transmisión de poder. Lo que hacen lo hacen en nombre de Jesús. Se trata, en estas misiones, de proclamar el evangelio y la conversión. Esta es la verdadera vocación de la Iglesia. Es preciso estar atento a ella, y el Concilio Vaticano II ha sido sensible al hecho de que la Iglesia es, de por sí, siempre misionera; aunque sea estable, sin embargo es siempre itinerante y no debe sobrecargarse de equipaje. Los obispos tienen el cuidado de todas las Iglesias: deben asegurarse de que todas cumplen su misión, de que prediquen la conversión.

-Ve y profetiza a mi pueblo (Am 7, 12-15)

Esta lectura nos hará comprender mejor el porqué de la elección del pasaje del evangelio de hoy. Amós predica en Bethel, donde produce escándalo al denunciar la inmoralidad, la prostitución sagrada y la injusticia social que se practica hasta en el mismísimo culto. Amasías, sacerdote de Bethel, le ordena que se vaya del lugar. Amós habla contra todo lo que ocurre en Bethel. Pero lo que aquí nos interesa más que nada es la respuesta del profeta, que describe sencillamente la experiencia de su vocación. El es un simple pastor que se ocupa de sus tareas habituales y anda siempre "detrás de su rebaño''. Amós no posee ninguna preparación especial para su misión, pero el Señor le toma en mitad de su trabajo. No es profeta, ni hijo de profeta; es pastor y cultivador de sicómoros. Es en estas condiciones como el Señor le llama y le dice: "Ve y profetiza a mi pueblo de Israel".

-Escogidos antes de la creación del mundo (Ef 1, 3-14)

Esta carta de San Pablo no entra directamente en el tema de las otras dos lecturas y, sin embargo, se inscribe de cierta manera en una línea idéntica. "Hemos sido escogidos antes de la creación del mundo para ser sus hijos en la persona de Cristo". "Dios nos ha destinado de antemano a ser su pueblo".

La carta comienza con un himno, cuyo tema central recuerda que hemos sido bendecidos en la persona de Cristo con toda clase de bienes.

Estamos, pues, predestinados gratuitamente, sin ningún mérito de nuestra parte (Cf. 1 Co 1, 27-29). Esta elección ha sido hecha por Dios para gloria suya. El nos desvela el misterio de su voluntad. Nosotros entramos en el conocimiento del plan de salvación de Dios. El "misterio", para San Pablo, está en oposición a lo que nosotros estamos acostumbrados a entender en nuestro lenguaje actual por la palabra "misterio", que para nosotros significa lo que está oculto y es incomprensible. Para él, por el contrario, la palabra "misterio" significa revelación del plan de Dios; un plan que es eterno y que ha permanecido oculto, pero que ha sido revelado en Cristo y manifestado a los hombres que lo experimentan. Este misterio del plan de Dios es la recapitulación: restaurar el mundo que había creado en la unidad e integrarlo en una unidad aún mayor, reuniendo todas las cosas bajo un solo jefe: Cristo.

La lección de este domingo es clara. El apóstol es escogido; nosotros somos escogidos. Y esta elección es una manifestación de la benevolencia de Dios. El nos escoge para su gloria y nos predestina a ser sus hijos. Pero nos escoge para la gran misión que El ha iniciado y que consiste en reunir el mundo bajo un solo jefe, que es Cristo. Anunciar el evangelio es anunciar el Reino, es decir, la recapitulación del mundo bajo un solo jefe, Jesús, para la gloria del Padre. Nadie es digno de realizar esta obra, sino que es Dios quien escoge a los que El quiere; y los escoge tal como son, en medio de su trabajo, independientemente de la preparación que posean. Esto no significa en absoluto que haya que desaprovechar las posibilidades de formación teológica y humana de quienes se sienten llamados; lo que nos indica es que la elección de Dios se concreta allí donde El lo ha decidido. Nuestros juicios sobre las personas que han sido llamadas deben, pues, ser prudentes; precisan una gran perspicacia espiritual.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 6
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 9-21
SAL TERRAE SANTANDER 1979.Pág. 92-96


16.

SIN APOYO SOCIAL
ni pan ni alforja

¿Cómo podría la Iglesia recuperar su prestigio social y ejercer de nuevo aquella influencia que tuvo en nuestra sociedad hace solamente algunos años? Sin confesarlo, quizás, en voz alta, son bastante los que añoran aquellos tiempos en que la Iglesia podía anunciar su mensaje desde unas plataformas privilegiadas que contaban con el apoyo del poder político.

¿No hemos de luchar por recuperar otra vez esas plataformas perdidas que nos permitan hacer «una propaganda» religiosa y moral, eficaz, capaz de superar otras ideologías y corrientes de opinión que se van imponiendo entre nosotros?

¿No hemos de trabajar más la formación sólida de los cristianos para que, bien equipados en la doctrina cristiana, puedan transmitirla de manera persuasiva y convincente, atrayendo de nuevo a las gentes hacia la verdad?

¿No hemos de desarrollar unas estructuras religiosas más fuertes, perfeccionar nuestros organismos pastorales y hacer de la Iglesia una «empresa más competitiva y rentable»? Sin duda, en el fondo de esta inquietud hay una voluntad sincera de llevar el evangelio de Jesucristo a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, pero ¿es ése el camino a seguir?

Las palabras de Jesús, al enviar a sus discípulos sin pan ni alforja, sin dinero ni túnica de repuesto, insisten más bien en «caminar» pobremente, con libertad, ligereza y disponibilidad total.

Lo importante no es un equipamiento que nos dé seguridad sino la fuerza misma del evangelio vivido con sinceridad, pues el evangelio penetra en la sociedad no tanto a través de medios eficaces de propaganda, cuanto por medio de testigos que viven fielmente el seguimiento a Jesucristo.

Necesitamos cristianos bien formados doctrinalmente, pero necesitamos, mucho más, testigos vivos del evangelio. Son necesarias en la Iglesia la organización y las estructuras, pero sólo para sostener la vida evangélica de los creyentes.

Una Iglesia cargada de excesivo equipaje corre el riesgo de hacerse sedentaria y conservadora. A la larga se preocupará más de abastecerse a sí misma que de caminar libremente en el evangelio.

Una Iglesia más desguarnecida, más desprovista de privilegios y más empobrecida de poder socio-político, es una Iglesia más libre y más capaz de ofrecer el evangelio en su verdadera pureza.

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985. Pág. 209 s.


17. CR/ELEGIDO

1. Llamados en Cristo

La Palabra de Dios nos induce hoy a reflexionar sobre un tema de capital importancia para quienes nos decimos cristianos o creyentes: al igual que los doce apóstoles, también nosotros fuimos elegidos por el amor de Dios en Cristo para ser sus hijos, testigos de la fe y mensajeros de la salvación. Dios se ha tomado muy en serio nuestra elección a la fe cristiana. Que esta reflexión sea para nosotros una toma de conciencia de esta seriedad.

Quién nos elige

Vamos a partir de la primera lectura. Cuando el profeta Amós es expulsado de la ciudad de Betel porque decía cosas desagradables a los habitantes del reino de Israel, Amós responde: Si estoy aquí no es porque yo me quise meter, ya que soy un simple pastor. Lo que sucede es que «el Señor me sacó de junto al rebaño y me dijo: Ve y profetiza a mi pueblo de Israel». Por lo tanto, nadie puede elegirse a sí mismo como profeta. Es Dios quien sale a nuestro encuentro; la iniciativa es suya.

El evangelista Marcos no es menos claro. Hoy nos dice que «Jesús llamó a los doce», y páginas antes lo había expresado con cruda sinceridad al decir: «Jesús subió a un monte y llamó a los que quiso, y se le acercaron» (3,13). Nos llama la atención la expresión: «Llamó a los que quiso», como si dijéramos: a los que a él le dio la gana. Muchos aspiraban a ser apóstoles y estar cerca del Maestro. Pero nadie pudo elegirlo. El llamó a uno y desechó al otro.

Pero no pensemos que fue una llamada arbitraria, fruto de un gesto autoritario y dominante. Por si nos quedaran dudas, la Carta de Pablo a los Efesios se encarga de aclararlo y repetirlo, haciéndonos descubrir, al mismo tiempo, que si somos cristianos, también la fe es fruto de esa llamada.

Así dice Pablo: «Bendito sea Dios que nos ha elegido antes de la creación del mundo... En su amor nos eligió para ser sus hijos en Jesucristo.» Es el amor de Dios el que nos elige. Un amor gratuito, ya que viene de antes de la creación del mundo, antes de que nadie de nosotros mereciera un mínimo gesto de amor.

El amor de Dios nos llamó a la existencia y a la vida; y no a cualquier vida, sino a la de hijos y herederos. Por eso llamamos a Dios «Padre». Padre y madre, porque del seno de la nada nos llamó a la totalidad de la vida. Marcos insiste en que Jesús llamó a los doce. A ese acto libre y gratuito de Dios lo llamamos «vocación», palabra que significa precisamente «llamada».

A menudo entendemos esta palabra en un sentido muy parcial, al referirla solamente a la vocación sacerdotal o religiosa, como si solamente en esas dos situaciones se dejara oír la llamada de Dios. Pero, cuán mezquinos somos en este esquema, pues desde siempre fuimos llamados a ser hombres, a ser personas, a participar de la vida de Dios, a ser discípulos de Cristo. Nadie, ninguno de nosotros está aquí por casualidad. No existe la casualidad en la historia del hombre. Esto es lo que recuerda Pablo para que asumamos todo el sentido de nuestra existencia. Estamos aquí porque alguien nos llamó y nos llamó para algo. Nadie está de más o fuera de lugar. Cada uno de nosotros tiene su propio lugar en esta gran historia. A cada uno el Señor le dijo: Ven conmigo, ponte allí, trabaja en esto. Pero hay algo más en esta llamada. Pablo insiste en lo siguiente: «En Cristo» fuimos elegidos, en él fuimos destinados a la herencia divina, en él fuimos redimidos, en él se nos dio el sello del Espíritu. Si Pablo insiste en esta expresión: «en él», es porque quiere que sepamos descubrir que Cristo es el criterio fundamental, a través del cual debemos repensar nuestra historia y nuestra vida.

Una cosa, diría Pablo, es que miremos la vida, lo que nos sucede, nuestra profesión, etc., como si Cristo no existiera, y otra muy distinta es verlo desde Cristo. Ese Cristo que es el centro de nuestra fe y de la historia, el modo que tiene Dios de encarar la vida humana. Somos hombres, somos hijos, somos llamados a la vida de Dios, pero según el modo de Cristo. Hay otros modos. El nuestro es «cristiano», según la medida de Cristo. Resumiendo: Dios nos llamó y nos eligió, pero lo hizo conforme a un modelo, a un esquema, a una forma especial de encarar las cosas. Ese modelo y esquema es Cristo. Jesucristo es el primer elegido por el Padre; es el Hijo por excelencia, su apóstol o enviado por antonomasia. Nosotros participamos de su elección, de su filiación, de su herencia y de su Espíritu.

2. Las exigencias de la llamada de Cristo

Las exigencias del llamamiento que nos hace Dios en Cristo, las desarrolla Marcos en los consejos que Jesús les da a los doce elegidos. "Les encargó", dice Marcos..., es decir, les exige como condición absoluta que lleven lo estrictamente necesario para vivir: un bastón, un par de sandalias, un vestido. Alimento no tienen por qué llevar, ya que en cada pueblo habrá alguien que les dé un pedazo de pan. Si en algún lugar no tienen esa suerte, que se dirijan a otro pueblo.

Como podemos observar, este pequeño reglamento del discípulo de Jesús se resume en una sola idea: vivid en la más total pobreza de vosotros mismos, porque si Dios os ha elegido, El se encargará de vuestras vidas. Fuisteis elegidos por el Amor, y si el Amor os llamó, ¿cómo pensar que ese mismo Amor no os ha de cuidar? Comprendo que a todos nos parece un poco exagerado este reglamento, pero, como tantos dichos de la sabiduría oriental, al exagerar las notas pone muy al descubierto el mensaje central. Lo que se nos pide es total confianza y entrega a Dios. Si no estamos aquí por casualidad sino respondiendo al «beneplácito de la voluntad de Dios», como dice Pablo, apoyémonos en esa voluntad, digámosle Sí con todas las fuerzas; no pretendamos reformar sus designios y sus criterios.

Los apóstoles fueron enviados para llevar la Buena Noticia de Jesús. Esa era su riqueza, a eso sí debían aferrarse. Si eran mensajeros o «embajadores» -que eso significa la palabra «apóstoles»-, debían poner de manifiesto el pensamiento y el modo de ser de Cristo, soslayando sus propios criterios y modos de ser y pensar. He aquí el sentido de la pobreza que se les exige.

Que no se coloquen la túnica de Cristo encima de la propia, sino que se desnuden de la propia para revestirse de Cristo, calzarse con Cristo y apoyarse en Cristo. El embajador representa a su rey; el discípulo a Cristo. Quien ve al discípulo, debe poder ver a Cristo. Quien nos ve a nosotros, cristianos, debe encontrarse con la imagen más aproximada de Cristo. Esta es nuestra gran responsabilidad. Como vemos, cuando Dios nos llama en Cristo, nos transforma también en él. Nos identificamos con Cristo.

Por tanto, no se trata de una llamada pasiva, como cuando le decimos a alguien: «Ven aquí.» El individuo puede venir, pero está delante de nosotros sin identificarse con nosotros. En cambio, cuando Jesús nos llama, nos hace mover de ese lugar interior que es nuestro propio ego. Nos saca y mueve de nosotros mismos, nos desprende de nuestro modo de pensar y de vivir para que nos revistamos con el Hombre Nuevo. Bien lo presiente Pablo cuando afirma que Dios nos llamó «para ser santos e irreprochables en su presencia..., para comportarnos como hijos..., para vivir conforme a la sabiduría divina».

Nuestra vocación cristiana nos separa, no tanto de las demás personas, cuanto de nosotros mismos. Hace un corte en nuestra vida o nos obliga a dar un paso hacia adelante. A eso los antiguos lo llamaban "santidad", palabra que significa precisamente: sentirse separado, distinto, sentirse otro. El santo es aquella persona que toma en serio la llamada de Dios; que abandona su yo para identificarse con el yo de Cristo. No solamente anuncia con palabras el Evangelio, sino que lo manifiesta en su misma vida. Es un apóstol: el que representa a Jesús ante las gentes; el que pone de relieve ante el mundo quién es Jesús y cómo es Jesús.

En síntesis: si confiamos en el amor de Dios que nos llama, abandonémonos en sus manos; desprendámonos de nosotros mismos. Vistámonos de Cristo y apoyémonos en él, nuestro bastón. Que la santidad de nuestra vida sea el signo de que hemos aceptado su llamada.

3. Para qué fuimos llamados

Marcos, con pocas palabras, sintetiza así la misión de los Doce:

--predicar, exhortando a la conversión;

--expulsar a los demonios;

--curar a los enfermos.

Como vemos, se trata de la misma misión de Jesús, quien no solamente trae una palabra que exige el cambio de vida, sino que también hace presentes los signos de que el Reino de Dios ya es una realidad en medio de los hombres. Dos son los signos que más llaman la atención de Marcos: el demonio es vencido en su mismo territorio fuerte, el corazón de los hombres. Y el mal es destruido allí donde se hizo carne: el cuerpo humano. Jesús es leal con los apóstoles: si es cierto que les exige total pobreza de sí mismos, también es cierto que les entrega, como dice Marcos, su propio poder. Con ese poder podrán enfrentarse al mal que se ha enseñoreado del corazón humano. Y les da autoridad para exigir el cambio de vida. No van a repetir una doctrina tradicional; van para iniciar un movimiento de renovación y para cambiar la estructura de la sociedad humana.

Posiblemente, hoy, eso de expulsar espíritus impuros y curar enfermos ungiéndolos con aceite no signifique mucho para nosotros. Pero si la letra del texto responde a una época y a un esquema cultural, su espíritu tiene hoy plena vigencia: estamos llamados para luchar contra el mal, tenga el nombre que tenga y esté donde esté. Hoy no nos detendremos en desarrollar este punto que ya fue y será objeto de otras reflexiones. Quedémonos solamente con la idea central: Se nos llamó no sólo como personas o seres individuales, sino también como miembros de una comunidad y para servicio de toda la comunidad.

Nuestra vocación tiene, pues, una característica social y comunitaria. Quien acepte la llamada de Cristo, se trasciende a sí mismo y encuentra sentido a una vida que se brinda al servicio de la Historia de la Salvación humana. Se nos llama no para separarnos y aislarnos del mundo, sino para insertarnos con más intensidad en el mundo, sabiendo para qué estamos en el mundo y qué podemos brindarle.

Concluyendo... Dios nos llamó en Cristo. He ahí la síntesis de nuestra historia. He ahí la respuesta de por qué estamos aquí. Desde Cristo cobra sentido nuestro nacimiento, nuestro bautismo, nuestra inserción en este país, nuestro compromiso con esta comunidad. Fuimos engendrados en el Amor. Depositemos nuestra confianza en ese Amor que nos hace hijos, pueblo, herencia, testigos y apóstoles.

SANTOS BENETTI
EL PROYECTO CRISTIANO. Ciclo B. 3º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1978.Págs. 122 ss.


 

18.

1. Llamados y equipados.

Jesús llama a los doce en el evangelio sin ninguna explicación. ¿Por qué precisamente a éstos y no a otros? Nada se dice al respecto. No se distinguen por su virtud, por una habilidad especial o por sus cualidades oratorias. Si les falta algo necesario para el cumplimiento de su misión, se les dará después. Les falta ciertamente lo que se les da cuando son enviados: la facultad para proclamar el reino de Dios, y esto con el poder de arrojar espíritus inmundos, algo que sólo es posible si se posee el Espíritu Santo, que al difundirse reduce el radio de acción del espíritu maligno. Como han recibido estos dones de Jesús, se les exige no mezclarlos con los propios instrumentos de trabajo y de propaganda. Por eso se les dice que no deben llevar ni alforja, ni pan, ni dinero, ni una túnica de repuesto; ni siquiera deben buscar un alojamiento más cómodo. Se les encarga predicar la conversión, y no se les promete el éxito. El éxito no importa: si no se les escucha, deben marcharse e intentarlo en otra parte. Al final se indica simplemente que los doce salieron a predicar y obtuvieron cierto éxito. El evangelio desnudo (sine glossa) es lo más convincente.

2. Llamados y rechazados.

Lo que la primera lectura dice a propósito de Amós, es característico de todo enviado de Dios. «Si en un lugar no os reciben», dice Jesús en el evangelio. Amós no es recibido, sino expulsado del país por el poder oficial. Pero él insiste y dice que «no es profeta ni hijo de profeta». Se trata de una vocación comparable a la de los pescadores de Galilea. Ni Amós ni los doce han deseado o elegido para sí esta misión, simplemente han sido llamados por Dios: «Ve y profetiza a mi pueblo». Se trata aquí de una vocación en sentido original y radical, una vocación en la que el hombre no piensa si debe o no, si puede o no (por ejemplo hacerse sacerdote o entrar en religión). Dios le empuja; si no se resiste, lo notará. Poco importa aquí que Amós abandone el país y se marche de Samaría a Judea, o que los apóstoles digan ante el sanedrín que «hay que obedecer a Dios antes que a los hombres». Continuar el camino, tal y como Jesús recomienda en el evangelio, también puede consistir a veces simplemente en seguir haciendo lo que se está haciendo.

3. Destinados de antemano.

El gran comienzo de la carta a los Efesios (segunda lectura) inserta a los elegidos de Dios en el plan divino de salvación, que es universal e intemporal: lo que yo soy y debo ser ha sido determinado desde la eternidad, antes de la creación del mundo; yo no soy llamado ni solamente en el tiempo ni como un individuo aislado, sino que estoy integrado como desde siempre en un proyecto universal predestinado que consiste en la encarnación de Cristo y en la glorificación de la gracia del amor del Padre, en la marca del Espíritu Santo. Nadie es una isla, cada uno de nosotros sólo es comprensible dentro de un paisaje inabarcable en el que todo irradia «alabanza de la gloria del Señor».

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 179 s.


 

19. «NADA POR AQUÍ, NADA POR ALLÁ»

«Jesús fue enviando a los doce de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Y les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más. Ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja, ni una túnica de repuesto».

Así. Esos son los poderes con que nos soñó el Señor. «Nada por aquí, nada por allá». Dispuestos para lo más grande, pero desprovistos hasta de lo más pequeño. Como esos malabaristas del circo que -lo repetido, «nada en la derecha, nada en la izquierda»- sin embargo son capaces de sacar palomas imposibles de su chistera. Esa fue igualmente la suerte de los profetas del A. T. Eso parece reconocer Amós en la primera lectura de hoy: «No soy más que un pastor y cultivador de higos». ¡Poca cosa, vive Dios!

Y, sin embargo, el ser llamado para «implantar su Reino en la tierra» no es una aventura de circo, algo efímero con la finalidad exclusiva de divertir. Al contrario, es el quehacer más importante en el que el hombre se puede emplear, la tarea más seria, dignificante y hermosa que un ser humano puede desarrollar. ¡Colaboradores de Dios y bienhechores de la Humanidad!

Por eso nuestra humana razón tiende a pensar de otra manera y a proveerse de unos medios más convincentes: Si hemos de ser sembradores del Reino de Dios -embajadores de Cristo, como nos llamaba Pablo-, lo lógico parece ser que «llenemos nuestras alforjas» de todos los saberes y poderes necesarios. No parece prudente lanzarse al camino «ligeros de equipaje». Siempre habrá más garantías de éxito con una preparación intelectual consistente, capaz de argumentar a los más ignorantes.

Es más. Creo que en ese sentido hemos caminado. El sacerdote, el catequista, el educador cristiano, cada día más, ven la necesidad de asumir todos los avances del saber con las mil variantes de la pedagogía. Los padres, lo mismo. Cada vez comprenden mejor la urgencia de recibir una «catequesis de padres» para promocionarse ellos mismos mientras ejercen su tarea educadora. Y la Iglesia, en fin, siempre ha estado muy contenta de contar en sus filas con grandes «doctores» y «místicos», de poseer acreditadas universidades y de no haber renunciado nunca a vivir inmersa en la más actualizada cultura.

¿Quiere esto decir que la Iglesia de Jesús ha olvidado la recomendación del Evangelio de hoy: «no llevéis nada en las alforjas. Sólo un bastón para el camino»? No, amigos. Fue el mismo Jesús quien nos urgió a cultivar «los cinco talentos», lo «dos talentos» y hasta «el único talento». Todos los años, cuando comenzamos el curso de los colegios católicos, procuramos glosar muy bien para nuestros alumnos esa parábola de «los talentos», convencidos de que ése es el papel de los cristianos de hoy: «llenarse de humana y cristiana sabiduría».

Pero no para usarla «a título personal» y con «mérito propio». Sino con auténtico sentido de «colaboradores de Cristo». Siguiendo el ejemplo de aquel gran sabio que fue San Pablo cuando decía: «ni el que siembra es algo, ni el que riega, sino Dios que da el incremento». O aquella magnífica confesión suya: «Cuando yo vine a vosotros, no lo hice con palabras de humana sabiduría...».

Volviendo al principio: «nada en esta mano, nada en esta obra». o mejor: «Todo en esta mano, todo en esta otra». Porque, en definitiva fue el mismo Jesús el que prometió: «Cuando os persigan y os lleven a los tribunales no os preocupéis por lo que vais a decir. Porque yo mismo pondré palabras en vuestra boca...».

ELVIRA-1.Págs. 165 s.


20.

Frase evangélica: «Salieron a predicar la conversión»

Tema de predicación: EL EJERCICIO MISIONERO

1. Al enviar a sus discípulos en misión, Jesús los envía: 1) «de dos en dos», para que se ayuden, para que no se desvíe el evangelio y para que testimonien válidamente, es decir, en grupo o en comunidad; 2) con «autoridad», es decir, en función de la fuerza de Dios, no desde la opinión personal o desde el poder de las instituciones, puesto que son embajadores de Cristo; 3) con poder sobre «los espíritus inmundos», que hoy equivaldrían a las dominaciones y sometimientos deshumanizantes. El Evangelio o la gran noticia que se proclama no consiste en interpretar el mundo, sino en transformarlo: es liberación y desalienación. La misión tiene por fundamento e institución a Jesús, y como actitudes evangélicas la disponibilidad, la pobreza y la libertad. nada de falsas seguridades.

2. La misión de la Iglesia y de los cristianos, a tenor de las consignas de Jesús, debe llevarse a cabo sin triunfalismos, con lo justamente necesario. En suma: 1) para que la misión no se convierta en proselitismo, debe respetar totalmente la libertad humana y religiosa de toda persona o pueblo; 2) para que no degenere en repetición vacía de contenido, debe huir del acomodamiento burgués o de la instalación, que es lo que ocurre cuando el misionero cede a la tentación de la comodidad o la vanidad; 3) para que sea misión eficaz, debe ser ejercida coordinadamente, no al modo de los «francotiradores», puesto que los evangelizadores están asociados a la persona y la obra del Maestro y forman parte de una Iglesia en estado de comunidad.

3. Los contenidos de la misión del evangelio pueden ser hoy actualizados así: 1) conversión de personas, instituciones y estructuras en la dirección del evangelio de Jesús; sin cambio profundo no adviene el reino; 2) señales que atestigüen este cambio, entre las que cabe citar, además de la liberación de lo demoníaco o lo diabólico -es decir, el rechazo del dominio del hombre sobre el hombre-, la injusticia, la mentira, la tortura y la muerte, así como la curación de cuerpos y espíritus: erradicación del hambre y de las epidemias mortales, aumento para todos de calidad de vida. En definitiva, lo importante no es lo que tenemos, sino lo que llevamos, a saber, una misión con medios pobres (pero profundamente enriquecedora) y vitalmente gozosa (aunque aparentemente dura).

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Participamos de algún modo en la misión cristiana?

¿Qué dificultades encontramos hoy a la hora de evangelizar?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITÚRGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 217 s.


 

21. Sobre la segunda lectura: «...PARA ALABANZA DE SU GLORIA»

La introducción de la Carta a los efesios nos permite rastrear el entusiasmo de los nuevos convertidos para los cuales el ser cristianos es un regalo inesperado, una bendición y una riqueza que proceden de Dios. El advertir esto es algo muy saludable para nosotros, que vivimos nuestro cristianismo casi con el ceño fruncido y con una conciencia angustiada por los problemas, de forma que nosotros casi nos sentimos culpables cuando alguna vez nos ponemos alegres. ¡Eso sería triunfalismo! En lo más profundo, la alegría de esta lectura depende de que el apóstol se atreve a penetrar con su mirada en el centro y el meollo de lo cristiano: el Dios trino y su eterno amor. El que sólo rumia las verdades iniciales de lo cristiano y no mira despacio y con calma al núcleo del ser del cristiano, siempre se verá absorbido por el desgarramiento propio de la reflexión. Pero debemos aprender a hablar de lo que es propio de la fe, aun cuando se nos presenten tantas preguntas acerca de lo cristiano. Así, finalmente, la lógica y la belleza del conjunto, que irradien del núcleo, superarán las necesidades y fallos del principio.

CR/FUNDAMENTO: En sustancia, se trata sobre todo en nuestro texto de comunicar conocimientos sobre el fundamento y la meta del ser-cristiano. El fundamento no es nuestra propia acción, sino el amor de Dios, que nos buscó desde toda la eternidad. El judaísmo conocía la concepción de la preexistencia del Mesías, de la ley del pueblo de Dios. El apóstol nos dice aquí: todo esto es verdad en un sentido muy profundo e intimo. En el pensamiento de Dios, estamos eternamente allí, porque pertenecemos a su Hijo. Así nosotros tenemos parte en su eternidad, en su preexistencia sobre todas las cosas de este mundo. Al mismo tiempo, siempre estamos en él. Dios nos ve en él con sus ojos. Lo que significa tal afirmación, podemos considerarlo de nuevo en una época de tedio por lo humano, en la que el hombre es presentado como un mono desnudo, como una rata alevosa, y al que se califica como el único destructor de la naturaleza de forma que se ve aquejado por el temor de ser hombre y el odio del hombre contra el hombre en si y en los demás.

El que sabe que es contemplado con los ojos del Hijo, se encuentra en un sentido que es más fuerte que ese temor. Su «de dónde» se convierte en la respuesta a la apremiante pregunta sobre el «para qué» y «hacia dónde». La Carta a los efesios lo describe en una concatenación o serie de cuatro conceptos, todos los cuales se hallan estrechamente relacionados entre si. Habla de una herencia, esto es, de que todo habrá de pertenecer a todos, de que el mundo nos pertenece. Habla de la recapitulación del todo, del cielo y de la tierra, es decir, de la eliminación de las oposiciones, contrastes y alienaciones, de la unidad indivisible en la cual todos y todo coinciden. Esta es la solución. ¿Pero cómo? La Carta habla -y esto tres veces, a la manera de un estribillo que lo concreta todo- de que nosotros estamos aquí «para alabanza de su gloria»: este es el camino. Donde el hombre se aventura a olvidarse a si mismo, y vuelve su rostro al Creador, se sigue lo otro: la herencia, la unidad: la redención. ¿No es Francisco de Asís el ejemplo más aleccionador acerca de la verdad de esta afirmación, al parecer tan simple? Donde no se alaba a Dios, todo lo demás fracasa. Pues bien, si nosotros empezamos nuevamente a dirigir hacia él nuestro rostro y nuestra mirada, y comenzamos a liberarnos del aferramiento a nosotros mismos, puede solucionarse nuestro embrollo y aflorar la redención.

JOSEPH RATZINGER
EL ROSTRO DE DIOS
SÍGUEME. SALAMANCA-1983.Págs. 94-95


 

22.

Jesús, en el evangelio de hoy, se parece al padre de familia que tiene hijos, pero no los tiene para sí, sino para enviarlos y así, ellos mismos se abran camino.

-La parroquia debe ser misionera

Jesús envía a sus discípulos: este envío no es todavía el definitivo. Después de la Resurrección habrá un envío definitivo. La palabra envío en latín es "missio", y de ésta deriva la expresión misión aplicada a la Iglesia; la misión es la acción de salir al exterior, de ir más allá de los propios límites.

La Iglesia debe ser misionera, esto es, se ha de esforzar para que aquello que ella conserva como un gran tesoro, la Buena Nueva de Jesucristo, ilumine también a los que todavía no la conocen.

La parroquia debe ser también misionera. Si tuviéramos en nuestra parroquia un buen Consejo pastoral, una economía parroquial suficiente, una catequesis bien organizada... pero no miráramos hacia afuera, nuestra parroquia no sería como Jesús la quiere. Cierto: hemos de tener buenos Consejos, hemos de celebrarla misa con dignidad, hemos de tener una economía digna y solidaria, hemos de mirar que la calefacción funcione... y tantas y tantas otras cosas y cosillas. Pero al mismo tiempo hemos de anunciar la Buena Noticia de Jesucristo a los que todavía no la conocen plenamente.

Por ejemplo: un matrimonio de la parroquia acoge a una pareja que acude para casarse en la Iglesia. Si este matrimonio sabe transmitirles con gracia que para ellos el haber conocido a Jesús ha sido una gran suerte, están anunciando el evangelio. Han hecho una acción misionera. La parroquia se ha de ocupar de los jóvenes que parece se han alejado de la fe, y lo ha de hacer con respeto a la libertad pero consciente de que para los mismos jóvenes es algo muy importante el conocer a Jesús. Un párroco ya anciano explicaba que a su iglesia no acuden los jóvenes, pero que él siempre prepara su homilía teniéndolos en cuenta, para que si un día a algún joven se le ocurriera aparecer por allí pudiera sentirse interesado por la Palabra.

También nosotros nos vemos a menudo frente a masas de gente que acuden a la iglesia con ocasión, por ejemplo, de un funeral. Entre ellos los hay de todas las ideologías y maneras de pensar. Hemos de vigilar para no decir cosas que puedan resultar contraproducentes, procurando fomentarla esperanza en momentos en que la gente está afligida. Cuando llegan las primeras comuniones nuestras comunidades debieran alegrarse al ver tantas caras nuevas, y hacer un esfuerzo para acogerlas bien. Son pequeñas formas de que nuestra parroquia sea misionera, abierta.

Un cristiano que dedica horas de su vida al bien común, a la junta d epadres, al municipio, al sindicato... buscando con sinceridad el bien común, luchando contra el individualismo, contra el egoismo... el tal cristiano está en el camino misionero. En la vida cotidiana es donde ha de resonar el evangelio.

-No se trata de una profesión

Y, para acabar, una doble anotación sobre la misión.

Hay una idea que se repite hoy en la primera y en la tercera lectura. El anuncio del evangelio de Jesús no constituye un oficio. No se identifica con una profesión como otra, tal como muy bien lo expresaba hoy el profeta Amós. Observándose a uno mismo, uno se percata de cuán fácil es dejar de ser profeta para convertirse en un administrador, pasar de ser alguien que anuncia la Palabra de Jesús ?¡tantas veces incómoda de escuchafl? a ser simplemente un buen vecino que huye de cualquier complicación.

Y esta sería la segunda advertencia extraída del evangelio de hoy: El Evangelio se ha de ofrecer gratuitamente. De ahí que hemos de evitar toda sospecha de que nuestro interés es el dinero. En esto todos hemos mejorado mucho. El Concilio Vaticano II fue muy claro. Hizo suyas las palabras de Jesús en el evangelio de Mateo (10,8): "Lo que recibisteis gratis, dadlo gratis". Si nuestras parroquias y comunidades tienen problemas económicos (que a menudo los tienen) se ha de evitar al máximo que esto interfiera con los servicios religiosos sacramentales. Más cuando muchas veces nuestras celebraciones más masivas pueden ser una buena ocasión para la misión.

Jescucristo se nos da hoy de nuevo, con todo su amor, en la Eucaristía. Que nuestra vida sea siempre testimonio de ese amor.

FREDERIC RÁFOLS
MISA DOMINICAL 2000, 9, 17-18