Mañana del domingo

 

Los cristianos de rito ruso y otros de ritos orientales cuando se encuentran por pascua se saludan con la tradicional expresión: "El Señor ha resucitado", a lo que se responde: "Verdaderamente ha resucitado". Ciertamente es un saludo mucho más expresivo que nuestro banal "Felices pascuas". Es en la liturgia donde encontramos las expresiones adecuadas para manifestar el gozo de la pascua. La respuesta al salmo invitatorio del oficio de lecturas corresponde al saludo ruso: "Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya".

Con el correr del tiempo se han desarrollado costumbres de todas clases en torno a las fiestas religiosas, especialmente navidad y pascua. Una costumbre irlandesa merece especial consideración". Se trata de una práctica que tiene lugar especialmente en ambientes rurales, donde la gente madruga en la mañana de pascua para ver la "danza" del sol. Creo que esta idea y la costumbre correspondiente puede tener una interpretación cristiana como, por ejemplo, que la creación entera comparte el gozo de la resurrección. Así lo expone san Pablo: "La creación está aguardando ser liberada como nosotros de la esclavitud de la decadencia para gozar la misma libertad y gloria que los hijos de Dios" (cf Rom 8,19-23). La redención ganada por Cristo se extiende por todo el universo.

La misa. A plena luz del día, la Iglesia se reúne por segunda vez para celebrar la eucaristía pascual. El cirio está encendido sobre su candelero elevado. El presbiterio adornado con flores. Las vestiduras son blancas para simbolizar la alegría, y la antífona de entrada comienza con gozosas palabras: "He resucitado y aún estoy contigo, has puesto sobre mí tu mano: tu sabiduría ha sido maravillosa, aleluya". ¡Con cuánta habilidad la Iglesia se sirve de los salmos para expresar tanto los dolores como el gozo de Cristo! Aquí es el mismo Cristo quien habla dirigiéndose al Padre. Ha resucitado, ha vuelto ya al Padre. Este es el verdadero grito de la victoria del Cristo total, cabeza y miembros. Como bien dice una de las oraciones de la vigilia pascual, los que han caído son levantados, lo viejo se renueva y todo es llevado a perfección 5.

La oración colecta de la misa pide una renovación de nuestra vida moral en consonancia con el misterio de la resurrección: "Concede a los que celebramos la solemnidad de la resurrección de Jesucristo ser renovados por tu Espíritu, para resucitar en el reino de la luz y de la vida".

En la primera lectura, de los Hechos de los Apóstoles (10,34.37-43), san Pedro nos dirige la palabra dando testimonio de la resurrección de Jesús. Su discurso da un resumen de la vida pública de nuestro Señor, comenzando por su bautismo de manos de Juan. Todos los acontecimientos de esa vida demuestran tener poder salvífico y culminan en la muerte y resurrección.

La realidad de la resurrección se afirma rotundamente no sólo por la declaración: "Dios lo resucitó al tercer día", sino también por la afirmación de que después de la resurrección los apóstoles habían "comido y bebido" con él. San Pedro, el jefe de los apóstoles, da testimonio de todo ello. Habla como testigo presencial, pero también desde la experiencia de su fe personal iluminada por el Espíritu Santo. Este testimonio apostólico es importante para nuestra propia aceptación de la fe. El discurso de Pedro no es solamente una narración de lo que aconteció en la vida de Cristo; es también una profesión de fe, una proclamación de la creencia cristiana.

Esta lectura contiene además otro mensaje: la salvación que Cristo nos conquistó tiene una finalidad universal. "Quien cree en él, recibe la remisión de los pecados por su nombre". A través de la fe todos los hombres tienen acceso al poder salvífico de su muerte y resurrección.

En la segunda lectura, san Pablo se dirige a los cristianos de Colosas (Col 3,1-4) exhortándolos a vivir según el estado adquirido recientemente. La resurrección de los cuerpos y la gloria que nos está reservada sigue siendo objeto de esperanza; pero por nuestra unión íntima con Cristo disfrutamos con anticipación el gozo de la herencia futura.

Mientras peregrinamos en la tierra hemos de buscar siempre al Señor, porque él es nuestra vida: "Deleitaos en lo de arriba, no en las cosas de la tierra". Pero no es que san Pablo nos sugiera negligencia en las tareas humanas o en la atención a las personas con quienes vivimos. Eso sería una espiritualidad falsa. Hemos de vivir completamente comprometidos en la vida de este mundo sin quedar sumergidos o cautivados por él. Debemos tener presente que nuestro destino último no está aquí, en el mundo material, sino "oculto con Cristo en Dios", y que esperamos su venida y manifestación para que nuestras vidas reales puedan ser manifestadas.

El leccionario presenta otra lectura alternativa tomada de la primera carta de san Pablo a los Corintios (5,7-8); en ella los exhorta a vivir en "sinceridad y verdad", puesto que Cristo, nuestra pascua, ha sido inmolado.

La secuencia victimae paschali es una composición medieval que resume el misterio de la redención en forma poética. Cuando se canta con la melodía gregoriana, contagia del alborozo del primer domingo de pascua. Se presenta en forma de un apresurado diálogo entre nosotros y María Magdalena. María da testimonio de lo que ha visto; y nosotros, creyentes y discípulos, damos también nuestro propio testimonio: "Sabemos que Cristo ha resucitado verdaderamente de entre los muertos". (Es de notar cómo el tema de combate victorioso, tan grato a los padres de la Iglesia, aparece de nuevo en la secuencia.)

El evangelio está tomado de san Juan (20,1-9). Una vez más encontramos a María Magdalena, que llega a la tumba "muy de mañana el primer día de la semana" y descubre que está vacía. De momento queda consternada. Luego corre a comunicarlo a los dos discípulos, los cuales, al oírlo, rivalizan corriendo hacia la tumba para llegar el primero. Llega antes Juan, pero permite a Pedro que pase delante.

"Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó". Este ver y creer constituye el clímax del evangelio. La proclamación del evangelio de pascua tiende a suscitar en cada una de las asambleas litúrgicas la misma respuesta de fe. Esta fe se apoya en el testimonio de los apóstoles y en las Escrituras inspiradas, que revelan el plan de Dios.

La celebración de este día debería hacernos más conscientes del carácter pascual de toda misa. La aclamación a la que estamos tan acostumbrados adquiere nueva profundidad y significado en el tiempo pascual: "Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección; ven, Señor Jesús", es particularmente adecuada para el día de hoy y hace eco al prefacio de pascua: "Muriendo destruyó nuestra muerte y resucitando restauró la vida". En el mismo prefacio se describe a Cristo como "el verdadero Cordero que quitó el pecado del mundo", palabras que anticipan las que dice el sacerdote antes de la comunión: "Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo".

Nuestra participación en el sacrificio y sacramento de la misa nos capacita para vivir más auténtica y efectivamente el misterio que se inició en nosotros con el bautismo. En palabras de J. M. Tillard: "Por su conversión de corazón y su arrepentimiento, (el cristiano) entra en la muerte de Jesús; por la nueva calidad de obras y de vida, entra en su resurrección. Es la ley pascual del misterio cristiano".

Finalmente, hay una nota escatológica que se pone de especial relieve en la liturgia de pascua y que nunca está ausente de cualquier celebración eucarística: cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas (1 Cor 11,26). En la oración que sigue a la consagración (anamnesis) no sólo conmemoramos misterios pasados, sino que también consideramos la venida del Señor en su gloria. La liturgia de este día imprime en nuestras mentes algo que ya sabemos, que la eucaristía es prenda de vida eterna, de nuestra futura resurrección. El sagrado banquete de la eucaristía nos hace pregustar la eterna fiesta pascual: "¡Dichosos los llamados a esta cena!", es decir, "a la fiesta de las bodas del Cordero" (Ap 19,9).

Con esta nota de gozosa expectación, la oración poscomunión resume nuestras esperanzas y peticiones: "Protege, Señor, a tu Iglesia con amor paternal, para que, renovada por los sacramentos pascuales, llegue a la gloria de la resurrección".

La solemne bendición, que puede usarse en el tiempo pascual, dirige también nuestros pensamientos hacia la gloria futura: "Ya que por la redención de Cristo recibisteis el don de la libertad verdadera, por su bondad recibáis también la herencia eterna... Y pues confesando la fe habéis resucitado con Cristo en el bautismo, por vuestras buenas obras merezcáis ser admitidos en la patria del cielo".

Domingo por la tarde

La tarde del domingo de pascua está llena de sugerencias para nosotros. En primer lugar nos recuerda la aparición del Señor a dos discípulos por el camino de Emaús, que nos relata san Lucas (24,13-35). Los dos hombres van caminando abatidos y no reconocen al forastero que se une a ellos en el camino. Van discutiendo acerca de lo que acaba de suceder. Jesús reprende su falta de fe, y luego les explica cómo todo aquello estaba previsto en las Escrituras. Cuando llegan a la posada invitan al forastero a cenar y quedarse con ellos durante la noche. Luego, mientras comían, sus ojos se abrieron y "lo reconocieron al partir el pan".

Si se celebra misa el día de pascua por la tarde, debe leerse el evangelio de Lucas que narra este hecho 6. Es lo más apropiado para esta tarde. Aunque no figure en la liturgia, no deberíamos omitirlo en nuestra lectura bíblica.

"Quédate con nosotros, Señor, que anochece". La Iglesia hace suya esta apremiante invitación. Es una llamada al Señor para que permanezca con su pueblo y proteja a su comunidad. Es un grito que se oye con frecuencia durante la liturgia del tiempo pascual 7.

Con las segundas vísperas del domingo de pascua se cierra el triduo pascual. Esta oración de alabanza, acción de gracias y petición cierra, en ambiente de recogimiento, las celebraciones del día. Con los salmos, el cántico del Apocalipsis y el Magnificat, la Iglesia expresa su acción de gracias por la redención.

La tradición cristiana asocia a los nuevos bautizados con esta acción vespertina. La ceremonia incluía una procesión al baptisterio en donde, la noche precedente, aquellos nuevos cristianos habían recibido las aguas del nuevo nacimiento. Allí cantaban algunos salmos y el Magnifrcat, conmemorando agradecidos el sacramento que habían recibido. Visitaban también la capilla en que habían sido confirmados. Esta especial oración vespertina de pascua tuvo origen en Roma entre los siglos v y vi; de allí se propagó a otras partes de Europa, conservándose acá y allá hasta nuestros días. Atraía de tal manera la devoción popular que solía llamarse el "Oficio glorioso" (Officium gloriosum).

En esta misma tarde, el primer día de la semana, Jesús se apareció también a sus discípulos reunidos en la sala de arriba en Jerusalén. El evangelio que nos relata este hecho es de san Juan (20,19-31). Se lee en la misa del segundo domingo de pascua; pero en el día mismo de resurrección se recuerda este maravilloso acontecimiento dentro de la oración de la tarde. La antífona del Magnificat dice: "Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: `Paz a vosotros'. Aleluya".

Con esta nota de paz termina el domingo de pascua. La celebración termina; sin embargo, continúa, en una atmósfera de quietud y recogimiento, a nivel personal. Junto a la celebración pública y litúrgica está la "fiesta íntima" del corazón.

La paz es el principal don de Cristo a sus discípulos y a nosotros en este día. Por su misterio pascual ha restablecido la paz entre Dios y el hombre. El mismo es nuestra paz, y esta paz produce gozo inmenso. Bien podemos exclamar con los discípulos: "Hemos visto al Señor y estamos alegres".

Vincent Ryan
Cuaresma-Semana Santa
Paulinas.Madrid-1986.Págs. 142ss.

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5. La oración que sigue a la séptima lectura.

6. Este evangelio se lee también el tercer domingo de Pascua en el ciclo A.

7. Por ejemplo, versículo y responsorio para la "hora intermedia" y antífona para el Magnificat de primeras vísperas del domingo de la tercera semana. La oración para el lunes de la cuarta semana durante el año es como sigue: "Quédate con nosotros, Señor Jesús, porque anochece; sé nuestro compañero de camino, levanta nuestros corazones, reanima nuestra débil esperanza; así, nosotros, junto con nuestros hermanos, podremos reconocerte en las escrituras y en la fracción del pan".