El
ejercicio del Sábado Santo Carlos Marià Martini, arzobispo de Milán 28/03/2002 |
Reflexionar sobre
hacia donde va el cristianismo es una cuestión difícil y un tema sobre el cual
se ha escrito y discutido mucho en los últimos años, especialmente en el mundo
alemán donde la secularización es muy fuerte. Basta recordar al respecto
algunos títulos de libros: un sociólogo alemán, F.X.Kaufman, se pregunta en
un texto publicado el 2000: ¿Cómo sobrevive el cristianismo?. Y un teólogo
empieza su libro ¿A dónde va /a Iglesia?, publicado en 1996, con un
sabor a apocalipsis -entendido como sabor a catástrofe - que llena nuestro
tiempo; este gusto apocalíptico aparece también en ciertas reflexiones
mostradas sobre una posible y previsible fin de la cristiandad.
Otros libros siguen
la misma línea de interrogantes, siempre en el mundo germánico. Uno, de título
provocador, ¿La Iglesia se acaba? de 1999, escrito por un periodista
austriaco, hoy día responsable de la organización para una reforma de la
Iglesia, que ha recogido un gran número de firmas en Austria y en Alemania.
Pienso en otro teólogo alemán, cuyo libro de 1999 Entre visión y realidad está
dedicado al futuro del cristianismo. Sobre todo querría citar un texto del
libro ¿Iglesia dónde estás?, que empieza partiendo de un proverbio de
los indios de América que dice: ''Si te das cuenta de que estás cabalgando un
caballo muerto, baja enseguida''. Recuerda el proverbio para insinuar que hay
alguien que quiere seguir cabalgándolo porque ya ha invertido sus intereses en
esta cabalgadura. ¿Qué hará éste? se pregunta el escritor, y responde: crear
una comisión que investigue sobre caballos aparentemente muertos y que, sin
embargo, podrían estar vivos; por lo tanto encarga a un grupo de estudiosos que
atiendan el fenómeno de los caballos muertos; forma uno Task-Force con la
tentativa de hacer revivir a los caballos y abre un portal de Internet con la
dirección www.cavalcar.cavallsmorts. Finalmente impone como término políticamente
correcto, no ya ''caballo muerto'' sino ''caballo temporalmente discapacitado'',
con el fin de evitar que en el futuro se hable de caballos muertos. Así el
autor trata de no ver o de negar la crisis del cristianismo en Occidente.
Querría, sin
embargo, citar en efecto otro libro sobre el tema del presbiterato. Un conocido
padre espiritual de un Seminario alemán con ocasión de sus 50 aniversario de
sacerdocio ha declarado: ''Si me preguntan sobre qué problema me ha golpeado más
íntimamente en estos cincuenta años de sacerdocio, respondería: no se trata
para mí personalmente ni del nazismo ni siquiera de la guerra. Lo que más me
ha golpeado y turbado es la rápida y casi total disminución de la fe en los últimos
veinte años. Estamos viviendo la fragmentación y casi el fin de una figura de
Iglesia: intuimos que esta figura de Iglesia está disminuyendo. A los ojos de
la sociedad pluralista aparece ya sólo como un subsistema de esta sociedad, un
fenómeno marginal que sirve para adornar religiosamente algunos grandes
momentos de la vida''. La pregunta sobre el cristianismo recurre también a
otros ámbitos, quizás con aportaciones más positivas. En el ámbito francés,
por ejemplo, menciono al menos un libro rico de sugerencias sobre el futuro, con
el título lmaginar la Iglesia católica escrito por el teólogo benedictino G.
Lafont. En esta línea de investigación sería interesante recordar los
numerosos congresos, seminarios y libros, incluso sobre el futuro del papado, en
el mundo católico, y especialmente en el protestante, a partir de I'encíclica
Ut unum sint de Juan Pablo II, publicada en 1995, dónde el Papa dice que está
deseoso de afrontar el problema de la forma del ejercicio del primado.
No faltan, por lo
tanto, interrogantes sobre el futuro de la Iglesia y del cristianismo. Entre las
razones profundas de este ansioso interrogarse, está especialmente indicado el
opúsculo de nuestro encuentro: ''La fe cristiana en la vieja Europa opulenta y
postindustrial se encuentra en el afán inútil de esconderse. Nada ni nadie
puede garantizar la supervivencia si se confía sólo en la continuación de la
costumbre consagrada por una historia, aunque sea milenaria''. Y la introducción
del opúsculo concluye que puede recurrirse al remedio ''intentando antes de
nada de todo conocer los lugares donde el Espíritu de alguna manera se anuncia,
buscando después seguir lo que EI nos sugiere en la profundidad de la mente y
del corazón''. Y eso que el Espíritu sugiere, o parece sugerirme - a mí o a
nosotros - es lo que aquí se expresa.
Me propongo por
tanto explicar qué quiere decirse con ejercicio del sábado santo, y así después
indicar todo lo que siento, todo lo que me sugiere en la mente y en el corazón,
por el futuro del cristianismo en el tercer milenio. '
El ejercicio del
Sábado santo
El término ''ejercicio'' tiene antecedentes ilustres en la historia de la experiencia cristiana. Basta recordar los '' Ejercicios espirituales'' de san Ignacio de Loyola que aplicaba una categoría ya difundida en su tiempo. Viene a la memoria el libro intitulado Exercitatorium de García de Cisneros, benedictino del siglo XV. Ignacio utilizaba el término ''ejercicio'' para indicar un proceso práctico de reflexión interior de cara a reordenar la propia existencia según la voluntad de Dios. La expresión viene de otro famoso texto, Ejercicio del cristianismo de S: Kirkegaard. Cito algunas palabras suyas: ''Mientras exista un creyente, hace falta que él, para ser tenido como tal, haya sido, y como creyente sea contemporáneo de su (de Jesús) presencia como los primeros contemporáneos. Esta contemporaneidad es la condición de la fe o, más exactamente, es la definición de la fe''.
Señala así la
condición esencial para el futuro del cristianismo, distinguiéndola de
aquellas formas aparentes que no serían en realidad más que ''cabalgar un
caballo muerto''. Siguiendo todavía el mismo texto, Kirkegaard formula una
plegaria: ''Señor Jesucristo, haz que de esta manera podamos ser contemporáneos
tuyos, de forma que podamos verte en tu verdadera figura y en el ambiente dónde
realmente tú caminabas por la tierra, y no en la forma vacía de un recuerdo
vacío e insignificante''. El ejercicio del cristianismo tiene por lo tanto como
presupuesto el ser contemporáneo de Jesús. ( He extraído la cita de un libro
reciente de F.G: Brambílla, intitulado precisamente Ejercicios de cristianismo,
cómo si subrayara que el término conserva una propia actualidad).
En todo caso, por
todo lo que tiene relación con la palabra ''ejercicio'', no la entendemos aquí
como una actividad externa - pastoral o organizativa o evangelizadora - cómo
podría ser la de los predicadores televisivos americanos o de sus imitadores.
La entendemos más bien como la recuperación de actitudes interiores que
permiten resistir bien de frente a un, al menos aparente, crecer del secularismo
y a una progresiva marginación de la fe. Viene a la memoria Ia exhortación de
Jesús: ''Velad y orad en todo momento, para que tengáis la fuerza de huir de
todo lo que tiene que suceder y comparecer ante el Hijo de hombre'' (Lc 21,36).
Con la expresión el
''Sábado santo'' me refiero, claro está, a aquel tiempo que transcurre entre
la muerte en la cruz de Jesús y su resurrección, caracterizado por el miedo y
la desorientación de los discípulos, por el silencio de Dios y la fe de Maria.
La idea parte del don precioso del sábado del pueblo de lsrael, que hace
comprender algo la santidad del tiempo, rodeado de la bendición de Dios. Don
que nos permite, por lo tanto, dar una mirada confiada sobre los acontecimientos
de la historia, ya que el sábado nos recuerda la fidelidad del Dios de la
alianza. Para nosotros cristianos, sin embargo, en el centro de la historia y en
el corazón de nuestra fe, hay otro sábado. Es el sábado santo, en medio del
triduo pascual de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Un sábado que
tiene dos vertientes: la primera es la del llanto, de la desorientación de los
primeros discípulos que tienen en los ojos las imágenes dolorosas del aparente
fracaso de Jesús y la de sus sueños mesiánicos; la segunda es la de María,
Virgen fiel, que vive su sábado santo en las lágrimas pero también en la
fuerza de la fe, sosteniendo la frágil esperanza de los discípulos. Indicar en
este sentido la tesis que tanto los discípulos como María, aunque de maneras
diversas, nos ayudan a leer nuestro traspaso de época y las nieblas del futuro,
respondiendo con verdad, esperanza y amor a la pregunta que llevamos dentro: ¿a
dónde va el cristianismo?. ¿A dónde va la Iglesia que amamos? De hecho
nuestra época tiene analogías, sobre todo con la desorientación propia de los
discípulos el sábado santo. La memoria del pasado, en particular de la
historiar del cristianismo, en Europa se ha debilitado, y muchos no saben
integrarla en su existencia... La experiencia del presente tiende a ser
fraccionaria y prevalece la sensación de soledad, que se encuentra en la crisis
de las familias, en la fragilidad de las asociaciones, hasta en las políticas.
Estamos dentro de un movimiento de globalización, que hace surgir nuevos
temores y reacciones a menudo violentas. Por lo tanto, todo lo que sea eco desde
hace dos mil años sobre el anuncio del Resucitado se mezcla, incluso en no
pocos cristianos, con la amargura y el miedo que sienten los dos discípulos en
el camino hacia Emaús: tenían en la mente y en la boca las noticias
relacionadas con Jesús Resucitado, sin embargo no llegaban a tomárselas
seriamente y a sacar las consecuencias para su vida. En el clima de desorientación
y de inseguridad contrasta la actitud que la fe y la piedad cristiana se leen en
María. Ella vive este momento en la fe y en la esperanza; ella tiene en el
corazón la luz y la fuerza interior que le dan la certeza del Hijo y de su próxima
manifestación.
Concluyendo con el
sentido del ejercicio del sábado santo el que se esfuerza por leer, a través
de las nieblas y las oscuridades de la historia, el hijo luminoso de la
esperanza, promoviendo aquellas actitudes positivas que provienen de la fe y que
caracterizan el camino de la Iglesia en el tercer milenio como el camino de una
palabra valerosa y eficaz que realiza su proceso según la enseñanza de Pablo:
''que la palabra del Señor se difunda y sea glorificada'' (2 Ts. 3, 1 ).
Las preciosas
indicaciones en la Novo millennio ineunte
Tras haber intentado
aclarar lo que significa ejercicio del sábado santo, determinamos ahora cuáles
son en este momento las indicaciones del Espíritu, lo que el Espíritu nos
sugiere en la profundidad de la mente y del corazón. En la última carta apostólica
de Juan Pablo II, que tiene por título ' Novo millenio ineunte (NMI) se
encuentran una serie de indicaciones extraordinariamente ricas sobre todo lo que
el Espíritu quiere decirnos en relación a nuestro futuro. El Papa, proyectando
los caminos de la Iglesia hacia el siglo XXI, cumple una obra que a la vez es de
exhortación y de profecía. En la dificultad y en el silencio de este sábado
santo, dicha Carta lanza un rayo de luz sobre el milenio iniciado y subraya las
condiciones y las actitudes interiores para vivir con la esperanza de María el
traspaso de época.
Reanudamos este
texto profético del Papa para destacar algunos elementos importantes a propósito
de nuestro tema.
La NMI presenta en primer lugar un icono alentador, que trataremos de describir;
en segundo lugar nos enseña a leer positivamente el pasado; finalmente pone una
lista de prioridades que definen las grandes actitudes a las que somos llamados
a cultivar en este tiempo para mirar el futuro con esperanza.
El icono es la
palabra evangélica de Jesús ''rema mar adentro'' - duc in altum - (Lc 5,4).
Escribe Juan Pablo II: ''En el inicio del nuevo milenio resuenan en nuestro
corazón las palabras con las que un día Jesús, después de haber hablado a la
multitud desde la barca de Simón, invitó al apóstol a ''ir lago adentro para
pescar: ¡Duc in altum! Pedro y los primeros compañeros confiaron en la palabra
de Cristo y calaron las redes. Y habiéndolo hecho, recogieron una cantidad
enorme de peces''. ¡Duc in altum! Esta palabra resuena también hoy para
nosotros y nos invita a recordar con gratitud el pasado, a vivir con pasión el
presente, y a abrirnos con confianza al futuro''. El mismo icono con el que
empieza la carta, la acaba. Más todavía, el pequeño lago de Tiberiades
recordado en el icono, se convierte en efecto en el océano: ''¡Caminemos con
esperanza! Un nuevo milenio se abre frente a la Iglesia como un océano inmenso
en el cual hay que aventurarse, contando con la ayuda de Cristo. El Hijo de Dios
que se encarnó hace 2.000 años por amor al hombre cumple hoy su obra. Tenemos
que tener ojos penetrantes para verla y, sobre todo, un corazón grande para ser
nosotros mismos instrumentos'' (n.58).
El mismo icono
reaparece en un punto determinante del texto, al final del capítulo: ''Ahora
tenemos que mirar adelante, hemos de ''ir lago adentro'', confiando en la
palabra de Cristo: ''Duc in altum'' (n.15). El sentido está claro. El Papa nos
invita a mirar con coraje el futuro como si estuviéramos solo -como alguien ha
dicho - en el comienzo del cristianismo; e! ''más'', todavía tiene que venir.
Partiendo del texto
de Lucas, Juan Pablo II hace una relectura positiva del pasado próximo, del
tiempo del Jubileo. En efecto, en el Jubileo ha sido afirmado que la Iglesia,
mirando el pasado, tiene que pedir perdón por las culpas de sus hijos, y la
gran plegaria penitencial del Papa, el comienzo de la Cuaresma 2000, es un punto
de no retorno. Porque la Iglesia no tiene miedo de mirar su pasado, ella está
dispuesta a leer su historia reconociendo los grandes dones de Dios. En la NMI
esta relectura se refiere sobre todo al Jubileo, pero se recomienda una actitud
más general: la de mirar el futuro empezando por la acción de gracias por todo
lo que hemos vivido y que la Iglesia ha experimentado en dos mil años de
camino.
Sobre esta base el Papa dibuja en el tercer capítulo algunas coordenadas para el nuevo milenio, deducidas no de un programa abstracto, sino de la contemplación del rostro de Jesús profundizada en el segundo capítulo de la carta. En efecto, esta contemplación suscita la pregunta sobre lo que debe hacerse y sobre las prioridades. Escribe Juan Pablo II: ''Es en el convencimiento de la presencia entre nosotros del Resucitado donde nos planteamos la pregunta dirigida a Pedro después del discurso de Pentecostés; ''¿Qué tenemos que hacer?'' (Hechos, 2, 37). Nos interrogamos con confiado optimismo, aunque sin menospreciar los problemas. No nos convence ciertamente la perspectiva ingenua de que, frente a los grandes retos de nuestro tiempo, nos salvará una fórmula mágica. No, no nos salvará una fórmula, sino una Persona, y la certeza que ella nos infunde: '' Yo estoy con vosotros''. Tomo aquí una especie de dialéctica con la afirmación también incisiva de Kirkegaard: ''hacerse contemporáneos de Jesús''. El Papa no insiste en el hacerse contemporáneos de Jesús, pero sí que insiste en que EI es contemporáneo nuestro, porque asegura ''yo estoy con vosotros''. Y sigue: ''No se trata, pues, de inventar un 'nuevo programa'.
El programa ya
existe: es el de siempre, recogido por el Evangelio y la tradición viva. Se
centra, en definitiva, en Cristo mismo, a quien hace falta conocer, amar e
imitar, para vivir en Él la vida trinitaria, y transformar con Él la historia
hasta su cumplimiento en la Jerusalén celestial (...) Este programa de siempre
es el nuestro para el tercer milenio'' (n.29).
Juan Pablo II extrae después de la contemplación del rostro de Jesús una
serie de prioridades que propone a la Iglesia para el milenio que empieza; son
las prioridades de siempre y sin embargo adquieren en esta propuesta una fuerza
y un encanto nuevo. Anuncio tres:
La santidad
La primera es
designada por el Papa con el término fuerte de santidad: ''En primer lugar, no
dudo en decir que la perspectiva en la que tiene que situarse todo el camino
pastoral es la de la santidad''(n.30). Término que usa de forma muy exigente:
''Poner la programación pastoral bajo el signo de la santidad es una opción
llena de consecuencias. Significa expresar la convicción de que, si el bautismo
es una verdadera entrada en la santidad de Dios sería un contrasentido
contentarse con una vida mediocre, vivida según una ética minimalista y una
religiosidad superficial. Preguntar a uno catecúmeno: ''¿quieres recibir el
bautismo?'' significa al mismo tiempo preguntarle: ''¿quieres ser santo?''.
Significa poner en su camino el radicalismo del Sermón de la Montaña: ''Sed
perfectos como lo es vuestro Padre celestial (Mt 5, 48). Es un tema muy
subrayado, y más adelante el Papa se expresa así: ''Es el momento de proponer
de nuevo a todo el mundo con convicción este alto grado de la vida cristiana
ordinaria'' (n.31). Hasta ahora yo tenía alguna reticencia a usar en el
discurso público el término ''santidad''; temía que fuera malentendido, que
la gente pensara en una santidad de altar y se sintiera indigna. Empecé a
recriminarme yo mismo cuando hacía una catequesis en la basílica de San Juan
de Letrán, con ocasión de las Jornadas mundiales de la Juventud. La basílica
estaba llena hasta los topes y el tema querido por el Papa era en efecto el de
la santidad. Me di cuenta de que la atención se iba haciendo más intensa, y
después de mi catequesis, hubo una serie de intervenciones, Aquellos jóvenes
habían comprendido perfectamente la belleza del ideal de la santidad. Desde
entonces he tenido menos miedo de hablar y a veces, dirigiéndome a los jóvenes,
llego a decir: es más fácil ser santos que ser mediocres; ser santos pide más
compromiso pero llena de gozo y de tensión moral y espiritual.
La plegaria
A partir de la
exigencia de la santidad, viene indicada una segunda prioridad o línea programática
para el nuevo milenio: la plegaria. ''Para esta pedagogía de la santidad hace
falta un cristianismo que se distinga sobre todo en el arte de la plegaria''
(n.32). El Papa lee aquí un signo de los tiempos: hoy se detecta en el mundo,
''a pesar de los grandes procesos de secularización, una difusa exigencia de
espiritualidad, que en gran parte se expresa precisamente en una renovada
necesidad de rogar. También las otras religiones, hoy en día sobradamente
presente en los territorios de antigua cristianización, ofrecen las propias
respuestas a esta necesidad y lo hacen a veces con formas atractivas (...).
Nosotros que tenemos la gracia de creer en Cristo, revelador de Padre y Salvador
del mundo, tenemos el deber de mostrar a qué grado de interioridad puede
llevarnos la relación con él''. Se remite, en efecto, a toda la tradición mística
de la Iglesia, tanto en Oriente como en Occidente, que ''enseña como la
plegaria puede avanzar como un verdadero y propio diálogo de amor, hasta hacer
a la persona humana totalmente poseída por el Amado divino, vibrando en el
toque del Espíritu, filialmente abandonada en el corazón de Padre. ¿Cómo
olvidar entre tantos testimonios luminosos la doctrina de San Juan de la Cruz y
de Santa Teresa de Ávila?. Nuestras comunidades cristianas tienen que llegar a
ser autenticas escuelas de plegaria, donde el encuentro con Cristo no se exprese
solamente en petición de ayuda (la plegaria de petición) sino también en acción
de gracias, adoración, contemplación, escucha, ardor de afectos, hasta uno
verdadero ''arrebato'' del corazón. Una plegaria intensa, que sin embargo no
aparta del compromiso a la historia: abriendo el corazón al amor de Dios, lo
abre también al amor de los hermanos, y hace capaces de construir la historia
según el plan de Dios'' (n.33).
Yo soy
particularmente sensible a estas palabras recordando lo que desde hace tantos años
he recomendado, desde mi primera carta pastoral La dimensión contemplativa
de la vida y en las Escuelas de plegaria iniciadas en 1980 y después
convertidas en Escuelas de la Palabra, es decir, escuelas para enseñar a rogar
partiendo de la palabra de Dios. Y el Papa insiste que en toda la Iglesia la
educación a la plegaria constituya un punto calificador de toda programación
pastoral: él mismo está dedicando la catequesis de este tiempo a la reflexión
sobre los Salmos, que forman parte de la plegaria de la Iglesia.
La escucha de la
Palabra
Después de haber
subrayado las dos líneas programáticas, Juan Pablo II indica su raíz, la
posición nuclear: es la escucha de la Palabra. No hay duda de que la primacía
de la santidad y de la plegaria sólo pueden entenderse a partir de una renovada
escucha de la palabra de Dios. Ciertamente, dice el Papa, que desde que el
Vaticano subraya el papel preeminente de la Palabra de Dios en la vida de la
Iglesia, se ha avanzado mucho. Pero hay que consolidar y profundizar esta línea.
En particular hace falta que la escucha de la Palabra se convierta en un
encuentro vital, en la antigua y siempre valida tradición de la lectio
divina, que permite encontrar en el texto bíblico la palabra viva que
interpela, orienta y modela, la existencia'' (n.39). ¡Palabras de oro!
Muchas veces he
repetido que la sustancia, el corazón de todo nuestro programa pastoral, nace
de la lectio divina, es decir, de la capacidad de orar a partir de una
pagina de la Escritura. Me parece muy bonito que el Papa haya querido subrayarlo
como uno de los temas fundamentales de la Iglesia del futuro. Al respecto he
tenido una intervención en el Consistorio extraordinario de los Cardenales,
proponiendo prever también, dentro de lo que sea posible, un Sínodo universal
sobre el tema de la Palabra de Dios.
El anuncio de la
Palabra está obviamente ligado a la nueva evangelización y el Papa,
efectivamente, escribe: ''alimentarnos de la Palabra para ser servidores de la
Palabra, en el compromiso de la evangelización: ésta es indudablemente una
prioridad para la Iglesia en el comienzo del nuevo milenio. Ya ha pasado,
incluso en los pueblos de antigua evangelización, la situación de una sociedad
cristiana, la cual, incluso con las múltiples debilidades humanas, se basaba
explícitamente en los valores evangélicos. Hoy, tiene que afrontarse con
valentía una situación que cada vez es más variada y, comprometida, en el
contexto de la globalización y de la nueva y cambiante mezcla de pueblos y
culturas que lo caracteriza. Y más adelante añade: ''Quien ha encontrado
verdaderamente Cristo no puede retenerlo para sí mismo, tiene que anunciarlo .
Hace falta un nuevo impulso apostólico que sea vivido como un compromiso
cotidiano de las comunidades y de los grupos cristianos. Con todo, eso se hará
con el respeto debido al camino siempre diverso de cada persona y atendiendo las
diversas culturas donde el mensaje cristiano tiene que ser introducido, de
manera que los específicos valores de cada pueblo no sean anegados, sino
purificados y llevados a su plenitud'' (n.40).
De todas estas
prioridades tiene que surgir por tanto uno programa real, confiado y valeroso de
la Iglesia católica en el tercer milenio. No se trata de menospreciar las
dificultades, al contrario, sino de darse cuenta de la fuerza de las propias raíces
y del dinamismo de la presencia del Cristo resucitado y de su Espíritu en medio
de nosotros.
Conclusión
Me parece poder
concluir que el ejercicio del sábado santo comporta como primera providencia un
sufrido realismo sobre la situación difícil para la fe y el cristianismo hoy,
pero después se abre a la esperanza cierta propuesta por la Iglesia para un
futuro camino. El ejercicio del sábado santo desemboca en aquel ejercicio del
cristianismo que Kirkegaard identificaba con la percepción de la
contemporaneidad de Cristo y el Papa expresa en la NMI como la conciencia de la
presencia del Resucitado entre nosotros.
Con esta convicción el cristiano mira al nuevo milenio.