Misa vespertina de la cena del Señor

La misa vespertina conmemora la última cena y la institución de la eucaristía. Todo evoca la memoria de la cena pascual que Jesucristo compartió con sus discípulos: el tiempo (al atardecer), las lecturas de la institución de la eucaristía, el discurso final de Jesús y el lavatorio de los pies, la inserción en la plegaria eucarística de las palabras: "El cual hoy, la víspera de padecer por nuestra salvación y la de todos los hombres, tomó pan en sus santas y venerables manos..."

Fue precisamente durante esta cena cuando el Señor fundó su propio memorial, la eucaristía:

Nuestro Salvador, en la última cena, la noche en que le traicionaban, instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y sangre, con el cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y a confiar así a su esposa, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección: sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual, en el cual se come a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria venidera1.

La eucaristía quiere ser "sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad", y en la tarde del jueves santo se revela claramente bajo esa luz. ¿Cómo podría expresarse mejor la unidad que en una comida compartida con la familia o con los amigos? La eucaristía es una comida, Cristo es nuestro anfitrión, la mesa es el altar y nosotros somos la familia de Dios. La misa no es solamente un banquete sagrado, pero ésa es la faceta del misterio eucarístico que más se evidencia esta tarde. Bajo el simbolismo del banquete sagrado descubrimos la dimensión comunitaria de la misa.

Un espíritu gozoso caracteriza esta celebración. Gozo profundo, interior; el gozo que el mismo Jesús experimentó en su propia alma aquella tarde. La había deseado con ansia: "He deseado ardientemente comer esta pascua con vosotros". En este discurso final que nos refiere Juan (13-17), la palabra gozo se repite con frecuencia. Para los judíos, el banquete pascual familiar era motivo de gran alegría, un acontecimiento muy esperado. Sin duda Jesús experimentaba este gozo, pero el suyo era mucho más profundo. Era el gozo del sacrificio total de aquel que da sin calcular los costos. Cristo se alegra por el cumplimiento de la voluntad del Padre, de la cual es instrumento humano perfecto.

En la misa se da expresión litúrgica a esta alegría. Los cantos son alegres, el Gloria se canta o se recita (en algunas partes con acompañamiento de campanas) y las vestiduras son blancas. Todo habla de gozo y fiesta. Solamente se omite el Aleluya para recordarnos que no es todavía el domingo de pascua.

La antífona de entrada tiene un aire triunfal: "Nosotros hemos de gloriarnos en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en él está nuestra salvación, vida y resurrección, él nos ha salvado y liberado". Es impresionante cuando esto se canta mientras los ministros se aproximan al altar precedidos por la cruz procesional, emblema de victoria.

La eucaristía es el memorial del mismo sacrificio de Cristo en la cruz. Existe una íntima relación necesaria entre la misa y el Calvario. Lo que el Señor hace en la última cena y manda hacer a sus discípulos en memoria de él anuncia y anticipa su propia oblación del viernes santo. Es un hecho significativo que en Jerusalén este día el santo sacrificio se ofrezca "detrás de la cruz" que está en el Gólgota.

La oración colecta afirma que Cristo nos dio este sacramento para revelarnos su amor, y pide que en ella podamos encontrar la plenitud del amor y de la vida.

La primera lectura (Ex 12,1-8.11-14) nos da las instrucciones concernientes a la comida pascual en el Antiguo Testamento. Esta prefigura la pascua de Cristo y el banquete pascual que él instituye. Instituyendo la eucaristía y sometiéndose a su pasión durante las celebraciones pascuales, Cristo quiso demostrar que él era el verdadero cordero, degollado en sacrificio, cuya sangre salvaría a su pueblo. Durante la cena pascual, Jesús convirtió el pan y el vino en su cuerpo y su sangre, estableciendo así el rito pascual de la Iglesia.

La segunda lectura (1 Cor 11,23-26) nos da el relato que Pablo hizo de la última cena y de la institución de la eucaristía. Queda claro que en el tiempo en que él escribía (año 57 aproximadamente) la tradición litúrgica estaba firmemente establecida. Este relato de la institución tiene un interés particular porque probablemente es el más antiguo. Es un testimonio de la fe de la Iglesia primitiva en la presencia real y en el carácter sacrificial de la eucaristía ("Este es mi cuerpo, que se entrega por vosotros"), y manifiesta su convicción de que celebrando la eucaristía obedece al mandato del Señor: "Haced esto en memoria mía". Demuestra también que la eucaristía es a la vez memorial y promesa; que no solamente constituye el memorial de Cristo (anamnesis), sino que además es heraldo de su venida al final de los tiempos.

El evangelio (Jn 13,1-15) nos presenta a Jesús lavando los pies a sus discípulos. Está bien elegido para ilustrar el tema del amor fraterno. La eucaristía es el sacramento del amor, que nos compromete a una vida de amor y de servicio. Cristo enseñó la doctrina del amor con toda su vida; en la última cena repite y desarrolla su enseñanza reforzando sus palabras con un acto simbólico. El gesto del lavatorio de los pies sorprendió y confundió a los apóstoles, pero les inculcó la lección del amor y servicio mutuo como ninguna explicación podría haberlo hecho: "Yo he dado el ejemplo para que hagáis vosotros como yo hice".

La liturgia ha conservado como opcional la costumbre medieval de lavar los pies. Después de la lectura del evangelio y de la homilía, el celebrante se pone un delantal y toma una toalla. Doce hombres, en representación de los apóstoles, se adelantan y toman asiento en el presbiterio. El sacerdote se va acercando a cada uno de ellos, les echa agua sobre los pies y se los seca con la toalla. Mientras se desarrolla esta escena del evangelio, el coro puede cantar alguna de las antífonas tradicionales, sacadas de frases de san Juan, como la siguiente: "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado". Esta representación del evangelio es una especie de subsidio audiovisual. Puede que la encontremos más bien extraña, pero en los tiempos de Jesús era muy corriente lavar los pies a los invitados; era sencillamente un signo de hospitalidad. Cuando Cristo lo practicó en la última cena, le dio un significado mucho más profundo; expresaba concretamente el mensaje del servicio mutuo. La autoridad ha de ejercerse ante todo como forma de servicio. Jesús nos da aquí ejemplo perfecto de ello. En un nivel más profundo todavía, está expresando la realidad de su propia muerte. El lavatorio de los pies a sus discípulos significa el supremo acto de amoroso servicio a la humanidad, el sacrificio expiatorio de Cristo. Su mensaje nos dice que no solamente hemos de imitar el espíritu de servicio de Cristo en las cosas pequeñas, sino estar dispuestos a seguirlo a lo largo de todo el camino, incluso hasta entregar nuestra vida, si es necesario.

A continuación comienza la liturgia eucarística. En la presentación de los dones (ofertorio) destaca de nuevo la idea de servicio, en este caso servicio a los pobres. Es costumbre que en esta misa se haga una colecta para los pobres; por eso, en este momento, se traen procesionalmente hacia el altar las ofertas en dinero o en especie, juntamente con el pan y el vino. Durante la procesión se canta un himno adecuado; por ejemplo, el tradicional: Ubi caritas et amor, Deus ibi est ("Donde hay caridad y amor, allí está Dios").

El prefacio es el de la eucaristía. La plegaria eucarística más apropiada es la primera.

En el momento de la comunión se crea una extraordinaria impresión de unidad. No hay misas privadas, sino una sola celebración eucarística en cada iglesia, excepto en las catedrales. La comunidad local, jóvenes y viejos, sacerdotes y seglares, se reúne alrededor del mismo altar, y el clero de la parroquia o comunidad religiosa concelebra o simplemente comulga. Así se pone de manifiesto la unidad de la Iglesia, cuerpo de Cristo, unidad fortalecida y sostenida por la eucaristía, sacramento de amor.

Después de la comunión, el copón con las hostias para el viernes santo se deja sobre el altar, mientras se concluye la misa con la oración. Después de la misa, el sacerdote, acompañado por sus ministros, lleva procesionalmente el Santísimo Sacramento al altar de reserva. Esta procesión solemne con el canto del Pange lingua evoca la fiesta del Corpus Christi y trae a nuestra consideración otra dimensión de la eucaristía, la de sacramento permanente. En palabras del papa Pablo VI: "No sólo mientras se está ofreciendo el sacrificio y se constituye el sacramento, Cristo es verdadero Emmanuel, `Dios con nosotros'; porque día y noche está entre nosotros, habita en medio de nosotros lleno de gracia y de verdad".

La liturgia del jueves santo termina aquí, pero la oración y la devoción personal continúan. Se anima a los fieles a que permanezcan en adoración ante la eucaristía durante algún tiempo desde que termina la celebración hasta medianoche. Es una especie de vigilia privada, que conmemora la vigilia de Cristo en el huerto de Getsemaní cuando se sintió abatido por el dolor. Se nos recuerdan las palabras del Señor a los tres discípulos: "Quedaos aquí y velad conmigo", y también: "¿Conque no habéis podido velar una hora conmigo?" (Mt 26,38-41).

Vincent Ryan
Cuaresma-Semana Santa
Paulinas.Madrid-1986.Págs. 90ss.

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1. Constitución sobre liturgia, del concilio Vaticano II. 47