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H O M I L Í A S 

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DOMINGO X
TIEMPO ORDINARIO

CICLO A

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El texto de este evangelio dominical está animado de una extraña vida. Basta ver moverse a los personajes, considerar las actitudes que adoptan, para sentir la conmoción que recorre todo nuestro pasaje.

Un hombre está sentado en el despacho de la aduana. El anonimato de este personaje, nombrado sólo más tarde, es significativo. Se trata de un desconocido. Está "sentado"; se le presenta ligado a una situación en la que permanece; nada parece poder inclinarse a cambio alguno. Es una situación desacreditada, si no despreciada por muchos: el "hombre" se ocupa de la recaudación de tasas.

Jesús "pasa y ve" a este hombre. Es el momento en que se le nombra. Todo ocurre como si Jesús no quedara satisfecho con mirar a aquel "hombre", sentado tras su mesa, sino que hubiera trabado con él una conversación que le hiciera pasar de la situación banal de un interlocutor anónimo, a una relación personal. Ese hombre se convierte en Mateo.

Esta relación originará cambios profundos. Bastó que Jesús "llamara a Mateo, para que el que estaba "sentado" se levantara; para que el que estaba como ligado a su mesa, símbolo de su desacreditada situación, la dejara y se uniera a Jesús; para que aquel Mateo, inmóvil en su puesto cotidiano, se pusiera a caminar y siguiera a Jesús. Todo ello, porque Jesús, que le identificó, le llamó.

El movimiento de Mateo, iniciado con el seguimiento de Jesús, termina alrededor de una mesa. El que hasta entonces se encontraba solo, se ve, gracias a Jesús, en el seno de una comunidad, compartiendo una misma mesa. La escena es inmensamente sugestiva. De este modo, los movimientos de los personajes ilustran y sugieren el misterio profundo del cristiano. El cristiano es la persona con quien Jesús entra en relación personal, a quien El "llama" y transforma. Entonces, abandonando su antigua pasividad, este hombre a quien Jesús llama, se pone en marcha; su progreso siguiendo a Jesús le lleva hasta una determinada comunidad de mesa, signo anticipador de la última y definitiva comunidad. ¿Cómo entender que gestos tan cargados de sentido suscitaron comentarios de reprobación? ¿Cómo no quedar sorprendidos de este poder de Jesús que trastoca de tal manera las cosas? De hecho, en el propio instante en que el movimiento que ha sacado a Mateo de su despacho termina en el seno de una comunidad en fiesta, aparece una división: unos fariseos que se muestran en desacuerdo con Jesús.

El texto que cita a estas gentes las pinta aquí interesadas por Jesús, cuyos gestos y hechos examinan, cosa que hace suponer que le acompañan. Pero su interés no llega hasta hacerles sentarse a la misma mesa que él, por lo menos cuando esa mesa es la de los "publicanos y pecadores". El comportamiento de Jesús suscita entonces las reservas de aquellas personas, que le hacen una pregunta que no es sino un rechazo en forma atenuada.

¿Por qué esta desconfianza?. Es debido a que ellos tienen una determinada idea sobre el mundo, que Jesús contradice.

Ellos ven el mundo dividido en dos partes: de una parte, los "publicanos y los pecadores", y de otra, su grupo u otros personajes diversos, Jesús uno de ellos, sin duda. Conscientes de que la comida es un signo privilegiado de unidad, los fariseos no admiten que Jesús, tomando un puesto al lado de los "publicanos y los pecadores", les niegue a ellos la representación de la humanidad. Heridos, le preguntan; pero su pregunta no viene motivada por el deseo de entender. Ellos tienen su teoría, ya han hecho su opción. La respuesta de Jesús es clara. Aparece, en primer lugar, que Jesús no cuestiona la división que los fariseos hacen entre los hombres. Según El, existen, efectivamente, "justos" y "pecadores". La división es tan cierta, que la vida diaria da de ellos muestras bien visibles. Lo mismo que los hombres se dividen en "enfermos" y "sanos", los hay también "justos" y "pecadores".

Los fariseos no quedan contradichos. Su análisis sí contiene una cierta verdad. Pero se equivocan cuando piensan que esta división es insuperable, que es lo que les impide entender de verdad la función de Jesús.

Jesús es comparable a un médico. "Sano" él mismo, tiene como misión el interesarse por los enfermos. No es médico más que para ellos. Lo mismo ocurre con Jesús. Situado en la parte de los "justos", ha venido "por" los pecadores, cosa que Jesús precisa diciendo "llamar" a los pecadores.

Más arriba hemos visto lo que significa "llamar". Es invitar a alguien a entrar en relación personal con Jesús, a dejar lo que hacía a su vida banal e insignificante y a "seguir" a Jesús hasta la comunidad de mesa en al que queda introducido.

MESA/C: Lo que hizo por Mateo, el empleado de impuestos, lo hace Jesús por todos los "pecadores". Habiendo venido para "llamarlos", intenta introducirlos en la comunidad que él establece, comunidad cuyo signo más expresivo es la mesa. Su participación en la comida de los "publicanos" y de los "pecadores" es, pues, totalmente normal.

Se advierte, no obstante, que Jesús "ha venido a llamar a los pecadores", pero no a los justos. Acostumbrado a la amplitud de espíritu que impregna el mensaje del Evangelio, el lector contaba con que Jesús reconociera haber "venido a llamar" a todo el mundo, a todos los hombres sin distinción. El texto sugiere aquí otra cosa. Jesús no ha venido "a llamar a los justos". ¿Por qué esta restricción?.

Las frases mateanas dejan entenderlo. Así como los "sanos" no tienen necesidad de médico, así los "justos" no necesitan ser llamados. Su estado hace al sano independiente del médico; y así también la práctica de la justicia sitúa a los "justos" más allá de la llamada.

Sabemos que la praxis o la búsqueda de la justicia son cosas serias para Mateo. Pide a los cristianos que "busquen la justicia del Reino" (6,33), que tiendan a una "justicia que supere a la de los escribas y fariseos" a fin de poder "entrar en el Reino de los Cielos" (5,20). Dispuestos ya a entrar, los "justos" no necesitan recibir una llamada particular: son miembros de derecho de la comunidad de mesa.

A no ser que ... A no ser que prefieran excluirse de esta comunidad; a no ser que su justicia, en vez de conducirlos a la mesa común, se convierta en pretexto para abstenerse de ello. Lo cual lleva a esta extraña contradicción: que siendo miembros de derecho, los "justos" rehúsan la comunidad de mesa que se les propone, en tanto que los "pecadores" están dispuestos a acoger la llamada que los lleva a la mesa.

¿Se deberá también a esto el que Jesús no haya "venido a llamar a los justos", menos en atención a que no necesiten llamada, que en razón a sus disposiciones que les impulsan a rechazarlo? El texto no dice tanto. El resto de la obra aportará otras precisiones y confirmará lo que aquí decimos. Pero sí es cierto que queda ya dibujada la impresión de que la "justicia" de los "justos" contiene extraños matices. Se fija en tal caso en la constatación de un hecho doloroso: empleado en reunir en torno a la mesa a personas a las que dividen sus comportamientos diferentes, Jesús choca con la intransigencia de algunos de ellos. La división que separa a "justos" y a "pecadores" no se suprime, pero los signos quedan invertidos. Los verdaderos justos no son los que se creen o se dicen tales, puesto que esta justicia los lleva a rehusar la comensalidad de Jesús. La verdadera justicia aparece, como respuesta a la palabra de Jesús, en el corazón de los "pecadores" que responden a la llamada y que siguen". Extraño vuelco de las cosas, en el que pueden verse dos motivos.

En primer lugar, la complejidad del corazón humano: la realidad profunda de ese corazón escapa a la mirada del entorno, y quizá incluso a la conciencia del propio interesado. Sólo es visible una fachada, bien diferente a menudo, que se diría mentirosa si el hombre mismo no se viera sometido a su propia ambigüedad.

El segundo motivo es la misteriosa personalidad del que "llama". VOCA/TRANSFORMACION: En el lenguaje bíblico, "llamar" no es una función banal; es el gesto mismo de Dios que "llama" para crear, que "llama" para salvar (Is 41-43, etc) La llamada de Jesús tiene algo de ese poder que transforma: Lo mismo que Dios crea "llamando a los cielos y a la tierra por su nombre" (según Is 48, 13), Jesús llama a los que El elige, los llama, transforma sus vidas. La acción de Jesús está marcada con un misterio, reflejo de aquel que impregna los gestos de Dios. ¿Cuál es este "misterio"? Pregunta decisiva, puesto que recae sobre la manera de vivir de Jesús y afecta en último término a su persona. Se comprende que Mateo, para dar una respuesta, se haya apoyado en la Escritura.

El secreto de los actos de Jesús -de Dios, primero- es el gusto por la "misericordia". Un gusto que va más allá de las estrictas exigencias definidas por la ley o por las reglamentaciones cultuales. (...).

Lo que Oseas recordaba al pueblo como un deber que cumplir, Mateo lo enuncia como una práctica de Dios. Oseas invitaba al pueblo a que prefiriera "el amor más que los sacrificios"; Mateo recuerda que Jesús, testigo de Dios, practica antes el amor que las reglas cultuales; se deja guiar más por la preocupación del amor que por la de los reglamentos. La participación de Jesús en la comida de los publicanos y de los pecadores contradice ciertos principios, pero se inspira en el amor.

La división de la humanidad es real. Pero Jesús es la oportunidad de la humanidad, que encuentra en El, en su amor, la posibilidad de trascender sus divisiones. ¿Cómo no extrañarse de ver apartarse a algunos de la unidad así propuesta? ¿Cómo no admirar sobre todo la oportunidad ofrecida en adelante a los hombres?.

LOUIS MONLOUBOU
LEER Y PREDICAR EL EVANGELIO DE MATEO
EDIT. SAL TERRAE SANTANDER 1981.Pág 150

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