COMENTARIOS A LA SEGUNDA LECTURA
1 Co 1, 10-13. 17

 

1. I/UNIDAD

El primer tema que trata esta carta es el de las divisiones en la iglesia de Corinto. La situación aparece muy clara en sus rasgos generales: hay grupos enfrentados entre sí dentro de la comunidad. No es tan fácil, en cambio, determinar qué origen tienen esos grupos y cuáles son sus características. Quizás se trata de preferencias superficiales por el modo de presentar el mensaje evangélico que tienen los diversos predicadores. En todo caso es evidente que estos grupos producen divisiones en una comunidad joven como es la de Corinto. Por eso mismo se corre el peligro de la disgregación y desaparición. Pero hay otro punto importante: quienes pro- ceden de esa manera se detienen excesivamente en los condicionamientos humanos por los cuales han recibido el mensaje, pero sin llegar a su núcleo: Cristo, que está mucho más allá de las formas contingentes y que no depende de ellas en lo fundamental.

Pablo afronta el problema precisamente recordando este rasgo absolutamente básico de la fe: lo esencial es la adhesión a Cristo y no a los medios por los que llegamos al conocimiento de Él. Así el Apóstol, por la parte que le atañe personalmente, hace ver cómo él no es el punto definitivo de la adhesión de los corintios, que la salvación viene por Cristo y no por otra cosa alguna. Es más, en los versículos intermedios, que no se leen hoy, Pablo habla no sin irritación de que ha bautizado a muy poca gente porque su misión no es primordialmente bautizar, sino preparar el bautismo con la predicación. Por ello bien poco pueden apelar a esa especial relación que, en opinión corintia y quizás por influjo de las religiones mistéricas, se establecía entre el iniciador y el iniciado.

La aplicación para el día de hoy es absolutamente obvia: también tenemos en la iglesia actual divisiones, no muy diferentes de las de Corinto, con el agravante, sin embargo, de que se dan entre cristianos viejos que ya deberían haber comprendido lo esencial. Los grupos "progres" y "carcas", comunidades de un signo popular o integrista, capillitas, cenáculos para iniciados, etc., son fenómenos no demasiado infrecuentes hoy. Sus consecuencias se traslucen en muchos momentos cuando se condena o se aprueba indiscriminadamente tal o cual postura teológica, pastoral, etc. Cada uno tenemos, creo, muchos ejemplos en todos los terrenos.

La forma de afrontar este asunto sería ésta: en primer lugar -sin caer del todo en lo de "mal de muchos..."- darse cuenta de que ya en los primeros tiempos existían cosas parecidas, aun en comunidades con un obispo que ya conocía su oficio bien como el propio San Pablo. No es sólo cuestión de autoridad como a veces se oye. No somos, efectivamente, una comunidad tan extraña, tan deteriorada, tan nueva. Más bien nos alineamos en la corriente de las iglesias vivas con sus defectos y virtudes.

Por otra parte -y esto es lo fundamental- pasar de la corteza al núcleo: nuevamente Cristo es lo importante. Hagamos un examen de conciencia de cuánto entra la figura del Señor en nuestro pensamiento cuando nos dejamos arrastrar en la dialéctica de las divisiones y grupos. Veremos que damos más importancia a otras muchas cosas que a Él. Haciendo así demostramos el poco fundamento de nuestra fe en Cristo. Es, pues, necesario, cambiar.

DABAR 1981/12


2.

El primer reproche de S.Pablo a los cristianos de Corinto apunta, sin duda, al mal mayor que padece aquella comunidad: el espíritu partidista que la divide en clanes rivales y celosos.

Este mal sigue amenazando a toda comunidad cristiana. Algunos no aceptan que se pueda encontrar a Cristo por otros caminos que los suyos: asirse con sectarismo a un jefe de filas, lanzar el anatema contra otras formas de expresión de la fe, todo esto es monopolizar en provecho propio el nombre de Cristo, es desfigurar el Evangelio y es insultar a Cristo, muerto para unir.

No somos nosotros quienes poseemos el Evangelio; es él el que nos posee. Podemos expresar nuestra fe de diversas maneras, pero no hay más que una salvación: la cruz de Cristo.

DABAR 1978/12


3. 

v. 11: Los hijos de Cloe, unos comerciantes que llegan de Corinto, informan a Pablo que se encuentra en Efeso, de la división y discordia que reina entre los fieles de aquella ciudad. Pablo reacciona ante estas desagradables noticias y escribe su carta a los corintios preocupado seriamente por la unidad. Les recomienda que se pongan de acuerdo, que tengan todos un mismo pensar y sentir; esto es, que busquen la unidad no sólo en la confesión de una misma fe, sino también en la cordialidad de un mismo amor fraterno. La unidad que Pablo les pide en nombre de N.S.J.C. es la unidad en la convivencia y en el compromiso por el Evangelio.

No tiene que ver nada con esa unidad ideológica formal y vacía, con esa unidad de las componendas, en cuyo nombre se persigue muchas veces a los que buscan la unidad verdadera en JC. A cuantos siempre y sólo están de acuerdo en estar de acuerdo, también en adherirse incondicionalmente a los que mandan, les puede parecer un atentado contra la unidad de la Iglesia la predicación, con oportunidad y sin ella, del evangelio. Pues el evangelio de JC -que es siempre evangelio de unidad, por lo tanto de igualdad y fraternidad entre los hombres- provoca inevitablemente el enfrentamiento con los señores autoritarios y con todos los elitistas de este mundo.

vv. 12: En Corinto se habían formado cuatro grupos distintos y, al parecer, antagónicos: los de Apolo, los de Pedro, los de Pablo y los que se hacían llamar de Cristo. Con excepción del cuarto grupo, los demás habían surgido en torno a la predicación de un maestro preferido con exclusión de los otros (cf 4. 6). La "inteligencia" se había dejado seducir por la elocuencia y sabiduría de Apolo, los más tradicionales -los judaizantes- seguían el magisterio de Pedro, otros preferían a Pablo, que predicaba la libertad de los hijos de Dios y despreciaba la sabiduría de las palabras para no hacer ineficaz la cruz de Cristo. Probablemente "los de Cristo" seguían su propio camino y apelaban a supuestas revelaciones inmediatas sin apoyarse en la tradición y el ministerio apostólico. Lo que Pablo lamenta en esta situación no es el pluralismo de carismas y tendencias teológicas ni la diversidad de grupos, sino el culto a la personalidad, el partidismo y las rivalidades.

v. 13: Pablo supone que Cristo está unido a su comunidad, la iglesia, como la cabeza a su cuerpo (/1Co/12/12). Por lo tanto, si uno mismo es Cristo, el Señor de la Iglesia, una misma ha de ser la Iglesia y no es legítimo desmembrarla. Lo mismo que la cabeza reúne la pluralidad de miembros y los gobierna dejando a cada uno su función en beneficio de todo el cuerpo, así hace Cristo con su Iglesia.

Hemos sido bautizados en nombre de Cristo y en su nombre nos reunimos. Él es el único que ha muerto por nosotros. Pablo se defiende noblemente de los suyos y no tolera que lo conviertan en cabecilla cuando sólo Cristo es la cabeza y el Señor de todos los fieles.

EUCARISTÍA 1987/06


4. UNION/CRISTIANOS 

La carta a los Corintios, que empezamos a leer el domingo pasado, y que continuaremos escuchando hasta la Cuaresma, presenta a una comunidad muy viva, con problemas internos y con dificultades para mantener su identidad en medio de un mundo pagano. Hoy, el problema interno es la falta de unidad. Las tensiones entre ricos y pobres, "fuerte y débiles", y también las tendencias partidistas eclesiales (unos se sienten más ligados a Pedro, otros a Pablo, otros a Apolo), hacen de la comunidad de Corinto un escándalo continuado por su falta de unidad. Pablo reacciona: "os ruego, en nombre de N.S.J.C., poneos de acuerdo...". ¿Cómo puede estar dividida una comunidad en la que todos creen en Cristo, por la que ha muerto Cristo? Eso no pasaba sólo en Corinto. Ahora, ante el mundo, estamos dando un espectáculo escandaloso: cristianos que creen en el mismo Jesús y que sin embargo están desunidos: católicos, protestantes, ortodoxos orientales... Es más lo que nos une que lo que nos separa, y sin embargo, no queremos unirnos. Esta semana de oración que del 18 al 25 de este mes estamos viviendo es una llamada a la unidad.

-La unidad empieza por casa. Pero no hace falta que nos extrañemos mucho de la falta de unidad que haya a niveles superiores, porque nosotros mismos seguramente estamos experimentando también la desunión: en nuestras comunidades parroquiales o diocesanas, en las casas de los religiosos, en el seno de cada familia, en la relación de jóvenes y mayores, de laicos y sacerdotes... ¿No vivimos a veces situaciones de tensión por tendencias, por sensibilidades distintas, por ideologías más o menos adelantadas o tradicionales, por partidismos eclesiales y conflictos de pareceres en todos los órdenes? A todos, la Palabra de Dios nos dice hoy que nos convirtamos al único que puede ser nuestra Luz, nuestra Paz, nuestro Guía: Cristo Jesús. En el nivel de las Iglesias, pero también en el de las personas y los grupos dentro de nuestras comunidades, convertirnos a Cristo es el único camino de la unidad! Cuando experimentamos el dolor de la discordia, una mirada a Cristo debe evitar que perdamos la caridad, el humor, la unidad, la ilusión de seguir creciendo en nuestra vida cristiana.

Lo cual no significa uniformidad: que todos piensen y sientan igual. En un coro no hace falta que todas las voces canten al unísono. En una orquesta no se trata de que todos los instrumentos sigan una misma línea melódica. Lo que sí se pide es que haya armonía y concordia en esa riqueza de matices y personalidades. Que haya unidad de fe, de caridad fraterna, de ilusión por el trabajo común, de empuje misionero. Con todo lo que hay que hacer para llevar a este mundo la luz y la novedad del evangelio y estamos divididos entre nosotros mismos. La falta de unidad nos condena a la ineficacia, a la esterilidad.

La Eucaristía, en la que cada uno de nosotros escuchamos la misma Palabra y comulgamos con el mismo Cristo, y en la que nos damos el gesto de la paz, como condición para recibir a Cristo, nos debe ayudar cada vez a crecer en sentimientos y en actitudes de paz y de unidad.

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1990/02


5. 

La carta de Pablo a los cristianos de Corinto responde a las preguntas planteadas al apóstol por los notables que fueron a consultarle en nombre de la comunidad (1 Cor. 16, 15-16). Pero Pablo comienza por dedicar algunas líneas al problema de las facciones que dividen la comunidad.

* * * *

a) Las facciones en la Iglesia de Corinto se constituyen en torno a Pablo, a Apolo, a Pedro y... a Cristo (v. 12). Se trata sin duda de cristianos que han conocido personalmente a uno y otro de estos cuatro personajes, han aceptado su mensaje y quizá han sido bautizados por ellos. En efecto, a Corinto fueron a parar muchos palestinenses que pudieron haberse encontrado con Jesús o con Pedro. Y cada uno de ellos asimiló con preferencia, dentro del mensaje de su padre en la fe, los matices que más le atrajeron: quién un carácter judaizante (partidarios de Pedro), quién una nota profética y libre (¿adeptos de Jesús?), quién el espíritu misionero y ascético de Pablo y quién el espíritu dialéctico y filosófico de Apolo.

Pablo ha tratado inmediatamente de disolver el grupo centrado en torno a él afirmando que no tiene prácticamente ninguna pretensión respecto a él, puesto que no ha bautizado a nadie (vv. 14-16). Rechazará a continuación el estatuto del grupo de Apolo mediante la exposición de la sabiduría cristiana (1 Cor. 1, 17-4, 21) y arremeterá contra los libertarios (¿los de Jesús?) en los caps. 5 y 6, reservando el ataque contra los judaizantes para la segunda carta, seguramente a consecuencia de un aumento de su influjo. Por supuesto que todo esto no es más que una hipótesis.

Para destruir esos grupos en su embrión, Pablo distingue al Maestro de su ministro: solo el primero ha sido crucificado, con lo que mereció el título de Salvador y de Maestro, y el Maestro ha sido el único en instituir el bautismo en su nombre (v. 13). El discípulo no es más que un mensajero y un misionero de la cruz (v. 17). De hecho, la facciones se construyen cuando se da preferencia al ministro sobre el Maestro, al rito sobre el mensaje, Pablo sitúa al ministro en su puesto de simple intendente (1 Cor 4, 1-5) y el rito bautismal en su estrecha dependencia respecto a la Palabra de evangelización.

b) Pablo se manifiesta un tanto antirritualista y manifiesta más interés hacia el ministerio de la evangelización que hacia el ministerio litúrgico (v. 17; cf. también Rom. 15, 15-16). El apóstol vive en una época en que el rito ocupa un lugar excesivo en todas las religiones; el judaísmo en Israel, la disputa sobre los bautismos entre los seguidores del Bautista y cristianos, los "misterios" de la religiones griegas, etc. Como no está de acuerdo con que el cristianismo se caracterice por la incorporación de ritos nuevos, insiste en hacer de él, ante todo, una religión de la Palabra y de la Misión. Pero no es que propugne una religión sin rito, sino que afirma que el rito está actualmente supeditado a la Palabra y a la Misión y no recibe su eficacia sino de la Palabra misionera y sacramental que le acompaña y de la fe con que es acogida esa Palabra.

* * * *

Los problemas modernos de la relación entre la liturgia y la misión, por una parte, y entre el sacramento y la fe, por otra, tienen ya su origen y su solución en estos pocos versículos. Si la pastoral de la Iglesia se hubiera ceñido estrictamente a estas orientaciones, hubiera captado más rápida y más adecuadamente los principios misioneros de una reforma litúrgica y el lugar decisivo que ocupa la fe en el centro de la celebración de los sacramentos. ¡Ojalá pueda la Eucaristía de este domingo recibir la cualificación de la Palabra proclamada y realizada en la fe de la asamblea!.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA II
MAROVA MADRID 1969.Pág. 79 s


6.

-No andéis divididos (1 Co 1, 10-13.17) En tan corto espacio de vida, la Iglesia acusa ya divisiones.

En esta carta a los Corintios, san Pablo no omite adoptar un tono bastante grave y hasta bastante dramático. Es que en la división ve una contradicción fundamental entre la actitud del cristiano y la negación misma de lo que es la Iglesia. Sin duda hay entusiasmos en aquella joven comunidad, pero parece más interesada por la línea doctrinal de los evangelizadores, por su modo de enseñarla y por su persona, que por el contenido mismo y, en definitiva, más que por el Señor, Maestro de todos y en el que fueron bautizados. Para la Iglesia de Corintio, llegar al cisma sería no haber comprendido nada ni de Cristo crucificado ni de lo que constituye el pueblo de Dios. Creer unidos y realizar la unidad por haber nacido en un mismo bautismo y haber sido liberados por el mismo Cristo crucificado: tal es la unanimidad que hay que realizar.

Experimentamos toda la actualidad de una carta así. A pesar de la vida superactiva de hoy, a los hombres les gusta oír hablar, y están al acecho de formas nuevas y originales de presentar su fe. En ocasiones, llegan a interesarse más por la forma de la exposición que por el contenido mismo, pudiendo llegar la adhesión a la "vedette" hasta constituir pequeñas células autónomas dentro de la Iglesia. Esto, en el momento mismo de sentirse tentado a ver en ello un fenómeno de búsqueda de Dios, debe considerarse como una falta de verdadera fe y de sentido de lo que es el cuerpo de Cristo, en el que no todo tiene que ser uniforme pero sí que ha de estar unido para bien de la totalidad.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 5
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 22-34
SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág. 170