Muerte y exaltación

ADRIEN NOCENT

El domingo de Ramos nos presenta, en un ciclo de tres años, los 
tres sinópticos en su relato de la Pasión. El evangelio de san Juan 
es proclamado, según la más antigua tradición, el viernes santo. 
Este evangelio, más breve y menos anecdótico que los sinópticos, 
encierra una teología viva. Aquí sólo señalaremos algunos puntos 
esenciales:

Juan insiste ante todo y desde el comienzo del relato de la 
Pasión, en la obediencia a la voluntad del Padre. Es éste un tema 
querido para él; por eso no encontramos en Juan súplica alguna de 
Jesús que deje ver su deseo de que se le exima del cáliz; por el 
contrario, sus palabras indican que acepta este cáliz como una 
obligación, pero igualmente como una entrega que ha de conducirle 
a la gloria: "El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?" 
(Jn 18, 11).

Juan, que no suele referir anécdotas, insiste sin embargo en 
muchos detalles del interrogatorio de Jesús ante Pilato (Jn 18, 28 - 
19, 16). En la elección de la muerte impuesta a Jesús subraya, en 
primer lugar, el cumplimiento de las palabras mismas del Señor: "Y 
así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte 
iba a morir" (Jn 18, 32). Pero Juan quiere recalcar ante todo la 
realeza de Cristo. Aquí es muy fuerte su insistencia. Afirma Jesús 
que su venida a este mundo no tiene otra finalidad que la de 
anunciar el misterio de la salvación, de aquí la importancia de su 
palabra, pues todo el que pertenece a la verdad escucha su voz. 
Pero no sólo con insinuaciones quiere Jesús dar a entender su 
realeza. La afirma paladinamente: "Mi reino no es de este mundo... 
Soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; 
para ser testigo de la verdad". Una vez más vuelve Juan sobre un 
tema particularmente querido para él en su evangelio: el propio 
Pilato -no se ve demasiado claro si por ironía o si por una mezcla de 
sentimientos- entrega a Jesús diciéndoles a los judíos: "Aquí tenéis 
a vuestro Rey".

Pero la realeza de Jesús será afirmada incluso en su cruz: "Jesús 
el Nazareno, el Rey de los Judíos". Este texto, redactado en tres 
lenguas, es ya la proclamación de un hecho que transforma la 
historia del mundo. Y aquí volvemos a encontrarnos con el tema de 
la elevación, de la crucifixión que es triunfo, al mismo tiempo. La 
Hora de la muerte es también la Hora del triunfo.

-La oración de la Iglesia 

Y ahora la Iglesia se recoge, después de haber oído el relato 
victorioso de la muerte de su Cristo.
Después ora, siguiendo el uso antiguo que quería que toda 
liturgia de la Palabra finalizara con una oración de todos los fieles. 
Actualmente hemos reanudado la costumbre de hacerlo así. La 
forma de oración universal que hoy nos propone la Iglesia es la 
conocida por la Iglesia romana hasta el papa Gelasio. La actual 
renovación ha introducido en la oración universal intenciones 
nuevas. Se proclaman diez intenciones, y, después de orar en 
silencio, el celebrante expresa el pensamiento de todos. Baste aquí 
enumerar las diversas intenciones; éstas indican las 
preocupaciones que debemos tener en este momento de llamada a 
actualizar la Pasión de Cristo: por la Santa Iglesia, por el papa, por 
todos los ministros y por los fieles, por los catecúmenos, por la 
unidad de los cristianos, por los judíos, por los que no creen en 
Cristo, por los que no creen en Dios, por los gobernantes, por los 
atribulados.

Conviene subrayar cómo la Iglesia, en el momento en que celebra 
la culminación de la historia de la salvación, no se desinteresa de 
nadie; por el contrario, quiere integrar en lo que ella celebra con 
emoción en este día, todas las realidades espirituales y humanas, 
todas las situaciones de los hombres, todas sus inquietudes y todas 
las divergencias de opinión dentro de la rectitud.

-Mirad al árbol de la Cruz

A la celebración de la Palabra debería haber seguido 
inmediatamente la comunión, pero se ha intercalado entre ambas el 
rito de la adoración de la cruz.

En realidad, esta adoración se presenta como un gesto 
introducido por la proclamación de la Pasión de Cristo. La cruz es 
elevada de manera ostensible para ser mostrada al mundo, que 
ante este Cristo crucificado, tiene que hacer una opción. Al mismo 
tiempo, esta elevación y la adoración que la sigue son la afirmación 
de la victoria definitiva de Cristo sobre las potencias perversas del 
mundo. Cristo es "elevado", y esa elevación significa que a los 
hombres dispersos se les reúne de nuevo. Es la manifestación del 
acto más esencial que puede existir de la historia de la salvación del 
mundo. Los fieles, después de responder cantando "Venid a 
adorarlo", se arrodillan. El rito quiere significar un verdadero triunfo. 
Anteriormente hemos rememorado el aspecto glorioso de la muerte 
del Señor; en el relato de la visión apocalíptica de Juan, al cordero 
inmolado en la cruz lo vemos triunfar al mismo tiempo. En realidad, 
nada tiene ya que mostrar al mundo el cristianismo; pues la cruz del 
triunfo le da todo su significado, el signo de la cruz que le distingue 
y que les parece locura a los mundanos.

San León MAGNO, en su 2.° sermón sobre la Pasión, nos 
señala cuáles han de ser nuestros pensamientos ante la cruz:
Así pues, para nosotros, amadísimos, que en Cristo crucificado 
no encontramos un motivo de escándalo ni una locura sino la 
fortaleza y la sabiduría de Dios; para nosotros, digo, raza espiritual 
de Abrahán, no engendrados en una descendencia esclava sino 
regenerados en una familia libre; nosotros por quienes fue inmolado 
el Cordero verdadero e inmaculado, Cristo, después de haber sido 
sacados de la opresión y de la tiranía de Egipto por una mano 
poderosa y un brazo extendido; estrechemos este admirable 
sacramento de la Pascua salutífera, y reformémonos según la 
imagen del que fue hecho conforme a nuestra deformidad. 

Elevémonos hasta aquel que con el polvo de nuestra abyección ha 
hecho un cuerpo para su gloria; y para merecer tener parte en su 
resurrección, pongámonos plenamente de acuerdo con su humildad 
y su paciencia. Grande es el nombre de aquel a cuyo servicio nos 
hemos alistado, y grande el estado cuya regla hemos asumido. Los 
que sirven a Cristo no tienen derecho a salirse del camino real... 
(LEÓN MAGNO, Sermón 2 sobre la Pasión, SC 74, 39; CCL 138 A. 
315).

La Iglesia muestra la cruz y nosotros la adoramos. Es difícil no 
pensar aquí en esta observación de san Juan, que por otra parte 
cita al profeta Zacarías: Mirarán al que atravesaron (/Jn/19/37).


CZ/ADORACION:Mirar quiere decir conocer, comprender el 
misterio de la cruz. La liturgia de la adoración de la cruz supone este 
conocimiento concreto. Cabría decir que el término "adoración" de 
la cruz no está acertadamente elegido. No se adora a la cruz. Y es 
que, en efecto, no se la adora a ella, como tampoco se adora la 
muerte de Cristo. Lo que se adora es la Persona de Cristo y lo que 
esa Persona crucificada significa para nosotros, que es: el amor del 
Hijo al Padre y el amor del Padre y del Hijo a nosotros.

No existe otra explicación que dar a esos "Improperios" que se 
cantan durante la adoración de la cruz. Son ellos el diálogo de Dios, 
que por medio de su Cristo nos dice su amor y nos coloca ante lo 
que ha hecho por nosotros, y que pone al mundo cara a cara con lo 
que éste ha hecho del amor.

La composición de los Improperios es compleja. Se distinguen en 
ellos dos partes. La primera llega hasta la estrofa "¿Qué más pude 
hacer por ti?", inclusive. Abarca, pues, las tres primeras estrofas. 
Esta primera parte parece haber sido compuesta en Occidente. El 
"Popule meus", ¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho...? aparece por vez 
primera en el Liber Ordinum, en el s. VII. La inspiración de estas 
estrofas es evidentemente escriturística. La segunda parte, que 
comprende nueve estrofas, se inspira también en la Escritura, pero 
mucho más libremente. Cada una de las estrofas empieza por "Ego, 
Yo": Yo hice por ti esto; tú has respondido así a mi gesto. Esta 
segunda parte parece datar del s. XI; en cualquier caso, no se 
encuentra rastro de ella con anterioridad. Las estrofas de los 
Improperios tienen como respuesta el canto del Trisagio, o también 
"¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho?

Los Improperios constituyen un monumento particularmente 
emotivo de la liturgia del viernes santo. Las tres primeras estrofas, 
en las que interviene el Trisagio, expresan los pasos dados por Dios 
y el endurecimiento del pueblo que Dios quería elegir para sí.
La segunda parte de los Improperios detalla las atenciones de 
Dios para con su pueblo: lo sacó de Egipto, le abrió camino a través 
del Mar Rojo, le guió con una columna de nubes, lo sustentó con el 
maná, hizo brotar para él agua de la peña, por él hirió a los reyes 
cananeos, le dio el cetro real.
Patética enumeración ésta, de las atenciones divinas de un Dios 
para con un pueblo que le corresponde abandonándole y 
traicionándole.

El verdadero significado de la adoración de la cruz lo había dado 
ya la antífona con que se inicia este rito:

Tu cruz adoramos, Señor,
y tu santa resurrección alabamos 
y glorificamos.
Por el madero ha venido la alegría 
al mundo entero.

-El Cuerpo y la Sangre del Señor

A continuación de la adoración de la cruz, se lleva al altar el 
Santísimo Sacramento desde el lugar en que había quedado 
reservado.
El celebrante, y con él toda la asamblea cristiana, recita el Pater 
noster como de costumbre. El pasaje "hágase tu voluntad así en la 
tierra como en el cielo" adquiere una resonancia muy particular tras 
el canto de la Pasión, en la que acabamos de ver a Cristo en lucha 
con aquella voluntad del Padre que él vino a cumplirla con tal 
obediencia que le valdría ser exaltado por encima de todo nombre.
Entonces, todos los fieles reciben el Cuerpo de Cristo. 

Indudablemente cabe lamentar este uso introducido por la última 
reforma de la semana santa. Encierra el peligro de descentrar el 
punto culminante del Triduo, marcado por la participación en la 
eucaristía en la noche santa. Quizá debería haberse continuado 
ayunando, incluso de la eucaristía, como en la antigua Iglesia, hasta 
la noche de Pascua. Por otra parte y dentro ya de las perspectivas 
actuales, la recepción del Cuerpo de Cristo, signo de su inmolación 
y de su Pasión gloriosa, revestía también un significado muy 
especial en este día de viernes santo, y se comprende que haya 
podido ser instaurado un rito que durante mucho tiempo estuvo 
excluido de la liturgia papal.

: EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 4
SEMANA SANTA Y TIEMPO PASCUAL 
SAL TERRAE SANTANDER 1981.Pág. 99-103)