COMENTARIOS AL EVANGELIO
Lc 06, 17. 20-26
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3-1.
EV/BENDICION BITS/MALDICION:
Aunque Jesús dirige su palabra a los discípulos, su enseñanza no concierne solamente a ellos. En su auditorio hay discípulos que le siguen de cerca, una masa de gente que acude de todas partes llevada por la curiosidad y algunos que han bajado de Jerusalén y le observan maliciosamente. En realidad las bienaventuranzas, excepto la última que recae especialmente sobre los discípulos, son para los pobres y los afligidos de este mundo. Lucas, a diferencia de Mateo que trae ocho bienaventuranzas (Mt 5.3-12), menciona sólo cuatro; pero añade, en contrapartida, otras cuatro amenazas. En cuanto a las primeras, el número no tiene mayor importancia, ya que en definitiva todas se refieren al único camino que conduce al reino de Dios.
Es interesante hacer notar cómo Lucas habla únicamente de los "pobres", de los "hambrientos", de los que "lloran", sin añadir calificativo alguno, mientras que Mateo nos habla de los "pobres de espíritu" o de los que "tienen hambre y sed de justicia". El texto de Mateo se refiere a los hombres que se tienen a sí mismos por pobres delante de Dios y lo esperan todo de él, sin confiar en su propia autosuficiencia. Y aunque este significado puede salvaguardarse también en el texto de Lucas, puesto que el reino de los cielos y no la riqueza es la esperanza y la dicha de los pobres no cabe duda que subraya la pobreza como una situación objetiva favorable y hasta necesaria, aunque no suficientemente, para llegar al reino de Dios. En cambio, las riquezas son un verdadero obstáculo.
Jesús dirige expresamente esta bienaventuranza a los que van a ser sus testigos, a los que van a ser perseguidos "por causa del Hijo del hombre" (Cfr. Mt 5, 10-12): "Dichosos vosotros..." Los discípulos de Jesús, los que le siguen, padecerán por su causa, pero participarán también de su gloria y de la gloria de los profetas. Lo específico de los cristianos no es ser pobre o estar con los pobres, no es luchar por la justicia o construir la paz, sino dar testimonio de Cristo. Para éstos, además de las otras bienaventuranza que comparten con los pobres, hay una bienaventuranza específica.
El evangelio es anuncio y denuncia al mismo tiempo, bendición y maldición, buena y mala noticia. No es imparcial. No lo puede ser en un mundo dividido por la injusticia. Por eso Jesús no bendice a unos sin maldecir a los otros. Pero la maldición o la amenaza que hace a los ricos y a los autosuficientes es, ante todo una advertencia severa y una exhortación para que se conviertan.
Porque si siguen siendo ricos, a pesar de la pobreza de los pobres y a costa de éstos, su situación es injusta a todas luces y es desesperada en vistas a lo que importa, al reino de Dios.
También esta cuarta amenaza se dirige expresamente a sus discípulos. Los que le siguen y han de ser sus testigos no deberán alegrarse si se ven rodeados de una nube de aduladores, sino todo lo contrario. Porque si buscan los halagos caerán en los errores de los falsos profetas, de aquellos que sólo predican lo que el mundo quiere escuchar y traicionan el evangelio.
EUCARISTÍA 1983, 9
2.
-Texto. Se ha cerrado un capítulo de la obra con las espadas en alto por parte de letrados y fariseos (cfr. Lc. 6,11). Con Lc. 6,12 se abre un nuevo capítulo, del que forman parte los versículos de hoy. En el v.17 el autor presenta el escenario: un llano. En él, tres grupos de personas netamente diferenciadas acompañan a Jesús: los doce, discípulos, otra gente. La acción se desarrolla entre Jesús y discípulos. Esta acción no lleva anejo movimiento alguno de las partes. Son palabras de Jesús teniendo como destinatario de las mismas a los discípulos. En sus palabras Jesús les habla de ocho categorías de personas, divididas en dos bloques contrapuestos de a cuatro: pobres, hambrientos, llorosos y vituperados en el primer bloque; ricos, saciados, alegres y ensalzados en el segundo. Cada una de las categorías viene introducida por una exclamación de gozo o de lamento. Exclamación de gozo en el primer bloque y de lamento en el segundo.
Comentario. Voy a empezarlo por esto de exclamación de gozo y de lamento. Si denomino así a lo que habitualmente se llaman bendiciones y maldiciones, es porque se acomoda más al género literario que subyace y que nos es perfectamente conocido por el uso que de él hicieron los viejos profetas del Antiguo Testamento. El profeta es la persona que ve los acontecimientos en profundidad, que detecta en ellos realidades y movimientos que se escapan al común de observadores. Al detectarlos lanza una exclamación. Esta será de alegría o de pena, según el signo de la realidad o del movimiento detectados. El profeta no sabe cuándo éstos tendrán lugar; sólo sabe que tendrán lugar. No bendice o maldice a nadie, sino que lanza un grito de entusiasmo o se echa las manos a la cabeza aterrorizado ante la nueva situación que se avecina, pero de la que no tienen ni idea aquéllos a quienes va a afectar. En su calidad de gritos estas visiones proféticas no se pueden encasillar dentro de ninguna lógica al uso ni mucho menos se pueden interpretar como revanchismo o expresión de un "cambio de tortilla". Son gritos que brotan del estremecimiento de unas entrañas utópicas; manifestaciones de alegría, ayes de dolor. Sin estridencias, sin esnobismos, sin contorsiones ni agresividad.
Balada, lamento. Gestados en la montaña, en el cósmico-puro delirio de la música callada y de la soledad sonora; arriba, donde el aire es siempre puro, donde la realidad está hecha toda de utopía. Con la vista puesta en sus discípulos (v.20). Son los cristianos. De ellos espera Lucas que sean los continuadores del estremecimiento utópico de Jesús.
DABAR 1983, 15
3.
-Las bienaventuranzas de Lucas son más "críticas" -más propias de un profeta que de un legislador- que las de Mateo. Jesús las pronuncia "en medio" de la gente venida de todas parte, aunque "mirando" a los discípulos. Son también, además, unas bienaventuranzas con alternativa: las maldiciones. De este modo forman un texto absolutamente paralelo con la primera lectura y el salmo. Leyéndolas, vienen a la memoria las palabras de Simeón: "...éste está destinado a que muchos caigan o se levanten en Israel" (Lucas 2,34), y evocan la escena majestuosa de Mateo 25,31 ss. Se da una antítesis constante entre el "ahora" y el "día que vendrá"; esto introduce al sentido trascendente de la vida presente, en función de una esperanza que se apoya en el don de Dios.
La continuación del texto lucano incluye una frase que cabría subrayar: "Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo". Es típica de Lucas esta asimilación entre la "misericordia" del Padre y la "perfección" del Padre, del texto de Mateo 5,48. El camino del amor, del perdón, del corazón que guarda la bondad como un tesoro, es el camino de Jesús y de la felicidad, porque es el camino que demuestra que uno no se fía de sí mismo, no se convierte en el umbilicus orbis, sino que busca de verdad el Reino que viene de Dios. El enlace con la segunda lectura puede ser adecuado, a causa de las afirmaciones paulinas: "Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más desgraciados".
Más que una invectiva a partir de los "¡Ay de vosotros...!, la homilía debería consistir en subrayar fuertemente la imagen del testimonio de Cristo en el mundo. una buena ayuda para el contenido puede venir de la lectura de la encíclica "Rico en misericordia", especialmente las páginas dedicadas a comentar la misión de la Iglesia al introducir en el mundo "el momento del perdón" (cfr.n.14).
No obstante, y por fidelidad al texto de Lucas, también es bueno destacar la alternativa. Una persona que contempla todas las cosas desde un mundo cerrado no tiene otro futuro sino el mundo en que se encuentra. Ahí radica la inmensa tragedia del hombre cerrado a la trascendencia, llamado -a pesar de sí mismo, quizás- al más allá.
PERE
TENA
MISA DOMINICAL 1983, 4
4.
Las bienaventuranzas no son prometidas a quienes son pobres porque son pobres, y las maldiciones no se dirigen contra los ricos porque son ricos. De hecho, Jesús elogia a los pobres que viven en dos mundos a la vez: el presente y la escatología, y amenaza a los ricos que no viven más que en un solo mundo, el que encadena casi inevitablemente a quien lleva una vida confortable.
El rico es el que se da tan pronto por satisfecho con lo que posee que no realiza el viaje hacia la profundidad de su ser, a lo que, por otra parte, nada le llama: un determinado orden social rico y superindustrializado, una determinada institución eclesiástica superasegurada de verdades y de derecho.
El pobre no posee más que su soledad, pero la vive con ese valor de ser que le lleva a las profundidades de su ser, allí donde se vislumbra otro mundo. Solitario en ese orden, es rico en la participación de este otro orden, participa ya en las victorias y de su proximidad. Es el revelador de este otro mundo que viene penosamente, a través de gracias y desgracias, éxitos y fracasos, victorias y traiciones.
MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA II
MAROVA MADRID 1969.Pág.
240
5.
Para la ocasión Lucas pone especial cuidado en diferenciar a los doce, los discípulos y el público en general. Con la lógica excepción de los doce, Lucas recalca lo numeroso de los otros dos grupos y la procedencia del público en general: de territorio judío y no judío. Ambiente solemne y expectante: habían acudido a escuchar a Jesús (Lc. 8,18). Lucas restringe a los discípulos las palabras de Jesús recogidas en el texto de hoy. Sólo en la óptica del discípulo podrán ser entendidas esas palabras.
Las palabras de Jesús resuenan lentas y cadenciosas por la reiteración de "dichosos, ¡ay!, porque" y el adverbio "ahora". La referencia no son situaciones impersonales, sino personas concretas que son pobres, pasan hambre, lloran y son objeto de odio y de persecución; o bien son ricas, no pasan hambre, se burlan y son objeto de adulación. Las palabras de Jesús hablan de un final en la condición presente de todas esas personas, de un ¡basta ya! Un final y un ¡basta ya! situados en un futuro no precisado pero cierto. Se trata del futuro de Dios, quien a través de las palabras de Jesús se revela como alguien que también tiene una palabra que decir en un mundo que también es suyo y que, por consiguiente, no es sólo humano, sino también divino.
En la frase "vuestra recompensa será grande en el cielo", la expresión en el cielo no se refiere sin más al más allá después de la muerte, sino a Dios. Es de todos conocido que un judío jamás pronuncia el nombre de Dios. En su lugar emplea circunloquios, rodeos de palabras. En el cielo es uno de estos circunloquios para referirse a Dios.
Comentario. Sólo una interpretación miope y mal intencionada puede hablar de este texto como de opio del pueblo. Nos hallamos ante la formulación del ¡basta ya! divino ante el espectáculo dantesco de un mundo horrendo. Un mundo así le duele demasiado a Dios y, aunque Dios es paciente, su paciencia lo es todo menos patente de impunidad. El texto no hace sino recordarnos algo que los humanos parecemos haber olvidado: que este mundo no es sólo nuestro, sino también de Dios y que, por tanto, también Dios tiene derecho a hablar. Resulta paradójico que, en el siglo de la conciencia de derecho, le neguemos derecho a Dios.
Los pobres, los hambrientos, los que lloran, los perseguidos, todos los que son todo esto por causa del Hijo del Hombre, son paradójicamente dichosos en su situación porque saben de Dios y de su Palabra. Sólo los que viven como si Dios no existiera y, debido a ello, se enriquecen, nadan en opulencia y risas y hasta son idolatrados, sólo éstos son los que tienen que temer por el silencio paciente de Dios. ¡Ay de ellos! No es una amenaza, es el grito desgarrado de los profetas por la desgracia en la que ya están instalados sin ellos saberlo.
ALBERTO
BENITO
DABAR 1995, 13