COMENTARIOS AL SALMO 40

1.

Es sugerente y no improbable la hipótesis que aplica S. Mowinckel a este salmo. En el fondo de la acción de gracias por la salud recobrada, el salmo presenta indicios de ser un sortilegio. El salmista atribuye el origen de su enfermedad a un pecado grave cometido (cf. v. 5), pero la persistencia de la misma es consecuencia de los deseos de sus enemigos (vv. 6 ss.), quienes pudieron razonar así: «Este hombre ha pecado, por eso Dios le juzga; precipitemos su muerte con palabras que acaben con él.» No creen en el perdón, que no tiene cabida en la magia. La grandeza del salmista consiste en creer en el perdón, en rechazar el veredicto de la gente y en huir del ámbito de la hechicería. ¿No deberá preguntarse el cristiano por su fe en el perdón?

• Dichosos los misericordiosos:
Al principio impersonal, que cita la norma ética, se opone una praxis personal: quienes rodean al pobre y desvalido no cuidan de él; incluso el amigo desea su muerte. Una conducta en neta oposición evangélica. Si Jesús es el Sumo sacerdote misericordioso, nada extraña que sus preferidos fueran los pobres, que los pecadores hallaran en él un amigo, que no temiera frecuentarlos. Jesús es el rostro del «Padre de las misericordias», que exige a los discípulos la difícil tarea de ser misericordiosos como el Padre es misericordioso. En esta tarea entra el prójimo que encuentro en el camino y también quien me ha ofendido, porque Dios ha tenido misericordia conmigo. Quien asume esta tarea merece la bienaventuranza evangélica: «Dichosos los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia»

• La enfermedad del abandono:
Nuestro salmista, como Job, como tantos otros, proclama el dolor de su enfermedad física y la enfermedad moral de abandono, más dolorosa que aquélla. Jesús ha sufrido la misma enfermedad al ser traicionado por quien comía su pan, negado por Pedro, y al dispersarse el resto. A diferencia del salmista, el abandono de Jesús tiene mayor intensidad. El salmista acaricia este sentimiento: «El Señor me mantiene siempre en su presencia»; Jesús, por el contrario, es el abandonado y maldito de Dios. Si el salmista rompe el sortilegio de los enemigos por la confianza en Dios, Jesús nos coloca bajo el signo de la bendición. En adelante ya no rechaza, sino que atrae; no dispersa, sino que unifica Camino de la absoluta supresión de la maldición, el cristiano se siente impulsado a bendecir a quienes le maldicen, porque ya no está enfermo de abandono.

• A quién debemos temer verdaderamente:
El salmista no se mueve en un clima halagüeño. Enemigos abiertos y enmascarados acechan su caída y la de su casa. Sólo un punto es fijo: su confianza en Dios. Tampoco quien sufrió en un viernes como hoy gozó de un clima propicio: la incrédula Jerusalén, los invitados indiferentes o insolentes, los viñadores homicidas, tantas higueras estériles, los perseguidores por herencia y cuantos en la hora de la muerte pretendían minarle su confianza en Dios. No obstante Jesús muere con una oración de confianza en sus labios. Sólo a Dios hay que temer: es el único que puede perdernos totalmente y el único que nos saca del peligro mortal. Si en el mundo hemos de tener tribulaciones por el hecho de ser cristianos, alegrémonos porque nuestra recompensa será grande en el cielo. Oremos por los cristianos incomprendidos y perseguidos.

Tú quisiste, Dios nuestro, que tu Hijo Jesucristo experimentara el abandono y la maldición, para que nosotros entráramos en la bendición; ten misericordia de nosotros, sánanos porque hemos pecado contra Ti, y enséñanos a bendecir a quienes nos maldicen, ya que Tú, Señor, nos mantienes en tu presencia, por los siglos de los siglos.

APARICIO-REY GARCÍA
LOS SALMOS, ORACIÓN DE LA COMUNIDAD
Publicaciones Claretianas. Madrid 1985, págs. 149ss.


2.

PRIMERA LECTURA: CON ISRAEL

* Este salmo comienza con una "Bienaventuranza": Dichoso el que cuida del pobre y desvalido...". Y termina con una acción de gracias: "Bendito seas para siempre...". Sin embargo, la situación es dramática. Puede interpretarse bajo dos aspectos.

Primero escuchamos la queja de un "enfermo" en el último grado de "debilidad". Lo peor de todo, en su situación, es que se siente rodeado de malevolencia: los malvados cuchichean a media voz junto a él, deseando su muerte, multiplicando las palabras mágicas, los sortilegios dotados de cierta eficacia según las civilizaciones primitivas y precientíficas... Bajo este "revestimiento" oímos a "Israel", esta pequeña nación "débil y pobre", "enferma por sus pecados", constantemente amenazada por los maleficios de sus poderosos vecinos paganos que la cercan y quieren su muerte.

Esta oración final de confianza y acción de gracias alcanza un valor universal: "Señor, ten piedad de mí, porque he pecado contra ti...

SEGUNDA LECTURA: CON JESÚS

** Con la certeza de que Jesús oró con estos salmos, busquemos puntos de contacto entre éstos y el Evangelio. Es emocionante, descubrir en la boca de Jesús, "citas" explícitas. Jesús citó un versículo de este salmo para explicar a sus amigos la traición de Judas: "Así se cumplió la Escritura que dice: el que come mi pan, levantó contra mí su calcañar" (Juan 13, 18). Efectivamente, Judas, su "amigo", estaba aquella tarde con Jesús a la mesa, y recibió de El el pan.

Pero no es la única relación posible. Segundos más tarde, Jesús formuló una "Bienaventuranza" muy semejante a aquella con que comienza el salmo. Quien se había puesto a los pies de sus hermanos para servirlos, declaraba: "Si esto aprendéis, seréis dichosos si lo practicáis" (Juan 13,17). ¿No es ésta una reminiscencia del salmo, que declara "feliz" a quien se pone al servicio de los pobres y los débiles? Esto expresó Jesús casi en iguales términos diciendo: "Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia".

Finalmente, esa misma tarde del Jueves Santo, víspera de su muerte, como en la estrofa final del salmo "dio gracias" en su "Eucaristía": Jesús no se quedó en la dolorosa queja del hombre que teme la muerte, fuertemente expresada en este salmo (y por Jesús en su agonía), sino que cantó también su agradecimiento por la certeza de la resurrección. Las palabras del salmo toman una tonalidad nueva, si las ponemos en labios de Jesús: "... Tú Señor, levántame... en esto conoceré que te complaces en mí, en que no triunfe mi enemigo sobre mí... Y tú me mantendrás incólume y me guardarás por siempre en tu presencia... Bendito sea el Señor, por los siglos de los siglos".

Una vez más, vemos hasta qué punto los salmos encuentran su realización y pleno sentido en la persona de Jesucristo.

TERCERA LECTURA: CON NUESTRO TIEMPO

*** Nadie puede ocupar nuestro lugar para "actualizar" esta oración. Cada uno, partiendo de su propia situación de vida debe personalizar este salmo. El "enfermo", es obvio, se reconocerá fácilmente. Pero también el "pecador" que se siente prisionero y cercado por sus malos hábitos. En Cuaresma, la Iglesia adopta este sentido, sugiriéndonos como antífona uno de los versículos: "Sáname. Señor, porque pequé contra Ti". Muchos otros pueden sentirse aludidos por este salmo: Quien se siente "de sobra", quien se siente rodeado de gentes malévolas, quien ha sido traicionado, quien es agredido por un ateísmo o un paganismo triunfantes, quien se siente ridiculizado por su rectitud, etc...

Conservar la esperanza por todo y contra todo. Si estamos enfermos, o agredidos no importa por qué desgracia, la única seguridad está "en Dios": "¡Sí, sabré que Tú me amas!". Es normal que pidamos ser liberados, como lo hace el salmista. Pero Jesús no fue la excepción, fue "traicionado por su amigo", y sus enemigos vieron sus deseos aparentemente realizados: "¿Cuándo morirá y se borrará su nombre?". Sin embargo la Resurrección de Jesús nos da una esperanza paradójica: seremos "restablecidos en presencia de Dios".

El drama de la comunicación interrumpida. "Incluso mi amigo, de quien yo me fiaba, que compartía mi pan, es el primero en traicionarme". ¡Cuántos hombres y mujeres viven hoy día esta situación devastadora! Se prometen fidelidad, juntos comienzan una obra, se prometen confianza... y luego todo cae. ¿Por qué, Señor, los amigos se convierten en enemigos? ¿Por qué, Señor, después de ser íntimos amigos llegan a odiarse? ¿Por qué hermanos y hermanas llegan a no hablarse más? ¿Por qué ciudadanos de un mismo país no tienen comunicación ni diálogo? ¿Por qué los hijos se rebelan y se oponen contra sus padres? No juzguemos a nadie. Pero el mandamiento de Jesús sigue siendo de gran actualidad: "Amaos... Amad a vuestros enemigos...".

Bienaventurado el que se preocupa por el necesitado y el desvalido. En el contexto de una pobre humanidad "quebrantada", "herida", "enferma", cobra valor la maravillosa bienaventuranza del hombre que comprende el misterio del sufrimiento, lo soporta, y se compromete en el servicio de aquellos que sufren: "Bienaventurado el que piensa en el pobre y el desvalido". Nuestro mundo moderno, marcado por nuevas y dolorosas llagas tiene también la preocupación global de ayudar a los más pobres, de cuidar a los enfermos, de promover la dignidad de los más desfavorecidos. Recitar este salmo, es reconocer este inmenso esfuerzo "social" emprendido hoy por tantas personas y servicios públicos... Es sobre todo, tomar parte en este esfuerzo, mediante nuestra participación financiera, nuestros servicios, nuestra profesión, las visitas a aquellos que pasan la dura prueba. Tal es, en definitiva, el proyecto de Dios. 

NOEL QUESSON
50 SALMOS PARA TODOS LOS DIAS. Tomo II
PAULINAS, 2ª Edición
BOGOTA-COLOMBIA-1988.Págs. 42-45


3.

«Dichoso el que cuida del pobre y desvalido; en el día aciago lo pondrá a salvo el Señor. El Señor lo guarda y lo conserva en vida para que sea dichoso en la tierra».

Gracias, Señor, por el don que has hecho a tu Iglesia en nuestros días: el don de la inquietud por los pobres, de la denuncia de la opresión y la injusticia, de la lucha por la liberación en las almas de los hombres y en las estructuras de la sociedad. Gracias por habernos sacudido y habernos sacado de la autocomplacenicia en el orden de cosas establecido, de la conformidad culpable con la desigualdad social y del contemporizar con la explotación del hombre por el hombre. Gracias por la nueva luz y el nuevo valor que han surgido en tu Iglesia para denunciar la pobreza y luchar contra la opresión. ¡Gracias por la Iglesia de los pobres!

Has hecho que nuestros pensadores piensen y nuestros hombres de acción actúen. En nuestros días la teología se ha hecho teología de la liberación, y pastores de almas se han hecho mártires. Nos has abierto los ojos para ver en los pobres a nuestros hermanos que sufren, miembros doloridos, junto con nosotros, de ese cuerpo de humanidad cuya cabeza eres Tú. Has acabado con los días en que equivocadamente entendíamos que obedecíamos a tu voluntad al aceptar la injusticia y exhortábamos al pobre a permanecer pobre,. como si fuera ésa tu voluntad sobre él. Tu voluntad no es la injusticia, Señor; tu voluntad no es la opresión, y te pedimos perdón si alguna vez hemos usado la excusa de tu voluntad para justificar un orden injusto. Tú has vuelto a hablar por tus profetas, como lo hiciste antaño, y respondemos agradecidos a la llamada y el reto que nos ofrecen. Queremos volver a liberar a tu pueblo.

Tú siempre escuchaste la súplica del huérfano y de la viuda y tomaste como hecha a ti cualquier injusticia que se hiciera a ellos. En nuestros días, Señor, son pueblos enteros los que son huérfanos, y sectores enteros de la sociedad los que se encuentran desamparados como viuda sin apoyo y sin ayuda. Sus gritos han llegado hasta ti, y tú, en respuesta, has despertado una conciencia nueva en nosotros para hacernos solidarios con todos los que sufren y hacernos trabajar para acabar con los males que les afligen. Tomamos a privilegio el que nuestra era haya sido escogida como la era de la liberación, y nuestra Iglesia como la Iglesia de los pobres. Aceptamos con alegría la responsabilidad de trabajar por conseguir un nuevo orden social, de volver a hacer brillar la justicia entre los hombres, para que, así como todos somos iguales en el amor que nos tienes, lo seamos también en el uso de los bienes que tú has legado generosamente a todos tus hijos.

Queremos que este empeño se convierta en la meta de todos nuestros esfuerzos y en la misión de nuestra vida entera. Nos alegra constatar que a nuestro alrededor se alza una conciencia universal de justicia y hermandad entre todos los hombres, y queremos contribuir a ella con nuestro entusiasmo y nuestro trabajo. Sentimos en nuestro corazón la fuerza del llamamiento a un orden justo, y nos consideramos afortunados de haber nacido en este momento y haber recibido esa gracia. Gracias, Señor, por haber bendecido así a nuestra generación, y haz que nos empleemos a fondo en servicio del pobre.

«Bendito el Señor, Dios de Israel, ahora y por siempre. Amén, amén».


4. Juan Pablo II: El sufrimiento, camino de «liberación interior»

Meditación en el Salmo 40, «oración de un enfermo»

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 2 junio 2004 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Juan Pablo II en la audiencia general de este miércoles dedicada a comentar el Salmo 40, «oración de un enfermo».


Dichoso el que cuida del pobre y desvalido;
en el día aciago lo pondrá a salvo el Señor.

El Señor lo guarda y lo conserva en vida,
para que sea dichoso en la tierra,
y no lo entrega a la saña de sus enemigos.

El Señor lo sostendrá en el lecho del dolor,
calmará los dolores de su enfermedad.

Yo dije: «Señor, ten misericordia,
sáname, porque he pecado contra ti».

Mis enemigos me desean lo peor:
«a ver si se muere, y se acaba su apellido».

El que viene a verme habla con fingimiento,
disimula su mala intención,
y, cuando sale afuera, la dice.

Mis adversarios se reúnen a murmurar contra mí,
hacen cálculos siniestros:
«Padece un mal sin remedio,
se acostó para no levantarse».

Incluso mi amigo, de quien yo me fiaba,
que compartía mi pan,
es el primero en traicionarme.

Pero tú, Señor, apiádate de mí,
haz que pueda levantarme,
para que yo les dé su merecido.

En esto conozco que me amas:
en que mi enemigo no triunfa de mí.

A mí, en cambio, me conservas la salud,
me mantienes siempre en tu presencia.
Bendito el Señor, Dios de Israel,
ahora y por siempre. Amén, amén.


1. Uno de los motivos que nos lleva a comprender y a amar el Salmo 40, que acabamos de escuchar, es el hecho de que el mismo Jesús lo citó: «No me refiero a todos vosotros; yo conozco a los que he elegido; pero tiene que cumplirse la Escritura: El que come mi pan ha alzado contra mí su talón» (Juan 13, 18).

Es la última noche de su vida terrena y Jesús, en el Cenáculo, está a punto de ofrecer el bocado del huésped a Judas, el traidor. Su pensamiento se dirige a esta frase del Salmo, que en realidad es la súplica de un hombre enfermo abandonado por sus amigos. En aquella antigua oración, Cristo encuentra sentimientos y palabras para expresar su profunda tristeza.

Trataremos de seguir e iluminar ahora toda la trabazón este Salmo, puesto en los labios de una persona que ciertamente sufre por su enfermedad, pero que sobre todo sufre por la cruel ironía de sus «enemigos» (Cf. Salmo 40, 6-9) e incluso por la traición de un «amigo» (Cf. versículo 10).

2. El Salmo 40 comienza con una bienaventuranza. Tiene por destinatario al auténtico amigo, «el que cuida del pobre y desvalido»: será recompensado por el Señor en el día del sufrimiento, cuando sea él quien se encuentre «en el lecho del dolor» (Cf. versículos 2-4).

Sin embargo, el corazón de la súplica se encuentra en el pasaje sucesivo, donde toma la palabra el enfermo (Cf. versículos 5-10). Comienza su discurso pidiendo perdón a Dios, según la tradicional concepción del Antiguo Testamento que a todo dolor hacía corresponder una culpa: «Señor, ten misericordia, sáname, porque he pecado contra ti» (versículo 5; Cf. Salmo 37). Para el antiguo judío la enfermedad era una llamada a la conciencia para emprender una conversión.

Si bien se trata de una visión superada por Cristo, Revelador definitivo (Cf. Juan 9, 1-3), el sufrimiento en sí mismo puede esconder un valor secreto y convertirse en un camino de purificación, de liberación interior, de enriquecimiento del alma. Invita a vencer la superficialidad, la vanidad, el egoísmo y el pecado, y a ponerse más intensamente en manos de Dios y de su voluntad salvadora.

3. En ese momento, entran en la escena los malvados, quienes no han venido a visitar el enfermo para consolarle, sino para atacarle (Cf. versículos 6-9). Sus palabras son duras y golpean el corazón de quien ora, que experimenta una maldad que no conoce piedad. Realizarán la misma experiencia muchos pobres humillados, condenados a estar solos y a sentirse un peso para sus mismos familiares. Y si en ocasiones reciben una palabra de consuelo, perciben inmediatamente un tono falso e hipócrita.

Es más, como decíamos, el que ora experimenta la indiferencia y la dureza incluso por parte de los amigos (Cf. versículo10), que se transforman en figuras hostiles y odiosas. El salmista les aplica el gesto de «alzar el talón», acto amenazador de quien está a punto de pisotear al adversario.

La amargura es profunda cuando quien nos golpea es el «amigo» en quien se confiaba, llamado literalmente en hebreo «el hombre de la paz». Recuerda a los amigos de Job que de compañeros de vida se convierten en presencias indiferentes y hostiles (Cf. Job 19, 1-6). En nuestro orante resuena la voz de una muchedumbre de personas olvidadas y humilladas en su enfermedad y debilidad, incluso por parte de quienes hubieran debido apoyarlas.

4. La oración del Salmo 40 no se concluye, sin embargo, con este sombrío final. El orante está convencido de que Dios se asomará a su horizonte, revelando una vez más su amor. Le ofrecerá el apoyo y tomará entre sus brazos al enfermo, quien volverá a estar en la «presencia» de su Señor (versículo 13), es decir, siguiendo el lenguaje bíblico, volverá a revivir la experiencia de la liturgia en el templo.

El Salmo, marcado por el dolor, concluye, por tanto, con un rayo de luz y de esperanza. En esta perspectiva, se comprende el comentario de san Ambrosio a la bienaventuranza inicial (Cf. versículo 2), en el que percibe proféticamente una invitación a meditar en la pasión salvadora de Cristo, que lleva a la resurrección. El padre de la Iglesia recomienda la lectura del Salmo: «Bienaventurado quien piensa en la miseria y en la pobreza de Cristo que, siendo rico, si hizo pobre por nosotros. Rico en su Reino, pobre en la carne, pues cargó sobre sí esta carne de pobres... No padeció, por tanto, en su riqueza, sino en nuestra pobreza. Y por ello, no padeció la plenitud de la divinidad..., sino la carne... ¡Trata de profundizar, por tanto, en el sentido de la pobreza de Cristo, si quieres ser rico! ¡Trata de profundizar en el sentido de su debilidad, si quieres alcanzar la salvación! ¡Trata de penetrar en el sentido de su cruz, si no quieres avergonzarte de ella; en el sentido de su herida, si quieres sanar las tuyas; en el sentido de su muerte, si quieres alcanzar la vida eterna; en el sentido de su sepultura, si quieres encontrar resurrección» («Comentario a los doce salmos« --«Commento a dodici salmi»: Saemo, VIII, Milán-Roma 1980, páginas 39-41).

[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia, uno de los colaboradores del Papa leyó esta síntesis de la catequesis.]

Queridos hermanos y hermanas:

Las palabras del Salmo que acabamos de proclamar, «el que come conmigo el pan, es el primero en traicionarme», pronunciadas también por Cristo durante la Última Cena, evocan sus sentimientos de profunda tristeza.

Expresan asimismo la amargura de un hombre enfermo abandonado por el amigo en quien confiaba. En su súplica resuenan las voces de tantas personas olvidadas y humilladas en sus enfermedades, de los pobres, de los débiles, de los condenados a estar solos y a sentirse, incluso, una carga para sus mismos familiares.

Pero Dios se revela siempre con su amor. Con Cristo, el sufrimiento puede llegar a ser camino de purificación, de liberación interior y de enriquecimiento del alma, pues es una invitación a superar la vanidad y el egoísmo y a confiar solamente en Dios y en su voluntad salvadora.