36 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO
19-31

19.

El evangelio contiene tres afirmaciones: 1. La revelación del Padre se dirige a la «gente sencilla». 2. Las cosas del Padre únicamente son conocidas por el Hijo, por Cristo, que se las comunica a quien quiere. 3. El propio Cristo transmite esta revelación del Padre y del Hijo a todos los cansados y agobiados, remitiéndoles a su propio ejemplo.

1. La revelación a la «gente sencilla».

Todo procede del Padre: Jesús, el revelador, da gracias al Padre por poder serlo. Y ya está previsto en el plan de Dios que Jesús esconderá estas cosas a los «sabios y entendidos», pues éstos creen que ya lo saben todo y que lo saben mejor que nadie, y se las revelará a la «gente sencilla», es decir, a los que no son expertos en la doctrina de los doctores de la ley y que son los mismos que los «pobres en el espíritu», los «enfermos» que tienen necesidad de médico, los que están «maltrechos y derrengados» como ovejas sin pastor. Estos pobres tienen un espíritu abierto, un espíritu que no está completamente obstruido con mil teorías; aunque sean despreciados por los sabios y entendidos, Dios los ha elegido como destinatarios de su revelación. Se demostrará aún más profundamente que el Hijo, en su humildad y abajamiento, sólo puede ser comprendido, tanto como mediador de las intenciones del Padre como en razón de sus propios sentimientos, por la gente sencilla a la que se dirige.

2. Un solo revelador.

Precisamente porque él -y nadie más que él- conoce las intenciones del Padre, puede pronunciar esta frase solemne y soberana: «Todo me lo ha entregado mi Padre». La consecuencia es que nadie sino el Hijo conoce a fondo al Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre: esta declaración levanta el velo del misterio trinitario; y la comunicación de los sentimientos del Hijo a los hombres, que viene a continuación, remite al Espíritu Santo, que pone en nuestros corazones los sentimientos de ambos, del Padre y del Hijo, algo que la segunda lectura subrayará expresamente. Al poder contemplar esa íntima relación recíproca que existe entre Padre e Hijo, descubrimos aún algo decisivo: que el Hijo no es un mero ejecutor de las órdenes del Padre, sino que tiene, como Dios que es, su propia voluntad soberana: él revela al Padre y se revela a sí mismo sólo a los que ha elegido para ello. La parte final del evangelio nos dice quiénes son estos elegidos.

3. Los cansados y agobiados encontrarán alivio.

Están invitados todos los cansados, agobiados u oprimidos por la razón que sea; sólo a ellos se les promete alivio, descanso (los que no están cansados no tienen necesidad de él). Y ahora viene la paradoja: los que vienen a Jesús llevan «cargas pesadas», pero el «yugo» de Jesús es «llevadero» y «su carga ligera». Sin embargo, su carga, la cruz, es la más pesada que hay. Y no se puede decir que la cruz sólo sea pesada para él, y no para los que la llevan con él. La solución se encuentra en la actitud de Jesús, que se designa en el evangelio como «manso y humilde de corazón», que no gime bajo las cargas que se le imponen, no se queja, no protesta, no mide ni compara sus fuerzas. «Aprended de mí», y enseguida experimentaréis que vuestra pesada carga se torna «ligera». No en vano, en la primera lectura, el Mesías viene cabalgando en un asno, en una bestia de carga tan humilde como él. Y no en vano, en la segunda lectura, se nos insta a tener en nosotros el «Espíritu de Dios» (el Padre) y el «Espíritu de Cristo», y a dejarnos determinar por él. El hombre carnal gime bajo su carga; nosotros, por el contrario, «estamos en deuda, pero no con la carne para vivir carnalmente», pues la carne conduce a la muerte, sino que podemos alegrarnos, por el Espíritu que habita en nosotros, el Espíritu del amor entre Padre e Hijo, de que el Hijo nos permita llevar con él parte de su yugo, de su cruz. Así se nos concederá en el Espíritu el descanso y la paz de Dios.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 14 s.


20. «EL DEMONIO DEL MEDIODÍA» DESENCANTO

Aunque «se me vea la antena», Señor, tengo que ser sincero. Y te diré que tus palabras de este domingo me confortan y me aquietan. A nadie le disgusta que le quieran y le mimen. Y lo que tú hoy dices, a eso me suena: a mimo y a caricia: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré».

Porque, verás, Señor. El hombre, en sus tareas humanas y en sus aventuras de apostolado, suele pasar por diferentes estados de ánimo. Cuando comienza, hay siempre un primer estadio de optimismos, entusiasmos y energía. Saca gusto a todo cuanto hace. La misma novedad parece prestarle alas. La aprobación y el aplauso de los demás también contribuyen lo suyo. Y tiene la sensación de haber encontrado «su» camino y estar realizando su vocación.

Pero, en una segunda etapa, las cosas parecen cambiar. La repetición de las mismas actividades produce monotonía. Los demás ya no aplauden como al principio. Surgen también algunos malentendidos y quién sabe si algún fracaso. La rutina hace su aparición como una hierba mala. Y uno empieza a cuestionarse sobre «la utilidad» de lo que está haciendo. --«¿Te pasa algo? ¡Te encuentro distinto!»-- nos dicen los amigos. --«No, no me pasa nada--, decimos-- lo que ocurre es que no tengo ganas de nada».

He ahí la cuestión, Señor. El difícil momento del «desencanto». El momento en que uno se da cuenta que los hombres son, más bien, pequeños; que la felicidad es una quimera y que uno mismo, más o menos, en un «cero a la izquierda». Es el momento en que uno, instintivamente, tiende a replegar las alas y dimitir de todas las ilusiones. El momento en que uno se oye decir a sí mismo: «¿Para qué seguir? ¡Nada sirve de nada!».

Sé que es un peligroso momento, Señor. Los maestros del espíritu lo llaman «acidia». Es una rara mezcla de indiferencia, tristeza, aburrimiento, amargura, torpeza, soledad y pereza. El salmo 90 lo llama «el demonio del mediodía». Es, sobre todo, cansancio, fatiga, hastío.

Al reflexionar sobre estas cosas, me viene a la memoria una página del evangelio de Juan. Llegaste tú a Sicar. Y, «fatigado del camino, te sentaste junto al manantial del pozo de Jacob». Era, también «el mediodía», cuando más aprieta el sol y la sequedad es terrible. Al decirle a la samaritana «dame de beber», no quisiste disimular la urgencia de tu problema. Pero tú mismo apuntaste la clave de la solución: «El que beba de esta agua volverá a tener sed, pero el agua que yo le daré hará nacer en él un manantial de vida eterna». Entiendo que son unas palabras definitivas: «El agua que Tú nos darás...». Es justamente lo que nos dices hoy: «Venid a mí todos los que os sentís cansados y agobiados...». Efectivamente, esa «acidia» de la que hablan los «maestros» surge siempre en el estado de «tibieza», cuando poco a poco nos hemos alejado de Dios y hemos entibiado nuestras relaciones contigo.

Por eso, en ese momento, más que nunca, hay que volver a Ti. Porque tu palabra no es una palabra vacía, de charlatán de feria. En el mismo evangelio de hoy nos dices: «nadie conoce al Padre sino el Hijo y nadie conoce al Hijo sino el Padre». Tu solución, por lo tanto, arranca de muy alto; de la misma fuente de la divinidad. Además está destinada muy especialmente, a los más pequeños y menesterosos: «Te doy gracias, Señor, porque has reservado estas cosas para la gente sencilla».

Déjame, por tanto, Señor, acercarme a ti, así: apelando a mi condición de «gente sencilla» y de «fatigado del camino». Déjame que te vuelva a repetir que tus palabras de este domingo --«Venid a mí todos los cansados y agobiados»-- me saben a mimo y a caricia.

ELVIRA-1.Págs. 65 s.


21.

Frase evangélica: «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón»

Tema de predicación: LA ALABANZA AL PADRE

1. En el evangelio de este domingo, Jesús emplea cinco veces la palabra «Padre» en relación consigo mismo, que se reconoce como Hijo. La oración de bendición que hace Jesús supera todas las oraciones de los libros de la «sabiduría», ya que Él sólo puede afirmar que Dios ha escondido «estas cosas» -el misterio del reino y del propio Jesús- a los sabios y las ha revelado a los sencillos. Jesús manifiesta su alegría y alaba a Dios por la experiencia de la gente sencilla. La fe es un don de Dios, y para alcanzarlo hay que vaciarse y hacerse sencillo.

2. Los cristianos deben confesar, alabar y reconocer la obra de Dios que practica Jesús: salvar a los pobres, despreciados por los poderosos. Dicho de otro modo: las escuelas rabínicas desconocen lo que experimentan y conocen los sencillos. Pero el Dios de Jesús es el Dios de la gente sencilla, a la que el mismo Dios comunica su sabiduría. Los saberes de este mundo no coinciden a veces con el conocimiento de Dios.

3. A los «cansados y agobiados» por el peso de la vida y el legalismo fariseo les alivia Jesús, que es dulce con los hombres y humilde de corazón con Dios. Este descanso anticipa el descanso escatológico. Cargar con el yugo de Jesús es seguirle y aprender de El. La fe ayuda a dar sentido a la vida y a soportar muchos sufrimientos, siempre que rezume sabiduría de Dios.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Cómo experimentamos el «yugo» de ser cristianos?

¿En quién descansamos de nuestros agobios y fatigas?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 143 s.


22.

VIVIR ES PASAR DE LO QUE SOMOS A LO QUE PODEMOS SER

En aquel tiempo, Jesús exclamó: «Te doy gracias Padre, Señor de cielos y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a las gentes sencillas. Sí Padre, así te ha parecido mejor».

En una primera lectura rápida este texto parece una crítica a la inteligencia, a la sabiduría y a la teología. Nada más lejos.

Esta oración espontánea de Jesús manifiesta que la fe es una gracia, un don gratuito, una gracia gratis dada por Dios y gratis recibida por el hombre, al margen de méritos o esfuerzos propios. Frente a los que están seguros y poseídos de sí mismos, y confían en sus propias fuerzas, aparecen como escogidos y preferidos de Dios los sencillos, los necesitados de ayuda, los pequeños. Frente a los que se saben superiores, Dios opta por los que tienen conciencia de todo lo contrario. Éste es el Evangelio de la humildad y de los limpios de corazón.

Los sencillos son aquello s que interpretan la vida y la historia como un viaje con Dios a lo largo del cual Dios puede ir educándoles. Un tránsito desde lo que son a lo que tienen que ser, con la seguridad de que, pase lo que pase, Dios siempre estará a su favor. Que. ocurra lo que ocurra, siempre hacen, porque pueden y deben, una lectura positiva que les ayuda a crecer en santidad.

Los sencillos son esos que dan lecciones en el arte de vivir en manos de Dios porque renunciaron a tener su seguridad en sus propias manos. Y cuando hablan, piensan o actúan citan tanto a Dios que dan la sensación de vivir con él y para él. Su vida tiene sabor a Evangelio, son una buena noticia para todos.

Los sencillos son los que han sabido hacer de su hoy, de su mundo, de su casa, un adelanto de la gloria y del cielo y aceptan la voluntad de Dios hasta el punto de que cuanto viven o les ocurre a él lo refieren. De este tipo de personas las gentes piensan, y en ocasiones dicen, que vivir a su lado es la gloria, que son un cielo.

«Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar».

Dios no es sólo objeto de estudio, sino sujeto de amor. Si bien es cierto que amamos a los que conocemos, (el conocimiento es siempre fuente de amor), no es menos cierto que conocemos a los que amamos, (porque nos interesan y nos importan aquellos a quienes amamos. El amor es motivo de conocimiento). El amor nos da derecho a entrar en el conocimiento, en la intimidad y afectividad de quien amamos.

El amar a Dios nos lleva a su conocimiento. Desde aquí afirmamos que toda teología es, o debe ser, oración y toda oración, teología. Dios es sujeto de nuestro conocimiento/estudio y de nuestro interés/amor.

Conocer a Dios es fruto del seguimiento de Jesús. Él nos lo da a conocer. No hay mística sin ascética. Quien siga y viva a Jesús conocerá a Dios. Jesús nos da a conocer a Dios enseñándonos a vivir.

Nos podemos enfrentar a la vida desde dos perspectivas, desde dos puntos de vista o actitudes fundamentales:

-Una desde un conocimiento de la historia que posibilita elaborar juicios, previsiones y presupuestos para poderla gobernar.

-Otra dejándose educar por la misma historia, andando por ella abiertos y receptivos. Los primeros difícilmente conocerán a Dios pues no pasará de ser un objeto más para su disección, su estudio: de él nunca se sorprenderán. Los segundos lo encontrarán donde menos lo esperen y será sujeto de su amor y quedará sujeto a sus vidas.

«Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».

El hombre que no es capaz de imaginar desde hoy lo que será el mañana no tiene futuro, ni fuerza para luchar por él. No hay porvenir para el hombre que no puede, ni sabe, gustar ya en el presente algo de ese porvenir.

Si nos cuesta hacernos violencia para ser como Dios manda, imagen y semejanza suya, tenemos a Jesús de Nazaret como referente obligado y a nuestro alcance. Quien acepta a Cristo como compañero en el viaje de la vida, (como el que «come el mismo pan» de ese viaje), el cansancio, e incluso la muerte, no pasa de ser un encuentro; el cansancio pone a prueba la amistad.

Cuando el seguimiento de Cristo se nos hace un calvario, cuando nos invade el cansancio, Cristo se viste de Cirineo y ahí tienes su mano para agarrarte.

BENJAMIN OLTRA COLOMER
SER COMO DIOS MANDA
Una lectura pragmática de San Mateo. EDICEP VALENCIA-1995. Págs. 70-72


23.

El profeta Zacarías nos presenta un canto mesiánico en el cual nos describe la presencia de un personaje que tiene las características de rey y pastor. El trasfondo político y social de este poema es la invasión de Alejandro Magno en el orbe entero, que sirvió de modelo para que el autor describiera la gran victoria de Dios en los tiempos mesiánicos. Zacarías nos transmite el sentimiento del pueblo de Israel después del retorno espera la venida de un "principe de la paz" que entre en Jerusalén para restablecer los antiguos límites geográficos del gran reino de David.

Este poema tiene grandes parecidos con los poemas del Siervo de Yahveh que nos presenta el libro de Isaías. Tanto el siervo de Isaías como el rey de Zacarías son los personajes escogidos por Dios para liberar al pueblo de la esclavitud e implantar el orden y la justicia en la tierra dando cumplimiento a las promesas mesiánicas.

La forma de actuar del rey mesiánico no se parece en nada a los grandes reyes de la tierra que conquistan y dominan con la fuerza y el poder de sus armas, imponiendo la tiranía, la esclavitud y la muerte. Zacarías esta convencido que el rey mesiánico que vendrá no traerá armas para conducirnos a la verdadera y autentica paz. Por eso las descripciones no son las de un militar o gran guerrero que cabalga sobre un caballo, él cabalga sobre el popular, humilde y sencillo asno en son de paz.

Las palabras del profeta son una invitación a la alegría y el júbilo porque la Palabra de Dios es capaz de repatriar a los desterrados, triunfar sobre los pueblos que han llevado a Israel a la esclavitud y la muerte, de pastorear a su pueblo. La misión del rey mesiánico es restaurar la justicia y la paz en toda la tierra construyendo un nuevo orden social que no esta construido desde el poder o el uso de la fuerza o cualquier forma de violencia.

El capítulo 8 de la carta a los Romanos, sobre todo la primera parte, esta dedicada a describir la condición cristiana fundamental bajo la imagen de la vida en el espíritu.

Pablo nos dice que hemos salido del pecado por la acción de Dios a través de su hijo Jesús y de la acción del Espíritu Santo. Esta es la verdadera liberación. Porque la mayor prueba del amor de Dios para con los hombres es haber entregado a su propio hijo a la muerte y muerte de cruz y de esta manera vence el mal por el amor. Con el amor y el perdón, Dios ha construido un mundo nuevo en el que no hay rencor, ni deseos de venganza, ni remordimientos. Estamos en paz con Dios cuando estamos en paz con los demás.

Nos dice Pablo que por la acción del Espíritu Santo en nuestra vida vamos experimentando y deseando libremente una nueva forma de vida a imitación de Cristo. Los deseos del espíritu animan nuestra vida y los sentimos como un llamado interior, porque si vivimos según la carne, vamos a la muerte, pero si con el Espíritu damos muerte a las obras del cuerpo, viviremos.

El texto del evangelio de Mateo está articulado en tres partes:

* En la primera parte nos encontramos con una alabanza al Padre (vv. 25-26) "Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra". Esta alabanza es la expresión espontánea que sale de lo más profundo del corazón cuando se experimentan las maravillas del poder de Dios. La alabanza a Dios Padre está impregnada de gratitud porque el mismo Dios ha escondido las cosas del Reino a los prepotentes, a los que se creen que ya están salvados y se las revela a los pequeños a los excluidos a los que la religión judía consideraba que están por fuera del plan salvífico de Dios. A los pequeños Mateo los llama cansados y agobiados por las duras cargas que fariseos y escribas colocaban sobre sus hombros. La alabanza y agradecimiento de Jesús al Señor del Universo tiene su origen y razón en el querer insondable de Dios, que da el beneplácito a la gente con disponibilidad abierta y se lo niega a la gente engreída, a los sabios y poderosos ante los ojos humanos, pero necios ante los ojos de Dios.

* La segunda parte está centrada en el Padre y en Jesús (v. 27). Jesús reconoce que su tarea evangelizadora ha sido encomendada por su Padre y que se conoce al Padre por el Hijo. De esta manera, nos encontramos con una síntesis de la autorrevelación de Jesús. Jesús es el Hijo de Dios, en un plano distinto y superior al del resto de los hombres. Al compartir la misma dimensión del Padre se coloca en un plano trascendente, único, divino. Por tanto, Jesús como Hijo de Dios también es Señor del cielo y de la tierra.

* En la tercera parte encontramos la invitación a los cansados y agobiados (vv. 28-30). Para Mateo los cansados y los agobiados son las víctimas indefensas de las instituciones religiosas judías que extenuados y abandonados, tenían que soportar y cumplir con todo rigor el peso de la ley. A éstos excluidos Jesús los invita: "vengan a mí... tomen mi yugo... aprendan de mí... yo los aliviaré... y encontrarán reposo". Podemos ver cómo Jesús está volcado con quienes ya no pueden más a causa del yugo y carga de la ley judía y les ofrece su propio yugo que es fácil de llevar porque libera de toda dependencia y esclavitud. La invitación de Jesús es a aceptar la propuesta del Reino adhiriendose vitalmente a su causa y a su persona que es prototipo de sencillez y humildad.

Las lecturas de hoy son una invitación a creer en Jesús y en su proyecto, lo cual significa sentir y hacer sentir, la presencia de Dios, en el rostro humano. En Jesús asumió Dios las dimensiones y tareas humanas y ahora somos nosotros, como seguidores suyos, quienes tenemos que hacer posible la extensión de su proyecto, contruyendo y generando espacios donde se puedan hacer realidad la justicia y la solidaridad. Sólo el amor hace que las cargas pesadas se hagan ligeras y las estructuras opresoras de nuestros sistemas económicas se transformen, sólo el amor personificado en Jesús y en su proyecto, da sentido al destino y a la vida del hombre.

Para la revisión de vida

Dice Jesús: "venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré". ¿Cuáles son mis cansancios, qué los causa: el trabajo por el Reino o mis intereses personales, mis egoísmos? ¿Dónde y cómo busco alivio a mi cansancio?

Para la reunión de grupo

- Un rey que cabalga en un asno en y para él la paz no se parece en nada a los demás reyes que emplean la fuerza y las armas; a Celestino de Dios es muy diferente (casi opuesto) al de los hombres. ¿Cuál es mi estilo? ¿Empleo y mis poderes, grandes o pequeños, para la paz y la justicia o para...?

- Vivir en la carne o el espíritu son dos actitudes en la vida; vivir dominado por los bajos instintos, por el egoísmo y el pecado, o vivir por el amor al prójimo, incluso aunque a veces se pueda pecar; el que no está centrado en el amor al prójimo, ese no es de Cristo. ¿Cómo vivo yo, en la carne o en el espíritu?

- La gente sencilla a la que se refiere Jesús es la gente que ha encontrado a un Jesús también sencillo o sea, sin arrogancias ni prepotencias y, a través de él, ha descubierto a un Dios que es Padre, es amor. ¿Soy yo de esos sencillos o vivo mi fe como un complejo entramado de normas?

Para la oración de los fieles

- Por la Iglesia, para que lleve a todo el mundo la esperanza y la alegría, la paz y el gozo de quienes se saben en manos de Dios padre. Oremos.

- Por todos los que viven su fe como una obligación que cumplir, para que se encuentren con el Jesús vivo que libera de toda atadura y agobio, incluso de los de la ley. Oremos.

- Por todo son los que no tienen paz en sus vidas, en sus relaciones con los demás, en su relación con Dios; para que encuentren la paz que Jesús trae para todos. Oremos.

- Por todos los gobernantes, para que sus palabras y promesas de servicio a la comunidad y al bien común se traduzcan en hechos reales. Oremos.

- Por los pobres, los sencillos, los pequeños, para que tengan parte esencial en la construcción del nuevo mundo, justo y fraterno, que todos anhelamos. Oremos.

- Por todos nosotros, para que encontremos en Jesús la paz y la alegría que él nos trae de parte del Padre, y que nos libera de nuestras fatigas. Oremos.

Oración comunitaria

Te bendecimos, Padre, Señor de cielo y tierra, a porque has escondido grandes cosas a los sabios y prudentes, pero se las has revelado a los sencillos; y te pedimos que también a nosotros nos des un corazón de pobres, lleno de sencillez y confianza, para que podamos conocer amar y cumplir tu voluntad. Por Jesucristo.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


24.

En verano y en invierno, durante la primavera o durante el otoño, cada domingo nos reunimos para la Eucaristía, convocados por Jesús, motivados por el Espiritu Santo que habita en nosotros. Y quizá sería bueno que hoy nos preguntemos qué es lo que sobre todo vertebra nuestra reunión, qué es lo que más la caracteriza y define.

La respuesta la expresa la misma palabra "Eucaristía": lo que en la misa hacemos es sobre todo dar gracias al Padre. Con confianza y sencillez. Unidos al Señor Jesús, inspirados por su Espíritu.

- Jesús ora dando gracias al Padre

Y esto es así, no porque la Iglesia, o quien sea, lo haya organizado así. Sino porque en esto seguimos el ejemplo de Jesús. Lo hemos escuchado en el evangelio de hoy. Con frecuencia los evangelios nos dicen que Jesús oraba. Pero sólo excepcionalmente nos reproducen su oración. Es el caso de este evangelio de san Mateo, muy semejante a otro de san Lucas. Nos hablan de la oración de Jesús como una acción de gracias de Jesús a Dios Padre. Podríamos decir que es como una expresión de su comunión de vida, de conocimiento, de amor, que se expresa como debería expresarse también nuestra relación con las personas que más nos han amado y más amamos: sobre todo, lo primero y básico y fundamental, es agradecer, es dar gracias.

- Primacía de "la gente sencilla"

Pero, ¿de qué da gracias Jesús de Nazaret? Es importante para nosotros captar el motivo de su acción de gracias. Porque si cada domingo le seguimos e imitamos en dar gracias, importante será dar gracias por lo mismo (y no tanto por otras cosas). Jesús da gracias al Padre porque escogió a "la gente sencilla". Porque ha sido la gente sencilla, los hombres y mujeres del pueblo, quienes han escuchado y acogido y seguido su Evangelio, su buena nueva, su palabra de vida. Ellos, mucho más que los otros, los que se creían "sabios y entendidos" en las cosas de la religión y de la moral.

Por eso, ahora, nuestro anhelo -me atreverla a decir, que nuestra sana ambición cristiana- debería ser formar un pueblo, una Iglesia, de "gente sencilla". No de "sabios y entendidos". Quizá, a algunos de nosotros, nos sea difícil. Pero se trata de pedirlo con humildad a nuestro Padre (que, como se decía en el salmo de hoy, "es bueno con todos, es cariñoso"). Que a todos nos ayude a ser sencillos, pequeños, discípulos atentos más dispuestos a aprender de nuestros hermanos más sencillos que a dogmatizar y sentenciar como "sabios y entendidos".

- El drama y la gracia en la vida de Jesús

El drama en la vida de Jesús -según lo que nos han transmitido los evangelios- fue que aquellos que entonces se creían los maestros y jefes y especialistas en religión, no le acogieron, le rechazaron (primero desconfiando de él, luego calumniándolo, finalmente procurando su muerte).

La gracia en la vida de Jesús, fue que le recibieron con alegría, con buena voluntad -quizá a veces débil, pero eso es lo propio del ser humano-, los sencillos, los que con frecuencia se sentían excluidos y mirados por encima del hombro por sacerdotes, teólogos y demás gente muy religiosa (escribas y fariseos, según el lenguaje de entonces). Por eso, es a este personal de gente sencilla -como nos decía la última parte del evangelio de hoy- a quien Jesús prefiere y con predilección llama y acoge: "Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré". Palabras de Jesús, el Hijo de Dios, que bueno será que cada uno de nosotros escuche y guarde en su corazón. Cuando llegue el momento de mayor dificultad, aquel en el que no sabemos a quién acudir, estas palabras nos pueden salvar.

* * *

Hermanas y hermanos: unámonos en nuestra sencilla y confiada acción de gracias al Padre bueno. Sintiendo muy cerca de nosotros a nuestro hermano Jesús, el que es "manso y humilde de corazón", el que nos ofrece ayuda y descanso, compañía. Su "yugo", su voluntad, su ley, es "llevadero y ligero". Porque es, todo él, amor cotidiano.

EQUIPO MD
MIsa dominical 1999/09 39-40


25.

LECTURAS DEL DÍA

Zacarías 9,9-10: "Alégrate, hija de Sión; canta, hija de Jerusalén. Mira a tu rey que viene a ti justo y victorioso, humilde y cabalgando en un asno... Romperá los arcos guerreros, dictará la paz a las naciones".

Carta a los romanos 8,9.11-13: "Vosotros no vivís según la carne, sino según el espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros... El que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros".

Evangelio según San Mateo 11,25-30: "Jesús exclamó: Te doy gracias, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a la gente sencilla... Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré".

Primera lectura: Un pueblo esperanzado

1. El destierro babilónico había sepultado muchas esperanzas. A la vuelta, si bien habían renacido ciertas expectativas, ya no era posible soñar con el pasado glorioso de la época monárquica. La teología del Siervo germinada a raíz del doloroso destierro ayudaría sin embargo a purificar y madurar la fe del pueblo sencillo, el pueblo creyente de los humildes (Sof 2,3).

2. En la segunda parte, el profeta Zacarías se hace eco de este sentir del pueblo creyente que celebra la llegada de un Mesías impulsado por los criterios de la justicia de Dios y no por el boato y la prepotencia de los reyes. Recoge la exultación popular ante el nuevo rey, manso y humilde, que cabalga la montura pacífica de los verdaderos caudillos del pueblo.

3. Su misión de paz será fruto de la justicia con los humildes: reunificará el pueblo dividido de Judá e Israel, suprimirá los instrumentos de guerra y hará extensiva la paz a todos los pueblos y en todos los lugares de la tierra.

Segunda lectura: El cristiano, habitado por el Espíritu vivificador

1. La carne y el espíritu son respectivamente los dos principios contrapuestos de una conducta moral negativa y positiva. Ahora bien, al cristiano poseído en el bautismo por el Espíritu de Dios en Cristo sólo le cabe sentir, pensar y actuar guiado por los criterios e impulsos del amor derramado en los corazones por el Espíritu (Rom 5,53).

2. Habitado por el mismo Espíritu de Dios que resucitó a Cristo Jesús, el cristiano acoge ante todo la llamada del Vivificador o Dador de vida. Arropado por su presencia ensancha el horizonte de una ilimitada esperanza, da sentido a todos y cada uno de sus pasos, alienta un proceso de renovada transformación personal y abre las puertas de un corazón solidario.

3. El Espíritu de Dios manifestado en el de Cristo Jesús inaugura el camino de la Nueva Alianza en la libertad cristiana (2 Cor 3,17). De este modo impulsa el encuentro fraterno en el diálogo y la responsabilidad de una fe madura. Por eso mismo exhorta Pablo encarecidamente al cristiano en orden a afrontar el combate diario del espíritu contra la carne en favor de una nueva vida.

Evangelio : Jesús, plenitud de la esperanza mesiánica

1. El domingo de Ramos, mientras las autoridades tramaban su muerte, todo un pueblo exultante proclamaba como Mesías a Jesús, el manso y humilde de corazón (Mt 21,1-11). Cobraba así vida en el corazón de los sencillos el sueño mesiánico del profeta Zacarías allá por el s. IV antes de Cristo. La conducta de Jesús, ungido por el Espíritu de Dios, había despertado en la mayoría del pueblo el reconocimiento del Enviado de Dios.

2. Este espontaneo y afectuoso encuentro de Jesús con su pueblo se nutría en el hontanar de su confidencial intimidad con el Padre Dios, el núcleo más original de su vivencia religiosa. Un Dios que se le reveló plenamente como sólo un padre puede revelarse a sí mismo a su hijo. Un Dios Padre de todos, inagotable manantial de confianza y ternura, que alimenta los insondables misterios de la vida.

3. No es de extrañar, por tanto, que los pequeños, los humildes y los sencillos, al comulgar con la entrañable cercanía de Jesús, descubrieran en él la manifestación del reino de Dios. No se trataba de una actitud pueril, sino de una confianza fundamental capaz de perfeccionar la esperanza y motivar la entrega sin reservas.

4. Jesús se llenaba de gozo contemplando la revelación de Dios en la mirada limpia de aquellas gentes; era el gozo intenso y desbordante del Espíritu. En su alabanza al Padre por los pequeños expresaba lo más medular de su persona y de su misión: su conciencia filial y mesiánica.

La alegría evangélica de los sencillos

1. No resulta fácil saborear la alegría mesiánica de los sencillos en las pantallas y escaparates de un mundo que oculta o tergiversa sistemáticamente la realidad. Como adultos complicados que somos, nuestra mayoría de edad se sonroja incluso ante la familiaridad e infantil ternura con que Jesús trataba a su Padre Dios. Tampoco encaja en nuestros esquemas sociales la complacencia de Dios en la pequeñez de su sierva María derribando a los potentados de sus tronos y exaltando a los humildes (Lc 1,47-55).

2. Pero hoy también es rumiado e interiorizado el Padrenuestro en el corazón de muchas personas que viven con emoción sentida la desconcertante sencillez de las bienaventuranzas. Ante los alambicados alardes exhibicionistas de los de corazón soberbio, los pobres y mansos de corazón reviven la cálida experiencia personal de Jesús con su Padre Dios. En su caminar junto a los humildes al encuentro del Mesías justo y pacífico, van probando la autenticidad de su fe en el Dios de Jesús.

Danos, Señor, el Espíritu de Jesús para gozar de tu reconfortante presencia en nuestras vidas. Ayúdanos a desenmascarar desde la sencillez de los humildes la hipócrita doblez del escenario en que acostumbramos a movernos. Alumbra en el corazón humano los caminos mesiánicos de la justicia y de la paz. Que los fatigados y abatidos encuentren en cada uno de nosotros el calor y la cercanía de tu aliento.

Juan Huarte Osácar. O. P.
Comunidad "Virgen de la Vega"


26.

Sobre un borrico

"Así dice el Señor: Alégrate, hija de Sión..." (Zac 9,9)

El profeta Zacarías contempla a través de los siglos, traspasando el muro de los tiempos, la entrada en Jerusalén del rey de Israel, del Salvador del mundo. Su corazón rebosa alborozado y comunica la gran noticia al Pueblo elegido. Muchos lustros después, cuando Jesucristo entre en Jerusalén, aclamado por la muchedumbre, Mateo el evangelista recordará las palabras proféticas de Zacarías, verá cumplido el vaticinio y se reafirmará en la convicción de que Jesús de Nazaret es el Hijo de David, el Cristo de Dios, el Ungido del Padre, el Rey mesiánico.

La multitud que lo vitoreó estaba formada por gente sencilla y por niños. Su cabalgadura fue un borrico. Un retablo sencillo y humilde, unas circunstancias un tanto apoteósicas, vividas en medio del pueblo llano. En contraposición con aquel entusiasmo, los sabios de Israel protestarán ante aquellas aclamaciones que no respondían a la idea que ellos se habían forjado de la llegada del Mesías.

"Dominará de mar a mar..." (Zac 9,10)

Una vez más se muestran como ciegos incurables, gente soberbia que no podía elevarse por encima de las apariencias y percibir la realidad última y escondida, que se encerraba en aquel acontecimiento. Nosotros queremos colocarnos de parte de los niños y de la gente sencilla, queremos ver en Jesús, montado sobre un borrico, a nuestro rey y redentor, que por medio de lo que parecía pequeño y humilde, a través del sacrificio y del dolor, alcanzó la gloria suprema y nos conquistó así nuestra salvación.

Y con la salvación, la paz y la alegría. Paz y alegría que alcanzarán su plenitud en la otra vida, y que se nos dan ya ahora como gozosa primicia. Por eso los cristianos tenemos motivos más que sobrados para ser los más felices de todos los hombres que viven sobre la tierra, aun en medio del sufrimiento o del fracaso. La victoria que lo decide todo es la que se consigue, con la ayuda de Dios, contra el pecado, contra el mundo y contra el demonio. Por todo ello el que tiene a Dios nada le falta, el que vive en gracia participa ya de la dicha eterna.

Fieles por encima de todo

"Te ensalzaré, Dios mío, mi rey..." (Ps 144,1)

Es rey no quien dice serlo, sino quien realmente lo es. Es rey el que reina, el que es dueño y soberano en su reino, el que hace y deshace libremente, según decide su voluntad. Es rey, por otra parte, para una determinada persona, aquel a quien se reco- noce como dueño y disponedor de la hacienda y de la propia vida.

En ese sentido -en definitiva el único auténtico-, sólo Dios es Rey, así con mayúscula. Él ha sido el creador de cuanto existe bajo el cielo y bajo la tierra. Él es, además, quien mantiene el ritmo y el latido de la vida y de la muerte, quien tiene marcado los límites de las aguas y la ruta de los astros.

Tan poderoso es Dios, tan dueño de sus actos, que quiso hacer al hombre un ser libre y lo hizo. Hasta el punto de que su mismo querer, aunque temporalmente, se somete en cierto modo al querer libérrimo del hombre. Éste es el único ser de toda la creación capaz de rebelarse contra Dios y el único capaz de amarle meritoriamente.

"Que te bendigan tus fieles, que proclamen la gloria de tu reino... (Ps 144,1)

Fieles, qué palabra tan maravillosa. Es equivalente a leales, a constantes, a cumplidores de la palabra empeñada, a hombres fuertes que permanecen firmes pase lo que pase, atletas que marchan con ímpetu contra corriente, caballeros de todos los tiempos y todos los lugares. Fieles, vale la pena -repetía hasta la saciedad aquel hombre de Dios, Josemaría Escrivá-. Y qué razón tenía.

Leales al Rey de reyes, vasallos insobornables que saben mantenerse en su propia trinchera, también cuando el combate arrecia y la lucha se encona. Saber estar por encima de las modas y al margen del aplauso o los silbidos de la galería, vivir con todas sus exigencias la condición de cristiano, de hombre ungido para el servicio de Dios. Reino de Cristo que se perpetúa a través de los siglos, Iglesia de Dios que va llenando las páginas de la Historia con la grandeza del don recibido, por encima de las miserias humanas de quienes la formamos. Perdonando y amando, sosteniendo en la lucha heroica de las pequeñas obligaciones de cada día. Bajo la guía de Cristo van saltando a la vida hombres fuertes y honestos, santos escondidos o manifiestos, mártires de sangre que se vierte, o que se quema escondida y en silencio. Reino de Dios que ilumina y salva con el esplendor de su gloria.

Vivir según el Espíritu

"Vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros" (Rom 8,9)

Bien sabía el Apóstol cómo pesaba la carne que con tanta fuerza le inclinaba al mal. Humildemente confesaba que veía lo que era bueno pero hacía lo malo. Decía que llevamos en vasija de barro el tesoro de la gracia. También habla del ángel de Satanás que le abofetea y le humilla en su carne.

Pero junto a la flaqueza humana está la fuerza divina que se nos infunde en el Bautismo, la gracia de Dios que viene en auxilio de nuestra debilidad. Por eso dice: "el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús, vivificará también vuestros cuerpos mortales por el mismo Espíritu que habita en vosotros".

"Pues si vivís según la carne, vais a la muerte; pero si con el espíritu dais muerte a las obras del cuerpo, viviréis" (Rom 8,13)

Hay que secundar la acción divina. El Señor quiere santificarnos y salvarnos, pero ha de ser con nuestra colaboración. No podemos ser un peso muerto que es preciso levantar a pulso. Hemos de corresponder a su amor. Sí, Él nos extiende los brazos lo mismo que lo hace una madre con su bebé, para abrazarle o para evitar una caída al pequeño. Y si ésta ocurre, le limpia las lágrimas y le anima a seguirÉ

Así es, en definitiva, nuestra historia de hombres que que- remos vivir según el espíritu, aunque el peso de la carne lo haga difícil. Lo importante es, pase lo que pase, seguir intentándolo, rectificar cuantas veces haga falta. Seguros de que nuestro Padre Dios está junto a nosotros. Para que, a pesar de la ley de la carne que nos frena, podamos volar alto y vivir según el espíritu.

Aprended de mí

"Jesús exclamó: Te doy gracias, Padre..." (Mt 11,25) Muchas veces los evangelistas nos presentan a Jesús en oración. En ocasiones, como en este pasaje, nos refieren el contenido de su plegaria. El Señor, también en esto, es nuestro modelo. Lo primero que podemos aprender de su oración es la frecuencia en hacerla. Por eso también nosotros hemos de orar a menudo, elevar nuestro corazón hasta Dios, para hablarle con sencillez y confianza, con humildad y constancia, y pedirle cuanto necesitemos, o cuanto necesitan los demás, en especial esos que se encomiendan a nuestras oraciones, o por los que tenemos más obligación de rezar.

Y, además de pedir, también agradecer. Son tantos los beneficios que nuestro Padre Dios nos otorga, que deberíamos estar siempre dándole gracias desde lo más íntimo de nuestro ser. Por otra parte, la oración de gratitud es la más agradable a los ojos de Dios. En ella proclamamos su bondad y su soberanía, reconocemos que cuanto tenemos, de Él lo hemos recibido y a Él hemos de consagrarlo.

Parece un contrasentido lo que en esta ocasión dijo Jesús. Resulta que los sabios no entenderán nada. Quizá sepan explicar el porqué de muchas cuestiones, relacionadas incluso con el misterio de Dios, pero en realidad no llegarán a comprenderlas, a descubrir el profundo sentido que arrebata el espíritu y lo eleva sobre todo lo material. En cambio, la gente humilde y sencilla descubre el poder y el amor de Dios, es partícipe de los más grandes misterios que nunca, por sus solas fuerzas, puede alcanzar el hombre. Así lo ha querido Dios. Ojalá sepamos reconocer nuestra pequeñez y limitación, ojalá seamos sencillos y humildes. Sólo entonces descubriremos la grandeza del Señor, y experimentaremos la dicha de amarlo.

Jesús se pone como modelo y confiesa con llaneza y claridad su mansedumbre y su humildad. Aprended de mí, nos dice. Si conseguimos aprender esa primera y sencilla lección de Jesucristo, hallaremos el descanso y la paz. Todo será entonces soportable, hasta la mayor preocupación y el más grande agobio se disipará si nos abandonamos como niños en los brazos de nuestro Padre Dios.

SERVICATO 1999


27.

1. Nexo entre las lecturas

El gozoso anuncio mesiánico del profeta Zacarías dirigido a los habitantes de Jerusalén (es lo que significa la metonimia hija de Sión, hija de Jerusalén), proclama con la máxima simplicidad la venida de un rey humilde (viene a ti tu rey) que restablecerá la paz y la justicia en las naciones, y condensa de manera admirable toda la esperanza de salvación del pueblo de Israel (1L). Semejante anuncio profético encuentra su perfecto cumplimiento en Jesucristo manso y humilde de corazón que viene a traer alivio y descanso (EV) a todo aquel que experimenta la fatiga y el agobio que comporta el yugo de la ley antigua. El, conociendo íntimamente al Padre (EV) revela el verdadero rostro de Dios que es compasivo y misericordioso, lento para enojarse y generoso para perdonar (SAL) a todo aquel que con humildad se reconoce necesitado de misericordia: acuérdate Señor de tu misericordia (SAL). Por su parte san Pablo nos recuerda que el plan de salvación que ha venido a instaurar este rey en el mundo, inicia con la conversión del corazón que implica no vivir conforme al desorden egoísta del hombre sino conforme al Espíritu de Cristo (2L).


2. Mensaje doctrinal

1. Jesús, epifanía del rostro del Padre. En el Evangelio de Mateo que la liturgia pone hoy a nuestra consideración, se nos ofrece una de las revelaciones de carácter cristológico más profundas: Jesús es Hijo eterno del Padre. Te doy
gracias Padre Señor de cielo y tierra. Con estas palabras de alabanza y bendición Jesucristo inicia su "confesión" dirigiéndose al Padre. Ellas expresan claramente el reconocimiento del primado del Padre por parte del Hijo (señor de cielo y tierra) y por tanto ponen de manifiesto el carácter trascendente de Dios, que es creador de todo cuanto existe. Pero al mismo tiempo, Jesús se dirige al Padre con el apelativo más íntimo y cercano con que jamás hombre alguno se hubiera atrevido a dirigirse a Dios: Padre. El término preciso en hebreo es abbá, que puede ser traducido como papá Así, si por una parte Jesús nos manifiesta la grandeza del Padre, su señoría y trascendencia, nos revela así mismo su cercanía y su bondad. El Dios que nos revela Jesucristo es un Dios Padre en el sentido más profundo y verdadero. En este sentido, el catecismo de la Iglesia católica nos dice: Al designar a Dios con el nombre ce Padre, el lenguaje de la fe indica principalmente dos aspectos: que Dios es origen primero y trascendente de todo y que es al mismo tiempo bondad y solicitud amorosa para todos sus hijos (Catecismo de la Iglesia Católica 239).

Gracias a ese conocimiento recíproco que el Hijo afirma tener con el Padre: nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, Jesucristo puede considerarse en toda verdad como manifestación (epifanía) del rostro del Padre.

2. Los secretos del Reino revelados a los pequeños y humildes. El objeto de la alabanza que Jesús dirige al Padre , te bendigo, oh Padre, Señor de cielo y tierra (Mt 11, 25), consiste en esto: porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a los pequeños (Mt 11, 25b). La indicación indeterminada a la que Jesús hace referencia con la expresión estas cosas, se refiere con toda probabilidad al plan divino de la salvación, al misterio del reino de los cielos que el Hijo vino a instaurar en la tierra pero que no ha sido reconocido por los sabios y entendidos del mundo presente. En esta categoría de sabios y entendidos están comprendidos los jefes del pueblo hebreo, los escribas y fariseos que observaban con minuciosidad la ley dejando a un lado la justicia y el amor a Dios (cfr Lc 11, 42), que tenían la ley en los labios pero no la habían comprendido con el corazón (cfr Is 29, 13). Estos se tenían por la clase culta del pueblo, pensaban ser expertos en el manejo de la
Escritura y, sin embargo, no supieron reconocer el designio divino realizado ante su misma mirada, precisamente a través de la mansedumbre del Hijo. Este misterio de salvación lo comprenden, en cambio, aquellos que son humildes y sencillos de corazón, los pobres de espíritu (Mt 5, 3) que se colocan ante Dios en actitud de escucha, de disponibilidad y le reconocen como Señor del cielo y de la tierra, como padre de quien procede todo bien y todo don.

3. Un rostro misericordioso. Presentándose a sí mismo como manso y humilde de corazón Jesucristo nos revela un rostro misericordioso de Dios que es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en perdonar. Son innumerables los salmos que proclaman la nota distintiva característica de Dios en su relación con su pueblo: la bondad y la misericordia. El salmo 103 es en sí mismo un himno que exalta este modo de proceder de Dios con su pueblo: Él, que todas tus culpas perdona, que cura todas tus dolencias, rescata tu vida de la fosa, te corona de amor y de ternura, mientras tu juventud se renueva como el águila. Clemente y compasivo es Yahveh, tardo a la cólera y lleno de amor, no se querella eternamente ni para siempre guarda rencor; no nos trata según nuestros pecados, ni nos paga conforme a nuestras culpas. Cual la ternura de un padre para con sus hijos, así de tierno es Yahveh para quienes le temen; que Él sabe de qué estamos plasmados, se acuerda de que somos polvo. (Sal 103, 3-5. 8-10. 13-14).


3. Sugerencias pastorales

1. Dar a conocer a los hombres el Dios del amor y la misericordia. Al hombre contemporáneo frecuentemente atormentado entre la angustia y la esperanza, postrado por la sensación de su limitación y asaltado por aspiraciones sin confín, turbado en el ánimo y dividido en el corazón, la mente suspendida por el enigma de la muerte, oprimido por la soledad mientras tiende a la comunión, presa de sentimientos de náusea y hastío, le es necesario encontrarse con el rostro misericordioso de Dios. La Iglesia, como afirma Juan Pablo II, debe dar testimonio de la misericordia de Dios revelada en Cristo en su misión como Mesías, profesándola en primer lugar como verdad salvífica de fe necesaria a una vida coherente con la fe, después buscando introducirla y de encarnarla en la vida, ya sea de sus fieles, ya sea, en cuanto sea posible, en la vida de todos los hombres de buena voluntad (Dives in misericordia 12).

2. Formar un corazón manso y humilde de corazón. Todo cristiano, pero de modo especial el sacerdote, ha de hacer suyo esta invitación de Cristo: aprended de mí que soy manso y humilde de corazón. La mansedumbre y humildad de corazón es un arma poderosa con que cuenta el sacerdote para abrir el corazón de los hombres para ganarlos para Dios. San Juan Bosco alentaba así a sus sacerdotes: ¡Cuantas veces, hijos míos, durante mi vida, ya bastante prolongada, he tenido ocasión de convencerme de esta gran verdad! Es más fácil enojarse que aguantar, amenazar que persuadir; añadiré incluso que, para nuestra impaciencia y soberbia, resulta más cómodo castigar a los rebeldes que corregirlos, sopor tándolos con firmeza y suavidad a la vez. [...] Mantengamos sereno nuestro espíritu, evitemos el desprecio en la mirada, las palabras hirientes; tengamos comprensión en el presente y esperanza en el
futuro, como conviene a unos padres de verdad que se preocupan sinceramente de la corrección y enmienda de sus hijos (Epistolario, Turín 1959, 4, 201-203).

La mansedumbre es la virtud que tiene por objeto moderar la ira según la recta razón. Santo Tomás, citando a Aristóteles, distingue en la II-II, q. 157, a 1 y q.158, a1,2 y a 8 dedicadas al estudios de la mansedumbre y de la ira, tres tipos de ira en el hombre: la de los violentos (acuti) que se irritan en seguida y por el más leve motivo; la de los rencorosos (amari) que recuerdan mucho tiempo el recuerdo de las injurias recibidas; y la de los obstinados (difficiles sive graves) que no descansan hasta que logran vengarse. Todas estas formas de ira tan ajenas a la mansedumbre de corazón están totalmente ausentes en el modo en que Dios trata a su pueblo y que viene confirmado por el Hijo en su modo de tratar y dirigirse a los hombres.

¡Cuánto bien podemos hacer a nuestros fieles dirigiéndonos siempre a ellos con bondad, sin mostrar impaciencia ante sus deficiencias y limitaciones personales, indignación ante sus miserias! ¡Cuánto bien podemos hacer evitando disputas, voces destempladas, palabras, gestos o acciones bruscas que puedan herir la sensibilidad de nuestros hermanos, acogiendo con benevolencia a los pobres, a los afligidos, a los enfermos, a los pecadores, y también, suavizando con buen tacto las justas reprensiones que sean convenientes al bien de las almas!

Por otra parte, el sacerdote debe enseñar a los fieles a vivir esta faceta del amor con todos los miembros de la comunidad parroquial. Enseñarles a no devolver mal por mal, a no hablar mal de los demás, a saber dominar las reacciones de enojo y de ira hacia los demás, a tratar con buenas maneras a sus hermanos.

P. Octavio Ortiz


28. 2002 - COMENTARIO 1

DEMASIADO COMPLICADO

Me da la impresión de que con la Religión pasa como con el circo. Hay en ella una especie de juego de trapecio, de triple salto mortal donde lo que vale es “el más difícil todavía”. Lo sencillo, lo ordinario no tiene mérito, no parece tener valor.

En tiempos de Jesús no bastaba con cumplir los Diez Mandamientos. Para ser un buen judío había que observar 613 preceptos, de los que 365 eran prohibiciones -una por cada día del año- y 248 mandamientos positivos -tantos cuantas partes integraban el cuerpo humano según la medicina vigente.

No era fácil ser una persona como Dios manda. Sólo quien tenía cultura y tiempo para estudiar leyes y “escrutar las Escrituras" podía conseguirlo. La religión, que debía ser para todos, era patrimonio de abogados, teólogos y laicos cultos y pudientes (doctores de la ley, escribas, fariseos y saduceos). El pueblo sencillo, dado lo complicado del sistema, se distanciaba cada vez más de Dios. No sabía de leyes, ni entendía de teología ni de derecho canónico. No tenía tiempo ni medios para dedicarse a ello. La Biblia, enciclopedia del saber religioso, estaba escrita en hebreo, lengua culta y muerta, ininteligible para el pueblo que hablaba arameo y, por lo demás, en su gran mayoría no sabía leer. Como en los tiempos de la misa en latín.

Por si esto fuera poco, los abogados (doctores de la ley) habían desarrollado una ingente casuística, rayana en lo ridículo y absurdo, en torno a cada uno de los 613 preceptos, dando lugar a una jurisprudencia de cinco mil mandamientos aproximadamente.

Demasiados mandamientos. Demasiados preceptos. Excesivas leyes y reglas. Todo demasiado complicado.

También hoy. Los mandamientos de la Ley de Dios y los de la Iglesia; normas para el ayuno, la abstinencia y la penitencia cuaresmal. Decretos de la Santa Sede, de las Sagradas Congregaciones romanas, de las Conferencias Episcopales... Cuántos hijos hay que tener, cómo hay que vivir, cómo hay que vestir (no olvidemos los gloriosos tiempos en los que la moral y la decencia se medían por los centímetros de mangas y escote), qué hay que hacer en cada momento... Todo ha estado -y sigue estando- regulado, legislado, codificado.

El pueblo, ante esta barahúnda de leyes, hoy -como ayer- ha terminado por no entender. Cansado y agobiado por el peso de una Religión para élites se ha separado de la Iglesia. No entiende la teología escrita en clave para iniciados, ni le sirve. Eso sí, soporta sobre las espaldas de su conciencia esos fardos leguleyos que le han colocado los eclesiásticos. Como los judíos, también los cristianos lo hemos complicado todo.

Lo de Jesús de Nazaret era más sencillo. Un día reunió a la gente y le dijo: "Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy sencillo y humilde, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera". Fue una convocatoria revolucionaría, dirigida contra el sistema religioso y teológico de su tiempo -y de hoy-.

El yugo de la Religión-Ley era insoportable. Jesús lo alivió simplificándolo. Los 613 mandamientos y la innumerable casuística creada en torno a cada uno de ellos quedaron reducidos a uno: "Amaos como Yo os he amado". Así de fácil. Lo suficientemente difícil como para no complicarlo más.

Adiós a la Religión como sistema del "más difícil todavía", patrimonio de los menos. No hace falta ser ni culto, ni sabio, ni teólogo para ser buen cristiano. Basta con amar como Jesús. Lo que sucede es que de amor entienden sólo los sencillos. Quienes no lo son, saben de leyes. "Te doy gracias, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla...


29. COMENTARIO 2

FE Y CIENCIA

A lo largo de la historia han sido muchos los conflictos entre los dogmas religiosos y la ciencia, y en muchos casos el transcurso del tiempo parece que ha ido dando la razón a los científicos. Y hoy son muchos los científicos que se confiesan ateos o agnósticos. ¿Será incompatible la inteligencia humana y la fe en Jesús de Nazaret? ¿Es eso lo que quiere decir el evangelio de este domingo?


SABIOS Y ENTENDIDOS

La oración de Jesús a que se refiere el evangelio de hoy: «Bendito seas, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque, si has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, se las has revelado a la gente sencilla», hay que entenderla a la luz de una advertencia que hace Dios a su pueblo por medio del profeta Isaías: «Dice el Señor: Ya que este pueblo se me acer­ca con la boca y me glorifica con los labios, mientras su cora­zón está lejos de mí, y su culto a mí es precepto humano y rutina, yo seguiré realizando prodigios maravillosos: fracasará la sabiduría de sus sabios y se eclipsará la prudencia de sus prudentes» (Is 29,13-14; véase también Mt 15,8-9).

Dios se había dado a conocer a su pueblo por medio de su actuación liberadora, al sacarlo de la esclavitud de Egipto; en el Sinaí les dio unas normas que cumplir, que en sus primeras formulaciones estaban siempre basadas en los acontecimientos que dieron origen al pueblo de Israel (~x 20,2; Dt 5,6.20-25). La relación del hombre con Dios debía estar siempre basada en esta experiencia liberadora, de tal forma que, como repiten una y otra vez los profetas, es imposible relacionarse con Dios si no se practica la justicia para con el prójimo (véase, p. ej., Is 1,10-18; 58,1-12).

Pero, según se deduce de las palabras de Isaías que hemos citado antes, algunos sabios y entendidos habían hecho creer al pueblo que lo que Dios quería es que los hombres estuvie­ran pendientes de él, que rezaran mucho, que frecuentaran mucho el templo. Así habían conseguido que los mandamien­tos que Dios había dado a los israelitas para que, poniéndolos en práctica, consiguieran evitar que entre ellos se pudieran re­producir relaciones de esclavitud y opresión semejantes a las que sufrieron en Egipto, quedaran sustituidos por preceptos humanos, y que la práctica religiosa se redujera a pura rutina. Esos son los sabios y entendidos, que no comprenden el men­saje de Jesús. Los que utilizan su sabiduría y su ciencia para vaciar de contenido liberador la relación de Dios con su pueblo.


RENDIDOS Y ABRUMADOS

En contraposición a ellos, dice Jesús, la gente sencilla sí que puede entender su mensaje. Ellos, rendidos y abrumados por la injusticia de los que se aprovechan de las doctrinas de sabios y entendidos y por la imagen que los mismos presentan de Dios -un tirano cruel dispuesto a castigar sin piedad las equivocaciones más insignificantes o, lo que es peor, celoso de la felicidad de sus criaturas, que se irrita por todo lo que da un poco de alegría a la vida de los pobres-, sienten en Jesús la presencia del Dios de Israel, amigo y liberador de esclavos, al que no le agradan las prácticas religiosas que no estén basa­das en «abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo...» (Is 58,6-7). A Jesús se le da en el evangelio de Mateo el nombre de «Dios con nosotros» (1,23), que ya se usa en el profeta Isaías con un claro sentido liberador (Is 7,14); Jesús ha recibido del Padre la misión de continuar y llevar a su culminación su obra salvadora y liberadora: «Mi Padre me lo ha entregado todo... » Eso sólo lo entiende la gente sencilla. Porque, además, Jesús es, él mismo, sencillo y humilde, soli­dario con los pequeños y los humillados. Los sabios y enten­didos, los que se creen tales, los que usan su ciencia para cargar lardos pesados en las espaldas de los hombres (Mt 23,4), jamás entenderán -no les interesa- el mensaje de Jesús, jamás aceptarán el Dios cuyo ser nos da a conocer plenamente Jesús: «Al Hijo lo conoce sólo el Padre y al Padre lo conoce sólo el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar».

Por otro lado, el proyecto de Jesús tiene sus exigencias; pero éstas no son un yugo insoportable que esclavice al hom­bre, sino un compromiso que debe ser libremente aceptado y que, al mismo tiempo, es liberador: «Acercaos a mi todos los que estáis rendidos y abrumados, que yo os daré respiro. Car­gad con mi yugo y aprended de mí, que soy sencillo y humilde: encontraréis vuestro respiro, pues mi yugo es llevadero y mi carga ligera».

No es la ciencia, la inteligencia humana, lo que es incom­patible con el mensaje de Jesús; es la utilización de estas facul­tades para engañar y oprimir a los sencillos lo que incapacita a los hombres para conocer a un Dios que, además de libera­dor, quiere ser Padre.

No es la fe enemiga del saber; lo es de la sabiduría que se utiliza para engañar, dominar, humillar, adormecer, infantili­zar...; para explotar a los pobres. Lo es la sabiduría que se opone no a la necedad, sino a la sencillez; porque eso no es conocimiento, sino soberbia; no es ciencia, sino malas artes, incompatibles con el que, en un obrero, quiso ser Dios con nosotros.


30. COMENTARIO 3

v.25: En aquella ocasión exclamó Jesús: -Bendito seas, Padre, Señor de cielo y tierra, porque, has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, se las has revelado a la gente sencilla; 26sí, Padre, bendito seas, por haberte parecido eso bien.

La expresión introductoria «por aquel entonces» enlaza de algún modo esta perícopa con la anterior. Después de la recriminación a las ciudades que no responden aparece la respuesta favorable de la gente sencilla. Por contraste con la invectiva anterior, en esta perícopa Jesús alaba al Padre por lo que está sucediendo. Aparece el Padre como el Señor del universo.

Jesús bendice al Padre por una decisión: los intelectuales no van a entender esas cosas; los sencillos, sí. «Esas cosas» puede referirse a «las obras» del Mesías (11,2.19). La revelación de que habla Jesús respecto a los sencillos tiene un paralelo en la que recibe Simón Pedro para reconocer en Jesús al Mesías, después de los episodios de los panes (16,17). Se trata, pues, de comprender el sentido de las obras de Jesús, de ver en ellas la actividad del Mesías. La revelación del Mesías podía haberse hecho de manera deslumbradora y autoritaria. Sin embargo, el Padre ha querido ha­cerla depender de la disposición del hombre. Es la limpieza de corazón, la ausencia de todo interés torcido, la que permite discernir en las obras que realiza Jesús la mano de Dios.

Precisamente, la denominación «los sabios y entendidos» alude a Is 29,14. En el texto profético, Dios recrimina al pueblo su hipocresía en la relación con él: lo honra con los labios, pero su corazón está lejos (cf. Mt 15,8s). A eso se debe que fracase la sabi­duría de los sabios y se eclipse el entender de los entendidos. En el trasfondo del dicho de Jesús se encuentra, por tanto, esta reali­dad: los sabios y entendidos no captan el sentido de las obras de Jesús porque su insinceridad inutiliza su ciencia, impidiéndoles aceptar las conclusiones a las que su saber debería llevarlos. Los «sencillos» no tienen ese obstáculo y pueden entender lo que Dios les revela. El hecho de que Dios «oculta» ese saber no se debe a su designio, sino al obstáculo humano; se atribuye a Dios lo que es culpa del hombre. De hecho, la realidad de Jesús está patente a todos, viene para ser conocido de todos. El pasaje está en relación con el aserto de Jesús en 9,13: «No he venido a llamar justos, sino pecadores.» El «justo» es el que se cierra a la llamada por estar conforme con la situación en que vive. No es culpa de Jesús, sino del hombre. El que se tiene por «justo», sin reconocer su necesidad de salvación, se cierra a la llamada de Jesús. Lo mismo el «sabio y entendido», cuyo corazón está lejos de Dios, está cerrado a la re­velación del Padre (25s).

v. 27: Mi Padre me lo ha entregado todo; al Hijo lo conoce sólo el Padre y al Padre lo conoce sólo el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.

La frase de Jesús «mi Padre me lo ha entregado todo» está en relación con la designación «Dios entre nosotros»: Jesús es la presencia de Dios en la tierra. También con la escena del bautis­mo, donde el Espíritu baja sobre Jesús y el Padre lo declara Hijo suyo. La posesión de la autoridad divina fue afirmada por Jesús en el episodio del paralítico (9,6). La relación íntima entre Jesús y el Padre la establece la comunidad de Espíritu. Por eso nadie pue­de conocer al Padre, sino aquel a quien el Hijo comunique el Espí­ritu, que establecerá una relación con el Padre semejante a la suya. Es decir, el conocimiento de Dios de que se glorían los sabios y entendidos, que se adquiriría a través del estudio de la Ley, no es verdadero conocimiento. Este consiste en conocerlo como Padre, experimentando su amor, y sólo se consigue esta experiencia por la comunicación que hace Jesús del Espíritu que recibió.

De ahí que invite a todos los que están cansados y agobiados por la enseñanza de esos sabios y entendidos. El se presenta como maestro, pero no como los letrados, dominando al discípulo; él no es violento, sino humilde, en contraposi­ción al orgullo de los maestros de Israel. Su enseñanza es el descanso, después de la fatiga del pasado (11,28s).

Jesús invita a aceptar su yugo, imagen de las exigencias que se derivan de su mensaje; su yugo es llevadero, no como el de la Ley propuesta por los letrados, y su carga es ligera (cf. 23,4). Estudiar la Ley debía servir para acercarse a Dios; Jesús invita a acercarse a él directamente; su persona es el medio (la Ley) y el término (Dios). Invita a romper con otros maestros y a aceptar su enseñanza. El legalismo judío era abrumador, una moral sin alegría. Jesús propone, en cambio, el servicio en la alegría de la amistad (9,15). Propone sus exigencias prometiendo la felicidad (bienaventuranzas).


31COMENTARIO 4

Los textos esclarecen la naturaleza del Reinado de Dios determinando las personas que son sus principales beneficiarios. La compasión de Yahveh se realiza mediante el sostenimiento de todos los que caen y el enderezamiento de todos los encorvados (cf. Sal 144, 14).

Por ello la invitación de Dios se dirige a los agobiados y cansados (Mt 11, 28), a todos aquellos que, en las presentes condiciones del mundo, no han tenido la oportunidad de encontrar en la vida un espacio digno.

La decisión concreta del Padre en su revelación suscita el agradecimiento gozoso de Jesús. Los beneficiarios de esa decisión no son los orgullosos maestros del saber que ocupan un lugar privilegiado de la estructura social existente en las ciudades de Betsaida, Corazaín, y Cafarnaún mencionadas en el texto precedente ni cualquier otro tipo de sabios y entendidos.

Por el contrario las obras de Jesús, reveladoras de Dios han encontrado adecuada comprensión en la gente sencilla. Las obras de Jesús manifiestan así el verdadero rostro de Dios. La fuerza del conquistador (Alejandro Magno en el horizonte de Zac 9, 9-10) no puede expresar adecuadamente la voluntad divina de realizar la salvación por medio de un Mesías que viene para los pobres y que es El mismo pobre (“humilde y montado en un asno”), capaz de destruir la prepotencia de carros y caballos y el arco del combate.

De esta inesperada intervención salvífica, los sabios y entendidos no pueden captar el sentido porque usan su ciencia como instrumento de dominación. Colocándola al servicio de los propios intereses, no pueden sacar las conclusiones a las que el saber debiera conducirlos y, por tanto, fracasa la sabiduría de tales sabios y se oscurece el entender de esos peritos. La ciencia que hubiera debido servirles de ayuda, por la falta de sinceridad, se ha convertido en obstáculo a la comprensión del actuar divino.

La limpieza de corazón, ausente en esos intelectuales, está por el contrario presente en la vida de los sencillos. Ellos están disponibles para aceptar al “Señor de cielo y tierra” porque están abiertos a aceptar toda acción divina sin manipularla en favor de sus propios intereses.

El orgulloso y confiado en sus propias fuerzas no puede entender las obras de Dios ligadas al “Hijo”. Es solamente a partir de la obediencia filial, en el reconocimiento de que no todo está permitido, que se puede tener acceso al corazón de Dios. Los que se sienten autosuficientes a causa de sus bienes, cultura o poder se cierran a la revelación de Dios que, aunque universal, exige una comprensión y una “simpatía” que sólo puede surgir de una vida de apertura al querer de Dios.

Solamente gracias a la presencia del Espíritu es posible descubrir el rostro de Dios en esa dependencia filial de Jesús. La gozosa constatación de los efectos producido por el Espíritu en la vida cristiano, señalada en Rm 8, 11, hace posible una existencia realizada en el ámbito de la comunión divina.

La íntima unión entre el Padre y el Hijo, la presencia de Dios en la actuación de Jesús, “Dios con nosotros” sólo puede ser reconocida gracias a la presencia del Espíritu en la vida. El conocimiento de Dios no es una tarea intelectual que brota de un esfuerzo de estudio o de la adquisición del conocimiento de la Ley de la que se glorían los sabios y entendidos. Por el contrario, dicho conocimiento es fruto de una experiencia filial nacida en la sintonía de la propia vida con la vida de Jesús.

De allí nace una invitación para todos aquellos que en su cansancio y abatimiento experimentan sus carencias. La enseñanza manipuladora de los sabios ha producido en ellos ese sentimiento de impotencia. A ellos se dirige Jesús para invitarlos a acercarse a El y encontrar el descanso superador de las fatigas experimentadas.

La ley propuesta por los sabios y entendidos era una carga sumamente onerosa para el pueblo. El legalismo fariseo había convertido la relación con Dios en un conjunto de preceptos que difícilmente podían ser cumplidos. Por el contrario, Jesús, sin disminuir las exigencias, propone un acercamiento gozoso a Dios a través de una vida semejante a la suya. En el reconocimiento filial de la actuación divina, en el alegre servicio que surge del reconocimiento de su actuación en el mundo y en la historia, se puede descubrir la acción reveladora de Dios. Esta no es, por tanto, obra del conocimiento y del esfuerzo que nacen del orgullo autosuficiente de la propia ciencia, aunque esta reciba el calificativo de ciencia religiosa. El descubrimiento de Dios es aceptación gozosa de su presencia entre los hombres por medio de la acción salvadora. Solamente quienes se abren a esa presencia en una actitud amorosa de acogida pueden descubrir el rostro verdadero de Dios que es Padre y nos llama a la comunión de vida en su familia por medio de Jesús y nos capacita para ella comunicándonos su Espíritu.



Para la revisión de vida

Dice Jesús: “vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo les aliviaré”. ¿Cuáles son mis cansancios? ¿Qué los causa: el trabajo por el Reino o mis intereses personales, mis egoísmos? ¿Dónde y cómo busco alivio a mi cansancio?


Para la reunión de grupo

“Te alabo, Padre, porque has revelado estas cosas a la gente sencilla…” La frase podría entenderse como la afirmación de que Dios ha hecho “revelaciones especiales” a los pobres y sencillos… Pero, ¿cuáles son “estas cosas” a las que se refiere Jesús?

Orientación de la respuesta: El contenido de esa “revelación” no son afirmaciones doctrinales, “verdades reveladas”… sino “las cosas del Reino”. El Padre ha revelado “las cosas del Reino” a la gente sencilla, a los pobres… Jesús no está hablando quizá de ningún “milagro”, de ninguna “revelación positiva”, sino de un hecho fácilmente comprobable: dada la naturaleza del Reino de Dios, sólo lo ven con claridad (sólo entienden ‘estas cosas’) los sencillos, los que tienen corazón de pobre, los que no dejan que el egoísmo les sofoque la transparencia de su mirada…

“Porque has revelado estas cosas…”. La palabra de Jesús puede ser ocasión para revisar el concepto de «revelación». El concepto de revelación dominante en muchos sectores del pueblo cristiano, todavía es, normalmente, un concepto de revelación cuasi-mágica: una revelación que viene de fuera, de lo alto, extrínseca, como una especie de milagro sobre natural, cuyo contenido viene como un paquete ya hecho y preparado, ajeno a toda participación o implicación de los sujetos que “reciben” esa revelación. Este concepto está superado y hay qua abandonarlo. ¿Cuál sería el concepto renovado de revelación? Sugerimos un libro de lectura: Andrés TORRES QUEIRUGA, La revelación de Dios en la realización del hombre, Ediciones cristiandad, Madrid 1987.


Para la oración de los fieles

Por la Iglesia, para que sume su esfuerzo al de tantos hombres y mujeres de buena voluntad que luchan por conseguir la esperanza, la alegría, la paz y el gozo de quienes se saben en manos de Dios padre. Oremos.

Por todos los que viven su fe como una obligación que cumplir, para que se encuentren con el Jesús vivo que libera de toda atadura y agobio, incluso de los de la ley. Oremos.

Por todo son los que no tienen paz en sus vidas, en sus relaciones con los demás, en su relación con Dios; para que encuentren la paz que Jesús trae para todos. Oremos.

Por todos los gobernantes, para que sus palabras y promesas de servicio a la comunidad y al bien común se traduzcan en hechos reales. Oremos.

Por los pobres, los sencillos, los pequeños… para que tengan parte esencial en la construcción del nuevo mundo, justo y fraterno, que todos anhelamos. Oremos.

Por todos nosotros, para que encontremos en Jesús la paz y la alegría que él nos trae de parte del Padre, y que nos libera de nuestras fatigas. Oremos.


Oración comunitaria

Te bendecimos, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido grandes cosas a los ‘sabios y prudentes’, pero se las has revelado a los sencillos; y te pedimos que también a nosotros nos des un corazón de pobre, un amor a la Causa de los pobres, y el desprendimiento necesario para no dejarnos atar por los intereses egoístas, de forma que siempre sepamos captar el sentido de “estas cosas” que revelas a los sencillos.

1. J. Peláez, La otra lectura de los Evangelios I, Ediciones El Almendro, Córdoba

2. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Seréis dichosos". Ciclo A. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

3. J. Mateos - F. Camacho, El Evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid.

4. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).