14 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO DÉCIMO
(1-9)


1.

Tomemos nuevamente el hilo del evangelio de Marcos, Jesús no desaprovechó ocasión alguna de "venir" hacia los hombres para decirles, a medias palabras, quién es él. Sus adversarios, sorprendidos, no desaprovecharon el más mínimo tiempo para buscar toda clase de motivos para impugnarle. Progresivamente se llega al término de esta dialéctica del ofrecimiento y del rechazo. Los adversarios han pensado ya la última etapa, deseosos de "hacer perecer" a Jesús. El evangelio de hoy va a decir cómo Jesús, por su parte, se prepara para este final, que parece estar, cada vez más en la inevitable lógica de las cosas.

El episodio, como otros muchos textos de san Marcos, es dramático; su exposición, muy viva, pone en movimiento unos actores cuyo comportamiento descubre perfectamente sus orientaciones profundas.

Por un lado están los oposicionistas. Ya se les ha oído hablar: son harto conocidos. Sin embargo, los que desempeñan este papel en nuestro episodio, tienen algo más; hacen ostentación de una conducta y coinciden en una situación que expresa mejor el sentido de su repulsa.

Unos, "los escribas", de los que cuidadosamente se ha advertido que "habían bajado de Jerusalén", irradian una incredulidad manifestada ya hasta el extremo del ensañamiento. Sorprendidos ante el poder demostrado por las acciones y las palabras de Jesús, y molestos con esa autoridad que todo el pueblo admira, descubren una explicación que elimina todo el alcance de tal autoridad y desnaturaliza su sentido. Si este hombre realiza tantas cosas sorprendentes, lo hace "con el poder de Belzebú, jefe de los demonios". No es un profeta, sino un mago; no es un testigo de Dios, sino un agente de Satanás.

Por escritos israelitas tardíos, se sabe que Jesús fue verdaderamente tenido por sospechoso de magia, y sus discípulos, acusados del mismo crimen. Esta explicación horroriza al evangelista: confundir a Jesús, sobre quien "bajó el Espíritu Santo", con un "espíritu inmundo", es algo inimaginable. A veces el lenguaje corriente dice de un gesto excepcionalmente irreflexivo u odioso que es "imperdonable". Esto mismo piensa nuestro autor, respecto de una repulsa que incluye la negación de todo perdón, ya que tal repulsa equivale a rechazar a Jesús, fuente de toda misericordia. Pues confundir el espíritu que anima a Jesús, que es precisamente el Espíritu Santo, con un "espíritu inmundo", con "Belzebú, jefe de los demonios", es blasfemar contra el Espíritu Santo. ¿De dónde proviene esta actitud? Probablemente, de negarse a reconocer, a pesar de las señales de autenticidad que se dan, una verdad inesperada, desconcertante por su novedad y por la "conversión" que exige, Con estos escribas, con su negativa a reconocer a Jesús como es, con su huida ante la verdad y con el hecho de confundir al Espíritu Santo con Satanás, la incredulidad alcanzó sus límites extremos. A partir de este momento, está dicho todo por parte de los oposicionistas; a Jesús le corresponde actuar.

Otro incidente pone de manifiesto el sentido en que se orienta Jesús. Hay un segundo grupo que expresa su repulsa, al mismo tiempo que los escribas: la familia de Jesús. Advirtamos que el autor se limita a consignar el hecho, sin hacer la menor indicación sobre la psicología de los componentes de esta familia. Tan sólo se cita el hecho: la familia de Jesús quiere recuperarlo, aunque sea por la fuerza: "vinieron a llevárselo" porque, según aquella gente, "no estaba en sus cabales". Todos estos hechos de Jesús, lo mismo que sus palabras, según ellos, lejos de revelar una autoridad inaudita suponen y manifiestan una persona excitada a la que es preciso encerrar.

Así pues, la incredulidad que Jesús provoca no es un fenómeno lejano; está cerca de él, afecta hasta a su propia familia.

Jerusalén, por medio de sus escribas, opta por el rechazo; lo mismo hacen los familiares de Jesús. ¿Cómo no pensar en la frase de Juan, que expresa perfectamente la situación descrita por nuestro texto: "Vino a su casa, y los suyos no le recibieron"? (/Jn/01/11). ¿Cuál es la reacción de Jesús? Se indica al final del texto.

FUERA/DENTRO: Un incidente hábilmente introducido en el v. 31, y bastante parecido al del comienzo de nuestro pasaje, proporciona el recurso para describir tal reacción. Esta vez son "la madre y los hermanos" de Jesús los que "le mandan llamar". No se trata de llevárselo contra su voluntad, sino de reunirse con él: le buscan para hablar con él. El texto se mantiene muy lacónico; no obstante, proporciona un detalle que al autor le parece cargado de sentido: la madre y los hermanos "están fuera". Mientras que Jesús "entró en una casa", su familia "está fuera". Sería un error no prestar atención a esta contraposición de términos; en 4, 11, son los adversarios "los que están fuera", los incapaces de entender la enseñanza que se les da. La topografía se hace simbólica. Entre los que rodean a Jesús, los hay que entran con él "en la casa", lugar donde se come en compañía, en señal de amistad. Hay otros que se quedan fuera, rehusando la intimidad que se les ofrece. ¡Son muy dueños! En cuanto a Jesús, ha hecho su elección. Rodeado de una incredulidad que alcanza hasta sus íntimos, se aparta de los indóciles, aunque sean sus más allegados. En su lugar, pone un grupo nuevo, al que se vincula con unos lazos comparables a los vínculos familiares.

Rechazado por los suyos, Jesús, a su vez, les rechaza a ellos para brindar su amistad a quienes estén dispuestos a acogerle.

Pero lo que en esta propuesta está en juego, va muy lejos; no es la comprensión que le demuestran lo único que define a los amigos de Jesús; lo que les caracteriza es el "cumplir la voluntad de Dios". Se presiente una vez más, que Jesús no es un jefe humano como los demás. Lo sugería el texto, más arriba: rechazar a Jesús es "blasfemar contra el Espíritu". Por segunda vez se repite el tema: no hay seguidores de Jesús, si no es entre los que se comportan de cierta manera con respecto a Dios. El grupo formado por Jesús está fundado sobre la base de una determinada relación con Dios.

Más tarde, la comunidad cristiana se reconocerá a sí misma en el grupo así definido. La preocupación por "cumplir la voluntad de Dios" inspira su vida cotidiana (/Lc/12/46s.) y constituye el objeto de su oración (/Mt/06/10). Esta comunidad sigue en esto el ejemplo que Jesús le dio, en el momento decisivo (Mc/14/36).

Son numerosos los parecidos entre este pasaje evangélico y la primera lectura. Propongamos dos puntos de reflexión.

Según los versículos del Génesis, la historia de la humanidad, es la de un conflicto surgido entre la familia humana y la Serpiente. No obstante la desigualdad de las fuerzas enfrentadas, este conflicto tiene que desembocar necesariamente en la victoria de la humanidad. Dios lo prometió así. Aseguró a esta comunidad simbolizada en la mujer frágil y fuerte, que los incesantes ataques del poder enemigo resultarían infructuosos; pues de la humanidad, de la mujer, nacerían unos combatientes que tendrían la última palabra. El evangelio muestra que este conflicto permanente llega a su paroxismo en Jesús y que él es quien al final consigue la victoria: el enemigo está "atado". Pero este evangelio ha de entenderse en línea de continuidad con el Génesis, que utilizando palabras colectivas -"linaje"- señala que, en el combate, todos tienen su papel para hacer efectiva la victoria traída por Jesús.

Otra observación. Los textos de hoy muestran diversas relaciones familiares: hombre y mujer en el Génesis; madre, hermanos y hermanas en el evangelio. El primer tipo de relaciones se rompe -"no fui yo, fue ella", dice Adán acusando a su mujer- después de haber "desobedecido a Dios". El segundo tipo de relaciones familiares será la característica de la historia de un grupo de gente, cuyos componentes quedan constituidos en "hermanos y hermanas" por el hecho de que "cumplen la voluntad de Dios".

Esta inesperada proximidad puede parecer artificial, pero en realidad, llega hasta el fondo de las cosas. Constituye todo un programa de renovación para la humanidad.

MONLOUBOU-B.Pág. 60



2.

Es difícil leer este evangelio sin chocar con una frase extraña: "Todo se les podrá perdonar a los hombres, pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás".

Observemos en primer lugar que se suele insistir en la segunda parte de este texto, la preocupante, pero olvidándose de la primera, que es realmente la luminosa: "Todo se podrá perdonar".

Es la palabra por la que vino Jesús, la palabra del amor que sonríe cariñosamente a nuestra debilidad, la palabra que cambia nuestro desaliento en un esfuerzo optimista: "Señor, sé que lo perdonas todo; quiero amarte mucho más".

Dicho esto, es verdad que el texto nos atrae como un imán hacia ese "pero"; se perdonará todo, pero... No nos encontramos en una predicación tranquila, sino en medio del clima más negro de incomprensión. Los parientes de Jesús han venido a sacarle de lo que creen que es una locura: "Ha perdido la cabeza". Los inquisidores de Jerusalén se atreven a insinuar algo tan terrible que Jesús, profundamente afectado, no puede menos de decir: "¡Cualquier cosa, menos eso!". Acaban de matar el perdón envenenando la fuente del perdón. Marcos, literalmente descompuesto, nos explica por qué es eterna su culpa: "Es que decían que tenía un espíritu inmundo".

Habiendo venido a revelar hasta qué punto Dios es perdón, siendo él mismo el rostro más limpio de ese perdón total ("Todo se les podrá perdonar a los hombres"), Jesús se ve acusado de ser tan sólo un mago y un endemoniado, manipulado por un espíritu de mentira, de odio y de impureza. Acaban de caer en ese abismo en el que Dios no puede ya ser Dios para los hombres que están allí.

Todo es perdonable, menos esa blasfemia que se sitúa a sí misma más allá de lo perdonable.

Blasfemia contra el Espíritu porque en Jesús, en donde mora y al que mueve, el Espíritu es visto como un espíritu impuro.

Entran ganas de decir que eso está muy lejos de nosotros, que ese texto no es más que una curiosidad. Pero la lección sigue siendo muy sabrosa.

Desconcertados ante Jesús, los escribas entran en una incomprensión voluntaria, obstinada. Se van a hacer incapaces de recibir otras ideas que puedan corregir las que tenían: en Jesús, el Espíritu quiere enseñarles y ellos insultan al Espíritu. Sin embargo, lo más grave no es el insulto, sino el estado en que se instalan: seguirán imaginándose a Dios a su modo rechazando lo que el Espíritu les quería decir. Entre el Espíritu y ellos levantan un muro; no puede alcanzarles ningún perdón; no sabrán nunca quién es Dios y cuál es su perdón.

Tengo el sentimiento de este rechazo del Espíritu cuando oigo juzgar a Dios ante un torturado, ante un niño muerto, ante imágenes de nuestro mundo de sufrimiento y de odio. "¿Cómo comprender a Dios?".

Es posible decir eso; a veces incluso es imposible apagar este grito, pero hay que decírselo a él, suplicándole que ponga su luz incluso en medio de nuestras preguntas, de nuestra desesperación. No acusarle a sus espaldas: "¿Qué es lo que hace Dios? ¿Cuál es ese Dios que permite esos horrores?". Llegamos a sospechar de las intenciones y del corazón de Dios, pero su corazón es el Espíritu. El que duda del corazón de Dios está dejándose llevar lejos del Espíritu.

SEVE-ANDRE-1.Pág. 82



3. "Todos los hombres son hijos de Dios", se dice apelando a la solidaridad desde la fraternidad universal. "Todos somos hijos de Dios", se repite reclamando derechos lesionados. Pero la expresión es más tópica que real, más cargada de voluntarismo que de rigor bíblico, como lo prueba la escasa fraternidad dentro de los muros de la Iglesia. ¡Otro gallo nos cantara con un mundo de reales hijos de Dios, reflejando la imagen de Cristo, movidos por el mismo Espíritu! Lo de la filiación divina no puede quedar en latiguillo para pedir solidaridad con los hombres o unidad dentro de la Iglesia; sólo puede ser una vitalidad real, creadora cierta de esos valores soñados.

¿Todos son hijos de Dios? "Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios esos son hijos de Dios", afirmaba S. Pablo. Más crudo es el Evangelio de S. Juan cuando pinta las polémicas entre fariseísmo y cristianismo: "No tenemos más Padre que Dios", gritaban ellos afirmando su fidelidad a la Alianza. "Si Dios fuera vuestro Padre me amaríais... pero vuestro padre es el diablo", replicaba Jesús arrostrando las iras de sus interlocutores.

Dos mujeres, dos estirpes, dos reinos, dos familias. Por un lado anda Eva seducida por la serpiente. No creyó a Dios cuando le avisaba que salirse del proyecto divino era entrar en la muerte.

Le sedujo la aparente belleza de lo prohibido, su aptitud para alcanzar sabiduría, para realizarse como persona. ¿Por qué he de sujetarme a Alguien? ¿No soy libre? Si me someto a Dios seré esclava; si me rebelo seré libre, semejante a Dios.

Por otro lado anda María. Creyó a Dios cuando le anunció que su Palabra generaba vida: "Hágase en mí según tu Palabra". No dudó en seguir los proyectos de Dios que tantas veces habían de ser incomprensibles a su razón. "Yo soy la esclava del Señor". Los caminos del Señor iban a pasar por la incompresión de José "que era un hombre bueno", por la pobreza de Belén, por el desconcierto del templo de Jerusalén, por la sangrante humillación del Calvario...

Una cosa es el hombre natural, salido de las manos de Dios lleno de posibilidades, pero arrastrado a vender su alma al diablo por independizarse de Dios y así realizarse. Gozoso de ver a Dios marginado de la historia porque se quita de encima un opresor, aun a costa de cargar con el miedo a su desnudez o soledad.

Buscador empecinado de culpas ajenas, alienado de su propia realidad, acusador de su prójimo, duro para bajar la cerviz y volverse a Dios que lo busca para hijo.

Otro es el creyente. No sólo sabe que de Dios viene y a El vuelve. Sabe de la tentación y la posibilidad de ser egoísta y orgulloso incluso cuando habla de amor y servicio. Más se siente injertado en Jesucristo que seguidor suyo. Y si ve que produce frutos de amor, solidaridad, unidad o perdón, da gracias al Señor y su espíritu se alegra en el Dios Salvador que hace obras grandes en él. No habla ligeramente de su filiación divina. Sabe que es don poseído en precariedad y en riesgo. Sólo por fidelidad a la recomendación del Salvador, y siguiendo su divina enseñanza, se atreve a decir: Padre nuestro que estás en el cielo.

¿Qué hace ese Jesús corriendo por el mundo, rodeado de gentes un tanto raras, sin tiempo ni para comer? Y entre tanto su madre, viuda, sola en casa o atendida por los sobrinos. ¿No es más sensato que vuelva a su taller de Nazaret a ganarse el sustento y a cuidar de su madre? "Este muchacho no está bien de la cabeza".

Le buscaba su familia para llevárselo. Y Jesús comentó: "¿Quién es mi familia? ¿Quiénes son mis hermanos?... El que cumple la voluntad de Dios..." Ampliamente desarrolla el Nuevo Testamento el tema de los hijos de Dios y hermanos de Jesucristo. "Sois hijos de Dios por vuestra fe en Cristo". Habla de los que "tienen en sí mismos el Espíritu que los hace hijos adoptivos, y están llamados a reproducir en el mundo la imagen del Hijo Único". No hay filiación divina, no se es hijo de Dios sin una verdadera regeneración. Tal es el sentido del Bautismo que hace que en el hombre de la carne se inserte una vida nueva. La filiación divina no es una moral sublime, sino una vida nueva. No exige fraternidad o solidaridad; más bien decimos que crea fraternidad solidaria.

FLAMARIQUE-B.Pág. 109-111



4. V/SENTIDO  J/QUIÉN-ES

-DE NUEVO, LA PREGUNTA CLAVE

En medio de la aparente confusión de personajes y situaciones con que nos hemos encontrado en el Evangelio de hoy, surge con claridad y fuerza la cuestión de fondo que se está planteando: ¿quién es Jesús? No sólo nos hemos encontrado con la pregunta, sino con tres tipos de respuesta:

-se trata de un líder, para la gran masa que le sigue con tal fervor y entusiasmo que no le dejan ni tiempo para comer;

-se trata de un loco, para sus asustados familiares que van en su busca para llevárselo;

-se trata de un endemoniado, para los aterrorizados letrados que ven con ira el peligro que planea sobre sus intereses y montajes.

El cuadro evangélico empieza ahora a adquirir claridad; y a proyectar su luz sobre nosotros. Porque la pregunta puede parecer poco novedosa, antigua y obsoleta; y, sin embargo, no pierde vigencia.

-LA RESPUESTA ES DECISIVA

La pregunta sigue teniendo vigencia, en primer lugar porque es la pregunta decisiva para la vida del hombre; o mejor dicho: lo decisivo es la respuesta que el hombre dé a esta pregunta.

La pregunta, en realidad, puede plantearse de muy diversas maneras: ¿quién es Jesús?, ¿cuál es el sentido de la vida?, ¿de dónde venimos y a donde vamos?, ¿por qué la vida y la muerte?...

En definitiva, se trata de encontrar sentido a algo decisivo: nuestra propia existencia. El matiz está en que, preguntándonos por Jesús, tenemos la posibilidad de descubrir que el sentido de la vida no está en una teoría sino en una vida, la vida de Jesús de Nazaret; y el sentido de nuestra muerte está, también, en la muerte -y resurrección- de Jesús. (Así que el matiz, en realidad, reorienta radicalmente la pregunta).

-CRISTO ES EL SENTIDO, LA RAZÓN DE SER DE LA VIDA

Descubrir que Cristo es el sentido de nuestra vida es descubrir que nuestra vida tiene sentido, que no es absurda, ni una casualidad, ni una pesada broma de la naturaleza.

Descubrir que Cristo es el sentido de nuestra vida es descubrir que tiene sentido esforzarse por el prójimo, que tiene sentido la lucha por la fraternidad entre todos, por la justicia, por la promoción de los hombres y los pueblos marginados y oprimidos; es descubrir que tiene sentido el darlo todo por esa causa, dar incluso la propia vida, de golpe o poco a poco. Y lo descubrimos por Cristo, en El y con El, que así vivió la vida, así la dio y así resucitó.

-EL MISTERIO NO DESAPARECE

Es cierto que quedan en pie muchos interrogantes intelectuales.

No podemos olvidar que lo que intentamos comprender atañe a lo más íntimamente y profundamente humano, y hay que dejar espacio a una dimensión misteriosa, más allá de lo puramente analizable y demostrable. En cualquier caso el argumento más válido es el de la propia experiencia: quien descubre a Jesús como sentido de la propia vida se siente satisfecho, se siente seguro, se siente esperanzado. ¿Acaso quien ama necesita explicaciones para seguir, alegre y confiado, a la persona amada, para confiar en ella, para contar con ella en su vida? La fuerza del amor ni responde los interrogantes que la inteligencia puede plantear, ni cumple las respuestas buscadas; pero sí que las deja cortas, pequeñas, insuficientes (y aun, con frecuencia, innecesarias).

-UNA NUEVA RAZÓN PARA PREGUNTARNOS

Hoy tenemos que admitir un dato nuevo en todo este asunto. Y es que hoy, son muchos los que ni se molestan en plantearse la pregunta. Seguramente muchos discutirían esta afirmación, la matizarían: se plantea de otras formas, indirectamente, implícitamente.... Sea como sea, la impresión es que muchos no se lo plantean o lo hacen tan indirectamente que apenas se nota, apenas reclama una respuesta, apenas puede tenerla. Y no podemos olvidar que las respuesta sólo interesan al hombre cuando éste, previamente se ha planteado preguntas.

De nuevo al desafío es para nosotros, que tenemos conciencia del don recibido, don que no podemos convertir en propiedad privada: "lo que habéis recibido gratis dadlo gratis" (Mt 10,8).

-TENEMOS QUE SER TESTIGOS

El desafío que tenemos es el de testimoniar:

-testimoniar la respuesta correcta ante los muchos que, también hoy día, confunden a Jesús con un líder, un supermán, un loco, un visionario, un idealista..., de todo menos el enviado de Dios;

-testimoniar la necesidad de plantearse la pregunta sobre Jesús ante quienes, llevados por la superficialidad o la ceguera, creen que la vida no tiene más razón de ser que la de disfrutar el minuto presente lo mejor posible, por lo que pueda pasar al instante siguiente.

Y nuestro testimonio no puede ser otro que la propia vida. La saturación de palabras que vive nuestra sociedad hace que éstas sean, en la mayoría de los casos, inútiles. Además, quienes afirmamos que Jesús es el sentido de nuestra vida no podemos vivir de cualquier forma; hemos de ser coherentes con nuestra fe, hemos de ser consecuentes con nuestra afirmación, hemos de vivir la vida como El la vivió, puesto que estamos convencidos de que ésa es la única clase de vida que merece la pena, la única que satisface, la única que nos permite seguir adelante en un mundo que camina tantas veces sin sentido.

-SEGUIR BUSCANDO

Frente al hombre que se limita a buscar una vida más fácil, más cómoda, más abundante en consumo, nosotros tenemos que seguir buscando la forma de despertar otros intereses que descansan dormidos en lo más hondo del corazón del hombre. Antes o después, en la vida de todo ser humano hay siempre un momento privilegiado, un momento en el que es necesario encararse con la vida y encontrar una respuesta convincente. Es el momento que los cristianos tenemos que saber aprovechar, estar allí presentes con nuestra esperanza y nuestro amor que ilumina las dudas que también nosotros tenemos y nos ayuda a caminar siguiendo los pasos de Jesús.

LUIS GRACIETA
DABAR 1991/31



5.

Frase evangélica: «El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre»

Tema de predicación: LOS PARIENTES DE JESÚS

1. A propósito de quién es Jesús, se plantea en este evangelio el contraste entre dos tipos de familia: la vieja o natural, como punto de partida, y la nueva o cristiana, como meta de llegada. Por una parte, Jesús aparece con unos familiares que no le comprenden; la pertenencia a Dios no es un privilegio familiar, sino consecuencia de una actitud de fe; por otra, Jesús tiene unos hermanos a los que reconoce. El evangelista Marcos se pregunta por la personalidad de Jesús, pues la misión del maestro escapa al sentido común familiar y desborda las habituales categorías sociales al respecto. No se le puede juzgar según la carne ni según la ley. Existe el peligro de confundir el Espíritu de Jesús con otros poderes.

2. La familia vieja no es invalidada en este evangelio, pero sí se la considera insuficiente, ya que se basa en el parentesco de la sangre. Es célula básica de la sociedad patriarcal, en la que el padre, sujeto único de la autoridad, cuenta con el sometimiento obediente de la mujer y los hijos, el patrimonio se transmite por herencia, y todo es de todos, dentro de un sistema de propiedad muy restringido. Con frecuencia, se confunde la costumbre con el valor, y la norma con la virtud.

3. La familia nueva se basa en los lazos de fe (no es racista), está abierta a la humanidad (no es coto cerrado) y cumple con la voluntad de Dios (no es egoístamente interesada). En definitiva, la nueva familia es la comunidad cristiana, en la que el Padre es el Padre de Jesús, Cristo es el hermano mayor, y hermanos son los que construyen el reino, ámbito de la nueva casa. No todos los que están dentro de la «vieja casa» de Jesús son suyos; son discípulos de Jesús los de la "nueva casa", los que forman la comunidad cristiana. Ante el valor del reino, Ia familia es relativizada.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Es nuestra familia natural verdaderamente cristiana?

¿Reúne condiciones familiares positivas la comunidad cristiana a la que pertenecemos?

FLORISTAN-1.Pág. 212 s.



6.

No parece que ningún narrador primitivo se hubiese atrevido a afirmar que la familia de Jesús consideraba que su pariente estaba fuera de sí e intentaba recogerlo, si esto no correspondiera a la verdad de los hechos. San Juan también lo afirma claramente: sus hermanos no creían en él (/Jn/07/05).

La familia de Nazaret y los escribas venidos de Jerusalén coinciden en un frente común que trata de restaurar el "orden" que Jesús rompe. Hay amores y responsabilidades que matan, practicando aquello de que "quien bien te quiere te hará llorar", cuando lo lógico sería que quien bien te quiere te hará feliz.

Decididamente, los fines de Jesús no son los mismos que los de sus familiares o los de las autoridades de Jerusalén, y por tanto, su concepto del "orden" es muy distinto. Importante cuestión a tener en cuenta en un mundo en el que muchas veces se ha identificado y se identifica al cristiano como "persona de orden". La lectura de Marcos nos da la impresión de que ser hombre normal, perfectamente identificado con la sociedad en la que se vive, es un serio inconveniente para comprender a Jesús.

Cuando se parte de esa postura hay que nacer de nuevo. La advertencia a Nicodemo no debe caer para nosotros en saco roto, atribuyéndole un carácter excesivamente misterioso.

Jesús habla y actúa fuera de los comportamientos del sentido común social. Así se choca con todos los poderes y se acaba en la cruz. Así el honor social de la familia queda lesionado. Jesús -debe pensar su familia- ha perdido la cabeza. Es víctima de una exaltación mística tal, que le he hecho perder el sentido real de la vida y de su condición personal. Los que no participan de sus tomas de postura tratan de recuperarlo o eliminarlo para que el modelo de pensamiento y comportamiento social quede intacto, para que todo siga igual. Jesús se margina, se coloca fuera y es necesario integrarlo. J/FUERA

En realidad, el Maestro no se coloca ahora fuera del homologante mecanismo social. Había nacido fuera de la ciudad, andaba fuera de casa, y como impecable consecuencia, moriría también fuera de la ciudad. Incluso cuando se le busca en el sepulcro, él está fuera. Vivió fuera de su familia y dio para nosotros otro contenido a esta pose; el rol, las apariencias, la rutina o el maquillaje social no son características de su talante. Nadie le podía calificar de conservador. Su atractivo y su dificultad era precisamente lo nuevo que él inauguraba y predicaba.

Los escribas, que habían bajado de Jerusalén para proteger a la gente inexperta que se estaba dejando engañar por Jesús, habían venido con los textos de sabiduría codificada en sus manos. Su misión, como siempre, era descalificar todo lo que no coincidiese con "lo normal" o amenazase la seguridad o la regularidad. Para ellos todo lo diferente es abuso y por lo tanto peligroso o, al menos, sospechoso.

La respuesta de Jesús advierte de la gravedad de estas actitudes con una contundencia que, aún hoy, trae de cabeza a los exegetas: blasfemar contra el Espíritu Santo es imperdonable. Los seguros, los instalados, los que ya han encontrado todo y lo saben todo, los que han hecho de Dios un ídolo a su medida, no quedan bien parados. Los buscadores, los perplejos, los que avanzan a trompicones, los que se consideran incapaces de encerrar a Dios en ninguna fórmula, ven animada su situación.

Jesús a un lado, sus familiares según la carne y los escribas, frente a él. Dos consideraciones se nos presentan para aplicarlas en nuestra vida personal, en nuestras relaciones de pequeña comunidad cristiana y en nuestra participación en la gran Iglesia universal. La primera, referente a nuestra apertura al Espíritu y a nuestra búsqueda constante de la voluntad del Padre y la segunda, como una llamada a no confundir nuestro amor a los demás con nuestra tendencia al dominio de los otros.

No es infrecuente el que desde dentro de la Iglesia se acuse a determinados cristianos, obispos incluidos, de hacer el juego al enemigo. En estas ocasiones no se suele valorar si, con estas imputaciones, lo que se hace es impedir que el Espíritu haga su juego. Así, una alusión a la justicia o a la liberación es marxismo, una crítica a los responsables es sembrar divisiones, la sinceridad es mala educación y el exponer los problemas o preguntar es una imprudencia o tener la cabeza caliente. El ideal de algunos parece ser el que nada cambie. Como si el hombre no viviese en la historia o la vida misma no fuese perpetuo movimiento. Como si el Dios de Jesús no se hubiese revelado como un Dios de nómadas y caminantes. Como si la ley debiese seguir siendo la cárcel del Espíritu. No corremos menos riesgos al quedarnos cortos que al pasarnos. Personas dinámicas, sin miedo a lo nuevo, ni adoración por lo novedoso han de ser los componentes de comunidades que, sin complejos, den a la iglesia de hoy el estilo de su Maestro. La confesión "Jesús es el único Señor" implica que sólo él es punto de referencia absoluto por encima de todas las formas sociales. El respeto al hombre no es precisamente lo que se suele entender por respeto humano.

Algún moderno escritor subraya que lo contrario al amor no es el odio, sino el afán de imponer, de dominar las personas (por su bien, naturalmente...), el instinto profundo de manipular y controlar a los demás. Se ama a las personas de la misma manera que lo hacían los parientes de Jesús. Yendo a "cogerle", a domesticarlo, a hacerle pensar y actuar como ellos. Se habla de sacrificarse por los otros e incluso se hacen cosas maravillosas, pero no se suele caer en la cuenta de que también se deben sacrificar los propios proyectos, los propios puntos de vista, para aceptar una elección distinta, un itinerario que no es el nuestro. Se sacrifica uno por el otro, cuando se le deja "fuera de sí", cuando más que intentar programarlo se intenta comprenderlo respetando así su libertad.

Caminar con Jesús sin querer domesticarlo, reduciéndolo a fórmulas o normas. Dar a las formas la importancia que tienen, pero no más. Estar abiertos a ese Espíritu siempre sorprendente.

Saber, como Jesús, estar "fuera" y libres será hoy no formar parte del severo cortejo de escribas o del acomplejado grupo de familiares. No adoréis a nadie ni a nada más que a El.

EUCARISTÍA 1985/27



7. 

La oposición y la incomprensión con relación a Jesús se concretan aún en dos posturas: la de sus parientes y la de los escribas.

Los primeros juzgan su comportamiento en base a los esquemas del sentido común y concluyen: "no está en sus cabales" (v. 21).

Los segundos, cerrados teológicamente, destilan un diagnóstico más sofisticado: "tiene dentro a Beelzebul" (literalmente, tiene a Beelzebul, v. 22).

Loco o endemoniado, Jesús es juzgado "fuera" de la normalidad. Ya se trate de la normalidad común, ya de la normalidad de la religión oficial.

Su comportamiento no encaja en ninguno de los módulos generalmente admitidos. Los términos-clave para captar este episodio enojoso que tiene como protagonista a los parientes de Jesús y que se une con el anterior, son: casa, fuera, los suyos.

Paradójicamente a Jesús, que está en casa, se le considera fuera de casa. Y los suyos que están fuera, pretenden llevárselo a casa.

En efecto, aquella no es su casa. Y se dedica a individuos que no son los "suyos", sino que es gente que le roba el tiempo y las fuerzas y, no sólo no le dan de comer, sino que le impiden hasta tomar un bocado. No hay, por tanto, otra explicación "no está en sus cabales" (v. 21).

Desde el momento en que no está en su contexto familiar, en el puesto que le han asignado, ya no es él. Hay que preocuparse.

Cierto, el incidente es embarazoso. Por algo Lucas y Mateo lo ignoran, limitándose a la escena final.

"Vinieron a llevárselo". Como si dijeran: ahora nos preocupamos nosotros. Pensaremos nosotros por él. Es necesario cerrar cuanto antes este asunto. En la situación en que se encuentra, él no está en condiciones de salir de ésta.

En su postura coexisten el interés por la persona física de Jesús (no come, no descansa, no puede continuar así) y también un neto rechazo de su proyecto.

No reniegan de su pariente, se separan, sin embargo, de sus tomas de postura. Jesús se convierte así en objeto de solicitud, pero no se le reconoce como sujeto de decisiones al margen de los modelos codificados.

Por encima de todo, pues, está la preocupación del buen nombre, de la honorabilidad de la familia, que se convierte en ídolo ante quien se sacrifican las exigencias de las persona.

Jesús debe "entrar de nuevo", más aún, hay que llevarlo a la fuerza, para cerrar lo antes posible este desagradable capítulo.

La casa recobra una fachada de respetabilidad, cuando todos están "dentro", en el puesto asignado.

"No está en sus cabales". Está fuera de sí. Debería decir: "Está fuera de nosotros". Fuera de nuestros modelos, de nuestras previsiones, de nuestros equilibrios.

Con frecuencia se corre el peligro de amar a las personas de la misma manera que lo hacían los parientes de Jesús. Yendo a "cogerle", haciéndole entrar de nuevo en los propios criterios. Pensando por ellos, decidiendo en su lugar. Se ocupa uno de ellos, así se dice. En realidad, se ocupa abusivamente el espacio que les pertenece, impidiendo la libertad de movimiento.

Se conjuga el verbo "sacrificarse", pero nunca en el sentido de "darse" al otro dejándole toda su libertad. Se sacrifica uno estorbando, poniéndose en medio.

Con frecuencia se hacen cosas maravillosas por la persona "amada". Y no se cae en la cuenta de que es necesario, ante todo, sacrificarse en el sentido de sacrificar los propios proyectos, las propias ambiciones, los propios puntos de vista, para aceptar una elección distinta, un itinerario que no es el nuestro, un plan al margen de nuestras perspectivas (y a veces de nuestros intereses...).

Se sacrifica uno de verdad por el otro cuando, se le deja "fuera de sí". Una persona se sacrifica por otra cuando renuncia a "programarla" a la propia imagen y semejanza. Cuando, en vez de ir a cogerla, sale fuera para intentar comprenderla.

Si logro sacrificar el instinto de "hacer comprender" a la exigencia de "comprender", entonces es cuando empiezo a amar de verdad al otro.

Los escribas que habían bajado de Jerusalén, por el contrario, están preocupados por la fama que está creando en torno a Jesús.

La predicación de Jesús iba tomando aspectos preocupantes. Estaba fuera de la ortodoxia. Pero iba acompañada, por desgracia, de hechos excepcionales, de prodigios innegables. Y la gente, inexperta, se dejaba pillar.

Estos intelectuales no gastan mucho tiempo en dar sentencia: "Tiene dentro a Beelzebul", y "expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios". Las dos cosas no es que vayan muy de acuerdo: endemoniado y exorcista a la vez (¡con la ayuda del jefe!). De todos modos permanece la acusación de fondo: es un instrumento del demonio.

Un argumento de baja estopa (cuando se quiere descalificar a alguien, basta insinuar que está de parte del enemigo, y ¡el juego está hecho!), pero con fácil enganche en el pueblo crédulo.

Jesús no responde directamente. Se sirve de semejanzas, de parábolas bastante misteriosas. Son imágenes alusivas más que réplicas precisas. El sentido puede ser: Satanás no está tan desprovisto como para luchar contra sí mismo. Una casa dividida "en sí misma" es una casa que va "contra sí misma". Si Satanás se revela contra Satanás, si echa a sus demonios, estamos llegando al final. Se autodestruye. Pero no es así.

Al contrario, el reino de Satanás se tambalea no por disensiones internas (es inútil hacerse ilusiones sobre este punto) sino porque "ha llegado el más fuerte".

Este es el punto central de la argumentación de Jesús. Cristo hace entender que él es el más fuerte. Con su venida, las fuerzas del mal sufren una derrota.

"Jesús vence al maligno con el poder de la obediencia y del amor; el poder de Dios se hace presente en la disponibilidad de quien aceptó, en el bautismo, ser el siervo que asume el peso del mal" (B. Maggioni).

Dice muy bien H. Schlier: "Ese amor desinteresado de Cristo, dirigido a Dios y a los hombres confiados a él, desenmascara y vence al espíritu del egoísmo y le quita el mundo de que abusa. Este amor alcanza su plenitud en la cruz...".

Precisamente cuando es elevado en la cruz, Cristo "tiene atado" al enemigo, lo tiene bajo su poder y le sustrae "su presa", o sea los hombres.

"Tiene dentro a Beelzebul". El error más trágico y más común. Se baja de Jerusalén con los textos de la sabiduría codificada en la mano.

Todo lo que no viene contemplado en esos códices se descalifica.

Todo lo que no pertenece al grupo de lo "ya visto", representa una amenaza a la seguridad, a la regularidad, se declara ilegítimo. Todo lo que es diferente se considera abuso.

El producto nuevo se empaqueta en una fórmula más aparente que exacta y se le aplica encima una etiqueta: "sospechoso", o también "peligroso", que obliga a mantenerlo a distancia.

Todo lo que amenaza lo habitual, disturba el acostumbrado curso de los pensamientos, es "removido" atribuyéndolo al enemigo.

Es una operación, por desgracia, siempre de moda.

Una alusión a la justicia, y se les tacha de marxistas.

Una crítica apasionada y sufrida, y se le viene encima la descalificación de "infidelidad". La denuncia de una tortura, y he ahí la diagnosis inmediata: uno que hace el juego a los enemigos. Y se engaña uno pensando que basta no hacer el juego al enemigo para hacer juego al Espíritu...

Una exigencia de sinceridad, e inmediatamente se es culpable de exageración o de maximalismo.

El deseo de ver claro en ciertos asuntos que son más bien... oscuros, y se les acusa de "crear divisiones".

Se intenta usar la propia cabeza, y se dispara la sentencia: "cabeza caliente" (quién sabe por qué una cabeza que piensa es una cabeza caliente. O quizás, lo sea porque está funcionando).

Lo diferente se identifica, tout court, con el mal.

Se trata de una táctica verdaderamente mezquina: para neutralizar las voces o las presencias incómodas, se invoca al espíritu del mal.

Todo lo que se mueve, se hace automáticamente sospechoso.

Es en verdad trágico el equívoco de los escribas: tienen en el bolsillo en "identikit" de Satanás. ¡Y, fijándonos en los resultados, ese identikit es muy semejante al Espíritu Santo!.

Es necesario que tengamos presente esta terrible posibilidad, a través de la cual el Espíritu es buscado como sospechoso y peligroso, y se pretende meterlo en una jaula. Los escribas acusan a Cristo de echar los demonios en nombre del príncipe de los demonios. Y ellos hacen algo peor: exorcizan al Espíritu santo...

"¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?" (v. 33).

"Nadie, en este momento, está más lejos de Jesús que los que le son más cercanos por razón de la sangre" (G. Dehn). Ahora él ya está en otro plano, en el que no existen derechos adquiridos, sino sólo posibilidades. "Madre y hermanos y hermanas" en esta nueva familia ya no se es peor por derecho propio, sino que todos pueden hacerse. La parentela no es un dato registrado, sino una conquista. Más que un punto de partida, es un punto de llegada.

"Estos son mi madre". Jesús, dirigiendo una mirada alrededor ha efectuado una especie de "reconocimiento" oficial de los que pertenecen a su nueva familia.

De esta familia nueva no se excluye, naturalmente a los parientes según la carne. Pero tienen que "entrar" también ellos haciendo la voluntad de Dios.

Cierto que en esta familia de Jesús, resulta difícil estar a punto.

Parientes de Jesús son quienes exhiben derechos sobre él, una especie de monopolio-tutela. Y consideran a los que "están con él" como abusivos.

Cuando Jesús sale fuera hacia los otros, los así llamados "suyos" se dan prisa para atraparlo de nuevo, porque sin él no se sienten seguros. Tienen necesidad de él para dar una patente de honorabilidad a la casa de Cristo no puede estar con ellos. Aunque ellos estén lejísimos de él.

Peor que los enemigos son quienes pretenden "anexionarse" a Cristo.

Y no quieren dejarlo a gente que se ha vinculado a él con el verbo "hacer".

Y, sin embargo, toda la vida de Jesús se ha desarrollado fuera.

Nace fuera de su país, fuera incluso de su casa. Se deja encontrar por los magos, gente que viene de fuera. Marcha al exilio fuera de su patria. Y también para morir irá fuera de la ciudad. Y cuando alguien está seguro de que lo va a encontrar en el sepulcro, donde le han "puesto" (Jn 20-25), él ya está fuera, en otro lugar.

Sin querer forzar excesivamente las cosas, podemos decir que es más fácil afirmar dónde no lo encontramos, que dónde podemos encontrarlo. Sí, no lo encontramos seguramente donde esperábamos que estuviese. No lo encontramos, sobre todo, donde pretendemos nosotros meterlo.

Así también es conveniente estar atentos a no decidir con prisas quién está "dentro" y quién está "fuera". Dentro y fuera, con frecuencia, son categorías que se fijan a base de lugares, que hemos construido nosotros. Pero las cosas no son tan simples y cómodas. Sólo después de haber adivinado dónde está él, es posible determinar quién está dentro y quién está fuera.

ALESSANDRO PRONZAZATO
PAN DEL DOMINGO/B.Pág. 154 ss


8.

¿QUIEN ES EL NEURÓTICO?

decían que no estaba en sus cabales

Todos damos por supuesto que una persona es normal y sana cuando cumple correctamente con el papel social que le toca desempeñar. Cuando hace lo que de él se espera y sabe adaptarse y actuar según la escala de valores y las pautas que están de moda en la sociedad.

Por el contrario, la persona que no se adapta a esos esquemas y actúa de manera distinta, corre el riesgo de ser considerada como anormal, neurótica, sospechosa. Este es el caso de Jesús. Su actuación libre provoca rápidamente el rechazo social. Sus familiares lo consideran como desequilibrado y excéntrico. Las clases cultas fariseas sospechan que está irremediablemente poseído por el mal.

El problema está en saber quién es el que está verdaderamente desequilibrado y poseído por el mal y quién es el verdaderamente sano que sabe crecer como hombre.

En su estudio «El miedo a la libertad», E. Fromm nos ha hecho ver que, cuando una sociedad está neurotizada y mutila la personalidad de sus miembros, la única forma de mantenerse sanos es la ruptura con los esquemas sociales vigentes, aun a costa de ser considerados como neuróticos por el resto de la sociedad.

No es fácil ser diferente y mantener la propia libertad en medio de una sociedad enferma. La mayoría se conforma con adaptarse, «vivir bien», sentirse seguros. Como diría M. de Unamuno «tienen horror a la responsabilidad».

Cuántos hombres y mujeres valorados socialmente por su eficiencia y su capacidad de moverse con agilidad en esta «sociedad de intereses» son triste caricatura de lo que un ser humano está llamado a ser.

Gentes que han renunciado a sus propias convicciones y no saben ya lo que es ser fiel a un proyecto humano de vida. Personas que se limitan a interpretar un papel, respetar un guión, «hacer el personaje». Hombres y mujeres que viven sin vivir, con una libertad atrofiada. «Gente que se reconoce en sus mercancías; encuentra su alma en su automóvil, en su aparato de alta fidelidad, su casa, su equipo de cocina» (H. Marcuse).

Los creyentes olvidamos con frecuencia que la fe en Jesucristo puede darnos libertad interna y fuerza para salvarnos de tantas presiones e imperativos sociales que atrofian nuestro crecimiento como personas verdaderamente libres y sanas.

PAGOLA-1.Pág. 198 s.


9.

-Satan es vencido (Mc 3, 20-35)

Dos hechos que, de suyo, no tienen unidad entre sí ocupan el pasaje del evangelio de hoy: la familia de Jesús viene a hacerse cargo de él; pero el relato se ve interrumpido, pues Jesús debe responder a quienes le acusan de echar los demonios en virtud de Belcebú; después vuelve a relatarse el episodio de la familia de Jesús. En realidad. como veremos, existe un cierto vínculo entre estos dos acontecimientos que, a primera vista, parecen complicar el relato.

Los milagros de Jesús, evidentemente, no pasan desapercibidos, lo cual no deja de inquietar a los escribas y a la familia misma de Jesús. Este se ve cada vez más rodeado por la muchedumbre, y sabemos por el evangelio de hoy que incluso le resulta imposible comer en la casa de la que tantas veces habla Marcos y en la que Jesús habitaba cuando vivía en Cafarnaún. En particular, los exorcismos realizados por Jesús habían impresionado a las autoridades religiosas. Para los judíos, el tener autoridad sobre los demonios, como Cristo la tenía, podía provenir del mismísimo Dios, como un poder otorgado a uno de sus enviados, o bien del demonio. La muchedumbre es más crédula y se inclina, sin especiales razonamientos, por la primera solución: el que expulsa de ese modo a los demonios y realiza tantos milagros no puede ser sino un enviado de Dios. Los jefes de la sinagoga y los escribas no piensan del mismo modo, y así lo manifiestan en el relato que hoy escuchamos.

La respuesta de Jesús equivaldría a declararse a sí mismo como enviado de Dios. Observemos que Jesús no responde directamente a la afirmación de lo que él es. Cristo utiliza, para su respuesta, dos ejemplos: el reino dividido y el ejemplo del hombre fuerte. El reino, la casa dividida. La respuesta es sencilla. Si Belcebú, príncipe de los demonios, expulsa a los demonios, entonces es que el reino de Satanás está dividido. Si los enemigos están divididos entre sí, es evidente que perderán la batalla. Por tanto, la "casa" de Satanás está a punto de hundirse.

El hombre fuerte. Se trata de una casa en la que vive un hombre fuerte. Es imposible entrar en ella y robar sus bienes si previamente no se le ha atado. Esto es lo que hace Jesús. Satanás es ese hombre fuerte que intenta tener el mundo en su poder. Para arrebatárselo, primero hay que maniatar a Satanás. Y en ese momento comienza el final de su reinado. Es lo que demuestran los exorcismos: el reino de Satanás ha llegado a su fin; se produce ahora la presencia del Mesías y del nuevo reinado anunciado ya a Juan Bautista.

Por lo que se refiere a los escribas, estos son reos de un "pecado eterno"... En efecto, a pesar de las diversas pruebas que Jesús ha dado de haber sido enviado por el Padre, ellos se niegan a creer. Pero no solamente se niegan a creer, sino que acusan a Jesús de que lo que realiza lo hace con la ayuda de un espíritu impuro. Y esto es una blasfemia grave e imperdonable, porque significa oponerse al Espíritu. Al proferir esa blasfemia, se niega uno a recibir al Enviado, se rechaza la salvación. Y para este rechazo, que no es sólo debilidad, sino perversidad y mala fe, no hay perdón posible: es un pecado eterno.

Marcos reanuda entonces el relato que había comenzado: la familia de Jesús le busca. Su Madre, María, está presente. Marcos la cita en primer lugar, como lo hace siempre que la Virgen interviene, junto con otros, en un relato. No vamos a insistir sobre el problema de "los hermanos y hermanas" de Jesús. Sabemos de sobra que, entre los semitas, se designa con este nombre tanto a los hermanos de sangre como a los primos y otros parientes. Para no citar más que el evangelio, digamos que Mateo llama hermanos de Jesús a Santiago y José (Mt 13, 55), los cuales son hijos de una tal María que no es la madre de Jesús (Mt 27, 56).

La respuesta de Jesús a propósito de su madre y sus hermanos podría hacer creer que estos no cumplen la voluntad del Padre. En realidad, no se dice nada de esto. Jesús no los excluye en absoluto, sino que mira a quienes están en torno a él y dice: "Todos los que hacen la voluntad de Dios son mi hermano, mi hermana y mi madre". Con lo cual pone de manifiesto la íntima vinculación que se crea entre él, enviado por el Padre, y los que cumplen la voluntad de Dios.

¿Tiene una resonancia actual este pasaje del evangelio? Cualquiera que sea el modo que hoy tengamos de concebir el problema del demonio, sin negar su existencia, no podemos ignorar las fuerzas que se aúnan siempre para luchar contra la Iglesia. Pero en esta lucha la Iglesia no libra un combate imposible: sabe que tiene a Cristo consigo; sabe que el infierno no puede prevalecer sobre ella. Pero esto no tiene por qué darle una seguridad triunfalista. Debe estar siempre en guardia y "purificarse cada año", como se lee en una oración del tiempo de Cuaresma. Si la Iglesia, en sus sacramentos, es una prolongación de Cristo, sin embargo no se confunde con él. Este triunfalismo lo rechaza la misma Iglesia, que se halla siempre en estado de lucha contra las potencias del mal. En este combate, la Iglesia sabe que puede conseguir la victoria; es más, está segura de ello. Cada uno de sus miembros es consciente de que, en la lucha, tiene consigo a su Jefe que venció la tentación en los cuarenta días del desierto. Pero se trata de vivir en intimidad con Cristo y, para ello, hay que creer que él es el Enviado y cumplir la voluntad del Padre para poder se llamado por él, con toda verdad, su hermano y su hermana.

-Promesa de victoria sobre Satanás (Gn 3,9-15)

El texto es de sobra conocido y sabemos perfectamente qué debemos pensar acerca del marco literario adoptado por el autor y de lo esencial que en dicho texto se nos enseña. El relato constituye a la vez el análisis psicológico y religioso de todo lo que, en el futuro, será tentación, pero también victoria. Una victoria que será la victoria de Dios, pero a la que se verá asociado el hombre. Podrá suceder que el hombre ceda ante el demonio, pero siempre recibirá la gracia para inmediatamente vencer por sí mismo, con las armas de Cristo, a ese mismo demonio que le ha seducido. Es la grandiosa historia de la salvación que siempre se ha vivido en la Iglesia. Es a partir del hombre pecador como el Señor juzga y conoce el pecado. A partir de la debilidad el Señor juzga y conoce la fuerza del mal. El relato del Génesis debe imbuirnos de optimismo desde el momento en que lo entendamos a la luz del Apocalipsis, donde se describe el triunfo del Cordero y nuestro triunfo en esperanza al final de los tiempos. El lugar de la Virgen María ha sido exaltado por la Iglesia dentro del marco de esta lucha y de la obtención de la victoria. La Encarnación de Cristo, para la que ella dio su consentimiento, nos dio un Salvador que ha compartido todas nuestras luchas y nuestros sufrimientos, a excepción del pecado, y que ha vencido a la muerte y ha resucitado.

La respuesta, formulada en el salmo 129, canta esta victoria sobre el mal: "En el Señor está el perdón y la abundancia de rescate".

-Creemos y anunciamos (2 Co 4,13-5, 1)

Como se sabe, esta segunda lectura no ha sido escogida con el mismo criterio que las anteriores. Pero, sin forzar el sentido de los textos, puede relacionarse con las otras dos, siempre que consideremos que el tema central de estas es la victoria sobre el mal.

San Pablo nos narra sus luchas y sus sufrimientos, su debilidad. Lo que le sostiene, en medio de las pruebas que tiene que soportar y que ofrece para el bien de los corintios, es la fe en Cristo, vencedor de la muerte y del mal y resucitado. Pablo cree en su propia resurrección con la de Jesús: sabe que será resucitado con Jesús y presentado ante el que le resucitó, juntamente con sus lectores, por quienes ofrece sus luchas.

Pero hemos de tener una clara visión del sentido de la vida actual. Aunque el hombre exterior que hay en nosotros se encamine hacia su ruina, el hombre interior se renueva cada día. Cristo, que expulsó a los demonios durante su existencia terrestre y ha vencido definitivamente sobre ellos en virtud de su pasión y su resurrección, renueva día tras día a nuestro hombre interior. San Pablo nos comunica aquí su experiencia personal. Una experiencia costosa. Pero hay que saber dar en la fe un juicio sereno sobre los verdaderos valores: nuestras pruebas del momento presente son insignificantes en comparación con la extraordinaria abundancia de gloria eterna que nos deparan. Nuestra mirada no debe detenerse en lo que se ve, sino en lo que no se ve y es eterno. La victoria de Cristo sobre el demonio y el mal es de tal calibre, que nuestro mismo cuerpo, arruinado por el pecado, aunque tenga que ser destruido resucitará para durar eternamente.

Esta experiencia que sólo es posible en la fe, este optimismo inquebrantable, es lo que quiere transmitirnos Pablo.

El canto que introduce el evangelio de hoy nos hace alcanzar esta esperanza en la fe y proclama el triunfo de Cristo y el nuestro propio: "El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (Es la mujer quien aplastará a la serpiente). "Por él se harán hijos de Dios todos cuantos le reciben" (Jn 1, 14, 12).

NOCENT-6.Pág. 27-30