COMENTARIOS AL SALMO 91

 

1. CANTO DE OPTIMISMO

¡Ojalá fueran todos los días como hoy, Señor! Me encuentro ligero y feliz, lleno de fe y de energía. Siento de veras todas esas quejas, protestas e incluso acusaciones que te hago cuando me encuentro mal. No me explico ahora cómo he podido ser tan ciego a tu presencia y tan olvidadizo de tus gracias, por mal que me haya sentido a ratos. Es verdad que hay momentos oscuros en la vida, pero también lo es que hay días maravillosos como el de hoy, en los que luce el sol y cantan los pájaros y me dan ganas de contarle a todo el mundo la felicidad que he encontrado en ti, que es la mayor felicidad que puede darse en este mundo y en el otro.

«Es bueno dar gracias al Señor 
y tañer para tu nombre, oh Altísimo, 
proclamar por la mañana tu misericordia 
y de noche tu fidelidad, 
con arpas de diez cuerdas y laúdes 
sobre arpegios de cítaras: 
porque tus acciones, Señor, son mi alegría, 
y mi júbilo las obras de tus manos. 
¡Qué magníficas son tus obras, Señor, 
qué profundos tus designios!»

Sólo el canto y la música pueden expresar la alegría que hoy siento, Señor. Vengan arpas, cítaras y laúdes a cantar las glorias de tu majestad, a proclamar a voz en cuello qué grande eres y qué maravilloso es estar a tu servicio y formar parte de tu pueblo. ¿Cuándo verán todos los hombres lo que yo veo?, ¿cuándo vendrán a ti para beber en las fuentes de tu gracia la felicidad que sólo tú puedes dar? ¡Si sólo conocieran tu cariño y tu poder! ¿Cómo decírselo, Señor? ¿Cómo hecerles llegar a otros la felicidad que yo siento? ¿Cómo hacerles saber que tú eres el Señor, y que en ti se encuentra la felicidad final que todos deseamos?

No quiero predicar, no quiero discutir con nadie. Sólo quiero vivir la integridad de la felicidad que hoy me das y dejar que los demás vean lo auténtico de mi alegría. Mi único testigo es mi buen humor; mi mensajero es mi satisfacción personal.

«A mí me das la fuerza de un búfalo 
y me unges con aceite nuevo. 
El justo florecerá como palmera, 
se alzará como cedro del Líbano: 
plantado en la casa del Señor, 
crecerá en los atrios de nuestro Dios; 
en la vejez seguirá dando fruto 
y estará lozano y frondoso; 
para proclamar que el Señor es justo, 
que en él, que es mi roca, no existe la maldad».

Ese es mi alegre temple de hoy. Gracias por él, Señor, haya de durar mucho o poco; y quede también firme desde ahora mi aceptación de cualquier otro temple que quieras enviarme, alegre o sombrío, según te plazca en el orden secreto de tu divino querer.

«Señor, tú eres excelso por los siglos».

CARLOS G. VALLÉS
BUSCO TU ROSTRO
Orar los Salmos
Sal Terrae, Santander-1989, págs. 177 s.


2. Canto de Cristo resucitado

* La liturgia cristiana, como originariamente la hebrea, ha cantado siempre el salmo 91 en la mañana del sábado, debido precisamente al contenido de esta estrofa. Por medio de ella, la Iglesia, que tiene como misión declarar sobre la tierra la gloria del Señor, celebra las obras admirables de Dios: la Creación, la Redención y la Santificación.

Lo mismo que le sucede con la tierra, el agua, las plantas y los animales, el hombre judío, que respira por todos sus poros la naturaleza circundante, contempla el día y la noche como destello de la gloria de su Creador. Por eso, de acuerdo con las leyes del paralelismo propio de la poesía hebrea, el día y la noche son citados aquí por separado como sugiriendo que, por encima de la alternancia de ambos, hay un algo que debe permanecer constante: nuestra alabanza agradecida a Dios misericordioso y fiel, por medio de su Hijo, en Espíritu Santo.267

** Del mismo modo que sus acciones teándricas sanaban antaño los cuerpos y las almas de los enfermos, así también hoy las obras de las manos de Cristo, sus designios, son designios salvadores. Las obras divinas, por las que en este sábado exultamos con la Iglesia, son principalmente aquellas en las que hoy los hombres podemos encontrar los frutos de la Redención: su presencia en la Palabra y en los Sacramentos. La obra de la santificación en el Espíritu Santo tiene lugar en el tiempo de la Iglesia por medio de la dispensación del misterio salvífico a través de los Sacramentos. Cada uno de ellos es un punto de inserción en el Misterio redentor de Cristo, comunicación de ese Misterio y motivo de asimilación al Señor. De este modo, Jesús va transformando nuestro ser y nuestro obrar.268

De ahí el hondo calado de esta relación, insondable y gozosa, entre el Salvador y nosotros: que sus acciones sean siempre nuestra alegría y nuestro júbilo, las obras de sus manos.

*** El Justo se alzará como un Cedro del Líbano: Aquí intuimos una alusión tipológica a Cristo Resucitado. Él mismo expresó su misterio con la figura del árbol de la vida,269 plantado en la Iglesia -la Casa del Señor- que con esta victoria suya -la más completa que cabe pensar- realiza la redención objetiva y así destruye a los malvados para siempre: todos los pecados de cada uno de los hombres y nuestra condenación eterna. Sin olvidar el optimismo que dimana de esa certeza: mis oídos escucharán su derrota.

He ahí por qué dar gracias al Señor y tocar para su nombre (v. 2) es, en definitiva, entonar un canto de alabanza a la obra de la Redención.

La robustez, la fecundidad y la longevidad de los cedros y de las palmeras -las plantas más lozanas de Palestina- son un símbolo expresivo de la inefable riqueza de la vida interior de Jesucristo. Debido a la bondad y solidez de su raíz, este Árbol santísimo -Cristo mismo- crece y fructifica en tantos y tantos Santos que adornan, desde los primeros siglos, el jardín espléndido de la Iglesia.270 Oportunamente señala Agustín:271 "Tenemos una raíz que se orienta hacia lo alto. Nuestra raíz es Cristo, que asciende al Cielo."

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267 H. RAGUER OSB, El día y la noche en los salmos, en "Orar con los salmos", Dossiers CPL, 43, Barcelona, 1990, p. 64.

268 S. MARSILI OSB, Los signos del Misterio de Cristo, Bilbao, 1993, p. 457.

269 Jn 15: 2-6: 'Yo soy la vid verdadera ...y todo el (sarmiento) que da fruto (mi Padre que es el labrador) lo poda para que dé más fruto'

270 SALMON OSB, Les 'Tituli psalmorum' des manuscrirs latins, París 1959 Serie V y (Pseudo-Orígenes), 91, p. 144: 'Psalmus ostendit quod ipse (Christus) vincentes florere ceu palmas caelesti munere praestat.'

271 S. AGUSTIN, Enarrationes in psalmos, 91, 13.

FÉLIX AROCENA
EN ESPÍRITU Y VERDAD, I
Ediciones EGA, Bilbao 1995.Págs. 124-125


3.

PRIMERA LECTURA: CON ISRAEL

* Este salmo es un himno que se asemeja mucho al salmo I. Un hombre piadoso canta la "felicidad", que surge de su contemplación permanente de las "acciones" de Dios, obras de su "amor-fidelidad" (Hessed). En oposición, ve lo efímero de los impíos, cuyo éxito es sólo pasajero y frágil... Mientras los justos se arraigan en la solidez de Dios.

El libro de Job contribuyó a profundizar estas reflexiones, reconociendo con realismo que los "impíos" dan la impresión de una prosperidad total aquí abajo, en tanto que los "justos" pueden darla de fracaso. Es un problema siempre actual. El libro de la Sabiduría (3,1-9), que se lee en las Misas de los mártires, da la respuesta definitiva: "Las almas de los justos están en las manos de Dios. Los "insensatos" creen que los buenos están muertos; sin embargo descansan en paz. Aunque a los ojos de los hombres parecían ser castigados, su esperanza estaba llena de inmortalidad. Los impíos al contrario recibirán el castigo que merecen sus "malos pensamientos".

SEGUNDA LECTURA: CON JESÚS

** Jesús, más que nadie, fue el "justo", que sobreabundó en la felicidad de dar gracias al Padre "día y noche", y que "vivió en la casa de Dios".

Se comparó El mismo, como ocurre en este salmo, a un árbol lleno de "savia, y verdura": "Yo soy la viña, ustedes los sarmientos. Quien permanece en Mí producirá fruto en abundancia". (Juan 15,1-8).

Después de su fracaso aparente en la cruz, su Resurrección verificó la exactitud profética de este salmo: "Tú renuevas y refrescas mi vigor". Sí, Jesús "fructifica aún", dos mil años después de su muerte.

Por lo que hace a la derrota de "los enemigos de Dios", Jesús también, la anunció como ineluctable. Acusado, ante el tribunal, anunció el triunfo final de Dios: "Veréis al Hijo del Hombre venir sobre las nubes del cielo". (Mateo 26,64).

TERCERA LECTURA: CON NUESTRO TIEMPO

*** Aspiración a la alegría, a la felicidad. Hoy más que nunca el mundo aspira a la felicidad. Muchos motivos de desgracia e inseguridad han sido superados por el progreso. El confort de las casas, de los vestidos, de las máquinas... Hacen la vida más placentera. La medicina y las drogas han logrado atenuar o suprimir muchos sufrimientos. La agricultura moderna ha aumentado en forma impresionante el rendimiento de tierras y ganados. Todo esto está en el plan de Dios respecto al hombre. Dios hizo la creación para que fuera útil: "Y Dios vio que todo era bueno" (Génesis 1). Sin embargo, esta prosperidad creciente del mundo moderno no resuelve todo. La fuente verdadera de "felicidad no está en la abundancia de bienes materiales, decía Jesús (Lucas 12,15). Si el progreso ha sido importante, sus beneficios no se han repartido equitativamente en toda la tierra: si el corazón del hombre sigue siendo "perverso", enemigo de Dios que es Amor, los pobres siguen siendo humillados. De ahí que Jesús insista en un "compartir" más efectivo. El bienestar terreno con frecuencia hace olvidar al hombre que es un ser efímero, y que lo único sólido, la única felicidad perdurable, es la eterna. La afirmación final del salmo 91 nos lo recuerda: "en Dios, mi roca, no hay falla alguna, nada falso, nada falaz". Todos los demás bienes, otras felicidades, pese a su valor relativo, son bienes "engañosos", en palabras de Jesús. (Lucas 16,11).

En el laúd, la citara, y el arpa delicada. En las civilizaciones antiguas, ciertos instrumentos tenían una función sagrada. Así ocurre aún en África y en Asia. Los instrumentos son consagrados a los dioses mediante sacrificios rituales, y sólo se utilizan para la oración. Lo demuestra particularmente, el "sound" de instrumentos de cuerda, como el laúd, el arpa, la cítara, y sus homólogos africanos u orientales: la resonancia misteriosa de las cuerdas que mezclan sus armónicos, creando una especie de halo indefinido, una cierta inspiración mística y profética. No todo está "dicho" por los sonidos "claros" y "netos".

Hay que dar lugar a lo "esfumado" a los sonidos "iridiscentes". Hay que superar lo racional puro, para percibir la delicadeza del misterio. "Los impíos crecen como la hierba. Los que hacen el mal están florecientes". Ciertos pesimistas afirman que jamás se había visto sobre la tierra tal decadencia religiosa, tal decadencia moral. En tiempos del salmista, la situación debió ser mucho peor. Israel tenía conciencia de ser una ínfima minoría, perdida en el océano del paganismo. Hoy como entonces, hay que aferrarse a la fe y a su regla de conducta, "contra corriente". ¿El ateísmo parece triunfar? Razón de más para "creer".

El necio no comprende, no entiende. Efectivamente, hace falta una mirada interior, para comprender la acción y la presencia de Dios en el mundo. La Biblia llama frecuentemente "insensatos", "ininteligentes", a aquellos que se fían de apariencias superficiales, a aquellos que se dejan impresionar por el éxito "efímero" de "aquellos que hacen el mal". Nuestra fe es una sabiduría. Ella nos invita sin cesar a superar las apariencias, para ir hasta el fondo de las cosas.

La eternidad, única referencia definitiva. Tú, Señor, estás sobre todas las cosas, ¡Tú eres eterno!

NOEL QUESSON
50 SALMOS PARA TODOS LOS DIAS. Tomo I
PAULINAS, 2ª Edición
BOGOTA-COLOMBIA-1988.Págs. 168 s.


 

4. Catequesis del Papa en la audiencia general del miércoles, 12 de Junio

Alabanza a Dios creador

1. La antigua tradición hebrea reserva una situación particular al salmo 91, que acabamos de proclamar como el canto del hombre justo a Dios creador. En efecto, el título puesto al Salmo indica que está destinado al día de sábado (cf. v. 1). Por consiguiente, es el himno que se eleva al Señor eterno y excelso cuando, al ponerse el sol del viernes, se entra en la jornada santa de la oración, la contemplación y el descanso sereno del cuerpo y del espíritu.

En el centro del Salmo se yergue, solemne y grandiosa, la figura del Dios altísimo (cf. v. 9), en torno al cual se delinea un mundo armónico y pacificado. Ante él se encuentra también la persona del justo que, según una concepción típica del Antiguo Testamento, es colmado de bienestar, alegría y larga vida, como consecuencia natural de su existencia honrada y fiel. Se trata de la llamada "teoría de la retribución", según la cual todo delito tiene ya un castigo en la tierra y todo acto bueno, una recompensa. Aunque en esta concepción hay un elemento de verdad, sin embargo -como dejará intuir Job y como reafirmará Jesús (cf. Jn 9, 2-3)- la realidad del dolor humano es mucho más compleja y no se puede simplificar tan fácilmente. En efecto, el sufrimiento humano se debe ver desde la perspectiva de la eternidad.

2. Pero examinemos ahora este himno sapiencial con matices litúrgicos. Está constituido por una intensa invitación a la alabanza, al canto alegre de acción de gracias, al júbilo de la música, acompañada por el arpa de diez cuerdas, el laúd y la cítara (cf. vv. 2-4). El amor y la fidelidad del Señor se deben celebrar con el canto litúrgico, que se ha de entonar "con maestría" (cf. Sal 46, 8). Esta invitación vale también para nuestras celebraciones, a fin de que recuperen su esplendor no sólo en las palabras y en los ritos, sino también en las melodías que las animan.

Después de esta invitación a no apagar nunca el hilo interior y exterior de la oración, verdadera respiración constante de la humanidad fiel, el salmo 91 presenta, casi en dos retratos, el perfil del malvado (cf. vv. 7-10) y del justo (cf. vv. 13-16). Con todo, el malvado se halla ante el Señor, "el excelso por los siglos" (v. 9), que hará perecer a sus enemigos y dispersará a todos los malhechores (cf. v. 10). En efecto, sólo a la luz divina se logra comprender a fondo el bien y el mal, la justicia y la perversión.

3. La figura del pecador se describe con una imagen tomada del mundo vegetal:  "Aunque germinen como hierba los malvados y florezcan los malhechores..." (v. 8). Pero este florecimiento está destinado a  secarse y  desaparecer. En efecto, el salmista multiplica los verbos y los términos que aluden a la destrucción:  "Serán destruidos para siempre. (...) Tus enemigos, Señor, perecerán; los malhechores serán dispersados" (vv. 8. 10).

En el origen de este final catastrófico se encuentra el mal profundo que embarga la mente y el corazón del malvado:  "El ignorante no entiende, ni el necio se da cuenta" (v. 7). Los adjetivos que se usan aquí pertenecen al lenguaje sapiencial y denotan la brutalidad, la ceguera, la torpeza de quien piensa que puede hacer lo que quiera sobre la faz de la tierra sin frenos morales, creyendo erróneamente que Dios está ausente o es indiferente. El orante, en cambio, tiene la certeza de que, antes o después, el Señor aparecerá en el horizonte para hacer justicia y doblegar la arrogancia del insensato (cf. Sal 13).

4. Luego se nos presenta la figura del justo, dibujada como en una pintura amplia y densa de colores. También en este caso se recurre a una imagen del mundo vegetal, fresca y verde (cf. vv. 13-16). A diferencia del malvado, que es como la hierba del campo, lozana pero efímera, el justo se yergue hacia el cielo, sólido y majestuoso como palmera y cedro del Líbano. Por otra parte, los justos están "plantados en la casa del Señor" (v. 14), es decir, tienen una relación muy firme y estable con el templo y, por consiguiente, con el Señor, que en él ha establecido su morada.

La tradición cristiana jugará también con los dos significados de la palabra griega fo¤nij, usada para traducir el término hebreo que indica la palmera. Fo¤nij es el nombre griego de la palmera, pero también del ave que llamamos "fénix". Ahora bien, ya se sabe que el fénix era símbolo de inmortalidad, porque se imaginaba que esa ave renacía de sus cenizas. El cristiano hace una experiencia semejante gracias a su participación en la muerte de Cristo, manantial de vida nueva (cf. Rm 6, 3-4). "Dios (...), estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo" -dice la carta a los Efesios- "y con él nos resucitó" (Ef 2, 5-6).

5. Otra imagen, tomada esta vez del mundo animal, representa al justo y está destinada a exaltar la fuerza que Dios otorga, incluso cuando llega la vejez:  "A mí me das la fuerza de un búfalo y me unges con aceite nuevo" (Sal 91, 11). Por una parte, el don de la potencia divina hace triunfar y da seguridad (cf. v. 12); por otra, la frente gloriosa del justo es ungida con aceite que irradia una energía y una bendición protectora. Así pues, el salmo 91 es un himno optimista, potenciado también por la música y el canto. Celebra la confianza en Dios, que es fuente de serenidad y paz, incluso cuando se asiste al éxito aparente del malvado. Una paz que se mantiene intacta también en la vejez (cf. v. 15), edad vivida aún con fecundidad y seguridad.

Concluyamos con las palabras de Orígenes, traducidas por san Jerónimo, que toman como punto de partida la frase en la que el salmista dice a Dios:  "Me unges con aceite nuevo" (v. 11). Orígenes comenta:  "Nuestra vejez necesita el aceite de Dios. De la misma manera que nuestro cuerpo, cuando está cansado, sólo recobra su vigor si es ungido con aceite, como la llamita de la lámpara se extingue si no se le añade aceite, así también la llamita de mi vejez necesita, para crecer, el aceite de la misericordia de Dios. Por lo demás, también los apóstoles suben al monte de los Olivos (cf. Hch 1, 12) para recibir luz del aceite del Señor, puesto que estaban cansados y sus lámparas necesitaban el aceite del Señor... Por eso, pidamos al Señor que nuestra vejez, todos nuestros trabajos y todas nuestras tinieblas sean iluminadas por el aceite del Señor" (74 Omelie sul Libro del Salmi, Milán 1993, pp. 280-282, passim).


 

5. Catequesis del Papa en la audiencia general del miércoles, 3 de Septiembre

Alabanza al Dios creador

1. Se nos ha propuesto el cántico de un hombre fiel al Dios santo. Se trata del salmo 91, que, como sugiere el antiguo título de la composición, se usaba en la tradición judía "para el día del sábado" (v. 1). El himno comienza con una amplia invitación a celebrar y alabar al Señor con el canto y la música (cf. vv. 2-4). Es un filón de oración que parece no interrumpirse nunca, porque el amor divino debe ser exaltado por la mañana, al comenzar la jornada, pero también debe proclamarse durante el día y a lo largo de las horas de la noche (cf. v. 3). Precisamente la referencia a los instrumentos musicales, que el salmista hace en la invitación inicial, impulsó a san Agustín a esta meditación dentro de la Exposición sobre el salmo 91:  "En efecto, ¿qué significa tañer con el salterio? El salterio es un instrumento musical de cuerda. Nuestro salterio son nuestras obras. Cualquiera que realice con sus manos obras buenas, alaba a Dios con el salterio. Cualquiera que confiese con la boca, canta a Dios. Canta con la boca y salmodia con las obras. (...) Pero, entonces, ¿quiénes son los que cantan? Los que obran el bien con alegría. Efectivamente, el canto es signo de alegría. ¿Qué dice el Apóstol? "Dios ama al que da con alegría" (2 Co 9, 7). Hagas lo que hagas, hazlo con alegría. Si obras con alegría, haces el bien y lo haces bien. En cambio, si obras con tristeza, aunque por medio de ti se haga el bien, no eres tú quien lo hace:  tienes en las manos el salterio, pero no cantas" (Esposizioni sui Salmi, III, Roma 1976, pp. 192-195).

2. Esas palabras de san Agustín nos ayudan a abordar el centro de nuestra reflexión, y afrontar el tema fundamental del salmo:  el del bien y el mal. Uno y otro son evaluados por el Dios justo y santo, "el excelso por los siglos" (v. 9), el que es eterno e infinito, al que no escapa nada de lo que hace el hombre.

Así se confrontan, de modo reiterado, dos  comportamientos  opuestos. La conducta del fiel celebra las obras divinas, penetra en la profundidad de los pensamientos del Señor y, por este camino, su vida se llena de luz y alegría (cf. vv. 5-6). Al contrario, el malvado es descrito en su torpeza, incapaz de comprender el sentido oculto de las vicisitudes humanas. El éxito momentáneo lo hace arrogante, pero en realidad es íntimamente frágil y, después del éxito efímero, está destinado al fracaso y a la ruina (cf. vv. 7-8). El salmista, siguiendo un modelo de interpretación típico del Antiguo Testamento, el de la retribución, está convencido de que Dios recompensará a los justos ya en esta vida, dándoles una vejez feliz (cf. v. 15) y pronto castigará a los malvados.

En realidad, como afirmaba Job y enseñó Jesús, la historia no se puede interpretar de una forma tan uniforme. Por eso, la visión del salmista se transforma en una súplica al Dios justo y "excelso" (cf. v. 9) para que entre en la serie de los acontecimientos humanos a fin de juzgarlos,  haciendo  que  resplandezca el bien.

3. El orante vuelve a presentar el contraste entre el justo y el malvado. Por una parte, están los "enemigos" del Señor,  los "malvados", una vez más destinados a la dispersión y al fracaso (cf. v. 10). Por otra, aparecen en todo su esplendor los fieles, encarnados por el salmista, que se describe a sí mismo con imágenes pintorescas, tomadas de la simbología oriental. El justo tiene la fuerza irresistible de un búfalo y está dispuesto a afrontar cualquier adversidad; su frente gloriosa está ungida con el aceite de la protección divina, transformada casi en un escudo, que defiende al elegido proporcionándole seguridad (cf. v. 11). Desde la altura de su poder y seguridad, el orante ve cómo los malvados se precipitan en el abismo de su ruina (cf. v. 12).

Así pues, el salmo 91 rebosa felicidad, confianza y optimismo, dones que hemos de pedir a Dios, especialmente en nuestro tiempo, en el que se insinúa fácilmente la tentación de desconfianza e, incluso, de desesperación.
4. Nuestro himno, en la línea de la profunda serenidad que lo impregna, al final echa una mirada a los días de la vejez de los justos y los prevé también serenos. Incluso al llegar esos días, el espíritu del orante seguirá vivo, alegre y activo (cf. v. 15). Se siente como las palmeras y los cedros plantados en los patios del templo de Sión (cf. vv. 13-14).

El justo tiene sus raíces en Dios mismo, del que recibe la savia de la gracia divina. La vida del Señor lo alimenta y lo transforma haciéndolo florido y frondoso, es decir, capaz de dar a los demás y testimoniar su fe. En efecto, las últimas palabras del salmista, en esta descripción de una existencia justa y laboriosa, y de una vejez intensa y activa, están vinculadas al anuncio de la fidelidad perenne del Señor (cf. v. 16). Así pues, podríamos concluir con la proclamación del canto que se eleva al Dios glorioso en el último libro de la Biblia, el Apocalipsis:  un libro de terrible lucha entre el bien y el mal, pero también de esperanza en la victoria final de Cristo:  "Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios todopoderoso; justos y verdaderos tus caminos, ¡oh Rey de las naciones! (...) Porque sólo tú eres santo, y todas las naciones vendrán y se postrarán ante ti, porque  han quedado de manifiesto tus justos designios. (...) Justo eres tú, aquel que es y que era, el Santo, pues has hecho así justicia. (...) Sí, Señor, Dios  todopoderoso, tus juicios son verdaderos y justos" (Ap 15, 3-4; 16, 5. 7).

(©L'Osservatore Romano - 5 de septiembre de 2003)