«Fueron mujeres...»
JAVIER
GAFO
Una mujer ha escrito lo siguiente: «Jesús se puso radicalmente
del lado de la vida y luchó contra la muerte dondequiera que la
encontró: la muerte de los leprosos, con los que nadie hablaba y a
los que nadie tocaba; la muerte social de los publicanos, que eran
como los obreros extranjeros entre nosotros; y la muerte física de
aquellos que todavía no habían vivido. Pero hay que hacer una
observación sin la que no se puede comprender la actitud de Jesús
hacia la muerte: en efecto, aquellos que como Jesús y sus amigos
luchan contra la muerte violenta que el hombre crea contra el
hombre, contra la muerte social y la muerte física, no han
considerado el morir como lo peor que le puede suceder a uno. Han
temido más a una vida dominada por la muerte que a la muerte
misma. Consideraron peor estar dominados por la muerte causada
por un hombre a otro hombre, en la opresión y en la aniquilación de
toda vida, que el morir».
He comenzado con este texto de una mujer, profesora de teología
en Alemania, Dorothee Solle, porque los cuatro evangelistas dan
un gran relieve a las mujeres en los relatos de la resurrección.
Fueron mujeres las que, muy de mañana, acudieron con aromas al
sepulcro a embalsamar el cuerpo de Jesús. Fueron mujeres las que
oyeron de aquellos dos hombres con vestiduras refulgentes el
anuncio insospechado: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que
vive? No está aquí. Ha resucitado». Fueron mujeres, cuyo
testimonio carecía de valor judicial en el mundo judío, las que irán a
anunciar la gran noticia a los «once y a los demás», aunque estos
-hombres- «lo tomaron por un delirio y no las creyeron» .
Es un espléndido resumen de la vida de Jesús el que nos
presenta D. Solle. Se ha resumido la vida del Maestro en múltiples
afirmaciones que se complementan: Jesús fue «el hombre para los
demás», como decía D. Bonhoffer; Jesús fue el que pasó por la vida
haciendo el bien, el que cumplió la voluntad del Padre, el que
estuvo en la existencia como el que sirve y no como el que es
servido. También podemos decir que Jesús es el que estuvo del
lado de la vida y el que luchó contra la muerte dondequiera que la
encontró: el que combatió contra el dolor físico y contra la muerte; el
que luchó contra esas terribles muertes sociales que los hombres
nos imponemos unos a otros y que, muchas veces, son más duras y
crueles que la misma muerte física.
Podemos decir que la síntesis, entre esta afirmación y las que
antes he citado, está precisamente en lo que añade la misma D.
Solle: un rasgo fundamental de Jesús fue el considerar que era peor
la muerte, que los hombres nos causamos mutuamente, que el
mismo morir: que hay que estar dispuesto a perder la vida para
ganarla.
Y Dios le resucitó: así lo van a proclamar Pedro y los primeros
testigos de la resurrección de Jesús. Dios fue fiel a Jesucristo más
allá de la muerte; Dios fue fiel a aquel que cumplió su misión y se
entregó a los hombres; Dios fue fiel al que antepuso la vida de los
hombres a su propio morir; Dios fue fiel al que estuvo de tal manera
del lado de la vida que fue capaz de entregar su vida para dar vida
a todos los que estaban amenazados por la muerte física o social.
«No está aquí. Ha resucitado»: no se puede buscar entre los
muertos al que vive; no puede estar entre los muertos aquel que ha
sido capaz de entregar su propia vida y ha asumido que era mejor
morir que aceptar pasivamente las muertes que los hombres nos
imponemos unos a otros.
Hoy nos reunimos, veinte siglos más tarde, un grupo de creyentes
porque creemos que es verdad aquel anuncio que recibieron
aquellas mujeres que llevaban aromas al sepulcro. Y seguimos
viviendo en un mundo en que el hombre sigue teniendo miedo a la
muerte y busca todos los medios para protegerse contra ella;
seguimos viviendo en un mundo en el que los hombres nos
imponemos unos a otros distintos tipos de muerte; la muerte de la
soledad y la jubilación de los ancianos, la de aquellos grupos
raciales a los que descalificamos, la de esos enfermos a los que
marginamos; seguimos viviendo en un mundo en el que muchas
veces tenemos la impresión de que se ha instaurado una especie
de cultura de la muerte, que se refleja en nuestra agresividad a flor
de piel en nuestra competitividad en el mundo de la empresa, en el
terrorismo, en la infravaloración de la vida no-nacida...
Y ante estas muertes de nuestro tiempo tenemos que decir, por
una parte, que Cristo «no está aquí»: que no se puede encontrar a
Cristo allí donde los hombres seguimos dominados por todas estas
muertes que nos imponemos los unos a los otros. Allí no está Cristo,
allí no está el espíritu de Cristo; no podemos buscar entre esas
muertes al que vive. Pero, por otra parte, tenemos que decir que él
está allí cuando se lucha por liberar al hombre de todas esas
muertes; que él está allí cuando nos acercamos a aquellos a
quienes nadie habla y toca; que él está allí cuando no aceptamos
las marginaciones y las segregaciones que imponemos a
determinadas personas; que él está allí cuando se lucha para que
puedan vivir aquellos que no han visto aún la luz de la vida... Allí
donde se lucha con denuedo, aun sacrificando la propia vida, allí
está Jesús; allí no se está buscando entre los muertos al que vive;
allí hay vida y está naciendo otra vez la vida resucitada de Jesús.
Y hoy, por encima de todo, en esta vigilia pascual, proclamamos
la fidelidad de Dios. El Dios que fue fiel con Jesús más allá de la
muerte, nos dice, en esta noche santa, que la muerte no es la última
palabra, que merece la pena arriesgar la vida para luchar contra las
muertes injustas, que hay una promesa de esperanza siempre que
se lucha en favor de los hombres. Ojalá nos hable al corazón el
mensaje alegre de esta noche que nos dice que, porque Dios es
fiel, el amor es más fuerte que el odio y la vida es más fuerte que la
muerte.
Los primeros testigos de la resurrección fueron aquellas mujeres
cuyo testimonio de nada valía para el mundo. Fue sin duda su
cariño el que les indujo a embalsamar el cuerpo de Jesús tras el
descanso del sábado... Pero uno piensa que había algo más
cuando se dirigían muy de mañana en aquel "primer día del Señor":
estaban intuyendo -y la intuición es una cualidad femenina- que no
podía ser que el que había entregado radicalmente su vida para
librarnos de nuestras muertes, quedase encerrado en el sepulcro.
Quizá porque nadie como la mujer tiene la vivencia de que hay
dolores desgarradores que acaban dando a luz vida.
Por eso, cuando iban de camino, sin saber quién les iba a correr
la pesada piedra, se estaba ya gestando el alegre anuncio que iban
a recibir: «No está aquí. Ha resucitado». No se puede buscar entre
los muertos al grano de trigo que muere para dar vida; no se puede
buscar entre los muertos al que «se puso radicalmente del lado de
la vida».
DIOS A LA VISTA. Homilías ciclo C. Madris 1994.Pág. 137 ss.)