COMENTARIOS A LA PRIMERA LECTURA
Is 43, 18-19. 21-22. 24b-25

1.

Un agrupar versículos sin sentido es la tónica general de esta perícopa litúrgica. Prescindiendo de esta visión, debemos leer en su totalidad la unidad 43/16-28. En ella podemos distinguir dos partes:

-Vs. 16-21: proclamación o anuncio de salvación (cfr. 41, 17-20; 42, 14-17). Una serie de cláusulas participiales nos recuerdan las gestas salvíficas de Dios en el pasado de Israel. A los que huyen de Egipto, el Señor les crea un camino a través del mar (v. 16) y destruye a las tropas que los persiguen (v. 17): liberación del mar Rojo. El recuerdo de la salida pasada es la garantía del nuevo éxodo que se avecina: el Señor sacudirá el yugo de Babilonia, como en otro tiempo sacudió el de Egipto.

Es necesario que Israel recuerde su pasado; pero no puede quedarse en él (v. 18), porque el nuevo éxodo que se anuncia eclipsará en gloria al antiguo (vs. 19 ss.; cfr. Jr. 23, 7 ss.).

Es cierto que es el mismo Dios el que libera y la salvación se hace realidad a través de un peregrinaje por el desierto (continuidad); pero también es cierto que en la nueva liberación el desierto se transforma en paraíso al paso del pueblo (superación; cfr. 35, 6 ss.; 41, 18 ss.).

Así, el recuerdo no debe ser un refugiarse con nostalgia en el pasado, sino que debe nutrir la esperanza del futuro. Israel se había anquilosado en una fe dogmática y no creía ni esperaba en un Dios que obrara en el futuro. Las gestas salvíficas de Dios -nos dice Isaías- no son un capítulo cerrado, como pretende el pueblo. Eso sí, el Señor no se contenta con repetir, sino que realiza algo nuevo (cfr. 42, 9; 48, 6). El que no cree en el milagro del futuro no ha entendido el mensaje bíblico.

-Vs. 22-28: disputa de Dios con su pueblo (cfr. 50, 1-3). El Señor no es un deudor de Israel porque le hayan ofrecido sacrificios; las víctimas del sacrificio no le aplacan si la actitud humana es injusta. El culto es la expresión del servicio al Señor; pero Israel, con sus pecados, ha pretendido reducir a Dios a la servidumbre (cfr. el juego de la palabra "avasallar" en los vs. 23b y 24b). En el juicio, el hombre deberá confesar su pecado, ya que la nueva salvación exige la conversión interna del pueblo. El Señor triunfa perdonando porque quiere. El pueblo ha de saber que Dios no le debe nada, pero sí Israel al Señor.

DABAR 1982/16


2. 

v. 18-19: No se dice aquí que deban abandonarse las viejas tradiciones por inservibles y carentes de cualquier valor, sino que se vuelva la mirada a lo que está viniendo como algo nuevo y sorprendente; pues un pueblo que sólo tiene ojos para ver el pasado y llorar sobre el presente convierte la salvación en salvación perdida, porque el pasado no es recuperable, por muy glorioso que haya sido. Por eso hay que dejarse de nostalgias, que nada remedian, y mirar hacia adelante; hay que avivar la esperanza en un segundo éxodo, que ya está en marcha y que pronto irrumpirá con fuerza en el ámbito de la experiencia de Israel.

Entre lo antiguo y lo nuevo que está brotando, hay correspondencia y semejanzas. Yavé se dispone a sacar los cautivos de Babilonia y conducirlos otra vez a través del desierto para llevarlos a la tierra prometida. Con todo, este segundo éxodo será distinto. Yavé, que hace la historia de la liberación de Israel, no se repite nunca y sorprende siempre con una nueva salvación a los creyentes. La cautividad de Babilonia y la repatriación de los cautivos supuso para Israel una experiencia nueva y un progreso: Israel daría entonces una paso decisivo en la interiorización de la piedad y en la estima de la palabra de Dios; y se abriría hacia una salvación universal y escatológica; aprendería a ver su verdadera patria en la Ley y en las tradiciones de los mayores y no simplemente en la tierra de Canán; proclamaría entre los gentiles la alianza de Yavé.

La salvación que viene es gracia de Dios y no recompensa por sus méritos a Israel. No es lo que podía esperarse, teniendo en cuenta la conducta de este pueblo en el exilio; pues Israel se olvidó de invocar el nombre de Yavé y no le ofrecía sacrificios agradables. Es verdad que esto no le era posible en Babilonia; pero ya antes del destierro había convertido en una abominación su culto en el templo de Jerusalén, por lo cual esta ciudad fue destruida y el pueblo deportado. Yavé invita a Israel a que haga recuento de sus méritos si los halla (v. 26), pero sólo es posible recordar una serie de pecados. Así que la salvación que ahora se anuncia es lo que Israel no merece; es gracia y, por lo tanto, algo nuevo y sorprendente.

En el principio de la liberación y la renovación del pueblo está siempre el perdón de Dios y no los méritos acumulados. Así ha ocurrido otras veces en su historia y así va a ser ahora. Esto es lo que no debe olvidar Israel.

EUCARISTÍA 1982/10


3.

El artificio teológico que emplea el autor del II Isaías para "consolar" al pueblo en el destierro (este pasaje forma parte del "libro de la consolación") incluye una visión insólita de la vuelta de la cautividad de Egipto: para el autor, el pueblo aún anda peregrinante sin haber entrado en la tierra prometida; de ahí que la vuelta de la cautividad es el éxodo final y definitivo. Por eso mismo, las "novedades" que se obraron en aquella marcha son nada en comparación de lo nuevo que ahora va a hacer la gracia poderosa de Dios. Palabras que pretenden levantar el ánimo y dejar bien claro que Dios tiene una cierta predilección por el que confiesa su pecado y se abre a Dios.

El autor describe la vuelta en la novedad de una nueva creación: las bestias volverán a su antiguo ser pacífico (v. 20 ab), los desiertos se convertirán en un vergel (v. 20 c), el pueblo ya no pasará más sed como en el antiguo éxodo (v. 20 d). Palabras de consuelo que reflejan el deseo de reconciliación con Dios.

Solamente el que se ilusiona con el hecho de que Dios perdona puede llegar a sentir la necesidad de ese perdón.

Estas palabras abren un proceso entre el Señor y los israelitas (cf. 50, 1-2; 42, 18-25). Los israelitas se habían acostumbrado a considerar a Dios como uno que tenía la obligación de ayudarles, puesto que para eso era "su" Dios: ¿no le habían atiborrado de sacrificios y anegado en incienso? Por eso el Señor tenía que ocuparse de ellos y no dejarles en el exilio. Pero el Señor, por boca del oráculo profético, se va a encargar de deshacer este montaje fatal. Por eso comienza recordando los pecados desde el principio (43, 22-28), de ahí que si alguna salvación viene sobre el pueblo, se sepa bien claro que es obra de Dios. Cuando uno comienza a reconocer que ha pecado, comienza ya la salud. La aceptación de nuestra limitación de ser hombres es el primer requisito necesario.

v. 24b: Hay aquí una composición literaria construida sobre los verbos "avasallar" y "cansar'. La idea base es que Israel no se ha cansado en absoluto en el culto suave y misericorde que Dios le había prescrito. Sino que, por el contrario, Israel ha sido el que ha avasallado a Dios con sus pecados, le ha manipulado, le ha cansado. No hay pecado que más repugne al Dios perdonador que el que, en virtud de intereses turbios, pretende manipular a Dios.

Es un camino absolutamente cerrado a la fe.

El momento presente constituye para Israel un motivo de esperanza. Si la misericordia de Dios se ha derramado en un éxodo más glorioso que el antiguo, es signo claro de que Dios perdona.

Rastrear los signos de perdón de Dios en nuestro mundo supone también una postura de fe. Sólo el que cree sabe que es perdonado por Dios.

EUCARISTÍA 1979/09


4. 

Las reflexiones proféticas de este fragmento encuentran una introducción esclarecedora en el versículo 18: «No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo». La existencia del pueblo de Israel está volcada hacia el futuro, cuya bondad está garantizada por la promesa del Señor: «Mirad que realizo algo nuevo..., ¿no lo notáis? Abriré un camino por el desierto, ríos en el yermo» (v 19). El Dios que libertó las tribus de Jacob de la esclavitud de Egipto es el Dios que ahora está a punto de libertarlos de la esclavitud de Babilonia. El Dios de las promesas es superior a todas las realizaciones del pasado, su presencia no se agota en ninguna de las realizaciones históricas. La fe es confianza en el Dios de las promesas, entrega y movimiento hacia un futuro abierto. Este futuro, elemento esencial de la historia de Israel, es primariamente don de Dios, pero sus etapas están condicionadas a la libre respuesta del hombre. De ahí la lamentación divina por la bondad no correspondida. El Israel cerrado a la esperanza es el que mira atrás desde el primer éxodo: «¡Ojalá hubiéramos muerto a manos de Yahvé en Egipto, cuando nos sentábamos junto a la olla de carne y comíamos pan hasta hartarnos!» (Ex 16,3). La ingratitud desagrada más al Señor que la falta de sacrificios: "No te avasallé exigiéndote.... pero me avasallabas con tus pecados y me cansabas con tus culpas" (vv 23.24). Sin embargo, el perdón divino tendrá siempre la última palabra. El Israel que resurge de la nada es un testimonio de la acción de Dios en el mundo y un símbolo de esperanza para todos los hombres.

El creyente es un hombre abierto al futuro desde su pasado. De la misma manera, la vida y la muerte de Jesús son la causa primera de la esperanza cristiana. El Nuevo Testamento nos habla del Dios liberador que se manifiesta en las palabras y hechos poderosos de Jesús de Nazaret. La cruz, símbolo del éxodo definitivo, no desemboca en una esclavitud, sino que rompe el fatalismo degradante de la relación amo-esclavo. Así se experimenta la fe como una nueva creación y una iluminación de la existencia humana, que recibe su fuerza del gran lema «el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz» (Jn 3,21).

F. RAURELL
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981