29 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XIV
14-25

 

14.

1. «Como corderos en medio de lobos».

En el gran discurso misional del evangelio, Jesús envía a sus discípulos «como corderos en medio de lobos». La imagen es terrible. Humanamente considerado, semejante envío podría parecer irresponsable. Jesús puede decir algo semejante únicamente porque él mismo ha sido enviado por el Padre como el «Cordero» en medio de los hombres, que se comportan como lobos con respecto a él, para que así se consiga el triunfo del «Cordero como degollado» que le hace digno y capaz de soltar todos los sellos de la historia del mundo (Ap 5). Jesús ha venido a los hombres completamente indefenso; su única arma era su misión, la cual, mientras duró, le protegió contra el ataque de sus enemigos, aunque a veces tuvo que librarse de ellos a escape. Jesús desarma primero completamente a los que tienen que anunciar su mensaje: a los «pocos obreros»; éstos en primer lugar deben desear la paz: no importa que ésta sea aceptada o no; y si esa paz no es aceptada, en modo alguno hay que tratar de imponerla por la fuerza, sino que hay que marcharse a otro sitio. Pero tanto a los que los acogen como a los que los rechazan, sus mensajeros deben anunciarles que el reino de Dios está cerca, para que la gente pueda prepararse convenientemente, pues el tiempo apremia. No deben alegrarse o entristecerse por el éxito o el fracaso; el éxito no está incluido en la misión; el verdadero éxito se encuentra únicamente en el Señor de las misiones, que mediante su cruz ha expulsado a Satanás del cielo. El Cordero de Dios solo «ha vencido»: «ha vencido el león de la tribu de Judá», en cuyo honor se entonan grandes cantos de alabanza en el cielo (Ap 5,5.9ss). Únicamente en él, y no en sí mismos, tienen los enviados «potestad para pisotear... todo el ejército del enemigo». Esta certeza debe bastarles a los enviados como consuelo.

2. «Llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús».

En la segunda lectura el apóstol habla en nombre de la Iglesia de Cristo. La indefensión de Jesús y de sus discípulos se ha transformado ahora en su estar crucificados, en el que la aparente derrota se mostrará como la verdadera victoria. El mundo aparentemente victorioso está crucificado, es decir, está muerto y es inofensivo, mientras que el apóstol «está crucificado para el mundo», ha hecho inofensivo lo que es mundano en él. Y estas dos cosas en virtud de la cruz de Cristo, que es lo único de lo que Pablo se gloría. Que lleve «en su cuerpo las marcas de Jesús», es sólo el signo de su seguimiento estricto, un seguimiento en el que Pablo es ciertamente consciente de la distancia que le separa del Señor («¿Ha muerto Pablo en la cruz por vosotros?»: 1 Co 1,13). Sólo a partir de la cruz de Cristo puede Pablo, en nombre de la Iglesia (del «Israel de Dios»), prometer «paz y misericordia» a todos los que «se ajustan a esta norma»: que la victoria sobre el mundo se encuentra únicamente en la cruz de Jesús y en sus efectos sobre la Iglesia y sobre el mundo.

3. «Como a un niño a quien su madre consuela».

En esta «norma» se encuentra toda la riqueza de la Iglesia, que es la madre que nos alimenta y de cuyas ubres abundantes, como dice la primera lectura, debemos mamar hasta saciarnos. La Iglesia no tiene más consuelo para sus hijos que el que le ha sido dado por Dios: que en la cruz de Jesús el amor de Dios se ha convertido en algo definitivamente tangible para el mundo; que sólo a partir de ella puede hacerse derivar hacia la Iglesia, y a través de ella hacia el mundo, «la paz como un torrente en crecida».

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 268 s.


15. Sobre la primera lectura. I/JERUSALEN I/SANTA-PECADORA:

Debieran llenarnos de alegría estas palabras de Isaías. Él las refiere a Jerusalén y nosotros las decimos de la Iglesia: "Festejad a la Iglesia. Gozad con ella todos los que la amáis; alegraos de su alegría los que por ella llevasteis luto. Mamaréis a sus pechos y os saciaréis de sus consuelos".

Estas palabras de la liturgia de hoy debieran compensarnos de tanta visión negativa que estamos oyendo y leyendo continuamente de la Iglesia: "Yo haré derivar hacia ella, como un río, la paz".

La Jerusalén-Iglesia, ilusionada con estas promesas que sobre ella hace el Señor, se desborda en alabanza agradecida en el salmo responsorial: "Fieles de Dios, venid a escuchar: os contaré lo que el Señor ha hecho conmigo".

Nunca cumple la Iglesia mejor su misión que cuando proclama al mundo la grandeza del Señor Poderoso que "hizo obras grandes en mí". Como María, tampoco la Iglesia es triunfalista confesando las maravillas que en ella realiza el Señor "porque se ha fijado en la pequeñez de su esclava".

Recuerdo una serie de títulos: "El pecado en la Iglesia", "Poder y opinión en la Iglesia", "El dinero de la Iglesia", etc. Parece que pertenecemos a una sociedad masoquista o acomplejada por su debilidad. Hemos caído en la tentación de juzgarnos con más severidad con que Dios nos juzga y nos hemos vuelto estériles para dar testimonio de nuestra fe. Es cierto que hay razones para escandalizarse en cada página de la historia de la Iglesia. Ella está compuesta "por todo género de peces, buenos y malos". Pero es más cierto aún que es también el lugar en donde Dios se manifiesta, perdona, ilumina, reconcilia, alimenta y da vida.

Jesús envía a 72 discípulos, es decir, a todos los cristianos. Me pregunto qué hubiera ocurrido si los enviados, en lugar de ponerse en camino, hubieran comenzado a organizar jornadas de reflexión sobre los defectos del grupo. Hubiera podido decirles Jesús: "¿Pensáis que os tengo por dioses salvadores o por ángeles impecables? Yo sé a quiénes he elegido".

No somos los cristianos la meta del mundo. Somos los preparadores del camino. Los que anuncian el Reino de Dios. La Iglesia convocada por Jesús no va al mundo a exhibir medallas, sino con la sencillez del pequeño que invita a escuchar "lo que el Señor ha hecho conmigo".


16. CONTEMPORIZAR

«Acomodarse uno al gusto ajeno por algún respeto o algún fin particular». Así define el diccionario la palabra «contemporizar».

Pues, ea. ésa es la palabra que, hoy, mientras reflexionaba sobre el evangelio de este domingo, me venía una vez y otra vez: «contemporizar». Unas veces la veía en su vertiente radical y de compromiso: la postura de alguien que actúa evitando toda claudicación, sin contemplaciones, tal y como se desprende de las palabras de Jesús: «Os mando como ovejas entre lobos. No saludéis a nadie por el camino». Como diciendo: «no contemporicéis con nadie». Otras veces, al revés, la palabra me llegaba mansa e inofensiva, comprensiva al máximo: «Quedaos en la misma casa. Comed y bebed de lo que tengan». Es decir: «podéis contemporizar con la buena gente».

-¿En qué quedamos, Señor? ¿Cuál es la consigna para quienes tienen, tenemos, que salir a evangelizar?

Vivimos una época increíble de subjetivismo doctrinal y moral. Mucho me temo que, en ella, hay que poner mucho esmero a la hora de sentirnos «enviados», como aquellos setenta y dos. El embajador de Cristo no puede hacer «maleable» el mensaje del que es portador. «Llevamos tesoros infinitos en vasijas muy frágiles», decía Pablo. Y no podemos claudicar «ante cualquier viento de doctrina», decía también. El cristiano no puede ir condescendiendo ante los demás, «al son que toquen», en la transmisión de la fe de la cual es testigo. Ni puede abandonarse a un «modus vivendi» que contradiga esa fe. Acomodar su «credo» y su «moral» a lo que rezaba aquel título de Pirandello -«Así será si así os parece»- sería peligrosa equivocación. El cristiano, como Pedro y los Apóstoles, tiene que estar dispuesto a decir: «No podemos menos de proclamar lo que hemos visto y oído». ¿Por qué? Entre otras razones, «porque es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres».

Pero también habrá que tener en cuenta la otra vertiente. En el ejercicio de transmitir la fe, con tal de llevar íntegramente «esos tesoros infinitos», no importa que se quebranten «nuestros frágiles vasos», nuestras personales estructuras, nuestros «modos de actuar». Es más, puede ser algo necesario.

Y eso, amigos, puede hacernos sufrir. Somos animales de costumbres. Nos aferramos a nuestras viejas metodologías. Pensamos que «cualquier tiempo pasado fue mejor». Y esa tentación es muy peligrosa. Ya que los «modos de actuar», como los vestidos, como las modas, envejecen. Por eso San Pablo, ciñéndose exclusivamente a lo principal -ser portador del Mensaje-, decía: «Gastaré y me desgastaré a mí mismo», dejando bien claro que él sabría «contemporizar» con lo «cambiante», pero no con lo «sustancial».

Eso es lo que creo quiere decir hoy ese pasaje en el que parece Jesús un intransigente por una parte, y un acomodaticio por la otra. Algo que los antiguos resumieron muy bien en una breve sentencia: «Suaviter in modo, fortiter in re». Pedagogía que tendrán que aprender muy bien todos los pastores, ocupen el lugar que ocupen en la jerarquía. Y tendrán que aprenderla los padres en esa tarea de cada día que se llama la «educación integral» de sus hijos. Y tendremos que practicarla cada uno en nuestro caminar cristiano, para no ser «cañas agitadas por el viento». Y también para no confundir «el tocino» con la «velocidad».

ELVIRA-1.Págs. 246 s.


17.

Frase evangélica: «La mies es abundante, y los obreros pocos»

Tema de predicación: LA MISIÓN DE LOS ENVIADOS

1. Jesús designa y envía a sus mensajeros «por delante» (-apertura), «de dos en dos» (en grupo apostólico), «a todos los pueblos» (y a lo más medular del pueblo), y les da una serie de instrucciones relativas a su misión. El trabajo es enorme (la mies -el pueblo- es «abundante»), y larga y trabajosa la marcha hasta la ciudad viva de Dios (la oposición será verdaderamente increíble). La misión prepara la venida del Señor. A la acción sucede el descanso, con la alegría del regreso, al ser vencido lo satánico.

2. Lucas emplea en el evangelio de hoy dos perspectivas básicas: la universalista, aludida por la expresión «en medio de lobos» (pueblos paganos, despreciados por los judíos), y la escatológica, insinuada por las imágenes del banquete, del juicio y de la caída de Satanás (Jesús es el Señor del reino y el Hijo del Hombre). La «casa», por su parte, es presentada bajo tres perspectivas: la paz (concordia fraterna), la comida (comunicación de bienes) y la permanencia (asentamiento).

3. En el ministerio cristiano, cualquiera que sea su especificidad, todos somos, en primer lugar, «designados», llamados. En segundo lugar, somos «enviados», puestos en camino. En contraste con la abundancia de la mies (los pueblos paganos), los obreros son pocos (las comunidades cristianas evangélicas). También es de reseñar el contraste entre, por una parte, el patrón que envía y los enviados (los corderos) y, por otra, los destinatarios (lobos en ocasiones).

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Tenemos conciencia de ser enviados por el Señor?

¿Somos de verdad misioneros?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 291


18.

Jesús elige un grupo de setenta y dos, símbolo del nuevo pueblo de Dios, para que prepare la venida del Reinado de Dios. Es un grupo de discípulos que, al igual que los doce apóstoles, anuncia la buena nueva a todos los pueblos.

Los setenta y dos, para ser comunidad misionera, han pasado por un proceso de selección. Jesús les ha planteado las exigencias del seguimiento (Lc 9, 57-61): romper con la búsqueda de comodidades y beneficios, con el círculo familiar, con las ocultas prioridades individuales. "Después de esto" los envía a preparar el camino por donde él pasará. Las palabras que les dirige ponen en evidencia las condiciones: la misión no es un cometido fácil, deben dedicarse completamente a ella y adaptarse a sus difíciles circunstancias. Las necesidades del pueblo exceden con creces las posibilidades de la comunidad y el éxito de la misión no depende únicamente de su esfuerzo humano. Deben apoyarse en Dios para que el número de evangelizadores crezca y puedan responder a la tarea encomendada. Así, se lanzan a la evangelización con una actitud humilde y confiada en la eficacia del Señor y no en los méritos propios.

Esta comunidad enfrenta numerosas dificultades en el cumplimiento de su tarea debido a que su programa de vida choca radicalmente con los valores dominantes en la sociedad. El discípulo ha roto con las seguridades económicas. Éstas podrían atarlo e impedirle concentrarse en su tarea. Debe renunciar a toda forma de imposición y manipulación para alcanzar sus objetivos. Ante la inminencia de la irrupción del Reino no debe entretenerse con nimiedades ni aplazar el servicio misionero de la Palabra. Debe, a la vez, insertarse en las condiciones de los evangelizados, de modo que no sea una carga: comiendo, bebiendo y trabajando como ellos. El enviado, también, asume una actitud terapéutica al procurar la salud de los enfermos y la dignificación de los marginados.

El anuncio de los misioneros se concentra en la llegada del Reino. Con Jesús y su comunidad de discípulos se hace efectivo el Reino en medio de la humanidad. El Reino de Dios, esperado por tantos siglos, irrumpe de la mano de un hombre que manifiesta la misericordia de Dios. El Reino de Dios, a la vez que causa conflictos, por cuanto pone en evidencia las intenciones humanas, destaca lo mejor del ser humano: su capacidad para solidarizarse con los más necesitados.

Con la misión de la comunidad de discípulos, el pueblo toma consciencia de la acción de Dios por medio de unos humildes seres humanos. Ellos no brindan grandes recursos económicos o espectáculos. Ofrecen sus vidas para hacerse solidarios de los enfermos y los más necesitados. Buscan a las personas de buena voluntad para anunciarles la irrupción del Reino de Dios en Jesús. Quien es capaz de reconocer a Jesús en los misioneros, acoge a Dios mismo.

Este pasaje es muy significativo para nosotros. Jesús no envía a unas pocas personas a evangelizar. Encarga esta tarea a una comunidad de discípulos que bajo el símbolo de los setenta y dos, representan a la totalidad del pueblo cristiano. Jesús aspiraba a que toda la comunidad de discípulos se comprometiera en el anuncio del Reino. Desafortunadamente, en la actualidad la mayor parte de los cristianos no nos sentimos discípulos ni hacemos parte de una comunidad. Somos, muchas veces, cristianos solitarios que no comunicamos nuestra fe y no vivimos en solidaridad con el prójimo necesitado. Y, lo peor, no nos sentimos misioneros. Somos discípulos de Jesús que no asentimos a su enseñanza. Por esto, cabe preguntarnos:

Para la conversión personal

-¿Somos misioneros que transformamos nuestra realidad personal y comunitaria?

-¿Conformamos verdaderas comunidades cristianas o somos un grupo de desconocidos que se reúne accidentalmente los domingos?

Para la reunión de la comunidad o del círculo bíblico

-¿Quiénes son los 72 discípulos? ¿A quién representan?

-Buscar en el nuevo testamento los fundamentos -si los hay- de la separación entre clérigos y laicos. Comparar la situación actual de la Iglesia con la que refleja la praxis de Jesús y la práctica de las primeras comunidades.

Para la oración de los fieles

-Por todo el pueblo santo de Dios, para que comprenda que todo él está constituido por sacerdotes, profetas y reyes, y viva en consecuencia la plenitud de su participación en la vida eclesial, roguemos al Señor...

-Por todos los que, aferrados a una visión eclesiológica preconciliar, desearían una iglesia más clerical, con una clara separación entre clérigos y laicos, que mantenga a estos últimos en un puesto pasivo de simples receptores y oyentes y ejecutores de órdenes superiores...

-Por todos los que justifican la concentración del poder y la falta de participación en el sofisma de que "la Iglesia no es una democracia", para que comprendan que la Iglesia es más que una democracia...

Oración comunitaria

Dios Padre nuestro, que con tu Espíritu, enviaste, por la palabra de tu Hijo, a los 72 discípulos a anunciar la buena noticia de la llegada del Reino: vuelve a enviar hoy, de nuevo, a todo el Pueblo de Dios a quienes ellos representan, para que sean muchos los que formando parte de este Pueblo Santo de Profetas, Reyes y Sacerdotes, se decidan a participar y a superar los obstáculos que lo dificultan. Por N.S.J.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


19.

LLEGA YA NUESTRA PAZ

¡A PRISA! ¡QUE PARA MUCHOS YA ES TARDE!

1. Los principios de la Iglesia giran alrededor de los DOCE. Ellos eran un equipo inicial de referencia con experiencia y con garantía. Eran doce como la continuación de las doce tribus de Israel. Eran un puñado de fermento en la masa nueva, una pequeña comunidad de creyentes, iluminada por el Espíritu. Comunidad encargada de llevar la Buena Noticia por todo el mundo. El círculo se va ensanchando. Jesús amplía la Comunidad a setenta y dos, a quienes envia de dos en dos, para que tengan ocasión de vivir en caridad y su testimonio sea más auténtico.

2. Y les decía: "¡Poneos en camino!. Os mando como corderos en medio de lobos"... Venced a los lobos con la mansedumbre, la humanidad, la paciencia, las virtudes... No os preocupéis por los medios materiales. Anunciad: "está cerca de vosotros el reino de Dios" Lucas 10,1. "Buscad el Reino de Dios y todo se os dará por añadidura" (Lc 12,31).

3. Son enviados para anunciar que el Reino de Dios está cerca. Que Dios ama a los hombres. Que por eso envía a su Hijo.. No los envía para conseguir socios de un club y asegurar sus cotizaciones..., ni para integrar un partido político con marcado sentido social humanista y terreno. Ni para erigir una compañía multinacional...

4. Pero no envía sólo a doce, sino a setenta y dos... A todos los bautizados. Todos los cristianos somos enviados a anunciar el Evangelio, en el hogar, que es la primera escuela de evangelización, en el trato con los hombres haciendo vida las verdades cristianas, siendo la luz y la sal (Mt 5,14) en medio de un mundo de lobos, de materialismo y de egoísmo, de hedonismo y de mentira y de rencor. Nuestro campo de trabajo es toda la tierra. Allí en el lugar del trabajo, en los viajes también, en la consulta del médico y en el lugar y tiempo de descanso. Para el cristiano no hay tiempos de oficina, ni vacaciones. Mucho menos para los doce, debe haber tiempos de oficina para evangelizar, que ni son profesionales, ni menos funcionarios. Son anunciadores de Dios y de su misericordia. Deben aprender a mirar el mundo con los ojos de Dios, con misericordia. Como Dios que, donde ve pecadores ve enfermos que hay que curar.

5. Decidle a esa madre desesperada que Dios ama a su hija y que su hija vive, aunque haya muerto. Anunciad la paz a Jerusalén (Sal 121,7), que es la Iglesia, y decidle que los que llevaron luto por ella se llenarán de alegría y que les invadirá la paz como un río caudaloso Isaías 66,10.

6. Jerusalén es la Iglesia, nuestra Madre, como la llamaban ya los primeros cristianos, que nos lleva en sus brazos y nos alimenta con la Palabra, "que debe habitar en nosotros con toda su riqueza" Colosenses 3,15, y con los sacramentos que hacen presente a Cristo, y los testimonios de las almas santas. Y ello nos traerá la paz, que es el cúmulo de los bienes mesiánicos y salvíficos que recibimos de Jesús. Que es el rio de alegría, y de consuelo, el torrente crecido y caudaloso de amor y de caricias del regazo de Yavé, volcado a su ciudad santa de Jerusalén.

7. Pero esta paz, esta dulzura y amor, son fruto de la Cruz, por eso San Pablo sólo quiere gloriarse en la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, con la cual está crucificado al mundo Gálatas 6,14. Este mundo que tiene necesidad de la experiencia de Dios y de Cruz de los cristianos, de la Iglesia. Este mundo tan lejos de Dios y de la paz cuanto más los necesita. Este mundo al que hay que darle a Dios para que dignifique sus relaciones sociales, sus objetivos políticos, sus problemas económicos. Esta sociedad a la que hay que reconducir al trabajo y a la veracidad, a la obra bien hecha y al sacrificio, al desprendimiento y austeridad y, sobre todo, al amor. Y ¿quién tiene la misión de reconducirla, sino los discípulos de Jesús de Nazaret, es decir, la Iglesia, pues su alma, como la de Israel, ha recibido un germen divino que debe ir transformando como fermento la sociedad. "Paz a esta casa". Paz a este mundo. Ah! Esos esqueletos vivos del Sudán, ¡cómo nos están espeluznando las carnes y encogiendo el corazón, contemplando que los millones de ciudadanos del mundo no hemos sido capaces de traer la paz, y los mil millones de cristianos no la hemos sabido contagiar, la paz y la amisericordia, y la compasión eficaz y efectiva!

8. El cristiano ha de estar crucificado con Cristo, debe morir al mundo, debe unir todas sus cruces a la Cruz de Jesús. El cristiano lleva las marcas de la Cruz de Jesús, como Pablo Gálatas 6,14, porque en el Bautismo ha participado en la muerte de Cristo y ha sido sepultado con El. Que el mundo vea en nosotros las marcas de la Cruz...Y si con él morimos, viviremos con El, si con El sufrimos, reinaremos con El (2 Tim 2,11).

9. "Como fieles de Dios, vengamos a escuchar lo que él ha hecho por nosotros, sus asombrosas proezas en favor de los hombres Salmo 65. Sobre todas, la proeza inmensa de amor de entregar a su Hijo a la muerte de cruz para que sea nuestra salvación y para que nos asocie a su vida gloriosa, por la participación en su vida, muerte y por el sacramento de la eucaristía.

J. MARTI-BALLESTER


20. COMENTARIO 1

NI BOLSA NI ALFORJA

La gerencia de la Conferencia Episcopal Española cifraba en unos 4.000 millones de pesetas las rentas del clero pata 1978 en razón de sus bienes patrimoniales...

- En cuanto al capital móvil, los ingresos de la Iglesia proceden de tres fuentes principales: el Estado, con 9.323 mi­llones en 1982 a través del Ministerio de Justicia; el trabajo remunerado de los propios sacerdotes, tal vez por encima de los 2.000 millones (muchos de los sacerdotes dan clases de re­ligión en centros del Estado, a cuyo efecto el Ministerio de Educación presupuestó en 1982 la cantidad de 1.730 millones de pesetas), y, por último, las aportaciones directas de los fie­les, con un volumen anual superior a 15.000 millones en 1982, según cálculos aproximados.

- Los obispos y el clero secular disponían en 1982 de un dinero líquido valorado en unos 32.000 millones de pese­tas. De ellos, en torno al 40 por 100 se dedicaban a gastos de personal (unas 45.000 ptas. brutas al mes por sacerdote) y el restante 60 por 100 a actividades pastorales, obras sociales y conservación del patrimonio (un millón anual por parroquia).

- En 1980, el presupuesto a nivel nacional y diocesano de Cáritas fue de 890 millones de pesetas, provenientes en su mayor parte de donativos y colectas.

- Los 340 institutos religiosos en España tienen, cada uno de ellos, organización económica independiente, y sus es­tados de cuentas no son accesibles en la inmensa mayoría de los casos. Sin embargo, en 1979, una ley del Ministerio de Hacienda obligó a los institutos religiosos a hacer declaración de sus bienes patrimoniales, lo que abre la posibilidad, a corto plazo, de que tales balances económicos sean del conocimiento público.

Son algunos datos, necesariamente incompletos, que refle­jan el volumen económico de la Iglesia española, entresacados de la revista «Misión Abierta» (1982) 49-59.

Pido disculpas por esta incursión en el mundo de la eco­nomía, por donde uno se mueve como en corral ajeno. Pero la idea me la ha sugerido la lectura del evangelio de Lucas, que dice así: «Algún tiempo después designó el Señor otros setenta y dos -hoy la Iglesia tiene aproximadamente más de millón y medio de personas en todo el mundo, entre clero y religiosos, célibes dedicados a tiempo pleno- y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adon­de pensaba ir él. Y les dijo: -La mies es abundante y los obreros pocos; por eso, rogad al dueño de la mies que mande obreros a su mies. ¡En marcha! Mirad que os mando como corderos entre lobos. No llevéis bolsa, ni alforja ni sandalias... (Lc 10,lss).

Jesús quiso a los suyos sin seguridades de ningún tipo: ni bolsa, ni alforja, ni sandalias, pobres de verdad. Sus discípulos deberían andar por el mundo como por un templo a cuya en­trada era costumbre dejarlo todo. Su única seguridad debería ser Dios y no los bienes de la tierra.

Tal vez pueda decir alguno que eran otros tiempos. Algo, no obstante, me parece claro: con la organización y el montaje eclesiástico actual difícilmente podrá la Iglesia evangelizar de acuerdo con las radicales recomendaciones del Maestro naza­reno. O cambia de sistema, o no puede ser fiel al evangelio. Para mantener tanto tinglado, tan inmensa plantilla y tantas obras de asistencia hace falta mucho dinero. Y para conseguir­lo hay que entrar necesariamente en el juego de la economía capitalista, de la política y del poder. Es el precio de la super­vivencia de la estructura eclesiástica actual, no necesariamente eterna, y a todas luces poco evangélica.


21. COMENTARIO 2

ESTAS SON LAS INSTRUCCIONES

El anuncio de que es posible que los hombres seamos libres y la lucha por alcanzar la libertad y profundizar en ella mediante la práctica del amor es el núcleo de la tarea que tenemos encomendada los cristianos, la médula del compromiso cristiano: ser libres y liberadores para que entre los hombres sea posible el amor. Pero ¿es posible realizar esta tarea? ¿Se puede mantener la fidelidad a tal compromiso en medio de un mundo como éste? La misión no es fácil: no faltarán proble­mas y hasta puede correr la sangre. ¿Cómo, pues, realizar esta misión? En el evangelio de este domingo tenemos las instruc­ciones.



LA MIES ES MUCHA

Después de esto el Señor designó a otros setenta y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Y les dijo:

-La mies es abundante y los braceros pocos; por eso, rogad al Señor de la mies que envíe braceros a su mies.



Subiendo a enfrentarse con Jerusalén, atraviesa Jesús la región de Samaría, despreciada por los judíos, que consideraban herejes a sus habitantes: los samaritanos correspondían a ese desprecio y no mantenían relaciones demasiado cordiales con los judíos; por eso, cuando se enteran de que Jesús va a Jerusalén, se niegan a recibirlo (Lc 9,52-53). Jesús, sin embar­go, acepta nuevos discípulos, que se unen a él «mientras iban por el camino» (Lc 9,52-62); no importa que sean samaritanos, sólo es necesario que sepan que el camino que emprenden no los hará ricos -«Las zorras tienen madrigueras y los pá­jaros nidos, pero el Hombre no tiene donde reclinar la cabeza» (Lc 9,58)-, que abandonen la herencia del mundo viejo para construir una humanidad nueva -«Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar por ahí el reinado de Dios» (Lc 9,60)- y que, comprometidos con ese futuro radicalmente nuevo, no sucumban a la tentación de una nos­talgia paralizadora que los incapacitaría para la misión -«El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el reino de Dios» (Lc 9,62)-, pues en adelante «lo que impor­ta es una nueva humanidad» (primera lectura).

Para Mateo y Marcos, Galilea es la puerta del paganismo; para Lucas, este papel lo desempeña Samaría; si Galilea era la región que limitaba geográficamente con los pueblos paga­nos, Samaría estaba, desde el punto de vista religioso, entre Israel y el paganismo. Por otro lado, el número de los enviados a esta nueva misión, setenta, como el número de todas las naciones del mundo (véase Gn 10) indica que se trata de un anticipo de la misión entre los paganos: todo el mundo, la humanidad toda, espera que se le anuncie el mensaje liberador de Jesús.



COMO CORDEROS ENTRE LOBOS

¡En marcha! Mirad que os envío como corderos entre lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias, y no os paréis a saludar por el camino. Cuando entréis en una casa, lo primero saludad: «Paz a esta casa ... comed y bebed de lo que tengan, que el obrero merece su salario».



La misión de los enviados de Jesús no será fácil (ni la de los setenta ni la de los que sigan tras ellos). Decir a los pobres que Dios está de su parte y que no es culpa suya, sino de los ricos, que sean pobres; prevenir a los creyentes para que se anden con cuidado con todas las instituciones que, como Jerusalén se empeñan en mantener a sus fieles en permanente minoría de edad y hacerles saber que Dios no necesita intermediarios para mostrar su amor a quienes El quiere que sean sus hijos; decir que el poder no viene de Dios, sino que pertenece al diablo (Lc 4,6-7)... Todo esto va a desenmascarar a muchos lobos con piel de oveja que atacarán sin piedad a los mensajeros de la Buena Noticia de Jesús. No llevarán escolta ni armas para defenderse de ellos, porque esto sería confiar en las mismas fuerzas en las que se sustenta el mundo que hay que cambiar; tampoco deben prever nada para asegurar su sustento; la humanidad que sufre es sensible a las necesidades de los demás, y aunque sufrirán persecución y en ocasiones ser verán rechazados, no faltarán muestras de solidaridad: «comed y bebed de lo que tengan...»

Los setenta enviados debieron seguir fielmente estas ins­trucciones, pues tuvieron mucho éxito: «Los setenta regresa­ron muy contentos y le dijeron: Señor, hasta los demonios se nos someten por tu nombre». Los hombres se iban liberando no sólo por fuera, sino también por dentro, descubriendo la mentira de las ideologías que les hacían creer que las cosas eran como eran porque Dios así lo había decidido, que el mundo estaba bien y que nada había que cambiar, que a lo sumo alguna pequeña reforma...

Los setenta no parece que arrastraran masas; se limitaron a despabilar conciencias, como siguen haciendo hoy tantos y tantos cristianos que, corderos en medio de lobos, descubren a los hombres que pueden llegar a ser libres, y siendo libres, hacerse hijos de Dios viviendo como hermanos. Esta es nues­tra tarea, y las instrucciones las mismas que recibieron aquellos setenta enviados. No nos vendría mal hacer una revisión para ver cómo las cumplimos y si los resultados se corresponden con los que ellos obtuvieron.


22. COMENTARIO 3

ELECCION Y MISION DE LOS SETENTA

«Después de esto, el Señor designó a otros Setenta» (10,la). En paralelo con la elección y misión de los Doce, Lucas, y solamente él, narra la designación y la misión de los Setenta. Puede muy bien afirmarse que esta segunda llamada es una creación de Lucas. Los evangelistas son muy libres no sólo en la elección de los materiales, sino en la creación de nuevas situa­ciones, escenas o discursos, con tal de adaptar el anuncio del mensaje a la nueva situación que viven sus comunidades, al tiempo que reflejan los problemas del presente. No redactan una crónica, con noticias como las que nos sirven los periódicos, la radio o la televisión. Quieren comunicar una «buena noticia» (¡de malas noticias ya tenemos bastantes!), una noticia que les ha afectado profundamente y que se ha traducido en una expe­riencia de vida. Por eso Lucas, una vez que ha sido proclamada la buena noticia de Jesús a hombres que no tenían nada que ver con el judaísmo y ha encontrado entre los paganos una acogida sin igual, trata de averiguar los motivos que han producido ese impacto situando la escena -mediante el procedimiento literario del doblete- en el tiempo de Jesús. Se anticipa así la respuesta que éste habría dado, si hubiese estado presente, ante aquella situación completamente nueva. En el fondo, es una muestra fehaciente de la conciencia que tiene la comunidad de que Jesús está vivo y de que sigue hablándole, como decía san Ignacio, el obispo de Siria, a los cristianos de Efeso: «Vosotros no hagáis caso a nadie más que a Jesús Mesías, que sigue hablándoos realmente» (IgEf 6,2).

Valiéndose de la misión de los Doce (6,13) como de paradig­ma, Lucas redacta ahora una nueva bajo el signo de la universa­lidad, a fin de dar perfiles definidos a la nueva llamada de discí­pulos que acaba de realizar en territorio samaritano (9,57-62). La misión de los Doce, tanto en territorio judío (9,1-10) como en territorio samaritano (9,52-53)-si bien, como es obvio, por razones opuestas-, ha sido un verdadero fracaso. Jesús, sin embargo, no se desanima. «Después de esto», de la llamada de nuevos discípulos (tres también -cf. 5,1-11-, pero anónimos), «designó el Señor a otros Setenta», además de los Doce. Mientras aquéllos ejemplificaban el nuevo Israel (las doce tribus), los se­tenta tenían que representar la nueva humanidad (según el cóm­puto judío, las naciones paganas eran en número de setenta). «El Señor» hace referencia al Resucitado. (La variante «Setenta y dos», contenida en numerosos manuscritos y adoptada por muchos traductores, constituye un intento de reconducir la aper­tura a la universalidad, esbozada en el número «siete/setenta», al recinto de Israel, delimitado por un múltiplo de «doce» [6 x 12 = 72].)



LA MISION DE LOS SETENTA, UN EXITO SIN PRECEDENTES

Jesús los envía «de dos en dos» (10,lb), formando un grupo o comunidad, con el fin de que muestren con hechos lo que anuncian de palabra. «La mies es abundante y los braceros po­cos» (10,2a). La cosecha se prevé abundante, el reinado de Dios empieza a producir frutos para los demás. Cuando se comparte lo que se tiene, hay de sobra: ésta es la experiencia del grupo de Jesús. No hacen falta explicaciones ni estadísticas: la presencia de la comunidad se ha de notar por los frutos abundantes que produce. Faltan braceros, personas que coordinen las múltiples y variadas actividades de los miembros de la comunidad, anima­dores y responsables, para que los más necesitados participen de los bienes que sobreabunden. Restringir el sentido de «brace­ros» a sacerdotes, religiosos o misioneros es empobrecer el texto y la mente de Jesús. Es necesario que haya gente, seglares o no, que tengan sentido de comunidad, que velen para que no se pierda el fruto, que lo almacenen y lo repartan. La comunidad ha de pedir que el Señor «mande braceros a su mies» (10,2b). Pedir es tomar conciencia de las grandes necesidades que nos rodean y poner los medios necesarios, quiere decir confiar en que, si se está en la línea del plan de Dios, no puede haber paro entre las comunidades del reino.



EL RIESGO DE SER ENVIADO

«¡Id! Mirad que os envío como corderos entre lobos» (10,3). Toda comunidad debe ser esencialmente misionera. La misión, si se hace bien, encontrará la oposición sistemática de la sociedad. Esta, al ver que se tambalea su escala de valores, usará toda clase de insidias para silenciar a los enviados, empleando todo tipo de procedimientos legales. Los enviados están indefensos. La defensa la asumirá Jesús a través del Espíritu Santo, el Abogado de los pobres. «No llevéis bolsa ni alforja ni sandalias» (10,4a). Como en la misión de los Doce, Jesús insiste en que los enviados no confíen en los medios humanos. Han de compartir techo y mesa con aquellos que los acogen, curando a los enfermos que haya, liberando a la gente de todo aquello que los atormente (vv. 5-9a). La buena noticia ha de consistir en el anuncio de que «Ya ha llegado a vosotros el reinado de Dios» (10,9b). Empieza un orden nuevo, cuyo estallido tendrá lugar en otra situación. El proceso, empero, es irreversible. La comunidad ya tiene expe­riencia de ello.

«Cuando entréis en un pueblo y no os reciban, salid a las calles y decidles: "Hasta el polvo de este pueblo que se nos ha pegado a los pies nos lo sacudimos; ¡para vosotros! De todos modos, sabed que ya ha llegado el reinado de Dios"» (10,10-11). Nada de venganzas ni de compromisos, nada de amenazas ni de juicios de Dios. «Sacudirse el polvo de los pies» significa romper las relaciones, pero sin guardar odio. Hay mucho campo para correr. El sentido de fracaso es extraño a los enviados.



LA ALEGRIA POR UN TRABAJO BIEN HECHO

«Los Setenta regresaron muy contentos» (10,17a). El retorno de los Doce no fue alegre. Los Setenta, despreciados por los judíos por el mero hecho de ser samaritanos, han experimentado la alegría que brota de una tarea bien hecha. «Señor, hasta los demonios se nos someten por tu nombre» (10,17b). Se dan cuenta de que han liberado a mucha gente de falsas ideologías, de todo aquello que los fanatizaba y nos les permitía ser hombres libres. Y esto, a pesar de que no se ha dicho -a diferencia de los Doce- que Jesús les hubiese dado «poder y autoridad sobre toda clase de demonios» (cf. 9,1). Sólo libera quien es verdade­ramente libre. Jesús interpreta la liberación producida por los Setenta como el principio del fin de los adversarios del plan de Dios, personificados por el adversario por antonomasia: « ¡Ya veía yo que Satanás caería del cielo como un rayo!» (10,18). Los Doce, ávidos de venganza contra los samaritanos, le habían pro­puesto: «Señor, si quieres, decimos que caiga un rayo y los aniquile» (9,54). Jesús los conminó como si estuviesen endemo­niados (9,55). La escala de valores del «mundo», como «sistema» de dominación y de poder, toma posesión del hombre invirtiendo los planes del designio de Dios. Las consecuencias están a la vista: hambre, miseria, paro, guerras, droga, malversación, terro­rismo, inseguridad ciudadana... Mientras no se produzca un cam­bio radical de valores, no haremos más que ponerle remiendos.

Para designar los principios falsos de la sociedad, Jesús em­plea términos seculares: «serpientes y escorpiones», «el ejército enemigo». A pesar del veneno y del poder destructor que alma­cenan, «nada podrá haceros daño», puesto que «os he dado potestad para pisotearlos» (10,19). No hay bomba atómica o de neutrones que pueda neutralizar el empuje de una teología real­mente liberadora.

«Sin embargo, no sea vuestra alegría que se os sometan los espíritus; sea vuestra alegría que vuestros nombres están escritos en el cielo» (10,20). Jesús no quiere ninguna especie de depen­dencia ni de complacencia: la alegría ha de consistir en la expe­riencia interior de sentirse hijos amados de Dios. Todo aquello que es externo, se puede contabilizar... y esfumarse. Lo que sale de dentro, configura y realiza la persona.


23. COMENTARIO 4

El domingo pasado se hablaba de la vocación cristiana. Hoy el tema se desarrolla en torno a la misión. El discípulo sigue a Jesús vinculándose a su persona y compartiendo su misión. Las dos realidades resultan inseparables entre sí. La misión es elección y envío. No hay vocación sin misión. Es más, la vocación está en razón de la misión, por lo que el "llamado" es necesariamente un "enviado".

El discípulo no asume la tarea del Reino como una causa que le convence, sino en obediencia de fe. La misión es anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios, con una actitud profética que denuncie las injusticias que generan las estructuras de poder, proclame la Palabra de Dios y sea signo de esperanza en medio del dolor. Construir el Reino no es una filosofía de la vida, sino un proyecto de nueva sociedad, presencia del amor absoluto del Padre que provoca la apertura liberadora del hombre.

Las lecturas de hoy no son exclusivas para presbíteros, religiosos o religiosas, aunque así lo parezca; son un mensaje para todo cristiano, porque la misión se realiza en el cada día, cada vez que me encuentro con una persona o con una situación que genera dolor. Todos estamos llamados a transformar las estructuras sociales, económicas y políticas de nuestros pueblos, proclamando explícitamente el evangelio de Jesús. Este Evangelio no necesita ser predicado en un templo; lo podemos anunciar en nuestro trabajo, en la escuela y en el barrio. Todos los creyentes, por la vocación bautismal, asumen una responsabilidad precisa en la proclamación del mensaje de Jesús. Si un cristiano no es apóstol, tampoco es cristiano.

La misión produce la alegría propia del Reino, al constatar que la palabra es poderosa respecto a los poderes que oprimen al hombre. Pero la alegría más honda es "tener escritos nuestros nombres en el cielo". No nos entregamos a la misión para comprar la felicidad eterna. El sentido de las palabras de Jesús es otro: nuestra alegría es saber que estamos en buenas manos. Tengamos éxito en la misión o fracaso, el Padre está con nosotros y sale garante de su Reino, a corto o largo plazo.

COMENTARIOS

1. Jesús Peláez, La otra lectura de los evangelios II, Ciclo C, Ediciones El Almendro, Córdoba

2. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Para que seáis hijos". Ciclo C. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

3. J. Mateos, Nuevo Testamento (Notas al evangelio de Juan). Ediciones Cristiandad Madrid.

4. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).


24.

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Antonio Izquierdo

Nexo entre las lecturas


Buscar en todo el fin: esta frase puede sintetizar los textos litúrgicos. El fin de la misión de los setenta y dos no es el éxito, sino el que "sus nombres estén escritos en el cielo" (Evangelio). El Isaías post-exílico ve anticipadamente el fin de todos sus sueños: la ciudad de Jerusalén que reúne a todos sus hijos, como una madre (primera lectura). La existencia cristiana no tiene otro fin sino apropiarse la vida de Cristo en toda su realidad histórica, especialmente en el misterio de la cruz. Es lo que nos enseña san Pablo con su palabra y con su vida (segunda lectura).


Mensaje doctrinal

1. Inscritos en el libro de la vida. Los 72 discípulos de Jesús, símbolo de los cristianos esparcidos por el mundo en cuanto que 72 son todos los pueblos de la tierra (cf Gén 10), están contentos de la misión cumplida y se llegan a Jesús para contarle sus proezas misioneras. Jesús les escucha, pero a la vez les hace caer en la cuenta de algo importante: las hazañas misioneras no tienen valor en sí mismas, lo que realmente vale y nos debe alegrar profundamente es nuestro destino eterno con el Dios de la vida. Esta búsqueda gozosa del verdadero fin de la existencia explica y da sentido a la alegría, en sí legítima y razonable, por los éxitos apostólicos, al igual que a las penalidades y adversidades connaturales a la misión cristiana. El discípulo de Jesús, en efecto, no predica realidades sensiblemente captables y atractivas. Predica que el Reino de Dios ya ha llegado, predica la paz mesiánica, predica en medio de un mundo no pocas veces hostil y reacio a los valores del Reino, predica valiéndose y poniendo su confianza más que en los medios humanos en la fuerza misteriosa de Dios. Indudablemente, el éxito no es un elemento esencial en el bagaje del misionero.

2. Madre de consolación y de paz. Cuando el Isaías post-exílico escribe este bellísimo texto, la diáspora judía es una grandeza extendida por todo el imperio persa y por el mediterráneo. El profeta, bajo la acción del Espíritu divino, sueña con un pueblo unido y unificado en la ciudad mística de Jerusalén. Con ojo avizor mira hacia el futuro y prevé poéticamente el momento gozoso de la reunficación. Lo hace recurriendo a la imagen de una madre de familia que reúne en torno a sí a todos sus hijos, tiene tiernamente en sus brazos al más pequeño y le alimenta de su propio pecho. Todos, al reunirse de nuevo con la madre, se llenan de consuelo y se sienten como inundados por una grande paz. Esta Jerusalén, madre de consolación y de paz, simboliza al Dios del consuelo, simboliza a Cristo, que es nuestra paz, simboliza a la Iglesia en cuyo seno todos somos hermanos y de cuyo amor brota la paz de Cristo que dura para siempre. La Iglesia, la de hoy como la de siempre, es en su esencia, aunque no siempre en sus hombres, madre de consolación y de paz para todos los pueblos.

3. Llevo en mi cuerpo el tatuaje de Jesús. Para un cristiano, nos dice san Pablo, carece de valor estar o no circuncidado, lo que vale es ser una nueva creatura. Todo ha de estar subordinado a la consecución de este fin. San Pablo es consciente de haberlo conseguido, pues lleva en su cuerpo el tatuaje de Jesús. Es decir, lleva en todo su ser una señal de pertenecer a Jesús, como el esclavo llevaba una señal de pertenencia a su patrón, o, como en las religiones mistéricas, el iniciado llevaba en sí una señal de pertenencia a su dios. Como Pablo, así deben ser todos los cristianos, por eso puede decirles: "Sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo". Este es, además, el fin de la misión de Jesucristo: que el hombre se apropie la redención operada por Jesucristo y llegue así a ser y a manifestar a los demás que es pertenencia de Dios. Después de veinte siglos de cristianismo, ¿cuántos llevan grabado en su mismo ser el tatuaje de Jesucristo?


Sugerencias pastorales

1. Cristiano, o sea, misionero. La imagen del cristiano que va a misa, cree en los dogmas de fe y cumple con los mandamientos, es incompleta y algo anticuada. No basta eso, porque ser cristiano es tener una misión y realizarla con celo y ardor en los quehaceres de la vida y en la amplísima gama de tareas eclesiales hoy existentes. Más aún, el sentido de misión es el estímulo más fuerte para creer y vivir la fe, para cumplir con los mandamientos de Dios y de la Iglesia. Si alguno no está convencido de que ser cristiano equivale a vivir en clave de misión, le recomiendo que lea los documentos del Concilio Vaticano II y el catecismo de la Iglesia católica. En este último se lee: "Toda la Iglesia es apostólica en cuanto que ella es enviada al mundo entero; todos los miembros de la Iglesia, aunque de diferentes maneras, tienen parte en este envío. La vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado" (CIC 863). Si amamos filialmente a la Iglesia, no dudemos de que la mejor manera de expresarle nuestro amor es mediante nuestro espíritu misionero. Y misionero significa conciencia viva de ser enviado; si bien este envío puede ser al vecino de casa, al cliente en el trabajo, al emigrante que encuentro en la parada del autobús o del semáforo, a la joven pareja que se prepara para el matrimonio. Hoy día misionar no es únicamente marchar a un país lejano a predicar la fe y el estilo de vida de Cristo, es también una tarea que se lleva a cabo en el propio barrio, en las plazas de la ciudad e incluso entre las paredes del propio hogar.

2. La misión puede más que el miedo. Parafraseando a Juan Pablo II podríamos decir: "No tengáis miedo de ser misioneros". Porque, a decir verdad, algunas veces al menos nos atenaza el temor, el respeto humano, el qué pensarán y el qué dirán. Es humano sentir miedo, pero la misión ha de superar y sobrepasar nuestros temores. El futbolista no tiene miedo de hablar de fútbol ni el médico o el maestro de hablar de su profesión. ¿Hemos de tener miedo los cristianos de hablar de Cristo: su persona, su vida, su verdad, su amor, su misterio? La fe y la misión comienzan en el corazón, eso es verdad, pero han de terminar en los hechos y en los labios. Todos hemos de vencer cualquier muestra de miedo. Los adultos, para no llamar al miedo prudencia. Los jóvenes, para no creerse seres de otro planeta entre sus coetáneos. Sobre todo, vosotros jóvenes (laicos, religiosos y religiosas, sacerdotes), que sois enviados por Cristo como apóstoles de los jóvenes. ¡Es vuestra hora! ¿La dejaréis pasar? También vosotros, maestros y educadores cristianos, que tenéis en vuestras manos la niñez y la adolescencia, ¡sed misioneros en la escuela! ¿Podremos permitir que el miedo prevalezca sobre nuestra misión cristiana? Nuestra misión ha de ser nuestra corona y nuestra gloria.


25. DOMINICOS 2004

 Las paradojas de la misión


La liturgia de hoy nos presenta rasgos de la misión que encarga Jesús a sus discípulos y que pueden sorprendernos, tanto por la misma referencia a Dios, como por los enviados, el contenido del anuncio, las dificultades que encontrarán o los resultados de ella.

La necesidad de anunciar la salvación es muy grande, por la abundancia de mies y escasez de operarios. Dios se manifiesta cercano, acogedor, misericordioso y envía a los suyos a proclamar ese mensaje con muy pocos medios materiales pero confiados en su intercesión. El Señor Dios es infinito (en amor y misericordia) y ha querido salvar al mundo a través de la “ignominia de la cruz” y “la necedad de la predicación”.

¿Cuál es la misión del discípulo de Jesús en el mundo? Los 72 discípulos, de alguna manera parecen tener una categoría inferior que otros enviados, pero no una misión evangelizadora distinta. Se trata de un grupo de laicos que formaron, con las mujeres y los Doce, la primera comunidad. San Lucas ofrece una especie de manual breve de instrucciones para sus tareas apostólicas. Hoy nos gusta hablar de un laicado comprometido; estaríamos ante aquellos seglares que interpretaron su vocación cristiana como un servicio al Reino de Dios.

Son elegidos directamente por Cristo, reciben unas instrucciones para verificar la misión fundamental que ha de llevar a cabo toda comunidad, laical o religiosa, sin que las diferencias de estructura o formas de vida sean motivo para establecer distintas formas de cristianismo.

El marco en que se encuadra el relato es la cercanía del Reino de Dios. Es la hora de ofrecer a la humanidad entera un camino de salvación, válido para todos y diferente a lo ofrecido por otros profetismos. Aparece la posibilidad de ahondar en los contenidos de la predicación, y a la vez el horizonte claro para descubrir la acción de la iglesia en el mundo y la misión concreta de los cristianos.

El mundo es el destinatario del anuncio del Reino de Dios. Jesús es consciente de la necesidad de incorporar nuevos obreros para trabajar en el campo. Todos los colaboradores en la empresa evangelizadora tendrán conciencia clara de que trabajan para el Reino de Dios, un reino que está cerca, incluso dentro de cada uno. Han de buscar primero el Reino y su justicia (su salvación) y todo lo demás vendrá por añadidura.

Lo que hoy nos interesa resaltar es que todos los cristianos hemos sido llamados para trabajar en la consecución del mismo Reino de Dios, y la salvación (justicia y paz) es el objetivo último. En las primitivas comunidades dominó la creencia de la Parusía inminente, realidad que poco a poco cambió para mantenerla en perspectiva aunque no fuera de aparición próxima.

Comentario Bíblico
La alegría de la misión evangelizadora


Iª Lectura: Isaías (66,10-14): Una Jerusalén nueva
I.1. La primera lectura del libro de Isaías nos habla de una restauración de Jerusalén, después del luto que implica un designio de catástrofe y de muerte. Dios mismo, bajo la fuerza de Jerusalén como madre que da a luz un pueblo nuevo, se compromete a traer la paz, la justicia y, especialmente el amor, como la forma de engendrar ese pueblo nuevo. Toda la alegría de un parto se encadena en una serie de afirmaciones teológicas sobre la ciudad de Jerusalén. Desde ella hablará Dios, desde ella se podrá experimentar la misma “maternidad de Dios” con sus hijos. Porque Dios, lo que quiere, lo que busca, es la felicidad de sus hijos.

I.2. Pero esa Jerusalén no existe, hay que crearla en todas partes, allí donde cada comunidad sea capaz de sentir la acción liberadora del proyecto divino. El profeta desconocido para nosotros (la lectura de hoy pertenece al tercer Isaías, alguien de la escuela que dejó el gran profeta y maestro del siglos VIII), siente lo más íntimo de Dios y así quiere animar a la comunidad post-exílica para crear una Jerusalén nueva.



IIª Lectura: Gálatas (6,14-18): La fuerza de la cruz
II.1. La segunda lectura viene a ser el colofón a la carta más polémica de San Pablo. Una polémica que se hace en nombre de la cruz de Cristo, por la que hemos ganado la libertad cristiana, como se ponía de manifiesto el domingo pasado. Pablo se despacha ahora, con su propia mano, para firmar la carta con una verdadera “periautología”, una confidencia personal de su vida, de su amor por Cristo y por lo que le ha llevado a ser apóstol de los paganos. La cruz, aquello que antes de su conversión era una vergüenza, como para cualquier judío, se convierte en el signo de identidad del verdadero mensaje cristiano. Los cristianos debemos “gloriarnos” en esa cruz, que no es la cruz del “sacrificio” sin sentido, sino el patíbulo del amor consumado. Allí es donde los hombres de este mundo han condenado al Señor, y allí se revela más que en ninguna otra cosa ese amor de Dios y de Jesús.

II.2. Por eso Pablo no puede permitir que se oculte o se disimule la cruz del evangelio. Es más, la cruz se hace evangelio, se hace buena noticia, se hace agradable noticia, porque en ella triunfa el amor sobre el odio, la libertad sobre las esclavitudes de la Ley y de los intereses del este mundo; en ella reina la armonía del amor que todo lo entrega, que todo lo tolera, que todo lo excusa, que todo lo pasa. Pablo, pues, habla desde lo que significa la cruz como fuerza de amor y de perdón. Aquí se marca el punto álgido que acredita la verdadera identidad cristiana. El que vive de la Ley, en el fondo, se encuentra solo consigo mismo; el que vive en el ámbito del evangelio, deja de estar solo para vivir "con Cristo" o "Cristo en mí". Y ¿quién es Cristo? Pablo lo revela al principio de la carta: "el que se entregó a sí mismo por nosotros, por nuestros pecados" para darnos la gracia de la salvación.



Evangelio: Lucas ( 10, 1-12.17-20): La alegría de anunciar el evangelio
III.1. El evangelio (Lucas 10,1ss) es todo un programa simbólico de aquello que les espera a los seguidores de Jesús: ir por pueblos, aldeas y ciudades para anunciar el evangelio. Lucas ha querido adelantar aquí lo que será la misión de la Iglesia. El “viaje” a Jerusalén es el marco adecuado para iniciar a algunos seguidores en esta tarea que Él no podrá llevar a cabo cuando llegue a Jerusalén. El evangelista lo ha interpretado muy bien, recogiendo varias tradiciones sobre la misión que en los otros evangelistas están dispersas. El número de enviados (70 ó 72) es toda una magnitud incontable, un número que expresa plenitud, porque todos los cristianos están llamados a evangelizar. Se recurre a Num 11,24-30, los setenta ancianos de Israel que ayudan a Moisés con el don del Espíritu; o también a la lista de Gn 10 sobre los pueblos de la tierra. No se debe olvidar que Jesús está atravesando el territorio de los samaritanos, un pueblo que, tan religioso como el judío, no podía ver con buenos ojos a los seguidores de un judío galileo, como era Jesús.

III.2. El conjunto de Lc 19,2-12 es de la fuente Q; sus expresiones, además, lo delatan. Eso significa que las palabras de Jesús sobre los discípulos que han de ir a anunciar el evangelio fueron vividas con radicalidad por profetas itinerantes judeocristianos, antes que Lucas lo enseñase y aplicase a su comunidad helenista. Las dificultades, en todo caso, son las mismas para unos que para otros. El evangelio, buena noticia, no es percibido de la misma manera por todos los hombres, porque es una provocación para los intereses de este mundo. El sentido de estas palabras, con su radicalidad pertinente, se muestra a los mensajeros con el saludo de la paz (Shalom). Y además debe ser desinteresado. No se puede pagar un precio por el anuncio del Reino: ¡sería un escándalo!, aunque los mensajeros deban vivir y subsistir. Y, además, se obligan a arrostrar el rechazo… sin por ello sembrar discordias u odio.

III.3. Advirtamos que no se trata de la misión de los Doce, sino de otros muchos (72). Lo que se describe en Lc 10,1 es propio de su redacción; la intencionalidad es poner de manifiesto que toda la comunidad, todos los cristianos deben ser evangelizadores. No puede ser de otra manera, debemos insistir mucho en ese aspecto del texto de hoy. El evangelio nos libera, nos salva personalmente; por eso nos obligamos a anunciarlo a nuestros hermanos, como clave de solidaridad. Resaltemos un matiz, sobre cualquier otro, en este envío de discípulos desconocidos: volvieron llenos de alegría (v. 20), “porque se le sometían los demonios”. Esta expresión quiere decir sencillamente que el mal del mundo se vence con la bondad radical del evangelio. Es uno de los temas claves del evangelio de Lucas, y nos lo hace ver con precisión en momentos bien determinados de su obra. Los discípulos de Jesús no solamente están llamados a seguirle a Él, sino a ser anunciadores del mensaje a otros. Cuando se anuncia el evangelio liberador del Señor siempre se percibe un cierto éxito, porque son muchos los hombres y mujeres que quieren ser liberados de sus angustias y de sus soledades. ¡Debemos confiar en la fuerza del evangelio!

Fray Miguel de Burgos, O.P.
mdburgos.an@dominicos.org

Pautas para la homilía
"Criterios evangelizadores"
Lucas, cuando habla de la pobreza, exagera el lenguaje en beneficio de la radicalidad de su mensaje. Hay una idea general de fondo: Desprendeos de vosotros mismos, desprendeos de todo apoyo material, poned vuestra confianza en la fuerza de Dios y caminad en su nombre.

Claridad en el mensaje. Encontramos una llamada (designación) y un envío para llevar a cabo la tarea. Personalmente, por su nombre y apellidos, cada cristiano ha recibido en el día del bautismo y confirmación el mandato de ser mensajero. Ha sido redimido, salvado por pura gracia y enviado a comunicar con su propia vida un modo valioso de ser feliz. Dejad a un lado todo lo que constituye lastre o impedimento para hacer el camino con alegría y soltura.

Dada la urgencia para anunciar la llegada del Reino de Dios no deben entretenerse ni a saludar (hecho que conlleva largas charlas intrascendentes). Para los orientales dicha rapidez es insólita; es una referencia a evitar las distracciones o desviaciones, entretenimientos y atascos que obstaculicen la referencia constante al fin que se trata de conseguir.

El único saludo que no puede faltar es el de la paz, la paz de Dios, sin preocuparse de que sea bien o mal recibida; si el cristiano es el hombre de la paz, siempre ha de acompañarle en primacía. Cuando hablamos de paz, veamos la quietud y orden interior, cuando reina en el propio mundo personal para irradiarla con la sola presencia al entorno más/menos cercano. Las grandes ideas pacificadoras tienen valor cuando son proyección de las vivencias más auténticas y no meras ideologías.

A su lado, la curación de los enfermos, allá donde los hubiera. Hoy puede resultarnos extraña esta recomendación; sin embargo, entendida en su acepción más plena, puede aludir a la sanación de la persona en sus modos de pensar, sentimientos, culpabilidades, carencias y preocupaciones. Salud íntimamente conectada con la paz de la que se convierte en efecto y causa constantemente. La salud integral de la persona, cultivando la libertad interior, fruto de la Verdad de Cristo asumida en plenitud. Ser portadores de paz y cultivar la salud de los oyentes en el sentido más amplio, son acciones enraizadas en la evangelización, aligerando de forma indirecta el resto de cargas u obligaciones sobreañadidas.



Edificación de la iglesia en debilidad.

Toda la novedad del cristianismo radica en la actitud de Jesús frente a la muerte. La Buena Nueva de la salvación es la victoria paradójica, pero decisiva, alcanzada por Cristo sobre la muerte, precisamente en el momento en que parecía más victoriosa. Jesús no se sustrae a la muerte, y muerte de cruz dentro de la obediencia y pobreza más radicales… una muerte que le sumerge en un despojo total, con todos sus estragos y a través de ella al triunfo definitivo.

La muerte no ha sido suprimida, pero sí se ha convertido en semilla de una vida nueva con horizontes de eternidad, germen fecundo de verdadera eficacia. El poder salvador de Dios se manifiesta en la humanidad de Cristo de la forma más paradójica al cumplir fielmente la voluntad del Padre en obediencia hasta la muerte en cruz; Dios ha salvado al hombre y el hombre ha contribuido activamente a su salvación.

San Pablo nos recuerda que su encuentro personal con Cristo fue decisivo y que desde entonces el resto ha dejado de tener importancia en su vida; cualquier situación ha quedado atrás porque una nueva criatura ha comenzado a tener vida en él. El dolor, el sacrificio del cristiano, asociado a la pasión de Jesucristo se convierte en el mejor triunfo sobre el mal. Los dolores, para san Pablo, llevan al alumbramiento de una nueva humanidad, cuya alegría hace olvidarse de cualquier sufrimiento anterior.

La misma iglesia, en sus instituciones, ha de ser evangelizada para que sus palabras tengan verdadera credibilidad: Ponernos en camino, rompiendo inmovilismos de comunidades seglares y religiosas. El crecimiento de la iglesia, cuerpo de Cristo, responde también a la ley de la semilla en la que es preciso que el grano se entierre y muera para renacer a la vida y de esa forma dar fruto abundante. Con demasiada facilidad la iglesia (comunidad sociológica) se siente tentada a apoyarse en los poderes que tiene a su alcance como sociedad humana. En esas circunstancias, el apóstol puede convertirse en un propagandista más para quien la fuerza de la fe se transforme en tácticas publicitarias. ¡Cuidado!



Preferencias indeclinables

Por el contrario, la vuelta constante a sus raíces anima al evangelizador a dar prioridad a los medios de debilidad que descubre desde la oración, en el ejercicio de un amor de calidad universal. El amor misericordioso del Padre, manifestado en Jesús, es servicial y fiel, además de universal.

Es claro que tal amor es de suyo vulnerable porque conduce a situaciones en las que el fracaso, la inutilidad, la ineficacia (signos de muerte) parecen triunfar. Amar a los enemigos… preferir a los más pobres… respetar al prójimo en cualquier ocasión… aceptar al diferente... sanar sentimientos heridos… son otras tantas maneras de negarse a sí mismo y aceptar sin subterfugios la necesidad de mirar y vivir las cosas de otra manera, aunque de momento y en apariencia sean de menor eficacia.

Cuando el misionero se decide a conceder prioridad a los medios de la debilidad es claro que (entre otras) debe contar con una doble tentación u oposición:

- Por un lado, la del mundo no cristiano, lleno de sabiduría pagana: No quiere, ni puede aceptar entre los suyos al verdadero testigo del amor universal. Su presencia resulta contraproducente por los modos de pensar y sobre todo de los comportamientos que difunde en el entorno: Veracidad, justicia, paz.

- Por otro, los mismos grupos cristianos: Fácilmente se ven heridos al sentirse atacados en sus estilos particulares, ambiguos, cerrados, inmovilistas o intransigentes so capa de fidelidad y seguridad.

El evangelizador habrá de soportar con paciencia las contrariedades en que le coloca ser testigo del verdadero amor; tendrá que apoyarse más y más en la fortaleza que brota de la misma debilidad; su tarea le convierte en semilla arrojada en el surco capaz de fructificar en el momento oportuno. Su alegría estará puesta, no tanto en los resultados inmediatos, cuanto en la pertenencia al Reino.

Fr. Manuel González de la Fuente, OP
mgfuente.dominicos@telefonica.net