36 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO V DEL TIEMPO ORDINARIO
10-17

 

10.

-Quejarse no es raro ni nuevo

Las descripciones catastróficas del mundo no son ni raras ni nuevas. Que no son raras es evidente. Recientemente, en el ámbito eclesial, hemos visto documentos muy oficiales lamentando los desastres que nos afligen. (Digamos de paso que sería de desear un esfuerzo por conseguir análisis más ponderados que resultarían más serenos que los catastrofistas, y podrían ser un punto de equilibrio entre estos y los juicios como el de Karl Poper cuando dice que el mundo nunca había ido tan bien como en nuestra época). Quejarse no es raro. Pero tampoco es nuevo. La liturgia de hoy empieza con una antiquísima y depresiva descripción de la vida humana que hallamos en el libro de Job. La vida es una esclavitud, la herencia del vivir es vacuidad, la noche es un desasosiego, los días se suceden los unos a los otro sin esperanza, la vida es un soplo y mis ojos no verán más la dicha. Resultaría difícil hallar frases más gráficas para describir el estado depresivo del espíritu. Es decir, que convertirse en profeta de calamidades -lo que tanto intentó evitar Juan XXIII- es realmente vulgar y difícilmente puede funcionar como "Buena Nueva" evangélica.

-Jesús lucha contra esta "fiebre"

La liturgia de hoy nos presenta a Jesús luchando contra esta fiebre. La suegra del primer Papa se convierte pues, en el evangelio de hoy, en un bonito signo de la actitud curativa de Jesús. Porque, aunque sea tan frecuente ir anunciando desdichas, es una enfermedad de la que hay que curar. Y la curación de fiebres y enfermedades de las que habla san Marcos, en una cultura que lleva cuarenta años de antibióticos, la hemos de entender de las fiebres y enfermedades del espíritu.

Afirmar que las descripciones sistemáticamente pesimistas son enfermizas, no quiere decir que seamos tan ingenuos que no nos demos cuenta de los peligros. En nuestra sociedad hay graves peligros. Por ejemplo, el de una guerra total, o el de la atonía de los espíritus respecto a la justicia o el de la fragilidad de los jóvenes ante la droga. Pero excepto el de la guerra total -que hay que convenir en que es espantoso y nuevo-, los otros peligros son muy antiguos. El mundo ha sido siempre muy insolidario, lleno de salteadores de caminos y guerrilleros de todo pelaje (incluidos los clérigos), frecuentemente dominado por torturadores vergonzosamente legalizados, herido de mil desastres en relación a la salud o las fuerzas de la naturaleza. En nuestra época se manifiestan algunos signos muy interesantes de progreso moral, además de los de progreso técnico: hay una conciencia creciente de la libertad y de los derechos (hijos poco reconocidos del Evangelio); tiene mala conciencia ante la injusticia, se preocupa por aligerar los sufrimientos de los que padecen por enfermedad...

La manía de predicar desastres no se deduce del Evangelio, sino de las "fiebres" que nos centran obsesiva y depresivamente en los aspectos negativos de la realidad, iniciando el proceso que en castellano definimos de una manera gráfica: "hinchar el perro". En nuestro país, además, el hecho de que algunas esferas eclesiásticas insistan -ahora especialmente- en el catastrofismo y no en la esperanza, podría llevar a sospechar que el malhumor es debido a que la economía no funciona y que además hemos perdido la hegemonía en la sociedad, aspectos que ofrecen un apoyo poco elegante a la fundamentación de las quejas.

-La actitud "curativa"

Parece que la actitud de Jesús no era la de quejarse. En medio de un mundo que objetivamente era un desastre, con un derecho partidista y sectario, Jesús en vez de ir quejándose, adopta actitudes "curativas", tanto que arrastraba a la gente y tenía que esconderse como medida cautelar. La gente sencilla no lo debía ir siguiendo porque los regañase o amenazase, sino porque suscitaba en ellos perspectivas gratificantes y maduras, en medio de unas propuestas serenamente dignificadoras de las persona, y en un ámbito de cogida incondicional y nada espantadizo ante las limitaciones humanas.

Sería bueno que aprendiéramos a conjurar a los malos espíritus y las fiebres que vamos incubando cuando perdemos de vista que Jesús comunicaba buenas nuevas. Los males del mundo son muchos y casi todos son muy antiguos; pero, como dicen los chinos, vale más encender cerillas, que no maldecir las tinieblas. Jesús encendía cerillas, incluso antorchas, y sobre todo encendía los corazones. Y sin hacer trampas; es decir, sin infantilismos, sin escamotear la realidad, sin disimular el mal ni exagerarlo interesadamente; haciendo propuestas positivas, maduradoras, en conexión con las situaciones reales (y no con el mal humor que gastan los que querrían un mundo a su medida); hablando mucho de actitudes que estimulan y muy poco -el mínimo imprescindible- de las que prohíben. Llamaba la atención porque invitaba a vivir. En cambio, algunas de nuestras exhortaciones invitaban a abandonar y echarlo todo por la borda.

Dios sabe que es difícil ser bueno. Hablar de esperanza puede hacerlo más fácil y viable. Llenarlo todo de grises y negros, hace la bondad penosa. Seamos evangélicos y curémonos de las fiebres depresivas.

RAMÓN M. NOGUÉS
MISA DOMINICAL 1985/04


11.

Marcos tiende a organizar el espacio. En la narración de hoy el espacio se divide en tres sectores:

- sinagoga

- casa

- puerta de la casa.

Por tanto tenemos la sinagoga como lugar de la plegaria pública.

La casa, lugar de la vida privada.

La puerta, o sea el espacio externo -digamos la plaza- como lugar de la vida pública.

La indicación resulta evidente: "Marcos pone junto todo el espacio imaginable, religioso y profano, privado y público. Un modo, el suyo, para mostrar que la acción de Jesús interesa al ser humano en su totalidad, en todas sus dimensiones" (J. Delorme).

La actuación de Cristo no se limita al espacio religioso, sino que entra en la esfera de la amistad y va dirigida a ponerse en contacto con la multitud.

En un determinado momento la sinagoga -la de Nazaret- lo echará fuera de la puerta (6, 2). Pero no por esto se parará la actividad de Jesús. Siempre habrá gente, siempre habrá espacios abiertos de la vida profana. "El evangelio no puede ser aprisionado dentro del mundo religioso" (J. Delorme).

Marcos, además de organizar el espacio, organiza también el tiempo. Frecuentemente no duda concentrar en una sola jornada sucesos que se desarrollan en tiempos diversos. Pone la geografía, como la topografía, como las indicaciones cronológicas, al servicio de una perspectiva teológica.

También aquí, la de Cafarnaún, puede ser una jornada tipo. Por consiguiente los acontecimientos no se desarrollan estrictamente en las 24 horas del día. Son estos:

- Jesús enseña, en la sinagoga y cura a un endemoniado (la narración que comentamos el domingo pasado).

- Cura a la suegra de Pedro.

- Cura a muchas personas después de la puesta del sol.

- Se retira a orar a un lugar solitario.

Por tanto una jornada que se abre con la plegaria pública y se cierra (abriéndose otra) con la oración en solitario, y se desarrolla a través de la enseñanza y las obras.

Una jornada en que se da el elemento lucha y el elemento contemplación, el estar juntos entre amigos, y el estar con la gente común, la atención a la miseria humana y la atención a Dios, el entrar y el salir, el darse y el liberarse. En suma, puede decirse, una jornada en la que no falta nada. Completa.

La "jornada tipo" de Jesús en Cafarnaún debería cerrarse con las curaciones efectuadas ante la puerta de la casa.

En realidad la jornada resulta completa, en cuanto a significado, sólo con esta narración de la fuga mañanera para orar en la soledad.

Es un episodio-bisagra que cierra una jornada y abre otra, fin y principio al mismo tiempo.

Una primera lectura puede captar de inmediato el contraste ciudad-desierto. Multitud-soledad.

La ciudad como momento de la actividad, el desierto como momento de la oración. La muchedumbre como "lugar" de encuentro con Dios.

Pero es necesario estar atentos para no caer en un exceso de simplificación. Porque las dos realidades no están tan contrapuestas como se quisiera hacer creer. Y así la oración puede ser una forma de actividad y la soledad puede ser el lugar de encuentro con los otros, además de serlo con Dios.

Así también el "darse" y el "retirarse" no son opuestos, sino complementarios. No hay duda de que Jesús no considera cumplida su misión porque ha enseñado, curado, liberado, aliviado las miserias humanas.

La soledad y la oración completan el cuadro de su ministerio, forman parte de su actividad, pertenecen a la agenda de sus compromisos

J/ORACION: A la fuga de Jesús corresponde la búsqueda de los discípulos, que se convierten en intérpretes de los deseos de la multitud.

La frase de Pedro "todos te buscan" se puede entender de dos maneras:

- "Hay tanto que hacer" y tú estás aquí perdiendo el tiempo. En este caso la postura de Pedro tiene todas las características de la incomprensión.

No entiende que la oración de Jesús es no sólo el momento culminante de su ser-para-el-Padre, sino de su ser-para-los-hombres.

En la oración Cristo continúa su servicio en favor de los hombres, les lleva al Padre, les hace encontrarse con el Padre.

En la oración Jesús está en acción, prolonga su propio servicio. En favor de todos. - Pero Pedro, con su frase, quiere invitar a Jesús a "recoger", en términos de popularidad, lo que el día anterior ha sembrado con la predicación y las curaciones. "No dejes escapar la ocasión". "Aprovéchate del éxito".

En este sentido, su postura se convierte en tentación.

Sí. Esta es la primera tentación de Pedro.

O sea, es el intento de hacer desviar al Maestro del camino emprendido, sugiriéndole una vereda de facilidad.

Cristo rechaza la sugerencia. No sabe qué hacer con ese consenso entusiasta que se convierte en coartada para sustraerse a las rudas exigencias del seguimiento, del evangelio traducido en la conducta.

Así, al margen del aspecto literal, es significativo el verbo "salir". Jesús salió para escapar de la gente, para encontrar al Padre y ratificar las líneas de su misión.

Se diría que el Cristo de Marcos es un Cristo que continúa saliendo.

Sale siempre fuera de las fijaciones ajenas, de las imágenes ajenas. de los caminos que los otros quieren tomar, de los deseos de la gente.

Cristo "sale" de la geografía y de los programas de los hombres.

El Dios que se encuentra con el hombre es también el Dios que sale fuera, continuamente, de los esquemas de los hombres.

Así la oración solitaria se convierte en el lugar por excelencia de su libertad.

"Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique".

La misión de los discípulos no logra que Jesús vuelva sobre sus pasos. Pero ni siquiera Jesús queda allí. Marcha a otra parte.

Debemos, pues, tomar nota de la última sorpresa de este desierto, que se convierte en "paso" para ir a otra parte.

"Es el desierto, la soledad, lo que relanza la misión" (J. Delorme).

La oración así no es sólo culmen de la actividad, sino fuente de actividad. Parada, pero también punto de partida hacia nuevos itinerarios.

El desierto, para Jesús, es el lugar de las decisiones imprevisibles.

Con excesiva frecuencia se acude a la oración para justificar situaciones de inmovilismo, para neutralizar cualquier tímida tentativa de búsqueda, para rescatar a cualquiera que pretenda arriesgar algo.

No estará mal relacionar el concepto de oración con la dimensión de lo imprevisible, de la sorpresa, de la creatividad.

Un hombre que reza es un hombre que descubre nuevos itinerarios.

La oración no sirve para "mantenerse buenos" y ni siquiera para "mantenerse firmes". A un individuo que reza puedes encontrarlo siempre, pero no hacerte ilusiones de que lo posees. Porque existe otro que le indica a dónde tiene que ir.

Dócil, sí, pero al Espíritu, no a los cálculos y a las prudencias humanas. Rezo, luego estoy... en otra parte.

La autenticidad de la oración viene medida también por su fuerza de riesgo. O la soledad del desierto nos hace abrir los ojos sobre lo nuevo, sobre el todavía no, sobre las zonas inexploradas para el Reino, o puede convertirse en el lugar del reposo y de la falsa seguridad, de la pereza enmascarada de fidelidad.

Existe quien descubre una geografía inédita, y quien se recuesta en las laderas conocidas.

Los ojos abiertos son los que expresan la diferencia entre oración como sueño y oración como toma de conciencia.

ALESSANDRO PRONZATO
EL PAN DEL DOMINGO CICLO B
EDIT. SIGUEME SALAMANCA 1987.Pág. 133 ss


12.

-Curó las enfermedades (Mc 1. 29-39)

El relato evangélico de hoy nos coloca ante dos hechos: el anuncio de la Buena Noticia se extiende progresivamente, y las curaciones simbolizan esta conmoción del mundo; la Buena Noticia es la de la curación espiritual, la de la resurrección, la de la vida. Pero, por otra parte, las multitudes se quedan en la materialidad del signo, y si la Iglesia no debe evangelizar sobre vientres ayunos, según expresión bastante cruda de san Agustín, tampoco tiene por primer objetivo modificar la condición humana, sino curar espiritualmente.

LEVANTAR/RS: Ambos aspectos se encuentran constantemente en la vida de Jesús. También aquí le vemos curar enfermos, y en particular expulsa los espíritus malignos. ¿Es intentada esta insistencia de san Marcos sobre la fiebre, atribuida al demonio, y sobre esta especie de exorcismo? Una palabra empleada por san Marcos, y que encontramos en la carta de Santiago: puede llamarnos la atención: Jesús levanta a la suegra de Pedro. Para decir "levantar", emplea el evangelista la forma verbal "egeíro". La carta de Santiago, en la que habla del sacramento de enfermos, utiliza el mismo verbo: "La oración de fe salvará al enfermo, y el Señor hará que se levante" (St 5, 15). La palabra tiene múltiples significados: levantar, hacer levantar, resucitar, dar la vida, aliviar... Parece que ha de evitarse restringir el significado de la palabra; al contrario, hay que mantener sus distintos significados. La suegra de Pedro se levanta y se pone a servir. También aquí encontramos la dimensión del sacramento de enfermos; una enferma recibe la curación para que recupere su papel en la asamblea cristiana. Jesús cura, y su paso es signo de la vida y la vida signo del reino presente. La Buena Noticia es la de la vida, que no debe restringirse sólo al sentido espiritual ni sólo al sentido corporal. Lamentablemente, esto es lo que hacen las multitudes que entienden los dones de Cristo únicamente bajo el aspecto material. Entonces el Señor las deja, se retira. Aquí, en este pasaje de Marcos, las abandona, y en su manera de abandonarlas se adivina cierta desilusión. La multitud le busca sólo porque desea ser curada en el plano físico. Se tiene la impresión de que cuando Jesús dice: "Para eso he venido", intenta insistir en que ha venido a traer la Buena Noticia de la Alianza. No quiere el éxito multitudinario que las curaciones le otorgan, y teme la confusión. San Lucas escribirá: "Para eso me han enviado" (Lc 4, 43), puntualizando así la expresión "salí", que se encuentra en la frase: "para eso salí del Padre". No parece que san Marcos quiera emplear aquí la expresión en este sentido, sino más bien subrayar que Jesús no vino a realizar curaciones materiales, sino a anunciar la Buena Noticia.

En este relato interviene el "Secreto mesiánico". Este es uno de los temas favoritos de Marcos. Los demonios, como el del poseso de la sinagoga, reconocieron al Mesías (Mc 1, 24). No le gusta a Jesús que le conozcan sólo por las curaciones materiales; la fe debe dejar atrás los signos que conducen a ella progresivamente. Por eso impone Jesús el silencio: es menester que los hombres le descubran paulatinamente, y sobre todo no por sentimientos movidos por intereses materiales. Los signos de curación que Jesús realiza deben provocar una pregunta acerca de su persona. Este es el primer escalón. Hay que llegar a ver en Jesús al que tiene que morir y resucitar para salvar al mundo, al que es preciso seguir en su muerte y en su resurrección.

-El hombre y su sufrimiento (Jb 7, 1...7)

Con este pasaje se plantea crudamente el problema de la existencia humana y de sus sufrimientos. Del libro de Job frecuentemente se tiene una idea unilateral: la de la sumisión a la voluntad de Dios, sin reacción en contra. Este pasaje, por el contrario, nos hace entrar en contacto con un hombre corriente que reacciona violentamente cuando le toca el sufrimiento. Es un hombre que se rebela ásperamente contra lo injusto de su suerte, y que se queja amargamente de su condición humana. No sólo el día es penoso; la noche es una pesadilla. Y luego, al cabo de una vida que no es más que un soplo, llega la muerte... Job, a pesar de que no tiene resuelto el problema de su sufrimiento físico y moral, no se desespera. Sabe que puede encontrar a Dios, que existe un Dios capaz de acordarse de él.

Sin duda Job no piensa en el más allá, y su grito se cierra con una frase que nosotros no podríamos aceptar: "mis ojos no verán más la dicha". Pero el "recuerdo" de Dios está presente, y Job no es insensible. Si se envía al Hijo, si su misión es anunciar la Buena Noticia, si no ha venido a curar los sufrimientos de hoy, sí ha venido a restaurar la vida definitiva.

El problema del sufrimiento humano encuentra su solución hoy, no en una filosofía de la aceptación, sino en la certeza absoluta de que todo sufrimiento existe con miras a construir algo juntamente con Cristo que muere pero que resucita. Se perdonan los pecados, la vida cobra un nuevo impulso cuyo dinamismo verdadero no podemos conocer aún y cuyos goces solamente podemos imaginar.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 5
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 22-34
SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág. 128-130


13.

"se marchó al descampado" Mc 1, 29-39

Jesús no se ha dejado destruir por el activismo. No se ha "vaciado" en la actividad agotadora de cada jornada. Rodeado de gentes que se agolpan sobre él, incluso, después de anochecer, sabe encontrar tiempo para reavivar su espíritu.

Según la información de Marcos, Jesús tenía esta costumbre: se levantaba de madrugada, se retiraba a un lugar solitario y, allí, se entregaba a la oración.

Cuando, al amanecer, los discípulos lo llaman de nuevo, Jesús se levanta con nuevas fuerzas, dispuesto a continuar su servicio generoso e incondicional a las gentes de Galilea. El cansancio es algo con lo que tiene que contar todo hombre o mujer que se esfuerza por cumplir su tarea diaria con entrega y responsabilidad.

Un día las fuerzas se desgastan y el agobio se apodera de nosotros. Quedan atrás la euforia y vitalidad de otros tiempos. Ahora sólo sentimos la falta de aliento, la impotencia, el hastío.

Las raíces del cansancio pueden ser muy diversas. Las ocupaciones nos dispersan, la actividad constante nos desgasta, la mediocridad misma de nuestra vida y nuestro trabajo nos aburre.

Perdemos energías en las mil contrariedades y roces de cada día y no sabemos cómo ni dónde reparar nuestras fuerzas. Nos vaciamos quizás generosamente a lo largo del día, pero no cuidamos el alimento de nuestro espíritu.

¿Qué hacer cuando la alegría interior se nos escapa y sentimos el alma cansada y sin aliento?

Quizás, lo primero sea aceptar con paciencia el cansancio como «compañero de nuestro camino». Pero, al mismo tiempo, recordar que la soledad y el silencio pueden sanar de nuevo nuestras raíces.

Hay una oración callada, humilde y confiada que puede devolvernos el aliento y la vida en las horas bajas del cansancio y el agobio.

Todos necesitamos, de alguna manera, saber retirarnos a "un lugar solitario" para enraizar de nuevo nuestra vida en lo esencial.

Necesitamos más silencio y soledad para reconocer con paz «las pequeñas cosas» que hemos agrandado indebidamente hasta agobiarnos, y para recordar las cosas realmente grandes e importantes que hemos descuidado día tras día.

Esa oración no es huida cobarde de los problemas. Es renacimiento, reencuentro y renovación del espíritu. Es sentirse vivo de nuevo y dispuesto para el servicio.

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 189 s.


14.

Frase evangélica: «Se le pasó la fiebre y se puso a servirles»

Tema de predicación: LA CURACIÓN DE ENFERMOS

1. Las curaciones de Jesús relatadas en los evangelios -unas ochenta- han dado lugar a constantes discusiones entre quienes las aceptan al pie de la letra y quienes las niegan. Ante un prodigio, el NT no se plantea su posibilidad, sino su sentido. La curación, como todo «milagro» evangélico, es un signo que Dios hace al hombre a partir de un suceso sorprendente, cuyo significado se reconoce en la fe. El milagro es, pues, manifestación del poder de Dios y signo de su redención por medio de Jesús. Dicho de otro modo, Jesús hace signos que anuncian la llegada del reino y que contienen un mensaje de liberación.

2. El cristianismo no es milagrería, sino palabra de vida pronunciada por Jesús en orden a la salvación. Jesús hace una curación (de la servidumbre del pecado, al servicio a los hermanos) en sábado (día de liberación, no de prohibiciones), al salir de la sinagoga (lugar de una palabra no comprendida) y entrar en casa de Pedro (sede de la comunidad).

3. Cristiano es el discípulo de Jesucristo y de los hermanos que pasa, de la «fiebre» (enfermedad y pecado), al "servicio" (del Dios vivo y de la comunidad humana). Jesús ha venido y sigue viniendo a expulsar lo demoníaco y a curar toda dolencia, a fin de que se restablezca la salud de la humanidad y se haga patente el reino de Dios.

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 207


15.

¿COMO VA ESA VIDA?

Hay mucha gente por esos mundos de Dios que, como Job, sienten en su carne el dolor implacable. 'Al acostarme pienso: ¿cuándo me levantaré?; se alarga la noche y me harto de dar vueltas hasta el alba. Mis días... se consumen sin esperanza'. Sí, hay mucha gente que sufre. Pero hoy, ante esas palabras amargas de Job, pienso de una manera especial en esa gente que sufre y lucha 'sin esperanza'. Gente que araña la vida para sacarle un poco de aliciente, pero que vuelve a su casa cada tarde sin un bocado de alegría que echarse a la boca. Solos cada uno en su noche, en su 'yo'. Sin amigos, porque se han negado sistemáticamente a andar los caminos de la renuncia, de la escucha, del amor. Vidas vacías, que no viven: simplemente se van consumiendo sin sentido.

Hay, en cambio, otras vidas llenas, rebosantes; como la de Pablo. Pablo sí ha encontrado algo en su vida que, de golpe, lo ha cambiado, lo ha llenado hasta desbordar: la Buena Noticia, Jesús. Ha comprendido, de pronto, que la vida que antes vivía no valía la pena; eran 'meses baldíos', días que se consumían 'sin esperanza'. Y ha decidido quemarla, de aquí en adelante, para dar a los otros un poco de esa luz, de ese calor que acaba de encontrar. Ha decidido hacerse 'débil con los débiles', 'todo a todos'. Ha comprendido, al fin, que ya no podría ser feliz de otra manera: '¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!'.

Como tantos 'Pablos' de hoy. Desparramados por los cuatro puntos cardinales de la geografía del hambre, de la muerte, van por ahí llamando 'hermano' al primer desconocido que los necesita, vertiendo un poco de arroz en la escudilla que les tiende tanto niño de vientre hinchado, humedeciendo con un poco de amor los labios -y el corazón- de tanto ser humano que se pudre solo, pasando como una brisa fresca de esperanza por entre tanto desierto y tanta muerte.

Ni más ni menos que intentando copiar la vida de Jesús. 'Al encontrarlo, le dijeron: -Todo el mundo te busca'. Saben que es el hombre que nunca piensa en sí mismo, sino que vive dándose: cura enfermos, expulsa demonios, predica la Buena Noticia. Su puerta nunca se cierra. Su corazón sabe siempre reír con el que ríe y sufrir con el que sufre. Por algo 'la población entera se agolpaba a la puerta' . Nadie que sea capaz de vivir así, dándose a los demás, conocerá jamás del todo lo que es sentirse solo, sentir el sabor amargo de una vida vacía.

Hoy, amigo, pienso que Pablo y Jesús nos salen al encuentro, a ti y a mí. Y nos preguntan: ¿Cómo va tu vida? ¿Le has encontrado ya sentido? ¿O te pasas, todavía, la noches en claro, tejiendo y destejiendo problemas que parten de ti y acaban en ti? ¿Has descubierto ya un Evangelio que ponga luz en tanta tristeza, que te ayude a remontar tanta mediocridad? Si lo has encontrado, no lo guardes para ti solo: es para repartirlo Verás -maravillosa paradoja- que, cuanto más lo repartas, más se te quedará llenando tu corazón. Y cuando experimentes la alegría de anunciarlo, te darás cuenta de que ya no eres capaz de ser feliz de otra manera. Acabarás diciendo, con Pablo: '¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!'.

JORGE GUILLEN GARCIA
AL HILO DE LA PALABRA
Comentario a las lecturas de domingos y fiestas, ciclo B GRANADA 1993.Pág. 96 s.


16.

"...Y SE PUSO A SERVIRLES»

La imagen de Job nos atrae, sobre todo, porque nos vemos retratados en ella. Job lo ha perdido todo: sus hijos, sus posesiones, su salud. Se le han ido derrumbando, una tras otra, todas sus defensas, todos sus puntos de apoyo. Ya no le quedan razones que darse para seguir confiando. 'Mi herencia son meses baldíos..., se alarga la noche..., mis ojos no verán más la dicha'.

Nosotros también nos vemos, un día u otro, en situación parecida. Sea porque el dolor y la enfermedad nos asaltan, o porque nos fallan los amigos, o porque los problemas nos agobian..., el desaliento, tarde o temprano, acaba llamando a nuestra puerta; o se nos instala, sin previo aviso, en el rincón más confortable de nuestra casa, quizás en lo más secreto y sagrado de nuestro mundo interior. Desde ese momento, todo pierde sentido para nosotros. Cosas que antes nos entusiasmaban, ahora nos aburren; palabras que otras veces nos confortaban, ahora nos parecen vacías. Nos vamos cerrando sobre nosotros. Que no nos digan que hay, tres casas más arriba, un hermano que sufre: nuestro horizonte se ha ido achicando, y ya no nos queda sensibilidad para nada que no sea nuestro propio dolor. Dios parece que se ha olvidado de nosotros, o que se ha ido; hasta puede que, en nuestra ceguera, nos empecemos a preguntar si de verdad existe.

Un día, un airecillo inesperado viene a soplar sobre nuestras cenizas. La llegada de ese viento descubre que, en el fondo de las cenizas, quedaba -nadie sabe cómo- una pequeña brasa, un poco de fe todavía encendida. Y ese aliento del Espíritu hace que en nosotros se encienda de nuevo la vida. Es Jesús en persona que llega a nuestra casa, entra en la habitación donde la fiebre nos tenía atrapados, nos coge de la mano y nos levanta. Es Dios, que estaba ahí, que sigue ahí, que no se ha marchado, sino todo lo contrario: estaba más cerca precisamente porque sufríamos; ¿cómo va Dios a olvidar lo solo que uno se siente en la cruz?

Llega, pues, Jesús -o sea, se nos hace perceptible- y nos quita las cadenas. ¡Cómo le gusta a Dios quitar cadenas! Y nosotros empezamos a abrir los ojos. Y comenzamos de nuevo a percibir que estamos vivos, que la vida es bella, que no estamos solos, que hay otros problemas además de los nuestros, dolor y alegría más allá de nuestros muros. Y se nos va encendiendo otra vez la sensibilidad para sentir compasión, y la generosidad para ir en busca del que nos necesita. 'Se le pasó la fiebre y se puso a servirles'. Desde ese momento, nuestro problema se va quedando más pequeño, no necesita que le prestemos tanta atención. Puede que no desaparezca; pero ya es otra cosa. Hay una urgencia nueva en nuestra vida: ayudar a otros, que permanecen todavía encerrados y tristes y medio muertos, a que descubran que Dios los ama; y se pongan también en pie, y acaben también incorporándose a la marcha de la vida.

Quien ha vivido en su carne el suplicio de la soledad, del sufrimiento, del desánimo, y ha experimentado después la caricia de Dios poniéndolo en pie de vida, ya no puede en adelante callarse. '¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!'. Quien ha recibido esta gracia, tiene que gritarlo. Y ese grito es creíble, porque viene de alguien que ha pasado antes por la prueba terrible del fuego. Fue eso precisamente lo que hizo más creíbles las palabras de aliento del propio Jesús: que nos llegaban desde alguien que tuvo también que gritar un día, en plena cruz: '¡Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?'.

Es así como se va abriendo paso el Evangelio.

JORGE GUILLEN GARCIA
AL HILO DE LA PALABRA
Comentario a las lecturas de domingos y fiestas, ciclo B GRANADA 1993.Pág. 97 s.


16. H/QUÉ-ES:

Mensaje actual

No es imaginable un mundo en que no alternaran el día y la noche, la lluvia y el sol, el verano y el invierno, la infancia y la vejez, las risas y las lágrimas... Ante esta experiencia existencial se preguntaba Job sobre la esencia y destino del hombre, la misma pregunta que tantos otros han formulado con el misterio por respuesta o con respuestas diferentes según los diferentes credos. ¿Qué es el hombre?

Pablo habló del hombre animal y del hombre espiritual, que interpretan la realidad humana desde distintos puntos de vista, con distintas consecuencias que suelen ser irreductibles (1 Cor 2, 14). Son dos mundos diferentes, donde «el hombre animal no comprende las cosas del espíritu». Al hombre materializado, metalizado, mecanizado, le es prácticamente imposible entender ciertas realidades, ideales, tendencias... que no tienen como finalidad inmediata saciar las apetencias de los sentidos o del instinto. ¿Qué sentido puede tener, vgr., el sacrificio, si se parte del supuesto de que la finalidad de la vida y de la actividad humana es el placer?

Sucesivamente, se ha hablado del homo sapiens, homo faber, homo oeconomicus homo robot. Los humanismos ateos hacen del hombre fin en sí mismo con valor absoluto: el hombre lo es todo.

Desde la revelación, es posible dar una definición que abarque conjuntamente el carácter de limitación por ser criatura y el de grandeza por su vocación a la comunión con Dios (cf. GS 19). Los documentos conciliares hacen una positiva y ponderada evaluación del hombre. Sometido a la lucha por la vida frente a las fuerzas de la naturaleza, muchas veces hostiles, el hombre tiene a pesar de todo un destino eterno de felicidad que le es siempre posible. Existencialmente considerado, el hombre es criatura; de ahí un ser limitado que sufre en su limitación, y esto en un triple orden:

En el orden físico, no es una mónada, un sistema hermético blindado contra todo influjo del exterior. Aparte de la limitación de la propia existencia, está sometido al influjo del exterior que llamamos enfermedades que producen desequilibrios y hacen necesaria la ayuda de la medicina para restablecer el equilibrio alterado.

En el orden moral vivimos en continuo estado de sitio, en stress, en tensión, en angustioso penduleo entre el miedo y la esperanza. Necesitamos contactos humanos, manos amigas, corazones que se interesen, palabras que eleven la moral postrada. En el orden espiritual, tercera dimensión de la gracia, la limitación llega al no poder pronunciar saludablemente el nombre de Jesús sin la ayuda del Espíritu Santo (1 Cor 12, 3).

Esta es la realidad humana con la que Jesús se enfrentó para sanarla y potenciarla. Se encontró con la enfermedad, el dolor, el pecado, la muerte. La primera respuesta es de esperanza: llegará un día en que no exista ya el poder del pecado ni de la muerte. Una vida nueva sin dolor. Y para que no todo quedara en bellas promesas, dio Jesús una respuesta concreta e inmediata: curaba las enfermedades, expulsaba los malos espíritus, iluminaba los caminos de la vida, resucitaba los muertos, predicaba la fraternidad y el amor. De todas partes acudían a él y todos eran curados de sus dolencias y enfermedades.

La iglesia se esfuerza por mantener vivo el mensaje de Jesús. Y anuncia que la enfermedad, el sufrimiento, la muerte no son la esencia ni el destino del hombre, hecho para la vida. Y como no puede repetir los milagros de Jesús a voluntad de los necesitados, la iglesia se acerca a los hombres para hacer suyas sus preocupaciones, alegrías, dolores y esperanzas (GS). Por eso se acerca a los heridos por la vida, a los marginados, a los que sufren física, moral o espiritualmente, para intentar aliviar el sufrimiento con palabras al menos de esperanza, valor y alegría. El reino de Dios está entre nosotros y debe ser vivido ya en la alegre esperanza de la dicha que vendrá.

GUILLERMO GUTIERREZ
PALABRAS PARA EL CAMINO
NUEVAS HOMILIAS/B
EDIT. VERBO DIVIN0 ESTELLA 1987.Pág. 107 s.


17. /Mt/08/14-17

LA VIDA ES UNA PASIÓN POR EL HOMBRE

En aquel tiempo, al llegar Jesús a casa de Pedro, encontró a la suegra en cama con fiebre; la cogió de la mano, y se le pasó la fiebre; se levantó y se puso a servirles. Al anochecer le llevaron muchos endemoniados; él con su palabra expulsó los espíritus y curó a todos los enfermos. Así se cumplió lo que dijo el profeta Isaías: EI tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades».

Ante la muerte, la desgracia o el sufrimiento el hombre de fe no duda de Dios, sino que, con frecuencia, llora y grita poniendo en duda su providencia. ¿Cómo es posible que esto ocurra? ¿Por qué se consiente? ¿Qué hemos hecho para merecer tanto? Nos empeñamos en comprender lo que nos desborda y tan sólo desde una perspectiva de eternidad, desde la óptica de lo eterno, podremos ver claro y comprender la temporalidad, el hoy con todos sus avatares.

El cristianismo no tiene respuesta para el sufrimiento, para la enfermedad o la muerte pero te invita a vivir luchando contra ellos y te enseña a crecer a pesar de ellos y en medio de ellos.

El cristianismo te lleva a la resurrección que se experimenta ya en esta vida como fruto de toda insurrección contra aquello que limita, domina u oprime al hombre. Cuando la limitación, el dominio o la opresión te desbordan te enseña a utilizar el arma que da la vida: el amor.

El amor te hace sentir que nada en este mundo te puede dejar indiferente, ni nadie te es ajeno. Quien quiera seguir a Jesús tendrá que tomar partido y apostar a favor del hombre, a favor de la vida; porque ya no somos puras individualidades, sino que formamos una comunidad en la que nos acogemos los unos a los otros a la manera de Cristo. Cristo me enseña a tomar como propias las carencias, las enfermedades, las injusticias o la muerte de los que me rodean haciendo de mi vida una pasión por el hombre, mi hermano.

Así, desde una vida apasionada por el hombre, en su suerte o desgracia, podremos comprender el cristianismo en toda su riqueza. Desde la expresión del dolor propio causado por el sufrimiento ajeno se puede entender la pasión de Cristo y el sentido de la vida: «Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades». El sufrimiento con el que sufre no lleva al masoquismo, sino que anima para su liberación.

BENJAMIN OLTRA COLOMER
SER COMO DIOS MANDA
Una lectura pragmática de San Mateo
EDICEP. VALENCIA-1995. Págs. 53-54