31 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XII DEL TIEMPO ORDINARIO
1-9

1. D/PLAN.

Por tres veces invita a Jesús a los suyos, en el texto que acabamos de leer, a no tener miedo. Esas palabras suyas, esa insistencia en que perdamos el miedo, no han perdido, en absoluto, vigencia; antes al contrario, son muchos los que, hoy día, viven sumidos en el miedo o, en el mejor de los casos, lo camuflan de mil formas para no hacer frente a esa realidad que, a pesar de todo, sigue estando ahí, minando nuestras alegrías, nuestras seguridades, nuestras confianzas.

Miedo al paro, a la guerra, al desastre nuclear, a perder votos, a no conseguir el poder, a no conservar la categoría social, a no "triunfar" en la vida, a la oposición, al terrorismo, a la inflación, a la sequía, al hambre, a la soledad, al dolor, a la enfermedad y, sobre todo, miedo a la muerte, como síntesis total de todos los posibles fracasos que en la vida se pueden dar.

Hay, ciertamente, muchas más formas y situaciones de temor, de miedo, de pánico. No se trata de hacer una lista completa. Cada uno conoce sus miedos personales y ésos son los que de verdad cuentan.

A estos hombres concretos de nuestro tiempo, con sus nombres y apellidos, con sus problemas y miedos personales, Jesús nos dirige esa invitación tres veces repetida. No se trata de una afirmación abstracta y general. Va dirigida a todos y cada uno de nosotros. Pero, ¿por qué no hemos de tener miedo? Las cosas no están para bromas y la verdad es que el miedo, además de estar frecuentemente justificado por la dura y triste realidad, puede incluso ser un buen mecanismo de precaución y defensa.

Pues bien, a pesar de todas nuestras consideraciones, a pesar de toda la parte de razón que tenemos -o parecemos tener- en nuestra justificación de nuestros miedos, Jesús insiste: "No tengáis miedo." Y nuestra pregunta sigue sin respuesta: ¿Por qué no hemos de tener miedo? Tres razones básicas aparecen en el texto para justificar nuestra confianza:

-Su plan, su mensaje, su anuncio, se cumplirán. Es verdad que habrá oposiciones de todo tipo: religiosas, políticas, económicas, sociales, psicológicas...; habrá -y hay- incomprensiones, y reveses, problemas y fracasos, persecuciones y muerte. Pero, frente a esta historia, aparentemente negativa, hay otra historia, que hay que saber verla, y es que la historia de Dios, la historia que, a veces de forma imperceptible, pero inapelable, va llevando al hombre a las manos de Dios.

Cielo y tierra pasarán, pero no sus palabras. Es la seguridad que da Jesús; una seguridad que no es sólo palabras; es, también, acción; ahí está su propia resurrección proclamando, de antemano, el triunfo final. Claro, esto sólo "lo ve quien saber ver".

J/SOLIDARIDAD: -Una segunda razón, estrechamente unida a la primera: la solidaridad de Jesús. El no ha dudado en asumir nuestra condición, incluidos los miedos a los que quiere dar respuesta.

El se ha hecho hombre para que nosotros podamos alzarnos hasta Dios nuestro Padre. Quien confía en Jesús verá como Jesús sale fiador por él a la hora de la verdad; pero, eso sí; hay que confiar en él de forma incondicional; si recelamos, si dudamos..., entonces seremos nosotros mismos quienes no podremos estrechar esa mano que Jesús nos tiende. El ha estado junto a nosotros y ahora sigue entre nosotros. De una forma todo lo misteriosa que queramos, pero el hecho es que aquí está, y son muchos los que dan testimonio de esto.

Por muy solos que nos parezca estar, no lo estamos; él nos acompaña, él sigue siendo solidario con nosotros; nada de lo que nos suceda le es ajeno; a veces no comprendemos el porqué de muchas situaciones, de muchos acontecimientos; pero él sigue a nuestro lado, dándonos la fuerza necesaria y suficiente para seguir confiando en él, incluso cuando más difícil nos puede resultar.

MIEDO/MU: - Y hay una tercera razón. Más arriba decíamos que en ocasiones la verdad es que el miedo está perfectamente justificado. Si ese miedo es a la muerte, que es el fin de todo lo que tenemos y somos, que es el fracaso culmen de todos los fracasos que en la vida podamos experimentar, entonces sí que parece que no hay ninguna duda: lo más normal, lo más lógico, es tener miedo.

A este "miedo definitivo" también Jesús da una respuesta. Una respuesta que consiste en hacernos conscientes de cuál es la realidad del hombre. Hay una realidad más amplia, más profunda, más definitiva que la realidad que vemos cuando contemplamos la muerte. Y esa realidad más amplia y más profunda es que la muerte física no es, de ninguna manera, el fin de la persona.

La integridad de la persona no se agota con la integridad física; la integridad de la persona no muere a manos de la enfermedad, del accidente o del arma asesina. La integridad de la persona va mucho más allá de la integridad física. El único que puede destruir esa integridad personal es Dios. ¡Pero Dios está de nuestra parte! Por eso no hay lugar al miedo.

La muerte, la destrucción física de la persona, también tiene un sentido, una razón de ser. En la muerte, Dios no está ausente: está presente, y lo está dando vida, recogiendo en su regazo a la persona, que conserva así su integridad personal para siempre, participando de la misma vida de Dios.

Es verdad que en estas palabras muchas cosas nos pueden sonar a misteriosas; es verdad que a veces nos es difícil o imposible comprender todo esto. Pero no podemos olvidar que lo que se nos pide es trabajar y confiar. Jesús no nos invita a comprender, sino a perder el miedo. Y para ello nos da una razón, no oscura, sino tan luminosa que nos desborda: ¡Dios es nuestro Padre, Dios está de nuestra parte; no temamos! Si hacemos el esfuerzo de leer el Evangelio no como un manual de ascética, de moral o de disciplina eclesial, sino como el lugar donde se nos revela el rostro de Dios, encontraremos insistentemente esta invitación; no ya sólo en el pasaje que hoy hemos leído, sino a lo largo de todo el Nuevo Testamento: "no temáis; paz a vosotros; vuestra alegría no os la quitará nadie; tened confianza; el que teme no es perfecto en el amor; soy yo, no tengáis miedo; no tengáis miedo, os traigo una buena noticia; no tengáis miedo, os haré pescadores de hombres"; etc.

Es una constante: Dios es vuestro Padre; por tanto, no tengáis miedo. Nuestro mundo tiene muchos problemas; el mucho miedo que ha acumulado no es el menor de ellos. Es cierto que hay muchos motivos para tener miedo; pero no es menos cierto, ni menos real, el aprender a confiar; es, justamente, lo que nos propone Jesús: ser realistas, conocer la verdad de nuestra situación; y la verdad de nuestra situación no se queda en los problemas y dificultades; nuestra verdad va mucho más allá; la verdad de nuestra situación es que somos hijos de Dios. Y esa verdad nos debe llevar a confiar. Ahora sólo falta una cosa: que seamos capaces de creernos, de verdad, lo que Jesús nos dice. Y la paz, esa paz que él se empeña en ofrecernos, nacerá y crecerá en nuestro corazón. Incluso aunque sean muchos y muy serios los motivos que pudiéramos tener para sentir temor. Siempre será más fuerte el motivo que tenemos para confiar: Dios está de nuestra parte.

LUIS GRACIETA
DABAR 1987/34


2.

-"No tengáis miedo". Jesús envía a los apóstoles a predicar el evangelio, a pregonarlo desde las azoteas y a plena luz del día.

Y en este contexto les dice, por tres veces, que no tengan miedo.

¿Por qué habían de tenerlo?; ¿acaso predicar el evangelio es una misión peligrosa? En efecto, lo es. Lo era entonces y lo es ahora, en nuestros días, incluso en aquellas sociedades en las que se proclaman los derechos humanos y se defiende formalmente la libertad religiosa y la libertad de expresión. Nunca ha habido libertad de expresión para los auténticos profetas.

Jesús fue detenido, juzgado, sentenciado a muerte por el sanedrín y ejecutado en una cruz por los romanos...., sólo por hablar y anunciar a los pobres el evangelio del reinado de Dios. Y lo mismo pasó antes con todos los profetas; por ejemplo, con Jeremías, que fue denigrado y perseguido por alzar su voz contra el templo y los señores del templo. Y así también tenía que suceder y sucedió después con los apóstoles. Por eso les dijo Jesús que no tuvieran miedo.

-El evangelio es una palabra pública. No sólo porque hay que decirla en público y va dirigida a todo el mundo, sino porque atañe, quiérase o no, a la vida pública. Es el anuncio de la buena noticia, que no es la mejor noticia, ni mucho menos, para los enemigos de la verdad, para los endiosados, para los opresores, para los situados en bienes y opiniones, para los satisfechos, para los guardianes del orden, esto es, de su orden, que no del orden para todos y al servicio de todos los hombres.

El evangelio no es una palabra abstracta o lejana, que hable del sexo de los ángeles, sino concreta y penetrante como espada de dos filos. Ni una verdad teórica, que puede comprenderse o no pero no molesta a nadie aunque pueda aburrir a la mayoría...; sino una verdad práctica, eficaz, que obliga a tomar partido por ella o contra ella, que cambia nuestras relaciones con Dios, a quien nos enseña a llamar Padre, y con los hombres a quienes debemos tratar como hermanos. Por eso entra en diálogo, pero también en dialéctica y en lucha. Por eso levanta la contradicción y la oposición de la mentira. Porque es la luz contra las tinieblas.

-Al servicio del evangelio. Todos los bautizados hemos sido llamados para servir al evangelio, todos participamos de la misión profética de Jesús. Y así todos estamos comprometidos, entre la espada y la pared, entre la voluntad de Dios que nos envía y la mentira del mundo que resiste al reinado de Dios. Pero sabemos que Dios está con nosotros como "fuerte soldado" y que el evangelio es fuerza de Dios para salvar a los que creen en él.

Evidentemente, la mentira que se opone al evangelio no está sólo delante de nosotros y fuera de nosotros mismos, sino también en nuestro interior. Y es preciso exorcizarla de nosotros con la palabra de Dios, recibiendo con fe el evangelio. Sabiendo que sólo podemos predicar a otros si nosotros mismos hacemos lo que predicamos. La mentira nos domina muchas veces sirviéndose del miedo, metiéndonos el miedo a confesar el evangelio, a practicarlo, a dar testimonio de él delante de Dios y de los hombres. El que lucha contra la mentira, no puede hacerlo con las armas propias de la mentira, utilizando el poder que todo lo corrompe y sólo sirve para dominar. La verdad nos hace libres, el evangelio es una fuerza de liberación. No podemos utilizar, por tanto, la fuerza, la imposición, la indoctrinación de todo tipo... Sólo podemos dar testimonio, dejar que la verdad desarrolle su propia fuerza.

EUCARISTÍA 1978/29


3.

El miedo nos cierra la boca y nos incapacita para ser heraldos del Evangelio. El miedo ante los hombres es la causa de muchas traiciones al mensaje que hemos recibido para llevar al mundo entero. Se traiciona el Evangelio cuando uno calla como un perro mudo, cuando se recorta el mensaje, según las conveniencias, y se desvirtúa su fuerza crítica poniéndole el corsé de un falso y cómodo espiritualismo, cuando se distingue entre lo temporal y lo espiritual y se domestica la verdad evangélica reduciéndola a los límites del alma y de las prácticas piadosas, cuando se predica la conversión del corazón, pero no la reforma de la convivencia y de las estructuras sociales, cuando el amor cristiano se entiende y se hace entender solamente como "caridades". En éstos y en otros muchos casos el falso profeta no se pone de parte de Cristo ante los hombres.

EUCARISTÍA 1972/38


4. Jr/PROFETA:

-El clamor del profeta. 

Hoy la Palabra de Dios nos ayuda a fijar nuestra atención en uno de los más grandes profetas de todos los tiempos: Jeremías. Nació hacia el año 650 antes de Jesucristo, en un pueblecito llamado Anata, cerca de Jerusalén. Entonces, los grandes imperios relacionados con Israel eran Babilonia y Egipto. Eran las dos grandes potencias que se discutían su mundo. Y entre los israelitas había partidarios de Egipto y partidarios de Babilonia. La gran catástrofe que le tocó vivir a nuestro profeta fue la deportación de Babilonia, del año 586. Aquello fue la ruina de su pueblo.

Dentro de esta situación tan agitada, desde muy joven sintió la llamada de Dios: "antes que naciese, te tenía consagrado... Mira que he puesto mis palabras en tu boca" (1, 5-9). "Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir: me forzaste y me pudiste" (20,7). Proyectado por Dios a dedicar toda su vida a la salvación de su pueblo, renunció al matrimonio y a la familia.

Tenía que gritar contra la violencia y contra la opresión. Por una parte, Dios lo empuja a predicar; por la otra, los poderosos no quieren oírlo y continúan engañando al pueblo con apariencias de religiosidad: ayunos y holocaustos. Si hubiera podido halagar a los oyentes... Ahora, en cambio estaba a punto de destruirlo: lo apresaron, fue torturado y encerrado en una cisterna llena de barro esperando que muriera. "Pero el Señor está conmigo, como fuerte soldado... Cantad al Señor, alabad al Señor, que libró la vida del pobre".

-Nosotros también estamos llamados a ser testigos 

Jesús nos lo dice en el evangelio de hoy: "Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo".

Resulta evidente que Jesús espera de todos nosotros que le reconozcamos en todos los momentos de nuestra vida: ante la familia, ante los vecinos de escalera o los compañeros de trabajo, ante los amigos: en la Asociación, en el Partido, en el Sindicato, en todas partes. Y reconocer a Jesús quiere decir defender "la vida del pobre", luchar a favor de los derechos de la persona humana, el derecho al trabajo, especialmente de los jóvenes y de los padres de familia, defender el derecho a una casa decente, el derecho a expresar los propios criterios...

"NO TENGÁIS MIEDO", nos dice también Jesús. Es un mandamiento de Jesús repetido mucho más que el sexto y mucho más que el séptimo:

"No tengáis miedo". Era preciso que nos mandara no tener miedo ya que el miedo nos impide ejercer nuestra misión: nos tapa la boca, hace que traicionemos el mensaje, callando o cambiando el contenido según las circunstancias. Por miedo se diluye el empuje del Evangelio en un falso y cómodo espiritualismo. El miedo hace que la Palabra de Dios no cuestione nuestras cuentas ni entre en los negocios, ni se remuevan las legislaciones de privilegio: privilegios de los ricos sobre los pobres, del hombre sobre la mujer, de los fuertes sobre los débiles.

Que resuene bien fuerte la palabra de Jesús: "No tengáis miedo a los que matan el cuerpo... temed al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo". Esto no debemos entenderlo a base de pinturas truculentas de infierno para espantar niños. Pero no podemos olvidar que Dios, el Padre, hará justicia completa, la suya, a favor de la humanidad, justicia que el mismo Jesús no ha tenido miedo de expresar de este modo. Finalmente nuestro TESTIMONIO ES ALEGRE: Aquello que nosotros tenemos que proclamar constantemente, aunque nos sea preciso plantarnos ante los poderosos, siempre está iluminado por el amor: "hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo, no hay comparación entre vosotros y los gorriones". Y como nos dice san Pablo: "la gracia de Dios ha abundado mucho más", "no hay proporción entre la culpa y el don", "gracias a un solo hombre, Jesucristo, la benevolencia y el don de Dios desbordan sobre todos".

AHORA, CON LA CELEBRACIÓN DE LA EUCARISTÍA, celebremos este amor, este don infinito del Padre que está a nuestro lado como fuerte soldado y nos empuja a ser testigos valientes a favor de los hermanos.

SALVADOR CABRÉ
MISA DOMINICAL 1987/13


5.

No nos importe el ser mal vistos por nuestra fe. No nos importe el ser "raros" y no estar "al día del mundo". Lo grave es no estar con Dios, con su voluntad y con su justicia. Esta advertencia de Jesús tiene hoy también mucha actualidad.

Queremos demasiado no escandalizar. Queremos demasiado ser aceptados y nos olvidamos de que, comenzando por nosotros mismos, el mensaje de Dios no lo aceptamos. Es hora de que meditemos en serio sobre aquello de que "prefirieron las tinieblas a la luz". Hemos insistido en nuestra predicación y en nuestra actitud de creyentes sobre el peligro de la carne y sobre el peligro del tentador. Nos falta añadir e insistir sobre el peligro del MUNDO que desde dentro y desde fuera pretende trivializar el mensaje de Cristo y nos introduce a pactos de comodidad, de sensualidad, de transigencia, aunque lo disfracemos con excusas como la de "estar al día", "ser humanos", "compartir las necesidades de los demás".

Estas medias verdades son muy peligrosas y nos llevan a dimitir nuestra misión profética, a no dar testimonio de la verdad de Cristo en un mundo que lo ha crucificado y lo sigue crucificando "fuera de las puertas de la ciudad".

CARLOS CASTRO


6.

-UNA CONSIGNA PARA LOS MOMENTOS DIFÍCILES. CR/DIFICULTADES

Los consejos alentadores de Jesús son recordados en unos momentos en que los testigos de Jesús han tenido que sufrir por el solo hecho de anunciar el evangelio. La Iglesia ha experimentado los momentos difíciles de la persecución.

No creo que sea exagerado decir que la Iglesia está pasando también por una situación difícil. De ahí que las palabras de Jesús conserven toda su validez. Nos corresponde enfrentarnos, no con la persecución sangrienta (aunque ésta acaba de sufrirla la Iglesia en su cabeza, el Papa), pero sí con la persecución, quizás más peligrosa y corrosiva, de la indiferencia, del desinterés y del desprecio. En algunos ambientes, para confesarse cristiano, casi hay que pedir perdón. No está de moda, actualmente, esto de ser cristiano, incluso es algo mal visto. Se cree propio de personas desvalidas (ancianos, niños, y espíritus enfermizos) o de personas ignorantes que aún no han evolucionado. Me contaban de un famoso novelista de nuestro país que decía no acabar de entender que una persona inteligente pudiera tenerse por creyente.

Y lo más peligroso es que esta mentalidad, como hijos de nuestro tiempo que somos, nos amenaza en más de una ocasión, nos acecha a nosotros mismos.

-¡NO TENGÁIS MIEDO! Es la exhortación que por tres veces nos hace Jesús en el evangelio de hoy. Y es la recomendación que en más ocasiones aparece en el evangelio: más que la de orar, más que la de amarnos. Es que la primera experiencia de salvación es la liberación de los miedos. Si Dios está conmigo, ¿a quién temeré? No dejéis que nada os acobarde, viene a decirnos Jesús. Tened confianza en el Padre. Estáis en buenas manos. En manos de Aquel que no es indiferente ni a uno de los cabellos de vuestra cabeza. De Aquel que es mayor que los hombres y puede disponer en la vida y en la muerte. El no dejará que os perdáis. Valéis más vosotros que todos los gorriones juntos. Y las otras dos lecturas nos aportan también motivos de aliento:

El Señor está junto a mí como un valiente soldado. A ti encomendé mi causa. Y san Pablo remacha el clavo: no hay proporción entre la culpa y el don; donde abundó la culpa, mucho más desbordaron sobre todos la benevolencia y el don de Dios. Ya no tenemos derecho al pesimismo.

-LOS MIEDOS DE LA JERARQUÍA. En más de una ocasión nos habremos preguntado: ¿por qué se ha mustiado la primavera que nos anunciaba Juan XXIII y que hizo florecer el Concilio? Las causas son seguramente muy complejas y no debemos pretender ser ingenuos. Pero, ¿no han contribuido a ello los miedos de los guías de la Iglesia? Miedo a los errores y a los excesos, cuando el mayor peligro está en la atonía e inoperancia. Miedo a la pobreza, a perder posiciones. Miedo a la transparencia, a poner las cosas abiertamente sobre la mesa.

Mayor preocupación por guardar la fe que por comunicarla. La Iglesia, si quiere ser la iglesia de Aquel que renueva todo (Ap 21, 5), fiel al Espíritu que renueva la faz de la tierra, no puede ser una Iglesia que va a remolque o al compás de las circunstancias.

-Y LOS MIEDOS DE LOS DEMÁS Pero también entre los que no somos propiamente de la jerarquía el miedo, la inseguridad, cierto complejo de inferioridad, son una actitud excesivamente general. El miedo a no ser bien recibidos, a no ser comprendidos o al fracaso, creer que a la gente no le interesa y que no hay nada que hacer son otros tantos factores que nos restan impulso y energías y hacen que desaprovechemos muchas posibilidades. A nuestra acción le falta nervio. Nos sentimos inseguros y comunicamos inseguridad. Los momentos son ciertamente difíciles. Es el tiempo del testimonio, de la primacía de la vida sobre la palabra, del silencio fecundo: el tiempo de la paciencia. Pero ¿no habremos perdido también algo de fe en el mensaje que llevamos y de confianza en Aquel que nos ha enviado, Y, a los miedos se les añade el desaliento, el desengaño, el cansancio. Sería el momento de meditar un poco lo que de Jesús nos dice la carta a los Hebreos: "Recordad al que soportó la oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo.

Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado". Ni desánimo ni fanatismo: pobreza, autenticidad y confianza en Aquel que no puede defraudarnos.

-UN PROYECTO MAS EXISTENCIAL Aunque el evangelio se sitúa en un contexto de misión, quizás en algunas asambleas se le podría dar una orientación más existencial: nuestros miedos ante la vida, el futuro, la muerte... Estamos en buenas manos. Dios nos ama y tiene contados hasta los cabellos de nuestra cabeza. Esto debe llenar nuestra vida de paz, serenidad y confianza.

JESÚS HUGUET
MISA DOMINICAL 1987/13


7.

En el evangelio que acabamos de proclamar -siempre la lectura del evangelio es una proclamación de fe, de fe para dar vida- tres veces hemos escuchado estas palabras de Jesucristo: "NO TENGÁIS MIEDO". Palabras dichas entonces por JC al pequeño grupo que le seguía, al pequeño grupo que El enviaba para anunciar el Reino de Dios. Pero palabras dichas también ahora, también dichas por JC a nosotros, también nosotros ENVIADOS por El a anunciar en nuestro mundo -aquí y ahora- el Reino de Dios, el Reino de paz y justicia, de libertad y amor, de bondad y servicio.

Y para nosotros, ahora como entonces, resuena esta exhortación llena de amor y comprensión, pero también de firmeza y exigencia, esta exhortación de JC: "No tengáis miedo".

-Nuestros miedos. Pero preguntémonos -hermanos y amigos- por qué JC nos dice y repite que no tengamos miedo. Miedo, ¿de qué? Y para responder a esta pregunta quizá sea necesario un esfuerzo de sinceridad con nosotros mismos. Porque me atrevería a decir que a menudo nosotros tenemos MIEDO DE NUESTRO MIEDO. Es decir, nos lo escondemos, no lo confesamos ante los demás ni quizá ante nosotros mismos. No tenemos el valor -porque se necesita valor- para decirnos que tenemos miedo. Miedo, por ejemplo, ante NUESTRA SOCIEDAD, ante el mundo de hoy día. Y quizá también ante nuestra Iglesia. Pienso en las personas de más edad, que fácilmente y comprensiblemente se hallan incómodas y temerosas en una sociedad que no valora aquellos principios morales que parecían fundamentales, indiscutibles (por ejemplo, en la concepción de la familia). Pienso también en los más jóvenes, que también se hallan incómodos y temerosos ante una sociedad que les parece no valorar sus anhelos de mayor autenticidad, de mayor sinceridad (ante una sociedad que no les ofrece caminos de realización, de libertad, ante una sociedad dominada por el dinero, el poder, ante una sociedad muy poco acogedora).

Pero miedo también -y eso es quizá aún más difícil de reconocer- ante NOSOTROS MISMOS. Porque en cada uno de nosotros -si somos sinceros, y nunca es fácil ser sinceros, reconocer la verdad -hay mezquindad, egoísmo, violencia en nuestro trato con los demás. No creo que ninguno de nosotros se tenga por santo, pero nos cuesta reconocernos pecadores. Y por eso tenemos miedo de mirar esta realidad de nuestra vida, de nuestro modo de comportarnos. ¡Con qué facilidad nos colocamos una máscara ante los demás e incluso ante nosotros mismos! ¡Qué difícil nos es mirarnos al espejo de nuestra realidad, vernos como de hecho somos! Por eso, hermanos, todos, debemos reconocer que tenemos miedo de nosotros mismos.

Y aún quizá, también tenemos MIEDO DE DIOS. ¡Qué difícil es, muchas veces, ver en Dios más un Padre que nos ama y quiere ayudarnos -porque nos conoce y nos comprende- que no un Juez que nos rechaza y nos culpa! JC nos quiere enviar a anunciar su Reino porque confía en nosotros; pero a nosotros nos cuesta creer realmente que él confíe en nosotros. Me atrevería a decir que todos, mayores y jóvenes -con la excepción quizá hoy de los niños-, no hemos superado el miedo a Dios, porque no hemos comprendido aún el gran anuncio de JC: Dios es Padre, nos ama, perdona siempre, espera siempre más de nosotros, está dispuesto a ayudarnos.

-Nuestra respuesta: ponernos de su parte. Miedo ante nuestra sociedad y nuestro mundo. Miedo ante nosotros mismos. Miedo ante Dios. Pero la palabra de JC es terminante, es clara: "No tengáis miedo". Y ante estas palabras de JC, que hoy por tres veces hemos escuchado en el evangelio, ¿cuál debe ser nuestra respuesta? Preguntémonoslo sin miedo, sin temor. Con sinceridad.

Y, me parece, en la EUCARISTÍA que celebramos cada domingo hallamos la respuesta. Celebramos el memorial de la entrega por amor de JC, el memorial de su Victoria. Su camino debe ser nuestro camino. Porque el nos ha enviado a continuar su anuncio de esperanza, de verdad, de amor compartido, Y todo ello sólo puede hacerse sin miedo, con una infinita confianza, más allá de las dificultades -sin duda reales- que podamos hallar en nuestra sociedad y aún en nuestra Iglesia. Más allá de todo lo que hay de pecado -ciertamente- en nosotros y en los demás. Creyendo -como hemos escuchado en la primera lectura- que el Señor está con nosotros "como un fuerte soldado".

De lo que se trata -y con esto termino- es de PONERNOS DE SU PARTE. Nos lo ha dicho JC en las palabras finales del evangelio ("si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo"). Ponernos de su parte significa vencer nuestro miedo y abrirnos y apuntarnos y seguir su camino de servicio, de ayuda, de comprensión. Porque creer en JC significa creer en la fuerza, en la capacidad de transformación y de fecundidad que tiene la semilla de verdad, de amor y de esperanza que El ha sembrado en nosotros. La semilla que esta Eucaristía proclama y alimenta. Sin miedo, hermanos, sin miedo.

J. GOMIS
MISA DOMINICAL 1987/13


8. FE/MIEDO

NUESTROS MIEDOS

Cuando nuestro corazón no está habitado por un amor fuerte o una fe firme, fácilmente queda nuestra vida a merced de diferentes miedos.

Muchas veces, el miedo a perder prestigio, seguridad, comodidad o bienestar, nos detiene al tomar nuestras decisiones. No nos atrevemos a arriesgar nuestra posición social, nuestro dinero o nuestra pequeña felicidad.

Otras veces, nos paraliza el miedo a no ser acogidos. Nos aterroriza la posibilidad de quedarnos solos, sin la amistad o el amor de las personas. Tener que enfrentarnos a la vida diaria sin la compañía cercana de nadie.

Con frecuencia, vivimos preocupados sólo de quedar bien. Nos da miedo hacer el ridículo, confesar nuestras verdaderas convicciones, dar testimonio de nuestra fe. Tememos las críticas, los comentarios y el rechazo de los demás. No queremos ser clasificados.

A veces nos invade el temor al futuro. No vemos claro nuestro porvenir. No tenemos seguridad en nada. No confiamos quizás en nadie. Nos da miedo enfrentarnos al mañana.

Siempre ha sido una tentación para los creyentes buscar en la religión un refugio seguro que los libere de sus miedos, incertidumbres y temores. Pero sería una equivocación ver en la fe el agarradero fácil de los pusilánimes, los cobardes y asustadizos.

La fe confiada en Dios, cuando es bien entendida, no conduce al creyente a eludir su propia responsabilidad ante los problemas. No le lleva a huir de los conflictos para encerrarse cómodamente en el aislamiento.

Al contrario, es la fe en Dios la que llena su corazón de fuerza para vivir con más generosidad y de manera más arriesgada. Es la confianza viva en el Padre la que le ayuda a superar cobardías y miedos para defender con más audacia y libertad a los que son injustamente maltratados en esta sociedad.

La fe no crea hombres cobardes sino personas más resueltas y audaces. No encierra a los creyentes en sí mismos sino que los abre más a la vida problemática y conflictiva de cada día. No los envuelve en la pereza y la comodidad sino que los anima para el compromiso.

Cuando un creyente escucha de verdad en su corazón las palabras de Jesús: "No tengas miedo", no se siente invitado a eludir sus compromisos sino penetrado por la fuerza de Dios para enfrentarse a ellos.

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 85 s.


9.

Nos despediremos de esta celebración diciendo: "Podemos ir en paz". Ir en paz puede significar para muchos volver a sus cosas como si nada pasase alrededor nuestro, como si esta asamblea eucarística no trascendiera a la vida. Es decir, confunden paz con despreocupación, tranquilidad, seguridad. Confunden el cristianismo con un deseo, muy vago, de que todo vaya bien. La despedida del sacerdote no es bajar el telón y a otra cosa. Hemos dicho muchas veces que la eucaristía no termina en el templo. Debe salir puertas afuera, a la calle: "Lo que os digo de noche, decidlo en pleno día... pregonadlo desde la azotea", dice Jesús. Su mensaje debe llegar a la familia, al barrio, a la fábrica. La misión de los cristianos es llevar el evangelio al mundo.

Porque, si pensamos que el evangelio no tiene que salir fuera de la misa, ¿a qué vienen las palabras de Jesús "no tengáis miedo"? ¿Por qué íbamos a tener miedo si hablamos sólo del alma y puertas adentro? Si nuestro cristianismo consiste en decir que queremos mucho a los otros -sobre todo si están tan lejos como los vietnamitas- y dejar todo como está, no tiene sentido tanta insistencia de Jesús en animarnos y quitarnos el miedo.

Jesús exhorta a sus discípulos a que difundan lo que les ha enseñado y a que sean valientes ante la represión que pueden sufrir por parte de quienes tienen el poder de condenarlos a muerte. Jesús sabe que tiene enemigos y pide a sus discípulos que tomen partido por él: "Si uno se pone de mi parte ante los hombres.."~. ¿Como es posible esto en concreto? Tomar partido por él supone muchas veces enfrentarse a los hombres y al poder. Los envía como ovejas en medio de lobos. Esta es la situación de la iglesia en los primeros siglos.

Si Jesús dice: "No tengáis miedo", significa que el cristiano coherente con su fe tiene motivos para temer por su vida; significa que la difusión y práctica del evangelio encuentra resistencia y tiene enemigos irreconciliables aunque se llamen cristianos; significa, como dice san Pablo en la segunda lectura que el pecado entró en el mundo y por muy justo que uno sea padece situaciones de pecado a las que tiene que enfrentarse. La novedad de Cristo no está en decir aquí no pasa nada y todos tan contentos sino en la promesa y el don de la victoria definitiva.

Este fue también el drama del profeta Jeremías relatado en la primera lectura. Le delataron, le detuvieron y querían vengarse contra él. Esto es, primero le desprestigiaron, luego fue detenido y pasó a disposición judicial. Tuvo, pues, que soportar afrentas y vergüenza ante la clase bienpensante y acomodada de su época. Aunque era justo sólo Dios -y la tradición después- lo reconocieron como tal.

Si nos reconocemos discípulos de Cristo y recitamos el mismo credo que los apóstoles, entonces tienen sentido las palabras de Jesús: "Tened cuidado de los hombres porque os entregarán a los tribunales" (Mt 10 17) pero "no tengáis miedo". Él sabe que es duro seguirle y nos anima prometiéndonos su testimonio en favor nuestro ante el Padre. No tengamos miedo aunque nos sintamos acechados y espiados como el profeta Jeremías. Pero no nos engañemos; el evangelio tiene enemigos y se da lucha. La originalidad del evangelio no es servir de medicina para el alma preservándola de la política y el conflicto. La originalidad reside en que somos enviados a una misión difícil con confianza y ánimo suficiente para afrontarla sabiendo que el Juicio definitivo no es el de los tribunales políticos sino el del Padre.

EUCARISTÍA 1975/37