31 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XIV
26-31

 

26. IVE

Comentarios Generales
 

Isaías 66, 10-14: 

            Con estilo apocalíptico se nos describe la Era Mesiánica, simbolizada en Jerusalén Nueva:

- Dios la inunda con riadas de gozo y consuelo: de Paz. La Paz para los semitas sintetizaba todos los bienes. De ahí que se saludaran siempre con augurios de Paz. Al Pasado duelo y a las pruebas y sufrimientos sucede la Era anhelada de la Paz Mesiánica.

- El gozo de esta Paz nos la presenta en dos símbolos tiernamente maternales: La Nueva Jerusalén es Madre a cuyos pechos todos sus hijos maman y se sacian de esta Paz, regalo de Dios. El mismo Dios se presenta con corazón desbordante de terneza maternal: “Como un hijo a quien su madre consuela, así os consolare también Yo; y en Jerusalén seréis consolados”.

- Esta “Paz” en la teología del NT se llama “Gracia”. San Pablo nos enseña esta equivalencia y este sentido de las promesas divinas cuando en todas sus cartas escribe este saludo o augurio cristiano: “Gracia a vosotros y Paz de parte de Dios Padre nuestro y del Señor Jesucristo”. Es la Paz de Dios, la que sobrepasa toda inteligencia, la que se nos da a Cristo (Flp 4,7). Estas promesas son ya realidad; bien que la gozamos conforme a nuestra condición, que es aun de viadores y peregrinos. En la bienaventuranza celeste, la paz y gracia se torna “Gloria”. 

Gálatas 6,14-18: 

            Pablo concluye su Carta a los Gálatas. De ordinario escribe por mano de un secretario. Ese final va de su puño. Y con letras grande. Intenta dar realce especial a sus últimos pensamientos y encomiendas. Lo ha conseguido. Todos conocemos estas frases inmortales. Y vivimos de ellas. 

- Los “judaizantes” ponían su confianza y su honor en la Ley de Moisés. Pablo les contesta: “Lejos de mi gloriarme, sino en la cruz de Jesucristo”. La Salvación y la vida no nos viene por Moisés, sino por la cruz de Cristo, Cristo Crucificado queda como centro, ideal y amor.

- De consiguiente, al viejo Israel sucede el nuevo Israel: “El Israel de Dios”. Para el viejo Israel tenían mucho calos los ritos carnales (circuncisión, etc.), pues en él era todo solo provisional y prefigurativo. En el Israel de Dios interesa ser la “Nueva creación de Dios”. En esa “nueva” creatura que es el cristiano, la Ley que rige es el Espíritu y el Amor. Y sobre él descienden en plenitud las bendiciones de “Paz y Consuelos” que prometía Isaías para la Era Mesiánica (Is 66, 10). Este “Israel de Dios” lo forman por igual judíos y gentiles.

 - Otra gloria de San Pablo es estar “Marcado” con la “marca” de Jesús. Este sello que Pablo lleva grabado en su carne son los sufrimientos del apostolado, las lapidaciones, azotes, etc., que ha sufrido por Cristo. Sin esta “marca” no hay autentico apóstol. Misión del Apóstol es proseguir y completar la Obra de Cristo. Y la Obra de la Redención la consumo Cristo en la Cruz. 

Lucas 10, 1-11. 17-20: 

            Además de los Doce, como ayuda y refuerzo de ellos, ha elegido Jesús otros setenta y dos discípulos. Tienen la misión peculiar de evangelizar: Anunciar el Reino. Las instrucciones que les da Jesús tienen valor perenne. Los heraldos del Evangelio de todos los siglos deberán atenderse a este programa misionero. La lectura de hoy recuerda:

- La misión propia de los enviados de Cristo es la «Paz». La «Paz Mesiánica» prometida y esperada en la antigua economía será el saludo y el don que,  a una con el anuncio del reino, llevarán a todos los confines de la tierra los heraldos del Evangelio (5-9).

- Jesús, al delegar en estos sus heraldos su misión, les delega también sus poderes. Poderes sobre el demonio, sobre las enfermedades. Poderes de perdonar los pecados. A su vuelta Jesús muestra el gozo de su corazón. El poder de Satanás se viene a tierra (18): «Veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Ved que os he dado poder sobre todo el poder del enemigo» (19). Así es. a medida que el anuncio del Evangelio establece el Reino de Cristo, la paz y la justicia crecen; y Satanás pierde dominio.

- Entre las virtudes más esenciales exigidas por Cristo a sus misioneros notemos:

a- La pobreza: «No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias» (4). Con ello se incluyen las otras renuncias. Un Evangelio que tiene como programa las Bienaventuranzas debe tener predicadores que vivan el espíritu y las exigencias de las mismas.

b- La mansedumbre y humildad, a la vez que la prudencia y precaución: «Os envío como ovejas entre lobos» (4).

c- La presteza y celo: «Partid... La mies es mucha y escasos los obreros... No os detengáis en saludos por el camino» (3, 4). Al mismo tiempo Cristo autoriza a sus enviados. Quienes reciban el beneficio de tenerlos en su casa o en su comunidad deben atenderlos y cuidar de su alimento: «El obrero es digno de su salario» (7). Y sin San Pablo por sus circunstancias personales se impuso para sí otra ley, no deja de recordar la norma dada por Cristo, que debe ser la general. «Así ordenó el Señor que los que anuncian el Evangelio vivan del Evangelio» (1 Cor 9,14). Asimismo amenaza el Señor con castigos mayores que los infligidos a Sodoma a quienes resistan a sus heraldos o los maltraten (12).

            - Así, pues: Audacia sin ingenuidad. ¡Ojo con los lobos!

            Urgencia sin demoras.

            Entrega sin reservas. Escasean los segadores. ¿se entregarán estos a otras labores?

*Aviso: El material que presentamos está tomado de José Ma. Solé Roma (O.M.F.),"Ministros de la Palabra", ciclo "C", Herder, Barcelona 1979.
 


CArd. D. ISIDRO GOMA Y TOMAS

Misión de los setenta y dos:  

MISIÓN DE LOS SETENTA Y DOS (1-12.16). -Y después de esto, de haber Jesús determinado o resuelto firmemente ir  a Jerusalén, designó el Señor también otros setenta y dos. Como en los doce Apóstoles ha visto la tradición simbolizadas las doce tribus de Israel, así en los setenta y dos discípulos se ha visto la designación de seis para cada tribu, o de seis coadjutores para cada Apóstol. También ha visto la tradición en esta designación los distintos grados de la jerarquía eclesiástica: son ellos como unos presbíteros de segundo orden, inferiores a los Apóstoles. Las ediciones críticas del texto griego suelen indicar el número 70, en vez del 72. Con todo, es muy probablemente legítima la lección 72 de la Vulgata. Y los envió de dos en dos, como otro tiempo a los Apóstoles, delante de sí a cada ciudad y lugar donde él debía venir. Así, en los últimos meses de su vida, multiplicaba Jesús el número de sembradores de la divina semilla, y preparaba personalmente a los futuros evangelizadores. 

Lecciones morales

A) v.1. – Designó también el Señor otros setenta y dos. – Como nadie duda que los doce Apóstoles fueron los antecesores de los actuales obispos, así es cierto también que los setenta y dos discípulos lo fueron de los presbíteros, es decir, de los sacerdotes de segundo orden; aunque en los primitivos tiempos, como lo atestigua la Escritura, todos se llamaban presbíteros y obispos; de cuales nombres, el primero significa la madurez de la sabiduría, y el segundo el arte del régimen pastoral.

B) v.1 – Y los envió de dos en dos delante de sí…- El Señor va en pos de sus predicadores, dice

San Gregorio, porque la predicación previene, y luego viene el secreto de nuestro espíritu el Señor; preceden las palabras de la predicación, y luego la inteligencia recibe la verdad. Por eso son llamados con razón los predicadores, heraldos, legados, plenipotenciarios del Señor. Como tales debemos recibirlos. 

REGRESO DE LOS SETENTA Y DOS (Lc. 10, 17-20). - Ignórase la misión de los setenta y dos y qué lugares evangelizasen; ni consta en qué lugar volvieron a juntarse con  Jesús. Pero vinieron llenos de gozo por el éxito de su predicación: y volvieron los setenta y dos con gozo, diciendo: Señor, hasta los demonios se nos someten; no sólo nos obedecen los hombres, sino, lo que supera las fuerzas humanas, se nos someten los mismos espíritus infernales. El gozo de los discípulos es natural, no por ello se los debe censurar de vanagloria: nada se atribuyen a su poder, sino todo a la gracia de Jesús: En tu nombre.

            Jesús asiente a las palabras de sus discípulos, y añade que aun él ha visto lo que ellos no vieron al echar los demonios: caer Satanás, rápidamente, como el rayo se precipita de las nubes a la tierra: Y les dijo: Estaba viendo yo a Satanás que, como un relámpago caía del cielo; de lejos ha visto Jesús, como Dios que es, el triunfo de los suyos y la total ruina del enemigo.

            Confirma luego que no son ellos los que lanzan demonios por virtud propia, sino en fuerza  de los amplísimos poderes que han recibido: Veis que os he dado potestad de pisar sobre serpientes y escorpiones, en el sentido propio de hacerles inmunes contra los animales dañinos, y en el figurado de humillar a los demonios, simbolizados por aquellos inmundos animales. Ante este poder de los enviados del Señor, es nada todo poder de Satán, el adversario de Jesús por antonomasia; ni deben temer de él: y sobre todo el poder del enemigo: y nada os dañará.

            En todo ello puede legítimamente gozarse; pero hay motivo de gozo aun mayor, y es su predestinación al goce eterno de la bienaventuranza: Más en esto no os gocéis, en que los espíritus os están sujetos; pudieseis obrar milagros y condenaros; sin duda los hizo Judas, y se perdió. Hay un motivo más sólido de exultación para ellos: Antes gozaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos; es metáfora según la cual, como acontece en las ciudades de la tierra, habría en la “Ciudad de Paz”, un registro o censo de todos los moradores, “el libro de la vida” (Ap 20,15; cf ex 32, 32.33; Ps 68, 29; Is 4,3; Ez 13,9).  

Lecciones morales.

A) Lc 17. – Hasta los demonios se nos someten en tu nombre. Más contentos parecían estar los Apóstoles, dice San Cirilo, de ser obradores de milagros que de ser ministros de la predicación del Evangelio. Los ministerios gloriosos fácilmente engendran en nosotros un sentimiento de grandeza que puede degenerar en vanagloria. Por esto, dice un intérprete, Jesús, por toda respuesta, ofrece a sus Apóstoles la perspectiva de la soberbia hundida en su propia miseria: “Estaba  yo viendo ha Satanás…”. Sean muchos o pocos nuestros talentos, grande o nulo el éxito de nuestro apostolado, obscuros o brillantes nuestros oficios, en la sociedad o en la Iglesia, atribuyámoslo siempre a Dios, de quien viene todo bien, y cuya mano nos sostiene para hacer el bien. ¡Ay de nosotros, el día que nos desprendiéramos de la mano de Dios en el ejercicio de nuestras funciones, de orden natural o sobrenatural!

B) v. 20– Gozaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos. – Los nombres de los elegidos están escritos en los cielos, no con tinta, dice Teofilacto, sino en el pensamiento de Dios y por su gracia. Que obre el hombre obras celestiales, que las haga terrenas, dice San Beda, todo lo que graba Dios en su mente: sólo son descritas en el libro de la vida las obras de vida, las que se hacen en gracia; las demás, si no son todas para nuestra perdición, no son capaces de levantarnos a la visión beatífica de Dios. 

(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio explicado, Ed. Acervo, Barcelona, 1967, 96-104)


 

Directorios y reglamentos del I.V.E
 

El modelo de toda Misión popular 

A nuestro modo de ver el paradigma de toda misión está en la primera misión de los discípulos narrada en San Lucas, capítulo 10.

…designó el Señor a otros 72… (v. 1). Dios es el que designa y elige sus misioneros. Como hizo antes con los 72 discípulos, lo sigue haciendo ahora por medio de su Iglesia. Los obispos y superiores religiosos eligen en su nombre y con su autoridad a los misioneros.

y los envió… (v. 1). No elige solamente el Señor sino que, también, envía. Envío que es a semejanza del envío del Hijo hecho por el Padre: Como el Padre me envió, también yo os envío (Jn 20, 21). Envío que constituye formalmente la misión.

de dos en dos… (v. 1). Sus razones tendría Nuestro Señor para obrar así y, de hecho, muchos siguen procediendo de la misma manera. Decía San Gregorio Magno: “Los mandó así, porque dos son los preceptos de la caridad: el amor de Dios y del prójimo; y menos que entre dos no puede haber caridad: esto nos indica que quien no tiene caridad con sus hermanos, no debe tomar el cargo de predicador”. Se dice en nuestras Constituciones: “es también muy cierto que en matemáticas uno más uno son dos, pero un hombre más otro hombre son dos mil. Un hombre junto con otro en valor y fuerza crece, el temor desaparece y escapa de cualquier trampa”.

delante de sí… (v. 1). Cristo envía a sus misioneros a que preparen el camino por donde Él mismo venga a las almas. Esta es la gran consolación del auténtico misionero, la certeza de ser enviado por Aquel y para Aquel que es el que debe llegar a los hombres. El misionero es un precursor, como San Juan Bautista que proclama con sus palabras y sus obras: “…detrás de mí viene un hombre” (Jn. 1,30). De allí la confianza inquebrantable en el poder inexhausto de la misión para la conversión de los hombres. Jesucristo mismo es el que quiere venir a ellos.

a todas las ciudades y sitios… (v. 1). No hay lugar donde haya un alma que le esté vedado al misionero. A las chozas más humildes, a las alturas más altas, a las quebradas más escabrosas, a donde hay díscola, a donde hay más dificultades… allí el misionero debe ir tomado de su bordón, un su automóvil, en avión, a pie o a caballo, en sulky o en barco… porque esa es su vocación y a eso lo envía la obediencia.

a donde él había de ir (v. 1). Somos sus embajadores: Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios exhortara por medio de nosotros (II Cor 5,20). Nuestra misión es llevar a Cristo: “No hay evangelización verdadera, mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazareth Hijo de Dios”.

Y les dijo: “la mies es mucha, y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (v. 2). El trabajo apostólico es enorme, hay que taparse los oídos cuando alguno contradiciendo las palabras del Señor diga que hay muchas vocaciones. Los obreros siempre serán pocos y la mies siempre será mucha. Sólo los “ladrones y salteadores”, sólo el pastor “mercenario”, puede ser tan criminal que desvíe, desaliente, no trabaje por, o se oponga a las vocaciones, porque hace trabajo de ladrón que viene “para robar, matar y destruir… que deja las ovejas y huye”. Siempre hay que rezar pidiendo a Dios que envíe obreros a su mies; y uno de los grandes frutos de las Misiones populares son las vocaciones a la vida consagrada.

Id; mirad que os envío como corderos en medio de lobos (v. 3). Insiste Nuestro Señor: Id…, advirtiéndonos de los peligros que tendremos. Somos profetas inermes, desarmados, sólo tenemos armas espirituales: Revestíos de las armas de Dios para poder resistir a las asechanzas del Diablo. Porque nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los Principados, contra las Potestades, contra los Dominadores, de este mundo tenebroso, contra los Espíritus del Mal que están en las alturas. Por eso, tomad las armas de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y después de haber vencido todo, manteneros firmes. ¡En pie!, pues; ceñida vuestra cintura con la Verdad y revestidos de la Justicia como coraza, calzados los pies con el Celo por el Evangelio de la paz, embrazando siempre el escudo de la Fe, para que podáis apagar con él todos los encendidos dardos del Maligno. Tomad, también, el yelmo de la salvación y de la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios; siempre en oración y súplica, orando en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con perseverancia e intercediendo por todos los santos…(Ef 6,11-18). La pastoral es cruz, dificultades, peligros, sufrimientos: no es aprovecharse de la leche, de la carne, ni de la lana de las ovejas, hay que ser como San Pablo: No busco vuestras cosas sino a vosotros (II Cor 12,14). Los que evacuan la cruz, evacuan la pastoral. De ahí tantos estridentes y clamorosos fracasos pastorales. Las ovejas no seguirán el extraño; antes huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños (Jn 10,5).

No llevéis bolsa ni alforja ni sandalias (v. 4). No quiere decir que Nuestro Señor quiera que se prescinda de todo eso, sino que se enseña el espíritu de pobreza que debe tener el misionero. No deben estar apegados a lo innecesario. No hay que poner la plena solicitud más que en la finalidad misional. Hay que confiar ilimitadamente en la Providencia, poniendo los medios.

Y no saludéis a nadie en el camino (v. 4). La tarea es urgente, no hay que perder tiempo, ni tampoco ocasiones de hacer el bien: “la ocasión es como el fierro, hay que machacar caliente”. La caridad de Cristo nos urge (II Cor 5,14).

En la casa en que entréis, decid primero: “Paz a esta casa” (v 5). Hay que ir a donde vive la gente, a sus ambientes, a sus lugares de trabajo. Hoy día no alcanza con sólo llamarlos a que vengan al Templo. ¡Hay que salir al encuentro de las personas! Por identificarse la paz de Cristo con el fin de la misión popular, el primer sermón de la Misión suele ser sobre la paz. La gran obra de la Misión popular es la pacificación de las almas por reconciliarlas con Dios.

Y si hubiera allí un hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él (v. 6). La paz es el saludo, el programa y el fruto de las Misiones populares. Por eso es tan importante la visita personal para tratar de que todos se pongan en gracia de Dios, que eso es llevar la paz. De allí que hay que guiar la conversación con la gente, sin dejarse envolver por sus temas, sino apuntando a la conversión. Si no, (la paz) se volverá a vosotros (v. 6), la paz que viene de Dios no puede quedar sin efecto, sino descansa sobre los visitados, volverá a los misioneros, que se benefician con ella. Por desear la paz para los demás, los misioneros ganan méritos para sí.

Permaneced en la misma casa… (v. 7). No debe ser la visita apostólica una “visita de médico”. Hay que tomarse todo el tiempo necesario como para poder detectar las necesidades espirituales de la familia, sus dificultades, poder evacuar sus consultas, responder sus dudas, desbaratar los sofismas contra la fe, etc.

Es desaconsejable aceptar, en tiempo de Misión, invitaciones a comer en las casas de familia, por razón de que los almuerzos suelen prolongarse demasiado, y eso va en detrimento de la Misión ya que se pierde alguna hora de descanso necesario y el contacto con los demás misioneros. Es preferible que las familias, organizadamente, lleven la comida donde se reúnen todos los misioneros. De forma más bien excepcional se podría aceptar comer con las familias, pero evitando, tempestivamente, las sobremesas. Debemos estar dispuestos a todo, acomodarse a las costumbres como el Verbo, que se anonadó; sin embargo, no condescender con el pecado.

…Porque el obrero merece su salario…En la ciudad en la que entréis y os reciban, comed lo que os pongan  (v. 7). No hay que rechazar la limosna que libremente ofrezcan, además de permitirles hacer una obra de caridad, ayuda a sufragar los gastos de la misión. Según nuestra experiencia cada misión se paga a sí misma. Rechazar la limosna se podría tomar como un desprecio y hay que educar para la limosna.

No vayáis de casa en casa (v. 7). Es decir, con apuro, como haciendo un censo, sino dándole más importancia a los frutos espirituales de cada visita que a la cantidad de casas que hay que visitar.

curad los enfermos que haya en ella, (en la ciudad)… (v. 9). Es conveniente la asistencia física y material de los enfermos, además del bien espiritual; pero no se debe perder de vista el fin de la visita, transformándola en visita social…

 Y decid: “El Reino de Dios ha llegado a vosotros” (v. 9). La expresión “Reino de Dios” aparece 50 veces en los Evangelios: “Reino de los cielos” 39 veces. Tiene tres sentidos:

            a) Se ha preparado con la obra de los patriarcas y profetas en el Antiguo Testamento y se hizo presente en la Persona y obra de Cristo.

            b) Venidero en Pentecostés gracias al Espíritu Santo, del que nacerá la Iglesia Católica. Es la fase terrestre del Reino, que es universal, espiritual, interno y externo (es decir social con sus sacramentos y su jerarquía), que no excluye a los malos y su mezcla con los buenos, que hay que descubrir, conquistar y expandir.

            c) Venidero en el día del Juicio Final, tiempo sólo conocido por Dios y que sobrevendrá por sorpresa (Mc 13,32). Es la fase celeste del Reino.

En la Misión se habla del Reino de Dios en el segundo sentido: la Iglesia, cuya Cabeza es Cristo, como Reino Universal externo (miembros, templos), e interno (la Gracia). Este Reino hay que extenderlo. Hay que conquistar almas para este Reino, y así expandirlo.

La Misión popular es una misión neta y típicamente misionera, o sea, en orden a la salvación de las almas. Apunta a la metanoia, a que se arrepientan (Mc 6,12), a la renovación, al cambio del “modo de pensar”.

En la ciudad en que entréis y no os reciban, salid a sus plazas y decid: “Hasta el polvo de vuestra ciudad que se nos ha pegado a los pies, os lo sacudimos. Pero sabed, con todo, que el Reino de Dios está cerca” (v. 10-11). El hecho de volcar el polvo al lugar, ciudad o casa de donde procede, manifiesta que es tierra profana de la que no se quiere participar, y con eso se da: testimonio contra ellos (Mc 6,11). Se nos enseña, también, que aún en caso de rechazo hay que saber anunciar, en lo que sea posible, el Evangelio.

Os digo que en aquel día habrá menos rigor para Sodoma que para aquella ciudad. ¡Ay de ti, Corazaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, tiempo ha que, sentados con sayal y ceniza, se habrían convertido. Por eso, en el Juicio habrá menos rigor para Tiro y Sidón que para vosotras. Y tú, Cafarnaúm, ¿hasta el cielo te vas a encumbrar? ¡Hasta el Infierno te hundirás! (v. 12-15). El mismo Sumo y Eterno Misionero conoció el aparente, fracaso misionero. Si Él lo conoció, también, lo podremos conocer nosotros: No está el discípulo por encima del maestro, ni el siervo por encima de su amo (Mt 10,24). Lejos de amilanarnos cualquier aparente fracaso misionero, debe enardecernos aún más en el trabajo apostólico.

Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha; y quien a vosotros os rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado (v 16). Por eso hay que tener mucha delicadeza para no ser uno la causa del rechazo. Hay que tener suma bondad de corazón y clara conciencia de que nuestras palabras deben ser las de Cristo. El que rechaza al misionero debe poner en práctica el consejo que diera San Juan María Vianney a un sacerdote que se quejaba con él de la esterilidad de sus esfuerzos apostólicos: “Elevaste tus preces a Dios, lloraste, gemiste, suspiraste; pero ¿añadiste también el ayuno, sobrellevaste vigilias, dormiste en el suelo y te azotaste? Mientras a eso no llegues, no creas haberlo intentado todo”.

Regresaron los 72 alegres… (v. 17). Siempre, inevitablemente, el misionero vuelve de la Misión con una inmensa alegría. Tal vez no haya hombre más alegre que el auténtico misionero, porque es ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! (Sal 118,26). Siempre se cumplirá lo prometido por el Señor: “Bienaventurados los que trabajan por la paz…” (Mt 5,9).

…diciendo: “Señor hasta los demonios se nos someten en tu nombre”El les dijo: “Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo”  (v 19). Por eso ni aunque vengan todas las fuerzas del infierno juntas, tendrán poder sobre el misionero, ya que a éste  los poderes les vienen de Cristo. Nada puede dañar al verdadero discípulo del Señor: no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma (Mt 10,28).

…pero no os alegréis de que los espíritus se os sometan; alegraos de que vuestros nombres estén escritos en los cielos (v 20). El motivo más grande de la alegría del misionero es haber sido elegido por el Señor para predicar su Evangelio; elección y misión que no quedarán sin recompensa: Si alguno de vosotros, hermanos míos, se desvía de la verdad y otro le convierte, sepa que el que convierte a un pecador de su camino desviado, salvará su alma de la muerte y cubrirá la multitud de sus pecados. (Sant 5,19-20).

En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se la has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce  quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quién el Hijo se lo quiera revelar” (v. 21-22). Jesús se mostró inundado de gozo, como se siente el misionero que termina la Misión, porque el que principalmente obra en la Misión es Jesús. Él es siempre el primer Misionero y el primero en alegrarse. Jesús se llena de gozo con nuestro gozo, y nosotros debemos dejarnos inundar con el de Él. Son cosas ocultas a los que se creen sabios e inteligentes, pero que en realidad son soberbios. Ese es el beneplácito del Padre. Toda Misión se origina en la Trinidad y termina en la Trinidad, en beneficio de aquellos a quien el Hijo se lo quiera revelar.

Volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: “¡Dichosos los ojos que ven lo que veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron” (v. 23-24). Dichosos por experimentar la realidad del Reino de Dios que se instaura gracias al Mesías, Jesucristo, a través de quien obra el Padre, cosa que no pudieron ver los profetas que lo anunciaron – Isaías, Jeremías, Ezequiel, Daniel…-, ni los reyes de quien descendería el Mesías:-David, Salomón…-, pero lo ven los misioneros.

Termina el texto del Evangelio según San Lucas con dos hechos que, para nosotros, manifiestan los dos grandes fundamentos de las Misiones Populares: uno, es la caridad y misericordia que debe tener el misionero. Maestro, ¿Qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?... “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo”… Y ¿quién es mi prójimo?”… El dijo: “El que practicó la misericordia con él” (v 25.27.37=.

Otro, es la oración. Cuando no hay oración falta la caridad; cuando falta la caridad no hay oración, y por razón de estas carencias no hay muchos auténticos misioneros… te preocupas y te agitas por muchas cosas; hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada (v 41-42). 

(Directorios y reglamentos del I.V.E., p. 194-201)


catena aurea

 

(San Cirilo) Había dicho el Señor, por medio de sus Profetas, que la predicación del evangelio no sólo se extendería a todos los pueblos de Israel, sino también a todos los gentiles. Por esto el Señor no sólo escogió a doce apóstoles, sino que instituyó también otros setenta y dos.  

(Beda) Oportunamente fueron enviados setenta y dos, porque había de predicarse el evangelio a otras tantas naciones del mundo; y así como antes había escogido doce, a causa de las doce tribus de Israel, así ahora estos son escogidos para enseñar a las gentes de fuera.

Así como no hay quien dude que los doce apóstoles representaban a los Obispos, así estos setenta y dos fueron la figura de los presbíteros (sacerdotes de segundo orden). Sin embargo, en los primeros siglos de la iglesia (como se sabe por tradición apostólica), unos y otros se llaman obispos y presbíteros; de los cuales nombres el uno significa madurez de sabiduría, y el otro cuidado del cargo pastoral. 

(San Cirilo) Dice San Lucas que los setenta discípulos aprendieron de Cristo la erudición apostólica, la modestia, la inocencia, la equidad; a no preferir cosa alguna del mundo a las santas predicaciones, y a aspirar de tal modo a la fortaleza del alma que no temiesen ningún terror, ni la misma muerte. Por lo que dice: “Id”.  

(Crisóstomo) La virtud del que los enviaba era su consuelo en todos los peligros; por ello dice “He aquí que yo os envío”. Como si dijese: Esto basta para vuestro consuelo, esto es suficiente para esperar y no temer los males que puedan sobrevenir; lo que significa cuando añade: “Como corderos entre lobos”. 

(San Gregorio) Muchos hay que cuando reciben el cargo de pastores se enardecen para desgarrar a sus súbditos y hacerles sentir el terror de su poder; y como no tienen entrañas de caridad, quieren mostrarse señores, y no se reconocen padres, mudando la humildad en orgullos de dominación. Contra todo lo cual debemos considerar que somos enviados como corderos en medio de lobos, para que guardando el candor de la inocencia, evitemos la mordedura de la malicia: el que se dedica a predicar no debe hacer mal, sino sufrirlo; y si el celo de la justicia exige que alguna vez proceda contra sus súbditos, debe amar interiormente a aquellos que castiga y parece perseguir exteriormente. Entonces el pastor aparecerá como tal, cuando no pone su alma sobre el pesado yugo de la codicia terrena: por lo que sigue: “No llevéis bolsa ni alforja”.

Tanta debe ser la confianza que el predicador ha de tener en Dios, que, aunque no tenga lo necesario para vivir, no debe fijarse siquiera en si esto le falta: no sea que, mientras se ocupa de las cosas de la tierra, no cuide del bien eterno de los demás. 

(Crisóstomo) La paz es la madre de todos los bienes; sin ella todos los demás bienes son inútiles; por ello el Señor mando a sus discípulos que, cuando entrasen en alguna casa, inmediatamente invocasen la paz sobre ella, como señal de los demás beneficios que venían a traer, diciéndoles: “En cualquier casa que entrareis, primeramente decid paz a esta casa”. 

(San Cirilo) Antes se ha dicho que el Señor envió a sus discípulos revestidos de la gracia del Espíritu Santo, y que, constituidos ministros de la predicación, recibieron poder para dominar los espíritus inmundos; ahora, cuando vuelven, confiesan el poder del que los ha honrado; por lo que dice: “Volvieron los setenta y dos con gozo, diciendo: Señor, hasta los demonios se nos sujetan en tu nombre”. ¡Parece que se alegraban más porque habían hecho milagros que por haber sido destinados a la predicación! Mejor se hubieran alegrado en aquello que hubieran convertido, como decía San Pablo a los llamados por él: “Vosotros sois mi gozo y mi corona” (Fil 4).  

(San Gregorio) El Señor reprendió admirablemente  el orgullo del corazón de sus discípulos, recordándoles la perdición del maestro de la soberbia; para que en el autor de la soberbia aprendiesen lo que debían temer de ese vicio; de donde sigue: “Veía a Satanás que caía del cielo como un relámpago”. 

(San Basilio) Se llama Satanás porque es enemigo de todo lo bueno (esto significa en hebreo), y se llama Diablo, porque coopera con nosotros al mal, y después es nuestro


Juan Pablo II 

 

El envío de los setenta y dos

 El evangelista Lucas, que ya ha presentado a Jesús " lleno de Espíritu Santo " y " conducido por el Espíritu en el desierto ", nos hace saber que, después del regreso de los setenta y dos discípulos de la misión confiada por el Maestro, mientras llenos de gozo narraban los frutos de su trabajo, " en aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: " Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito”. Jesús se alegra por la paternidad divina, se alegra porque le ha sido posible revelar esta paternidad; se alegra, finalmente, por la especial irradiación de esta paternidad divina sobre los " pequeños”. Y el evangelista califica todo esto como " gozo en el Espíritu Santo”.

Este " gozo ", en cierto modo, impulsa a Jesús a decir todavía: " Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quien es el Hijo sino el Padre; y quien es el Padre sino el Hijo, y aquél a quien se lo quiere revelar”. (Dominum et vivificantem I, 5, 20). 

El Hijo de Dios nos sale al encuentro, nos acoge y se nos manifiesta, nos repite cuanto dijo a los discípulos la tarde de Pascua: « Como el Padre me envió, también yo os envío » (Jn 20, 21).

Una vez más, quien convoca a los jóvenes de todo el mundo es Jesucristo, centro de nuestra vida, raíz de nuestra fe, razón de nuestra esperanza, manantial de nuestra caridad.

Llamados por Él, los jóvenes de todos los rincones del planeta se preguntan por su propio compromiso en la « nueva evangelización », en el surco de la misión confiada a los Apóstoles y a la que cada cristiano está llamado a participar, en razón de su Bautismo y de su pertenencia a la Comunidad eclesial. (Carta a los jóvenes). 

Se ha de subrayar que en los países donde tienen amplia raigambre religiones no cristianas, la presencia de la vida consagrada adquiere una gran importancia, tanto con actividades educativas, caritativas y culturales, como con el signo de la vida contemplativa. Por esto se debe alentar de manera especial la fundación en la nuevas Iglesias de comunidades entregadas a la contemplación, dado que «la vida contemplativa pertenece a la plenitud de la presencia de la Iglesia». (195) Es preciso, además, promover con medios adecuados una distribución equitativa de la vida consagrada en sus varias formas, para suscitar un nuevo impulso evangelizador, bien con el envío de misioneros y misioneras, bien con la debida ayuda de los Institutos de vida consagrada a las diócesis más pobres. (Vita consecrata).


 

Catecismo de la Iglesia Católica  
 

El envío de los discípulos

 542 Cristo es el corazón mismo de esta reunión de los hombres como "familia de Dios". Los convoca en torno a él por su palabra, por sus señales que manifiestan el Reino de Dios, por el envío de sus discípulos. Sobre todo, él realizará la venida de su Reino por medio del gran Misterio de su Pascua: su muerte en la Cruz y su Resurrección. "Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí" (Jn 12,32). A esta unión con Cristo están llamados todos los hombres. 

730 Por fin llega la hora de Jesús: Jesús entrega su espíritu en las manos del Padre en el momento en que por su Muerte es vencedor de la muerte, de modo que, "resucitado de los muertos por la Gloria del Padre" (Rm 6,4), en seguida da a sus discípulos el Espíritu Santo exhalando sobre ellos su aliento. A partir de esta hora, la misión de Cristo y del Espíritu se convierte en la misión de la Iglesia: "Como el Padre me envió, también yo os envío" (Jn 20,21). 

858 Jesús es el enviado del Padre. Desde el comienzo de su ministerio, "llamó a los que él quiso, y vinieron donde él. Instituyó Doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar" (Mc 3,13-14). Desde entonces, serán sus "enviados" [es lo que significa la palabra griega "apostoloi"]. En ellos continúa su propia misión: "Como el Padre me envió, también yo os envío" (Jn 20,21). Por tanto su ministerio es la continuación de la misión de Cristo: "Quien a vosotros recibe, a mí me recibe", dice a los Doce (Mt 10,40). 

863 Toda la Iglesia es apostólica mientras permanezca, a través de los sucesores de san Pedro y de los apóstoles, en comunión de fe y de vida con su origen. Toda la Iglesia es apostólica en cuanto que ella es "enviada" al mundo entero; todos los miembros de la Iglesia, aunque de diferentes maneras, tienen parte en este envío. "La vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado". Se llama "apostolado" a "toda la actividad del Cuerpo Místico" que tiende a "propagar el Reino de Cristo por toda la tierra". 

1332 Santa Misa porque la liturgia en la que se realiza el misterio de salvación se termina con el envío de los fieles ("missio") a fin de que cumplan la voluntad de Dios en su vida cotidiana. 

1506 Cristo invita a sus discípulos a seguirle tomando a su vez su cruz. Siguiéndole adquieren una nueva visión sobre la enfermedad y sobre los enfermos. Jesús los asocia a su vida pobre y humilde. Les hace participar de su ministerio de compasión y de curación: "Y, yéndose de allí, predicaron que se convirtieran; expulsaban a muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban" (Mc 6,12-13). 

1507 El Señor resucitado renueva este envío ("En mi nombre... impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien", Mc 16,1718) y lo confirma con los signos que la Iglesia realiza invocando su nombre. Estos signos manifiestan de una manera especial que Jesús es verdaderamente "Dios que salva".
 


 

EJEMPLOS PREDICABLES 
 

El apostolado

 

Del barco que el 17 de enero de 1878 atracó en las costas de Gabón descendió un misionero intrépido y audaz, monseñor Augouard. Un oficial le espetó:

- Estoy seguro, padre de que usted no podrá vivir aquí.

Y el misionero de África respondió rápidamente:

- Yo no he venido a vivir. He venido a morir.

Digna respuesta. Sí, los misioneros mueren por Cristo. 

Cerca de la estación ferroviaria de un pueblo contiguo a la línea de fuego, ciento cincuenta heridos esperan tendidos sobre montones de paja. Ocho de ellos más graves, agonizan en un rincón.

En medio de los sofocados lamentos, se deja oír una voz:

- Un sacerdote. Quiero confesarme.

Es tal la angustia de aquella voz, que la enfermera se levanta y pregunta en voz alta:

- ¿Hay algún sacerdote por aquí?

Nadie responde, y la enfermera se aleja del moribundo.

Más de repente siente que alguien tira de su vestido…

Ve a uno de los moribundos, que, arrastrándose, ha llegado hasta ella; en su rostro desfigurado por el sufrimiento, la ansiedad da a sus ojos un brillo especial.

- Señora, yo soy sacerdote; puedo absolver. Lléveme ha donde está aquel hombre -le dice, señalando una cruz que brilla en su pecho.

Es un capellán militar. La enfermera duda. El pobre tiene los riñones destrozados por la metralla de un obús; el más leve movimiento además de producirle atroces tormentos, puede serle fatal. Ésta por decir que no, pero la voz del sacerdote, antes débil y suplicante, se hace ahora imperiosa y severa, como un grito de santa indignación:

- ¿No conoce el valor de un alma? ¿Qué es un cuarto de hora de vida, comparado con un alma que se salva?

La enfermera ya no puede dudar; llama a otros enfermeros y entre todos ayudan al capellán a llegar hasta el otro moribundo.

Cuando ambos están juntos se miran con una sonrisa; uno tiene el gozo de poder reconciliarse con Dios; en el otro hay la alegría del padre que viene ha salvar a un hijo suyo perdido…

Los dejan solos un rato…La enfermera es luego llamada por el sacerdote:

- Ayúdeme a trazar la señal del perdón- le dice con esfuerzo, ya casi muriéndose él también-; yo no puedo…

Con mano temblorosa se levanta aquel brazo por última vez, y el esfuerzo agota al heroico capellán, que muere sobre el pecho de su penitente. 

(Vademécum de ejemplos predicables, nº 1983 y 1683)


27. 2004. Comentarios Servicio Bíblico Latinoamericano


Is 66, 10-14: Como a un niño a quien su madre consuela, así los consolaré yo.

La alegría del pueblo de Israel cuando contempla su renacer después de todas las amarguras del destierro la muestra el tercer Isaías con la figura del parto y los hijos recién nacidos que necesitan de la madre para mamar de sus pechos y recibir sus consuelos, los llevaran en sus brazos y sobre las rodillas los acariciarán. Están en la mano del Señor y como a un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo.

La figura de DiosMadre es muy querida para los profetas. Sin duda la experiencia familiar del padre, de la madre y de los hijos, es quizás la más admirable y comprensible para todos, cuando se quiere hablar del amor de Dios.

Cuando la Biblia habla de Dios Padre, ciertamente no está determinandoel género masculino de la divinidad. Es cierto que esta denominación y esta traducción están condicionadas sociológicamente y sancionadas por una sociedad de carácter varonil. Pero, realmente, a Dios no se le quiere concebir simplemente como a un varón. Sobre todo en los profetas, Dios presenta rasgos femeninos maternales. La noción de Padre aplicada a Dios, debe interpretarse simbólica­mente. Padre es un símbolo patriarcal -con rasgos maternales-, de una realidad transhumana y transexual que es la primera y la última de todas.

El profeta Oseas en el capítulo undécimo, trae uno de los textos más bellos del Antiguo Testamento. La experiencia del amor de Dios hace decir al profeta que el Señor ha ejercido las tareas de un padre-madre con el pueblo. También otros profetas presentan a Dios con características materno-paternales: un Dios que consuela a los hijos que se mar­chan llorando, porque los conduce hacia torrentes por vía llana y sin tropiezos (Jer 31,9); un Dios a quienle duele reprenderlos: ¡Si es mi hijo querido Efraim, mi niño, mi encanto! Cada vez que le re­prendo me acuerdo de ello, se me conmueven las entrañas y cedo a la compasión. (Jer 31,20).

Esa ternura del amor de Dios queda expresada de manera inigua­lable en la figura de la madre:

¿Puede una madre olvidarse de su criatura, dejar de querer al hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvide, yo no te olvidaré (Is 49,15).


Como a un niño a quien su madre consuela, así los consolaré yo (Is 66,13).

Realmente el pueblo se sentía hijo de Yahveh. Desde la primera experiencia salvífica de Dios en la salida de Egipto, el Señor ordenó a Moisés decir al Faraón: Así dice el Señor. Israel es mi hijo primogénito, y yo te ordeno que dejes salir a mi hijo para que me sirva (Ex 4,23). Y esa seguridad que la experiencia de Dios-Padre daba a los israelitas no les permitía sentirse huérfanos porque, si mi padre y mi madre me abandonan, el Señor me recogerá (Sal 27, 10). La relación con Dios que expresa el salmista en su oración le permite manifestar en el salmo 131, el vínculo maternal y filial que se establece entre Dios y el orante:


Señor, mi corazón no es ambicioso ni mis ojos altaneros:

no pretendo grandezas que superan mi capacidad,

Sino que acallo y modero mis deseos:

como un niño en brazos de su madre,

como un niño está en mis brazos mi deseo.

Espere Israel en el Señor ahora y por siempre.


La paternidad de Dios evocaba también una atención especial y una relación de protección de frente a aquellos que necesitaban ayuda y cuidado. Los profetas muestran la predilección de Dios por los pobres, los pecadores, los huérfanos y las viudas, en una palabra por todos aquellos que sólo podían esperar la salvación de la intervención amorosa del Padre-Madre que se preocupa más por los hijos desprotegidos y abandonados que por los demás.


Salmo 65 (66): Bendito sea Dios que no me ha retirado su amor

Se trata de un salmo cuya primera parte es un himno de alabanza y luego, a partir del versículo 13 continúa con una acción de gracias.

Los motivos de la alabanza son el poder soberano de Dios en favor de la humanidad, los prodigios que vivió el pueblo a la salida de Egipto, el paso del Mar Rojo y como se fueron rindiendo los enemigos.

Se invita a todos los pueblos a alabar al Señor, ya no por las acciones pasadas sino por los beneficios a la comunidad del salmista que se convierten entonces en motivos para la acción de gracias, peligros y pruebas ante las cuales la comunidad acude al Señor quien los escucha.

Todo el salmo es una invitación a los oyentes: la tierra entera, el pueblo de Israel, y los fieles a Dios, para alabar al Señor y dar gracias, porque Dios nos salva y nos protege aunque nos haga pasar por fuertes pruebas.


Gal 6, 14-18: ¿Para qué ser bien vistos por los humano si no puedo gloriarme en la cruz de Cristo?

En la despedida de su carta a los Gálatas, Pablo de manera muy sintética reafirma dos de sus temas preferidos. La salvación no se da por la ley, y el hombre en Cristo es una nueva criatura.

La circuncisión era una muestra clara del cumplimiento de la Ley, pero Pablo les dice a los Gálatas que la salvación no proviene de la ley sino de Cristo. Y se apoya en la Cruz, signo de ignominia para los romanos, los paganos y los judíos, que ahora es el signo de la victoria y de la salvación, y por eso Pablo se gloría en ella, como también todos los cristianos, porque de ella brota la vida.

Circuncidarse o no circuncidarse no es lo importante. Lo importante es renacer como nueva criatura. El mundo de la ley ha muerto. Ya no hay diferencia entre judíos y paganos. Ya no hay circuncisos e incircuncisos, lo único que cuenta es el hombre nuevo, el hombre que es capaz de superar la tragedia del pecado y realizar el proceso de la resurrección de Jesús, para vivir como un hombre nuevo.


Lc 10, 1-12.17-20: Yo te alabo, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y se las has dado a conocer a los pobres y sencillos.

Por segunda vez en el evangelio de Lucas, Jesús envía a sus discípulos a la misión. Ahora la época de la cosecha ha llegado y es necesario muchos obreros para recoger la mies; son setenta y dos, un número que evoca la traducción de los Setenta en Génesis 10, en donde aparecen setenta y dos naciones paganas. Jesús va camino hacia Jerusalén, el camino que debe ser modelo del camino de la Iglesia futura. Salen de dos en dos para que el testimonio tenga valor jurídico según la ley judía (cfr. Dt 17,6; 19,15).

La misión no será fácil debe llevarse a cabo en medio de la pobreza, sin alforjas ni provisiones. La misión es urgente y nada puede estorbarla, por eso no pueden detenerse a saludar durante el camino; tampoco los discípulos deben forzar a nadie para que los escuchen pero sí es el deber anunciar la proximidad del Reino.

Este modelo de evangelización es siempre actual. Ciertamente es una tarea difícil si se quiere ser fielesal evangelio de Jesús. Muchas veces por una falsa comprensión de la inculturación se hacen concesiones que van contra la esencia del evangelio.

Cuando los discípulos regresan de la misión están llenos de alegría. Hay una expresión que merece un poco de atención: Hasta los demonios se nos someten en tu nombre. ¿Qué significado tienen los demonios? Una breve explicación del término se dará al final.

Jesús manifiesta su alegría porque se han vencido las fuerzas del mal, porque él rechaza cualquier forma de dominio, y exhorta a sus discípulos a no vanagloriarse por las cosas de este mundo. Lo importante es tener el nombre inscrito en el cielo, es decir participar de las exigencias del Reino y vivir de acuerdo con ellas. (cfr. Ex 32,32).

Hay otro motivo de alegría para bendecir la Padre. Sus discípulos son una muestra de que el Reino se revela a los sencillos y humildes. No son los conocimientos lo que permite la experiencia del Reino. Es esa experiencia de Dios por medio del contacto íntimo con Jesús y su seguimiento.


Los demonios y las posesiones en los evangelios

Los evangelios llaman posesos a aquellos que tenían dentro un daimonion (diminutivo de la palabra daimôn). Daimonion aparece muy frecuentemente en los evangelios. Ahora bien es completamente cierto que las palabras daimonion, daimôn no tienen ninguna relación etimológica con Satanás o diablo. El significado más antiguo de daimonion fue el de una divinidad menor. De aquí pasó a significar seres intermediarios, poderes mágicos impersonales en el hombre, genio tutelar. También significó la voz interior que habla al hombre, guiándole y aconsejándole. Platón dice que Sócrates estaba inspirado por un demonio. En general, la palabra se usaba para indicar poderes invisibles o desconocidos, y se aplicaba a todo aquello que sobrecoge al ser humano. En aquel tiempo se creía que los demonios podían causar enfermedades a los hombres, mala fortuna. Esa palabra se usaba para referirse a las enfermedades interiores, aquellas cuya causa no era perceptible.

En los evangelios la palabra aparece siempre en neutro, como algo impersonal, como un poder o fuerza misteriosa, como algo dañino, por lo general carente de personalidad. Demonio en los evangelios no es un sustantivo, sino una entidad que produce males, por lo tanto mejor que traducir poseídos por demonios, sería decir afligidos por poderes perniciosos y malignos. Nos habríamos ahorrado esa falsa concepción de posesión diabólica que tantos traumas ha causado a las personas y que aún sigue causando.

En tiempo de Jesús los judíos no llamaban endemoniados a todos los enfermos. Ellos establecían diferencias entre los enfermos por causas no perceptibles, internas y los enfermos cuya causa era visible. Por ejemplo la epilepsia y la locura podían tener causas orgánicas, cerebrales, pero tales lesiones eran internas, no perceptibles. Algunas parálisis, en cambio podía tener en los comienzos causas psicológicas, pero provocaron atrofia muscular claramente visible. En este caso la parálisis aunque de origen psicológico, nunca se atribuía a los demonios. Y la epilepsia, no obstante su origen orgánico era considerada como una posesión.

Pero hay ciertas expresiones en los evangelios que dan pie para afirmar que Jesús identificaba demonios y Satanás cuando, al regresar los discípulos de la misión a que habían sido enviados dijeron al Señor con gran satisfacción: hasta los demonios se nos sometían en tu nombre. Y él les dijo: Veía yo a Satanás caer como un rayo (Lc 10, 17s). Según muchos autores, está frase no está en su contexto. Inclusive algunos piensan que no estaba en la obra original de Lc. Parece que no se refiere para nada a la expulsión de los demonios. La literatura judía no establece una relación entre Satanás y los espíritus inmundos o los demonios causantes de enfermedades. Para los discípulos Satanás y los demonios son dos cosas distintas. La frase de Jesús tiene un significado religioso, profético, de la victoria del cristianismo sobre el mal.

Los partidarios del demonio objetan diciendo que se trata de verdaderos seres, de demonios personales. La actitud de Jesús frente a los endemoniados lo confirma, pues en tales casos sus palabras demuestran que se está enfrentando no con una enfermedad, sino con una entidad distinta de la del enfermo. En efecto él les ordena enérgicamente que abandonen al paciente.

Hay tres textos: Cuando Jesús desciende del monte de la transfiguración, para conjurar al epiléptico, conjuró solemnemente al espíritu inmundo diciéndole. (Mc 9,25): Espíritu mudo y sordo, yo te lo mando, sal de él y no vuelvas a entrar en él. Para curar al loco de la sinagoga de Cafarnaum Jesús lo conjuró con la orden: Cállate y sal de él (Mc 1,25). Lo mismo sucede con el loco furioso de Gerasa. Jesús le decía: Sal espíritu inmundo de ese hombre (Mc 5,8).

A estos ejemplos ¿qué podemos responder? En primer lugar es una excelente táctica psicológica acomodarse a la mentalidad del enfermo para que, una vez establecido la relación, arrancarlo de su auto hipnotismo.

En segundo lugar, algunos exégetas dicen que no tiene sentido dar una orden a una enfermedad y no a un demonio. A esto decimos que los mismos verbos que Jesús usa con los demonios, los utiliza en el caso de la tempestad cuando se dirige a viento (Mt 8,26) y al mar (Mt 8,26). Con estas expresiones no se afirma que la tempestad, las olas, el viento, la fiebre, la lepra sean demonios.

Lo mismo podemos decir a propósito de la expresión frecuentemente usada en los evangelios: los demonios salían de los poseídos (Lc 4,41); pero lo mismo se dice a propósito de la fiebre: la dejó hablando de un enfermo. La lepra lo dejó se dice en otro lugar (Mc 1,42).

En realidad Jesús no fue exorcista ni confirió a sus discípulos el poder de exorcizar, es decir no empleó fórmulas especiales para los endemoniados. Jesús curó y dio a sus apóstoles el poder de curar enfermedades internas y externas. Jesús curó a los endemoniados de la misma manera que a los enfermos por causas externas: con su palabra, por imposición de manos, con su presencia, y por su autoridad.

Ahora se trata de un cambio de mentalidad. Una lectura que no tenía en cuenta los avances de la lingüística nos había dado una interpretación que no se ajustaba a la realidad. Los modernos estudios del lenguaje el Nuevo Testamento nos permiten darle su verdadero sentido a expresiones que tradicionalmente se habían entendido con otra significación.


Para ampliar el tema cfr. Diccionario KITTEL, tomo 2: Daimon y HAAG, Herbert. El Diablo: su existencia como problema. Barcelona, Herder, 1978 Págs. 211s.


Para la revisión de vida.

-¿Podría ser yo -un cualquiera como soy- uno de los discípulos comunes que Jesús envió? ¿O considero que sólo los grandes pueden ser «apóstoles»?

-¿Tengo capacidad para captar, desde mi pequeñez, «estas cosas del Reino de Dios», que muchas veces los grandes y sabios no captan? ¿Me ayudan mi sencillez y humildad? ¿Estoy feliz de saborear en el corazón esta sabiduría?

-«Como un niño a quien su madre consuela, así los consolaré yo a ustedes» (Is 66,13). ¿Son todas masculinas las imágenes con que yo me relaciono con Dios? ¿O casi todas? Aparte del número, en realidad, mi imagen de Dios es masculina, patriarcal? ¿Qué significa eso?


Para la reunión de grupo

-¿Vale este texto para aplicarlo a nuestra situación actual, cuando en realidad, más que hora de cosechar es hora de sembrar?

-«Los pobres y los ricos están en igualdad de oportunidades ante la salvación de Dios». Discutir esa frase. ¿Es verdad? ¿En qué aspectos sí y en cuáles no? ¿Tiene Dios acepción de personas? ¿Es irrelevante ante Dios ser rico o pobre?

-¿Qué será eso que en teología se llama el «privilegio hermenéutico» de los pobres? [«hermenéutico» = interpretativo, de interpretación].

-¿A qué se referirá Jesús cuando habla de «estas cosas» que han sido reveladas a los pequeños y que no logran captar los sabios e inteligentes?


Para la oración de los fieles

Coloquemos nuestras peticiones en la mesa eucarística, con la seguridad de que el Padre-Madre del cielo las acogerá con ternura y amor.

Te pedimos por tu Iglesia, para que sea reveladora de tu voluntad y acoja a los sencillos y humildes como portadores de tu palabra para el mundo de hoy. R/ Acógenos con tu amor maternal.

Por todos los aquí reunidos, para que seamos capaces de comunicar el amor de Dios, Padre-Madre, a todos nuestros hermanos. R/ Acógenos con tu amor maternal.

Te pedimos que envíes evangelizadores comprometidos con el evangelio, que sepan irradiar con sus vidas el amor que han recibido del Señor. R/ Acógenos con tu amor maternal.


Oración comunitaria

Te pedimos que el mundo cristiano comprenda que los pobres y desvalidos son la llamada de Dios Padre-Madre a una sociedad insensible frente al sufrimiento de sus hijos más amados de Dios. R/ Acógenos con tu amor maternal.


Te rogamos, Padre Bueno que acojas las súplicas que te hemos presentado y nos recibas y consueles a nosotros mismos de la misma manera que una madre acoge y consuela a sus pequeños hijos. Por Cristo Nuestro Señor. Amén.


28. ¿Yo también puedo ser misionero?

Fuente: Catholic.net
Autor: P . Sergio Córdova

Reflexión

No sé si has oído hablar de “Juventud Misionera” y de “Familia Misionera”. Es un grupo de familias católicas, conscientes y activas en su fe, que han asumido en carne propia la hermosa labor de la evangelización. Cada Semana Santa –además de muchos otros fines de semana durante el año— se dedican a hacer misiones en diversas comunidades rurales del país. Estos grupos nacieron hace algunos años en México y ya se han extendido en varios países del mundo. Pero lo más hermoso de todo es que son familias enteras que se van a misionar: papás e hijos, y en no raras ocasiones las mamás cargan hasta con sus bebés para hacer la misión. Y todos –hasta los niños más pequeñitos— van con su cruz al pecho y con su camisetita de misioneros.

Este año, por ejemplo, sólo Familia Misionera –unida a un grupo de Evangelizadores— lograron reunir a más de 24.000 misioneros, y realizaron su labor catequética y evangelizadora en 52 diócesis de la República Mexicana. Es una nueva esperanza para la Iglesia.

El Evangelio del domingo pasado nos hablaba de la vocación y de las exigencias del seguimiento de Cristo. Y hoy nos habla de la misión. Dos realidades inseparables entre sí. No hay vocación sin misión. Más aún, la vocación es para la misión.

Marcos, en el capítulo 3 de su evangelio, nos dice que “Jesús llamó a los que Él quiso para que estuvieran con Él y para mandarlos a predicar”. Toda vocación tiene dos fases inseparables: “estar con Jesús” para conocerlo, para amarlo, para aprender de Él. Y luego, la segunda fase, obligada: “para enviarlos a predicar” (Mc 3, 14).

Todo llamado es también, por naturaleza, un “enviado”. Y “enviado” es la traducción literal de la palabra griega “apóstol” y del vocablo latino “misionero”. Las tres expresan exactamente la misma realidad con tres nombres distintos. Son la misma cosa.

Pero, además, todo cristiano es un “llamado” y un elegido. Dios Padre llamó a Jesús desde la nube y lo proclamó su “Hijo predilecto”, en quien tiene puestas todas sus complacencias al ser bautizado por Juan en el Jordán (Mt 3, 18). Y del mismo modo, todo cristiano recibe una llamada –en latín se dice “vocación”— en el bautismo: una vocación a la santidad y, en consecuencia, también a la misión.

Las últimas palabras de Jesús que nos reportan los tres evangelios sinópticos son, en efecto, una clarísima llamada a la misión. Mateo nos dice que el Señor, antes de su ascensión al cielo, convocó a sus discípulos en un monte de la Galilea y allí les dio sus últimas instrucciones: “Id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28, 19).

Marcos nos refiere unas palabras muy semejantes, con una pequeña precisión que las hace aún más explícitas: “Id por todo el mundo –les dice Jesús a sus apóstoles— y predicad el Evangelio a toda criatura” (Mc 16, 15). Y el discurso final que nos transmite Lucas, en el Cenáculo: “Así estaba escrito: que el Mesías padeciese y resucitase de entre los muertos al tercer día, y que se predicase en su nombre… a todas las naciones” (Lc 24, 46-47).

El Evangelio de hoy nos presenta la misión de los setenta y dos. También este dato, visto exegéticamente, nos resulta muy interesante. Mateo, al presentarnos el discurso de la misión, nos habla sólo de los doce apóstoles (Mt 10, 5ss); mientras que Lucas nos dice que Jesús envió a la misión a setenta y dos discípulos. Además del número, multiplicado por el evangelista médico, cambia de nomenclatura: en Mateo, Jesús se dirige exclusivamente al grupo de los doce; mientras que Lucas alarga la misión a un grupo de “discípulos” –que debían ser, en nuestro lenguaje actual, unos “laicos”— que seguían y escuchaban al Señor durante su vida pública, y que serían luego los primeros miembros de la Iglesia junto con los doce.

La misión, por tanto, es una tarea de todos: de los sacerdotes, de las religiosas y de todos los cristianos en general. Todos, en razón de nuestro bautismo, estamos llamados a la misión. El Vaticano II, en el decreto “Apostolicam actuositatem”, nos dice que “la vocación cristiana es, por su misma naturaleza, un vocación también al apostolado” (AA, 2). Más aún, no sólo es un deber, sino un “derecho” que todo seglar tiene a hacer apostolado, y éste deriva de su misma unión con Cristo Cabeza. En efecto –continúa el documento— “insertos por el bautismo en el Cuerpo místico de Cristo, robustecidos por la confirmación con la fortaleza del Espíritu Santo, es el mismo Señor el que los destina al apostolado” (AA, 3).

Todos: chicos y grandes, hombres y mujeres, sacerdotes y laicos, estamos llamados a la misión. Sin distinción de edades, de razas, de culturas, de clases sociales. Todos debemos ser misioneros. Y para eso no hace falta irnos al África o a la China. Podemos y debemos serlo en nuestro medio ambiente: en casa, en el colegio, en la universidad, en el trabajo, en la oficina, en la calle. También en el mar o en la discoteca, ahora que inician las vacaciones. Todos tenemos el derecho y el deber de proclamar públicamente, con valentía y con santo orgullo nuestra fe católica y la alegría de vivir en gracia, en amistad con Dios.

¡Seamos apóstoles con nuestra vida, con nuestro testimonio, con nuestra palabra, y nunca nos avergoncemos de ser lo que somos: católicos, hijos de Dios, discípulos de Jesucristo!


29. CLARETIANOS 2004

¡En Misión!

Si la Iglesia no es misionera, no es la Iglesia de Jesús. Ésta es nuestra seña de identidad, nuestra quintaesencia. Jesús envió en misión a los Doce, después a los Setenta y dos, como nos evoca el Evangelio de este domingo. Tras su muerte y resurrección, un poco antes de su ascensión al cielo, nos envió a todas las naciones y etnias para hacer discípulos suyos y enseñarles todo lo que Él nos había mandado.

El objetivo: Jesús nos envía porque quiere cambiar el mundo, mejorarlo, convertirlo en el mundo que Dios soñó. En el lenguaje de aquel tiempo esto se expresaba con la imagen de la "Nueva Jerusalén", ciudad de paz, de bienestar, de consuelo, de presencia de Dios, ciudad hospitalaria donde se encuentra la riqueza de las naciones. Jesús resucitado quiso que toda la tierra se convirtiera en nueva Jerusalén, en ciudad de paz y consuelo, de hospitalidad y adoración. Esta nueva Jerusalén mundial, globalizada, es un regalo de Dios. Es su don, por excelencia. ¡Marana Tha, ven Señor Jesús! La predicación evangelizadora hace que el deseo de la Nueva Jerusalén crezca, se torne más impaciente. La plegaria "Abbá, venga tu Reino" se vuelve así más incesante e intensa. Y tenemos la certeza de que llegará. Ya está llegando: "la mies es abundante". Sólo hace falta "ponerse en camino" para acoger su llegada.

Los medios: Jesús nos ofrece en el Evangelio de este domingo algunas instrucciones para realizar la misión que nos confía:

Ir de dos en dos: no le gusta el individualismo misionero, sino la pequeña comunidad, la comunión de dos testigos; no es necesario que sean hombre y hombre, mujer y mujer; también la pareja adquiere en este contexto una notable fuerza misionera; los dos quedan envueltos en la Gloria de la Nueva Jerusalén que llega, los dos recogen la cosecha abundante. El Abbá es siempre el que los envía a la mies. ¡Esa conciencia es consoladora!

Precursores: después de los misioneros llegará Jesús. Los misioneros no le quitan protagonismo al único Misionero del Abbá que es Jesús: preparan, más bien el ambiente, para que sea acogida hospitalariamente su llegada. No hay que lamentarse por la falta de éxito... ¡que después viene Él!, ¡que con Él llega la nueva Jerusalén!

Vulnerables: los misioneros de Jesús no llevan armas, ni distintivos de poder político, económico, intelectual o religioso. Son como corderos en medio de lobos. Llevan consigo la vulnerabilidad de la paz ante la violencia; son mensajeros de la nueva Jerusalén y no agentes de la vieja y violenta ciudad. Han de contar con la falta de hospitalidad de la gente, pero entonces no han de suplicar que baje fuego del cielo que los destruya, ni maldecir , sino hacer un gesto no violento de denuncia (sacudirse el polvo de los pies) y anunciar la llegada, a pesar de todo, del Reino.

Terapeutas alegres: los misioneros de Jesús tienen poder para someter el mal y vencer las fuerzas diabólicas; con su semblante pacífico amansan las fieras; con su calidez expulsan la frialdad de los corazones; con su fe, borran todos los miedos. Salen indemnes de todos los peligros y curan los males de la gente. Por eso, su característica fundamental es la confianza alegre, la alegre confianza.

La marca: Los misioneros y misioneras de Jesús llevan su tatuaje. No es la circuncisión. Es la marca de la Cruz. No se trata, ni siquiera de un crucifijo. ¡Es llevar a Jesús Crucificado por Amor en la propia vida! El misionero se convierte en icono viviente de Jesús.
La recompensa: "vuestros nombres inscritos en el Cielo". Jesús hablaba de su Abbá, de su Dios, como judío. Lo llamaba "Cielo". Los misioneros y misioneras tienen un lugar especial en el corazón de Dios. Allí están inscritos en su corazón. En esa lista nunca faltan. Más que las listas de aprobados. Más que las listas de admitidos. Más que las listas de premiados. ¡En el Cielo!

La crisis de misión es crisis de todo, en la Iglesia. Tener experiencia y conciencia de ser enviados es lo mejor que nos puede ocurrir.

JOSÉ CRISTO REY GARCÍA PAREDES



30. Autor: P . Sergio Córdova LC | Fuente: Catholic.net
¡Seamos apóstoles con nuestra vida, con nuestro testimonio, con nuestra palabra, y nunca nos avergoncemos de ser lo que somos: católicos, hijos de Dios!

¿Yo también tengo que ser misionero?
Lucas 10, 1-12. 17-20



Reflexión


El Evangelio del domingo pasado nos hablaba de la vocación y de las exigencias del seguimiento de Cristo. Y hoy nos habla de la misión. Dos realidades inseparables entre sí. No hay vocación sin misión. Más aún, la vocación es para la misión.

Marcos, en el capítulo 3 de su evangelio, nos dice que “Jesús llamó a los que Él quiso para que estuvieran con Él y para mandarlos a predicar”. Toda vocación tiene dos fases inseparables: “estar con Jesús” para conocerlo, para amarlo, para aprender de Él. Y luego, la segunda fase, obligada: “para enviarlos a predicar” (Mc 3, 14).

Todo llamado es también, por naturaleza, un “enviado”. Y “enviado” es la traducción literal de la palabra griega “apóstol” y del vocablo latino “misionero”. Las tres expresan exactamente la misma realidad con tres nombres distintos. Son la misma cosa.

Pero, además, todo cristiano es un “llamado” y un elegido. Dios Padre llamó a Jesús desde la nube y lo proclamó su “Hijo predilecto”, en quien tiene puestas todas sus complacencias al ser bautizado por Juan en el Jordán (Mt 3, 18). Y del mismo modo, todo cristiano recibe una llamada –en latín se dice “vocación”— en el bautismo: una vocación a la santidad y, en consecuencia, también a la misión.

Las últimas palabras de Jesús que nos reportan los tres evangelios sinópticos son, en efecto, una clarísima llamada a la misión. Mateo nos dice que el Señor, antes de su ascensión al cielo, convocó a sus discípulos en un monte de la Galilea y allí les dio sus últimas instrucciones: “Id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28, 19).

Marcos nos refiere unas palabras muy semejantes, con una pequeña precisión que las hace aún más explícitas: “Id por todo el mundo –les dice Jesús a sus apóstoles— y predicad el Evangelio a toda criatura” (Mc 16, 15). Y el discurso final que nos transmite Lucas, en el Cenáculo: “Así estaba escrito: que el Mesías padeciese y resucitase de entre los muertos al tercer día, y que se predicase en su nombre… a todas las naciones” (Lc 24, 46-47).

El Evangelio de hoy nos presenta la misión de los setenta y dos. También este dato, visto exegéticamente, nos resulta muy interesante. Mateo, al presentarnos el discurso de la misión, nos habla sólo de los doce apóstoles (Mt 10, 5ss); mientras que Lucas nos dice que Jesús envió a la misión a setenta y dos discípulos. Además del número, multiplicado por el evangelista médico, cambia de nomenclatura: en Mateo, Jesús se dirige exclusivamente al grupo de los doce; mientras que Lucas alarga la misión a un grupo de “discípulos” –que debían ser, en nuestro lenguaje actual, unos “laicos”— que seguían y escuchaban al Señor durante su vida pública, y que serían luego los primeros miembros de la Iglesia junto con los doce.

La misión, por tanto, es una tarea de todos: de los sacerdotes, de las religiosas y de todos los cristianos en general. Todos, en razón de nuestro bautismo, estamos llamados a la misión. El Vaticano II, en el decreto “Apostolicam actuositatem”, nos dice que “la vocación cristiana es, por su misma naturaleza, un vocación también al apostolado” (AA, 2). Más aún, no sólo es un deber, sino un “derecho” que todo seglar tiene a hacer apostolado, y éste deriva de su misma unión con Cristo Cabeza. En efecto –continúa el documento— “insertos por el bautismo en el Cuerpo místico de Cristo, robustecidos por la confirmación con la fortaleza del Espíritu Santo, es el mismo Señor el que los destina al apostolado” (AA, 3).

Todos: chicos y grandes, hombres y mujeres, sacerdotes y laicos, estamos llamados a la misión. Sin distinción de edades, de razas, de culturas, de clases sociales. Todos debemos ser misioneros. Y para eso no hace falta irnos para Haití o al África. Podemos y debemos serlo en nuestro medio ambiente: en casa, en el colegio, en la universidad, en el trabajo, en la oficina, en la calle. También en el mar o en la discoteca, ahora que inician las vacaciones. Todos tenemos el derecho y el deber de proclamar públicamente, con valentía y con santo orgullo nuestra fe católica y la alegría de vivir en gracia, en amistad con Dios.

¡Seamos apóstoles con nuestra vida, con nuestro testimonio, con nuestra palabra, y nunca nos avergoncemos de ser lo que somos: católicos, hijos de Dios, discípulos de Jesucristo!


 

31.- Riqueza interior

Enrique Díaz Díaz on 2 July, 2016

Isaías 66, 10-14: “Yo haré correr la paz sobre ella como un río”
Salmo 65: “Las obras del Señor son admirables”
Gálatas 6, 14-18: “Llevo en mi cuerpo la marca de los sufrimientos que he pasado”
San Lucas10, 1-12. 17-20: “El deseo de paz de ustedes se cumplirá”

Tanto tiempo sin lluvia había matado las ilusiones del pueblo. Todo era triste y la sequía se alargaba interminable. El campo árido, polvoso, se tornaba cada vez más seco y agresivo. Las siembras, una y otra, vez se habían perdido. El ganado moría de hambre y de sed. No se había visto una sequía igual. Muchos emigraron buscando nuevos horizontes. Años de sequía. Y cuando ya no había esperanza y cuando menos lo esperaban, llegó la lluvia como bendición.

Una lluvia suave y constante, una lluvia refrescante y vivificadora. Una lluvia que con el pasar de los días ha devuelto el verdor y sobre todo la esperanza. ¡Hasta el manantial, que tenía años reseco, resurge a borbotones! ¡Hay nueva vida! Donde sólo había amenazas de muerte, han renacido gérmenes de resurrección.

El profeta Isaías con imágenes parecidas, alienta la esperanza de un Israel que ya está a punto de desfallecer: “Yo haré correr la paz sobre ella como un río y la gloria de las naciones como un torrente desbordado”. El Señor nunca se deja vencer por el mal.

Quizás ahora a nosotros nos esté pasando que al contemplar las situaciones de injusticia y de corrupción, de violencia y de agresividad, estemos perdiendo la esperanza. Pero el verdadero discípulo sabe que su fortaleza está en el Señor y no se puede permitir sucumbir al pesimismo ni dejar las cosas como están o como quisieran algunos que continuaran en contra de los más pequeños y desprotegidos.

El Evangelio de Jesús siempre nos renueva, siempre nos alienta y siempre está brotando a pesar de las adversidades y dificultades externas. El Evangelio está en el corazón de los discípulos y los impulsa a llevar con alegría y entusiasmo su mensaje de vida nueva.

Hoy San Lucas nos lo recuerda con delicadeza pero con exigencia. Continuando el texto iniciado hace ocho días donde expresaba las exigencias del discipulado nos refiere que: “Jesús designó a otros setenta y dos discípulos y los mandó por delante, de dos en dos”. En paralelo con la misión de los doce, nos narra la misión de los setenta y dos, para enseñarnos que la responsabilidad y legitimidad misionera es de todos; no sólo de unos cuantos. Restringir el encargo de anunciar el Evangelio a sacerdotes, religiosos y misioneros, es empobrecer el texto y el envío universal hecho por Jesús.

Aunque con frecuencia proclamamos que “la Iglesia somos todos”, después lo olvidamos de ambas partes. El fiel laico no se toma en serio su papel como miembro de la Iglesia confrontado con un mundo hostil y agresivo. No asume su papel de protagonista de la evangelización y de la transformación de la sociedad. Se guarda en su corazón la Buena Nueva y no la proclama en sus espacios.

Desgraciadamente tampoco quienes deberíamos reconocerles ese derecho y esa participación, hemos respetado sus derechos, ni hemos abiertos campos con toda la amplitud y responsabilidad necesarias. Es una tarea grande, aún por realizar, el papel del laico y de la mujer en la Iglesia.

Quizás nos ahogan las presiones y contrariedades de una sociedad que camina por otros senderos y tiene otros ideales. Pero Jesús ya nos lo anunciaba. Nos hemos acostumbrado a sus expresiones y no les damos toda la importancia que contienen. Si nos ponemos a escucharlas interiormente, tocan nuestro ser, nos iluminan con luz nueva y nos revelan lo lejos que estamos de entender y de acoger su Evangelio.

¿Qué nos dicen las palabras de Jesús: “Pónganse en camino; Yo los envío como corderos en medio de lobos”? En una sociedad que se nos presenta tan mezquina y tan agresiva, ¿se puede vivir de otra manera que no sea a ese estilo o encerrados a la defensiva? Y sin embargo Jesús propone otra forma, la que Él mismo vivió. Nos invita a vivir de tal manera que toda persona pueda descubrir que la bondad, la amistad, la paz y la solidaridad existen. De ahí el saludo que ordena al discípulo: “Que la paz reine en esta casa”.

Y solamente quien tiene paz interior podrá ofrecer paz a los que están a su alrededor. Y entendamos que paz, no es la indiferencia o el desentendimiento de los problemas, sino al revés: enfrentar con serenidad los mismos problemas. La paz es el bien deseado y añorado en nuestros tiempos y es la tarea primordial que con ahínco y entusiasmo debe realizar el discípulo, con la confianza puesta en Jesús. Saberse ovejas que enfrentan al lobo y no perder la armonía interior.

Es curioso además lo que propone Jesús: nos envía en medio de los lobos y nos pide que no llevemos prácticamente nada. La única riqueza que permite es la riqueza del corazón.

El testimonio de pobreza es condición necesaria para un auténtico servicio de evangelización y es un dato históricamente comprobado que el afán prioritario de eficacia, recurriendo al poder, al dinero o hasta las armas, ha desvirtuado y corrompido, y desvirtúa y corrompe, los más puros valores evangélicos.

Jesús nos enseña que su “Buena Nueva” nace desde los pobres, con los pobres y desde ellos se proclama. Así como nació, vivió y murió Jesús. Así es como también lo reconoce San Pablo que se atreve a presumir de llevar en su cuerpo la marca de los sufrimientos que ha pasado.

El mensaje a proclamar está aún más claro: “Ya se acerca a ustedes el Reino de Dios”. Sí, ese Reino que hace presente Jesús en medio de los sencillos y los humildes, ese Reino donde los pobres escuchan una Buena Nueva, ese Reino donde los sordos oyen, los ciegos ven y los pecadores quedan limpios. Ese Reino es toda una novedad aún en nuestros días.

Ese Reino es el que Jesús nos invita hoy a vivir, a anunciar y a demostrar que es posible hacerlo presente en nuestros días. ¿Cómo estamos haciendo nuestra tarea de anunciar el Reino? ¿Como laicos manifestamos la alegría de anunciar el Evangelio en todos los espacios de nuestra sociedad? ¿Estamos dispuestos a asumir las consecuencias de vivir el Evangelio?

Señor Jesús, que has puesto el tesoro más grande al cuidado de los pobres y humildes, concédenos la riqueza interior para proclamar con alegría tu Evangelio. Amén.