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HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO XI DEL TIEMPO ORDINARIO
22-26
22.
12 de junio de 2005
MOISÉS Y LOS APÓSTOLES
NACE UN PUEBLO SAGRADO
1."Si de veras escucháis mi voz y guardáis mi alianza, entre todos los pueblos seréis mi propiedad especial...Seréis un reino de sacerdotes y un pueblo sagrado" Exodo 19,2. Moisés había sido elegido por el Señor, que le habló en Horeb. Le confió que había visto la opresión de su pueblo en Egipto, y por eso le enviaba al Faraón para que lo dejara salir de allí. Dile al Faraón: "Deja marchar a mi pueblo para que me rinda culto". Después de muchas vicisitudes, llevado sobre alas de águila, salió por fin el pueblo de Israel de Egipto y caminó por el desierto hacia el Sinaí, monte de Dios.
2. Subió Moisés hacia Dios, como mediador, a quien el Señor quería acreditar ante su pueblo. Es el estilo de Dios. Después de la esplendorosa vida mística de Santa Teresa antes de comenzar la Reforma, cesaron los fenómenos visibles y espectaculares. Mientras ella estaba pensando esto, le dijo el Señor: "Bastante crédito tienes para lo que yo pretendo".
3. Desde la elección de Abraham Dios sueña con un pueblo suyo. Errantes los primeros patriarcas y probada y aquilatada su fe, va a materializarse, lo que era promesa y esperanza, en realidad: Va a nacer el pueblo de Dios.
4. Dios quiere comunicar sus grandes riquezas a ese pueblo, confiarle sus secretos, y hacerlo portavoz de su palabra para toda la tierra. El pueblo, a su vez, tiene que comprometerse a guardar la Alianza. Les recuerda lo que ha hecho con ellos sacándolos de la esclavitud de Egipto, y cómo les ha llevado sobre alas de águila hasta él. En medio de truenos y relámpagos y en una nube oscura, mientras el toque de la trompeta crecía en intensidad, Moisés hablaba y Dios le respondía con el trueno. Lo que Dios decía a Moisés éste lo transmitía al pueblo. Y la respuesta de todo el pueblo fue unánime: "Haremos cuanto dice el Señor". Con ello se comprometían a aceptar la Alianza. Era el sí incondicional del pueblo elegido. En la economía actual tenemos un Pontífice para toda la Iglesia, un Obispo para cada diócesis, un párroco para cada comunidad parroquial. Al comienzo del pueblo, Israel ha sido elegido para ser el sacerdote universal del mundo. Así lo expresará después San Pedro: “Vosotros sois un linaje escogido, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa, vosotros, que antes no erais pueblo, ahora sois el Pueblo de Dios” (1 Pe 2,9).
5. "Jesús se compadeció de las gentes porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas sin pastor" Mateo 9,36. Me conmueve contemplar a Jesús enternecido por la compasión de todas aquellas gentes a quienes predica, consuela, cura, alimenta. No es un pastor suficiente, cerebral, impasible, de los que sólo saben imponer la ley a rajatabla, aunque se hunda el mundo y la caridad. Ante todo, la ley, después, el amor, si llega... Jesús, enternecido hasta las lágrimas, es para mí, una de las mejores imágenes que debe ser doblada por todos los enviados. Jesús siente compasión por los ciegos, por los leprosos, por los que tienen hambre, por los poseidos por el demonio, por la viuda de Naim, por Lázaro en la tumba, por cualquier persona que sufre. Y no esconde su compasión friamente, no se avergüenza de llorar ante la gente, y ese es el mejor consuelo que se puede ofrecer al que sufre y llora su su dolor y su amargura, más elocuente que todas las palabras y todos los discursos, ¡cómo lo reciben y agradecen! Cuando no se sienten entendidos, compadecidos y mirados con indiferencia, sufren. Por eso, esconder la propia compasión es un error, una injuria que se le hace al dolor contemplado y explicado. A ellos les pertenece la compasión de los que conocen su dolor, su tribulación y amargura. Pero la compasión de Jesús no es comedia ni retórica, ni inoperante e ineficaz, sino comprometida y actuante. Y llora y cura, llora y resucita, llora y saca demonios, llora y cura a los leprosos.
6. No es que las multitudes que le seguían estuvieran fatigadas por el cansancio de las caminatas, o hambrientas porque se encontraran en lugares distantes y descampados y desiertos, que también. La intención del evangelista es otra: Que las gentes no encontraban el pan sustancial de la doctrina evangélica, que se les conducía por el camino del temor, que no conocían todavía al Espíritu dador de Vida, que estaban muy lejos de escuchar que Dios es un Padre amoroso, que le ha enviado a El, como Don supremo. Por eso las veía como “ovejas sin pastor”. Y porque, algunos ¡ay!, acuciados por el instinto hondamente religioso sellado en sus almas y por la nostalgia de Dios, se dejan embaucar por magos y adivinos, astrólogos y augures, por errores y por supersticiones que les atenazan y obsesionan, les bloquean y les mantienen en el área de la mentira, dejándose guiar por el mal espíritu, disfrazado de ángel de luz. Eran pues, todavía gentes y multitud, pero aún no formaban pueblo, porque no tenían pastor. El pastor es el que asegura la unidad del pueblo, el mismo fin del pueblo, el crecimiento y la prosperidad del pueblo. El pastor es el padre de familia, que no se rige por leyes y órdenes y reglamentos, sino por amor. La plenitud de la ley, el amor, la gozosa intimidad con el Padre, había sido adulterada por la casuística farisaica. La compasión de Cristo, no es sólo un lamento estéril, sino la expresión de su realidad: Ha venido para calmar esa sed existencial de los hombres, para liberarlos de todas sus esclavitudes, por eso, enviará a sus discípulos a curar enfermos, resucitar muertos, limpiar leprosos, arrojar demonios. Ambición de dominar, pasión de tener, adicción a los dioses de este mundo, y seguimiento de las doctrinas y sueños destructores, que les atenazan y les distancian de la realidad de la vida y del mundo. Curar llagas y heridas, corazones y angustias, depresiones. Dominar y refrenar deseos desordenados, desterrar odios y rivalidades. Alentar, estimular, nunca condenar, sembrar esperanza, confiar en el hombre, hacer brotar la confianza en el hombre. Iluminar las conciencias de los jóvenes maravillosos, que se dejan arrastrar por el espejismo de lo falaz, soñado y destructor.
7. La misma multitud que no tiene pastor, es la mies abundante sin braceros que la cultiven y cosechen. Con cariño y dedicación, pero con seguridad y veracidad, transparencia y coherencia. El llamamiento de los doce discípulos sugiere el recuerdo de la vocación de Moisés para ejercer la misión de mediador. Mateo nos da los nombres de estos apóstoles, mediadores entre Dios y su pueblo, al que tienen que cuidar, apacentar, cultivar y regar como mies, y llevar hasta la cumbre del cumplimiento de la Alianza con el Señor, como hiciera Moisés. Moisés es el mediador de la Antigua Alianza; los Apóstoles los de la Nueva en la Sangre de Cristo. He ahí la enorme responsabilidad de los que teniendo que estar a la altura de su misión y al día en las doctrinas heterodoxas modernas, que con la pretensión de dar respuestas a las preguntas más inquietantes del hombre, le desorientan quizá para toda la vida, presentándole un tipo nuevo de hombre, un esquema falseado de la familia, fundado en el progreso de la ciencia y de la antropología y creando en ellos una conciencia que creen nueva, avanzada, y más acorde con la espontaneidad de la carne. Jesús anhela que el hombre se deje conducir por la espontaneidad del Espíritu, pero para eso tiene que mortificar la de la carne, y por eso increpa al espíritu: “Sal del muchacho y no vuelvas nunca más a entrar en él” (Mc 9,25). "Esta clase de demonios sólo se lanza clon oración y ayuno".
8. “Rogad al dueño de la mies que envíe trabajadores a su mies”. Como esta misión empeñativa, no es una empresa puramente humana y temporal y el principal y mayor interesado es el Señor, es él quien tiene que enviar trabajadores. A él hay que pedirle que los envíe. “Nunca es más útil el sacerdote al pueblo que cuando está de rodillas ante el sagrario” dijo Pío XII. Es la misíón de la Iglesia. No deja de sugerir una contradicción que siendo tan necesaria la evangelización y tan universal el hambre de Dios, limite Jesús a los apóstoles el territorio: tienen que ir a las ovejas descarriadas de Israel, y les prohibe ir a tierra de paganos y entrar en las ciudades de Samaría. La misión es universal, pero la lección es pedagógica: Reunir a los de casa, santificar a los de Israel, que es el pueblo sacerdotal, de cuya santidad y rectitud depende su eficacia en el mundo. “Sois la sal del mundo. Si la sal se vuelve sosa, ¿con qué se la salará?" (Mt 5,13).
9. Con el salmo 99 nos profesamos su pueblo y ovejas de su rebaño, por lo cual aclamamos al Señor y le servimos con alegría, porque él por misericordia nos hizo y somos, por lo tanto, suyos. El salmo, que tiene un marcado carácter litúrgico, es una doxología poblada de lirismo, era cantada en procesión de alabanza y acción de gracias. Con él, convocamos a toda la tierra, "también a los extranjeros que se acercan al Señor para servirle y amar su nombre, porque su casa es casa de oración para todos los pueblos" (Is 56,6). Con el salmo damos gracias por los beneficios que hemos recibido a través de la historia, pues el Señor ha cambiado nuestro modo de ser porque es bueno y fiel a sus promesas. "La prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros" Romanos 5,6.
10. Ofrezcámonos a ayudarle aliviando la penuria de trabajadores, para que colaborando con el Espíritu, llegue más pronto su reino al mundo. Y “roguemos al Señor de la mies, que mande trabajadores a su mies". Que "curen enfermos, resuciten muertos, limpien leprosos, arrojen demonios". Con la fuerza del Espíritu, que emana de su más íntima unión con el, derribados los muros de las pasiones, en total pureza y santidad, confiando más en la oración que en sus talentos humanos. Y que lo hagan gratis, es decir, sin esperar recompensas, sin miras humanas, sin discordias ni rivalidades, sin resentimientos ni envidias, con vocación y entrega, sin horas de ministerio como los asalariados, que no las tuvo Cristo, ni los santos. Entregados y generosos, con cariño y entrañas maternas. Trabajadores ministeriales que ofrezcan el sacrificio por la Iglesia y por el mundo. Trabajadores religiosos que se inmolen y se gasten y desgasten generosamente y con gratuidad, a lo San Pablo (2 Cor 12,15). Trabajadores laicos en el hogar, en la familia, en el trabajo, en la oficina, en la amistad, en el dolor y en la enfermedad. Trabajadores que aproximen el Reino de Dios para que todo el mundo se salve.
JESÚS MARTÍ BALLESTER
23. INSTITUTO DEL VERBO ENCARNADO
Comentario
general
Sobre la Primera Lectura (Ex 19, 2-6)
Se nos narra la magnífica Teofanía del Sinaí. Dios llama a Moisés como mediador
de la Alianza. La «Nube» es el signo que vela y revela la Presencia de Dios:
Ante todo, Dios quiere que Moisés testifique al Pueblo la predilección con que
distingue a Israel: «Os he llevado sobre alas de águila y os he traído a Mí»
(4). La liberación milagrosa de Egipto es el testimonio divino de la vocación y
destino excepcional de Israel.
En virtud de esta elección y vocación especial Israel será entre todas las
naciones: El Pueblo de la Alianza, Pueblo Sacerdotal, Pueblo Santo (6). Estas
prerrogativas entrañan el deber de vivir consagrados a Dios: a su adoración y
culto, a su amor y servicio, y a dar testimonio de él a vista de todos los
pueblos. No podemos negar que Israel, a pesar de sus limitaciones y debilidades,
cumplió en el A.T. esta misión y función que Dios le confió.
Dios al proponernos su plan respeta nuestra libertad. En el momento de la
elección de Israel para tan grande destino debe constar clara la aceptación
libre de los elegidos. En esta hora trascendental Moisés es el Mediador entre
Dios y el Pueblo. Moisés ha expuesto a Israel de parte de Dios el plan divino,
sus exigencias y su galardón. Ahora de parte del Pueblo, presenta a Dios el
generoso compromiso de aceptación y vinculación sincera: « Y todo el Pueblo
respondió a la vez diciendo: «Haremos todo lo que Yahvé ha mandado». Y Moisés
volvió a Yahvé las palabras del Pueblo» (8). Todavía falta mucho para que la
relación entre Dios y los hombres adquiera la intimidad y confianza que Dios
quiere y merece. Pero, sin duda, la Alianza del Sinaí abre caminos nuevos para
el reencuentro de Dios y el hombre. Caminos que conducen a la purificación y
santificación perfecta del hombre, que se llama Redención; y al acercamiento
perfecto y personal de Dios a nosotros, que se llama Encarnación. La «Alianza»
Mosaica es un paso gigante de este camino.
Sobre el Evangelio (Mt 9, 36-10, 8)
San Mateo nos presenta la Nueva Alianza, la Iglesia, en expansión y el cuadro
selecto de sus Mensajeros:
Jesús, el Enviado del Padre, se preocupa de buscarse colaboradores. Es muy
numeroso el rebaño, es muy dilatado el campo. El mensaje de la Salvación debe
llegar a todos los confines de la tierra. El Redentor único es Cristo. Pero el
fruto de su Redención lo harán llegar a todas las almas los que El escoge por
sus colaboradores y sucesores: el grupo de los Doce (10, l).
En manos de ellos pone Cristo con generosidad suma todos sus poderes y todas las
riquezas de la Redención. Serán sus legados plenipotenciarios (8). «Así, pues,
enviados los Apóstoles por Cristo, los hizo partícipes de su consagración y de
su misión; y por medio de los Apóstoles, a los sucesores de éstos, (P.O. 2). La
Iglesia es Sacramento de Salvación porque todo el fruto de la Redención de
Cristo sigue en manos de los sucesores de los Apóstoles.
Al mismo tiempo, Jesús traza a sus Apóstoles el programa de conducta y de vida.
Programa de entrega total y urgente a su misión de evangelizar: Primero, a
Israel (6). Era plan de Dios que la Salvación, partiendo de Israel, llegara a
todas las gentes. Otra consigna de Cristo a los mensajeros del Evangelio es el
desinterés y desasimiento de toda ambición pecuniaria y terrena (9. 10) y el
total abandono en manos de la Providencia del Padre. Nunca faltarán personas
agradecidas y de buen corazón que atenderán a los mensajeros del Evangelio y les
retornarán con una asistencia corporal los bienes espirituales que de ellos
recibieron.
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San Juan Crisóstomo
La mies es mucha, los obreros pocos
El Señor da pruebas de una nueva solicitud. Porque viendo a las muchedumbres,
tuvo lástima de ellas, pues se hallaban fatigadas y tendidas, como ovejas sin
pastor, dijo a sus discípulos: La mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogad,
pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies. Mirad una vez más cuán
ajeno es el Señor a la vanagloria, pues para no atraerlos Él a todos en pos de
sí, envió a sus discípulos. Aunque no es ésa la única razón por que los envía.
Él quiere que se ejerciten en la Palestina, como en una palestra, y así se
preparen para sus combates por todo lo ancho de la tierra. De ahí que cada vez
les va ofreciendo más ancho campo de combates, en cuanto su virtud lo permitía,
con el fin de que luego se les hicieran más fáciles los que les esperaban. Era
como sacar sus polluelos aún tiernos para ejercitarlos en el vuelo. Y por de
pronto los constituye médicos de los cuerpos, y más adelante les confiará
también la curación, más importante, de las almas. Y considerad cómo les
presenta su misión a par fácil y necesaria. Porque, ¿qué es lo que dice? La mies
es mucha, pero los obreros pocos. No os envío - parece decirles- a sembrar, sino
a segar. Algo así les había dicho en Juan: Otros han trabajado, y vosotros
habéis entrado en su trabajo (Jn 4,38). Ahora bien, al hablarles así, quería el
Señor reprimir su orgullo a par que infundirles confianza, pues les hacía ver
que el trabajo mayor estaba ya hecho. Pero mirad también aquí cómo el señor
empieza por su propio amor y no por recompensa de ninguna clase: Porque se
compadeció de las muchedumbres, que estaban fatigadas y tendidas, como ovejas
sin pastor. Con estas palabras apuntaba a los príncipes de los judíos; pues,
habiendo de ser pastores, se mostraban lobos. Porque no sólo corregían a la
muchedumbre, sino que ellos eran el mayor obstáculo a su adelantamiento. Y era
así que cuando el pueblo se maravillaba y decía: Jamás se ha visto cosa igual en
Israel, ellos decían lo contrario y replicaban: En virtud del príncipe de los
demonios, expulsa éste a los demonios. -Mas ¿a quiénes designa aquí el señor
como trabajadores? -Indudablemente, a sus doce discípulos. -Ahora bien, después
de decir que los obreros eran pocos, ¿añadió algo más? -De ninguna manera. Lo
que hizo fue enviarlos a trabajar. -¿Por qué, pues, decía: Rogad al dueño de la
mies que envíe obreros a su mies, y Él no les envió ninguno? Porque, aun siendo
sólo doce, Él los multiplicó más adelante, no por su número, sino por la virtud
de que les hizo gracia.
(Homilías sobre S. Mateo 9, 37) BAC -T I
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Dr. D. ISIDRO GOMÁ Y TOMÁS
Misión de los Apóstoles
Evangelio de la fiesta de San Vicente de Paúl y de la Misa de la Propagación de
la Fe (vv. 35-38)
Explicación. — Los apóstoles estaban ya formados para emprender por su cuenta, y
bajo las instrucciones y dirección de Jesús, la predicación de la divina
doctrina. Durante más de un año habían oído las enseñanzas de labios de Jesús,
en los discursos públicos y en las instrucciones particulares. Habían sido
testigos de sus procedimientos de apostolado, de sus milagros, de sus
contradicciones y de sus triunfos. Por otra parte, la situación del pueblo de
Dios es misérrima: hora es ya de que se intensifique la predicación del reino de
Dios, haciendo Jesús de sus apóstoles colaboradores suyos en la grande obra.
NUEVA EVANGELIZACIÓN DE LA GALILEA (35-38). — Como Buen Pastor que ama a todas
sus ovejas por igual, y que espontáneamente va a su encuentro, Jesús, después de
su estéril predicación en Nazaret, sale a recorrer de nuevo la Galilea,
predicando en todo lugar, grande y pequeño, porque a todos quiere para su reino:
Y recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de
ellos, predicando el evangelio del reino. En todas partes muestra su poder y
misericordia: Y sanando toda dolencia y toda enfermedad, a fin de que se
convencieran por las obras aquellos a quienes no convencía la sola predicación.
La visión de la miseria intelectual y moral de aquel pueblo, que pudo palpar
Jesús durante aquella correría, y de la que quiso fuesen testigos los apóstoles,
le llegó al corazón: Y viendo a las gentes, se compadeció de ellas: porque
estaban fatigadas y decaídas, como ovejas que no tienen pastor. La comparación
es gráfica : el pueblo de Dios es llamado rebaño de Dios muchas veces (Is. 63,
11; Ter. 10, 21; 13, 17 ; 23, 1; Ez. 34, 3; 36, 38, etc.). Más gráfica es aún la
significación del original griego de las palabras en que se describe la suma
miseria de aquel rebaño de Dios: esquilmado, vejado, dilacerado, rendido y sin
fuerzas, como grey sin pastos ni pastor; todo por culpa de sacerdotes y doctores
de la ley que no apacentaban aquel pueblo con la verdadera doctrina, y le
vejaban material y moralmente en mil formas.
Entonces, para que se dieran cuenta de la magnitud de la miseria de aquel pueblo
y sintiesen el estímulo de trabajar para reunir tanta mies en el granero de la
futura Iglesia, dice a sus discípulos: La mies es verdaderamente mucha, mas los
obreros son pocos, porque pocos eran los que buscaban el bien espiritual del
pueblo. Consecuencia natural de la visión de tanto estrago es la oración a Dios,
dueño del inmenso campo de las almas. Rogad, pues, al Señor de la mies que envíe
trabajadores a su mies. Es don de Dios el que tengan los pueblos buenos
pastores; los pueblos pueden ayudar a ellos con su oración, que es la base
primera y necesaria de toda gran reforma.
MISIÓN DE LOS APÓSTOLES (10, V. 1). — En este momento de su predicación, empieza
Jesús a conferir sus poderes a los apóstoles, que deberán ser sus auxiliares en
la propagación del Evangelio, Mt. no habla de la elección de los doce, que
supone hecha ya (Me. 3, 14; Le. 6, 13); y empieza con el capítulo 10 a explicar
su misión, para dar luego sus nombres y describir las instrucciones que les dió
Jesús: Y habiendo convocado a sus doce discípulos o apóstoles, les dió potestad
sobre los espíritus inmundos, sobre todos los demonios. Como los reyes y
príncipes, cuando confían a alguien alguna legación, les añaden sus poderes para
conciliarles autoridad ante quienes son enviados, así Jesús les da a sus
apóstoles poderes tales que sólo Dios se los pudiera dar. Y se los da Jesús en
nombre propio, lo que revela su suprema potestad; y se los da semejantes a los
que él ha ejercido por misión del Padre: Para lanzarlos, y para sanar toda
dolencia y toda enfermedad. No sólo ello, sino que les dió el poder de
magisterio, que deberán ejercer de dos en dos, para consuelo mutuo y para que
tuviesen más fuerza en el ejercicio de su ministerio; Y los envió, de dos en dos
a predicar el Reino de Dios y a sanar enfermos.
Lecciones morales. — A) v. 36. -- Se compadeció de ellas (de aquellas gentes):
porque estaban… como ovejas que no tienen pastor. — La oveja es un animal
sumamente doméstico: sin el auxilio del hombre, perece, por el hambre y víctima
de los animales rapaces. Así el hombre está sometido por su misma naturaleza a
una autoridad y a un magisterio, especialmente en las cosas de Dios, que son las
de su fin. La suma miseria del hombre es quedar sin el pastor o con malos
pastores en este punto vital. Tal era, dice el Crisóstomo, el estado del pueblo
judío; quienes en él debían ejercer el oficio de pastor, se manifestaban lobos
rapaces; porque cuando las turbas decían de Jesús: "Nunca se ha visto cosa tal
en Israel", los fariseos decían: "Es en el príncipe de los demonios que arroja
los demonios." De aquí la profunda conmiseración del Corazón de Jesús. De aquí
se desprende la tremenda responsabilidad de quienes no hacen para con sus ovejas
el oficio de buen pastor, así como la compasión que deben inspirarnos aquellos
que carecen de pastor: multitudes ignorantes y llenas de prevenciones,
entendimientos extraviados, pobres ovejas que han huido del redil de la Iglesia,
etc.
B) v. 37. — La mies es mucha, mas los obreros son pocos. — La mies copiosa, dice
San Jerónimo, es la multitud de los pueblos; los escasos obreros, la penuria de
maestros. Es una gran desgracia del mundo, de las naciones, de las ciudades, de
los organismos, no tener hombres capaces de guiarlos. Es como una decapitación
de las agrupaciones; porque el hombre debe ser naturalmente enseñado y
gobernado. Y es algo que depende solamente de Dios: porque si bien los que han
degenerado de su magisterio tienen su responsabilidad personal, es Dios, que
gobierna los pueblos, el que en su Providencia consiente les falten directores.
Por esto se impone la oración, porque sólo Dios puede remediar tamaña calamidad:
"Rogad al Señor de la mies que envíe operarios a la mies..." (v. 38). Así debe
hacerlo el pueblo cristiano para que jamás le falten maestros dignos que le
guíen.
C) Io, v. 1. — Y habiendo convocado a sus doce discípulos... Convocar es agrupar
llamando: Jesús convoca a sus Doce antes de conferirles sus poderes, para
significar el origen de su poder y la unidad de su ministerio. En la Santa
Iglesia, todo poder deriva de Jesús, y todo debe estar religado a Jesús: no hay
poder legítimo, ni en su origen ni en su ejercicio, fuera de Jesús. Y con
respecto a los partícipes de este poder, no sólo deben estar atados a Jesús,
sino que deben estarlo entre sí. Todo poder que quiso comunicar Jesús al Colegio
Apostólico, lo comunicó solidariamente a sus apóstoles, y solidariamente debe
ejercerse bajo la suprema autoridad y dirección del sucesor del Príncipe de
ellos, que es el Papa. Salir de esta norma es, aun haciendo el bien, privarle de
su máxima eficacia, exponerse a desedificar, y debilitar los vínculos de la
caridad apostólica que debe presidir el ejercicio de nuestros ministerios.
D) v. I. — Les dió potestad... — Como la miseria del mundo era múltiple, así dió
Jesús a sus discípulos facultades múltiples. Del seno de su poder infinito, sacó
multiplicidad de remedios para curar la multitud de nuestros males: para
combatir a los demonios, para devolver la salud a los cuerpos, para curar las
llagas del espíritu. Y quiso que estos poderes los tuvieran hombres y se
perpetuaran entre los hombres, para que donde está el mal se halle también la
medicina. Gran misericordia de Dios es el que viniese al mundo para curarnos; no
es menor que multiplicara los médicos y los pusiera a nuestro alcance, en todas
partes, en toda la serie de los siglos.
(Tomado de El Evangelio Explicado Vol.II Cuarta Edición. Editorial Casurellas-Barcelona,
1949,Pág.316-320)
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Otto Hophan
Los Apóstoles
El Evangelio refiere dos misiones apostólicas. La primera sucedió en medio de la
vida pública de Jesús poco después del alejamiento del pueblo a causa de las
parábolas y de la prisión del Bautista. San Mateo nos describe la situación
espiritual del pueblo en aquella época: «Cuando Jesús vio a la muchedumbre se
llenó de compasión, porque se hallaban derrotados y tendidos como ovejas sin
pastor.» Y el Señor en su misericordia quiso multiplicar su pan y su palabra por
medio de sus Apóstoles. La voz de los Doce había de hacer múltiple eco a las
palabras del Bautista: «Mirad que se acerca el Reino de Dios.» Esta primera
misión fue confiada con prudentes precauciones a los Apóstoles. Estos vicarios
primerizos del Maestro habían de realizar su prueba apostólica bajo la
vigilancia de su bondadosa mirada, muy cerca de Él y lejos del tumulto del
mundo. «No toméis el camino de los gentiles ni vayáis a los samaritanos. Id a
las ovejas perdidas de la casa de Israel.» Cumplía el Señor con esta limitación
las promesas que habían sido hechas al pueblo escogido. Aquella primera misión
fue también limitada en cuanto al tiempo. Hubiera sido improcedente mandar a los
Doce a consumir la mayor parte de su tiempo en la predicación cuando todavía era
para ellos tiempo de aprender y no de enseñar sin intervención ninguna. Muy
pronto, en efecto, los volvemos a encontrar en torno del Maestro dándole cuenta
de cuanto habían hecho y enseñados, y aguardando llenos de expectación, como
escolares en tiempo de examen, el juicio de su Maestro bueno y sabio. Los
poderes, que en aquella su primera salida les confiara el Maestro, son limitados
y no difieren mucho de los otorgados a los setenta y dos discípulos: la difusión
de sus palabras y, como preparación, la prueba de los milagros. «Se pusieron en
camino y predicaron la penitencia. Expulsaron muchos malos espíritus y ungieron
con óleo a muchos enfermos, cifrándolos de sus dolencias.»
Si con aquella única misión hubiera quedado concluida la labor de los Doce,
pudiéramos afirmar que sólo entonces fueron «Apóstoles». Enviados del Señor.
Pero tal idea es en sí misma inverosímil. El corazón del Señor, lleno de gracia
y de amor, lleno de compasión y misericordia, no podía detenerse en las ovejas
perdidas de la casa de Israel; su compasión pasa sobre Israel a todo el ancho
mundo desorientado y perdido en las tinieblas, porque Él es el Salvador del
mundo. En realidad, el Evangelio no ha sido promulgado para la salvación de
Israel tan sólo, sino para la salvación de toda la humanidad. El mismo Jesús lo
expresó claramente ya en los primeros pasos de su vida pública: «Vendrán muchos
de Oriente y de Occidente y se sentarán en el Reino de los Cielos con Abraham,
Isaac y Jacob», y en la parábola del Convite hace venir a los invitados de las
calles y callejas de la ciudad, de los caminos y senderos del campo. Nos sería
difícil y prolijo reunir todos los pasajes en que Jesús extiende su acción al
universo y al futuro, saltando las barreras de su tiempo y de su pueblo. Contra
la repetida afirmación de que Jesús hablaba como si fuera inminente el fin del
mundo, y se ilusionaba e ilusionaba a sus Apóstoles con esta consoladora
esperanza, se han de destacar aquellas terminantes palabras suyas: «Este
Evangelio será anunciado en todo el mundo en testimonio para todas las gentes y
entonces será el fin.» ¿Quién se encargaría de llevar su Evangelio a todas las
naciones del mundo? Sus leales, sus Apóstoles. Los enviaría por segunda vez,
pero no ya a sólo el pueblo de Israel, sino al mundo universo. No por quince
días, sino para siempre. No tan sólo para extender sus palabras y sus milagros,
sino también su sangre y su gracia.
En el monte de Galilea, en donde los reunió después de su Resurrección, habló de
esta manera a los once: «Toda potestad me ha sido dada en el cielo y en la
tierra. Id, pues, y enseñad a todos los pueblos. Bautizadlos en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Y enseñadles todo cuanto yo os he
mandado. Mirad que yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo.» ¡Momentos de
impresionante grandeza! Unos minutos más tarde levantará el Señor por última vez
su mano para bendecirlos y su cuerpo clarificado por la resurrección se elevará
al Padre. ¡Cómo podría apartarse de nosotros sin cuidado ninguno, sin
preocuparse más de nosotros! ¿No nos quedaría de Él otro recuerdo que las pobres
huellas de sus pies impresas, según la leyenda, en la piedra de donde se elevó a
los cielos? ¡No! Ved cómo el mundo era su última preocupación. Él deposita su
amor y su poder en aquellos hombres, que por su mandato llegarán hasta los
confines de la tierra. San Mateo es de los cuatro evangelistas quien más
vigorosamente y con más belleza nos refiere el mandato del Maestro. Pero, aunque
este pasaje se hubiera perdido, aún nos quedaba la relación de los otros tres,
por donde llegar a conocer la última voluntad del Señor. Dice San Marcos: «Y Él
les dijo: Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a todas las criaturas.» Y
San Lucas: «Y que en su nombre se predicara a todos los pueblos, empezando por
Jerusalén, la penitencia y el perdón de todos los pecados.» Y San Juan en un
relato conmovedor nos ha referido la transmisión del poder y de la gracia para
la salvación de todo el mundo y de la grey del Señor dispersa por todos los
siglos: «Simón, Simón, ¿me amas más que éstos? ¡Apacienta mis corderos!
¡Apacienta mis ovejas!» Estos textos prueban sobradamente cuán grande era la
preocupación por la salvación del mundo, que en aquellos últimos momentos de su
estancia entre los hombres llenaba el corazón del Maestro. Éste es el primer
pensamiento que nos viene a las mentes cuando vemos cómo, volviendo Él al Padre,
su primer cuidado es dejar asegurada por sus Apóstoles la evangelización del
mundo. En estos hombres y por ellos continuaría su obra redentora.
Los Apóstoles son, pues, los Maestros del mundo. No son sólo filósofos cuyas
doctrinas a nada comprometen, ni son predicadores que no suscitan más que un
movimiento de curiosidad. Ellos son los anunciadores oficiales de los secretos
de la voluntad de Dios. Ellos tienen poder sobre el espíritu humano para
cautivarlo al servicio de Cristo. Cuán grande fuera la autoridad docente de los
Apóstoles nos lo muestra la misma historia de las sectas cristianas de los
primeros siglos, que trataban de confirmar sus errores con los escritos, muchas
veces apócrifos, de los Apóstoles. Los Evangelios, Hechos y Cartas, atribuidos a
los distintos miembros del Colegio Apostólico, prueban que en aquellos tiempos
sólo se reconocía como verdad cristiana la que había salido de los labios de
alguno de los Apóstoles.
Los Apóstoles son los Pastores de los pueblos. Porque el Maestro no les confió
tan sólo la predicación de la Buena Nueva, sino también la tarea de hacerla
fructuosa. Ellos tienen el poder tremendo de atar y desatar las conciencias: «En
verdad os digo que cuanto atareis sobre la tierra será atado en el cielo y
cuanto desatareis sobre la tierra será desatado en el cielo.» Los escritos
apostólicos nos dan numerosos testimonios de que aquellos buenos pescadores y
labradores de Galilea no vacilaron en hacer uso de este poder. Ellos ataron y
desataron, establecieron leyes y castigos, juzgaron y sentenciaron. Pedro lanzó
anatema contra Ananías y Safira y contra Simón Mago, y abrió a los paganos la
puerta del cielo. Pablo excomulga a un corintio deshonesto, ordena el servicio
divino y establece el modo conveniente de asistir las mujeres al templo. De modo
semejante obraron todos los demás. Todos se muestran como los pastores
responsables de su rebaño ante el Maestro.
Los Apóstoles son los Sacerdotes de los pueblos. No se adentran en el mundo con
sólo las Escrituras y su cayado de pastores, sino también con el cáliz colmado
de la sangre de Cristo. No sólo con las llaves que cierran o abren, sino también
con sus manos dispuestas a bautizar y bendecir. Se les confió un poder
sobrehumano sobre la más íntima santidad de las almas. Es el Maestro mismo quien
les ha dicho aquellas palabras: « ¡Bautizad!» «Recibid el Espíritu Santo; a
quienes perdonareis los pecados les serán perdonados y a quienes se los
retuviereis les serán retenidos.» Y aquellas otras aun más venerables y santas:
«Éste es mi cuerpo, ésta es mi sangre. Haced esto en mi memoria.» Un antiguo
escritor oriental expresa esta santificación de los pueblos por los Apóstoles en
estas maravillosas palabras: «El país de Palestina recibió la bendición
sacerdotal por manos del Apóstol Santiago. El país de Asia recibió la bendición
sacerdotal por manos del Apóstol Juan. Roma recibió la bendición sacerdotal por
las manos de los Apóstoles Pedro y Pablo.» ¿Y no viene a decir lo mismo San
Pablo cuando escribe a los corintios: «Considéresenos como ministros de Cristo y
dispensadores de las gracias de Dios»?
¡La misión apostólica! El espectáculo de aquel puñado de hombres en lo alto de
un monte de Galilea en torno de Jesús en los momentos que preceden a su última
despedida resplandece por su conmovedora sencillez. Sin embargo, qué
inconmensurables e infinitas son las perspectivas que se tienden desde aquel
lugar y momento por la tierra hasta los confines del espacio y del tiempo y por
el cielo hasta las más íntimas profundidades de la Santísima Trinidad. La misión
de aquellos Doce es la reiteración y continuación de las misiones divinas para
la salvación de la humanidad. El Señor mismo compara y pone en la misma línea la
misión de los Doce con la suya propia y con la del Espíritu Santo. «Como mi
Padre me ha enviado, así os envío yo a vosotros.» «El Espíritu de verdad dará
testimonio de Mí... y vosotros habréis de dar también testimonio.» Lo que la
divina Providencia planeó y realiza por el Hijo y el Espíritu Santo lo continúa
por los Apóstoles. Los Apóstoles son la prolongación del brazo de Dios. Los
Apóstoles son las estribaciones de los montes eternos de donde nos viene la
salvación. Los Apóstoles son las playas de la humanidad adonde vienen a tocar
las olas de la misericordia de Dios. Nada nos viene del Padre sino a través del
Hijo. Nada nos viene del Hijo sino a través de los Apóstoles. El Hijo los envió
a todo el mundo. Como navíos de gran tonelaje habrán de regresar de todas las
costas del mundo al Hijo cargados con todos los pueblos de la tierra. El Hijo
les dio poder sobre toda carne, como el Padre se lo había dado a Él. Como
victoriosos conquistadores habrán de extender su poder y ganar para Cristo
pueblo tras pueblo hasta completar el ciclo de la vida divina, volviendo
conquistadores y conquistados a Cristo, y todos con Cristo al Padre. «Y cuando
Cristo haya dominado todas las cosas, el mismo Hijo quedará sujeto a quien las
puso todas bajo su poder, para que Dios sea todo en todas las cosas.»
(Tomado de “Los Apóstoles” de Otto Hophan, ed. Palabra, 1982, Madrid)
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SAN GREGORIO MAGNO
I. Hermanos carísimos, constando a todos que nuestro Redentor vino al mundo para
redimir también a los gentiles y puesto que estamos viendo llamar todos los días
a los samaritanos para que vengan a la fe, ¿cómo es que, cuando envía a sus
discípulos a predicar, dice: No vayáis a tierra de gentiles ni entréis tampoco
en poblaciones de samaritanos. Mas id antes en busca de las ovejas perdidas de
la casa de Israel, sino por lo que colegimos de su definitivo proceder?; esto
es: porque quiso que se predicara primero a sola la Judea. y después a todas las
gentes, para que cuando aquélla (Judea), llamada, no quisiera convertirse, los
santos predicadores vinieran después a llamar a los gentiles, de suerte que, una
vez rechazada la predicación de nuestro Redentor por los propios, buscara a los
pueblos gentiles, como a extraños, y lo que se hacia para prueba de los judíos
sirviera de aumento de gracia para los gentiles, pues a la sazón había quienes
de entre los judíos deberían ser llamados y quienes de entre los gentiles
deberían no ser llamados.
En efecto, leemos en los hechos de los Apóstoles (2) que, predicando Pedro,
primeramente creyeron tres mil hebreos y después cinco mil. Asimismo (16),
habiendo querido ir los apóstoles a predicar en Asia a los gentiles, se refiere
que el Espíritu Santo se lo prohibió; y, con todo, el mismo Espíritu, que
primero prohibió la predicación, la difundió después en los corazones de los
asiáticos, pues hace ya mucho tiempo que ha creído toda el Asia. De manera que
primero prohibió lo que después hizo, precisamente porque en aquella sazón
vivían allí los que no habían de salvarse; vivían entonces allí los que no
merecían ser restaurados para la vida ni tampoco ser más gravemente juzgados por
haber despreciado la predicación.
Luego, por un sutil y oculto juicio, a algunos se les priva de la sagrada
predicación, porque no merecen ser movidos de la gracia. Por lo cual, hermanos
carísimos, es necesario que en todas nuestras obras temamos los ocultos
designios de Dios omnipotente sobre nosotros, no sea que, mientras nuestra alma,
derramada exteriormente, no se aparta de lo que le place, el juez disponga
interiormente contra ella terribles adversidades.
Considerando bien esto, el Salmista dice (Ps, 65,5): Venid a contemplar las
obras de Dios y cuán terribles son sus designios sobre los hijos de los hombres.
Porque vió que uno es llamado misericordiosamente, al paso que otro es
justamente rechazado; y porque el Señor dispone unas cosas perdonando y otras
enojándose, le llenó de pavor esto que no pudo comprender, y, por eso, al que
vió, no sólo incomprensible, sino también inflexible en algunas de sus
disposiciones, le mencionó terrible en sus designios.
2. Pero oigamos qué es lo que se manda a los predicadores que fueron enviados:
Id y predicad, diciendo que se acerca el reino de Dios. Esto, hermanos míos,
aunque el Evangelio lo callara, harto lo pregona el mundo, ya que sus ruinas son
sus voces; porque él, que, quebrantado con tantos golpes, ha caído de su gloria,
ya nos presenta como cercano el reino venidero, ya resulta amargo a los mismos
que le aman; sus mismas ruinas publican que no se le debe amar.
Ahora bien, si cualquiera huiría de su casa cuando ésta, desplomada, amenazase
ruina, y aun se apresuraría a apartar de ella al que amara y que en ella
permaneciera, es consiguiente que, cuando el mundo se arruina y nosotros, por
amarte, nos adherirnos a él, más bien que habitar queremos ser aplastados, ya
que no hay razón alguna que aparte de su ruina a los que por las pasiones tiene
prendidos su amor.
Fácil es, por tanto, apartar nuestro corazón de su amor ahora, cuando vemos todo
destruido; mucho más difícil fue en aquel tiempo en que ellos eran enviados a
predicar el invisible reino de los cielos, cuando por todas partes velan
prosperar los reinados de la tierra. Por lo cual se agregó a los santos
predicadores el hacer milagros, para que el poder que ostentaban acreditara sus
palabras e hicieran cosas nuevas los que predicaran cosas nuevas, según lo que
se añade en esta lección: Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos,
lanzad demonios.
Cuando el mundo estaba floreciente y creciendo el género humano, perdurando
largo tiempo en este mundo la vida del hombre y en abundancia los bienes de la
tierra, ¿quién, al oirlo, creyera que había otra vida? ¿Quién preferiría lo
invisible a las cosas visibles? Pero ante los enfermos que tornaban a la salud,
y los muertos que resucitaban a la vida, y los leprosos que recibían la
purificación de sus carnes, y los libertados del poder de los inmundos espíritus
de los demonios, a vista de tantos milagros realizados, ¿quién no creería lo que
oyera decir de cosas invisibles?
En efecto, para esto brillan los milagros visibles, para atraer a la fe de las
cosas invisibles los corazones de los que los ven; para que, por estas cosas
admirables que se ven exteriormente, se llegue a comprender que lo que hay
interiormente es mucho más admirable.
También por eso, ahora, cuando ha crecido la multitud de fieles, hay dentro de
la Iglesia muchos que siguen el camino de las virtudes, pero no ostentan los
milagros de las virtudes, porque es inútil mostrar al exterior el milagro cuando
en el interior falta el motivo para obrarle; pues, conforme a lo que dice el
Doctor de las Gentes (I Cor. 14,22), el don de lenguas es una señal, no para los
fieles, sino para los infieles.
De ahí que el mismo egregio Predicador, a Eutico, que se quedó dormido mientras
el sermón y se cayó de la ventana y quedó totalmente muerto (Hch. 20,9), con sus
oraciones le resucitó a presencia de todos los infieles; y habiendo arribado a
Melita (Malta) y sabiendo que la isla toda era de infieles, orando curó al padre
de Publio, atacado de fiebres y disenteria (Hch. 28), En cambio, a Timoteo,
compañero suyo de peregrinación y coadjutor en la sagrada predicación, el cual
padecía debilidad de estómago, no le curó con palabras, sino que le confortó con
remedio medicinal, diciendo (I Tim. 5,23): Usa de un poco de vino por causa de
tu estómago y de tus frecuentes enfermedades.
¿Por qué, pues, no fortalece a su compañero enfermo valiéndose de la oración,
él, que a un enfermo infiel y muerto, según creemos, salvó con sólo orar? Sin
duda porque aquel. que no estaba todavía interiormente vivo debía ser sanado
interiormente por un milagro, para que, por lo que mostraba al exterior, la
virtud interior le animara a la vida interior. En cambio, no era menester
mostrar signos externos al fiel compañero enfermo, que ya vivía saludablemente
en su interior.
4. Oigamos ahora qué es lo que, después de conceder la potestad de predicar y de
hacer milagros, agrega nuestro Redentor: Dad graciosamente lo que graciosamente
habéis recibido. Porque sabía de antemano que el don, recibido del Espíritu
Santo, habían de utilizarle algunos torcidamente, esto es, para negociar con él,
y que el poder de hacer milagros le habían de emplear en fomento de la avaricia
(que para eso Simón Mago, al ver los milagros obrados por la imposición de
manos, quiso comprar con dinero el don del Espíritu Santo, a saber, para vender
peor lo que malamente habría comprado: Hch. 8). Por eso nuestro Redentor, con un
látigo, hecho de cordeles, arrojó del templo a las turbas y lanzó por el suelo
los tenderetes de los que vendían palomas (Jn. 2); pues vender las palomas
significa dar la imposición de manos, recibida del Espíritu Santo no por mérito
de la vida, sino por granjería.
Pero hay algunos que, cierto es, no reciben por la ordenación recompensa de
dinero y, sin embargo, conceden los sagrados órdenes a cambio de favores
humanos, y que buscan por esa donación tan sólo recompensa de alabanzas. Estos,
sin duda, no dan graciosamente lo que graciosamente han recibido, porque esperan
la moneda del favor a cambio del ministerio santo otorgado.
Acerca de lo cual el profeta (Is. 33,15), describiendo al varón justo, dice
rectamente: Tiene limpias sus manos de todo soborno. No dice: Tiene limpias sus
manos del soborno, sino que agrega de todo soborno; porque una es la recompensa
en obsequios, otra la recompensa a la mano, y otra la recompensa de la lengua.
Recompensa en obsequios es prestar una sujeción indebida; recompensa a la mano
es el dinero; recompensa de la lengua es la alabanza. Por consiguiente, quien
otorga los sagrados órdenes, entonces tiene las manos limpias de todo soborno
cuando por las cosas divinas no demanda, no ya dinero alguno, pero ni gratitud
humana alguna.
5. Ahora bien, hermanos carísimos, vosotros, los seglares, ya que conocéis lo
que atañe a nosotros, volved la reflexión a lo que a vosotros se refiere.
Servíos gratis mutuamente en todas las cosas. No queráis por vuestras buenas
obras recompensa en este mundo, que ya estáis viendo cuán rápidamente
desaparece. Así como procuráis ocultar lo malo que hacéis para que los otros no
lo vean, guardaos asimismo de hacer ostentación de vuestras buenas obras para
que los hombres las alaben. En modo alguno obréis el mal, pero tampoco el bien
por la recompensa temporal. Buscad por testigo de vuestras obras al mismo que
tenéis por juez; vea El que ahora vuestras buenas obras están ocultas, para que
las ponga de manifiesto al tiempo de la retribución. Así como procuráis alimento
al cuerpo para que no desfallezca, sean también alimento diario de vuestras
almas las buenas obras; el cuerpo se nutre con el alimento; aliméntese el
espíritu con la obra piadosa; lo que concedéis a la carne, que ha de perecer, no
lo neguéis al alma, que ha de triunfar para siempre.
Pues si, cuando un repentino incendio devora una casa, su dueño, quienquiera que
sea, pone en salvo todo lo que pudiere y huye y tiene por ganancia lo que libra
consigo del fuego, ved que la llama de las tribulaciones abrasa a este mundo y
todas las cosas de él, que parecían preciosas, el fin próximo, como fuego, las
devasta ya. Tened, pues, hermanos carísimos, por la mayor ganancia si lleváis
con vosotros algo de él; si, huyendo de él, lleváis algo; si lo que
permaneciendo en él podía perecer, dándolo lo guardáis para vuestra recompensa
eterna. En verdad perdemos todo lo terreno conservándolo; pero, empleándolo
bien, lo conservamos.
Velozmente pasa el tiempo; por tanto, ya que con grande instancia somos
impelidos a ver muy pronto a nuestro juez, dispongámonos apresurados, con buenas
obras, para llegar a El por la gracia de nuestro Señor Jesucristo.
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MAGISTERIO
Ad Gentes Divitum
La Iglesia, enviada por Cristo
El Señor Jesús, ya desde el principio "llamó así a los que El quiso, y designó a
doce para que lo acompañaran y para enviarlos a predicar" ( Mc., 3,13; Cf. Mt.,
10, 1 - 42 ). De esta forma los Apóstoles fueron los gérmenes del nuevo Israel y
al mismo tiempo origen de la sagrada Jerarquía. Después el Señor, una vez que
hubo completado en sí mismo con su muerte y resurrección los misterios de
nuestra salvación y de la renovación de todas las cosas, recibió todo poder en
el cielo y en la tierra ( Cf. Mt., 28, 18 ), antes de subir al cielo ( Cf. Act.,
1, 4 - 8 ), fundó su Iglesia como sacramento de salvación, y envió a los
Apóstoles a todo el mundo, como El había sido enviado por el Padre ( Cf. Jn.,
20, 21 ), ordenándoles: "Id, pues, enseñad a todas las gentes, bautizándolas en
el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo enseñándoles a observar todo
cuanto yo os he mandado" ( Mt., 28, 19s ).
“Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura. El que creyere y
fuere bautizado se salvará, mas el que no creyere se condenará" (Mc., 16, 15 -
16 ). Por ello incumbe a la Iglesia el deber de propagar la fe y la salvación de
Cristo, tanto en virtud del mandato expreso, que de los Apóstoles heredó el
orden de los Obispos con la cooperación de los presbíteros, juntamente con el
sucesor de Pedro, Sumo Pastor de la Iglesia, como en virtud de la vida que
Cristo infundió en sus miembros "de quien todo el cuerpo, coordinado y unido por
los ligamentos en virtud del apoyo, según la actividad propia de cada miembro y
obra el crecimiento del cuerpo en orden a su edificación en el amor" ( Ef., 4,
16 ) (N° 5)
Actividad misionera
El fin propio de esta actividad misional es la evangelización e implantación de
la Iglesia en los pueblos o grupos en que todavía no ha arraigado.
El medio principal de esta implantación es la predicación del Evangelio de
Jesucristo, para cuyo anuncio envió el Señor a sus discípulos a todo el mundo,
para que los hombres regenerados se agreguen por el Bautismo a la Iglesia que
como Cuerpo del Verbo Encarnado se nutre y vive de la palabra de Dios y del pan
eucarístico.
Así es manifiesto que la actividad misional fluye íntimamente de la naturaleza
misma de la Iglesia, cuya fe salvífica propaga, cuya unidad católica realiza
dilatándola, sobre cuya apostolicidad se sostiene, cuyo afecto colegial de
Jerarquía ejercita, cuya santidad testifica, difunde y promueve. (N° 6)
Causas y necesidad de la actividad misionera
La razón de esta actividad misional se basa en la voluntad de Dio Às, que
"quiere que todos los hombres sean salvos y vengas al conocimiento de la verdad.
Porque uno es Dios, uno también el mediador entre Dios y los hombres, el Hombre
Cristo Jesús, que se entregó a sí mismo para redención de todos", "y en ningún
otro hay salvación". Es, pues, necesario que todos se conviertan a El, una vez
conocido por la predicación del Evangelio, y a El y a la Iglesia, que es su
Cuerpo, se incorporen por el bautismo. Porque Cristo mismo, "inculcando
expresamente por su palabra la necesidad de la fe y del bautismo, confirmó, al
mismo tiempo, la necesidad de la Iglesia, en la que entran los hombres por la
puerta del bautismo. Por lo cual no podrían salvarse aquellos que, no ignorando
que Dios fundó, por medio de Jesucristo, la Iglesia Católica como necesaria, con
todo no hayan querido entrar o perseverar en ella". (N° 7)
Carácter escatológico de la actividad misionera
El tiempo de la actividad misional discurre entre la primera y la segunda venida
del Señor, en que la Iglesia, como la mies, será recogida de los cuatro vientos
en el Reino de Dios. Es, pues, necesario predicar el Evangelio a todas las
gentes antes que venga el Señor ( Cf. Mc., 13,10 )La actividad misional es nada
más y nada menos que la manifestación o epifanía del designio de Dios y su
cumplimiento en el mundo y en su historia, en la que Dios realiza abiertamente,
por la misión, la historia de la salud. Por la palabra de la predicación y por
la celebración de los sacramentos, cuyo centro y cumbre es la Sagrada
Eucaristía, la actividad misionera hace presente a Cristo autor de la salvación.
(N° 9)
Las vocaciones
La Iglesia da gracias, con mucha alegría, por la merced inestimable de la
vocación sacerdotal que Dios ha concedido a tantos jóvenes de entre los pueblos
convertidos recientemente a Cristo. Pues la Iglesia profundiza sus más firmes
raíces en cada grupo humano, cuando las varias comunidades de fieles tienen de
entre sus miembros los propios ministros de la salvación en el Orden de los
Obispos, de los presbíteros y diáconos, que sirven a sus hermanos, de suerte que
las nuevas Iglesias consigan, paso a paso con su clero la estructura diocesana.
Para lograr este fin general hay que ordenar toda la formación de los alumnos a
la luz del misterio de la salvación como se presenta en la Escritura. Descubran
y vivan este misterio de Cristo y de la salvación humana presente a la Liturgia.
(N° 16)
Promoción de la vida religiosa
Promuévase diligentemente la vida religiosa desde el momento de la implantación
de la Iglesia, que no solamente proporciona a la actividad misional ayudas
preciosas y enteramente necesarias, sino que por una más íntima consagración a
Dios, hecha en la Iglesia, indica claramente también la naturaleza íntima de la
vocación cristiana.
Esfuércense los Institutos religiosos, que trabajan en la implantación de la
Iglesia, en exponer y comunicar, según el carácter y la idiosincrasia de cada
pueblo, las riquezas místicas de que están totalmente llenos, y que distinguen
la tradición religiosa de la Iglesia. Consideren atentamente el modo de aplicar
a la vida religiosa cristiana las tradiciones ascéticas y contemplativas, cuyas
semillas había Dios esparcido con frecuencia en las antiguas culturas antes de
la proclamación del Evangelio. (N° 19)
Fomento del apostolado seglar
La Iglesia no está verdaderamente fundada, ni vive plenamente, ni es signo
perfecto de Cristo entre las gentes, mientras no exista y trabaje con la
Jerarquía un laicado propiamente dicho. Porque el Evangelio no puede penetrar
profundamente en la mentalidad, en la vida y en el trabajo de un pueblo sin la
presencia activa de los laicos. Por tanto, desde la fundación de la Iglesia hay
que atender, sobre todo, a la constitución de un laicado cristiano maduro.
Pues los fieles seglares pertenecen plenamente al mismo tiempo, al Pueblo de
Dios y a la sociedad civil: pertenecen al pueblo en que han nacido, de cuyos
tesoros culturales empezaron a participar por la educación, a cuya vida están
unidos por variados vínculos sociales, a cuyo progreso cooperan con su esfuerzo
en sus profesiones, cuyos problemas sienten ellos como propios y trabajan por
solucionar, y pertenecen también a Cristo, porque han sido regenerados en la
Iglesia por la fe y por el bautismo, para ser de Cristo por la renovación de la
vida y de las obras, para que todo se someta a Dios en Cristo y, por fin, sea
Dios todo en todas las cosas.
La obligación principal de éstos, hombres y mujeres, es el testimonio de Cristo,
que deben dar con la vida y con la palabra en la familia, en el grupo social y
en el ámbito de su profesión. Debe manifestarse en ellos el hombre nuevo creado
según Dios en justicia y santidad verdaderas. Han de reflejar esta renovación de
la vida en el ambiente de la sociedad y de la cultura patria, según las
tradiciones de su nación. Ellos tienen que conocer esta cultura, restaurarla y
conservarla, desarrollarla según las nuevas condiciones y, por fin
perfeccionarla en Cristo, para que la fe de Cristo y la vida de la Iglesia no
sea ya extraña a la sociedad en que viven, sino que empiece a penetrarla y
transformarla.
Únanse a sus conciudadanos con verdadera caridad, a fin de que en su trato
aparezca el nuevo vínculo de unidad y de solidaridad universal, que fluye del
misterio de Cristo. Siembren también la fe de Cristo entre sus compañeros de
vida y de trabajo, obligación que urge más, porque muchos hombres no pueden oír
hablar del Evangelio ni conocer a Cristo más que por sus vecinos seglares. Más
aún, donde sea posible, estén preparados los laicos a cumplir la misión especial
de anunciar el Evangelio y de comunicar la doctrina cristiana, en una
cooperación más inmediata con la Jerarquía para dar vigor a la Iglesia naciente.
Los ministros de la Iglesia, por su parte, aprecien grandemente el laborioso
apostolado activo de los laicos. Fórmenlos para que, como miembros de Cristo,
sean conscientes de su responsabilidad en favor de todos los hombres;
intrúyanlos profundamente en el misterio de Cristo, inícienlos en métodos
prácticos y asístanles en las dificultades, según la constitución Lumen gentium
y el decreto Apostolicam actuositatem.
Observando, pues, las funciones y responsabilidades propias de los pastores y de
los laicos, toda Iglesia joven dé testimonio vivo y firme de Cristo para
convertirse en signo brillante de la salvación, que nos vino a través de El. (N°
21)
La vocación misionera
Aunque a todo discípulo de Cristo incumbe el deber de propagar la fe según su
condición, Cristo Señor, de entre los discípulos, llama siempre a los que quiere
para que lo acompañen y los envía a predicar a las gentes. Por lo cual, por
medio del Espíritu Santo, que distribuye los carismas según quiere para común
utilidad, inspira la vocación misionera en el corazón de cada uno y suscita al
mismo tiempo en la Iglesia institutos, que reciben como misión propia el deber
de la evangelización, que pertenece a toda la Iglesia.
Porque son sellados con una vocación especial los que, dotados de un carácter
natural conveniente, idóneos por sus buenas dotes e ingenio, están dispuestos a
emprender la obra misional, sean nativos del lugar o extranjeros: sacerdotes,
religiosos o laicos. Enviados por la autoridad legítima, se dirigen con fe y
obediencia a los que están lejos de Cristo, segregados para la obra a que han
sido llamados ( Cf. Act., 13,2 ), como ministros del Evangelio, "para que la
oblación de los gentiles sea aceptada y santificada por el Espíritu Santo" (Rom.
15, 16). (N° 23)
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EJEMPLOS PREDICABLES
He venido a morir
Del barco que el 17 de enero de 1878 atracó en las costas de Gabón descendió un
misionero intrépido y audaz, monseñor Augouard. Un oficial le espetó:
-Estoy seguro, padre, que usted no podrá vivir aquí.
Y el misionero de África respondió rápidamente:
-Yo no he venido a vivir. He venido a morir.
Digna respuesta. Sí, los misioneros mueren por Cristo.
Misionero y mártir en China
Hay en la historia la las misiones cuadros conmovedores que conviene recordar
para que se en nosotros el amor a los misioneros y el deseo de rezar por ellos.
Oíd un hecho reciente:
Un obispo vino de China en busca de apóstoles para aquellas regiones. Reunió a
varios seminaristas en la capilla. Entre todos se fijó en uno de inteligencia
nada común y de honda piedad. El joven era ya sacerdote y el obispo le llamó
- Jóven, ¿por qué no vienes conmigo a China a predicar el evangelio de Cristo a
aquellas almas abandonadas?
Al joven no le tomó de sorpresa la pregunta pues muchas veces había pensado en
ello.
-Señor obispo -le contestó- éste sería mi mayor anhelo; pero tengo madre y ya es
viejecita. Soy su único apoyo. Habrá que esperar a que Dios se acuerde de ella.;
ese día iré a China.
El obispo calló. Días más tarde estaba el joven sacerdote en su humilde hogar
con su madre viejecita cuando, de pronto, llamaron a la puerta Apareció allí la
sotana morada del obispo chino. La madre le vio se arrojó a sus pies y le besó
el anillo. La bendijo el prelado, se levantó la viejita y entonces fue el obispo
el que se arrojó a sus pies.
- Mujer -le dijo- vengo a pedirte a tu hijo, pero a pedírtelo para Jesucristo.
La santa anciana levantó los brazos y los ojos al cielo y contestó:
-¡Para Jesucristo! ¡Para Jesucristo! ¡Llevadlo! ¡Sólo para Jesucristo!
Días más tarde el hijo se embarcaba. La madre le despidió con los brazos
trémulos y del muelle corrió a sepultarse en un asilo de ancianos. Su hijo murió
mártir en China.
24.
"ID Y PROCLAMAD... EL REINO DE LOS CIELOS"
En el Caminar del tiempo ordinario, volvemos de nuevo a la lectura seguida del
Evangelio de San Mateo. Y comenzamos por el "Discurso Misionero"
El Evangelio destaca dos cosas importantes.
- El corazón grande y compasivo de Jesús
- La invitación a los discípulos, a que participen de este sentimiento,
colaborando en el trabajo por extender el Reino.
"Al ver a las multitudes se compadeció de ellas"
Es el rasgo más saliente de Jesús. Se compadecía de las necesidades materiales
de las gentes y del abandono espiritual en el que vivían... "Como ovejas sin
pastor" por eso da de comer a los hambrientos, se acerca a los que sufren,
defiende a los desheredados y a los niños, llama bienaventurados a los pobres,
cura a los enfermos, resucita a los muertos, invita a los ricos a que compartan
sus bienes, hasta cambia el agua en vino, para que no falte la alegría en
aquella boda de Caná.
La impresión, que les queda a los Apóstoles, después de tres años de
convivencia, es que "paso por la vida haciendo el bien" Luchó contra el mal,
alejando los "espíritus inmundos" y multiplico el bien "curando enfermos"
"Rogad al dueño de la mies, que mande obreros a su mies"
Rezar es la primera invitación del Señor. La oración siempre compromete al que
reza. Pero quiere el Señor, ademas que las súplicas de los creyentes, muevan el
corazón amoroso de Dios para que siga llamando a hombres y mujeres al compromiso
de darse a los demás.
Que surja desde la fe, voluntarios que se comprometen seriamente en el servicio
de los otros y misioneros, sacerdotes y seglares, que anuncien a Jesús y
construyan su Reino en el mundo.
"Llamo a los doce ... y les envío"
No se conformo con dolerse de la situación en que veía a la gente, ni con la
invitación a rezar, llamó y envió a los suyos, a los Apóstoles y más tarde a los
discípulos. En nuestro lenguaje diríamos, que llamo y envío a todos por igual
Sacerdotes y Laicos, juntos, como uno solo. Un solo Dios, un solo Señor, un solo
Bautismo....
"La Iglesia continuadora de la misión de Jesús"
Todos en la Iglesia, desde cualquiera que sea nuestra labor, tenemos que mirar
al mundo con el corazón compasivo de Jesús.
La Oración es el primer deber y necesidad para todo cristiano, sin el dialogo
amoroso con Dios, no hay obra por mas buena que parezca que sea de él.
El compromiso en la ayuda humana a los hermanos. Desde acompañarles en su
soledad y echarles una mano en lo que podamos, colaborando en cualquier
Voluntariado social, en el que podamos dar generosamente, sirviendo a los otros
con los carismas que Dios nos ha querido regalar a cada uno de nosotros.
Queridos hermanos de la lista. No olvidemos nunca las palabras del envío de
Jesús: "Id y proclamad el Reino de Dios" Con el Testimonio de la vida diaria,
con los valores del Evangelio: amor, generosidad, paciencia en la contrariedad,
perdón, silencio generoso, devolver el bien por el mal, olvidar las ofensas. Y
con la Palabra y desde ella tenemos que proclamar a Jesucristo.
Que Santa María, la Virgen del Sí, nos ayude en este compromiso de seguidores y
testigos fieles.
Con mis pobres oraciones
Pbro. José Rodrigo López Cepeda
25. No dominio, sino servicio «gratuito» es la
jerarquía en la Iglesia, explica el predicador del Papa
El padre Raniero Cantalamessa comenta las lecturas del próximo domingo
ROMA, viernes, 10 junio 2005 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario del padre
Raniero Cantalamessa --predicador de la Casa Pontificia-- a las lecturas del
próximo domingo (Ex 19,2-6a; Sal 99,2-5; Rm 5,6-11; Mt 9,36-10,8).
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11 del tiempo ordinario – año A
Mateo (9,36-10,8)
En aquel tiempos Jesús dijo a sus discípulos: «La mies es mucha y los obreros
pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies». Y llamando
a sus doce discípulos, les dio poder sobre los espíritus inmundos para
expulsarlos, y para curar toda enfermedad y toda dolencia. Los nombres de los
doce Apóstoles son éstos: primero Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés;
Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo el
publicano; Santiago el de Alfeo y Tadeo; Simón el Cananeo y Judas el Iscariote,
el mismo que le entregó.
Eligió a los doce y los envió
En el Evangelio de este domingo Jesús «llama» a sí a los doce y les constituye
«apóstoles». Por lo tanto les «manda» hacer lo que hacía él: predicar el reino,
cuidar a los enfermos, librar a la gente del miedo y de los poderes demoníacos.
Les dice: «Gratis lo recibisteis. Dadlo gratis».
Aquel día Jesús decidió e inauguró la futura estructura de su Iglesia. Ella
tendría una jerarquía, un gobierno, o sea, de los hombres por él «llamados» y
«enviados» para continuar su obra. Es por esto que la Iglesia es definida «una,
santa, católica y apostólica»: porque está fundada en los apóstoles.
Pero todo este asunto de mies y obreros, de rebaño y pastores, de gobernantes y
gobernados hoy no goza de buena prensa. Vivimos en un clima de democracia y de
igualdad entre los hombres. Si alguien debe ejercer una autoridad deben hacerlo,
pensamos, en nuestro nombre, en cuanto que nosotros mismos, con las elecciones,
le hayamos conferido el mandato. De aquí un difundido rechazo, o desestimación,
ante la jerarquía de la Iglesia: Papa, obispos, sacerdotes.
Se encuentran continuamente personas, especialmente jóvenes de bachillerato y
universitarios, que se han construido un cristianismo del todo ellos. Tienen, a
veces, un marcado sentido religioso, sentimientos bellísimos. Dicen que, si
quieren, se dirigen directamente a Dios, pero que no se les hable de la Iglesia,
de los sacerdotes, de ir a Misa, y cosas así. «Cristo sí, la Iglesia no», es su
lema.
No hay duda de que también la Iglesia pueda y deba ser más democrática, esto es,
que los laicos deban tener más voz en la elección de los pastores y en el modo
en que ejercen su función. Pero no podemos reducir, en todo, la Iglesia a una
sociedad regida democráticamente. Ella no es decidida desde abajo, no es algo
que los hombres ponen en pié por iniciativa propia, para su bien. ¡Si sólo fuera
eso, ya no habría necesidad de la Iglesia, bastaría el Estado o una sociedad
filantrópica! La Iglesia es institución de Cristo. Su autoridad no viene del
consenso de los hombres; es don de lo alto. Por ello, incluso en la forma más
democrática que podamos desear para la Iglesia, permanecerá siempre la autoridad
y el servicio apostólico, que no es, o no debería ser jamás, superioridad,
dominio, sino servicio «gratuito», dar la vida por el rebaño, como dice Jesús
hablando del buen pastor.
Lo que tiene lejos a ciertas personas de la Iglesia institucional son, en la
mayoría de las ocasiones, los defectos, las incoherencias, los errores de los
líderes: inquisición, procesos, mal uso del poder y del dinero, escándalos.
Todas cosas, lamentablemente, ciertas, si bien frecuentemente exageradas y
contempladas fuera de todo contexto histórico. Los sacerdotes somos los primeros
en darnos cuenta de nuestra miseria e incoherencia y en sufrirla.
Los ministros de la Iglesia son «elegidos entre los hombres» y están sujetos a
las tentaciones y a las debilidades de todos. Jesús no intentó fundar una
sociedad de perfectos. ¡El Hijo de Dios –decía el escritor escocés Bruce
Marshall-- vino a este mundo y, como buen carpintero que se había hecho en la
escuela de José, recogió los pedacitos de tablas más descoyuntados y nudosos que
encontró y con ellos construyó una barca –la Iglesia-- que, a pesar de todo,
resiste el mar desde hace dos mil años!
Hay una ventaja en los sacerdotes «revestidos de debilidad»: están más
preparados para compadecer a los demás, para no sorprenderse de ningún pecado ni
miseria, para ser, en resumen, misericordiosos, que es tal vez la cualidad más
bella en un sacerdote. A lo mejor precisamente por esto Jesús puso al frente de
los apóstoles a Simón Pedro, quien le había negado tres veces: para que
aprendiera a perdonar «setenta veces siete».
[Original italiano publicado por «Famiglia Cristiana». Traducción realizada por
Zenit]
26. Fray Nelson Domingo 12 de Junio de 2005
Temas de las lecturas: Serán para mí un reino de sacerdotes y una nación
consagrada * Si la muerte de Cristo nos reconcilió con Dios, mucho más nos
reconciliará su vida * Jesús envió a sus doce apóstoles con instrucciones.
1. Dos extremos
1.1 El ser humano es curioso: a veces se cree demasiado y a veces demasiado
poco, y así rebota entre dos extremos, la soberbia y la desesperación.
1.2 ¿Qué tienen en común esos extremos? Que ambos omiten la relación única que
cada uno de nosotros está llamado a tener con Dios. La soberbia pretende quitar
a Dios para endiosar al hombre; la desesperación pretende quitar a Dios
aniquilando al hombre. Para la soberbia somos "dios;" para la desesperación
somos "nada." Y entre esa divinidad falsa y esa nada engañosa podemos naufragar,
o a lo menos perder buena parte de nuestra vida y de su alegría.
1.3 El hombre soberbio no cree que exista un Dios que lo llame; el hombre
desesperado en su nada no cree que Dios tenga una llamada para él. El primero
preferiría que ese Dios no existiera, para no tener competencia; el segundo
desearía que ese Dios existiera, para tener salvación.
2. Elegidos de Dios
2.1 El tema de este domingo es la elección. Al elegirnos, Dios destruye nuestra
soberbia, porque se muestra como Señor y como aquel que va adelante señalando el
camino. Al elegirnos, Dios también pulveriza nuestra desesperación y hace nacer
de modo maravilloso la esperanza. El Dios que elige se muestra como Providencia
y como aquel que acepta nuestro pasado y nos abre su futuro.
2.2 La primera lectura de hoy nos presenta al pueblo elegido. Dios ha creado
este pueblo, lo ha sacado de donde era impensable: del robusto poder del
altanero faraón, que se creía él mismo de raza divina. Dios eligiendo crea y
creando elige. La elección es como una nueva creación que pone al elegido
completamente en manos de su Creador. Con razón, pues, dice el Señor: "si me
obedecen fielmente y guardan mi alianza, ustedes serán el pueblo de mi propiedad
entre todos los pueblos."
2.3 Notemos, aunque sea de paso, que estas palabras, aunque heredadas por
nosotros los cristianos, nunca han dejado de ser propias del pueblo de la
primera alianza, cuya descendencia según la carne y la sangre son los judíos.
Cualquier maltrato al judío por ser judío es una ofensa contra Dios.
3. Elegidos y Salvados
3.1 Así como los israelitas fueron salvados cuando fueron llamados y elegidos,
así también nosotros hemos sido llamados y elegidos, y de esa manera, salvados
en Cristo Jesús. Es lo que nos recuerda el apóstol san Pablo en la segunda
lectura de hoy.
3.2 Si los israelitas fueron rescatados, elegidos y salvados de las manos del
faraón, que era tenido como un todopoderoso, nosotros hemos sido rescatados,
elegidos y salvados de otro poder que no por menos visible es menos real. Al
contrario, tan grande es este poder, del que nos habla Pablo, que era dueño del
faraón y es quien en el fondo gobierna a los que creen que gobiernan, cuando
gobiernan para sí mismos. Hablamos del pecado, por supuesto. Pablo constata: "no
teníamos fuerzas para salir del pecado." Muchos podríamos suscribir esas
palabras.
3.3 Pero hemos sido llamados y elegidos. Cristo, especialmente en el misterio de
la Cruz, es la presencia apremiante del amor divino. Pablo destaca la grandeza
de ese amor: "Difícilmente habrá alguien que quiera morir por un justo. La
prueba de que Dios nos ama está en que Cristo murió por nosotros, cuando aún
éramos pecadores." Esas palabras conservan todo su valor y su fuerza hoy, como
el primer día.
4. Los Apóstoles, en dos sentidos "Llamados"
4.1 Los apóstoles son "llamados" porque hay alguien que los llamó, Jesucristo.
Por eso hemos escuchado hoy que el Señor "llamando a sus doce discípulos, les
dio poder para expulsar a los espíritus impuros y curar toda clase de
enfermedades y dolencias."
4.2 Pero los apóstoles son también "llamados" porque Dios nos está llamando a
través de ellos. Ellos son los llamados vivos del corazón compasivo de Cristo.
Si Cristo eligió apóstoles, ello no se debió sólo a una decisión táctica o
práctica. Los textos del evangelio, como están dispuestos para la liturgia de la
palabra de este domingo, enfatizan el enlace que hay entre la misericordia de
Cristo, que ve la necesidad de operarios, y la resolución de Cristo de
constituir como apóstoles suyos a estos Doce.
4.3 Descubrimos así que el llamado particular al ministerio es algo que brota de
las entrañas de piedad de Jesús. Cada sacerdote, en particular, y cada vocación,
ha nacido ahí: en un corazón que inventa y crea siempre caminos nuevos para
expresar su amor y para rescatar a sus pequeños y pobres.