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H O M I L Í A

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DOMINGO VI DEL
TIEMPO ORDINARIO

CICLO B

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A menudo la Biblia nos habla de la lepra. Es también un símbolo que nos habla del pecado, del mal. El leproso es una representación del pecador. Pero hay dos modos diversos -dos etapas- en la consideración del leproso. La primera, le separa para que no contagie, la segunda, la de JC, le cura para que conviva. Uno se pregunta si, demasiadas veces, no seguimos en aquella primera etapa (1. lectura), y no conseguimos vivir en la segunda (evangelio).

-TODOS SOMOS LEPROSOS.

En la primera lectura nos habla de las normas existentes en el pueblo judío para distinguir y separar al leproso. Porque la lepra era considerada como una enfermedad contagiosa -una concepción que hoy se nos dice que era científicamente errónea- y por ello creían necesario separar a los leprosos.

CONCIENCIA-DE-P: El pecado, el mal que hay en el hombre, también lo juzgamos contagioso. Pero no es posible separar al pecador, porque todos somos pecadores ("el que dice que no tiene pecado -dice san Juan- es un mentiroso" y "el diablo -dice JC- es el padre de la mentira"). No podemos juzgar, no podemos condenar. No podemos separar. La primera enseñanza que hallamos en el evangelio de hoy es que no se trata de condenar, de separar, sino de curar, de liberar. Y que ello no se consigue observando las normas de separación, sino -como hace JC- extendiendo la mano y tocando -compartiendo- la vida del que es considerado pecador.

Es decir, el primer paso es una solidaridad en sentirnos pecadores, impuros, leprosos. Por ello, cada vez que nos reunimos para celebrar el memorial de Jesucristo, empezamos reconociéndonos todos -todos- pecadores. No pedimos "por los pecadores" sino "por nosotros pecadores". Sin este primer paso, sin este inicial reconocimiento de lepra colectiva, no hay posibilidad de seguir adelante.

-PERO LA LEPRA ES UN MAL.

Es decir, el pecado es un mal. De ahí que el cristiano -siguiendo a JC- deba luchar contra este mal.

Las dos tentaciones son: una, la del fariseísmo, la de la sociedad hipócrita, la del cristianismo puritano: es dividir a los hombres entre puros e impuros, entre buenos y malos (y excluir a los malos de la convivencia con los buenos); ciertamente no es la conducta de JC. La otra tentación es la de la permisividad, de la indiferencia, que todo lo considera igual, sin bien ni mal; es la tentación de la sociedad consumista de la Europa desarrollada, es la tentación del escepticismo, que no cree que valga la pena luchar contra todo mal. Tampoco es la conducta de JC.

JC no excluye a nadie. Pero no deja el mundo igual. JC ama a cada hombre -a cada pecador, a cada leproso- y por ello no se desentiende de su mal, de su lepra: la cura. Es decir, lucha contra el mal, porque ama al hombre, a cada hombre, a cada pecador (dicho de otro modo, ama a cada hombre y por ello quiere salvarle, liberarle, curarle).

Una posibilidad de homilía sería insistir en este doble aspecto -íntimamente vinculado-: comprender, compartir, no juzgar , ayudar a todo hombre, por más "pecador" -leproso- que parezca, sabiendo que todos compartimos la realidad de mal, de pecado; pero también reconocer que si queremos seguir a Jc, Mesías de un Reino de amor y bondad, es preciso luchar contra todo mal, ayudar a superarlo, ser intransigentes contra cualquier pacto, cualquier "pasotismo" que no distingue entre bien y mal, entre verdad y mentira, entre justicia y opresión, etc.

JOAQUÍN GOMIS
MISA DOMINICAL 1979/04


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