28 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XV DEL TIEMPO ORDINARIO
1-7


1. PARABOLA/FINALIDAD:

Todos sabemos que una de las características de la predicación de JC es la de utilizar PARÁBOLAS. Lo que quizá ya nos cuesta más es captar su IMPORTANCIA. No quiero insinuar que no comprendamos su sentido: sabemos -casi de memoria- esta que hoy hemos escuchado y las que escucharemos en los próximos domingos. Pero lo que a menudo no captamos es la importancia de su sentido. Lo importante es la PROFUNDIDAD de sentidos que tienen.

Hoy y en los próximos domingos podríamos dedicar nuestro comentario a un intento de adentrarnos en esto que JC denomina "los secretos del Reino".

-El porqué de las parábolas

Y en primer lugar, creo que vale la pena detenernos en lo que podríamos bautizar como el MISTERIO DE LAS PARÁBOLAS. Porque por una parte uno diría que es un modo de hablar que J busca para ser comprendido, UN MODO SENCILLO, popular. Casi como quien explica cuentos para niños. Es significativo que JC a menudo no necesita añadir ninguna explicación sobre su sentido (incluso hay comentaristas de los evangelios que piensan que JC nunca explicaba el sentido de las parábolas: las explicaciones -como la que hoy hemos leído- habrían sido añadidas por los evangelistas para las primeras comunidades cristianas).

Pero, por otra parte, los evangelios nos hablan repetidamente de las parábolas como de un modo de enseñar de JC que TAN SOLO ALGUNOS COMPRENDEN. Incluso a veces parece como si JC lo hiciera ex-profeso para ser entendido sólo por aquellos que quieran entender. A los demás -hemos escuchado hoy- "les habló en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender" ¿Cuál es este misterio de un modo de hablar sencillo y popular que no es comprendido sino por algunos? Ningún maestro explica para no ser comprendido. ¿Por que JC habla así? La respuesta creo que es la siguiente: no es que JC lo haga ex profeso para no ser comprendido, ni es que las parábolas en sí mismas no se entiendan; lo que sucede es que tratan de AQUELLOS ASPECTOS MAS IMPORTANTES, más íntimos, más decisivos para la vida del hombre y esto siempre cuesta de entender. CUESTA porque los hombre solemos ser superficiales, cuesta porque los hombres solemos cerrarnos a lo más importante, cuesta porque los hombres solemos ahogar este sentido más íntimo de nuestra vida.

-Acoger la semilla en lo más hondo

Esto es precisamente lo que nos dice esta parábola de la SEMILLA Y LA TIERRA. El problema no es que la semilla no llegue a todos (Dios la siembra en todos: no hay selectividad ni favoritismos).

El problema no es tampoco que la semilla no tenga vitalidad para dar fruto. Ni es tampoco que dependa de lo que nosotros hagamos, como si el fruto lo diéramos nosotros (la tierra): no, el fruto nace de la semilla. ¿Dónde radica el problema? EN EL MODO COMO la semilla penetra y fecunda en la tierra.

La cuestión está, por tanto, en la ACOGIDA que recibe la semilla. La cuestión está en la primacía, en el valor de cosa absoluta, de radical incondicionalidad con la que nos ABRIMOS a la semilla. La semilla ya hará su trabajo; el nuestro es sobre todo el de dejar que esta semilla entre en lo más profundo, en lo más hondo de nuestra vida.

Y esto que PARECE TAN SENCILLO es, hermanos, lo que más cuesta. Dejamos la semilla en la superficie de nuestra vida; o no le damos su valor (como si fuera un aspecto más de nuestra vida, junto a tantos otros que nos preocupan más); o aunque algo en nosotros nos diga que es lo más importante, queda ahogado porque no somos suficientemente valientes, suficientemente sinceros, para arrancar de nosotros aquello que ahogará la semilla.

-¿Qué es la semilla? Antes de terminar quisiera aún decir algo sobre qué es la semilla. Evidentemente, es la Palabra de Dios, la Palabra de JC, el Evangelio. Pero no reduzcamos esta Palabra de Dios -este Evangelio de Dios- a un libro, a unas palabras que decimos en la misa. Este es el criterio, la luz, la guía. Pero la Palabra de Dios es más.

Porque si no fuera más, Dios sería algo lejano, perdido en tiempos antiguos, no sembraría en cada uno de nosotros. Y en realidad Dios siembra siempre, porque semilla suya es TODO LO QUE HAY DE DIOS EN NUESTRA VIDA. Quizá sea una palabra de un amigo, es ciertamente el amor de quien nos quiere, es el ejemplo de tantos hermanos, es todo lo que hay de bueno, de justo, de amor, de verdad... TODO. Un todo que se ha manifestado máximamente en la palabra de JC y más aún en el mismo JC, pero que llega a nosotros de mil modos. Esta es la omnipotencia de Dios: que siempre siembra en nosotros su semilla para que dé fruto.

La gran cuestión para nosotros es cómo acogemos esta semilla. Porque sólo acogiendo sinceramente, en lo más hondo de nuestra vida, esta semilla, el REINO DE DIOS crecerá en nosotros y en la humanidad.

J. GOMIS
MISA DOMINICAL 1981/03


2. SIMBOLOS/RD 

Durante tres domingos leeremos el capítulo 13 de Mateo, dedicado a las parábolas del Reino. Jesús nos habla del reinado salvador de Dios. Y, consecuente con el designio del Padre de revelar todo esto a los sencillos habla de ello en parábolas.

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Los estudios lingüísticos nos dan a conocer las excelencias del lenguaje simbólico y narrativo. Sólo a través de símbolos podemos hablar de las realidades más profundas: en las parábolas se ve como a la mirada de Jesús todo tiene un poder referencial que le remite al designio salvador de Dios. Y el lenguaje narrativo es especialmente eficaz y abierto y sugerente. Todos pueden sacar algo de él según su medida; así se convierte en realidad aquello que dice Jesús: "Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver". Este lenguaje narrativo de Jesús debiera estar más presente en nuestra predicación.

-La gran tentación PD/EFICACIA La gran dificultad para un cristiano es creer en la eficacia de la Palabra Dei, en la fidelidad de sus promesas. Creer en la realización incontenible del Reino, de la salvación de Dios, a pesar de la impresión de que nada cambia, de que las cosas van de mal en peor. A veces se llega a tener la impresión de comulgar con ruedas de molino. Es lo que se cuenta de aquel rabino que, al decirle que había llegado el Mesías, abrió la ventana y, luego de mirar se limitó a decir: no veo que nada haya cambiado. Fue la tentación del pueblo de Israel bajo la experiencia aplastante del destierro (primera lectura). Y fue sin duda la tentación del propio Jesús ante la oposición creciente que reflejan los dos capítulos anteriores de Mateo, ante el muro impenetrable de la muerte que parecía cerrarle definitivamente el paso a las esperanzas del Reino.

-Fe en la eficacia de la Palabra

En esta situación Jesús nos pide que tengamos fe. La palabra y la gracia de Dios no pueden fallar. Son como una semilla plantada en el corazón de los hombres, que, a pesar de todas las dificultades, germina, crece y da fruto abundante. O como la lluvia y la nieve de que nos habla el profeta Isaías. Porque Dios es fiel y nada puede vencer a su bondad. La semilla del Reino no es otra que la semilla de su amor que es capaz de recrearlo todo, de hacer todo nuevo.

En el cristiano no puede caber el pesimismo o el escepticismo: su opción fundamental es de esperanza.

Pero también es cierto que sólo aquel que, como Abrahán, Israel y Jesús haya hecho de algún modo la experiencia de la bondad y de la fidelidad de Dios, será capaz de creer con una fe a toda prueba, de esperar contra toda esperanza.

Y también debemos saber que el alumbramiento de este Reino, de esta nueva creación marcada por el signo de la libertad, de la paz, del amor y de la vida, en un mundo de pecado como el nuestro no puede realizarse sin desgarramiento y dolor (segunda lectura). Es el desgarramiento de nuestros egoísmos, mediocridades, inhibiciones.

RD/I: Y tampoco podemos confundir el Reino con la Iglesia. El Reino, aunque vinculado con la Iglesia, no se identifica con ella. El Reino supera los límites de la Iglesia. Los cristianos debemos aprender a valorar las semillas del Reino que crecen fuera de la Iglesia. La Iglesia está al servicio del Reino. Y no siempre el triunfo del Reino coincide con el triunfo de la Iglesia.

Jesús, en la parábola del sembrador, quiere inculcarnos por encima de todo la fe en la Palabra, la fe en la semilla del Reino. Lo importante es la semilla. Quien da fruto es la semilla y no la tierra. Además, como se desprende del texto de Isaías, la Palabra de Dios tiene fuerza en sí misma para suavizar y abonar la tierra. Por eso jamás faltará tierra buena que dé fruto.

-ESQUEMA:

-la dificultad de creer en le eficacia de la Palabra, en la realización del Reino,

-fe en la semilla del Reino. Es la semilla del amor incontenible de Dios, que es capaz de recrearlo todo,

-las malas disposiciones pueden frustrar en nosotros la fructificación de la semilla; -cada domingo recibimos la semilla de la Palabra y de la Eucaristía. Acojámosla con buen corazón para que pueda fructificar en nuestra vida.

JESÚS HUGUET
MISA DOMINICAL 1981/14


3.

Me parece que las lecturas de hoy, por encima de todo, nos piden eso: un acto de fe. A nosotros, gente que a menudo andamos por el mundo pensando que nada está claro; gente que si nos dejamos llevar por eso que llamamos "la voz de la experiencia" llegamos a la conclusión de que lo mejor es que cada uno se preocupe de sí mismo y no fiarse de nadie. Y que a veces pensamos que, como nos vamos a morir de todos modos, mejor disfrutar cuanto se pueda y dejar en mal lugar a los demás para que los demás no nos dejen en mal lugar a nosotros...

A los hombres -nosotros- si no andamos con cuidado no nos cuesta nada sacar afuera ese demonio de la desconfianza y la cerrazón que llevamos dentro. Pues bien: a nosotros, que somos así, JESÚS NOS PIDE HOY UN ACTO DE FE. Y nos lo pide al hablarnos de lo más importante que él vino a decir al mundo. NOS LO PIDE HABLANDO DE ESE REINO DE DIOS, DE ESTA PROMESA GOZOSA de felicidad y de paz y de libertad que él predicó por todos los caminos de Palestina.

Esta promesa, ese Reino, ese amor del Padre, al servicio del cual él derramó su sangre. Nos pide un acto de fe, COMO LO PIDIÓ A SUS APÓSTOLES. Porque los apóstoles eran un poco también como nosotros: eran unos hombres que creían a Jesús, que se encontraban bien junto a él, que se ilusionaban al oírle hablando del amor, y de la paz, y del perdón, y de la verdad, y de la alegría de ser hijos, todos los hombres, de un mismo Padre. Se ilusionaban pero al mismo tiempo, al ver cómo andaban las cosas, y al darse cuenta de que el mundo seguía igual de desgraciado y desagradable que antes, que eso del amor y la alegría y la fraternidad era muy bonito pero nadie lo ponía en práctica, pensaban que, desde luego, no quedaba nada claro que lo que Jesús decía pudiera ser nunca verdad, y que quizá lo que le ocurría a Jesús era que tenía muchos pájaros en la cabeza.

Los apóstoles querían a Jesús. Como nosotros. Pero les ocurría como a nosotros: que QUIZÁ PENSAMOS QUE TODO ESO QUE ÉL PREDICA SON IDEALES DEMASIADO BONITOS y que nos quedan muy lejos. Pensaban que la experiencia enseña que lo mejor es ir tirando y no hacerse demasiadas ilusiones, que luego vienen los desengaÑos. Y que eso de que todos nos amemos mejor no creérselo mucho porque si no te pueden tomar el pelo.

Ante todo eso -estas actitudes nuestras y de los apóstoles- Jesús nos dice esas palabras que acabamos de escuchar. Nos habla con ilusión de su Reino. Hoy, y en los próximos domingos, con esas historietas sencillas de hombre del campo nos va a hablar de hasta qué punto DEBEMOS CREER SIEMPRE, por encima de todo, ocurra lo que ocurra, EN ESTA SEMILLA DE AMOR -la semilla del Reino- que está plantada en medio de nosotros y que crece, y que no dejará nunca de crecer. Que aunque haya tierra en malas condiciones y entonces suceda que la semilla plantada no sirva para nada, SEGURO QUE SIEMPRE HABRÁ TAMBIÉN TIERRA BUENA EN LA QUE NACERÁ BONDAD, y esfuerzo al servicio de los demás, y solidaridad y entrega desinteresada, y ganas de que las cosas vayan mejor.

La semilla que Jesús ha plantado, crece. Seguro que crece. Porque él lo quiere. Porque él se preocupa de que haya buena tierra. Porque él nos lo ha dicho y nosotros, sus seguidores, debemos creerlo. La semilla crece ahora -y malo si no fuésemos capaces de verlo, y andáramos por el mundo sembrando tristeza y desengaño-, y la semilla CRECERÁ UN DÍA PLENAMENTE, cuando todos los hombres, con toda la creación, seremos para siempre hijos de Dios.

Entretanto, como nos decía San Pablo gemimos y sufrimos, como con dolores de parto, porque de verdad queremos que la vida sea mejor, que la felicidad sea plena, que las esperanzas y las ilusiones puedan cumplirse. Gemimos y sufrimos, pero no como gente amargada, sino como gente que cree firmemente lo que dice Jesús: que hay tierra buena y que la semilla crece, de noche y de día, casi sin que nos demos cuenta.

Cada domingo, cuando nos encontramos aquí para celebrar la eucaristía, NOS ENCONTRAMOS POR ESO: PORQUE CREEMOS que el amor que Jesús predica, y la solidaridad, y el esfuerzo por una vida mejor, son algo verdadero, y no son simples sueños de cuatro visionarios. Y por eso, porque lo creemos, nos reunimos aquí, lo celebramos, damos gracias, en torno a ese pan y ese vino que son el sacramento de nuestra esperanza. Y así nosotros, también nos disponemos para ser tierra buena en la que la semilla que Jesús ha sembrado pueda dar fruto.

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1978/14


4. ESCUCHA/ENTENDER  

Jesús, con la parábola del sembrador, explica el significado auténtico de la propia misión. Como si dijese: sí, yo soy el Mesías. pero no de la manera, no según el estilo que vosotros imagináis.

No he venido a juzgar, sino a salvar. No he sido invitado a poner en su sitio las cosas, sino a iniciar algo. Mi tarea no es la de hacer las sumas, sino la de dar la señal de partida. Inauguro no el tiempo del juicio, sino el de la paciencia.

Mi misión está bajo el signo de la sementera, no de la cosecha. Por eso hace resaltar, ante todo, la figura del sembrador (Jesús mismo) y se "fija" su gesto.

La explicación siguiente (que, en el fondo, es otra parábola), insistirá en los varios tipos de terreno, y consiguientemente en la respuesta del hombre, en su responsabilidad. Detengámonos, por tanto, en el punto focal de la parábola. Un punto que no ha de buscarse en el final (en la cosecha), sino en el principio (la sementera).

La parábola nos proyecta no hacia el futuro, sino hacia el presente. El Reino de Dios está aquí -si bien escondido- en acción. "Se trata, pues, de comprender el presente en su aparente falta de significado, no pretender del mismo otros signos de la gloria futura. El Reino de Dios, llega, en efecto, a escondidas e, incluso, a pesar del fracaso" (G. Bornkamm).

Algún comentarista se obstina en explicar que es la parábola de la confianza en el éxito final.

No. Es la parábola de la confianza en los principios. Lo importante es la sementera, no la cosecha.

Cristo nos dice que el Reino es una siembra (no lo que esperan los oyentes: algo terminado, decidido). Y él es el sembrador. Ha "salido" para esto, no para otra cosa.

Su tarea específica es el sembrar. Ni siquiera es importante saber lo que siembra. Lo significativo es el acto de sembrar.

Y aquí podemos hacer una aplicación práctica.

Con frecuencia nos sentimos angustiados: ¿por qué tanta fatiga desperdiciada? ¿por qué se obtienen unos resultados tan modestos? ¿vale la pena insistir? ¿qué se consigue? ¿para qué tantos esfuerzos, tantos sacrificios, tantas esperanzas vanas? Sí, es la preocupación por los resultados, por sacar las cuentas.

Y entonces, la parábola del sembrador sirve para desenmascarar el equívoco de fondo. Se define a esta parábola, normalmente, como "la parábola del contraste". El contraste sería entre el principio y el fin.

Contraste entre las dificultades y el resultado final, entre la aparente derrota y el éxito, entre los principios modestos y los crecimientos grandiosos.

Yo la definiría, más bien, como la parábola del realismo. Una invitación a no quedarse en las apariencias.

No es que el éxito nos compense de las dificultades, premie la tenacidad. No es que la recolección sea para nosotros un resarcimiento abundante de las pérdidas. No. Aquí la significación es otra.

El resultado ya está contenido en los principios.

El éxito ya está presente en los fracasos. La mies ya está comprometida en la siembra. Diría más: la mies es el gesto de sembrar.

Otra observación. El sembrador no elige el terreno. No decide cuál es el terreno bueno y cuál es el desfavorable, cuál apto y cuál menos apto, cuál del que se puede esperar algo, y cuál por el que no vale la pena esforzarse.

El terreno se revela en lo que es, después de la siembra, no antes. Si todos los cristianos, que deben ser anunciadores de la palabra, recordasen esto... Nuestro quehacer no consiste en clasificar los varios tipos de terreno, en trazar el mapa de las posibilidades (una tentación siempre amenazadora). Nosotros debemos poner a prueba todos los terrenos. Tenemos que arriesgar la palabra por todas partes. Quiero decir que debemos aprender a "malgastar" la simiente. Aprender a hacer numerosos gestos "inútiles".

Y después no olvidemos que la semilla, que es la palabra, tiene también el poder de transformar el terreno, puede romper las rocas, abrirse un paso en el camino trillado hacia las profundidades del ser...

No se dice que la semilla se resigne a las condiciones que encuentra. La palabra es creadora. También del terreno. Basta dejarla obrar. Es la palabra que puede transformar el "corazón de piedra" en "corazón de carne". La semilla se pierde, de verdad, sólo cuando se queda en las manos cerradas de un sembrador "razonable". Que no "sale" para no poner en peligro la palabra. Y no cae en la cuenta de que es necesario, en lugar de esto, poner en peligro el terreno...

Subrayamos, finalmente, la frase: "El que tenga oídos que oiga". Yo traduciría libremente: tiene oídos solamente el que entiende. Para oír, es necesario antes comprender. La comprensión (esto es, la adhesión interior) precede a la escucha. Si uno no entiende, se hace sordo.

Es necesario antes en-tender, o sea, tender en dirección de alguien. Ser fascinado por él. Tomar postura ante él. Dirigirse a él con todo el ser. Sólo entonces se está en disposición de oír lo que dice.

Primero se convierte uno (o sea, se vuelve hacia..., se tiende hacia...) y después se comprende.

ALESSANDRO PRONZATO
EL PAN DEL DOMINGO CICLO A
EDIT. SIGUEME SALAMANCA 1986.Pág. 167


5.

-Recibir la palabra (Mt 13, 1-23)

Dos principales aspectos ocupan el núcleo de la proclamación evangélica de este domingo; pero el más importante, el que trata de indicarnos la elección de la primera lectura del Antiguo Testamento, es la recepción de la palabra y su eficacia. Y es por aquí por donde comienza el evangelio de hoy.

Jesús propone la parábola del sembrador. Parábola que nos es familiar y que no necesitamos repasar en detalle. Los exegetas piensan que hay que distinguir entre la parábola en sí y la explicación subsiguiente, cuya lectura, por otra parte, se deja a la libre elección del celebrante. Esta segunda parte, sin embargo, es importante, aun cuando refleje más las reacciones de Mateo que las palabras de Jesús; y es importante porque nos hallamos ante lo que piensa la primera Iglesia acerca de la palabra de Dios, de su eficacia según el diverso grado de preparación del terreno en el que es sembrada, y nos hallamos también ante el porqué de la técnica catequética de Jesús.

Toda la parábola se centra sobre la simiente y sobre los diversos terrenos en los que cae. El sembrador no desempeña aquí más que un papel, indudablemente necesario, pero de segundo orden; la enseñanza de Jesús trata de referirse a la simiente que germina de diversas maneras, según sea el terreno en el que cae. Vemos, pues, que hay cuatro tipos distintos de terreno en los que cae la simiente y conocemos la valoración de los frutos obtenidos. Hay fracasos, pero hay también ciertos éxitos. Los éxitos deben ser juzgados por relación a los fracasos, y estos por relación a aquellos.

No creo que sea preciso entrar en el comentario de cada parte de la parábola. Por otra parte, en el evangelio mismo tenemos este comentario que, sin duda, es propio de Mateo que se dirige a su Iglesia. Volveremos sobre ello. Pero lo importante para nosotros es examinar el conjunto de la parábola, que nos da una sincera visión de los resultados del ministerio de Jesús y, en el caso de Mateo, refleja también los resultados obtenidos por las misiones apostólicas de su tiempo. Se trata de un sincero balance que comienza por los "déficits". Los tres primeros resultados son malos o, a lo más, mediocres. Lo mismo que sucedió en el tiempo de Jesús, sucedió en el tiempo de Mateo y sigue sucediendo en nuestro tiempo. La parábola es una parábola; insistir en los mínimos detalles sería divagar; ver en el sembrador únicamente a Cristo sería dar al mismo "sembrador" excesiva importancia dentro del relato. Lo que se nos quiere presentar es la situación de la Iglesia en tiempo de Mateo y, para nosotros, la situación de las Iglesias de nuestro tiempo. Realismo, pero no pesimismo. La ultima tierra es buena, la palabra es escuchada y da fruto abundante, cuya valoración no debe ser exagerada, pero sí debe provocar la admiración y la acción de gracias.

-La Palabra de Dios (Is 55, 10-11)

Este pasaje de Isaías es un himno a la eficacia de la Palabra de Dios materializada a la manera semítica. El Deutero-Isaías se expresa con fuerza con objeto de estimular el valor de sus compatriotas desmoralizados. El exilio fue para ellos un duro golpe, no sólo desde el punto de vista religioso. Tienen la impresión de que el Señor ya no les es fiel y que sus promesas quedan sin cumplir. De este modo se entienden mucho mejor los acentos de la profecía. La eficacia de la Palabra es subrayada de un modo muy notable. La Palabra es dada benévolamente por el Señor y, por tratarse del Señor, es eficaz. El poder de Dios, por consiguiente, es siempre eterno, aun cuando en ciertos momentos su eficacia parezca comprometida.

Esta lectura del Antiguo Testamento viene a iluminar la del evangelio. La parábola del sembrador, balance de la situación de la Iglesia y de la eficacia misionera, no debe llevar al pesimismo, sino, por el contrario, despertar la confianza en la palabra de Dios. Porque el problema sigue planteándose al cristiano de hoy que se pone a reflexionar. Después de tantos siglos de evangelización, ¿está en período de extensión la Iglesia, el Reino de Dios? ¿Cual es en ciertos países el porcentaje de cristianos que creen en el reino y en su presencia? El mundo de los increyentes sigue siendo impresionante; los vicios son permanentes y a veces parecen aumentar en refinamiento. La angustia podría apoderarse perfectamente de cualquiera que leyera con semejante mentalidad el balance de la situación de la Iglesia.

Pero el poder de Dios y de su palabra escapa a este tipo de lectura. El Señor sigue siendo el Dueño, su poder y el de su Palabra sigue siendo eficaces, a pesar de las apariencias. Es posible, pues, con una fe ciega, preparar cada vez mejor los terrenos y anunciar con la mayor fe posible la Palabra de Dios. Si es preciso desarrollar las técnicas catequéticas, si hay que utilizar los medios de comunicación más modernos, no es la fe en dichas técnicas y medios lo que hemos de desarrollar ante todo, sino la fe en la eficacia de la Palabra que recibimos y que anunciamos en un contexto de adoración y de oración. Es quizá aquí donde podemos descubrir una cierta desviación propia de nuestro tiempo. La eficacia de la Palabra no esta sometida a nuestro activismo, sino más bien a la calidad de nuestra fe y de nuestra oración. Sorprende, efectivamente, constatar que, después de tantos siglos y con todos los medios de que disponemos, parecemos seguir anclados en el mismo punto que en los tiempos apostólicos. Indudablemente, este relativo fracaso hay que atribuirlo a la falta de fe y a la falta de una oración profunda. Fracaso relativo, sí, porque hemos de ser capaces de leer este balance con la mentalidad abierta por el Espíritu de Dios. Esta lectura, si bien debe ser severa y exigente, ha de suscitar el optimismo: la Palabra de Dios no vuelve a El sin haber producido fruto. No creer esto sería no creer en Dios.

El salmo responsorial de la primera lectura nos hace cantar con optimismo:

Tú cuidas de la tierra, la riegas
y la enriqueces sin medida...
Tú preparas los trigales:
riegas los surcos, igualas los terrones,
tu llovizna los deja mullidos,
bendices sus brotes. (Sal 64).

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 6
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 9-21
SAL TERRAE SANTANDER 1979.Pág. 63-65


6.

A la predicación de Jesús va respondiendo, cada vez con mayor dureza, el rechazo de los dirigentes religiosos, que influirán de manera decisiva en la opción de las muchedumbres, siempre indecisas y temerosas de las represalias de los que mandan; máxime si los que mandan dicen que lo hacen en nombre de Dios y aplican duros castigos a los infractores. Sus mismos parientes desconfían de él (capitulo anterior).

Jesús va a tratar ahora, con unas parábolas sobre el reino de Dios, de explicar esta incomprensión generalizada y cómo se implanta y se vive este reino. Quiere insistir en la lentitud de su implantación y en la dificultad de su maduración.

1. Las parábolas del reino

Las parábolas nacen como consecuencia de la dificultad de hablar directamente del reino de Dios en toda su profundidad, al estar éste siempre más allá de nuestras experiencias, al superar incluso nuestros sueños más optimistas.

En el lenguaje parabólico podemos descubrir tres aspectos característicos: es un modo de hablar simbólico, abierto y que obliga a pensar. Simbólico, porque, tomando los ejemplos de la vida y de los trabajos de la gente sencilla que le rodeaba, expresa algo que está mucho más allá de esos ejemplos, algo profundo y capaz de llenar en plenitud los corazones humanos. Abierto a lo trascendente, aunque no sea capaz de expresarlo; porque el reino de Dios no se identifica con nuestra historia, pero guarda con ella gran relación: es un reino que no es de aquí, pero que comienza aquí. Obliga a pensar porque no desarrolla todo el mensaje, porque es el primer paso que invita a seguir ahondando; es un discurso global que deja intacto el reino de Dios y nuestra existencia cotidiana. De esta forma, la parábola hace pensar, inquieta y compromete.

Por todo ello, las parábolas son, a la vez, luminosas y oscuras, revelan y esconden al mismo tiempo, exigen un esfuerzo de interpretación y de decisión, dejan vislumbrar el misterio de Dios a los que tienen corazones generosos y miradas profundas. Pero resultan oscuras e indescifrables para los faltos de inquietud y de compromiso. Unen el comprender a Jesús con el seguirle. Un seguimiento de Cristo vivo, que actualmente nos habla en la comunidad. El secreto del reino de Dios se capta desde dentro, y a eso quieren llevarnos las parábolas. Para los creyentes que viven en comunidad, la palabra de Jesús es luz; mientras que para los que están fuera es un enigma que les deja perplejos.

Jesús está en Cafarnaún y se dirige a la orilla del lago. Mateo sitúa esta escena en el mismo día de los sucesos anteriores. La "casa" de la que sale representa al círculo de sus discípulos. La parábola del sembrador es la primera de siete sobre el reino de Dios, agrupadas artificialmente, que va a dirigir a la multitud que le rodea y que Mateo nos relata en el capítulo 13 de su evangelio.

En todas el esquema es muy parecido: Dios comunica su mensaje gratuitamente a los hombres, pero no todos lo reciben del mismo modo; el tiempo que transcurre entre el comienzo de la siembra y la maduración simboliza la vida del hombre; aceptar la palabra es reconocer el valor absoluto del reino sobre todo lo demás.

La parábola del sembrador nos presenta la salvación-liberación como una obra de colaboración del hombre con Dios, en la que la iniciativa es siempre del Padre y la libertad humana queda en todo momento intacta, para bien o para mal. La palabra de Dios nunca actúa automáticamente, sino como don que se ofrece a nuestra libre aceptación. Podemos aceptarla y colaborar a su acción creadora, o cerrarnos y seguir permitiendo el desorden establecido en el mundo.

El texto está dividido en tres partes: la parábola según salió de la boca de Jesús, el porqué de hablarles en parábolas y la explicación que nos da la Iglesia primitiva a través de Mateo y demás evangelistas.

Esta parábola, como todas, podemos escucharla sin llegar a conocerla a fondo. Nos describe a un sembrador que sale a sembrar a voleo; un sembrador que no escoge el terreno, echando la semilla en unos lugares y no en otros. Arroja la simiente en todo el campo. ¿Cómo saber en el momento de la siembra qué terrenos van a fructificar y cuáles no? Alude a la siembra de la palabra del reino, comparándola con una semilla que quiere crecer y desarrollarse hasta la total madurez y que encuentra grandes dificultades en su camino.

La semilla cayó en cuatro terrenos diferentes. La parábola se interesa por el fruto que obtiene la siembra en cada uno de ellos.

En la explicación de Jesús a sus discípulos vemos que lo que siembra el sembrador es el mensaje del reino, mensaje que podemos resumir en el contenido de las bienaventuranzas, principalmente de la primera. La opción personal por la pobreza y la situación de persecución que la fidelidad a esa opción comporta constituye el núcleo de "los secretos del reino de Dios".

Mateo pone cada caso en singular; Marcos y Lucas, en plural. Los tres describen cuatro actitudes posibles en el hombre ante la palabra de Dios. No basta con escuchar, es necesario entender. Si no se entiende, es decir, si no se toma la palabra como norma de conducta personal, "el maligno" la arrebata. Son las tentaciones que venció Jesús en el desierto (Mt 4,1-11; Mc 1,12-13; Lc 4,1-13) -el afán de dinero, de gloria y de poder- las que quitan el mensaje.

"El maligno", el tentador, es todo lo que impide aceptar la clave de interpretación del mensaje de Jesús; es la institución judía con su doctrina del mesías poderoso y triunfador.

2. Al borde del camino

Parte de la semilla cayó al borde del camino; esos pequeños caminos que atraviesan los campos. Los pájaros, siempre al acecho, se la comieron. Lucas añade que antes fue pisada por los caminantes. La conclusión es hacernos ver que se perdió.

Hemos de distinguir entre escuchar y entender. El desarrollo de la palabra debe pasar desde lo externo a ser algo interior, lo que exige tiempo y un trabajo del individuo por el que se va identificando con unos valores que deben llevarle, lógicamente, a un cambio de conducta. Si no se llega a este cambio de vida, nos quedaremos en unos conocimientos que para poco o nada nos van a servir. De ahí que Jesús nos hable de lo sembrado al borde del camino. Es cuando la palabra queda al margen de la vida de la persona, sin comprometerla. Son los que no rechazan la palabra abiertamente, pero tampoco la integran en su vida. Se adaptan externamente al mensaje que escuchan, pero no lo asimilan interiormente por no llegarles como algo válido para su vida, sino como una rutina social o una imposición familiar; sin olvidar las resistencias que pueden surgir dentro del hombre para no enfrentarse con los valores en uso en la sociedad. Son esa mayoría que se declara cristiana sociológicamente, que se bautiza y hasta cumple con algunos ritos establecidos, pero interiormente comparten los mismos criterios de vida que el resto de la sociedad no cristiana. Escuchan sin entender, por ser terreno duro, impenetrable, empedrado y machacado por la costumbre y la rutina. Todo lo escuchan como ya sabido. La semilla cae sobre ellos, pero no puede penetrar: rebota.

Toda religión que no es fruto de la convicción personal termina creando el repudio, haciendo el ridículo. Por esa razón Lucas nos dice que antes de ser comida por los pájaros fue pisada por los hombres (Lc 8,5).

3. En terreno pedregoso

Lo sembrado en terreno pedregoso también se pierde. Al tener poca tierra, sin raíces profundas, el sol la secó. Son los que aceptan la palabra sin profundizarla y cuando les vienen las dificultades lo dejan todo. Aquí podríamos incluir a los que preparamos para la primera comunión y para la confirmación: serán capaces de repetir lo que les decimos, pero nunca de entender en profundidad por falta de edad y de ejemplos cristianos, sobre todo cuando tampoco entendemos nosotros. De adultos formarán parte de ese grupo enorme en el que la semilla no llegó a desarrollarse al haberles "vacunado" contra ella.

4. Entre zarzas

Otra parte cayó entre zarzas, que ahogaron la semilla al desarrollarse. La tierra era fecunda y profunda, en ella la semilla podía haber germinado. Sin embargo, también se secó. En este grupo podemos incluir a los que tienen mucho que dejar para poder ser cristianos: las riquezas, los criterios de clase, los placeres, la posición social... Por eso se apresuran a ahogar la simiente por miedo a las complicaciones que podría ocasionarles. Pretenden engañarse compaginando los valores de Dios con los que representa el dinero. Suelen gozar de buena reputación y ocupar puestos preferentes en la Iglesia.

Vemos cómo en tres ocasiones falla la siembra. Lo que no quiere decir que se den claramente estos tres tipos de personas. Suelen darse mezclados y coexistir en el mismo individuo. Lo que importa destacar es que el reino es rechazado por unos, por las razones que sean, y aceptado por otros; y que los que lo aceptan lo demuestran con una vida a favor del pueblo, con una vida en la que están presentes las bienaventuranzas.

5. En tierra buena

Finalmente, el resto cayó en buena tierra y dio fruto, aunque desigual. Son los que han escuchado y han entendido plenamente: la han puesto en práctica. Y añade: "El que tenga oídos, que oiga". Expresión muy del gusto oriental, que quizá sea una invitación a acudir a él para que la explique.

Sólo si la semilla echa raíces dentro del corazón humano podrá hacer frente a las dificultades que han de llegar inevitablemente. A este grupo pertenecen los que entienden que, aunque hayan recibido el evangelio con corazón sincero, las situaciones externas pueden cambiar y hacerles entrar en crisis. Entienden que cada etapa de la vida tiene sus propias dificultades, que no son seres ya hechos, sino en constante crecimiento, que las situaciones son siempre distintas, que cada día trae sus propias inquietudes y dudas y que diariamente deben plantearse lo que ayer parecía seguro...

Son los que reciben el reino de Dios como una revelación, como una interpelación personal, como una llamada constante a superarse. Son los que se dejan vaciar, desenmascarar, desalojar de su seguridad y de su buena conciencia. Son los que toman para sí cuanto se dice, los que están en actitud permanente de conversión y de arrepentimiento, los que se han reconocido en los tres grupos anteriores. El mensaje de Jesús no es aceptable sin más. Es necesario estar libre de toda estima y ambición de poder y de tener; hacerlo nuestro, carne de nuestra carne y espíritu de nuestro espíritu; desprendernos de todo agobio por la subsistencia y del deseo de comodidad. ¿Escuchamos la palabra convencidos de estar ya en el buen camino y aplicándolo sólo a los demás? ¿La escuchamos con entusiasmo y la dejamos cuando nos exige esfuerzo y constancia? ¿Nos vemos con ánimo para irla llevando de verdad a la práctica?...

6. El porqué de hablar en parábolas

"¿Por qué les hablas en parábolas?" ¿Quería Jesús que la gente le entendiera? ¿O tenía, como los letrados, doctrinas secretas y oscuras que ocultaban a la mayoría del pueblo y que revelaban únicamente a algunos iniciados? ¿Hablaba en parábolas para iluminar y explicar mejor ciertas cosas, o para mantener oscuro lo que pensaba? Los estudiosos de la Biblia afirman que las palabras evangélicas sobre el porqué de hablarles en parábolas no las dijo Jesús ni responden a su mentalidad. Dicen que proceden de un grupo de la Iglesia primitiva que quería distinguir la pequeña y sencilla comunidad de seguidores de Jesús, que penetró de forma directa y profunda en sus enseñanzas, de la masa, que no estaba dispuesta a aceptar la llamada de Jesús al reino. Estos no entienden esta llamada porque su falta de disponibilidad embota sus sentidos.

Es una pregunta que subyace en toda la experiencia de la comunidad primitiva, que se encontró con el rechazo de los dirigentes y, a causa de él, del pueblo judío. ¿Por qué algunos comprenden y otros no? ¿No debería ser la revelación de Dios transparente y convincente para todos?

La parábola quiere decirnos que la comprensión o el rechazo del mensaje está motivado por la vida concreta de los oyentes, por su falta de compromiso y responsabilidad, único origen de su sordera.

Los discípulos no comprenden la razón para que Jesús hable en parábolas. Les parece que el mensaje es directamente accesible a todos. Pero no es así; es necesaria la clave para poder interpretar fielmente la doctrina de Jesús: un mesianismo sin ninguna clase de poder y basado en las bienaventuranzas (Mt 5,1-12), en la supremacía de la justicia (Mt 6,33) y del amor (Jn 13,34-3S), en la superioridad del hombre sobre la ley (Mt 12,1-12). En cambio, los dirigentes religiosos y la mayoría del pueblo seguían aferrados a la doctrina del mesías triunfador que vencería a los romanos y haría de Israel la nación más poderosa de la tierra, consideraban la ley como un absoluto al que había que supeditar todo lo demás y reducían todas sus obligaciones religiosas al culto. Por ello no pueden entender; todo lo escuchan desde sus categorías mentales y desde la seguridad de sus propias posiciones y creencias. Para captar las palabras de Jesús era necesario que rompieran con la ideología oficial del judaísmo, para lo que eran incapaces, y que preguntaran lo que no entendieran. La doctrina propuesta por la institución judía los tenía aprisionados y los incapacitaba para entender todo lo que se les ofreciera desde otra perspectiva.

Es lo que pasa ahora con el cristianismo: ¿Cómo van a entender el evangelio los que viven seguros de poseer la verdad, sentados cómodamente en el sillón de la fe, sin ningún compromiso con la justicia? Sólo pueden entender lo que dé la razón a su modo de vivir, lo que les convenga. Están cerrados a "conocer los secretos del reino". Viven en el triunfalismo y en el aburguesamiento. Para entender tendrían que cambiar su sentido de mesías, ahondar en las verdaderas causas del asesinato de Jesús, sacar las conclusiones para ahora y aquí y ponerlas en práctica. Necesitarían dudar, y es lo que no harán nunca. "Al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene". A los que escuchan el mensaje, lo ahondan y van produciendo los frutos correspondientes, las palabras de Jesús se le aclaran cada vez más; lo que les irá llevando a una vida cada vez más semejante a la suya.

Los que no respondan con su vida a las palabras de Jesús perderán paulatinamente lo que han recibido. Los ejemplos no faltan: cristianos que en un tiempo vivían un compromiso serio, empujaban con sus palabras y con sus vidas para que la Iglesia fuera más fiel al evangelio..., y de pronto perdieron toda su ilusión.

"Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender". La razón de su enseñanza en parábolas responde a un hecho: las multitudes, manipuladas por los letrados y fariseos, no perciben ni comprenden. Y Jesús no quiere forzarlas. Hasta ahora ha hablado y actuado con toda claridad, y no le han entendido. ¿Para qué seguir exponiendo su doctrina con toda amplitud y exigencia? Se la propondrá en forma velada, en parábolas, para estimularlos a pensar por sí mismos, a ver si de esta forma llegan a cuestionarse los principios ideológicos que les impiden entender. La doctrina del reino exigía esfuerzo para recibirla. Como hacen los discípulos, que, después de escuchar la parábola, le preguntan por el sentido de la misma.

"Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen". Los discípulos ven y oyen, y deben saber apreciar el privilegio que tienen al escuchar y ver actuar a Jesús. Lo que ellos están viendo y oyendo fue el anhelo de "muchos profetas y justos". Aunque Jesús afirma que los discípulos ven y oyen, no dice que entiendan; porque frecuentemente también prefieren seguir otros rumbos. De ahí que también a ellos les hable en parábolas algunas veces, y después no se las explique. La condición indispensable para que pueda hablarles claro es que quieran de verdad seguirle, sin componendas de ningún tipo. Cuando les explica las parábolas, a petición de los discípulos o por propia iniciativa, es señal de que no las han entendido y, al mismo tiempo, de su deseo de aceptar el mensaje que contienen en su integridad para ponerlo en práctica. Cuando no se las explica es porque existe en sus vidas algún obstáculo que los incapacita para aceptar las enseñanzas contenidas en ellas.

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 2
PAULINAS/MADRID 1985.Págs. 164-171


7.

1. Asimilar interiormente

La parábola del sembrador es, por sí misma, una fuente constante de enriquecimiento espiritual a pesar de que, como todo texto muy conocido, puede resultarnos poco novedoso. Efectivamente, a esta parábola se le puede aplicar lo que ella misma dice: podemos escucharla pero sin llegar a conocerla a fondo.

La parábola alude a la siembra de la palabra del Reino, es decir, a la misma palabra de Jesús. Es una semilla que quiere crecer y desarrollarse hasta la total madurez; sin embargo, encuentra serias dificultades en su camino.

Tenemos así la oportunidad para preguntarnos por qué nuestro crecimiento es tan lento a pesar de que, aparentemente, la siembra es constante y abundante. Lo primero que plantea el texto es la distinción entre «oir y entender, mirar y ver». A eso se refiere la siembra a lo largo del camino.

Podemos explicarlo así: el crecimiento a partir del conocimiento supone un proceso que comienza cuando el hombre se pone en contacto con cierta realidad exterior. El hombre se alimenta introyectando los elementos buenos que encuentra a su alrededor. Mas, para que esa introyección se realice, hace falta un proceso de asimilación hasta que llegue un momento en que lo externo al sujeto ayer, sea ahora algo interior. Esto, mientras supone y exige tiempo, implica un «trabajo» en el individuo por medio del cual se va identificando con ciertos valores que, por lógica, le exigirán un cambio en su conducta.

Si no media esta identificación con el mensaje o la realidad externos, el individuo puede retenerlos pero solamente como un objeto de simple conocimiento racional; no como algo de sí mismo. De ahí que Jesús hable con justa razón de lo sembrado al borde del camino: es lo que queda aún al margen del individuo, sin comprometerlo. No se lo rechaza abiertamente pero tampoco se lo integra. Al no identificarse con esa realidad «del camino», tampoco se la defiende como propia: está expuesta al primero que pasa. Dicho de otra forma: el individuo se adapta momentáneamente al mensaje que le llega, pero no lo asimila.

PREDICACION/FRACASO: Esto puede deberse a varios motivos:

--Puede ser que el mensaje no llegue como algo válido para el individuo, sino más bien como una rutina social o una imposición de la familia, de la escuela, etc. Los que sembraron no se han preocupado por hacer valorar la semilla como algo útil al hombre. Cuando el hombre no valora una realidad exterior a él, tampoco la asimila ni se identifica con ella. Por lo tanto, antes de descubrir otros motivos de fracaso de la evangelización, veamos en qué medida hoy el mundo entiende que el Evangelio es algo digno de ser asimilado. No basta que el Evangelio sea bueno; hace falta que parezca bueno para los hombres de hoy. No bastan las afirmaciones teóricas; se necesita un testimonio que dé validez a dichas teorías.

--Pero también puede suceder que dentro del hombre surjan resistencias a la asimilación. Decíamos que toda asimilación supone un cambio en el sujeto: algo nuevo viene a integrarse a una estructura vieja. Entonces el hombre puede rechazar de entrada el mensaje evangélico; directamente le cierra la puerta. Pero puede adoptar una posición más tramposa y que guarde las apariencias: se lo recibe para no ponerse en contra del esquema social, pero se lo margina interiormente. Así dicho sujeto no se siente culpable, pero tampoco se ve urgido a la responsabilidad. En el primer caso señalado, cuando hay rechazo, el sujeto margina al Evangelio en el nivel social; en el segundo, en el nivel psíquico o espiritual.

Llegamos así a una situación que en Occidente se repite en todos los países cristianos: hay un grupo que explícitamente se declara no cristiano, no creyente; puede, incluso, oponerse y combatir al cristianismo. Aunque no compartamos su posición, reconozcamos que es sincera y valiente.

Pero está el otro caso, el de la mayoría que se declara cristiana socialmente, que se bautiza y hasta cumple mínimamente las normas religiosas, pero que interiormente le niega el acceso. En el fondo, tampoco ha cambiado nada en ellos, por lo que se asimilan al primer grupo. Pero su caso es peor: se engañan con su propia trampa. Se sienten cristianos para evitar la marginación social, aunque interiormente comparten los mismos criterios de vida de los que se confiesan no cristianos.

Así hoy podemos preguntarnos: ¿Es nuestra sociedad española o europea realmente cristiana? ¿No será que el Evangelio está al borde de nuestra cultura, en el camino, pero que ya no pertenece a su misma esencia? ¿No sucede lo mismo en las horas de religión? ¿No puede suceder en esta misma predicación? La solución a esta situación está en robustecer la convicción del propio hombre que abraza la fe. Para ello: valorarlo como único sujeto responsable, darle su tiempo de reflexión personal, permitirle que adopte la postura que le parezca más válida, sin presionarlo social o religiosamente. En todo caso, ayudarlo a descubrir cómo puede haber un motivo interno para no querer aceptar una Palabra que, si bien puede ayudarle, también le hace sufrir en el proceso de cambio.

Este es el cometido de la educación cristiana: ayudar al hombre a dar una respuesta libre y responsable, enfrentándose con esa parte de su realidad interior que resiste todo conato de cambio y crecimiento. En cambio, la presión por la presión, la religión como imposición, agrava el problema, pues al presentarse como un atentado contra la libertad interior, le permite al individuo zafarse más fácilmente de lo que tiene de positivo. Toda religión fruto de la no convicción personal, termina creando el repudio y haciendo casi irreversible el proceso. Quien quiera entender, que entienda...

2. Alerta permanente 

Las dificultades con que debe enfrentarse el hombre en orden a su madurez y perfección espiritual, no se agotan en sus resistencias interiores. Ahora se abre un nuevo frente de lucha: la realidad exterior que ahoga todo esfuerzo interior.

Jesús las cataloga en varios grupos: las dificultades y persecuciones que debe afrontar el cristiano por su fidelidad al Evangelio (lo sembrado en terreno pedregoso); la ansiedad por la supervivencia y el amor a las riquezas (lo sembrado entre espinos). En domingos anteriores hemos reflexionado sobre estos aspectos, viendo cómo la fe debe llegar hasta las últimas consecuencias. Ahora sólo agregamos algunas ideas más... Podemos señalar dos casos:

--Si no ha habido una buena siembra, o sea, si el hombre no ha asimilado el Mensaje del Evangelio, parece obvio abandonarlo ante la primera dificultad, y sólo un milagro evitaría la catástrofe. Es común escuchar a muchos que hoy dicen: "Estamos perdiendo la fe ante un mundo que nos seduce, etc". Quizá habría que preguntarse si se está perdiendo la fe, o si, más bien, no se está comprobando la poca fe que siempre hubo. Sólo si la semilla echa raíces dentro del propio hombre, ésta podrá hacer frente a las dificultades que, inevitablemente, han de llegar.

--Mas en cualquiera de los casos, aun cuando se haya recibido el Evangelio con sincero corazón, las situaciones externas pueden hacernos entrar en crisis. Un error de muchos puede ser el siguiente: ahora ya soy cristiano y nada debo temer. Pensar así es olvidarse de que el hombre crece permanentemente y que si no alimenta y critica lo ya adquirido, lo que para una época podía ser seguro, para otra puede no serlo.

Un ejemplo lo explica: un niño puede haber asimilado muy bien el Evangelio y haberlo vivido con alegría; pero cuando llega la adolescencia, necesita revisar su esquema, pues él ha crecido como persona y debe ahora asimilar el Evangelio como adolescente. No le basta el esquema de niño. Lo mismo le sucederá cuando entre en la juventud o en la vida adulta. FE/DINAMICA: Es bueno recordar que cada etapa de la vida tiene sus propias dificultades: en unas, el individuo entra en conflicto con la autoridad o con la dependencia; en otras, con su vida impulsiva o sexual; aquí le preocupa el problema económico, allí el político, más adelante su relación de pareja. Hoy debe asumir su situación de pobre; mañana debe preguntarse por el buen uso de sus riquezas, y así sucesivamente.

En síntesis: el hombre no es un ser estático y que se construye de una vez y para siempre. Todo lo contrario: su psiquismo se moviliza permanentemente, de la misma forma que también el mundo que lo rodea va cambiando.

Así, pues, nunca las situaciones son las mismas, aunque las apariencias así lo hagan creer. Cada día nos trae sus propias inquietudes y dudas, y cada día debemos replantearnos lo que ayer parecía seguro.

La parábola alude a esta actitud de permanente alerta en el hombre que sinceramente busca su madurez. En caso contrario, «perderá lo que tiene». Bien lo expresa el paradójico dicho de Jesús: El que ya ha crecido y permanece en actitud de siembra, crecerá más; el que ha crecido un poco y se da por satisfecho, perderá aun ese poco.

Releamos nuevamente la parábola y preguntémonos por qué la semilla del Reino no se ha desarrollado lo suficiente en nosotros... ¿O pensamos que ya ha producido el ciento por uno?

SANTOS BENETTI
CRUZAR LA FRONTERA. Ciclo A.3º
Tres tomos EDICIONES PAULINAS
MADRID 1977.Págs. 121 ss.