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H O M I L Í A

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DOMINGO IV
TIEMPO ORDINARIO

CICLO C

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J/PROFETA: CR/PROFETA:

-EL RETRATO DE UN PROFETA. Lo que es Cristo Jesús para nosotros, sobre todo en la proclamación de los evangelios en las eucaristías dominicales, es el Profeta, el Maestro enviado por Dios. Este parece el tema central de hoy.

Ya Jeremías -elegido aquí entre los varios posibles del A.T.- aparece caracterizado como un profeta auténtico. En tiempos difíciles se le encarga que haga oír la voz de Dios en medio del pueblo y ante las autoridades. Mal aceptado por muchos -sobre todo por las clases dirigentes- se le puede considerar como el prototipo de un profeta fiel a su vocación y a su identidad, aunque fracasara en su misión y no le hicieran mucho caso. Imagen de tantos profetas, de entonces y de ahora, que reciben una difícil tarea en tiempos con frecuencia críticos.

Pero, junto a la misión, Dios les asegura su ayuda: "yo estoy contigo". Les da su fuerza, su Espíritu, para que no desfallezcan en su empeño. Porque la voz de un profeta es muchas veces voz contra corriente. Es la voz de uno que ha experimentado la presencia de Dios y da testimonio ante el pueblo: a veces anunciando la buena noticia; otras, denunciando los caminos equivocados del pueblo. A menudo su voz resulta incómoda a una sociedad aletargada o anestesiada por tantos valores secundarios.

Con la ayuda de Dios el profeta sigue su vocación: "mi boca anunciará tu salvación" (salmo).

-EL PROFETA JESÚS DE NAZARET. Lo que se manifestó en el Bautismo y en la escena de Caná, como leíamos los domingos anteriores, se sigue clarificando el domingo pasado y éste: Jesús de Nazaret es el auténtico Profeta y Maestro de la humanidad. El único cuya Palabra es salvadora de veras. En la sinagoga de Nazaret y hoy y aquí para nosotros.

El es el Ungido, el lleno de la fuerza del Espíritu de Dios, para cumplir la misión más difícil, la de un Mesías que hace oír la voz de Dios y que salva a la humanidad entregando con fidelidad radical su propia vida.

Es interesante resaltar que tampoco Jesús -como antes Jeremías y después tantos y tantos profetas también de nuestro tiempo- es acogido por los oyentes: tras un entusiasmo pasajero, es rechazado y perseguido, una vez que han visto la incomodidad de su mensaje. Jesús, signo de contradicción, entonces y ahora.

Sus paisanos hubieran preferido que hiciera milagros, que curara a los enfermos, no que les pusiera en evidencia denunciando su falta de fe. Es una reacción que irá creciendo hasta acabar con la muerte de Jesús. Pero ni aún eso logró acallar la voz del Profeta por excelencia: al cabo de veinte siglos seguimos escuchándola, y nosotros, los aquí presentes, somos la prueba de que millones de personas en todo el punto quieren escuchar, domingo tras domingo, o día tras día, la luz y la fuerza salvadora de esta Palabra.

A nosotros nos cuesta también reconocer la voz profética en los demás, desde el Papa hasta el vecino de al lado. Siempre encontramos mil excusas para "defendernos" de la incómoda voz que supone el testimonio de los demás que nos invita a ser más consecuentes en nuestro camino (¿no es éste el hijo de José? ¿no será porque es un Papa polaco? ¿no es un poco fanática la Madre Teresa? ¿no será un poco anormal este vecino o vecina que se muestran tan íntegros en medio de este mundo tan corrompido?...).

-NOSOTROS TAMBIÉN PROFETAS. Además de esta actitud de seguimiento de Jesús -como discípulos y oyentes atentos del Maestro- se podría concretar otra aplicación: también nosotros, por nuestra condición de pueblo de bautizados, somos profetas en medio del mundo.

Como Jesús fue ungido por el Espíritu, así la Iglesia recibió esta fuerza de Dios en Pentecostés, para empezar dinámicamente su misión evangelizadora. Y también cada uno de nosotros, en el Bautismo y en el sacramento de la Confirmación -el sacramento del don del Espíritu- hemos recibido la misma misión y la misma fuerza de lo alto, para ser un pueblo de profetas, testigos, anunciadores de la salvación de Dios en medio de nuestro mundo: la familia, el trabajo, las amistades, la comunidad religiosa, la política...

Nos cuesta a todos realizar con fidelidad este encargo. Y sentimos la tentación de "dimitir": como hubieran hecho con gusto Jeremías o el mismo Jesús, para no "complicarse" la vida. Pero, con la ayuda de Dios, tendríamos que seguir fielmente el camino que Dios nos traza.

Nuestra Eucaristía comporta los dos aspectos: nos hace sentarnos cada vez a la escuela de Jesús, el Maestro, para ir asimilando su mentalidad y su escala de valores. Y luego nos envía a la vida, a dar testimonio a los demás -no con palabras, sino más bien con nuestra actuación cristiana- de lo que creemos y de lo que hemos celebrado en la Eucaristía.

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1989, 3


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