EL
TEMA DEL VINO
VINO/A
Para todos los países ribereños del Mediterráneo, el vino es una realidad excepcional. Elemento importante de la economía antigua, el cultivo de la viña se caracteriza porque depende a la vez del cambio de las estaciones y del trabajo atento e ingenioso del hombre. Regalo de los dioses y, al mismo tiempo, fruto del trabajo del hombre, el vino estaba destinado a servir de materia al proceso religioso y de punto de apoyo para la reflexión.
En todos los momentos importantes del itinerario existencial de los israelitas y de su realización en el Reino inaugurado en Jesús, nos encontramos con la realidad del vino y de la viña. El vino se ha convertido hoy en un elemento esencial del banquete eucarístico. Basta con seguir el desarrollo de los temas del vino y de la viña para poner de relieve las etapas que el hombre debe cubrir para pasar de la incredulidad a la fe en Jesucristo y en la Iglesia, Cuerpo de Cristo.
-El vino y la viña en Israel.
Como para todos los pueblos vecinos, el vino es para Israel la bendición divina por excelencia. Una tierra rica en viñedos, vino en abundancia, son los signos de la prosperidad material. El hombre anda en busca de la felicidad y sigue espontáneamente tras la seguridad, y en los que le garantiza esa seguridad ve el signo de la bendición divina. Además, el vino proporciona alegría y su carácter festivo hace de él un elemento particularmente apropiado para su utilización en la liturgia. Más que cualquier otro elemento, el vino desliga al hombre de su condición profana y le introduce en el universo de lo sagrado.
Pero si sobreviven condiciones climatológicas adversas o devastaciones causadas por las invasiones y las guerras, la penuria sucede a la abundancia. En esos momentos es cuando aparece en Israel la reacción de la fe. Mientras que los demás pueblos tratan de calmar la ira de sus dioses mediante sacrificios rituales, Israel ve en la esterilidad de la viña la consecuencia de su propia infidelidad a los compromisos de la alianza. Yahvé conduce a su pueblo a través de los elementos y le castiga por su infidelidad. Como Yahvé es el Todo-Otro, no hay posibilidad de llegar hasta El por medio de prácticas mágicas cualesquiera. No hay más que un sistema de recuperar la bendición de Yahvé: el camino de la conversión y de la fidelidad.
Israel está, pues, obligado a reconocer la mano de Yahvé en las calamidades que le azotan a causa de su pecado. Pero, al mismo tiempo, se orienta siempre hacia el futuro, porque sabe que Yahvé es fiel y no dejará nunca de preocuparse de la viña que ha plantado... La desgracia de Israel dará paso algún día a la prosperidad definitiva del reino que Yahvé ha preparado para su pueblo. La tierra prometida que recibirá como patrimonio después de cuarenta años de desierto era ya una tierra rica en viñas; pero todo eso es todavía muy poco al lado de la riqueza y de la abundancia que estallarán en el día de Yahvé.
Por lo demás, en el momento mismo en que Israel se vuelva hacia el futuro, se encuentra igualmente invitado a profundizar en su fe, a interiorizar en su fidelidad. Entonces el vino es considerado como una realidad ambigua; porque si alegra el corazón del hombre, puede también conducir hacia las extravagancias de la embriaguez. Y lo que importa todavía más que el vino como bebida, es el vino de la sabiduría y del conocimiento de Dios. Sin dejar de ser una realidad material deseable, el vino adquiere valor de símbolo de realidades más esenciales.
-Jesús, viña de la nueva alianza.
La fidelidad que Yahvé esperaba del pueblo elegido la encuentra finalmente en Jesús. El es la verdadera viña. Nace una nueva alianza, porque la fidelidad de Jesús, que se traduce en la obediencia hasta la muerte de cruz, no ha sido engendrada por los recursos humanos: es la fidelidad del Hijo eterno, una verdadera fidelidad de parigual. En el Hombre-Dios se realiza más allá de cuanto cabría esperar el ansia de absoluto que anima al hombre: el "si" del hombre es por identidad el "si" del Hijo.
La viña de la nueva alianza produce fruto en abundancia. Ese vino se llama amor. Un amor a los hombres que es idéntico al amor hacia el Padre. Un amor hacia los hombre que exige el mismo desprendimiento de sí mismo que el amor al Padre. Un amor fraterno universal, en el que cada uno es reconocido como otro, como diferente de todos los demás en su misterio único e incomunicable. Un amor fraterno que no es posible sino en la donación de uno mismo hasta la donación de la vida.
Así es el vino de alianza nueva y definitiva. El judío tropieza ante la revelación de ese amor; esa revelación le escandaliza.
Aun cuando advierta que ese amor puede realizar el ansia más profunda que le anima, descubre también que exige de él un desprendimiento total, el abandono de todas las falsas seguridades, la renuncia a sus privilegios. Ante el ofrecimiento de un amor universal, el hombre judío responde clavando a Cristo en la cruz; pero el amor es más fuerte que la muerte, y el odio se ve vencido en su propio terreno.
HORA/VINO: Esa es la razón de que, en los pasajes evangélicos en donde se trata del vino nuevo, la pasión de Jesús, su "hora", se va ya perfilando en el horizonte. El vino nuevo es la sangre de Cristo ofrecida por la redención de todos. O dicho de otro modo, el tema del vino adquiere en el Evangelio un acento pascual muy pronunciado; la expresión más perfecta de todo ello la encontramos en la tarde del Jueves Santo, cuando al presentar la copa a sus discípulos, Jesús les dice: "Esta es mi sangre".
-La Iglesia bajo el signo de la viña.
I/VIÑA: La tradición recurrirá con frecuencia al tema de la viña para profundizar en el misterio de la Iglesia. Pero los principales elementos de esta reflexión están ya bien elaborados a nivel escriturístico. Vamos a detenernos en dos de ellos: "Yo soy la viña; vosotros sois los sarmientos". Es difícil afirmar con más vigor hasta qué punto los miembros de la Iglesia dependen de la mediación única de Cristo, y, más profundamente aún, no forman más que una sola cosa con El. Los sarmientos no tienen ninguna vida autónoma, y, una vez separados de la viña, ya no sirven para nada más que para ser echados al fuego. Así pues, si la vida que circula por los sarmientos es exactamente la que circula por la viña, los cristianos están llamados a someterse a la misma obediencia que Cristo, al mismo desprendimiento de sí mismo, al mismo amor a Dios y a los hombres.
Pero esta identidad de vida entre Jesús y los cristianos no implica en absoluto en ellos una actitud de pasividad. Al contrario, al hacerse participes de la vida de Jesús, los miembros de la Iglesia reciben la invitación a contribuir de manera activa a la realización de la historia de la salvación: se convierten en colaboración de Jesús en la edificación del Reino, son llamados gratuitamente a ser verdaderos obreros en la viña del Padre. Identidad de vida y contribución activa y personal caminan siempre de la mano. Nada puede hacerse sin Cristo; pero en El, con El y por El, se pide a cada uno de los bautizados que complete lo que le falta a la pasión del mediador único.
-La misión como servicio del amor.
El vino de la nueva y definitiva alianza es el amor. Jesús nos ha revelado a través de su vida que este amor es exactamente amor al Padre y amor fraterno universal. La misión no es otra que la activación de ese amor único a escala de la humanidad. Es esencial en la Iglesia, ya que sin amor no existiría la Iglesia.
La misión es, ante todo, el servicio del amor al Padre. Es cumplimiento de un designio que dimana continuamente de la iniciativa providente del Padre, y no tiene otra finalidad que la de invitar a los hombres a cantar al unísono la gloria de Dios.
La misión es, además, el servicio del amor fraterno universal.
Este doble servicio del amor no constituye, por lo demás, sino uno solo. El vino nuevo hace que estallen los viejos odres de los privilegios y de los particularismos. La Buena Nueva se dirige a todos, sin excepción alguna. A cada cual, de conformidad a como es en su diversidad concreta, le llega el llamamiento universal a la salvación, porque es una ley del verdadero amor el salir al encuentro de otro con el mayor respeto a su misterio inviolable.
Lo que Jesús ha hecho de una vez para siempre debe hacerlo la Iglesia por su parte; es preciso que salga al encuentro de los pueblos y de los universos culturales para que cada uno de ellos pueda entrar en el juego de la fraternidad que construye el Reino. Pero amando tal como El lo ha hecho, Jesús fue objeto de persecuciones; y lo será el misionero igualmente, ya que el servidor no es más grande que su señor.
Finalmente, cuando la Iglesia planta en todos los pueblos el germen del amor verdadero, lo que hace es llamar indirectamente a los hombres a cargar más correctamente con sus obligaciones de hombre. El vino nuevo de su pecado, le invita a honrar en la verdad las exigencias de su condición de criatura.
-La Eucaristía y el vino de la nueva alianza.
Para el cristiano, el vino no es tan solo el objeto de un tema bíblico, rico en armónicas, y particularmente apto para servir de vehículo a la inteligencia de su fe. Precisamente en su realidad material figura en el banquete sacramental de la Eucaristía.
"Cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga" (1 Cor. 9. 26). El vino es, junto con el pan, esa realidad material de la creación de Dios que nos inicia sacramentalmente en el acto salvador por excelencia, la muerte de Cristo en la cruz.
En la realidad del vino eucarístico confluyen las dos grandes corrientes del designio salvífico de Dios. En primer lugar, Dios lo ha creado todo por amor, y ha amado tanto a los hombres que les ha dado a su propio Hijo como víctima por sus pecados; en un sentido, la bondad del vino, al igual que la de toda la creación, estalla en toda su plenitud con el sacrificio de Cristo, signo eterno del amor de Dios hacia la humanidad. En segundo lugar, tenemos la corriente, que se articula perfectamente con la anterior, de la respuesta del hombre. Esta respuesta es también la del amor, y ha sido precisamente en la obediencia de Cristo hasta la muerte en la cruz la que ha encontrado, de una vez para siempre, su estructura definitiva. El vino es uno de los más hermosos frutos del trabajo del hombre; pero ese trabajo no se culmina sino en Jesucristo, porque en El se convierte en la contribución de un verdadero socio de Dios en la construcción del Reino.
Llegará el día en que la realidad ocupará el puesto del signo y en que Cristo podrá sentarse al banquete del Reino ya consumado junto con todos sus hermanos de adopción. Entonces será perfecta la alegría.
MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA II
MAROVA MADRID 1969.Pág.
41-45