33 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO V DEL TIEMPO ORDINARIO
(1-9)

Ver también JUEVES DE LA SEMANA 22

1. 

A veces, con el correr de la vida, cuando alguien nos pregunta o nosotros mismo, en nuestra reflexión, nos interrogamos sobre quiénes somos, en cuanto que nos definimos y declaramos cristianos, parece ser que la respuesta no aflora en seguida, tan rápida como el gemido tras el golpe, la sangre inmediata al tajo de la herida.

¿Nos cuesta decirnos porque nos cuesta reconocernos? ¿Tardamos en formular lo específico de nuestro ser cristiano porque anda extraviado en ese cajón de sastre que son nuestros conceptos sobre nosotros mismos, en los que todo anda revuelto: humano, cristiano, revelación, religión, moral, costumbre, justicia, verdad, sumisión, tradición, memoria que repite fórmulas no verificadas, experiencias que son recuerdos de pasado que no mueven nuestro presente...? Digámoslo claro: la duda, la trabajosa respuesta, denuncian muchas veces nuestra falta de fe, o nuestro cristianismo poco coherente, o la ausencia de hechos que expresen lo que decimos que creemos, o la irreflexión que confunde fines y medios, razones para vivir con opiniones que hacen confortable nuestra existencia.

-El Evangelio de hoy -la pesca milagrosa-, al presentarnos la relación que existe entre Pedro y Jesús, nos quiere ofrecer una imagen elemental de lo que es y caracteriza a un discípulo de Jesús.

El evangelista Lucas traza en este pasaje con rasgos certeros lo que es seguir a Jesús. Tres componentes que entran en la experiencia de todo cristiano. ¿Queremos dejarnos enseñar por esta catequesis evangélica? ¿Estamos dispuestos a enfrentarnos con este test?

-El primer rasgo del discípulo que nos presenta el Evangelio que comentamos nos dice: el discípulo es el hombre que ha puesto una confianza absoluta en Jesús. Es alguien que se ha fiado plenamente de su mensaje.

Habiéndolo encontrado, siguiéndolo poco a poco y sin reticencias, reflexionado sobre su modo de ser y obrar, confrontando las palabras de Jesús y su vida, poniéndose a hacer lo mismo que El y como El, el discípulo comienza a verificar que sí, que el hombre de Nazaret dice una verdad que le posee y que su verdad es digna de crédito.

El hombre que confía en el Señor entra entonces en una aventura peligrosa y, a primera vista, ridícula. Algo que contradice el buen sentido común, lo que las más elementales leyes de la prudencia pueden indicar. ¿A quién, con sentido común, se le puede ocurrir decirle a un pescador, que sabe bien su oficio y que conoce bien las horas y el lugar de la pesca, que lance las redes en pleno mediodía? ¿Dónde estamos? Maestro, nos hemos pasado la noche bregando -el tiempo propio y único para pescar en estos parajes- y no hemos cogido nada... -¿de veras pides esto?, ¿no sabes que desde la orilla los pescadores expertos se van a morir de risa con nuestra loca temeridad...?-, pero ya que lo dices tú, echaré las redes.

La plenitud que sigue a la confianza otorgada no pide más comentario. Lucas sabe a qué nos exhorta: es bueno confiarse al Señor.

-Esa entrada de Jesús en nuestro propio terreno, allá donde nos creíamos competentes y seguros -esta vida, nuestra buena vida, esta barca, nuestro oficio y nuestro amor, nuestros amigos y nuestros dineros, nuestro partido y nuestra ideología, nuestro catecismo bien aprendido asegurando nuestros sueños de salud, éxito, reconocimiento social, etc.- nos pone necesariamente en crisis. Como Pedro, estábamos hechos para nuestro mar familiar y para nuestros aparejos bien dominados y El viene a sacarnos de ellos. Viene a criticarlos con su verdad definitiva y comenzamos a darnos cuenta de que sabemos poco, muy poco de aquello en que nos considerábamos peritos. Y así... el partido es criticable: ofrece mucho futuro, pero olvida zonas básicas o no sabe cómo llegar a ellas. El cariño al propio terruño y país nos hace egoístas y descubrimos que para salvarnos a nosotros negamos la vida a los demás o al contrario. Lo que llamamos progreso y libertad está acompañado de una oculta carcoma: el yo y el nosotros excluyen y enfrentan al tú y al vosotros, porque "no sois de los nuestros". El sentimiento de bienestar que nace del cumplimiento generoso de unas leyes y del hacer bien a tantos con nuestros desvelos y nuestros capitales en rendimiento, no pueden ocultar la más candente verdad de que el acaparar y acumular es injusto y, a última hora, es acumular sangre y sudor de otros...

Sí, con Jesús se rompen nuestras redes y nuestra sólida barca de razonamientos correctos, es incapaz de aguantar tanta pesca de verdad que se nos ofrece. Cuando bajo ese sol implacable todo se nos cae, como Pedro, el discípulo exclama desde su yo más profundo: Apártate de mí, Señor, que soy un pecador. No temas, desde ahora serás pescador de hombres. Ahí, en esa frase, está el tercer y último criterio que nos brinda Lucas a los que nos llamamos seguidores de Jesús. Ir a los demás, salir a su encuentro, llevarles algo de ese descubrimiento personal, sacarlos con nuestra propia vida de sus limitados horizontes, ampliar su esperanza y acompañarlos en su tarea de hacer un mundo más reconciliado, será la piedra de toque para el verdadero discípulo.

Lo que hacemos, y por qué lo hacemos, brota de nuestro ser de seguidores de Jesús. Hace años lo decía certeramente Heri de Lubac: "¿Cómo presentar -decís- el cristianismo?" Una única respuesta: tal como lo véis.

"¿Cómo presentar a Cristo?" Como lo amáis. "¿Cómo hablar de la fe?" Según ella es para vosotros. Según esto, ¿estamos en disposición de llamarnos seguidores de Jesús?

DABAR 1977, 15


2. CR/EVANGELIZADOR:

-"¿Quién irá por mí?". En el año 738 a. C., el profeta Isaías siente la llamada de Dios y queda consternado ante la voz del Señor, preguntando: ¿Quién irá por mí? ¿A quién mandaré? El profeta nos ha descrito dramáticamente sus temores ante la enorme responsabilidad de ser el enviado de Dios. También Pedro y sus compañeros en la pesca quedan asombrados ante las palabras de Jesús, que promete hacerles pescadores de hombres. Y en parecidos términos se expresa Pablo, que se duele de haber sido perseguidor de los cristianos y se considera indigno de ser llamado al apostolado. Como todos ellos, también nosotros hemos sido llamados y enviados por Dios. El bautismo y la confirmación nos han constituido en apóstoles del evangelio. El Señor que creó al hombre y quiso asociarlo a su obra creadora para que dominase el mundo, quiere ahora asociar a los cristianos, a los bautizados, para llevar a cabo sus planes de salvación de los hombres. Diríase que Dios tiene necesidad de los hombres para realizar su obra salvadora entre los hombres. O como poéticamente dice Isaías, el Señor se pregunta "quién querrá ir en su lugar".

-"Aquí estoy, mándame". Como Isaías, como Pedro y los demás apóstoles, nosotros hemos respondido al Señor que estamos dispuestos a ir a donde nos quiera enviar. Nosotros tenemos que ser su voz, su brazo, sus pies, para hacer llegar el evangelio a todos los extremos del mundo. Tarea excesiva para la debilidad de nuestra condición humana. Pero el Señor no nos envía con las manos vacías. El está con nosotros. Por la gracia de Dios, reconoce Pablo, soy lo que soy. Ser cristiano, estar llamado al apostolado es una gracia de Dios, pero no es una gracia para nosotros solos, sino para compartirla con los demás. Somos cristianos para los demás. Anunciar el evangelio es hacer al mundo entero partícipe de nuestra fe y de nuestra esperanza.

Trabajar por el evangelio, evangelizar, es ante todo vivir como cristianos para los demás y de cara a los demás. Así como nadie enciende una vela para esconderla bajo la mesa, así nadie se hace cristiano para quedarse en casa, en el estrecho recinto de lo privado, sino para salir por las plazas y caminos con la buena noticia por adelante.

-La vocación apostólica. El apostolado es algo consustancial con la Iglesia, que se reconoce como apostólica y se confiesa católica. La dimensión apostólica se refiere, en primer término, a su fundamentación en el testimonio de los apóstoles. Pero apunta también a su ineludible proyección católica a través del apostolado de todo el pueblo de Dios. La Iglesia es misionera, apostólica, evangelizadora... tres palabras para expresar lo mismo: la misión recibida de Jesús de anunciar el evangelio a todas las gentes. Y este evangelio, que nos recuerda y resume Pablo, no es otra cosa que el anuncio de que Jesús, el Hijo de Dios, ha muerto y ha resucitado, y que lo han contado los que lo vieron.

La jerarquización en la Iglesia, como ministerio para el mantenimiento de la fe y de la unidad, no debe ser un obstáculo ni un pretexto de discriminación a la hora del apostolado, esencial a la fe. Pues, porque creemos, por eso tenemos que dar razón de nuestra fe. Y si es verdad que un excesivo clericalismo ha podido agostar la iniciativa y participación de los seglares, también es verdad que la Iglesia jerárquica, recuperada en el Concilio Vaticano II, quiere reparar esa marginación, devolviendo a los seglares su papel imprescindible en el apostolado.

APOSTOLADO/PROMOCION 
-Pescadores de hombres. Jesús, haciendo un amable juego de palabras con el oficio de sus discípulos, les llama para que sigan siendo pescadores, pero de hombres. No para que utilicen cebos y engaños para que piquen los desprevenidos. El proselitismo tiene muy poco que ver con el apostolado; hay que hacer uso de la razón y del ingenio que Dios nos ha dado. No podemos ser más serios y rigurosos en el afán por ganarnos el sustento, que en el de realizar la misión que implica ser cristianos. No podemos dejar el apostolado a la improvisación del momento o a la buena de Dios. Porque Dios nos ha elegido a nosotros, dotados de razón y de imaginación, para que seamos sus testigos en el mundo.

-Apostolado seglar. En este sentido, es preciso que veamos en el creciente movimiento asociacionista un medio indispensable para nuestra misión cristiana. Las asociaciones de apostolado son indispensables hoy, más que nunca, para mantenernos firmes y actualizados en la fe y en la doctrina y para multiplicar nuestro tiempo y nuestros esfuerzos al servicio del evangelio y de los pobres. A nuestro alcance están los medios de comunicación, para que sirvan también de heraldos de la buena noticia. Y en nuestras manos están la organización y la eficacia en el estudio de los problemas sociales y en la puesta a punto de cauces de solución de tantas situaciones de marginación, discriminación y pobreza. A nuestro alcance están también las grandes asociaciones políticas y sindicales para que fragüen las grandes decisiones que afectan a la justicia, la igualdad, la solidaridad y la paz en el mundo.

No sería bueno hacer de la fe cristiana un pretexto para distanciarnos del prójimo, o para retirar nuestro apoyo a los que trabajan por el evangelio desde otras ópticas. Al contrario, la dimensión apostólica de la fe cristiana tiene que impulsarnos hacia todos para construir con todos la gran familia humana, la familia de Dios.

EUCARISTÍA 1989, 7


3. /2Co/04/13: CRISTIANO. APÓSTOL. MISIÓN: EL MENSAJE CONVIERTE EN MENSAJERO A TODO EL QUE LO ESCUCHA.

-Los testigos y enviados del Señor: La revelación de Dios en Jesucristo irrumpe con fuerza en la vida cotidiana de unos pescadores y la cambia radicalmente. Pedro, uno de ellos y el que irá en cabeza, descubre su pecado al ver con sus ojos el poder y la santidad de Dios en el milagro. Su reacción espontánea es comprensible: "Apártate de mí, Señor, que soy un pecador" (es la misma que tuvo Isaías; cfr. primera lectura); pero es equivocada: el Señor no se acerca para que el hombre huya de su presencia, y si al manifestar su santidad revela al hombre su pecado, no es para dejarlo abatido, sino para perdonarle y comunicarle un nuevo impulso. Por eso, Jesús dice a Pedro: "No temas", y le invita a que le siga y a que siga confiando en su palabra para hacer obras mayores. "De ahora en adelante -le dice- serás pescador de hombres". La pesca milagrosa es, de una parte, un signo o manifestación del Señor a Pedro y a sus compañeros y, de otra, el presagio de la tarea que habrán de realizar un día en el mundo como testigos de lo que han visto y oído.

La misión apostólica, como la profética, es la consecuencia insoslayable de la revelación de Dios y del encuentro del hombre con Dios. Así lo vemos en el caso de Isaías, así también en el caso de Pedro y en el de los otros discípulos de Jesús. La verdad de Dios, revelada a los hombres, es un mensaje que convierte en mensajero a todo el que lo escuchaba. En este mismo sentido hay que decir con Pablo: "Porque creemos, por eso hablamos". La misma fe que nos une con Dios en Jesucristo, es la que nos lleva a predicar el evangelio en el mundo y a reunirnos con todos los hombres que lo escuchan. Si somos fieles, somos por ello mismo también apóstoles y enviados.

EUCARISTÍA 1977, 8


4. CRISTIANO/MISION. MUNDO/PREDICACION 

La primera y la segunda lectura de este domingo contienen elementos comunes que vamos a destacar. En primer lugar, en ambas se trata de la manifestación a los hombres de la santidad de Dios; es decir, de la trascendencia de Dios. Dios es el Otro, el separado de todo y por encima de todo, inasequible a los hombres, intocable e impensable. Dios es el Misterio, el Santo. Por eso Dios no puede ser alcanzado por ninguna torre de Babel ni por ningún tinglado ideológico. Todo lo que el hombre pueda decir sobre Dios, está siempre muy por debajo de lo que Dios es. Si el hombre ha de conocer a Dios, será preciso que Dios pronuncie su palabra en el silencio del hombre y que el hombre escuche la Palabra de Dios con temor y temblor, obedientemente. Dios, el Santo, se manifiesta al hombre, y es entonces cuando el hombre descubre a la par la santidad de Dios y su propia imperfección.

Isaías se siente sobrecogido ante esta manifestación de Dios. El profeta siente en especial la impureza de sus labios para tomar la Palabra de Dios y pronunciarla en el mundo, pues la Palabra de Dios es santa y él no es más que un hombre. También Pedro experimenta la dignidad excelsa del Señor que irrumpe en la vida cotidiana y se entromete en las faenas de una pesca para acontecer lo insólito y extraordinario. Pedro conoce igualmente su indignidad y su pecado. Pero el hombre que ha escuchado y ha visto al Señor es ya, por ello mismo, un enviado al mundo, por indigno que él sea. La Palabra de Dios es palabra para todo el mundo, es palabra pública, y sigue su curso arrastrando consigo al mensajero. No es el profeta quien tiene la palabra, sino la palabra la que tiene al Profeta y le lleva donde ella quiere.

Isaías será el enviado una vez el Señor purifique sus labios, Pedro será pescador de hombres. Isaías dejará el templo, Pedro dejará un oficio. El camino del profeta va del templo al mundo, el camino del apóstol es también un camino hacia el mundo.

El milagro de la pesca sucede en un momento psicológicamente importante en el proceso de maduración de los apóstoles. Supone una culminación de la revelación de Dios en Cristo a los Doce. Y es también el momento en que se perfila y se anticipa la vocación para la que han sido llamados los apóstoles. La pesca milagrosa tiene por ello las características de una palabra visible en la que los discípulos de Jesús pueden comprender la tarea que habrán de realizar en el mundo como Heraldos del Evangelio.

El milagro tiene lugar después de remar mar adentro, en alta mar, donde está el riesgo y donde están los peces. Allí donde Jesús, en otra ocasión impone silencio a los vientos y serena las aguas.

De la misma manera los pescadores de hombres, los que proclamen el Evangelio, deberán hacerlo en medio del mundo, donde están los hombres y donde únicamente el poder de Dios puede dar confianza y serenidad. La Iglesia debe predicar el Evangelio ahí. El mundo no es un lugar geográfico, no es el lugar profano en contraposición a los recintos sagrados, sino el ámbito en el que se debaten las cuestiones decisivas y verdaderamente importantes para la marcha de todos los hombres. Y así, uno puede predicar el Evangelio dentro de un templo y, sin embargo, hacerlo en medio del mundo, y otro puede predicar el Evangelio desde la pantalla de televisión o desde la columna de un periódico, en la plaza y desde las azoteas y, no obstante, estar predicando el Evangelio en la tranquilidad del templo. Predicar el Evangelio en el mundo, en medio de los conflictos, es predicar siempre un mensaje conflictivo que ha de comprometer al mensajero.

El Evangelio es para los hombres responsables; y los hombres responsables están en los problemas. Predicar el Evangelio al margen de los problemas es anunciar la Palabra a los que no pueden o no quieren responder: a los irresponsables. Pero si el Evangelio ha de anunciarse en medio de los conflictos, donde están los riesgos y donde están los peces, entonces el Evangelio habrá de predicarse contra viento y marea, oportuna e inoportunamente. Y no podrá decirse nunca cualquier cosa por muy verdadera que sea, sino la verdad del momento y para el momento, la que hay que decir. Hablar de "otra cosa" es silenciar la Palabra de Dios. No sólo la predicación angelista e intimista traiciona el Evangelio como palabra pública, sino también se traiciona al Evangelio cuando, eludiendo los problemas más compartidos y cercanos, se habla de aquellos otros que no son tan urgentes y universales.

EUCARISTÍA 1974, 14


5.

LA DIFÍCIL VOCACIÓN DE LOS ELEGIDOS DE DIOS.

Isaías, se le ha seleccionado a él esta vez, de entre los llamados del A.T., para prepararnos a interpretar la llamada de los apóstoles- tiene la gran experiencia de la trascendencia de Dios.

El Todo Santo le llama. En la visión los ángeles cantan la gloria de Dios. El llamado tiene miedo. Como tantos otros del A.T. y del N.T. y de nuestro tiempo. La misión que encomienda Dios a los que llama no suele ser fácil. El encontrarse con el Dios que te elige para enviarte a un mundo distraído o incluso hostil, no es algo que deja indiferentes nuestros planes y programas. Además, todos nos sentimos débiles y pecadores.

Pero Isaías respondió que sí: aquí estoy, mándame. Retrato de tantos y tantos que a lo largo de los siglos han dicho y siguen diciendo sí a Dios, para colaborar con El en la salvación de la humanidad.

JESÚS BUSCA COLABORADORES. Jesús es el que más ejemplarmente ha dicho "si" a la voluntad de Dios y ha cumplido su vocación hasta las últimas consecuencias, superando toda clase de tentaciones.

Los domingos pasados centrábamos nuestra homilía en su calidad de Profeta. Hoy aparece buscando colaboradores y llamando a los primeros apóstoles. Apóstol, "enviado". Luego, después de la Pascua, esos mismos enviados van a continuar la obra evangelizadora y salvadora de Cristo por todos los confines de la tierra.

También los apóstoles, como Isaías, se sienten pecadores y débiles. Pedro lo dice como portavoz de todos. Y además, se sienten fracasados: no han pescado nada en toda la noche.

Pero la vocación de Dios siempre comporta su ayuda y su fuerza. En nombre de Jesús sí tienen éxito: el lago parecía vacío, pero resulta que estaba lleno. Cristo no se sirve para continuar y visibilizar su obra sólo de ángeles o de santos: busca a personas sencillas, débiles, pecadoras. Pero dispuestas a seguirle con generosidad y a entregar sus energías y sus años para el bien de los demás.

Gracias a esos apóstoles -y a estos cristianos, hombres y mujeres, de siempre y de hoy, jóvenes o mayores, que creen en El y que dan testimonio de El- la Buena Noticia llega a muchos otros.

Todos, cada uno en su ambiente, nos deberíamos sentir llamados. Vocacionados. No sólo para "salvarnos" nosotros mismo, sino para ayudar a otros a liberarse de tantas ataduras, a conocer mejor la verdad, a gozarse en la salvación de Dios y acogerla. Eso no se refiere sólo a la vocación sacerdotal o para la vida religiosa. Todo cristiano es testigo y colaborador de Cristo en este mundo, para con las personas que están bajo su círculo de relación: un niño puede ayudar a sus compañeros, una joven puede ejercitar una influencia benéfica y constructiva en su ámbito de amistad y de trabajo, los hijos para con los padres, y los padres para con los hijos, pueden ser testigos elocuentes de fidelidad y autenticidad humana y cristiana. Los varios servicios y ministerios en una parroquia o comunidad son una vocación para ayudar a los demás.

También puede aparecer en la vida de los llamados de hoy la tentación del desánimo, porque somos débiles.

Con una actitud de humildad y de generosidad, la reacción debería ser la de Isaías: aquí estoy, mándame: y la de Pedro: soy un pecador; y la de los discípulos: dejaron todo y le siguieron.

Y Cristo seguirá manteniendo su llamada, asegurándonos su ayuda: no temas, desde ahora serás pescador de hombres.

Y la pesca puede ser que llegue a prodigiosa. También en un mundo que no parece tener muchos oídos para el anuncio de la salvación de Cristo.

En la Eucaristía tenemos ante todo la experiencia del encuentro con Cristo, que se nos da ya en su Palabra, y con la grandeza de Dios, lo que nos hace cantar, imitando a los ángeles de la visión de Isaías, nuestro "Santo" de admiración y alabanza.

Pero también nos deberemos sentir todos "enviados" desde la Eucaristía a la vida: a dar testimonio, o sea, a mostrar con nuestro estilo de vida, cuál es nuestra fe y dónde estamos convencidos que radica nuestra salvación y la del mundo entero.

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1989, 3


6. APOSTOLADO/LBC

-PESCADORES DE HOMBRES. De la vocación primera de los apóstoles, según Lucas, subrayemos estos puntos principales:

a) Jesús llama porque quiere, tiene la iniciativa (como en la 1a. lectura, la vocación de Isaías).

b) La fuerza viene de Jesús, no de los discípulos, que habían pasado toda la noche bregando para pescar.

c) Jesús llama a hombres pecadores (como Pedro, como también Isaías, que es purificado).

d) El pescador de hombres lo deja todo para irse con Jesús.

-UNA IGLESIA DE PECADORES Y DE PESCADORES. Somos cristianos, somos discípulos de Jesús porque él nos ha llamado y porque nosotros hemos respondido: "Aquí estoy, mándame" (1a.lectura).

Somos un pueblo de labios impuros, tenemos necesidad de una purificación constante (¡la continua reforma de la Iglesia!), pero hemos recibido y hemos aceptado la misión de continuar la tarea que Jesús encomendó a los apóstoles: ser pescadores de hombres. ¿Cómo debemos entenderlo? Según la exégesis actual, pescar significa liberar de las aguas del mal. La Iglesia debe ser en nuestro mundo signo de liberación: para sacar del mal a los que viven inmersos en él. Hoy podría hablarse del sentido exacto de la liberación que la Iglesia debe ofrecer al hombre: de hecho Cristo nos ha llamado a vivir en la libertad. El hombre cristiano es libre porque ha sido liberado -por Cristo- de todo lo que le mantiene prisionero, oprimido, que le impide vivir plenamente como hombre y como hijo de Dios. Se trata, por tanto, de una liberación integral, espiritual ciertamente -la liberación del pecado- pero también mundana, porque muchos condicionamientos mundanos, terrenos, degradan al hombre, le oprimen, y contra esta opresión debe luchar proféticamente la Iglesia si quiere continuar la misión de los apóstoles: ser pescadores de hombres.

-LA BUENA NUEVA QUE LIBERA. La segunda lectura nos presenta una verdadera imagen del misionero cristiano, del apóstol, del pescador de hombres, Pablo. Llamado por Jesús Resucitado, pecador, sólo por la gracia de Dios es lo que es; en él la gracia no resultó infructuosa y difundió por todas partes la Buena Nueva de la salvación, de la liberación: Cristo, muerto por nuestros pecados, que resucitó. Este es el Evangelio -Noticia gozosa, que trae gozo y liberación- que todos los cristianos predicamos, en el que creemos y nos mantenemos firmes para obtener la salvación.

Efectivamente, la muerte de Jesús destruye nuestra muerte, su resurrección nos retorna la vida. Por eso nuestra fe, la fe que predica la Iglesia, se centra en la Muerte-Resurrección del Cristo: "y ahora, esta gracia se ha manifestado por medio del Evangelio, al aparecer nuestro Salvador Jesucristo, que destruyó la muerte y sacó a la luz la vida inmortal" (2 Tm 1,10).

Cada domingo, en cada eucaristía, celebramos nuestra liberación para comunicarla al mundo; para liberar a los hombres.

P. LLABRÉS
MISA DOMINICAL 1980, 4


7. D/SANTIDAD  D/TRASCENDENCIA:

Como 1ª lectura se nos ofrece hoy un grandioso y bellísimo pasaje del Antiguo Testamento. Es una pena que el pueblo cristiano nunca tenga ocasión de escuchar un texto como este, recorrido lenta y tal vez íntegramente, y meditado con sosiego. ¡Qué sentido de Dios se desprende de él! Un sentido de Dios que en nada menoscaba al sentido del hombre y de sus solidaridades.

Curiosamente, el autor encuentra completamente natural unir estos dos temas que nosotros tememos a veces se excluyan entre sí. En el momento en que experimenta la aguda sensación de la trascendencia divina es cuando se acuerda Isaías de que es miembro de un pueblo y que él no se sitúa realmente ante Dios más que en función de esa pertenencia: "Yo soy pecador, miembro de un pueblo pecador, y mis ojos han visto..." Señalemos algunas palabras sugestivas en este fragmento isaiano del que es imposible ahora hacer un largo comentario.

"Yo he visto al Señor Yahvé... Mis ojos han visto al Rey, Yahvé Sabaot" (al Rey y Señor de los Ejércitos). Es inútil preocuparnos por el tipo de visión al que alude el profeta, que no se preocupa de darnos precisión alguna. El marco de la visión es litúrgico; todo habla del culto, tanto el lugar y los objetos -el humo del incienso, el altar de los perfumes-, como los cantos -el de los serafines está cerca de un salmo como el 94, himno a la santidad divina mencionada tres veces- y el vocabulario -"impuro" es lo que es radicalmente inepto para el culto divino.

La visión de Isaías tiene el aire de ser fruto de una experiencia cultual en la que los elementos, de alguna manera sublimados, dejan señal de pronto en el espíritu del profeta con una fuerza, una intensidad y una profundidad desacostumbradas.

El objeto visto por Isaías es definido primeramente con términos que expresan plenitud: la orla de su manto llenaba el templo, la tierra está llena de su Gloria, el Templo se llenó de humo. Esta plenitud forma un doloroso contraste con el vacío que se describía, al final del capítulo, en el país del pueblo pecador... ¡Vacío del hombre, plenitud de Dios!.

Este tema de la plenitud, expresión del Ser divino, proviene de la prerrogativa esencial de este Ser: la santidad. Dios es santo; es "tres veces santo"; "santo a la tercera potencia", dice un comentarista con lenguaje sugestivo. Santo, es decir, otro, distante, separado, anonadante; pero también en comunicación, muy cercano; tan cercano que "llena la tierra", el Templo, el santuario. Diríamos que la trascendencia de Dios, el hecho de que sea distante, de que sea otro, El Otro, El Completamente Otro, nunca se demuestra tanto como en su aptitud para hacerse próximo.

El, el Santo, cuya Gloria se extiende por toda la tierra, se hace "el Santo de Israel" (5,24): ¡el Santo, el Incomunicable se ha comunicado a Israel! Pero "viendo" a Yahvé, oyendo su voz, experimentando el contacto del fuego tomado del altar -el altar, que es signo de Dios-, el profeta entra en estrecha relación con Dios. Siendo como es pecador y miembro de una comunidad de hombres pecadores, ¿no quedará el profeta reducido a la nada por la ardiente proximidad del Dios Santo? ¡No! El Dios Santo no se acerca al hombre para suprimirlo; aunque su proximidad hace que resalte el pecado de los humanos, él no se ha hecho visible a sus ojos para aniquilarlos, sino para purificarlos. Así, Isaías, él el primero, quedará transformado; el fuego tomado del altar, el fuego divino, viene a purificarle; a purificar sus labios para que el profeta pueda decir una palabra que, prolongando la que proclaman los seres celestes en alabanza a Dios, será dirigida al pueblo al que esa palabra revelará el proyecto divino.

VOCA-PROFETICA: El texto isaiano que se lee este domingo queda cortado, porque así debía serlo, en un buen sitio. A la pregunta hecha por Dios a su entorno celeste -"¿A quién mandaré...?"-, Isaías responde: "Aquí estoy". La mayoría de los relatos de vocación profética están construidos sobre un esquema que pone de relieve las vacilaciones del hombre ante la llamada de Dios; la negativa de Moisés (Ex 3, 1-4,17) y la de Jeremías (Jer 1,6) son sus más célebres ejemplos. Hay algunos relatos del mismo género, dos o tres sólo, que siguen un patrón diferente: el candidato es voluntario ante la misión indicada. Así es en la vocación de Isaías. ¿Hay que ver en ello la huella de un temperamento más audaz, más dispuesto a misiones peligrosas? Quizá, pero en este capítulo concreto hay que interpretar esta impetuosidad isaiana como el fruto de la "experiencia" que acaba de vivir. Es una constante en la mentalidad bíblica el que el encuentro con Dios, la sensación de su obra -como aquí: vista, oída, tocada- no pueden ser calladas. Es imposible que el beneficiario no hable alto. Así piensan Amós (3,8b), Jeremías (20,9), los Apóstoles (Hech 4,20), etc. Y así pensaba ya Isaías, que reacciona en consecuencia; diríase que está ansioso por proclamar lo que acaba de entender.

También los versículos de san Lucas que se leen hoy como evangelio constituyen un bellísimo pasaje. Compuesto muy hábilmente, redactados con un arte al que en seguida es sensible el lector, dejan entrever a un autor que pone todas las riquezas de su talento al servicio de una meditación sobre Jesucristo: "Cabeza, Señor", origen trascendente de la misión de la Iglesia.

La semejanza entre ambas lecturas de hoy es sorprendente, y su elección, digámoslo bien alto, muy feliz. En el relato isaiano, lo mismo que en el de Lucas, todo empieza por una especie de "apartamiento" del héroe. Isaías se encuentra sólo en el santuario, en el Templo. De multitud circundante, si alguna hubiere, el relato no dice nada; parece "volatizada". De igual modo Lucas, que comenzó presentando a Jesús como inmerso en la "multitud que se agolpa en torno a él", le hace separarse un poco de la ribera; de esta forma, Jesús aparece mejor como el maestro que enseña, diferente -¿no ha tomado sus distancias?- del pueblo al que instruye. Nuevamente Lucas aleja a Jesús más aún, pero esta vez con Simón. Todo sucede como si se tratara en último término de llevar a "Simón y a todos los que estaban con él, especialmente a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo", aparte, para hacerles vivir una experiencia decisiva.

Porque es de una experiencia de lo que se trata. Algo es "visto, oído, tocado" por Isaías; algo es visto por Pedro: "Al ver esto...".

El objeto de estas visiones es diferente, como también los marcos respectivos en los que se desarrollan. Para Isaías, el marco es cultual, y especifica el tipo de experiencia que se lleva a cabo. Para Pedro, el marco es el de la vida cotidiana, el mismo que el del trabajo realizado durante la noche. Para el profeta, el acto cultual le hace "ver" al Dios al que celebra la liturgia, su trascendencia; y le hace comprender al mismo tiempo la naturaleza del hombre pecador, incapaz de realizar válidamente esta celebración. Y a la inversa: para Pedro, la realidad profana se toma como "a contrapelo"; en la medida en que él acepte actuar a la inversa de su comportamiento cotidiano, vivirá una experiencia decisiva. Al final, Pedro capta la proximidad de un misterio. El que hasta entonces era el "Jefe" (v.5; trad. Osty) es descubierto como el "Señor" (v.8). Este misterio es aplastante: Pedro "se arrojó a los pies de Jesús... El espanto se había apoderado de él". Este espanto no es un miedo banal; es el del hombre que entrevé un gesto de Dios, una presencia divina, y que se descubre indigno de esa maravilla. La revelación del Dios-Santo recuerda a Isaías su situación de pecador; la proximidad del Señor -"Apártate de mí"- produce en Pedro la misma consciencia: "Que soy un pecador".

Notemos finalmente que las consecuencias de la visión son las mismas. Isaías, pecador, "hombre de labios impuro", será purificado y "enviado". Por su parte, Pedro, que ha confesado su pecado, no por ello será rechazado; también él será encargado de una misión; la misión de "recoger" a los hombres que encuentre, después de haber sido momentáneamente "conducido aparte" de la gente, igual que Isaías irá a predicar al pueblo del que había sido como separado durante el tiempo vivido en el interior del santuario. Concluyamos: ¿Qué nos relata en definitiva el relato evangélico? Ciertamente, este relato está impregnado del recuerdo, del asombro y de la fe también que los gestos de Jesús hacían nacer en el espíritu de sus compañeros. Pero este relato no puede ser bien entendido si no se lo sitúa temporalmente, si no se lo coloca en las perspectivas propias de su autor.

El autor, hemos dicho ya, mira a Jesús. Y le mira desde el sitio que ocupa él, el evangelista, en la historia de la salvación, es decir, desde la Iglesia, ahora viva, grupo de hombres incontables a los que Pedro, el pescador del lago de Genesaret, ha "recogido" en sus redes. Los verbos del relato están todos en pasado narrativo y se refieren a aquel tiempo ya transcurrido que fue el tiempo de Jesús; todos, menos uno que está en futuro: "Tú recogerás". Refiriéndolo al pasado de Jesús, tomado en los labios de Jesús, ese futuro designaba el tiempo futuro, el de la Iglesia. Ahora ese futuro se ha hecho presente, el presente de los cristianos que, desde su propio tiempo miran a Jesús, contemplan sus actos, reconociendo su sentido profundo a la luz de la misión cristiana.

La experiencia referida en el relato, experiencia de Pedro ante todo, es ahora experiencia de la Iglesia. Es su propia historia la que la comunidad percibe en la aventura del Apóstol fundador. Así es como contempla el autor a Jesús, hombre entre los hombres, deseoso de hablar a todos los hombres para hacer que llegue a todos su enseñanza. Le ve dirigiéndose a algunos individuos que no son ya Simón-Pedro y sus compañeros, los hijos de Zebedeo, sino "discípulos" tomados de entre la multitud, a los que Jesús "lleva con él, aparte". A partir de tal o cual fracaso, inevitable en la historia de toda comunidad humana muestra a sus discípulos que con él es posible otra cosa. A quienes hasta entonces le veían como el "Jefe", se le revela como el Señor capaz de llamar a hombres pecadores y de hacerles eficaces allí mismo donde han fracasado y utilizarlos para "recoger hombres".

LOUIS MONLOUBOU
LEER Y PREDICAR EL EVANGELIO DE LUCAS
EDIT. SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág 142


8.

-Tu serás pescador de hombres.

¿A quienes elige Dios para anunciadores? ¿Ángeles celestiales...? No entenderían al hombre de carne. ¿Intelectuales y sabios de doctrinas exquisitas...? "No el mucho saber harta y satisface el alma" ¿Hombres cumplidores, nacidos para perfectos y coherentes...? No entenderían la común pobreza del alma pecadora, y serían más exigentes y moralizadores que anunciadores de Evangelio.

Hombres corrientes: con sus miedos, ignorancias, torpezas y pecados. El los elige y los va preparando deliciosamente a través de la historia: "Estoy perdido, yo, hombre de labios impuros", dice Isaías.

"Indigno de ser llamado apóstol", se proclama Pablo. Y Pedro, testigo de su limitación y de la grandeza de Jesús: "Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador". Algo básico une a los tres: han conocido su debilidad. Isaías perdonado, es un hombre dispuesto al Anuncio. Sabedor Pablo de que todo su perfeccionismo le ha llevado a la violencia y la persecución, será testigo de cómo Dios le abre los ojos a la nueva Luz de Jesús. Y Pedro, que seguirá carrera de pecador hasta el doctorado del Viernes Santo -"Yo no conozco a ese hombre"- será testigo del perdón, de la paz y de la fidelidad que permanece: "Apacienta mis ovejas".

Bregar toda la noche sin una triste anchoa que llevarse a la boca, es un claro fracaso profesional; pero es la ocasión de reconocer que Jesús es el Señor. Negar al Maestro ante la criada del Pontífice, es indicio de pobreza en una voluntad que se sobrevaloraba; pero la presencia de Jesús tornó esto en acontecimiento salvador; lágrimas primero y humildad después: "Tú sabes que te amo". Ser fariseo observante acercó la vida de Pablo al asesinato; pero el encuentro con Jesús lo derriba, creando un testigo de la gratuidad de Dios y de la justificación por la Fe.

Proclamar la propia debilidad y la grandeza de Dios (Francisco de Asís, Teresa de Jesús) es propio de los elegidos: "Por la gracia de Dios soy lo que soy". Son hombres que Dios se va preparando para anunciar al mundo la originalidad divina: el amor gratuito; la conversión con el perdón de los pecados. Nuestro mundo, frío y violento, necesita de ellos para impregnar las relaciones humanas del Espíritu de Jesús: "Misericordia quiero, que no sacrificios; Yo no he venido a llamar a justos, sino a pecadores". ¿Quién se excluye de la llamada? La Cuaresma, tiempo fuerte de convertirse a El, está a las puertas.

MIGUEL FLAMARIQUE VALERDI
ESCRUTAD LAS ESCRITURAS
COMENTARIOS AL CICLO C
Desclee de Brouwer BILBAO 1988.Pág. 47


9. MAR/MAL:

-Jesús dijo a Simón: "No temas. Desde ahora, serás pescador de hombres". Sin embargo, en los vocabularios bíblicos de uso corriente no se encuentra la palabra "pesca" o sus derivados. Es verdad que el ambiente pesquero se situaba solamente en una parte de Galilea y, por lo tanto, era limitada la vivencia directa de su simbolismo. No obstante, los principales apóstoles fueron pescadores y la predicación de Jesús tuvo en bastantes ocasiones ese ambiente como escenario. Ambos hechos parecen ser motivos suficientes para que los exégetas concedan mayor atención a estos términos.

Por nuestra parte, rastrearemos desde la palabra "mar" el significado religioso de la pesca. El mar es la criatura que simboliza los poderes adversos a los que Yavé debe vencer para que triunfe su designio. El mar es el lugar demoníaco adonde van a tirar los puercos hechizados (/Mc/05/13). Jesús lo trata como a Satán, lo domina con su palabra e incluso camina sin daño sobre él. El Apocalipsis anuncia como final feliz que "el mar ya no existe" (/Ap/21/01). El mar es la representación del mal. Sacar a alguien del mar es sacarlo del mal. "Pescadores de hombres" expresa la función del discípulo que debe salvar de los poderes del desamor y la explotación del hermano para que descubra al Dios que ama a fondo perdido.

-En las práctica, para designar las tareas llamadas apostólicas, se emplea profusamente la palabra "pastoral" (de resonancias un tanto sinfónicas). A pesar de todo, la figura del pescador se presenta como más activa. El pastor se ve más relacionado con tareas de cuidado y conservación de lo existente.

Por supuesto que el símbolo de la pesca nada tiene que ver con un anzuelo engañoso, con proselitismo a toda costa o con propaganda marketinizada. Aquí no vale que los peces "piquen", no sirve que "caigan" en la red. Ser evangelizado supone descubrir la persona de Jesús desde la libertad y la consciencia. Los lavados de cerebro son exactamente lo contrario. No se trata de captar clientes o de promover alumnos sino de sembrar discípulos.

PESCA/EVANGELIZACION: -La función del discípulo como pescador de hombres entronca bien con la necesidad de una nueva evangelización. Numerosos documentos de todos los niveles hablan de ello aunque, quizá, abunden más las palabras que las realidades. En principio cabe preguntarse si se puede hablar de "segunda evangelización" para los viejos países cristianos. El Evangelio es la buena noticia, y lo esencial de la noticia es precisamente que sea nueva, que no se conozca ya. Desde luego, nunca abarcaremos totalmente la novedad que supone Jesús y, en este sentido, la Iglesia misma tendrá que estar en continua evangelización.

Pero, no nos referimos a este aspecto de profundización constante ni a los casos -minoritarios en nuestra sociedad- de personas que desconocen la fe cristiana. El objetivo es la gran masa que, si bien tiene una tradición socio-cultural cristiana, no ha experimentado una vivencia personal de Jesús. Las situaciones son para todos los gustos. Unos se han alejado de la fe cristiana y han dejado de sentirse vinculados a ella. Otros la han reducido a una práctica rutinaria de escasa personalización y motivada por inercias sociales. No faltan los que tuvieron una formación religiosa buena para tiempos pasados pero poco adecuada para hoy. Lo cierto es que siempre es posible haber oído la materialidad de un mensaje sin haber comprendido de forma razonablemente suficiente su contenido en cuanto a consecuencias, compromiso, etc. Cuando se trata de algo no palpable como el sentido de la vida o la acción de Dios, este supuesto será todavía más fácil. Por todo ello, aunque una gran mayoría se declare católica, es preciso "evangelizar" nuestro cristianismo real. Como en casos similares, la mayor dificultad para que se escuche una noticia es que todos crean que se la saben.

-El maestro nos llama en estas circunstancias a ser "pescadores" desde la barca de la iglesia. Sin embargo, propiamente no se trata de llevar más gente a misa o darles a conocer una doctrina, sino de acercarlos a Jesús. Saldrá una Iglesia más evangélica si la militancia en ella se debe al previo encuentro con el Maestro. No obstante, los caminos son muy variados. En esta línea, nuestras parroquias deben transformarse de centros de servicios religiosos en comunidades vivas de creyentes y la liturgia misma habrá de ser más evangelizadora aunque, en principio, no sea ésa su finalidad principal. Asisten a nuestras misas bastantes personas incluidas en las situaciones de fe débil antes descritas. Una celebración comprensible y vivida vale en estos casos más que muchas palabras.

-Cuando intentemos animar a otros hermanos al descubrimiento de Jesús, nuestras conversaciones u homilías no serán "palabra de Dios" por mucha sinceridad que haya en nuestros labios, pero Dios puede hablar en este ambiente con palabras vivas al corazón del oyente. Siempre será verdad la afirmación de Pablo: "No he sido yo, sino la gracia de Dios".

EUCARISTÍA 1992, 8