35 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO III DEL TIEMPO ORDINARIO
9-16

 

9.

1. Hoy se cumple...

El domingo pasado decíamos que el primer signo público de Jesús en Caná de Galilea, el evangelista Juan parecía presentarnos un texto fundamentalmente programático de toda la vida y misión de Jesús entre los hombres.

Este domingo nos encontramos con una situación similar, si bien desde la óptica del evangelista Lucas, cuyo escrito apareció 25 o 30 años antes que el de Juan.

La misma liturgia parece entenderlo así desde el momento en que nos ha presentado en una sola lectura el comienzo del Evangelio de Lucas como introducción para el famoso episodio de Nazaret, cuando Jesús lee y comenta ante sus paisanos el conocido texto de Isaías.

La primera lectura, tomada del Libro de Nehemías, corrobora esta sensación: Jesús es presentado, desde la perspectiva litúrgica, como el nuevo liberador del pueblo desterrado, el nuevo Esdras que no sólo lee ante su pueblo la palabra de Dios sino que la realiza como signo de liberación. Con Jesús finaliza el exilio y la humillación, y comienza, en cambio, el proceso de recuperación y reconstrucción del nuevo pueblo. Con él llega toda la Palabra de Dios, que es escuchada, comprendida y vivida por la comunidad.

Lo primero que nos llama la atención es la preocupación de los evangelistas por centrar todo el misterio de Jesucristo en alguna idea fundamental que sirva como eje de todo el evangelio. Ya vimos el domingo pasado cómo lo hace Juan; por su parte, Mateo se introduce con el gran discurso del monte, mientras que Marcos subraya la predicación del Reino de Dios. Hoy veremos cuál es la perspectiva de Lucas. Decimos que esto es llamativo y por varios motivos.

Primero, porque descubrimos cómo las primeras comunidades cristianas representadas por los cuatro evangelistas supieron descubrir lo esencial de la figura de Jesús, sin perderse en una multitud de detalles o anécdotas de curiosidad que no iban al fondo de la cuestión. Tampoco se detuvieron en hacer una teología abstracta y racionalista, ni en redactar nociones alejadas de la vida real de la comunidad.

La catequesis de la comunidad se realiza a partir de la presencia histórica de Jesucristo, que enseña como maestro, que predica el Reino, que libera al pueblo, que transforma la vida religiosa y social, etc.

Bien dice Lucas -y en esto nos da una magnífica lección de teología y de pastoral- que él, siguiendo la pauta de otros cristianos, procuró componer un «relato de los hechos que se han verificado entre nosotros, siguiendo las tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la palabra», a fin de que sus lectores puedan tomar conciencia de la «solidez de las enseñanzas» recibidas.

La fe se asienta sobre el fundamento de un Cristo histórico, real, que efectivamente vivió con los hombres, que dijo cosas concretas para la vida humana, que se arriesgó en medio de esa gran batalla que es la historia de su pueblo.

Importante punto de partida para nuestro cristianismo: sólo desde un Cristo encarnado en la historia, que habla con un lenguaje que el pueblo pueda comprender, que antepone los hechos a las nociones y teorías, es como podremos seguir evangelizando hoy.

Segundo, porque comprobamos que, siendo Jesús el mismo y único personaje central de la fe, cada comunidad cristiana se permitió la libertad de enfocarlo desde el ángulo que le era más propio y característico. Cada una de las redacciones de los evangelios tiene notables diferencias y distintos puntos de vista que, si bien no se contradicen, sí se complementan sustancialmente.

Una rápida lectura de los cuatro evangelios nos demuestra que los primeros cristianos supieron partir de su propia experiencia, de su propia reflexión de la Palabra, de su propia situación de vida y de fe para mirar a ese personaje que siempre parecía estar un poco más allá de lo que las palabras podían expresar. El Evangelio de Juan concluye con aquella conocida frase: «Jesús hizo muchas otras cosas. Si se escribieran una por una, creo que los libros no alcanzarían en el mundo.» Y, aunque esta frase parezca una exageración, ya llevamos veinte largos siglos hablando, reflexionando, escribiendo y viviendo ese acontecimiento llamado "Jesucristo" y nos parece que todavía estamos a los comienzos. Y llegamos a este siglo en que la Iglesia, como si acabara de despertar, se pregunta igual que cada uno de nosotros: ¿Quién es Jesucristo? ¿Cuál es el sentido de su presencia en el mundo? Lo triste sería que hoy nos contentáramos con usar las palabras de otros -dichas y pensadas en otro contexto histórico- transformando así a Jesús en un simple monumento histórico que la tradición y el tiempo nos hacen llegar.

El caso de Lucas, que no se contentó con lo que otros pensaron y escribieron, que se tomó el trabajo de hacer su propia investigación, acopiando dato a dato y reflexionando sobre ellos para hacer su propia síntesis cristiana, es, decimos, no solamente un ejemplo a imitar sino un punto de partida digno de tenerse en cuenta.

Ni siquiera nos basta con leer los evangelios y meditarlos; los hombres del siglo veinte necesitamos, a partir de nuestra experiencia de vida y a partir de lo que otros vivieron y reflexionaron, recrear nuestro evangelio: el evangelio del mismo y único Jesucristo, «según el cristiano del siglo veinte».

Efectivamente, lo esencial del relato de Lucas de este domingo no es el texto que Jesús proclamó en la sinagoga de Nazaret, ya que se trataba de un conocido capítulo del libro de un piadoso judío del exilio que se escondió bajo el nombre de Isaías, sino de lo que inmediatamente después acota Jesús: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oir.» Mientras dejamos para el próximo domingo la reacción de los oyentes ante estas palabras, hoy no estará de más que tratemos de desentrañar esta misteriosa frase que, aunque breve, contiene en sí misma la esencia de la pastoral evangelizadora de la Iglesia. Hoy se cumple la Palabra que acabáis de escuchar...

--Hoy...

La obra de Dios es siempre un «hoy» para cada hombre y para cada pueblo o momento histórico. Es Hoy porque Dios es una presencia y porque Jesucristo es una presencia en la historia. No es ni un recuerdo del pasado ni una simple idea filosófica ni una compleja doctrina.

Lo característico del Reino de Dios es su constante actualidad. Cada hombre, como peregrino que camina por el desierto, debe encontrarse con ese Hoy en el que su camino se cruza con el camino liberador del Señor. Siempre el hombre es ese desterrado que espera el Hoy de su liberación, el Hoy de la reconstrucción de su vida conforme a un proyecto elaborado para que el hombre sea más hombre y la sociedad más humana. Ese Hoy no es solamente este tiempo cronológico en el que desenvolvemos el hilo de nuestra existencia.

Ese Hoy tiene una fuerza y un contenido particular: es ese momento interno, lleno de conciencia y de interioridad, en el que cada uno de nosotros se asume a sí mismo en un acto verdaderamente sincero, libre y responsable. Un Hoy que define nuestro tipo de existencia; por lo tanto, un Hoy en el que encontramos nuestra identidad. Es el Hoy de un nacimiento como personas y como comunidades responsables.

--Se cumple...

El Reino de Dios, o la Palabra de Dios, o el Evangelio... deben cumplirse, realizarse, vivirse, actualizarse.

La obra de Cristo, y por lo tanto la pastoral de la Iglesia, tienen como objetivo el cumplimiento del proyecto de Dios. El objetivo es vivir de una manera nueva, conforme a un evangelio o buena noticia que hoy debe ser para cada uno un acontecimiento.

No basta oír, ni basta recordar, ni basta reflexionar...

Si hablamos del «evangelio o buena noticia de Jesús» es porque existe ¡un acontecimiento que se hace noticia. Sin acontecimiento, o no existe noticia, o es falsa. Estamos frente a una de las cuestiones más críticas relacionadas con la presencia del cristianismo en el mundo moderno: se nos pregunta si cumplimos la Palabra de Cristo; se nos cuestiona por el acontecimiento en sí mismo, acontecimiento que es la noticia, si bien necesitará ser proclamada como testimonio. Más aún: se nos critica por la ruptura entre nuestras palabras y nuestros actos, entre lo que dice el libro de los Evangelios y lo que hace que esos libros tengan sentido.

Está claro, pues, que la pastoral de la Iglesia, pastoral que nos incumbe a todos, como es obvio, es, primero y antes que nada, la puesta en escena de un acontecimiento real, visible, palpable, que tenga valor de testimonio aquí y ahora. La Iglesia debe ser «el hoy se cumple...».

--La Palabra que acabáis de escuchar.

El acontecimiento cristiano no puede realizarse según el gusto de cada uno o a impulsos de la improvisación: tenemos una Palabra o criterio fundamental conforme al cual se realiza el cumplimiento del acontecimiento salvador.

La Palabra de Dios, tal como ha sido proclamada por Jesucristo y recogida por los testigos, como dice Lucas, es el criterio que establece los límites, el alcance, el sentido y el objetivo de nuestro hacer.

Por eso, esa Palabra necesita ser escuchada; y, como recuerda Pablo, no puede ser escuchada si no es anunciada.

Sin embargo, ahora puede surgir una importante pregunta: ¿Qué es lo esencial de la Palabra de Dios? ¿A qué acontecimientos hace referencia? ¿Qué es eso que se debe escuchar y cumplir?

2. La liberación de los marginados

Desde la perspectiva de Lucas, lo esencial del acontecimiento y del anuncio cristianos es la liberación del hombre. Sin hacer muchas aclaraciones y sin matizar con simbolismos más o menos espirituales, Lucas parece tomar el antiguo texto de Isaías que Jesús hace suyo en su sentido más simple y directo.

Efectivamente, para Lucas -el evangelista cuyo libro tiene más tinte social, siempre preocupado por la suerte de los marginados de la sociedad- la llegada del Reino de Dios consiste en una transformación de una situación mala y de opresión que revierte en superación constante y total.

En esta línea está la respuesta de Jesús a los emisarios de Juan el Bautista que le preguntaban si él era el enviado de Dios: "Los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la buena noticia" (Lc 7,22).

La acción de Dios no es sólo una afirmación de lo positivo de la existencia humana, sino una afirmación a través de una negación; es decir: es liberación de una situación inhumana de existencia. De ahí que la actitud de Jesús no consiste sólo en afirmar las infinitas posibilidades de Dios y del hombre, sino en actuar de tal manera que esas posibilidades sean realizadas en la misma situación de opresión.

Por eso Jesús aparece realizando su obra en medio de la contradicción, de la lucha, de la calumnia y de la constante persecución que le llega desde las clases opresoras, tanto políticas como religiosas.

La liberación presupone que el hombre no está liberado; más aún, que existen personas y estructuras que oprimen al hombre. Por tanto, no puede haber libertad si no hay un proceso de liberación de ciertas situaciones injustas e inhumanas.

Jesús -y ésta es una típica característica de la óptica de Lucas- aparece actuando en medio de los segregados y despreciados de la sociedad, y a ellos les dirige fundamentalmente su buena noticia. El Reino de Dios llega para los enfermos impotentes ante su enfermedad; para los leprosos, aislados del culto y de la comunidad por una simple circunstancia biológica; para los que reciben el repudio de la sociedad, tales como los extranjeros, los cismáticos (los samaritanos), los hombres y las mujeres de mal vivir, etc.; para esa mitad de la humanidad que tiene menos derechos que los hombres: las mujeres, ayer proscritas y hoy aún sin alcanzar plena igualdad con los hombres.

Por todo ello, fue acusado -y esa acusación es su gloria- de comer con los pecadores, de tomar contacto con los bajos fondos de la sociedad, de simpatizar con los niños y las gentes rudas; en fin, de propiciar una auténtica subversión del orden existente.

Si bien es cierto que su liberación -como tantas veces hemos señalado- tiene un matiz de interioridad que afecta al corazón mismo de la persona, también es cierto -y esto confirma el carácter histórico de su liberación- que jamás excluyó el acento social implícito en la liberación que anunciaba y realizaba como signo del Reino de Dios. Negarlo sería negar prácticamente todo el Evangelio.

No es hoy el momento de discutir todo el alcance de estos conceptos que tanto afectan a la problemática más aguda de nuestro siglo, como es la lucha social, o para preguntarnos por la relación entre cristianismo y política, etcétera. El marco de una reflexión dominical deI Evangelio no nos permite extendernos más, habida cuenta también de que en los próximos domingos continuaremos con esta misma temática.

Lo que sí es importante subrayar a modo de síntesis, es que, desde la perspectiva de Lucas, un autor tan inspirado como los otros, el Reino de Dios que hoy debe cumplirse pasa necesariamente por la liberación del hombre y de los pueblos, liberación que siempre y en todo caso implica el cambio de las estructuras opresoras.

Cumplir esta palabra, cumplirla y anunciarla a los pobres, es vivir el comienzo del Reino de Dios.

SANTOS BENETTI
CAMINANDO POR EL DESIERTO. Ciclo C.1º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1985.Págs. 176 ss.


10.

-Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres (Lc 1, 1. . .21 )

La liturgia da comienzo al evangelio de san Lucas, y es un acierto no haber omitido el prólogo, que nos permite saber cómo concibió el evangelista el cumplimiento de su misión.

Su preocupación es evidente: si ha de presentar rupturas, tiene que presentar sobre todo un cumplimiento: hoy se cumple lo que fue anunciado por los profetas. No fue Lucas el primero que escribió el mensaje recibido de Jesús. Sabe que es así, y sin embargo juzga necesario escribir él también, al dirigirse a su Iglesia local, "todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando" (Hech 1, 1).

Conocemos en parte el problema de su Iglesia. Lucas escribe hacia los años 70. Los Hechos de los Apóstoles, obra suya, igual que este evangelio cuya lectura empezamos este domingo, reflejan esa preocupación fundamental del evangelista. El capítulo 11 de los Hechos nos introduce en pleno conflicto entre Pedro y los judío-cristianos, los cuales difícilmente admiten que se introduzca en la Iglesia mediante el bautismo a gentiles. En el momento en que san Lucas escribe, sin duda entraron en juego posturas más precisas, como las del concilio de Jerusalén (Hech 15), pero sin embargo no quedó todo resuelto. Se sigue preguntando qué importancia tiene para un cristiano la ley judía. Es cosa evidente que algunos cristianos continúan frecuentando la sinagoga, celebrando al mismo tiempo la fracción del pan. ¿Qué piensan éstos de los gentiles que entran en la Iglesia? Por otra parte, negarse a ver en el judaísmo al Señor que intervino en el mundo para salvarlo, ¿no es introducir un fallo en el plan mismo de Dios? ¿No se debe, por el contrario, proteger a toda costa la unidad del plan de Dios que se prolonga en el Nuevo Testamento y en la Iglesia? La lectura continuada del evangelio de san Lucas mostrará cómo las preocupaciones del evangelista siguen vivas. En el problema de su apostolado no está todo resuelto.

No obstante, al principio de su evangelio, san Lucas afirma la continuidad entre el Antiguo Testamento y el Nuevo, pero afirma igualmente que han quedado superadas las Palabras de la Escritura antigua, aunque no insiste en una ruptura.

Vemos aquí al Cristo señalado por el profeta Isaías. Debemos recordar brevemente lo que sabemos sobre las celebraciones de la sinagoga. A decir verdad, sólo conocemos la liturgia judía de la sinagoga en aquella época, a través de la que actualmente se desarrolla y mediante reconstrucciones parciales. Se concede el primer lugar a la Palabra de Dios, tras de lo cual el pueblo se entrega a la oración. Idéntico esquema encontramos en san Justino, en el capítulo 67 de su primera Apología: primero, lectura de los Profetas y de los Apóstoles, y seguidamente el pueblo se pone a orar. En la Iglesia romana, la evolución litúrgica ha sido la misma que siguió la liturgia judía: en la actualidad se empieza con una preparación a base de oraciones, y a continuación vienen las lecturas. Lo mismo ocurre en la sinagoga. Señalemos que en ésta se leía primero la Ley y después, como última lectura, los Profetas. "Habéis oído la Ley y los profetas".

En el pasaje que se nos lee hoy, entra Jesús en la sinagoga y llegado el momento de la lectura conclusiva, o sea, la del Profeta, le entregan el volumen. Lee el pasaje indicado y, según costumbre, lo comenta. Aquí tenemos, pues, el primitivo esquema de la liturgia sinagogal. Es importante subrayar que lo que acaba de proclamarse lo considera Cristo una realidad actual: "Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oir".

Cristo se siente señalado por las palabras del Profeta y se declara aquí, de manera evidente, el Mesías esperado. Ha sido consagrado con la unción y se le envía para dar la Buena Noticia a los pobres. A continuación se enumeran las señales de la venida del Mesías que Juan Bautista había reconocido. En la celebración de la Palabra, Jesús subraya solemnemente que en él se cumple la profecía.

San Lucas, al insistir sobre la venida del Mesías y sobre la inauguración de una nueva era, enlaza el acontecimiento con el pasado. San Lucas escribe como historiador y como teólogo. Posee sus fuentes, el conjunto de la tradición, y las utiliza quizás de una manera más amplia que los demás evangelistas. Pero no hace sólo obra de historiador. Pues Teófilo, para quien Lucas escribe, sabe ya muchas cosas; pero no le basta saberlas, es menester que les preste plena adhesión mediante la fe. Esta es la finalidad que el evangelista persigue. Indudablemente su intención no es escribir sólo para cristianos, y sabe y desea que su escrito lo van a leer muchos, incluso gentiles.

Esta actualización de la profecía se produce cada vez que se la proclama en nuestro tiempo, dentro de la asamblea cristiana; cada cual la oye actualizada para él, según el papel que desempeña en la Iglesia. Cada obispo, cada sacerdote y cada diácono oyen que se proclama así su vocación misionera en la Iglesia; pero otro tanto ocurre con respecto a cada cristiano, cuya vocación profética no debe olvidarse sino que forma parte de su misma adhesión a la fe y al evangelio.

-Estar atentos a la Palabra de Dios (Ne 8, 2...10)

Por la razón que acaba de exponerse, la primera lectura no se ha tomado de Isaías, que acaba de leer Jesús, sino del libro de Nehemías donde se refiere la proclamación de la Ley. Esto nos indica que en esta liturgia se pone más énfasis en la actualización y en la obra de proclamación de la Palabra que en la designación misma del que ha de hablar. Se trata de la proclamación de la Torah, que seguirá ocupando la parte central de la liturgia judía. Hay que leer todo el ritual utilizado por Esdras para encontrar allí el origen de los ritos judíos, pero también el origen de los nuestros en cuanto a la proclamación de la Palabra de Dios. Puestos en pie, se escucha la Palabra, traducida para que todos la entiendan, y comentada.

El pasaje señala las reacciones del pueblo de Dios que lloraba al escuchar las palabras de la Ley, signos del amor de Dios a su pueblo.

Fue aquel un día de alegría, consagrado al Señor que habló. El pueblo asimismo responde con sus aclamaciones a esta palabra proclamada. El salmo 18, elegido como responsorio, explica la dinámica de esta palabra del Señor: "La Ley del Señor es perfecta y es descanso del alma". Más adelante el salmo alude al diálogo que hay que establecer: "Que te agraden las palabras de mi boca, y llegue a tu presencia el meditar de mi corazón, Señor".

Así, pues, al comenzar este período del Tiempo litúrgico, se nos invita a reflexionar sobre la importancia de la proclamación de la Palabra. Esta es siempre para cada cristiano como una nueva investidura, como un activo recordatorio de lo que somos y de lo que debemos ser. Escuchando la palabra y transmitiéndola con la fe.

EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 5 
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 1-8
SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág. 111-114


11.

-Israel celebra la Palabra de Dios Hemos escuchado en la primera lectura de hoy cómo Esdras lee en voz alta la Palabra de Dios, mientras el pueblo le escucha de pie, como señal de respeto y obediencia. Esdras acaba la lectura bendiciendo al Señor, y el pueblo levanta los brazos diciendo: "Amén, Amén". Con este "Amén", el pueblo acepta lo que le propone el Señor y, por eso, Esdras y todo el pueblo comen y beben compartiendo la misma fe y la misma alegría.

-Nosotros celebramos la misma Palabra de Dios

Es muy parecido a lo que hacemos nosotros: hemos escuchado respetuosamente la Palabra de Dios que nos ha sido proclamada y hemos alabado al Señor con la aclamación final. Porque nosotros (como los judíos del tiempo de Esdras) creemos que la proclamación de la Palabra de Dios manifiesta su presencia entre nosotros, y escuchando esta Palabra, escuchamos a Dios. El mismo Dios que antiguamente hablaba por boca de los profetas; que pronunció su Palabra Definitiva por Jesucristo; y que, ahora, nos hace llegar su Palabra a través de la Iglesia. Queda bien claro, pues, que cuando decimos: "¡Te alabamos, Señor!" lo decimos a Dios mismo, no al lector o al predicador, que -con más o menos acierto- nos han acercado la Palabra de Dios.

-Jesús, como nosotros hoy, escuchaba la Palabra de Dios

El evangelio nos ha hablado de que también Jesús, el día de la reunión de los creyentes, lee la Palabra de Dios, y lo hace no sólo para informarse o para encontrar un estímulo que le ayude a mejorar su comportamiento, sino para que Dios -que parece lejano- se manifieste a aquellos que se han reunido con el corazón lleno de fe y abierto a su presencia activa.

Y Jesús, que es la máxima presencia de Dios entre los hombres, dice solemnemente:

"Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír".

Si continuáramos leyendo el relato evangélico, nos daríamos cuenta de las diferentes reacciones que suscita esta afirmación de Jesús: la de los que se admiraban de sus palabras (aunque a veces sólo se quedaran en una admiración un tanto superficial: "¡Qué bien habla éste!") y la reacción de los que, molestos, se preguntan: "¿No es éste el hijo de José?", porque no captaban el misterio de su persona. Ante estas diferentes reacciones, Jesús aprovecha la situación para explicar que sólo le pueden comprender los que tienen los ojos abiertos a la fe; porque el hecho de estar a su lado no es suficiente. El encuentro personal con Jesús se da cuando se escucha su Palabra con la esperanza de que nos descubrirá algo sobre Dios y sobre nosotros mismos.

-La Palabra de Dios deviene Evangelio

La Palabra de Dios se ha encarnado en la persona de Jesús de Nazaret. Por eso nosotros nos queremos acercar a su persona. Y este año lo vamos a hacer leyendo, cada domingo y de una manera casi continua, el evangelio de Lucas. Pero nos acercaremos a Jesús no por simple curiosidad histórica, sino con una mirada de fe, que lea el misterio y la presencia de Dios en los hechos vividos por Jesús. No nos interesa tanto encontrar un hombre bueno (casi un héroe sentimental) cuanto poder captar su libertad total -que arraiga en Dios mismo- y es capaz de reorientar la vida de las personas.

Jesús se hace Buena Noticia, es un Evangelio que tendría que llegar a todos los hombres de todos los pueblos; pero que tendría que llegar, sobre todo, a los más pobres y oprimidos, a los presos y a los ciegos... Es decir: a los que, hasta ahora, sólo recibían malas noticias o bien palabras hueras que no podían salvar a nadie.

Y, si, al terminar la misa, decimos: "Podéis ir en paz", no es porque ya todo se haya acabado y podamos encerrarnos en casa; sino porque hemos de ser capaces de salir al mundo y anunciar con fuerza la Palabra que nos ha sido proclamada; porque hemos de ser capaces de aportar al mundo esa Luz que, a pesar de que a veces pueda parecer muy débil, tiene la fuerza necesaria para encender e iluminar la vida de todos los hombres.

La Eucaristía es un momento privilegiado de encuentro con Jesús. Acerquémonos a ella con fe. A buen seguro que El nos dará la esperanza de encontrar nuestro propio camino, abierto y libre. Aunque sea un camino discreto y poco espectacular como el suyo.

JAUME GRANE
MISA DOMINICAL 1992, 2


 

12. FE/LBT/LBC 

 

Jesús vuelve a Nazaret, al pueblo donde ha crecido, acompañado por una fama de maestro autorizado y taumaturgo, que se ha ganado a través de Galilea entera. Entra en la sinagoga y participa en la liturgia del sábado.

Lee y comenta un pasaje del profeta Isaías (61,1-2) que anuncia la liberación definitiva de los que habían sido deportados y que actualmente se encontraban en una situación de pobreza y de opresión. Se presenta la salvación como un vuelco de la situación presente. Jesús se aplica este pasaje, es más, con él hace una especie de manifiesto programático de la propia misión.

Afirma claramente: la salvación prometida por Dios está presente u operante aquí, ahora, en mi persona.

"...Y, enrollando el libro; lo devolvió al que le ayudaba, y se sentó. Toda la sinagoga tenía fijos los ojos en él. Y él se puso a decirles: hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír".

En este episodio podemos resaltar dos cosas esenciales: el mensaje de Cristo es una "alegre noticia" porque es un mensaje de liberación. Esta liberación se está realizando hoy.

"Mensaje de liberación" se ha convertido en una fórmula excesivamente devaluada e incluso se ha abusado de ella en nuestro mundo contemporáneo.

Todos hablan de liberación; todos llevan en el bolsillo un proyecto de liberación.

EV/IDEO-LIBERACION  Es necesario, pues, subrayar lo específico de la liberación propuesta por Cristo, para evitar -como advierte E. ·Balducci-E "hacer del evangelio una ideología de liberación, como ha sido durante tantos siglos una ideología de dominación".

La liberación proclamada por Jesús es una liberación total.

Abarca al hombre en todas sus dimensiones.

No se puede limitar a liberar una parte del hombre. Todo el hombre ha de ser liberado. De lo contrario no puede hablarse de liberación. Se ensancha el espacio de su prisión, pero ciertamente no se puede decir que el hombre sea libre.

La liberación del hombre no es total si se limita a resolver el problema del pan, y descuida e incluso neutraliza su hambre de ideales, de justicia, de "significado", de razones para vivir. Puede darse una represión del instinto divino, inserto en el hombre, aún más peligrosa por sus consecuencias que la represión del instinto sexual.

Una cierta sociedad permisiva juega precisamente con este equívoco de fondo: dar al individuo la ilusión, y a veces el aturdimiento, de la libertad, dejándolo retozar a satisfacción en ciertos espacios bien definidos (el del placer, la diversión, las elecciones consumistas) para después condicionarlo, manipularlo y dominarlo en otros sectores esenciales, en donde de verdad se juega su posibilidad de "ser hombre"; en este caso la así llamada sociedad permisiva puede convertirse, fundamentalmente en una sociedad represiva. Se consigue la liberación total sólo cuando uno se hace libre para ser lo que debe ser. O sea, es una liberación que se coloca, antes que en la línea del hacer, en la línea del ser. Y el hombre tiene la posibilidad de realizarse según la verdad de la propia persona, según la propia voluntad, según la trayectoria de la propia vocación.

Otro aspecto característico. La liberación anunciada por Cristo comienza por nosotros. No es posible liberar a los demás si los "liberadores" no son interior y totalmente libres. Libres de la esclavitud de las ideologías, de las modas tiranizantes, de los ídolos varios, del instinto de dominar y poseer. Libres, sobre todo, de los horizontes sofocantes del egoísmo. Conscientes de que la primera sobreestructura que hay que derribar es el yo acaparador y engañoso.

Alguno defiende que lo primero es la liberación de nosotros mismos. Yo precisaría: la liberación por nosotros mismos.

En esta perspectiva, es necesario sobre todo tener el gusto de la libertad, sentir la libertad como una pasión, un gusto, me atrevería a decir una "enfermedad" incurable. Algo que nunca está definido, pero que se va conquistando, difundiendo y pagando día a día. "Allá donde se ha hecho sentir el soplo de la libertad, comienzan a hacer daño las cadenas" (J. ·Moltmann-J).

Las cadenas que molestan: esta es la señal de que posa sobre nosotros -como sobre Cristo- el "soplo", es decir, el Espíritu.

La libertad no nos la regalan los otros. Nos la da Cristo. A condición de reconocernos también nosotros pobres, prisioneros , ciegos, oprimidos por las cadenas que frecuentemente construimos con nuestras manos, y a las que terminamos acostumbrándonos.

He ahí, pues, la paradoja del proyecto de liberación cristiana: se trata de una libertad "dada" y que, al mismo tiempo, hay que conquistar interiormente. Una libertad que se nos ofrece gratuitamente, como aspecto fundamental de la salvación, y sin embargo, esta libertad que no depende de nosotros es una libertad que sólo nosotros podemos perder. Sobre todo cuando perdemos el gusto de ella.

O también, cuando sólo la utilizamos parcialmente.

Un cristiano que no es todo él libre (mejor, liberado), no es un individuo libre a medias. Es uno que ha perdido la libertad.

ALESSANDRO PRONZATO
EL PAN DEL DOMINGO CICLO C
EDIT. SIGUEME SALAMANCA 1985.Pág. 101


13.

-El primer signo de Jesús

El texto evangélico que acabamos de escuchar está compuesto por dos fragmentos diversos, uno el comienzo del evangelio de Lucas y otro el inicio del capítulo cuarto. Entre uno y otro fragmento están los relatos de Lucas sobre la infancia de Jesús, la predicación de Juan Bautista, la breve referencia al bautismo de Jesús y el episodio de las tentaciones del Señor, que escucharemos en el primer domingo de cuaresma. Después de esta prueba en el desierto, Jesús comienza su ministerio en Galilea, en la región en la que había crecido.

El evangelio de Lucas es el único que aparece dedicado a un personaje, a ese «ilustre -o excelentísimo- Teófilo», que no sabemos quién es. Quizá era un personaje real, un cristiano, aunque también puede ser un artificio de Lucas y poseer un significado colectivo. En efecto, Teófilo significa «amado de Dios», y ese nombre cuadra a todo cristiano.

Lucas afirma que muchos han emprendido la tarea de relatar los hechos de la vida de Jesús, de los que la mayoría se han perdido. Eran relatos que recogían lo que habían experimentado los que fueron testigos oculares de la vida de Jesús y después se convirtieron en predicadores de su mensaje. El tercer evangelista afirma que ha investigado con cuidado todo desde los orígenes -y, efectivamente, Lucas es el que más datos nos da sobre la infancia de Jesús-. Añade que realizó su trabajo con cuidado y escribió todo por su orden, lo cual no está reñido con el hecho de que reflejase también su propia teología y su propia visión del camino y de la vida de Jesús.

Este es el evangelio que nos va a acompañar durante todo este año y podemos pensar que se nos dedica también a nosotros, como Teófilos, «amados de Dios». Con la misma sencillez con la que Pedro se refería al inicio del cristianismo -«la cosa empezó en Galilea»- también Lucas se refiere a «los hechos que se han verificado entre nosotros». Nadie puede discutir que aquella cosa y aquellos hechos han trasformado la historia de los hombres. Si el evangelio de Juan sitúa el comienzo de la actividad de Jesús y su primer signo en una boda de Caná de Galilea, Lucas sitúa el primer signo de Jesús precisamente en la aldea donde había crecido, en Nazaret. En cualquier caso, tanto en Juan como en los evangelios sinópticos, «la cosa empezó en Galilea». Todavía Jesús no ha escogido sus discípulos y aparece como un predicador solitario, enviado con la fuerza del Espíritu que había bajado sobre él durante el bautismo, que le había llenado y le había empujado a la prueba del desierto. Aquel predicador solitario, con la fuerza del Espíritu, iba por las sinagogas de Galilea, su fama se extendía por toda la comarca, «y todos se hacían lenguas de él».

Y Jesús llega a Nazaret, a esa pequeña y desconocida aldea galilea -nunca citada anteriormente por la Biblia-. Allí había crecido -como dirá el mismo Lucas "en saber, estatura y favor de Dios y de los hombres"-. Allí había jugado como niño y tenido esas amistades infantiles que tanto peso tienen después en la vida; allí había aprendido a trabajar y a hacerse hombre; allí era conocido por todos aquellos que habían compartido la monotonía de la vida aldeana. Sin duda habría expectación cuando Jesús entró en la sinagoga de aquel pueblo en el que acontecían tan pocas cosas: ¿qué había sucedido en el hijo de José el carpintero para que su fama se extendiese por toda la comarca y todos se hiciesen lenguas de él?

El servicio religioso de los sábados en la sinagoga, al que alude también la primera lectura de hoy, estaba muy articulado. Después de una primera parte de plegarias, venían las lecturas. La primera estaba tomada de la ley o torá y se hacía ordenadamente en ciclos de tres años -como sucede también en la actualidad entre nosotros-. Eran lecturas que debían hacerla lectores profesionales y en las que no se podía añadir o modificar nada. La segunda lectura, por el contrario, podía elegirla y hacerla cualquier varón asistente. Podía además realizar un comentario o homilía. Es lo que hace Jesús en el evangelio de hoy: actúa no como un lector profesional, sino como un seglar.

No sabemos lo que experimentaría Jesús en aquellos momentos. Pero no se puede evitar pensar que el que fue verdaderamente hombre viviese algo similar a lo que siente un misacantano la primera vez que tiene que predicar ante sus familiares y amigos, ante las personas entre las que ha crecido, en el pueblo o en la ciudad en la que ha nacido, jugado, estudiado...

También Jesús hizo lo que todos hemos hecho en esos momentos: presentar un resumen del programa que hemos asumido, de la misión que intentamos iniciar. Es lo que hizo Jesús, y para ello escogió un viejo texto de Isaías -aunque en el evangelio da la impresión de que lo encontró al azar-: «El Espíritu del Señor está sobre mí", ese Espíritu tan presente en la vida de Jesús en el evangelio de Lucas. Y su misión es dar una buena noticia, un evangelio, a los pobres, la libertad a cautivos y oprimidos, la vista a los ciegos y, para todos, el año de gracia del Señor.

Lucas refleja con suspense el momento de tensión y expectativa en que todo el pueblo de Nazaret tiene los ojos fijos en Jesús. Y surgen las primeras palabras del predicador: «Hoy, en vuestra presencia, se ha cumplido este pasaje».

Ya decíamos que el primer signo de Jesús en el evangelio de Juan estaba lleno de simbolismos mas importantes que la conversión del agua en vino: era la presentación del nuevo estilo, de la nueva religión, que ya no cabe en las tinajas de piedra de la ley antigua.

El primer signo del evangelio de Lucas es la presentación del programa de Jesús, del vino nuevo que él nos trae. Su programa es una buena noticia, una noticia alegre, un año de gracia y no de condena que nos viene de nuestro Dios; es un evangelio que está especialmente dirigido a los pobres y es para ellos buena noticia. El programa de Jesús trae libertad de todas las cautividades y opresiones que encadenan al ser humano; es luz que ilumina la ceguera y la tiniebla del hombre (un tema tan querido por el prólogo de Juan). Este es el vino nuevo que Jesús nos trae, esta es su buena noticia: ya no dependemos de la ley que nos vino por Moisés, estamos en la verdad y en el amor que nos ha traído Jesucristo.

«Hoy, en vuestra presencia, se ha cumplido este pasaje». Hoy también, veinte siglos más tarde, en esta eucaristía en que nos reunimos creyentes en Jesús, se cumple ese programa del maestro. Hoy también, veinte siglos más tarde, se actualizan aquellos «hechos que se han verificado entre nosotros», como decía el prólogo de Lucas.

«Hoy, en vuestra presencia», se presenta otra vez Jesús y nos habla al corazón a los que somos «amados de Dios» y tenemos los ojos fijos en él. Y hoy, veinte siglos más tarde, nos sigue repitiendo su mismo programa. Jesús sigue siendo buena noticia para los pobres: porque se solidariza especialmente con ellos. Como dice J. A. Pagola, «Dios no puede ser neutral ante un mundo dividido y desgarrado por las injusticias de los hombres. El pobre es un ser necesitado de justicia. Por eso, la llegada de Dios es una buena noticia para él. Porque Dios no puede hacerse presente entre los hombres sino defendiendo la suerte de los injustamente maltratados».

Y trae libertad a un mundo en que tanto se habla de libertad, de ruptura de cadenas que secularmente han esclavizado al hombre, pero en el que han surgido nuevos dioses que encadenan y tiranizan al ser humano. También trae luz a un hombre que sabe tantas cosas, pero al que le falta la sabiduría para saber vivir, para sacar verdadero gusto a tantas cosas que tiene entre manos pero que le dejan el corazón vacío. Y a todos, a ricos y pobres, a justos y pecadores, nos anuncia el año de gracia del Señor. Jesús omite del viejo texto de Isaías la alusión al «día del desquite -o de la venganza- de nuestro Dios». Para Jesús ya todo es gracia. Ese es el programa del nuevo predicador hace veinte siglos que hoy nos dirige a nosotros, «amados de Dios»: «Hoy, en vuestra presencia, se sigue cumpliendo este pasaje».

JAVIER GAFO
DIOS A LA VISTA
Homilías ciclo C
Madris 1994.Pág. 202 ss.


14.

1. «Hoy es un día consagrado a nuestro Dios».

Este «hoy» de la lectura solemne de la ley a cargo de Esdras ante todo el pueblo reunido en asamblea (primera lectura) es un preludio veterotestamentario del «hoy» que pronuncia Jesús en el evangelio. Esta solemne lectura de la ley en tiempos de Esdras se describe de forma impresionante, añadiéndose algunas explicaciones al respecto; el pueblo está visiblemente emocionado: se inclina y se postra rostro en tierra en señal de adoración; llora porque desconocía lo que acaba de escuchar, pero se le invita a regocijarse y a celebrar un banquete porque su acogida de la palabra de Dios hace que este episodio sea un acontecimiento gozoso: «Pues el gozo del Señor es vuestra fortaleza». Por eso nos extraña tanto más que un «hoy» mucho más importante salido de la boca de Jesús (en el evangelio) provoque entre sus oyentes reacciones totalmente diversas.

2. «Hoy se cumple esta Escritura».

En el evangelio de hoy escuchamos solamente la parte introductoria de la escena, cuando Jesús, en la sinagoga de Nazaret, el pueblo donde se había criado, lee también la Escritura y pronuncia unas palabras incomprensibles y blasfemas para sus oyentes: que hoy se ha cumplido la profecía de Isaías, que «el Espíritu del Señor está sobre mí, que me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar la libertad a los oprimidos». Jesús aplica estas palabras a su persona: sale de la oscuridad de sus años de juventud y aparece ante todos sus conocidos con una luz nueva e inaudita, asumiendo precisamente el papel del Mesías. En el evangelio del próximo domingo se cuenta cómo fue acogido esto por los oyentes: no con lágrimas y júbilo, sino con indignación. Pero nosotros nos detenemos aquí y nos admiramos de dos cosas: del coraje de Jesús para asumir su misión, y de su humildad al designar su actividad como pura obediencia al «Espíritu del Señor» que está sobre él. Ambas cosas unidas caracterizan su convicción más profunda y muestran su singularidad: su misión es el cumplimiento de todas las promesas más excelsas de Dios, pero él la lleva a cabo como el verdadero «Siervo de Dios», en el espíritu del Siervo de Yahvé proclamado en el pasaje de Isaías.

3. «Todos hemos bebido de un solo Espíritu».

Pero, ¿que significa para nosotros el hoy? Algo completamente distinto de lo que significaba para el antiguo pueblo de Israel. La segunda lectura lo describe: el pueblo antiguo era un pueblo que lloraba y se regocijaba ante la ley. Pero nosotros somos un cuerpo, asumido en el hoy de Cristo. Los judíos no eran miembros de un cuerpo, sino individuos dentro de la comunidad del pueblo; nosotros somos los unos para los otros miembros dentro del cuerpo de Cristo. Pablo describe esto detalladamente. Ya no hay individuos, sino sólo órganos, cada uno de los cuales actúa para el todo vivo del organismo. El todo, Cristo solo, es lo indivisible, in-dividuum. Nuestra diferencia no existe para nosotros, sino para todos los demás que junto con nosotros forman lo indivisible. Y esto no fisiológicamente, sino éticamente: en el siempre-hoy de Cristo nosotros vivimos para él y los unos para los otros. Por eso cada uno tiene una tarea personal, insustituible, pero no para sí mismo, sino para el todo vivo; una tarea que cada cual debe cumplir en el Espíritu del todo, que es el que le ha conferido su singularidad. Y como todos «han bebido de un solo Espíritu», todo el que posee el Espíritu ha de vivir también fuera de sí mismo, en el amor a los otros, en los otros. Este es el hoy que resulta del hoy plenificador de Cristo.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Págs. 223 s.


15.

Actualmente, con los medios de comunicación que tenemos -periódicos y revistas, radio, y la televisión sobre todo-, cualquiera que realice una obra más o menos importante es conocido en seguida, y lo entrevistan y le ofrecen la oportunidad de explicar qué es lo que ha hecho, y por qué, y le dan publicidad... tanto si se trata de un libro, de una película, de una serie televisiva o de un edificio monumental... Y, a veces, acabamos bastante hartos de algunos de estos personajes porque salen en todas partes.

- La poca relevancia de los evangelistas

Hace siglos, las cosas no eran precisamente así. Era muy difícil conseguir una gran popularidad. Pocos autores o artistas eran conocidos, y si lo eran, lo eran en un ámbito más bien reducido. Y, en el caso de los autores literarios, si además escribían sobre algo de poca importancia social, imaginaros: no los conocía nadie. Esto es lo que pasaba con los autores de los evangelios: que no los conocía casi nadie, porque escribían sobre un hombre que había muerto en un rincón del mundo y que lo único que tenía era unos cuantos seguidores. Que ciertamente estaban dispersos por todas partes, pero eran pocos y tenían poca importancia social.

Por eso sabemos tan pocas cosas de los cuatro evangelistas: ni dónde habían nacido, ni dónde escribieron, ni nos explican en ningún sitio cómo lo hicieron, de dónde sacaron la información. Entonces no existían los diarios ni la televisión, y quizás aunque hubieran existido, nadie se habría interesado demasiado por lo que escribían, ¡los cristianos tenían tan poca influencia en aquellos primeros tiempos!

Pero... resulta que hoy, casi veinte siglos después de que aquellos cuatro seguidores de Jesús escribieran sus historias, en todo el mundo millones de hombres y mujeres se han reunido igual que nosotros estamos aquí reunidos, y han leído, como nosotros lo hemos hecho, un fragmento de lo que nos narraron aquellos evangelistas casi desconocidos. Concretamente, un trozo del evangelio de Lucas, que es el que seguiremos a lo largo de todo este año.

- Los motivos de Lucas para escribir el evangelio

Y hoy, precisamente, leemos el único fragmento de todos los evangelios en que un evangelista explica cómo ha realizado su redacción, y por qué la ha llevado a cabo. Como si le hicieran una entrevista en el periódico o en la televisión. Nos decía Lucas -lo recordáis- que ha partido de "las tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la palabra". Y explica que ha intentado informarse bien y "he resuelto escribirlos por orden, para que conozcáis la solidez de las enseñanzas que habéis recibido".

Realmente merece la pena recordar estas palabras de Lucas. Él no conoció a Jesús. Pero después de hacerse cristiano, estuvo atento a lo que explicaban los apóstoles y discípulos que lo habían conocido, y decidió ofrecer a la comunidad este servicio: una narración seguida de las cosas que él consideraba más importantes y estimulantes de todo lo que Jesús dijo e hizo, para reafirmar y consolidar la fe de aquellos que los leyeran. Debía ser poca, la gente de las comunidades para las que escribió su evangelio. Pero gracias a él y a sus ganas de ofrecer este servicio, y gracias a los otros evangelistas, millones de cristianos de todos los tiempos, podemos disponer de este punto de referencia decisivo para nuestra fe: el Evangelio, la Buena Noticia de la salvación.

- Los evangelios, presencia de Jesús y de su Buena Noticia

Gracias a Lucas, hoy Jesús se ha hecho presente entre nosotros. Gracias a Lucas, Jesús nos ha proclamado: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres", y esto ha reafirmado una vez más nuestra fe y nuestra esperanza. Gracias a Lucas y a los otros evangelistas, domingo tras domingo la Palabra del Señor Jesús nos reúne y nos empuja y nos transforma.

Ciertamente, los evangelios no fueron ningún best-seller en su tiempo, ni los evangelistas se hicieron ricos cobrando derechos de autor. Los evangelios y los evangelistas fueron lo mismo que es toda la fe cristiana: una semilla pequeña, desconocida, irrelevante en medio del mundo... pero una semilla que llevaba dentro el amor de Dios, la vida de Dios, la fuerza de Dios que es capaz de transformar los corazones. Por eso nosotros continuamos leyendo y venerando estas palabras: porque en ellas hemos encontrado el amor de Dios que nos da vida y nos transforma.

Demos gracias. Y hagamos que la palabra del Evangelio esté cada vez más presente en nuestra vida, escuchándola con más atención aquí en la iglesia y encontrando más momentos personales para leerla en casa. Para que Jesús esté más cerca.

EQUIPO-MD
MISA DOMINICAL 1998, 2, 17-18


16. 

* El pueblo de Israel quiere reconstruir su esperanza. Esta es la idea que se deja entrever en todo el libro de Nehemías, quien escribe después del destierro a Babilonia. La esperanza es reconstruida en la fidelidad a Dios que en todos los momentos los ha acompañado y les ha demostrado su amor en medio de todos los procesos históricos que han vivido. Así como el pueblo quiere continuar siendo fiel a Dios, también quiere hacer real la reconstrucción, en torno a los hermanos que han vivido de cerca el dolor y la miseria. Israel ahora piensa en los hermanos débiles. Su compromiso se hace real y concreto con aquellos que se encuentran aislados de la vida colectiva como producto de la marginación social.

En esta nueva fidelidad a la ley de Dios, Israel no puede voltear su rostro a las mujeres y a los pequeños. Todo el pueblo unido tiene que comprometerse con su Dios. Debe darse una respuesta colectiva que no deje por fuera a ningún representante del pueblo. Ahora todos han dicho "amén, amén" (Neh 8, 6). Todos se han comprometido en la misma causa. La respuesta fue de todos los que habían llegado a la asamblea (Neh 8, 2). El pueblo entonces, así, su responsabilidad y comienzan a trabajar por sacar adelante su nueva causa. El pueblo de Dios asume su propia historia y asume el nuevo momento con valentía en favor de los sin esperanza.

* El pensamiento paulino nos muestra cómo la nueva comunidad seguidora del resucitado también organiza su accionar en torno a los hermanos mas débiles, en torno a los sencillos. La comunidad cristiana relaciona su ser pueblo con la realidad del cuerpo humano (I Cor 12, 12), y así elabora toda una reflexión en torno a la importancia de cada uno de los miembros en la vida y misión del mismo cuerpo. Nos enseña que todos los miembros se preocupan y cuidan al más débil de todos (I Cor 12, 26). Este hecho es propio de la vida cristiana. Nosotros y nosotras debemos hacer vivir a nuestras comunidades con la fuerza del espíritu en torno a nuestros hermanos débiles y pequeños; no, pues, girando en torno a los que tienen autoridad o poder -que bien pueden velar por sí mismos-, sino en torno a los débiles y pequeños, ya que es Dios mismo quien da la cara por ellos, y nosotros debemos defender la causa de Dios.

La vida de la comunidad constantemente está amenazada por fuerzas que quieren acabar esta esperanza de reconstrucción, y cerrar el paso a la construcción de experiencias nuevas de vida en medio del sufrimiento que vivimos. Si todos los pequeños fuéramos conscientes, nos uniéramos y defendiéramos nuestra causa común, seríamos invencibles y, juntos todos los débiles, aun siendo débiles, acabaríamos con toda la violencia de que somos víctimas los seres humanos.

* El proyecto de Jesús de Nazaret es dar Vida a aquellos a quienes se les ha arrebatado la posibilidad de vivir. El plan propuesto por Jesús es devolver la esperanza al pueblo. No se puede entender a Jesús y su pensamiento revolucionario si no es la línea de los marginados, de los débiles de la tierra. Jesús vuelve a Galilea con la fuerza del Espíritu (Lc 4, 14) y llega a Nazaret y allí se levanta para leer la ley en el culto (Lc 4, 16-17). En público proclama la profecía de Isaías y la comunidad ve cumplida cada palabra de aquella profecía en la persona de él.

Sin duda alguna nosotros también hoy seguimos creyendo que ésta fue la misión de Jesús en la tierra: "Anunciar a los pobres la buena noticia, la liberación a los cautivos, dar vista a los ciegos, libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor" (Lc 4, 18). Todo esto lo realizó Jesús con el respaldo del Espíritu, quien daba testimonio de su acción en la historia. Toda su tarea consistió -según dijo él mismo- en dar vida pero vida en abundancia (Jn 10, 10) a aquellos a quienes el pecado de los humanos había sumido en la pobreza y en la miseria.

¿Cuál es nuestra tarea dentro de la Iglesia y en el mundo? La misma de Jesús, ni más ni menos: dar vida, pero vida en abundancia. También nosotros, a nuestra medida, debemos hacer nuestras las palabras que hoy hemos oído a Jesús: El Espíritu del Señor está sobre mí, y me envía a anunciar una buena noticia, a liberar a los cautivos, hacer que vean los que no ven, y proclamar un jubileo bíblico... Y debemos también decir desde dentro: Hoy se cumple esta Escritura; hoy, una vez más, nosotros la hacemos nuestra y nos decidimos a ponerla en práctica; hoy "se cumple".

No debemos vivir un cristianismo pasivo. Es necesario dar pasos firmes que generen vida en nuestro pueblo, que den buenas noticias. Es importante que construyamos la Iglesia desde este dar vida, desde este dar buenas noticias, no "para los" necesitados, sino "con los" pequeños, con todos los hermanos que necesitan esperanza. No una Iglesia para ellos sino con ellos, donde cada uno ocupe un puesto activo en la reedificación de la Nueva Comunidad de los Hijos de Dios que el mundo está llamado a ser. Comencemos ya. No perdamos tiempo: también hoy, como en tiempos de Nehemías, es la hora de reconstruir la comunidad.

Oración comunitaria:

Dios Padre nuestro: tu Hijo Jesús, en la sinagoga de Nazaret, impulsado por tu Espíritu, proclamó la misión que le encomendaste de anunciar la Buena Noticia a los pobres y proclamar el Año de Gracia de la salvación; ayúdanos a ser sus seguidores asumiendo su misma misión. Te lo pedimos por el mismo Jesucristo, tu Hijo....

Para la oración universal:

-Por la Iglesia, para que haga suya la misión de Jesús de dar la buena noticia a los pobres, la luz a los ciegos, la libertad a los oprimidos, roguemos al Señor.

-Por todos los que quisieran una Iglesia con una misión distinta de la de Jesús, alejada de toda relación con el mundo y que anunciara una noticia sólo "espiritual"...

-Para que también hoy se cumpla en nuestra asamblea la palabra de Isaías que Jesús proclamó en la sinagoga, por cuanto también nosotros, como él, la hagamos nuestra y la constituyamos en programa de vida y misión...

-Para que la celebración del Jubileo del año 2000 participe del sentido original del Año de Gracia que Jesús mismo quiso proclamar...

-Para que en ese sentido se reduzca sustancialmente o se condone la Deuda Externa que durante decenios está mortificando la vida de los pueblos subdesarrollados...

-Para que tengamos conciencia de ser miembros de un mismo cuerpo...

Para la revisión de vida:

-¿He puesto la tarea de ser Buena Noticia en el Centro de mi vida? ¿Es mi ideal de vida el "ser Buena Noticia"?

-Tengo en el centro de mi vida, como el valor absoluto al que todos los demás han de supeditarse, el Reino de Dios, la Buena Noticia para los pobres?

Para la reunión de grupo:

-Se dice que el texto de Lc 4, 16ss no es un episodio aislado sino que tiene un valor de pregón programático de la misión de Jesús; ¿qué significa esto?

-¿Se puede decir que ese texto refleja un aspecto de la misión de Jesús, o el aspecto central? ¿En qué sentido? ¿Por qué?

-¿Qué relación vemos entre la Buena Noticia y el Reino de Dios? 

-¿La Buena Noticia es para los pobres? ¿También para los ricos? ¿De la misma manera?

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