COMENTARIOS A LA PRIMERA LECTURA
Is 06, 01-02a. 03-08

1.

* Contexto histórico. -La muerte de Azarías (=Ozías) de Judá, el rey leproso, acaece el año 739 a. de C. Fue un largo reinado, más de cuarenta años, de prosperidad y seguridad. Con su muerte asistimos a la decadencia y ocaso de los reinos del N. y del S. La gran amenaza viene de Asiria: Tiglat-Pileser sube al trono de Asiria el año 745, conquista Damasco (732) y se proclama rey de Babilonia (729). El peligro es inminente: Salmanasar V, sucesor de Tiglat-Pileser, se apodera de Samaria (722), y Senaquerib invadirá Judá el año 701 a. de C.

* Texto. Isaías es un excelente poeta que nos narra, con palabras muy precisas y de enorme contenido, su experiencia religiosa del primer encuentro con el Señor. Resulta muy difícil exponer en breves líneas el sentido profundo del texto.

-Vs. 1-4: visión. Acaece el año 739, año de la muerte de Ozías. El autor se halla, o al menos es transportado mediante la visión, al templo terrestre donde se halla el altar del incienso (vs. 1.9; Ex. 30, 1 ss.; I Rey. 6, 17). Isaías no nos describe la visión, sino que de forma muy escueta nos dice: "vi al Señor".

Aquella rica experiencia interna debe expresarla con unos símbolos, los bíblicos, para que puedan entenderla sus oyentes y lectores. Así el humo (=nube; cfr. Ex. 13, 21; 40, 34; I Rey. 8,10 ss.; Ex. 10, 4) que llena el templo (v. 4) es un símbolo que expresa la presencia de Dios, sentado sobre un trono en actitud de rey (v. 1; I Rey. 22, 19). Que el Señor aparezca envuelto en un manto es imagen bíblica (Sal. 104, 1 ss.), pero el profeta sólo ve su orla o parte inferior. Así, de forma velada, el autor nos dice que la parte superior ocupa el templo celeste (por eso usa los adjetivos "alto y excelso" aplicados al trono). Según Jn. 12, 41, esta orla es la gloria del Señor, término que, al igual que nube, nos indica manifestación de Dios.

La corte de este Rey está formada por serafines (su nombre indica relación con el fuego). Son seres alados que cubren su rostro y desnudez en señal de reverencia: como servidores, están de pie y con dos alas se ciernen para indicar prontitud a hacer lo ordenado por el Señor. En su canto (v. 3) tres veces se repite el término "santo", práctica muy corriente en hebreo (cfr. Jr. 7,4;22,29; Ez. 21,32) para indicar de forma superlativa que Dios es santo y sólo santo (cfr. Is. 1,4;5,16.19.24; 10,17.20; 12,6; 29,19...). Y a la vez se ansía que la gloria (=manifestación de la Majestad divina) invada toda la tierra. El gran coro produce una especie de terremoto en el templo.

-Vs. 5-8: reacción y purificación. Ante la santidad divina la reacción del profeta es reconocerse hombre de labios impuros, al igual que su pueblo; en esta condición no puede participar en el coro de serafines, no puede ejercer la labor de anunciar. Además, el miedo le invade porque sus ojos han visto al Señor y en consecuencia debe morir (Ex. 3, 20). Un serafín coge del altar sagrado un ascua y purifica los labios: desde entonces Isaías es apto para la misión de la palabra porque por este rito se le ha perdonado su pecado y su culpa. Y libre de obstáculos se ofrece, con prontitud, a la misión (v. 8).

* Reflexiones. -¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí?" (v.8). Todo el relato de vocación profética está orientado hacia el ministerio de la palabra, palabra que nos haga ver cómo la gloria o manifestación divina invade toda la tierra. La tarea no es nada fácil. Los hombres somos seres ciegos que ni siquiera palpamos esa presencia divina en nuestro mundo; más aún, con nuestro actuar hacemos que esa presencia resulte aún menos visible, menos comprensible. Nuestros odios, injusticias, desmanes, afán de poder bélico..., han convertido a nuestro planeta en un "iceberg" agrietado que se desliza por rumbos peligrosos. El profeta sale a nuestro encuentro, pero ¿con qué credenciales? Con su palabra. ¡Credencial insignificante! Por eso, la palabra profética será siempre arma de doble filo: salvación para el que crea y piedra de precipicio para el que endurezca su corazón. Por eso Isaías recibe esta misión; "...que sus ojos no vean, que sus oídos no oigan, que su corazón no entienda..." (vs. 9-10).

-A pesar de la dificultad de la misión profética, Isaías se muestra pronto a la llamada: "...aquí estoy, mándame". Buen ejemplo para imitar, pero no para imponer. También Jeremías y Moisés, con sus objeciones y reticencias, fueron grandes profetas, heraldos de la palabra profética.

A. GIL MODREGO
DABAR 1989, 12


2. SANTIDAD/P:

El capítulo 6 contiene la narración sobre la vocación de Isaías, como es el caso del principio de otros libros proféticos (Jeremías, Ezequiel). Entre todas las descripciones de llamadas proféticas, la de Isaías es la más impresionante: la visión del rey Yahvé, rodeado de serafines, la purificación con el tizón encendido, la pregunta de Dios y la dispuesta contestación del profeta son de una belleza literaria incomparable.

La manifestación del que es santo, del que se eleva por encima de la mediocridad humana, descubre la pequeñez y el pecado del hombre. ¿Cómo puede un hombre de labios impuros hacerse eco de la gloria de Dios? ¿Cómo puede participar en su alabanza? ¿Cómo puede tomar en sus labios el santo nombre de Dios y su palabra? ¿Cómo puede llevar esa palabra a un pueblo que es también un pueblo de labios impuros? No es miedo alocado ni terror lo que invade al profeta; es el sentimiento radical del pecador ante la santidad transparente de Dios, que le hace incapaz de mantenerse en su presencia.

Ahora bien, Isaías se tranquiliza ante la revelación de un Dios que le purifica y le llena para hacer de él su enviado, para confiarle una misión: "Vete y di a ese pueblo...". El profeta, con disponibilidad total, salvará la distancia entre el Dios santo y su pueblo. Es esa disponibilidad lo que conservará la pureza de sus labios y lo que hará que la palabra de Dios llegue sin adulteraciones al pueblo que ha de escucharla.

EUCARISTÍA 1989, 7


3.

El profeta se siente abrumado ante el enorme contraste entre su insignificancia e indignidad y la dignidad y grandeza de la misión que se le confía: anunciar con sus propios labios la palabra de Dios. Y es que resulta carga excesiva el que la palabra humana sea vehículo de la palabra de Dios. Este mismo es el riesgo y la osadía de todo el pueblo de Dios, a quien se le ha confiado la misión profética: que, siendo pecadores, tenemos que ser heraldos de la palabra del Santo.

El profeta se serena y cobra ánimos cuando sabe que es Dios mismo quien le purifica y capacita para la misión. También en el caso de Jeremías, el profeta se crece y supera dificultad para hablar, cuando sabe que es Dios quien habla y le envía. Jesús tranquilizará a sus discípulos con la promesa de su presencia: él será quien les diga lo que tienen que decir. Sólo es posible cargar con la responsabilidad de la misión profética, cuando el hombre está totalmente a disposición del Señor.

Con la misma disposición que María se someterá a los designios de Dios, ahora el profeta acepta voluntariamente la misión que se le encomienda: "Aquí estoy, mándame".

EUCARISTÍA 1974, 14


4. D/SANTIDAD TEMOR-FILIAL SANCTUS/MISA

¿Cuantos de nuestros fieles, al cantar el "Santo, santo, santo" del principio de la plegaria eucarística, saben que se unen al grito de los serafines del Templo? La conclusión del prefacio ha mencionado a los coros celestiales, pero ¿quién piensa en ellos? Los occidentales tendemos a pensar -suponiendo que haya suficiente fe- que en la liturgia Dios se hace presente en la tierra; los orientales, más fieles a la mentalidad bíblica, creen más bien que en la liturgia la Iglesia de la tierra se une a la del cielo. Nuestro Templo verdadero es la humanidad glorificada de Cristo, que está sentada a la derecha del Padre. Nuestras asambleas deben efectuar el salto necesario, empezando por reconocer la distancia infinita entre Dios y nosotros, salvada por el misterio de Cristo. Esta distancia, la visión de Isaías la expresa en términos de santidad-pecado, binomio que no debe entenderse tanto en sentido moral (Dios es bueno, nosotros malos) como en sentido ontológico. El Antiguo Testamento lo expresa como un terror sagrado: "¡Ay de mí!" (v.5;cf.la reacción de Pedro, en el evangelio de hoy: "Apártate de mí, Señor, que soy un pecador"). Hay un respeto para con Dios y para con lo que lo representa que es necesario mantener. El Dios de Isaías es "el Santo de Israel", incluso en aquello que Congar denomina "lo sagrado pedagógico": lugares, cosas, tiempos dedicados a facilitar nuestra relación con Dios. No es normal, como dice Charles Moellers, que haya quien trate a su Cadillac como si del arca de la alianza se tratara y en cambio entre en la Iglesia como si entrase en el garaje. Pero Dios -tanto el del Antiguo como el del Nuevo Testamento- cuando se aparece invita siempre a superar el temor inicial, convirtiéndolo en amor filial.

Comenzamos la Eucaristía proclamando la santidad de Dios, y la concluimos, antes de comulgar, "atreviéndonos a decirle" Padre nuestro.

Isaías asegura que "vio al Señor", pero el relato precisa que nada de lo que vio (el trono, el manto, los serafines, el humo) u oyó (el clamor angélico, el mensaje que recibe) no son el propio Dios, sino aquella manifestación indirecta que la Biblia llama "gloria". También nosotros,aunque ahora celebremos la Eucaristía de cara al pueblo, hayamos aproximado el altar a la nave y proclamemos la Palabra en la lengua de los fieles, no podemos pensar que ya lo vemos o lo comprendemos todo. La visión de Isaías hoy, y cada día el canto del "Santo", nos exhortan a dar, desde la liturgia y desde la vida, el salto de la fe.

H. RAGUER
MISA DOMINICAL 1977, 3


5. /Is/06/01-13

En este texto, cuidadosamente trabajado, leemos el primero de los grandes relatos típicos de vocación profética, al que seguirán los de Jeremías y Ezequiel. Su denso contenido teológico recibe fuerza de una disposición literaria sencilla: introducción (v 1a), teofanía (vv 1b-5), investidura (vv 6-7), misión (vv 8-11), consecuencias de la misión (vv 12-13).

La introducción sitúa la palabra de Dios en la historia, en un punto preciso del tiempo y del espacio; la historia es el lugar del encuentro: por eso se mencionan el año de la muerte de Ozías y el lugar de la misma, Jerusalén. Las «palabras» de Dios son los auténticos acontecimientos de la historia. En la teofanía, Dios aparece como un rey -es decir, con el poder auténtico después que la muerte ha borrado la sombra de poder humano, Josías-: sentado sobre el trono, rodeado de misteriosas figuras áulicas que destacan la impenetrabilidad de la esfera divina y su diferencia de la humana. Están bellamente armonizados los componentes del binomio «santidad» (trascendencia) y «esplendor» (inmanencia), que definen al Dios de Israel como un Dios salvador. Toda profecía auténtica nace de una experiencia particular de lo divino. A través de ella, los profetas conocen la dimensión divina de las cosas. Isaías es el hombre del sentido incomparable de Dios. En la investidura-misión, el profeta queda atrapado por la palabra. Todo él debe hacerse signo: tendrá que hacer ver la dimensión divina de las cosas, los hechos precisarán la dimensión humana.

D/TOTALMENTE-OTRO: El totalmente Otro, el Santo de que habla Isaías, no es la expresión del ser lejano, sino el totalmente Otro con unas implicaciones históricas muy concretas. El profeta descubre en esta experiencia de Dios la única manera de poner en tela de juicio el viejo mundo de la corrupción teológica y moral de la idolatría y de la opresión social. En el capítulo precedente había denunciado: «Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal, que tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas...; de los que por soborno absuelven al culpable y niegan justicia al inocente» (5 ,20.23). El totalmente Otro significa que Dios no se deja manipular, etiquetar ni uniformar. Dios no se encierra ni se deja encerrar en ninguna realidad, por justa que parezca, como ocurre en el caso de Israel. Dios mira continuamente hacia una sociedad siempre nueva. Este absoluto liberador es la única fuerza que puede dar al hombre, totalmente uniformado y alienado, el verdadero sentido de su vida. La palabra de Dios captada en el seno de la historia tiene carácter decisorio. Jesús de Nazaret es la gran confirmación de ello.

F. RAURELL
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 437 s.


6. Is/06/01-13

Es el primero de los grandes relatos típicos de vocación, al que seguirán los de Jeremías y Ezequiel. Las ideas dominantes reciben fuerza de una disposición literaria sencilla: introducción (v 1a), teofanía (1a-5), investidura (6-7), misión (8-11), consecuencias de la misión (12-13).

La introducción sitúa la palabra de Dios en la historia, en un punto preciso del tiempo y del espacio, la historia es el lugar del encuentro: el año de la muerte del rey Ozías y en Jerusalén. Las «palabras» de Dios son los auténticos acontecimientos de la historia de Israel. Pero el profeta sintetiza aquí todas sus experiencias de Dios; no se puede olvidar que este relato es también predicación profética.

En la teofanía Dios aparece como un rey: sentado sobre el trono, rodeado de misteriosas figuras áulicas que destacan la impenetrabilidad y diversidad de la esfera divina. Están bellamente armonizados los componentes del binomio "santidad" (trascendencia) y «esplendor» o «gloria» (inmanencia), que definen dinámicamente toda la doctrina bíblica sobre el Dios salvador. De esta vivencia nace la conciencia de pecado: Israel, del cual Isaías se siente solidario, no ha sabido situarse debidamente delante de la alteridad de un Dios que, por otra parte, está tan cerca. Toda profecía auténtica sale de una experiencia particular de lo divino. A través de ella los profetas conocen la dimensión divina de las cosas. Isaías es el hombre del sentido incomparable de Dios: con los ojos de Dios contempla los acontecimientos trastornados de la época. No se puede aislar esta visión de la vida de Isaías; es una experiencia fundamental que impregna toda su conducta ulterior. La vocación no es un hecho que se pueda situar en un punto dado de una vez para siempre: es proyecto divino sobre toda una vida; es fidelidad, amor sin retorno.

En la investidura-misión el profeta queda atrapado por la palabra. La purificación de los labios demuestra la trascendencia de esta investidura-misión: todo él se tendrá que convertir en signo; tendrá que hacer ver la dimensión divina de las cosas; los hechos precisarán la dimensión humana. Pero el hombre que predica la proximidad de Dios encuentra una barrera infranqueable: el mensaje ha abierto una grieta profunda en el pueblo. La ceguera consciente frente a la luz, el olvido día tras día de las señales de Dios («conoce el buey a su dueño y el asno el pesebre de su amo, pero Israel no entiende, mi pueblo no tiene conocimiento» (1,3). Por eso endurece la palabra de Dios, porque el profeta no la puede rebajar en sus exigencias. Sin embargo, ésta no será la última palabra: la idea del resto es el horizonte del triunfo del plan salvífico.

F. RAURELL
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 750 s.