34 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XIII DEL TIEMPO ORDINARIO
10-17

10.

1. El precio de la libertad interior 

A menudo las palabras de Jesús se nos presentan con una radicalidad casi exagerada. Las de hoy no son una excepción. Jesús se presenta como el objeto supremo del amor del hombre, más allá del amor a los padres o a los hijos.

Para comprender este texto, tengamos en cuenta, en primer lugar, que durante las persecuciones surgieron a menudo divisiones dentro del seno de las familias, por lo que los miembros cristianos se vieron enfrentados con otros familiares que no aprobaban su conversión al cristianismo.

Por otra parte, el caso no es tan original como se pueda pensar. En nuestras familias modernas, las cuestiones políticas, por ejemplo, han creado separaciones y hasta odios que muestran, de una u otra forma, que hay, ideales de vida o modos de pensar que no pueden estar atados a los vínculos familiares o afectivos. Las guerras civiles son un típico ejemplo de ello.

Si leemos el texto desde esta perspectiva, se vuelve un poco más claro, si bien no deja de extrañarnos cierto "egocentrismo" de parte de Jesús. Mas también aquí es importante tener en cuenta que las palabras aludidas son más bien palabras de la misma comunidad cristiana que así interpreta su seguimiento a Jesús. Desde el momento que un hombre tiene fe y se hace cristiano, entiende que el centro absoluto de su adhesión es Jesucristo, a pesar de que esta situación le pueda reportar malentendidos a nivel familiar. De más está decir que de ninguna manera se pretende minimizar el amor paterno o filial en aras de un «amor espiritual».

Lo cierto es que este texto nos da oportunidad para que hagamos una interesante reflexión acerca del precio que debe pagar el hombre por su libertad interior. Sabido es que todo hombre nace en el seno de una familia de la que recibe prácticamente todo: vida, alimentos, protección, afecto. Sin los padres es imposible pensar en el desarrollo de un hombre. Este es el lado positivo: la familia nos protege en el momento de nuestra debilidad y desamparo.

Pero también existe la contrapartida a ese afecto protector: los padres no logran desprenderse del hijo y, en nombre del afecto, suelen presionar para que el hijo no adquiera una identidad propia y exclusiva, sino para que sea una simple prolongación suya. En otras palabras: el afecto crea tales vínculos que, llegado el momento, el individuo no goza de la suficiente libertad como para hacer una opción realmente personal. El encuentro con la verdad se ve obstaculizado por una ligazón afectiva que va más allá de lo normal.

Esta situación no se da solamente dentro del contexto familiar; también el afecto al propio país o al partido político, por ejemplo, puede obnubilarnos más de lo necesario en el momento de decidir entre lo que es justo y lo que es injusto. ¡Cuántos razonamientos, argumentos y oposiciones ideológicas no son más que la proyección de nuestra identificación con ciertas realidades que nos son demasiado queridas! Basta pensar con qué naturalidad hemos negado el derecho de otros pueblos a ser libres, llevados por un falso patriotismo; o nos opusimos a ciertas libertades de las clases sociales inferiores por un apego a un orgullo de familia o de apellido.

Dentro de las instituciones religiosas se puede dar la misma situación. Un apego mal entendido a la Iglesia nos llevó a cerrar los oídos a críticas ciertas y fundadas; el orgullo de afirmar que teníamos la verdad nos impidió ver nuestra cuota de errores y la cuota de verdad existente en los otros. La defensa de las tradiciones fue también obstáculo para que comprendiéramos la necesaria adaptación a los nuevos tiempos; la apologética y la polémica contra otras confesiones cristianas nos hizo Ieer con segundas intenciones más de un texto bíblico, o simplemente soslayar su importancia en aras de ciertas reflexiones teológicas que necesitaban justificar una postura ya previamente asumida.

En fin: nos damos cuenta de que una adhesión infantil e inmadura a determinadas personas, cosas o instituciones nos puede hacer perder la capacidad de crítica, de discernimiento, de sano juicio y de opciones razonables. Efectivamente, los afectos acortan excesivamente las distancias entre el sujeto y la cosa a la que se adhiere; al amar al objeto, se ama a sí mismo como si ambos formaran una sola realidad. Esta falta de distancia, muchas veces justificada por la necesidad de protección por parte del objeto amado, es lo que provoca la situación a la que alude el Evangelio. ¿Significa esto que debemos eliminar los afectos? De ninguna manera; lo que debemos hacer es madurarlos para que, al ver Ias cosas tal cual son y no como las imaginamos o como desearíamos que fuesen, amemos lo que está fuera de nosotros tal cual es e, incluso, tengamos la libertad para ayudar al objeto amado a crecer. Un amor así entendido es capaz de criticar, de censurar, de corregir, como también de aplaudir y de aprobar.

Con estas premisas podemos llegar a una conclusión final, recogiendo nuevamente el texto evangélico: Jesús, camino de verdad y libertad, nos mueve a madurar en nuestros afectos a fin de que el camino iniciado no aborte en una relación enfermiza que no nos deja crecer ni permite crecer a los demás. Jesús no es la competencia de los demás amores; pensarlo sería ridículo. La adhesión a su persona y a sus valores es la garantía para que nada se interponga entre nuestro deseo de ser libres y la conducta correspondiente para conseguir esa libertad. Jesús nos amó y nos ama tal como somos y en lo que somos; no exige nada como contrapartida, no nos retiene como una madre abusiva. Nos amó en libertad y sólo busca que nuestro amor sea libre.

Así pudo concluir Jesús: "El que pierda su vida por mí, la hallará." La conquista de la auténtica vida supone la renuncia necesaria y el desapego de todo aquello que nos protege, pero que cobra duro precio por esa protección.

2. Recibir a los "pobrecillos"

La segunda parte del texto evangélico se refiere a la actitud que debemos tener hacia quienes se ven obligados a huir o emigrar debido a la persecución. Jesús se identifica con toda persona que, por defender su derecho a ser interiormente libre y digno, debe recurrir a la ayuda y comprensión de otros para subsanar su necesidad de seguridad y subsistencia. «El que os recibe a vosotros, me recibe a mí... El que dé a beber aunque no sea más que un vaso de agua fresca a uno de esos pobrecillos..., no perderá su paga, os lo aseguro.» El siglo veinte, siglo de grandes adelantos técnicos, de democratización de la vida, de defensa de los derechos humanos, etc., es testigo, desgraciadamente, del drama de millares de personas que se ven obligadas a abandonar su país, su familia, su trabajo, su seguridad para encontrar, quién sabe dónde, un refugio más o menos seguro y una forma digna de vida.

Ya se trate de los refugiados que huyeron de la Europa comunista, o de los palestinos, o de los vietnamitas, o de los negros sometidos al control blanco, o de los sudamericanos..., estamos ante una llaga cuya curación depende de todos. Años atrás eran los españoles los que buscaban refugio en otras tierras, bien por motivos políticos o bien por una situación de subsistencia. Hoy, al tener en el seno de nuestra comunidad a millares de "expatriados", podemos comprender más de cerca lo que en su época proclamara el Evangelio. Jesús reclama del hombre la entrega total..., pero no lo deja solo. El Cuerpo de Cristo, la comunidad cristiana, debe hacerse cargo de esos «pobrecillos» que, no importa ahora las circunstancias, reclaman aunque no sea más que un vaso de agua, que traducido puede significar: trabajo, techo, posibilidades de reorganizarse, atención de sus hijos, cuidados sanitarios, afecto, hospitalidad, educación, etc.

Una vez más nos llama la atención la sensatez y el espíritu realista y concreto de los postulados evangélicos. No hay en sus páginas alta filosofía ni largas discusiones sobre los Derechos Humanos o sobre la Caridad cristiana... Pero sí hay un planteo claro y directo que exige, por contrapartida, una conducta coherente en las comunidades cristianas. ¿Seguiremos hablando de las barreras nacionales o raciales o culturales o religiosas? ¿Pondremos, una vez más, por delante los "graves intereses de nuestras comunidades" al interés supremo de la dignidad del hombre? ¿Cuál será la paga, entonces, de aquella comunidad que se llama cristiana a sí misma y que le niega al "Cristo pobrecillo" el elementalísimo derecho de vivir dignamente? Seguir a Cristo es el camino que hemos elegido. Quizá otros eligieron por nosotros ese camino. Hoy vamos aprendiendo todo lo que implica. El apóstol Pablo, en la lectura de hoy, lo dice a su modo: "Por el bautismo fuimos sepultados con él en su muerte, para que, así como Cristo fue despertado de entre los muertos para la gloria del Padre, así también nosotros caminemos en una vida nueva..." El Evangelio de hoy nos mostró dos maneras de morir; es decir: dos formas de vivir.

SANTOS BENETTI
CRUZAR LA FRONTERA. Ciclo A.3º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1977.Págs. 100 ss.


11.

El evangelio de este domingo es un evangelio que podríamos llamar de "aclaración", de poner luz en nuestra vida. Mateo intenta situarnos a los cristianos en nuestra verdad: decirnos de una vez por todas de parte de quién estamos, cuáles son nuestros amores y nuestras luchas y qué nos puede ocurrir por ello. Y esto es bueno, muy importante para nosotros en nuestro momento actual.

La primera cualidad del testigo debe ser tener "identidad propia", saber de qué testifica. Por qué vive y por qué muere. El trozo que vamos a comentar debe leerse en su contexto más amplio, que es dentro de un discurso de felicitaciones y enhorabuenas que Jesús da a los suyos: "El Padre se complace en vosotros. Alegraos. Todo su amor descansa en vosotros, amigos, compañeros, hermanos míos".

Pero no todo son luces en las palabras del Señor. También hay presagios y anuncios que ensombrecen el rostro de los discípulos: "No os engañéis, amigos míos, porque teniendo un corazón al estilo del mío, lleno de amor por los otros, inquieto porque llegue ya el Reinado de Dios con toda su justicia y su esperanza, vais a encontrar pronto las dificultades y la contradicción. Unos os tomarán por idealistas y desequilibrados; otros por peligrosos revolucionarios; otros os dirán que no sabéis amar, ya que no procuráis la felicidad de aquellos que más os aman: los de vuestra propia casa. Si, corréis el peligro de ser perseguidos y de que os lleven al paredón, a la cruz".

Este es el evangelio de hoy. El anuncio del futuro que les aguarda a los que en su corazón han sentido por un momento un amor ilimitado por Dios y por los hombres. Un desmedido amor hacia la humanidad encadenada, necesitada de una liberación total. De una mayoría de edad que no parece lograrse, que parece que hay quienes se empeñan en que no se alcance, en que nunca llegue.

¡Dichosos los que sufran con Jesús y como Jesús porque en su alma, como un don, ha surgido potente, palpitante, todo el amor del Padre hacia sus hijos, los más pobres y desdichados! ¡Felices aquellos que saben enfrentarse con los poderosos, que mantienen encadenada la vida! ¡Con ellos está toda la fuerza de Dios! Las palabras de Jesús son fácilmente comprensibles para nosotros.

Efectivamente, quien se toma en serio la causa de Jesús, quien ama de veras a los pobres, a los marginales que están junto a nosotros, va a sufrir una inmensa incomodidad. El pobre, el enfermo, el anciano abandonado, el parado... urgidos por su necesidad van a hacerse pesados, van a pedirnos que les demos sin medida nuestro tiempo, nuestra actividad, nuestro pan y nuestro amor. Nos meterán en mil líos, nos crearán conflictos de conciencia, nos harán quedar mal una y mil veces... En una palabra: nos crucificarán. Nos pondrán en el tormento al romper nuestros más acariciados proyectos profesionales o familiares, nos arrancarán los dineros de la mano, destrozarán nuestros horarios, nuestras vacaciones; un cierto estilo de vida y de relación se nos hará imposible... Entregarse a los otros es "perder la vida", perder el dominio sobre nuestra propia vida.

¡Mucho amor ha de haber para quererla así perder! Y es que los que aman sin medida, los que como Jesús están dotados de una sensibilidad real para con los pobres, para las personas que sufren, aquellos que tienen claro el desajuste social de los privilegiados y lo que sufren quienes tienen que soportar la vida como un número en una estadística de desempleo, o de insalubridad, o descolarización..., entran en un dinamismo salvador que pone en peligro su estatus social, el equilibrio de unas relaciones afectivas, la solidez y la seguridad que gozamos los que medimos el amor, contamos nuestras caridades o regateamos el dar lo que es justo a los otros.

Esto nos desazona, nos molesta, nos lleva a criticarlos, a apartarlos de nuestra vista, a poner tierra de por medio. ¡Que sus "locuras" no turben nuestras tranquilas jornadas! Hoy como ayer los que viven ese amor sin orillas, los picados de generosidad, han encontrado su solución en la vida religiosa. La llamada radical se torna "vocación" y la "locura" se encauza en la tensión cotidiana en el hospital, la escuela, la marcha al tercer mundo, el adentrarse en un barrio de la periferia, traspasando unas fronteras que ya nunca van a quererse desandar. Ese camino está vigente y su primavera es tan potente hoy que en muchos casos llena de nombres el nuevo santoral de la Iglesia postconciliar, cuajada de mártires, de desterrados, de desaparecidos, de humillados en las prisiones sin nombre...

Pero hay otros cristianos que desde sus puestos, en la vocación laical, sienten y dan respuesta a su modo: vida en comunidad, trabajo con marginados, compromisos sociopolíticos, huelgas, manifiestos, jornadas de lucha. "Contemplativos en la liberación", como acertadamente se los ha definido, sus vidas están siguiendo las huellas del Maestro que apareció como un laico, cada vez más lejano de la piedad tradicional -aunque tan profundamente religioso-, un innovador peligroso que hablaba de un pueblo nuevo al servicio del Reino que estaba al llegar.

La Humanidad y la Iglesia necesitan hoy todas las gamas de servidores y nosotros tenemos urgencia de ellos para que tal vez las palabras del evangelio de hoy no nos resulten "palabras duras de digerir", sólo oyendo lo negativo, llenándonos de miedo y de ganas de salir. Hoy tenemos hambre de ver a cristianos en "locura de amor", tenemos precisión de ver en sus ojos la alegría luminosa de una entrega constante, sin deserciones marchando cantando a la cruz.

¡Dichosos los que encierran en sí una fe como un ardiente volcán, un amor como un manantial inagotable, una esperanza como una estrella polar en la noche! ¡Vuestras vidas son nuestra esperanza. Vuestra muerte nos permite creer en el amor!

DABAR 1981/38


12.

-Seguimiento del profeta

Hoy la primera lectura nos habla del profeta Eliseo. ¿Quién era Eliseo? Un hombre judío del siglo IX antes de Cristo que, un día, mientras labraba con doce parejas de bueyes, se encontró con Elías a su lado. Dios decide que Elías se busque un sucesor y le dice que unja, como profeta, a Eliseo. Se pone a su lado y le lanza encima su manto. Eliseo deja enseguida los bueyes y la casa de sus padres y corre tras Elías. Con los aparejos asó la carne de los bueyes y la dio al pueblo para que comiera. Después se levanto y se fue tras Elías y se puso a su servicio.

Revestido con el espíritu de su maestro, rompió con toda su vida anterior y emprendió una nueva existencia. Este seguimiento está muy subrayado en la narración sagrada: tres veces Elías insiste, probándolo, en que se detenga, que no le siga más, que le deje ir solo. La respuesta de Eliseo siempre es la misma: "Por la vida del Señor y por tu vida, ¡no te dejaré!". Y se van los dos juntos.

Cuando Elías es llevado al cielo por la turbonada, Eliseo tiene el privilegio de contemplarlo y de poder recoger el manto del maestro, símbolo de su espíritu que le acompañará toda la vida.

-Acogida de la sunamita

La mujer de Sunem acoge al profeta como si del mismo Dios se tratara. En un tiempo en que toda la casa solía ser una sola sala donde, además, todos dormían en el suelo cubiertos con el manto, ella prepara una nueva habitación para el profeta, con cama, mesa, silla, etc. Es una acogida extraordinaria. La recompensa también es extraordinaria: para una mujer hebrea la mayor desgracia era no darle ningún hijo a su marido. El Señor da este premio a la sunamita: "El año que viene abrazarás a un hijo".

-Bautizados en Jesucristo

Jesús se ha puesto también a nuestro lado, como un nuevo Elías, y nos ha envuelto con su manto, mucho más todavía, nos ha sumergido en su muerte y en su resurrección. Por el bautismo hemos sido sepultados con El en la muerte para que también nosotros, como Eliseo, andemos en una vida nueva.

-Acogeos los unos a los otros

La nueva vida que Jesús nos propone es seguirle a El. Como Eliseo, también nosotros tenemos que dejar todo lo que estorba. Y seguir a Jesús se concreta hoy en el evangelio: acoger a los más pequeños, a los más pobres, dar un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños.

¿Quiénes son hoy estos pequeños? ¿Qué quiere decir hoy dar un vaso de agua fresca? Hay ocho millones de pobres en España. Hay hambre en nuestros barrios. Hay tres millones de parados. Hay gente abandonada, sola, angustiada, desesperada. Seguro que muy cerca de nosotros. La sociedad en que vivimos engendra miseria. Los mecanismos actuales de las relaciones humanas traen la mala semilla de la envidia, la zancadilla, la opresión.

¡Acojámonos! Es decir: cambiemos la sociedad de manera que el otro pueda ganarse, él mismo, el vaso de agua. Acoger al otro haciendo que se ponga a tu altura, sin tener que pedirte nada. Acoger al otro es acogerle a El y "el que me recibe, recibe al que me ha enviado".

-Esto no puede hacerse sin la cruz

Acoger al otro de verdad, no sólo de palabra, significa renunciar a muchas comodidades, lanzarnos a una nueva manera de vivir, porque:

- el que ama al negocio más que a mí, el que ama las comodidades más que a mí, más que a estos pequeños; quien ama su "situación" más que a estos pequeños, NO ES DIGNO DE MÍ. Quien no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. "Lo mismo vosotros, consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor Nuestro". "Porque los que quieran guardar la vida en poder suyo -la vida egoísta, cómoda, situada- éstos la perderán. Pero los que por mi causa la pierdan -con su generosidad, solidaridad, desprendimiento- estos la encontrarán".

CON LA EUCARISTÍA nosotros, ahora, nos revestiremos con el manto de la fuerza de Cristo, nos alimentaremos con su Espíritu. El perdió la vida y la ha reencontrado en la resurrección. Vale la pena seguirle con aquella fidelidad con que Eliseo siguió a Elías. Seguirle y acogerle como la Sunamita acogió a Eliseo, con generosidad y esperanza. Podremos vivir la nueva existencia con alegría, levantando la frente con el salmista "PORQUE EL SEÑOR NOS AMA; PORQUE SU AMOR ES INDESTRUCTIBLE".


13.

-Todos somos forasteros

En cierto modo cabría decir que el amor al prójimo se preocupa de los vecinos, mientras que la hospitalidad cuida de los forasteros. De la hospitalidad nos habla hoy la primera lectura y el evangelio. El ejemplo de la sunamita, que acoge en su casa al profeta Eliseo, y las palabras con que Jesús exhorta a sus discípulos nos invitan a reflexionar hoy sobre esa hermosa virtud.

Vivimos en una sociedad en cambio, en la que nadie ocupa un lugar seguro, una posición estable, un domicilio permanente, en la que nada ni nadie puede decir ya que ha llegado a su destino. El hombre no cambia solo de lugar y de profesión, cambia también de costumbres y de ideas. En esta sociedad los hombres viven como forasteros en todas partes, sobre todo en las ciudades, donde apenas tiene sentido ya la palabra "vecino". Por eso, el mensaje de la hospitalidad nos atañe de una manera singular.

-Buscamos la ciudad futura

Los cristianos no tenemos aquí ciudad permanente, si es que peregrinamos de verdad a la casa del Padre. La fe es un éxodo, una salida en pos de la promesa que ha de cumplirse. Y así es también la esperanza; y la caridad, con la que siempre estamos en deuda, y nos obliga a salir constantemente al encuentro del hermano sin que nadie pueda decir que ya ha amado lo suficiente. De manera que la existencia cristiana es peregrinaje, andadura, y el cristiano se define como "homo viator".

Dios sigue siendo para nosotros, igual que en los tiempos del éxodo o de la salida de Egipto, "el que va delante".

-¿Somos compañeros?: Cada vez que celebramos la eucaristía, renovamos la experiencia del camino y descubrimos el sentido profundo que puede y debe tener para los cristianos la vida cotidiana en una sociedad en cambio. Porque la eucaristía no es sólo memoria, sino también presagio y prenda del futuro: signo prognóstico en el que se anticipa el banquete del reino. En la eucaristía recibimos el verdadero maná bajado del cielo, el viático, o pan del caminante. Y todos los que participamos del mismo pan somos, por ello mismo, compañeros, y debemos compartir el bocadillo. Lo cual significa que debemos compartir todo cuanto tenemos, que debemos estar juntos en la mesa y en el camino.

-Si recibimos a Cristo...

Cristo es el forastero y el camino por antonomasia. Es forastero, porque es el enteramente Otro que ha venido a este mundo. Y es el camino, porque sólo podemos tener acceso a Dios por medio de Cristo y porque Dios es la casa del hombre. Recibir a Cristo es recibir siempre al camino que es Cristo. Es, por lo tanto, seguir a Cristo y ponerse en su camino. Si recibimos a Cristo y si seguimos a Cristo. debemos recibir también al prójimo y acompañarle en su camino. Pero esto no es fácil si no estamos dispuestos a salir de nuestros prejuicios y si nos obstinamos en juzgar a cualquier hombre desde nuestras posiciones. Esto es imposible si nos encerramos en nuestro egoísmo, en nuestros intereses, y vemos en el hombre que pasa algo así como un turista a quien hay que sacarle el dinero: "al ave de paso, cañazo".

Cuando los discípulos de Jesús nos reunimos a compartir el pan y el evangelio, no lo hacemos para alejarnos del gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia del hombre de nuestro tiempo, para hacer mesa aparte, pues nada verdaderamente humano nos es extraño, si es que Jesús se ha hecho prójimo de todos los hombres. La eucaristía nos hace compañeros de pan y de camino, nos abre a la fraternidad y a la solidaridad con todos los hombres. Lo que celebramos y soñamos en la eucaristía es la fiesta universal que Dios ha preparado para todos los hombres: el banquete del reino.

..........

-Es fácil recibir en casa a los amigos y comprender a los que piensan como nosotros pero, ¿qué tiene que ver esto con la hospitalidad?

-Acoger al otro es también acoger lo que trae consigo, sus preocupaciones y sus esperanzas: ¿Nos interesamos por los demás?, ¿hacemos nuestras las esperanzas de los desheredados? ¿O decimos al que viene con problemas: "Dios te ampare, hermano"?

-¿Por qué nos cuesta tanto dialogar? ¿Estamos convencidos de que nuestras ideas son las mejores? ¿No es eso un rechazo del prójimo? Y si no escuchamos al prójimo ¿cómo podemos escuchar a Dios? ¿Acaso Dios piensa como nosotros?; ¿no es la palabra de Dios lo más extraño y sorprendente que podemos escuchar?

EUCARISTÍA 1978/30


14.

Las lecturas de hoy parece que están arrastradas y conducidas por esta imagen del vaso de agua fresca que se nos ofrece en días de calor, de sequedad casi orientales. Esta imagen desencadena un dinamismo que hace elocuentes de manera especial los textos de hoy.

Nos movemos en un contexto extraordinariamente humano, cercano, de profunda intimidad y, de profunda menesterosidad. Por un lado tenemos a Eliseo, esa figura tan atractiva, tan próxima. Es el profeta que hace milagros gracias al manto que heredó de su maestro Elías. Es un caminante que a través de caminos secos y calcinados encuentra hospitalidad. La escena que se nos narra es para que nos detengamos en ella con el amor por las cosas íntimas como tuvo un escritor como Azorín. Nos acercamos en silencio al cuadro: una buena mujer le acoge en su casa y le prepara "una habitación pequeña, cerrada, en el piso superior" y allí le ponen "una cama, una mesa, una silla y un candil".

Esta estampa de hospitalidad nos conmueve. Sobre todo si nos trasladamos imaginativamente a aquel país, a aquellas costumbres. Se despierta en nosotros un deseo de hacer otro tanto, de redespertar esa virtud de la acogida, de la benevolencia, de la intimidad compartida, del saber encontrarse, del saber ir lejos a buscar a los amigos, de todas esas cosas que hoy, la juventud mejor está ya practicando. Ese espíritu no ha muerto.

Nos imaginamos sobre esa mesa donde hay un candil, un vaso de agua fresca, para cuando llegue el visitante. Y... el visitante llega acompañado de su criado y al ver el aderezo modesto, pero acogedor, surge una pregunta: ¿Qué podemos hacer por ella? Quedémonos así, en esa habitación cerrada, en el piso superior. Quedémonos en nuestra intimidad y meditemos sobre lo que es la paz, el Schalom semítico y permanezcamos en silencio.

-PERDER LA VIDA ES ENCONTRARLA

La intimidad y ternura de ese vaso de agua, de esa acogida parece que esta en contradicción con la energía de las palabras de Jesús sobre el abandono de todo, hasta de lo mas entrañable, para seguirle. Pero la contradicción no es más que aparente. La contradicción sólo la percibe quien no está tocado ya por la auténtica libertad que es la que hace posible la verdadera humanidad, la verdadera ternura.

Aquí tenemos una ocasión propicia para meditar sobre el confort, sobre la sensualidad, sobre el egoísmo y, si queréis, sobre la sociedad de consumo. La casa que se ofrece y el vaso de agua que se da no son vehículos de fruición, sino signos de desprendimiento, de amor confiado, de entrega. Son signos de libertad.

Cristo no nos invita -o manda- a un desarraigo inhumano, sino que nos llama a una nueva, insólita, escandalosa intimidad amorosa. Nos llama a liberarnos de todo condicionamiento. Pero esto de una manera única que sólo en la fe puede ser captado. Hoy, que tan sensibles somos a la incomodidad de los "condicionamientos", necesitamos descubrir algo mas que la molestia de esos condicionamientos. Y sobre todo necesitamos descubrir que no basta protestar y combatir los condicionamientos. Necesitamos caer en la cuenta que casi siempre lo que hacemos con nuestra protesta es clamar por otro condicionamiento igual o peor que el anterior.

Nosotros, occidentales impenitentes, descubrimos que estamos sometidos a éste o al otro condicionamiento. Y luchamos, occidentalmente también, contra él. Pero no advertimos que luchamos por imponernos otro condicionamiento igual o peor que el anterior. Cristo, desde el oriente, desde la tierra de lo absoluto, y desde el Reino Absoluto que es el Padre, nos invita a descubrir la libertad absoluta de todo condicionamiento. Es en nosotros mismos, en nuestro interior, donde debe darse la superación, donde debemos perderlo todo para no perdernos.

La exigencia de Cristo es dulce, es liberadora porque nos coloca más allá de toda dependencia, de toda esclavitud. Quien pierde su pequeña y enana vida gana la definitiva, esta en la libertad. Es hora de que recapacitemos. Los condicionamientos que tantos lamentos producen y tantas "contestaciones" desencadenan no se superan más que estando por encima de ellos mismos y... más que luchar contra este o aquel condicionamiento lo que hemos de hacer es no tener ninguno en el reino absoluto de nuestra libertad personal. Esto es lo que quiere decir "cada uno tome su cruz'. La frescura del vaso de agua, pasa por esa muerte y lleva a esta resurrección.

CARLOS CASTRO


15.

LA IMAGEN DE NUESTRA CULTURA 

¿Qué hace Vd., caballero o señora, cuando llega a su casa? ¿Y qué haces tú, joven, fuera de tu horario laboral o escolar? Cada día hay mas gente que practica el deporte del sofá, zapatillas y televisión, instalados cómodamente ante la pantalla, mando en la mano y silencio en el ambiente. No es más que una imagen, pero es un gran discurso que refleja, en ese espejo peligroso de la vida, como es nuestra cultura, nuestro modo de vivir y, a través de él, nuestro modo de actuar y de pensar. Instalados ante el televisor vemos los horrores imaginarios que alimentan nuestro ocio y los horrores de la realidad incrustados entre los imaginarios. Con unos nos divertimos, con otros nos horrorizamos. "¿Cómo pueden ocurrir estas cosas a finales del siglo XX? ¿Cómo permiten que en el mundo haya gente así?"

-QUIENES SON LOS RESPONSABLES?

La queja va dirigida a los responsables. Con la profesionalización de todo, hemos profesionalizado al productor, al vendedor, al consultor y asesor, a todos. También hemos profesionalizado la responsabilidad. A cada uno su parcela de responsabilidad. Nadie asuma responsabilidades ajenas. Cumpla bien la suya. ¿De quién es responsabilidad el mundo?... Silencio... ¿De los políticos? ¿De los ricos y poderosos? ¿De las multinacionales? ¿De Dios? De todos. Tendríamos que asumir con nuestra vida, no solo la responsabilidad profesional de realizar bien nuestro trabajo, también la de resolver nuestra vida personal y también la colectiva. Todos somos responsables de todos. Aunque en la cultura moderna no suene bien.

Demasiada responsabilidad, efectivamente, demasiada carga; pero esa es nuestra condición: ser en el mundo los únicos seres vivos con la gran dicha y la gran carga de las responsabilidad, de la libertad. Somos libres, es decir, somos responsables, es decir, no hay que quedarse parados o indiferentes, es decir, hay que levantarse del sillón, ponerse el calzado apropiado y empezar a caminar. ¿Quién se decide?

UNA SACUDIDA A NUESTRA COMODIDAD

¿Qué frases utilizaría Ud. para animar a alguien a tomar una decisión de este tipo, advirtiéndole, con realismo, de la dureza de la decisión y al mismo tiempo de su belleza? Es el sentido de las frases, literariamente tan duras, tan radicales y provocadoras del evangelio de hoy. Ante una labor inmensa, bella y dura como la de responsabilizarse de los horrores del mundo que la televisión nos muestra ¿Cómo seguir sentados viendo el horror en película de suspense? Pues hay algunos que toman una decisión, a veces complicada, a veces dura, siempre exigente: colaborar, aportar su granito de arena, acercar su ladrillo a la construcción, hacer algo por quienes nos sirven de protagonistas en las películas reales de los telediarios. En esa situación de tener que decidir quiere ponernos el evangelio, con su estilo, a su manera.

OTRO ESTILO DE VIDA

Para ello nos presenta a Jesús como el motivador, convocante e impulsor que sacude nuestra tranquilidad veraniega y nos invita a hacer algo por los demás, a abandonar nuestra pasividad, a mirar un poco más allá del televisor. Lo hace con la forma apremiante de quien tiene prisa, de quien capta la urgencia del trabajo, de quien sabe que no hay mucho tiempo para pensárselo. Y si la decisión adopta el estilo de Jesús, entonces, no sólo contribuye a disminuir el horror del mundo, se convierte, además, en fuente de felicidad para uno mismo. Es algo que constatamos continuamente en la experiencia de quienes se pasan el tiempo pensando en pasárselo bien. Con frecuencia termina pasado, aburrido e insatisfecho. Nuestra cultura sabe mucho de insatisfacción, tedio y angustia.

LOS PORTADORES DE ESPERANZA

Por eso, si Ud., desde su libertad, desea seguir viendo la tele en zapatillas y con el mando en la mano, cuando encuentre a alguien que, realizando cualquier función, por pequeña que sea, ha decidido ver el mundo desde la calle acompañando, trabajando, luchando por los demás, quítese el sombrero, dele un vaso de agua, un cigarrillo o lo que pueda y sepa Ud. que se encuentra ante una especie de ser humano en peligro de extinción. Esperemos que no.

Pero desde luego, sepa Ud. que se encuentra ante la mejor representación de Jesús portador de esperanza, de ideales, de inquietud, de intranquilidad. Sepa Ud., que a través de ellos respira el mundo que sufre, ese mundo que le llega a casa convertido en imagen y que ellos han ido a buscar allí donde se encuentra para echarle una mano en el rodaje de esta película que es la vida. Sepa Ud., también, que a través de ellos seguirá recibiendo la llamada de quien ha asumido la Cruz del mundo y quiere aliviar el peso de quienes la soportan.

JOSE ALEGRE ARAGÜES


16.

Frase evangélica: «Quien no toma su cruz y me sigue no es digno de mí»

Tema de predicación: SEGUIMIENTO, NEGACIÓN Y CRUZ

1. Hoy hablamos más de seguimiento que de imitación, ya que no se trata de copiar materialmente a Jesús, sino de captar su persona, su palabra y su obra para traducirlas al momento presente. El seguimiento de Cristo es la base fundamental de la vida religiosa y de toda vida cristiana.

2. El Nuevo Testamento habla constantemente del seguimiento de Jesús que deben practicar sus discípulos; un seguimiento que incluye la donación total de la persona. Jesús invita a sus discípulos a seguirle hasta la muerte y la resurrección. Dicho de otra manera: la adhesión a Cristo es un acto personal que entraña una decisión pública, ya que atañe a la construcción del reino. Los evangelios sinópticos relatan los primeros seguimientos del Jesús histórico; Juan y Pablo describen el seguimiento del Cristo resucitado. En el fondo, lo que caracteriza al seguimiento es la praxis, el compromiso profundo y total, ya que lo característico del seguimiento está en la vida.

3. En el marco del itinerario de Jesús hacia Jerusalén, el seguimiento es la clave del discipulado. Siempre van unidos seguimiento, negación y cruz. Pero la negación y la cruz no tienen un sentido negativo. Negarse no es cerrarse, sino todo lo contrario: vencer al propio yo para abrirse a los demás. La cruz tampoco tiene sentido en sí misma; no es más que el precio que conlleva la entrega. Recordemos que la cruz era suplicio cruel y afrenta vergonzosa. Por consiguiente, la negación y la cruz -en cuanto actos positivos vitales- son criterios de discernimiento. De este modo, el discípulo se identifica con el Señor.

4. La opción personal por Cristo exige renunciar, entre otras cosas, a la familia y a uno mismo (en el sentido de que no hay que absolutizar ni divinizar nada que no sea Dios). Esa opción se basa en el amor a Dios y al prójimo -el mandamiento nuevo-, teniendo en cuenta que en el trabajo por el reino hay profetas y místicos que responden con una entrega radical, «justos» o «militantes» que hacen de su vida un servicio, y sencillos «ayudantes» que hacen lo que buenamente pueden...

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Quiénes son hoy los seguidores de Jesús?

¿Por qué nos cuesta tanto seguir a Jesús?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 142 s.


17.

-Palabras del Evangelio.

El texto que escuchamos hoy, perteneciente al llamado "discurso de Jesús sobre la misión de sus discípulos", concluye con una fórmula literaria que coincide con el final del Sermón de la Montaña y, al no relatarse el retorno de los discípulos tras ese envío del Señor, hay que concluir que Mateo dirige esas palabras a todos los miembros de todas las comunidades cristianas. Pero esas palabras no tienen una validez general sólo para las comunidades mencionadas: como las Bienaventuranzas, sirven para la Iglesia del futuro, es decir, para todos nosotros. En ello cabe resaltar dos momentos.

Por un lado, todos los que en adelante se confronten con el Evangelio, tendrán que hacer una decisión: tendrán que adoptar una posición "en favor" o "en contra" del mensaje de Jesús. Y hasta tal punto va a ser inevitable esa situación, que pueden originarse profundas divisiones entre gentes, familias y, lo que es más serio, en el interior de las personas. ¿Quién optará por el seguimiento de Jesús? ¿Quien se negará? Se trata de una alternativa sin compromiso: rechazo o aceptación, lo cual supone disposición o no a la conversión y ésta, a su vez, dejar la propia vida en manos de Dios y según su voluntad o lo contrario: al margen de él.

En relación con una opción positiva de cara a Cristo, no se ocultan desde el primer momento las desventajas y dificultades que el seguimiento lleva consigo; muy por el contrario, estas son parte expresa del mensaje: habrá que cargar con la cruz. Para la comunidad, el modelo de esta actitud radical es el mismo Jesús, cuya misión la ha valorado por encima de todo orden mundano, familia, amigos, compromisos sociales y leyes y, por la voluntad de Dios, ha aceptado la encomienda del Padre hasta sus últimas consecuencias, el martirio.

Además, otras tres expresiones de este Evangelio son dignas de observar para no perder el conjunto del mensaje: el consuelo del enviado reside en la aceptación de su palabra y de su persona por parte de la gente (es la regla a que debe atenerse el mensajero, según la palabra hebrea "Shaliah"); recibir al enviado es lo mismo que recibir al que lo envía. Una segunda se refiere a la clara relación de la comunidad con los profetas y los justos: aquella está obligada a la acogida de los enviados; es más, estos se encontrarán en dependencia de dicha acogida.

Por último, el término "discípulos" incluye el de los "pequeños", los "humildes", que deben saberse conscientes portadores de bendición para todos a quienes llega su actividad. Dios vela sobre cada discípulo, lo cual conlleva -según el texto de Mateo- que la comunidad los acoge con alegría.

-Jesús, ¿un perturbador del orden?

Reconocemos en Jesús al enviado de Dios que se entrega con amor a los hombres, especialmente a los excluidos de la sociedad, y llama con su mensaje a enfermos y pecadores; Jesús nos ha sido confiado como el instaurador del orden y la paz de Dios. Sin embargo, una vez escuchadas sus palabras, puede darnos la impresión de que el Señor pretende la revolución, el desorden: arrebatarnos nuestra bien merecida tranquilidad, especialmente la del domingo, escuchando su mensaje. La exigencia de Jesús puede antojársenos dura, amarga, inhumana, cual noticia amenazante en vez de buena noticia.

Acabamos de indicar que los discípulos (en el evangelio de Mateo) representan a las comunidades. Siempre se utiliza la palabra "nosotros". Así, tenemos que preguntarnos "nosotros", si nos sentimos interpelados por las palabras de Jesús. Nosotros, los que participamos en la Eucaristía semanalmente e incluso estamos comprometidos activamente con la vida de la comunidad...

Con todo, ¿no nos encontramos frecuentemente muy cómodos y nos sentimos felices, si se nos deja en paz? ¡Cuántas veces no decimos que la gente se saque las castañas del fuego; a mí no me ayuda nadie! ¿Cuantas veces no justificamos demasiado ligeramente nuestra propia indecisión y señalamos con el dedo a creyentes "peores" que nosotros? ¿Qué hacemos para que nuestra comunidad actúe en los medios de marginación como un lugar privilegiado para la irrupción del Reino de Dios?

"Precisamente el Reino de Dios -señalaba Karl Rahner- no se pone en marcha solamente con aquello que nosotros hacemos y somos sin ofrecer ningún lugar a dudas (las personas bautizadas que frecuentamos los sacramentos, las personas que se relacionan con el templo y que nunca tienen conflicto alguno en la Iglesia)...". Es muy importante estar atentos: el Reino de Dios nada tiene que ver con una paz que se parezca al sosiego del cementerio y que probablemente esconda, en muchas ocasiones, comodidad, pasividad, aburrimiento, vagancia y todo tipo de excusas...

-Llamada de Jesús a la opción.

Jesús nos llama continuamente a salir de cualquier alojamiento "cristiano" en el que nos podamos instalar con cierto carácter definitivo; entonces, siempre estará a punto su palabra para sacarnos del letargo. Su invitación siempre es hacia un amor más profundo: a una comunión con Dios y una solidaridad con las personas, cada vez más intensas. Esto quiere decir que la vida cristiana es siempre un crecimiento, un proceso que, siguiendo permanentemente y corrigiendo en lo necesario la orientación de Cristo, desembocará en la plenitud de Dios.

Esta certidumbre que nos transmiten los textos de hoy (Mateo y Carta a los Romanos) ofrece la posibilidad de actuar libremente según la voluntad del Maestro.

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¿Ofrece nuestra vida cotidiana un testimonio de nuestra propia certeza de salvaci6n?

¿Colaboramos, así, a que nuestra comunidad sea un lugar en que se perciba la irrupción del reinado de Dios?

¿Somos nosotros y nuestra comunidad signo atractivo de ese nuevo clima que, como tal, invite a otros a encontrarse bien y dispuestos al seguimiento de Jesús?

¿Desplegamos los cristianos una solidaridad humana, que se funda en la comunión con Jesucristo y que, por tanto, es ilimitada, sin distinción de ningún tipo de personas?

EUCARISTÍA 19/93/31