COMENTARIOS AL EVANGELIO
Jn 01, 29-34

 

1. J/CORDERO

Juan presta su última declaración solemne sobre la identidad de Jesús: el Cordero de Dios, el Hijo de Dios. Se anuncia así las dos dimensiones fundamentales en las que Jesús se va a dar a conocer a lo largo del cuarto evangelio.

En el conjunto de la obra el texto de hoy tiene la función de anticipar puntos de vista, situaciones y tensiones que serán desarrollados con posterioridad. Por eso, su alcance sólo se percibe con el discurrir de las páginas del evangelio.

Un ejemplo ilustrativo lo constituye la primera de las afirmaciones sobre el Cordero. En el capítulo 19 el autor sitúa la muerte de Jesús coincidiendo con las horas en que se sacrificaban en el Templo los corderos de Pascua que cada familia consumiría en casa durante la noche en recuerdo de la liberación de la opresión. La frase "el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" adquirirá todo su sentido en el decurso de ese cap. 19, donde aparecerá claro el punto de vista del autor del cuarto evangelio: Jesús se da a conocer como Hijo en cuanto Cordero.

Comentario. A la hora de representarse a Zeus, el Señor de los humanos, los antiguos griegos lo hacían por medio del águila, el cetro y el rayo. Estos símbolos dejan traslucir una concepción generalizada entre los humanos: Dios supervisa, manda y fulmina. En continuidad con las primeras páginas de la Biblia, el autor del cuarto evangelio concibe al Señor de los humanos asumiendo y sufriendo las condiciones humanas. La concepción divina del cuarto evangelio va más en la línea del acercamiento que de la exaltación. En vez del esquema: Jesús es Hijo porque es Cordero, el cuarto evangelio adopta este otro: Jesús es Cordero porque es Hijo.

Escribo este comentario cuando acaban de ser asesinados en San Salvador seis jesuitas, una madre y su hija. Un asesinato en regla, programado y patrocinado. Estos seis hombres y estas dos mujeres han hecho radicalmente suyo el camino del Dios revelado en Jesús. Corderos a semejanza del Cordero que quita el pecado del mundo, ellos nos afianzan paradójicamente en la certeza de que el porvenir es de la liberación con la que el Dios revelado en Jesús se ha comprometido. Cuando al levantar la hostia consagrada el sacerdote proclama "este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo", se está proclamando una certeza, un camino y un compromiso, gracias a los cuales la esperanza tiene sentido.

A. BENITO
DABAR 1990/10


2. CORDERO/PASCUAL

Jesús es el Cordero de Dios porque ha sido elegido por Dios para iniciar el éxodo de nuestra libertad, y así como en otros tiempos los israelitas fueron librados de la muerte y de la esclavitud por medio de la sangre de un cordero, razón por la que celebran la Pascua de generación en generación, así también nosotros hemos sido librados, en Cristo y por la sangre de Cristo, de la esclavitud de la ley, del pecado y de la muerte.

Cristo es nuestra Pascua y el Cordero de Dios, el verdadero, el de la Alianza Nueva. No es casual que según la cronología de Juan, Jesucristo padeciera y muriera en la cruz precisamente cuando los sacerdotes sacrificaban en el templo de Jerusalén los corderos pascuales.

EUCARISTÍA 1987/05


3. J/SACERDOTE

Cristo no es el cordero que eligen los hombres y ofrecen en el Templo para que Dios perdone sus pecados, sino el Cordero que Dios elige para quitar el pecado del mundo. En el salmo responsorial de hoy (/SAL/039) se contrapone el culto exterior, los sacrificios y las ofrendas, al culto interior que compromete la persona del oferente como víctima de su propio sacrificio; es decir, en el cumplimiento de la voluntad de Dios. Y éste es el culto que Dios desea. Por eso Cristo que es el Cordero de Dios, el Sacrificio que Dios acepta, es también el Siervo de Yavé que Dios elige para que cumpla toda su divina voluntad. El autor de la carta a los Hebreos ve la superioridad del sacerdocio de Cristo sobre todo otro sacerdocio vétero-testamentario, precisamente en la identidad que en él se da entre el Sacerdocio y la Víctima. En esta misma carta se pone en boca de Cristo, apenas llegado a este mundo, las palabras de nuestro salmo responsorial: Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron. Entonces dije: He aquí que vengo a hacer, ¡Oh Dios!, tu voluntad (/Hb/10/06-07). La obediencia de Cristo, el Siervo de Yavé, se consuma en el sacrificio de Cristo, el Cordero de Dios.

EUCARISTÍA 1972/12


4.

Texto. El autor lo sitúa al día siguiente de la declaración prestada por Juan (1,15-18) y de la subsiguiente investigación por parte de la comisión nombrada por la autoridad central (1,19-28). Se parte de una situación en movimiento: Jesús viniendo hacia Juan. El texto lo configuran las palabras de Juan, primero presentando al personaje que se le acerca (vs. 329-31) y después prestando declaración en favor del mismo (vs.32-34). El texto, sin embargo, carece de auditorio. El auditorio es extraliterario: el lector, es decir, nosotros. 

Sentido del texto.

1.-Presentación de Jesús (vs. 29-31). Cordero proporcionado por Dios para la nueva pascua liberadora de la humanidad. El pecado, en singular, consiste en oponerse a la vida que Dios comunica, frustrando así el proyecto sobre el hombre. En el v.30 Juan recuerda al lector que Jesús es el proyecto de Dios sobre y para el hombre. Lo mismo que la comisión de Jerusalén (cfr. 1,26), tampoco Juan conocía a Jesús. Su actuación es preparatoria, imperfecta, el agua es su símbolo. De esta manera, los que son de Israel, los que no frustran el proyecto de Dios, podrán reconocer quién es Jesús.

2.-Juan prestando declaración en favor de Jesús (vs 32-34). En el conflicto judicial luz-tinieblas, Juan declara en favor de Jesús. El es un testigo ocular de que Jesús es la realización y culminación del proyecto de Dios.

El espíritu de Dios que se cernía sobre los comienzos de la creación (cfr. Gn/1/2), aletea ahora sobre Jesús, plenitud del proyecto divino. Este proyecto trasciende, se escapa al entramado de conocimientos y relaciones humanas. Por eso Juan no lo conocía. Pero ahora ya puede prestar declaración en favor suyo; ahora ya puede afirmar que el proyecto del viejo soñador genesíaco es una realidad. Es una realidad en Jesús: él es el Hijo de Dios. Y puede afirmar también que el proyecto está presto para ser una realidad en nosotros: sumergiéndonos en el Espíritu de Dios que Jesús irradia y difunde, también nosotros somos capaces de nacer de Dios, de ser sus hijos (cfr. Jn. 1,12).

DABAR 1981/11


5.

Juan Bautista ha desviado hábilmente la atención de las investigaciones sobre su persona hacia la de Cristo, una personalidad que ya está presente, pero que todavía no es "conocida" (Jn. 1, 26).

(...) El relato primitivo está, pues, centrado en torno al conocimiento de la personalidad divino-humana de Cristo. Está en el mundo, pero nadie tiene posibilidad de conocerle (Jn. 1, 26).

El mismo Juan no puede reconocerle por sus propias fuerzas (Jn. 1, 31, 33), y en ese sentido, es el más pequeño en el Reino (Mt. 11, 8-10; Lc. 7, 28; Jn. 5, 33-36). Pero Juan ha recibido por una revelación divina lo que sus conocimientos humanos no podían enseñarle: Cristo es el "Hijo de Dios" (v. 34). De hecho, Juan el evangelista ha prolongado con su propia mirada la de Juan el Bautista y presta a este último la contemplación a la que él mismo había llegado. Juan Bautista ha recibido al menos una inteligencia nueva de tres textos proféticos como Is. 11, 2; 42, 1-7 y 61, 1 en el momento en que estaba bautizando a Cristo. La inteligencia de estos textos le ha permitido comprender que ese bautismo adquiría el alcance de una investidura mesiánica. En la declaración del Bautista, la "bajada del Espíritu" sobre Cristo no tiene más que un alcance mesiánico, pero en la pluma del cuarto evangelista el Espíritu es realmente persona divina y fuerza divinizadora (Jn. 15, 26).

Juan Bautista concluye su testimonio diciendo que ha descubierto realmente al "Elegido de Dios" o al "Siervo" de Dios de Is. 42, 1 (v. 34). Pero Juan el evangelista aprovecha la ambigüedad de la palabra aramea empleada para ir más allá del pensamiento del Bautista y prestarle la frase: "He visto al Hijo de Dios".

Juan Bautista designa a Cristo con la palabra aramea "talia" (vv. 29 y 35). Pensaba sin duda en el "Siervo" anunciado en Is. 42, 1-2, texto importante al que se refiere el testimonio del Bautista. Con ello anunciaba que Cristo era, en efecto, ese servidor que, al inaugurar los tiempos mesiánicos, iba a recuperar un Espíritu que permitiría no volver a pecar. Este "Siervo" iba a "quitar" realmente el pecado del mundo (v. 29).

Pero "talia" puede traducirse también por cordero. Juan el evangelista, o la comunidad cristiana, estaba sensibilizado para el tema del Cordero pascual y divino y por su papel de expiación (Ap. 14, 1-5; 7, 15; 22, 3; Jn. 19, 36; cf. Act. 8, 32; 1 Pe. 1, 18-19). Una vez más, por tanto, el evangelista prolonga el testimonio del Bautista y llega hasta la personalidad divina del Mesías, apenas presentida por Juan Bautista.

El Evangelio sitúa, pues, el conocimiento de la personalidad de Cristo en tres planos: el de los judíos, que no conocían a Cristo; el del Bautista, que le conocía como el Mesías y le administra la necesaria investidura; el del evangelista, finalmente, que mediante hábiles juegos de palabras, a que es muy aficionado, descubre la divinidad del Señor.

* * * *

Desde Jn. 1, 29 a Jn. 2, 11 nos encontramos ante una especie de tratado de la iniciación a la fe, que vale tanto como reflexión doctrinal sobre el catecumenado o sobre el nacimiento de una vocación.

En efecto, todo gira en torno a la palabra "ver". Hay que "ver" los sucesos, a las personas que nos rodean y hay que aprender a conocerlas. La verdad es que no se las conoce, están entre nosotros y no las vemos, o nos equivocamos respecto a lo que son (1, 32; 2, 9). Las vemos, pero no las miramos.

La primera condición de cualquier paso hacia la fe es ese sentido de observación de la gente y de las cosas: "Tú, ¿quién eres, qué dices de ti mismo?" (1, 19, 22). Pero una vez considerada esta pregunta no se le da una respuesta más que al final de una lenta conversión de la mirada, conseguida gracias a Dios.

Este es el itinerario de la fe de Bautista que, al principio, no conoce (1, 31, 33); después descubre a Jesús como Mesías, Cordero o servidor (1, 29, 32), y por fin lo descubre en su personalidad humana-divina (1, 34). También es este el camino que siguen Juan y Andrés (/Jn/01/33-39, Evang. 2 ciclo), que empiezan viendo a Jesús-Cordero (1, 36) y terminan por ver dónde mora (1, 39), es decir, por comulgar con su intimidad, con sus relaciones con el Padre. La vocación de Natanael tiene el mismo desarrollo: ve a Jesús como simple hijo de José, únicamente en la dimensión humana de su existencia (1, 43), después lo que ve como Mesías (1, 49), pero el camino no llegará a su fin hasta el día en que le vea en la cruz, Dios e Hijo del hombre al mismo tiempo, ensalzado y destrozado. Finalmente, María pasa por las mismas etapas: ve a su Hijo como un simple taumaturgo (Jn. 2, 1-11, Evang. 3er. ciclo) capaz de ayudar a sus amigos y percibe la gran distancia que la separa todavía de la fe en el Hijo muerto y resucitado en la hora de su gloria.

La fe del bautizado y la vocación del militante o del ministro arrancan, pues, del análisis de los sucesos y de las situaciones concretas y humanas. Pero tienden a interpretar estos hechos y a descubrir en el misterio pascual del Hombre-Dios el mejor significado que hay que dar a las cosas. Queda entonces penetrar "tras" (1, 37; 1, 43) este Hombre-Dios, o "atestiguarlo" (1, 34).

MIRADA/VOCACION: Encaminarse así, no obstante, no puede hacerse más que en el diálogo con Dios y abriéndose a su influencia. Juan lo subraya en varias ocasiones, mostrando cómo la mirada de Cristo sobre sus discípulos transforma la mirada de estos. Es esa mirada que cambia a Simón en Pedro (1, 42), que cambia de doctor de la ley en creyente a Natanael (1, 47-48). Progresar en la fe y en la vocación no se puede hacer, pues, más que recibiendo las cosas y las personas como dones de Dios; la vocación no es cosa nuestra, surge del encuentro y de la acogida.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA II
MAROVA MADRID 1969.Pág. 34 ss


6.

-"Al día siguiente Juan Bautista vio venir a Jesús hacia él y dijo:" Señor, enséñanos a ver. Señor, enseñanos a no quedarnos con las apariencias.

¡Cuántas veces no sabemos "mirar" a las gentes que viven con nosotros: no los juzgamos correctamente, nos quedamos con las apreciaciones superficiales. Muchas personas del tiempo de Jesús no captaron "Quien" era El.

-"He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo". Para los judíos que le escuchaban, la alusión era clara. Lo es menos para nosotros. Los judíos sacrificaban animales para la purificación de los pecados, según la ley de Moisés. La gran fiesta de los judíos era la Pascua, en la que se sacrificaban gran cantidad de corderos.

Jesús se identifica aquí con el "Salvador" con aquel que "carga sobre sí nuestros pecados". ¡Y va hasta el derramamiento de sangre! Esto no ha sido un asunto insignificante, sino un gran combate sangriento.

"El pecado del mundo", en singular. Ese singular es significativo. Jesús carga sobre él y hace desaparecer el conjunto de los pecados del mundo, la totalidad del pecado de la humanidad. Gracias, Jesús.

¿Cómo podría yo ayudarte, Señor, en esa gran labor? En primer lugar luchando contra el mal en mí... Y luego luchando contra el mal donde quiera que este se encuentre y yo pueda hacerlo... Me siento pobre y débil para hacerlo; Ven en mi ayuda.

Ayúdame, Señor, a ser salvador contigo, en mi ambiente, en mi familia, en mis responsabilidades.

-Detrás de mí viene uno que es antes de mí, porque era primero que yo. Históricamente, humanamente, Juan ha sido concebido y ha nacido antes que Jesús. Pero hay que superar las apariencias, las evidencias.

De hecho Juan Bautista percibe el origen divino de Jesús: ¡"era primero que yo"! El nacimiento "según la carne" en Belén, no es sino el eco de otro nacimiento eterno, "El es Dios, nacido del Padre, antes de todos los siglos".

Quiero entretenerme contemplando, cuanto sea posible, la "Persona" de Cristo, que es divina, eterna, que preexistía desde siempre. Es en verdad el Verbo de Dios, el Hijo, engendrado, "no creado", que aparece humanamente en el tiempo, un día de la historia humana, en un lugar del planeta.

"Eterno se inscribe en la evolución, y lo sucesivo, y lo pasajero... Te veremos, pues, nacer, crecer, morir.

El omnipresente se limita a un solo lugar y acepta no pisar sino una parcela de la Tierra, un pequeño país del Oriente Medio.

Pero fundará una Iglesia para representarle, en todos los tiempos y en todos los lugares. La Iglesia es la continuación de la Encarnación.

-Yo vi el Espíritu descender del cielo y posarse sobre Él. Jesús está investido, lleno, desbordante... del Espíritu.

Es el Hijo de Dios. Detrás de las particularidades banales de ese "ciudadano de Nazaret", se esconde todo un misterio. Su persona no se limita a lo que aparenta. "Creéis conocerle, pero hay en El un secreto: su personalidad está sumergida en Dios... En medio de vosotros está Aquel a quien vosotros no conocéis".

-Es aquel que bautiza (sumerge) en el Espíritu Santo. No olvidemos que la palabra griega "baptizo" significa "yo sumerjo". Los primeros cristianos, como Juan Bautista, bautizaban sumergiendo totalmente al candidato al bautismo en el agua de un río.

¡Espíritu, sumérgeme en ti!

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.76 s.