26 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO VII DEL TIEMPO ORDINARIO
1-7

1. J/MEDICO.

Mutilando el sentido (verdaderamente difícil y aun incierto) de la perícopa completa de Isaías (v. 18-25), la primera lectura hace reflexionar sobre la acción que, ya desde hoy, realiza Dios en el seno de un mundo vetusto: "realiza" un mundo "nuevo", un mundo cuya novedad, inadvertida para unos ojos vulgares, es accesible sólo a los creyentes. Este mundo hasta entonces nunca visto, está marcado por el establecimiento de un pueblo, transformado en comunidad litúrgica encargada de proclamar las alabanzas del Dios que la salvó.

¿Qué procedimiento utilizó la salvación de Dios para hacer de un pueblo, más presto a "llorar a orillas de los ríos de Babilonia" que a cantar las alabanzas divinas, una comunidad litúrgica confiada, alegre y agradecida? En primer lugar, un acto de liberación política; recluidos en Babilonia, los oyentes del profeta necesitaban que por fin se abriera el camino del regreso, y que se les asegurara, en el ámbito de los parajes desérticos que debían atravesar, el agua que apaga la sed y hace vivir.

Pero el aspecto político no expresa la totalidad de esta liberación prometida; siendo la esclavitud en el destierro la consecuencia de los pecados del pueblo, la liberación sólo podía resultar del perdón de los pecados. Y este perdón sólo Dios podía otorgarlo. ¿Únicamente Dios? ¡Sí!, pues sólo él puede reflexionar sobre los perjuicios que su pueblo le causó: "Me has tratado como a un esclavo... me has cansado...", para de ahí venir al perdón; para emprender, a pesar de todo, la edificación de un mundo nuevo, en lugar de dejar que se destruya o se corrompa el antiguo; y para pedir a los hombres, tan sólo que "miren" a esta inimaginable novedad: que crean en ella.

La creación nueva que ya el proto-Isaías veía acometida, en vías de progresiva realización, el evangelio la ve plenamente realizada por Jesús. Con él, el hierro alcanza el nudo del drama humano: el pecado del hombre. Es significativo que los compañeros del paralítico y el propio enfermo, no tuvieran otro deseo que el de obtener la curación. Asimismo, los deportados de Babilonia no debían de tener otra preocupación que la de recobrar la libertad perdida; pero el profeta había atraído ya sus miradas hacia lo que constituía la causa de aquella esclavitud.

Jesús se guarda de echar en olvido el drama humano, causa de que se formara el grupo que se formó en torno a él mismo: "Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa", le dice al paralítico. Pero, más claramente aún que lo hizo el profeta, orienta la búsqueda de la gente hacia lo que es la causa del sufrimiento humano, el pecado, cuyo perdón es en cierto modo necesario para que pueda obrarse la curación que se pide.

P/SUFRIMIENTO: El evangelio de este domingo revela una concepción de la vida apenas imaginable para nuestro mundo, del que no sin cierta razón se ha dicho que ha perdido el sentido del pecado. El pecado ocupa el centro tenebroso de esta vida; y explica el sufrimiento del hombre. No se demuestra aquí este hecho, pero se le supone por ser un indicio de él la advertencia de Jesús, que perdona los pecados cuando lo que le piden es la curación de un paralítico: "Hijo, tus pecados quedan perdonados". Esta realidad queda confirmada por textos más claros: "Maestro, ¿quién pecó: éste o sus padres, para que naciera ciego?" (Jn 9,2). Por ser la culpa la causa del sufrimiento, la curación es señal del perdón: "Para que veáis que tengo potestad para perdonar pecados: levántate y echa a andar".

Pero este perdón no está al alcance del hombre, está fuera de sus posibilidades: "Sólo Dios puede perdonar los pecados". Y sin embargo, la supresión de la causa -el pecado del hombre- es menos difícil que la curación de los efectos -la enfermedad- :"¿Qué es más fácil: decir (y hacerlo): tus pecados quedan perdonados, o decir (y hacerlo): levántate y echa a andar?".

Sin embargo, Jesús hace lo que ningún hombre puede hacer. Pronuncia una palabra de perdón, y la pronuncia con tal autoridad, que consigue no sólo lo menos difícil, sino también lo más dificultoso: Jesús anula los efectos del pecado, el sufrimiento del hombre, prueba evidente de que en nombre de Dios puede suprimir la causa aciaga del pecado: la culpa humana. La restauración que trae Jesús es total. ¡Qué comprensible es la admiración que brota del corazón de la multitud! Como se ve, esta multitud está sobrecogida por la evidencia: allí está presente Dios, sólo él puede actuar por medio de Jesús.

Por eso, "todos se quedaron atónitos y daban gloria a Dios". Pero esta multitud no sabe decir nada más. Sigue ignorándolo todo acerca de Jesús. Sin embargo, ¿no acaba de llamarse Jesús a sí mismo "el Hijo del Hombre", y de declarar que ha recibido, privilegio único, "potestad en la tierra para perdonar los pecados"? La muchedumbre se limita a hacer constar que nunca, hasta entonces, se habían hecho cosas parecidas. El estilo es reconocible: es, ya se sabe, el de un evangelista preocupado por afirmar la lentitud del proceso que conduce a la fe en Jesucristo.

Para el evangelista, y también para los cristianos que siguen su razonamiento, el incidente dice muchas cosas acerca de Jesús.

Este relato viene a sumarse a una serie de anécdotas, cada una de las cuales ha mostrado un aspecto de los poderes de Jesús: sus exorcismos, sus curaciones; o una de las características de su persona: sus alternativas misioneras. En toda ocasión aparece Jesús preocupado por sanar efectivamente al hombre, llegando hasta lo más profundo de su mal. A esta serie de texto se añade el relato del paralítico, que muestra cómo Jesús es verdadera, total y perfectamente el "médico" que sana.

Precisamente este término, "médico", viene unos versículos más adelante en una pasaje cuya lectura no se ofrece en la liturgia dominical. Esta palabra, entendida como es debido, proporciona el secreto de todo el comienzo del segundo evangelio. Este comienzo, que se inicia con la predicación del Bautista "proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados", desemboca en la definición de Jesús: médico que viene (de nuevo este verbo sugerente) a sanar a los hombres, y tan preocupado por cumplir su cometido, que sólo se interesa por los enfermos: "No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores".

Aún hay que señalar una cosa más. Esta meditación sobre Jesús frente al hombre pecador, se remata de modo muy sugerente: "estando a la mesa en casa de Leví, muchos publicanos y pecadores se encontraban a la mesa con Jesús y sus discípulos, pues eran muchos los que le seguían" (2, 15). El hecho de compartir la mesa está cargado de significado para un oriental; pero para un cristiano, encierra un sentido más rico todavía. Pues parece Jesús como el enviado de Dios, como "el Hijo del hombre" tan idóneo para cumplir la misión de perdón que se le ha confiado, que en adelante pueden sentarse a su mesa los pecadores y compartir con él el convite, a condición de que estos "invitados al banquete" consientan en "creer". Es también una realidad, el que nuestro relato del paralítico, a la vez que marca una cumbre en la presentación de los poderes de Jesús, permite también oír las primeras objeciones contestatarias. Y el siguiente relato que recuerda la participación de Jesús a la mesa con los "pecadores", también insinúa que algunos rehúsan la invitación; permanecen próximos al convite, encontrando en los mismos beneficios que Jesús proporciona -el perdón de los pecados, la fraternidad de la comida- argumentos para rechazarle. Con esto se llega a las controversias que llenan el resto del libro.

Ultimas observaciones. Volviendo al relato del paralítico, comprobamos lo sugestivo de la forma en que se han organizado sus preparativos. Empezó todo con una concentración popular en torno a Jesús. El, entonces, se puso a "anunciar la Palabra". ¿Es esta predicación lo que inspira confianza a la gente que le escucha y lo que les mueve a formular sus íntimos deseos? Siempre se da esto: unos hombres acuden a confiar a Jesús el problema humano que les agobia; Jesús acoge su petición pero, al mismo tiempo que la acoge, la eleva. Del hombre ante su suerte, se pasa al hombre ante Dios. Decisivo paso. Algunos rehúsan y se recluyen en su cerrado mundo; otros aceptan, y se les encuentra compartiendo la mesa con Jesús.

¿Se trata de una construcción arbitraria? ¿Es una realidad petrificada que pertenece sólo al pasado? ¿O es más bien un misterio actual? ¿Es imagen de este "mundo nuevo" que Dios realiza hoy?... "Realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?".

LOUIS MONLOUBOU
LEER Y PREDICAR EL EVANGELIO DE MARCOS
EDIT. SAL TERRAE SANTANDER 1981.Pág. 47


2.

No es la primera vez que nos hemos quedado pensando un momento frente a Cristo que le dice a un hombre enfermo: toma tu camilla, levántate y vete. Pero es tan precioso lo que ocurre que es difícil resistir la tentación de volver sobre el mismo cuadro para hacer unos comentarios rápidos.

Una de las facetas más interesantes y más atractivas de Cristo es su talante liberador. Frente a la sociedad religiosa de su tiempo, integrada en sus elementos más representativos por hombres rigoristas, formalistas, apegados a la letra de la ley y muy alejados del espíritu de la misma, se yergue maravillosamente la figura de Cristo como la de un hombre que está más allá de la ley, que la ha superado positivamente, es decir, que, como El dijo, no la ha abolido, sino que se ha puesto por encima de su cumplimiento. Por eso, y hay que recordar el Evangelio, Jesucristo, al dirigirse a los suyos, dice cosas como estas: se os ha dicho que hay que amar al amigo y odiar al enemigo, pero Yo os digo que hay que amar al enemigo; se os ha dicho que hay que perdonar siete veces, pero Yo os digo que hasta setenta veces siete; y al que te pide el manto, dale también la túnica y al que te exige caminar con él un trecho, haz el camino entero.

Indudablemente la Ley para Cristo está completamente superada, porque El está por encima y más allá de la misma.

J/LIBERTAD: Por eso los hombres que sigan a Cristo serán hombres libres, absolutamente libres, con un sentido de la libertad como ningún otro hombre puede tener nunca. Por eso, los mejores milagros de Cristo se han hecho frente a hombres paralíticos, ciegos, dependientes de otros, incapaces de valerse por si mismos, disminuidos, subordinados a otros hombres. Después de que Cristo les eligió, dejaron su camilla, tiraron su báculo y caminaron deprisa y gozosos por sus propios medios. Entraron en el mundo de la autosuficiencia y la libertad.

Hoy el Evangelio nos vuelve a poner frente a una escena en la que Cristo dirigiéndose a un paralítico le dice imperiosamente; Levántate. Antes le ha perdonado sus pecados. Preciosa relación. A/LEY.

Perdonar los pecados, perdonar ese empecinamiento del hombre que no quiere aceptar el mensaje del Reino de Dios para irlo realizando poco a poco en su vida, es dotar al individuo de una libertad espléndida, la libertad del que ha puesto su punto de mira en Dios. Para este hombre la Ley no es que haya perdido significado, es que se le ha quedado pequeña porque ha encontrado el amor de Dios. Pasa lo mismo en la vida diaria. Para el hombre que ama a su mujer y a sus hijos, el Código Civil se le queda enano y no es necesario leerle los artículos en los que se recogen las "obligaciones" que como padre y esposo tiene, sencillamente porque esas obligaciones las rebasa ampliamente con el cariño que tiene a los suyos. Sólo cuando el amor se quiebra, la ley se impone.

Darle a los hombres de nuestro tiempo, esclavos de tantas cosas, un espectáculo de libertad es quizá uno de los mayores servicios que los cristianos podemos prestar a nuestros semejantes. Sería un espectáculo maravilloso el que los cristianos formásemos de verdad comunidades de hombres libres, capaces de arrojar las camillas a las que nos ligamos en los negocios, en las relaciones amorosas, en la vida social. Un espectáculo insólito, por otra parte, porque en la mayoría de las ocasiones los cristianos aparecemos, a los ojos de quienes no lo son, como un conjunto de hombres tristes, sometidos a unas leyes férreas de las que no somos capaces de "liberarnos" y que miramos con cierta envidia no confesada a los que, por distintos motivos a los expuestos hasta aquí, se han saltado esa Ley que a nosotros nos aherroja.

¡Levántate! Esa frase de Cristo, está dirigida hoy a cada uno de nosotros. Nos falta sólo el convencimiento de que, como el paralítico del evangelio, podemos ponernos en pie, arrojar la camilla y empezar a caminar como adultos empeñados en hacer llegar al mundo la realidad salvífica y creadora de Dios.

DABAR 1982/16


3.

La unidad de vida de Jesucristo y la coherencia de la que nos da ejemplo nos permiten descubrir su misión tanto en sus palabras y doctrina como en sus diversas obras y actuaciones. La ruptura entre el pensar y el vivir tan común entre nosotros, esas contradicciones entre las apariencias y las realidades, entre los criterios y los comportamientos, entre nuestras palabras y nuestra vida, no se dieron en el Jesús del Evangelio. Pero como nos dice San Pablo en la carta a los Corintios, en la lectura que hoy hacemos de ella: "Cristo no fue primero "sí" y luego "no". Su vida y su mensaje forman una sola y única realidad. Ambos nos hacen descubrir la misión salvadora que le llevó a hacerse hombre, misión que a todos nosotros nos ofrece como propia y para la que, siguiendo a San Pablo, "nosotros podemos responder 'Amén' a Dios".

El evangelio de hoy, la actuación de Jesucristo en él, nos está revelando un aspecto fundamental de la misión del Señor: su aspecto totalizante con respecto a la salvación del hombre. El viene a salvar a todo el hombre -cuerpo y espíritu, realidad interior y circunstancias exteriores- y aprovecha la ocasión que le brindan aquellos hombres audaces y confiados que esperan de El la salud física de su amigo, para mostrar ante la apiñada multitud que le rodea la amplitud de sus poderes y la totalidad de su misión. Al enfermo le dice algo que el enfermos no esperaba y lo sana de algo a cuya curación ciertamente no venía. Todos debieron quedar extrañados, enfermo, amigos, y sobre todo, los suspicaces e intransigentes fariseos a los que se les tocaba algo que para ellos era intangible: su concepto de Dios y la relación de éste con el hombre.

Jesucristo, queriéndonos mostrar que ha venido no solamente para curar las enfermedades físicas, ni que tampoco ha venido del Padre para sólo perdonar los pecados y reconciliar al hombre con Dios, responde a los escandalizados fariseos, poniendo al mismo nivel el perdón que les irrita y en el que ven una intromisión de Cristo en los poderes de Dios, con la curación física de la enfermedad del paralítico: "Para que veáis que El Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar los pecados... Entonces dijo al paralítico: Contigo hablo: Levánte, coge tu camilla y vete a tu casa".

-Misión de Jesucristo. J/SALVADOR La misión de Jesucristo es, por tanto, salvadora de todo el hombre y de todos los hombres. No es sólo una misión espiritual.

Ella abarca no sólo el pecado mismo, sino que es también remedio de todas las consecuencias del pecado. Y estas consecuencias son morales y espirituales, pero a la vez son también sociales e incluso físicas. La muerte incluso, será el último de los males, consecuencia del pecado, que la redención de Jesucristo vencerá para los hombres. Es la afirmación conciliar del documento sobre el apostolado de los seglares: "La obra redentora de Cristo, aunque de suyo se refiere a la salvación de los hombres, se propone también la restauración de todo el orden temporal" (A. A. núm. 5).

-Misión de la Iglesia. I/MISION.

Jesucristo encomienda a su Iglesia esta misión suya para que la lleve a cabo a través de los tiempos y en todas las partes.

Mutilar esta misión es realizar tan solo parcialmente la obra iniciada por Jesucristo. Reducirla tan sólo a los aspectos espirituales es tan negativo como limitar la acción de la Iglesia al remedio de los problemas sociales, económicos, temporales, por los que el hombre va sucesivamente atravesando. Por ello, tanto la Iglesia institución como los miembros que de ella formamos parte debemos sentirnos responsables de la salvación integral del hombre.

Ambos aspectos de la salvación son igualmente destacados por el Concilio Vaticano II en el documento antes citado: "La misión de la Iglesia -nos dice refiriéndose a los aspectos espirituales del hombre- tiene como fin la salvación de los hombres, la cual hay que conseguir con la fe en Cristo y con su gracia. Por lo tanto, el apostolado de la Iglesia y de todos sus miembros se ordena en primer lugar a manifestar al mundo con palabras y obras el mensaje de Cristo y a comunicar su gracia.

Todo esto se lleva a cabo principalmente por el ministerio de la palabra y por los sacramentos" (A. A., núm. 6). "La misión de la Iglesia -nos ha dicho con respecto a los aspectos temporales de la misma- no es sólo ofrecer a los hombres el mensaje y la gracia de Cristo, sino también el impregnar y perfeccionar todo el orden temporal con el espíritu evangélico... Todo lo que constituye el orden temporal no son sólo medios para el fin último del hombre, sino que tienen además un valor propio puesto por Dios en ellos" (A. A., números 5 y 7).

-Misión del cristiano. CR/MISION.

A esta misión de la Iglesia hemos sido llamados todos cuantos por el Bautismo formamos parte de la misma. La tarea anunciada, iniciada y potenciada por Jesucristo con la fuerza permanente de su Espíritu, es también nuestra común tarea.

Si queremos referirnos concretamente a los seglares, miembros activos y responsables de la Iglesia, su misión no difiere de la de aquéllos que en ella tienen alguna misión pastoral ministerial. También la tarea del seglar en la Iglesia tiene las dos vertientes propias de la misión de toda la Iglesia.

Con respecto a la difusión de la fe y de la gracia, el Concilio reconoce que "en el ministerio de la palabra y los sacramentos se complementan mutua- mente el apostolado seglar y el ministerio pastoral" (A. A., número 6).

Y por lo que se refiere a los asuntos temporales, a la misión transformadora del mundo "los seglares, al ejercitar esta misión en la Iglesia, ejercen su propio apostolado" (A. A., núm. 5).

DABAR 1982/16


4. P/PERDON  EL PERDÓN DE LOS PECADOS

Para Marcos, la autoridad y poder de Jesús se manifiesta en su modo de enseñar, en las acciones maravillosas que realiza y también en el perdón de los pecados. En el evangelio de hoy vemos cómo Jesús perdona los pecados y esta acción interior e invisible se comprueba con la curación del paralítico.

Vamos a centrar nuestra reflexión de hoy, más que en el hecho milagroso, en el valor que Jesús da al perdón de los pecados, algo esencial según Marcos en el mensaje de Jesús. Dentro de la sobriedad y concisión de este evangelista, ya ha quedado señalado al anunciar por primera vez la predicación de Jesús: "Enmendaos y creed la buena noticia" (Mc 1, 15). Y ahora Jesús, a quien busca afanosamente la salud del cuerpo, le suelta directamente: "Hijo, se te perdonan los pecados" (Mc 2,5). Sin duda, estas palabras están dichas con intención. Es más urgente y más importante la salud del alma que la del cuerpo. Hay que buscar tan afanosamente, al menos, la primera como la segunda. Jesús está evangelizando.

En un mundo como el nuestro, secularizado y permisivo, que intenta romper la barrera entre el bien y el mal, no podemos dejar de anunciar esa parte importante del mensaje de Jesús que es el perdón de los pecados.

Anunciar el perdón de los pecados es reconocer que existe el pecado y que necesita ser perdonado. Y aunque no lo parezca a primera vista, es reconocer la mayor grandeza del hombre, que es la libertad, es luchar contra todo determinismo, sea éste económico, estructural o como sea.

H/FELIZ/MITO H/PECADOR H/INACABADO: "Es impresionante darse cuenta de cómo las distintas escuelas de pensamiento conciben hoy al hombre como un ser inacabado" (John Macquarrie). Un ser inacabado, es decir, finito, limitado y alienado. Y que necesita, por lo tanto, de una salvación. Se podría afirmar que todas las grandes filosofías de nuestro tiempo son filosofías de salvación (existencialismo, marxismo...). Todas reconocen algún mal que hay que quitar, alguna existencia inauténtica que hay que transformar en auténtica. Eso del hombre perfecto y feliz es un mito. La historia y la experiencia personal demuestran bien claramente que el hombre es un ser limitado y pecador. Sí, pecador, a no ser que prefiramos un determinismo irresponsable.

El perdón del pecado es algo que está en todas las páginas de la Biblia y, también, en el mensaje de Jesús. Tal vez nosotros no hemos descubierto el aspecto positivo y liberador de este perdón de los pecados. El creyente, si insiste en la realidad del pecado, es para trascenderla, para superarla. No para quedarse en ella.

En esa síntesis de la fe cristiana que es el Padrenuestro se pide el perdón de Dios, que va condicionado a nuestro perdón respecto a los hermanos. En las parábolas, en la respuesta a Pedro de las setenta veces siete y en otros muchos lugares nos habla Jesús del perdón.

Perdonar es acoger, salvar, restablecer, curar. Encontrarse con uno mismo y con Dios. El perdón tiene un dinamismo grande. En el Evangelio se nos habla de la alegría del perdón. Del gozo que siente el Padre al encontrar al hijo pródigo, el pastor la oveja perdida y la mujer la moneda.

Es difícil que un alma religiosa no haya sentido alguna vez esta alegría del perdón de Dios y también la alegría que va unida al perdón de los hermanos, o porque nos han perdonado o porque hemos perdonado. Es algo esencial a toda experiencia cristiana.

Lástima que tantas veces el perdón vaya unido a la rutina de la confesión y al masoquismo de hurgar en los pecados. De esta forma nos perdemos lo mejor, que es la alegría del perdón.

La Iglesia ha institucionalizado el perdón en un sacramento. Con ello se reconoce la importancia del perdón en la vida cristiana, pero corremos el riesgo de hacerlo odioso por la obligación y frío por las fórmulas.

¿Por qué perdona la Iglesia? Desde el Evangelio, la respuesta es clara: recibió esta misión de Jesús. El perdón de los pecados va unido a la proclamación del Evangelio, que es la misión primera y esencial. A quienes perdonareis los pecados, les quedarán perdonados... Para perdonar, para poder perdonar en verdad es necesario de alguna forma conocer y juzgar la disposición del penitente. Esto explica la forma actual del perdón, que es la confesión, con su rito personal y comunitario según la última renovación litúrgica.

Se suele decir que la confesión está perdiendo, que cada vez confiesa la gente menos. Tal vez sea verdad. Pero la experiencia del perdón, el sentirse perdonado, el perdonar, es algo tan esencial al mensaje cristiano que no puede perderse sin que la fe reciba un quebranto serio.

DABAR 1979/16


5.

-"Hijo, tus pecados quedan perdonados": En aquel tiempo llegó Jesús a Cafarnaún y se puso a enseñar en la casa de Pedro, donde solía hospedarse. Acudieron las gentes en tropel y la casa se llenó hasta los topes, no cabía un alfiler y muchos se quedaron en la calle. Entonces aparecieron todavía cuatro hombres portando un paralítico en su camilla, y, como no les hicieran sitio, subieron al tejado por el exterior, levantaron unas tejas y descolgaron al paralítico hasta donde estaba Jesús. La muchedumbre calla, el enfermo espera, y un grupo de escribas y fariseos que habían ocupado los mejores puestos observan... Jesús, dirigiéndose al paralítico, le dice: "Hijo, tus pecados quedan perdonados".

Es difícil imaginarse la reacción del enfermo y de los que lo habían llevado a presencia del taumaturgo. En cuanto a los escribas y fariseos, dice Marcos que comenzaron a murmurar diciendo: "¿Por qué habla éste así? Blasfema".

Cambiemos ahora el tiempo y el escenario. Supongamos que llevan al paralítico a la seguridad social y, como suele suceder, no hay camas y no pueden ingresarlo. No obstante, los familiares, después de ir de la ceca a la meca, consiguen que los médicos vean al enfermo. Y éstos, dirigiéndose al paralítico, le dicen: "Que Dios te ampare, hermano". Quizás nos sea más fácil imaginarnos la reacción en este segundo caso, pero no estamos seguros de que sucediera lo mismo en la casa de Pedro. Si bien es cierto que el paralítico de Cafarnaún iba en busca de su salud lo mismo que el enfermo que acude hoy a la seguridad social, y que ninguno de los dos pensarían escuchar las palabras indicadas.

Sea lo que fuere de la reacción del paralítico en aquel tiempo, hay que admitir que no falta razón a los hombres que juzgan severamente a la iglesia cuando ésta se contenta con dar absoluciones. Porque una Iglesia que no acreditara con señales del Reino de Dios, con señales de liberación, el mensaje del perdón de los pecados, se burlaría de los hombres con el peor de los gustos imaginables. Cometería una blasfemia. Y nadie creería su mensaje.

-La palabra más difícil: Por eso Jesús, en aquel tiempo, aceptó la crítica y el reto de escribas y fariseos, y les dio respuesta cumplida, para que todos vieran que no hablaba en vano del perdón de los pecados.

Y les hizo esta pregunta: "¿Que es más fácil: decirle al paralítico "tus pecados quedan perdonados" o decirle "levántate, coge la camilla y echa a andar"? Evidentemente, decir lo primero no cuesta nada, ya que nadie puede comprobarlo; en cambio, hace falta mucha seguridad para decir lo segundo. Sin embargo, cuando se trata de hacer, la dificultad es por lo menos la misma. Por otra parte, Jesús establece una conexión y una coherencia entre ambas acciones. De modo que la salvación invisible, el perdón de los pecados, se muestra en la curación visible del paralítico. Lo que quiere decir que la salvación cristiana del hombre ha de ser integral, y no sólo en la intimidad de las conciencias.

El mundo no pide hoy ni espera milagros de la iglesia. No exige la curación de los ciegos, de los paralíticos, de los leprosos... Y tampoco es esto lo que necesita para creer en el evangelio y en la misión de la iglesia. Lo que pide y exige con todo derecho es que se vea de alguna forma la eficacia del evangelio que le predica. Pide, exige y necesita que los cristianos nos amemos los unos a los otros, que nos comprometamos con todos los hombres de buena voluntad en la gran tarea de la liberación de todos los oprimidos, que demos razón de nuestra esperanza en medio de los fracasos, que hagamos vida nuestra hermosa doctrina, que cumplamos la palabra más difícil... Porque de lo contrario pensará que el evangelio del perdón no es más que una coartada espiritualista y un engaño de los sacerdotes, un rito vacío de efectos nunca vistos, y la gracia como el vestido invisible del cuento. Y aun así la iglesia no podrá evitar que se alce contra ella la contradicción de los incrédulos. Pero entonces será por su culpa, no por culpa de la iglesia..

-La reconciliación: Pablo nos dice que Jesucristo es el "sí" de Dios, porque en él se han cumplido todas las promesas. Esto es, porque en Jesucristo Dios se ha reconciliado con todos los hombres y ha establecido una alianza definitiva y eterna. Esta acción de Dios nos autoriza para aceptarnos a nosotros mismos, y para aceptar a los demás, incluso a nuestros enemigos. Sobre la base del perdón de Dios, del "sí" de Dios a todos nosotros, podemos y debemos llevar a cabo la tarea de una reconciliación universal. Ahora bien, si desconfiamos del perdón de Dios o no queremos aceptarlo, tampoco seremos capaces de recibir y dar el perdón a nuestros semejantes.

La eucaristía que celebramos es la fiesta de esa reconciliación en la que soñamos, de esa paz, que ya tiene su principio y fundamento en el "sí" de Dios en Jesucristo. Es la fiesta de la fraternidad y para la fraternidad entre todos los hombres, llamados a ser hijos de Dios en Jesucristo. Pero la eucaristía es también, por lo que a nosotros respecta, un rito cuyo sentido sólo podemos realizar y dar a conocer a los demás si cumplimos en la vida con las exigencias del evangelio.

EUCARISTÍA 1979/09


6. SV/V  UNCION/ENFERMOS  P/ENFERMEDAD 

Ciertamente, una cosa es el pecado y otra la enfermedad. Jesús niega que una enfermedad sea siempre en un caso concreto la consecuencia necesaria de un pecado personal (Lc. 13, 11; Jn 5, 14). Y sin embargo, no podemos decir que se trate aquí de dos realidades disparatadas que no tengan que ver en absoluto la una con la otra. Pues si la enfermedad es anticipo de la muerte y ésta el rostro del pecado, si la muerte es, como dice San Pablo, el "ultimo enemigo" y la salvación que esperamos se realiza plenamente en la resurrección de los cuerpos, la enfermedad puede y debe ser entendida como símbolo en el que se objetiva el pecado de este mundo que pasa. Aunque bien puede suceder que el cristiano, a semejanza de Cristo que muere y resucita, asuma la enfermedad y la muerte misma para hacerla expresión de una esperanza, paciente pero invencible, que salta hasta la vida eterna. Ahora bien, la salvación cristiana en tanto es salvación del hombre, salvación integral, ha de manifestarse al fin y al cabo como superación de la enfermedad y la muerte, como liberación de todos los males, interiores y exteriores, que aquejan al hombre y al mundo. La salvación verdadera es el triunfo de la vida en su totalidad.

Por eso la Iglesia, ya desde los tiempos de la Carta de Santiago, ha confesado su fe y su esperanza en esta salvación del alma y del cuerpo al practicar la unción de los enfermos. Sacramento que tiene un carácter penitencial y cuyo efecto es el perdón de los pecados y el alivio de la enfermedad. También Jesús, en la curación del paralítico y para que veamos que el perdón de los pecados es un hecho venturoso, realiza exteriormente la salud del enfermo.

Este milagro de Jesús pone en claro, entre otros, dos puntos que considero de especial interés: La salvación que anuncia y realiza Dios en Cristo es, como decíamos salvación integral. Es como una nueva creación, y todo lo que ha sido creado debe ser también renovado desde su raíz, el corazón del hombre, hasta los frutos exteriores, el mundo que hace el hombre con sus manos. Concebir la historia de la salvación como un proceso espiritual, es escindir la realidad en dos: una mala e insalvable que sería el cuerpo y el mundo, y otra valiosa y salvable que sería el espíritu. Si esto fuera así, el mundo no tendría remedio y la salvación consistiría en una huida del alma. Pero todo esto es dualismo platónico y maniqueo, una nefasta ideología que se opone evidentemente al Evangelio. A partir de esta ideología hay quien distingue y separa indebidamente lo "espiritual" y lo que llaman "temporal", el orden de las conciencias y el orden social exterior. No tiene nada de extraño si después se invita a la Iglesia a que se refugie y se pierda por los caminos de una intimidad sin consistencia alguna.

EUCARISTÍA 1973/16


7. PERDON/P:

Porque es la irrupción salvadora del amor de Dios, el Reino comporta el perdón de los pecados. Y el anuncio del Reino a una humanidad en situación de pecados coincide fundamentalmente con el anuncio del perdón de los pecados. De la predicación y del comportamiento de Jesús se deduce claramente que la salvación en el reinado de Dios consiste ante todo en el perdón de los pecados y en la alegría por haber conocido la ilimitada e inmerecida misericordia de Dios.

-LA PRETENSIÓN DE JESÚS

¿Es que alguien fuera de Dios puede perdonar los pecados? Tenían razón los letrados. Jesús actúa como quien sabe que el Padre lo ha puesto todo en sus manos. Como aquel hijo que sabe que el padre le da entera confianza y se atreve a perdonar por su cuenta la deuda mayor.

-EL MAL MAS PROFUNDO

Jesús actúa como de improviso: se le pide la curación de una parálisis y concede el perdón de los pecados. Actúa como aquel médico a quien el enfermo se presenta para pedirle la curación de un síntoma periférico y le delata la existencia de un mal más grave y más profundo. Hoy el hombre es más bien insensible a la realidad del pecado. Esta sería, por tanto, una de las misiones de los creyentes en el mundo actual: ser la conciencia viva del pecado de nuestro mundo.

Ayudar a descubrir a los hombres de hoy un mal más grave y más profundo que los males periféricos que les angustian. Delatar todo lo que hay de pecado en el fondo de las calamidades que afligen a nuestra sociedad. Una sociedad que, como diría Jeremías, experimenta los resultados de haber abandonado a Dios, la fuente de aguas vivas, por cisternas agrietadas (/Jr/02/12-13).

-EL PERDÓN DE LOS PECADOS

De modo muy distinto a lo que podría parecer, descubrir a los hombres su pecado es abrirlos a la esperanza. Porque Dios quiere borrar sus pecados, quiere abrir un camino de salvación en este mundo sin salida, está a punto de hacer brotar algo nuevo, un pueblo según la medida de su corazón, Por eso reconocer el pecado ante Dios es abrirse al perdón y al amor regenerador de Dios, que quiere hacer nuevas todas las cosas, empezando por nuestro corazón. Reconocer el pecado ante Dios, comenta P. Ricoeur, es incorporarlo, con los profetas, a la economía de la promesa; con Jesús, a la predicación del Dios que viene; con san Pablo, a la ley de la sobreabundancia. De ahí que la forma cristiana de hablar del pecado sea con el lenguaje de la esperanza.

Naturalmente, con una condición: que nosotros, con nuestro mundo, nos dejemos penetrar, trabajar por este amor y perdón de Dios.

-LEVÁNTATE Y ANDA

La verdad de la liberación del pecado se manifiesta en el paralítico del evangelio en la curación de su parálisis.

Nuestra sociedad es también una sociedad paralizada por el egoísmo, la ambición y sobre todo la desesperanza (una expresión concreta de esta parálisis social sería el paro).

Solamente la liberación del pecado que anida en su seno le permitirá avanzar valientemente por sendas de justicia, de amor y de paz hacia el horizonte del Reino.

Y también nosotros estamos quizás paralizados en diversos aspectos de nuestra vida por los miedos, el comodismo, el amor propio mal entendido. Aquí podrían concretarse diversas expresiones de nuestra inhibición en el aspecto social, eclesial, personal.

-EL SI DE JESÚS. J/SI  SI/AMEN

La segunda lectura nos presenta un texto notable. Jesús es el SI definitivo sin ambigüedades de Dios al hombre (en él se han materializado todas las promesas de Dios) y del hombre a Dios.

Con el amén de nuestros labios, pero sobre todo con el amén de nuestra vida debemos unirnos al SI de Jesús.

Es una idea que puede relacionarse fácilmente con el tema anterior: nada hay más paralizante que la indecisión. Nuestra vida de perdonados y renovados por Jesús debe ser un sí decidido, sin vacilaciones ni ambigüedades.

JESÚS HUGUET
MISA DOMINICAL 1982/04