COMENTARIOS A LA SEGUNDA LECTURA
1 Co 12, 04-11

 

1. UNIDAD/VARIEDAD  CARISMAS/C 

Pablo habla aquí de los carismas. El carisma es una gracia singular que Dios concede a cada uno, pero que está destinada al bien de todos y a la edificación de la iglesia. La gran variedad de los carismas no está reñida en modo alguno con la unidad de la Iglesia y la comunión fraterna; antes al contrario: conscientes de que ningún hijo de Dios está desposeído de una gracia especial, todos debemos estar atentos para estimar los carismas ajenos y no retener los nuestros para disfrute individual.

Se distingue en este texto entre los dones, los servicios y las funciones. Los primeros proceden de un mismo Espíritu, que es el don por excelencia; los segundos de un mismo Señor, Jesucristo, que vino a servir y no a ser servido, y las funciones de un mismo Dios (es decir, del Padre) que lo opera todo en todos. Pero este esquema trinitario no pretende otra cosa que hacernos ver cómo la gran variedad de los carismas tiene un mismo origen divino. Por otra parte, todos los carismas tienen un mismo destino, que es el bien común. De modo que la unidad abarca la variedad y ésta es el contenido de la unidad de la iglesia. Se comprende, pues, que aquí la unidad, lejos de contradecir a la pluralidad, se constituye precisamente como unidad de las diferencias y no existe sin éstas. Nada más extraño a esta unidad, que viene de Dios, que la uniformidad a la que se empeñan en someternos los señores de este mundo y aún de la iglesia.

No se dice en qué consiste el don de sabiduría y el don de hablar con inteligencia (o el don de ciencia). Parece que se trata de aquellos carismas tan apreciados por los gnósticos (1, 18; 3, 23), hasta el extremo de situarlos por encima de los otros carismas y en menoscabo del amor fraterno.

Siendo la fe un don común de todos los fieles, parece extraño que Pablo la nombre entre los carismas. Sin duda se refiere a una fe excepcional, como aquella que "traslada montañas" (cfr. Mc 11, 23; Mt 17, 20).

El discernimiento de espíritus o el don de distinguir con claridad lo que viene de Dios de aquello que sólo parece venir de Dios (cfr. Mt 7, 15-20). He aquí un don imprescindible para los pastores de la iglesia, que deben orientar a los fieles y defenderlos de los falsos profetas y de los falsos maestros (2 Tim 2, 14ss); pero que, por otra parte, han de cuidarse mucho de "no apagar el espíritu" (1 Ts 5, 13).

Este don, conocido también como "don de lenguas", se manifiesta en gritos de verdadero entusiasmo y es como un metalenguaje que necesita ser interpretado por los que han recibido el don de profecía (Cfr. c. 14).

El texto concluye afirmando la soberanía y la libertad del Espíritu, que nadie puede monopolizar, y subrayando la idea central: la unidad del origen de los diferentes carismas y su gratuidad.

EUCARISTÍA 1986, 5


2. SB/DON-ES.

Pablo hace una enumeración de los diversos dones. Esta sabiduría que Pablo menciona se entiende como un don transitorio que el Espíritu hace a algunos. "Sabio" es, como en 2, 6, el que conoce la voluntad de Dios en un momento determinado, el avisado y sensible que sabe interpretar el momento presente desde la fe, el que sabe "leer" los signos del mundo. Incluso la inteligencia que da el espíritu es una inteligencia del estado del mundo y de la vida desde una visión de fe, visión que repercute en el bien de toda la comunidad.

EUCARISTÍA 1977, 5


3.

El capítulo 12 de la Primera a los Corintios está consagrado a los carismas y a sus consecuencias para la comunidad.

Conviene recordar que la comunidad de esta ciudad estaba dividida cuando Pablo les envía esta carta (cfr. 1, 12-13; 3, 4-9). Por otro lado, quizá como cristianos nuevos y de procedencia griega, tenía un cierto peligro de tender a estimar más de lo debido ciertos dones espectaculares.

En este contexto Pablo expone la acción del Espíritu que concede los carismas. En la primera parte del capítulo Pablo subraya la diversidad de dones, todos ellos para servicio de los demás y procedentes de Dios. Acentúa en ese mismo momento la unidad que se deriva de esa única acción de Dios. Curiosamente la diversidad no sólo no es obstáculo para la unidad sino más bien es su factor constructivo. Es el eterno tema de que unidad no es igual a uniformidad. Que en la iglesia hay muchas actividades diferentes, las cuales también responden a vocaciones distintas, que a su vez están condicionadas y son fruto de diferentes mentalidades, sensibilidades, etc., aun en temas relacionadas con la fe y la práctica. Realmente sería importante no olvidar esto. Todos tienen carismas -Pablo así lo supone en este texto- y todos contribuyen al bienestar del cuerpo y todos construyen la unidad, porque su base no está en que la personas sean iguales, sino en que todas reconocen al mismo Señor a idéntico Dios y se reconocen guiadas por el mismo Espíritu. Este último punto parece decisivo.

Si no se pone parte humana en primer lugar para la vida de la iglesia, sino todos se reconocen dirigidos por Dios, probablemente las divisiones se irán evitando, aunque no se llegue, porque no es ni siquiera deseable, a una uniformidad general.

Hoy día tenemos necesidad de esto. Todos, no sólo la jerarquía, tienen Espíritu. Todos son guiados. Entre todos se forma la Iglesia y su unidad. Que es fruto del Espíritu, no del Derecho Canónico o cosa parecida.

FEDERICO PASTOR
DABAR 1989, 9


4. LOS CARISMAS DENTRO DE Y PARA BIEN DE LA COMUNIDAD.

Hoy empieza una serie de domingos, en que un predicador siente la "tentación" de centrar su explicación y su aplicación homilética, no en el evangelio (acompañado por la primera lectura y el salmo), sino en la segunda lectura.

Hasta la Cuaresma, o sea, en los domingos segundo al ..., leemos fragmentos de la carta de Pablo a los Corintios, que nos presenta un retrato de comunidad cristiana lleno de viveza, con lecciones muy actuales para las nuestras.

Hoy trata el tema de los carismas: aquellos dones y cualidades que una persona ha recibido, no para beneficio propio, sino para edificación de la comunidad. Apunta a la corresponsabilidad que todos debiéramos sentir, para que cada uno aporte su don al bien común en esta comunidad que llamamos Iglesia, o diócesis, o parroquia, o comunidad religiosa... Es fácil concretar: la caridad y la fraternidad, el cuidado de lo económico, la catequesis, la pastoral sanitaria, los diversos servicios que se pueden realizar en la liturgia para que la celebración de la comunidad sea mejor.

El Espíritu va despertando cualidades para que la comunidad realice mejor su propia identidad y su misión cara afuera. Es un tema que al menos habría que nombrar, aunque se escoja como filón central de la homilía el evangelio.

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1989, 2


5.

La comunidad carismática de Corinto está experimentando la tentación del sincretismo: el mundo pagano aspira a un "conocimiento" experimental de la divinidad por medio de trances, de fenómenos estáticos y otros "carismas" dudosos. Pablo habla a los cristianos de otro tipo de conocimiento basado en la fe. Pero ésta va a veces acompañada de signos y de carismas que los corintios no distinguen con exactitud de los del paganismo. A lo largo de los capítulos 12-15 Pablo presenta a sus corresponsales los criterios que les permitirán distinguir los carismas del Espíritu de los del paganismo.

En 1 Cor. 12, 1-3 se ha expuesto ya un primer principio: los carismas no pueden sino apoyar la profesión de fe cristiana.

Pablo se extiende ahora a otros criterios.

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El apóstol recuerda en primer término (vv. 4-6) que si el politeísmo antiguo gozaba de carismas de toda especie, estos carismas los concedían dioses cada vez diferentes. En la Iglesia, por el contrario, todo es uno y unificado por la vida trinitaria, ya se trate de gracias, de funciones comunitarias o de actividades maravillosas. Por otra parte, los carismas se conceden con vistas a una utilidad común. Esta regla descarta automáticamente los fenómenos de embriaguez pagana o los trances individuales. Puesto que un mismo Espíritu es la fuente de todos los dones, estos no pueden oponerse unos a otros, como tampoco lo pueden quienes son beneficiarios de ellos: si existe una contraposición entre carismáticos es porque no los inspira el Espíritu y sus dones no son de Cristo (v. 7).

¿Cuáles son, entonces, los principales dones del Espíritu? Pablo nos da una lista bastante completa, pero clasifica esos carismas de acuerdo con una jerarquía bien establecida, invitando a los corintios a buscar, sobre todo, los carismas superiores, esos carismas que el paganismo ignora.

CARISMA/SB  CARISMA/CIENCIA: En primer lugar, dos carismas de inteligencia: la sabiduría, conocimiento de los designios de Dios ( 1 Cor. 2, 7), y la ciencia, capacidad para presentar las verdades de fe dentro de un sistema aceptable por el entendimiento. Vienen después: la fe, que no designa aquí la virtud teologal, sino la posibilidad de hacer milagros (1 Cor. 13, 2; cf. Mc. 11, 19-26), el don de curar y el don de hacer milagros, tres carismas bastante similares.

Sigue una tercera serie de carismas, los más parecidos a los que conoce el paganismo: la profecía, el discernimiento y las lenguas. El primero pronuncia palabras de Dios, el segundo comprende y explica lo que dice el tercero, y este último consiste, sin duda, en un hablar misterioso, incomprensible si no se conoce la clave.

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No conocemos el ambiente sincretista de Corinto, pero el problema tocado en esta lectura no es anacrónico. Si el Espíritu conduce a la Iglesia para su gobierno, despierta también continuamente iniciativas personales con vistas a la construcción y a la reforma de la Iglesia. En este sentido, los criterios que permiten juzgar si tal o cual iniciativa es conforme al Espíritu siguen siendo los de San Pablo: esta iniciativa debe estar orientada hacia la utilidad común y no hacia la prosecución de un bien individual; no debe sembrar la discordia o la confusión, puesto que todo procede de un solo Espíritu y edifica un solo Cuerpo, el que la Eucaristía anima y estructura.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA II
MAROVA MADRID 1969.Pág. 33 s.


6.

-El mismo Espíritu reparte sus dones (1 Co 12, 4-11)

Ni siquiera en la Iglesia se puede evitar que repercutan las posiciones políticas y las opciones sociológicas, ni que dejen de hacer sentir su influjo las leyes antropológicas. Sin duda se encontró san Pablo ante cierto "democratismo" que no veía el hondo significado de los ministerios en la Iglesia. La distribución de estos ministerios no significa ante todo una escala de funcionarios que se disputan unos honores, ni se trata antes que nada de un cargo jerárquico meramente jurídico; se trata de unos dones que se conceden a uno o a otro para provecho de todos. El cargo que se recibe no es ante todo una investidura jurídica ni una concesión de poderes autoritarios, sino que cada cual llega a ser en la Iglesia, dentro de su rango y con su cargo, mediador y distribuidor de los dones cuya comunicación a los demás está encargado de asegurar. En la Iglesia, todos los ministerios son ministerios de servicio. San Pablo enumera distintas funciones que corresponden a otros tantos dones particulares. Seguidamente subraya que estos dones se distribuyen según la voluntad de Dios, pero que todos ellos proceden en su diversidad del mismo Espíritu Santo, y que todos colaboran a la creación única del pueblo de Dios.

También aquí los trabajos del Concilio sobre la Iglesia, que versan sobre los obispos, los sacerdotes y los laicos, han tenido empeño en precisar estos distintos cometidos y ministerios. Si se ha podido denunciar cierto clericalismo, también es posible pronunciarse contra un falso democratismo. Por ejemplo, si en la celebración litúrgica hay que hacer un gran esfuerzo para subrayar la unidad de la asamblea, sin embargo no es uniformándolo todo ni cuidando de dejar que pase desapercibido el lugar donde se encuentra el celebrante ni, sobre todo, temiendo que éste asuma su papel de presidente, como se realiza lo que san Pablo acaba de enseñar. La presidencia del celebrante, litúrgicamente subrayada o por un emblema o por el lugar que ocupa, no es una presidencia ante todo jerárquica ni de superioridad, sino una presidencia ontológica. Por el celebrante pasa necesariamente toda la actividad ascendente de la asamblea, y por él pasan también todas las actividades descendentes por parte de Dios. En la liturgia, el primer celebrante es Cristo, y el sacerdote ocupa su lugar. No entender esto y reducir al sentimiento democrático de una región lo que debería ser signo de un determinado ministerio, no es adaptación sino confusión. Es preciso, por lo tanto, que sepamos admitir que el Espíritu distribuye a cada cual sus dones como quiere, pero siempre para provecho de todos.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 5
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 22-34
SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág. 168 s.