Reflexionar sobre hacia donde va el cristianismo es una cuestión difícil y un tema sobre el cual se ha escrito y discutido mucho en los últimos años, especialmente en el mundo alemán donde la secularización es muy fuerte. Basta recordar al respecto algunos títulos de libros: un sociólogo alemán, F.X.Kaufman, se pregunta en un texto publicado el 2000: ¿Cómo sobrevive el cristianismo?. Y un teólogo empieza su libro ¿A dónde va /a Iglesia?, publicado en 1996, con un sabor a apocalipsis -entendido como sabor a catástrofe - que llena nuestro tiempo; este gusto apocalíptico aparece también en ciertas reflexiones mostradas sobre una posible y previsible fin de la cristiandad.

Otros libros siguen la misma línea de interrogantes, siempre en el mundo germánico. Uno, de título provocador, ¿La Iglesia se acaba? de 1999, escrito por un periodista austriaco, hoy día responsable de la organización para una reforma de la Iglesia, que ha recogido un gran número de firmas en Austria y en Alemania. Pienso en otro teólogo alemán, cuyo libro de 1999 Entre visión y realidad está dedicado al futuro del cristianismo. Sobre todo querría citar un texto del libro ¿Iglesia dónde estás?, que empieza partiendo de un proverbio de los indios de América que dice: ''Si te das cuenta de que estás cabalgando un caballo muerto, baja enseguida''. Recuerda el proverbio para insinuar que hay alguien que quiere seguir cabalgándolo porque ya ha invertido sus intereses en esta cabalgadura. ¿Qué hará éste? se pregunta el escritor, y responde: crear una comisión que investigue sobre caballos aparentemente muertos y que, sin embargo, podrían estar vivos; por lo tanto encarga a un grupo de estudiosos que atiendan el fenómeno de los caballos muertos; forma uno Task-Force con la tentativa de hacer revivir a los caballos y abre un portal de Internet con la dirección www.cavalcar.cavallsmorts. Finalmente impone como término políticamente correcto, no ya ''caballo muerto'' sino ''caballo temporalmente discapacitado'', con el fin de evitar que en el futuro se hable de caballos muertos. Así el autor trata de no ver o de negar la crisis del cristianismo en Occidente.

Querría, sin embargo, citar en efecto otro libro sobre el tema del presbiterato. Un conocido padre espiritual de un Seminario alemán con ocasión de sus 50 aniversario de sacerdocio ha declarado: ''Si me preguntan sobre qué problema me ha golpeado más íntimamente en estos cincuenta años de sacerdocio, respondería: no se trata para mí personalmente ni del nazismo ni siquiera de la guerra. Lo que más me ha golpeado y turbado es la rápida y casi total disminución de la fe en los últimos veinte años. Estamos viviendo la fragmentación y casi el fin de una figura de Iglesia: intuimos que esta figura de Iglesia está disminuyendo. A los ojos de la sociedad pluralista aparece ya sólo como un subsistema de esta sociedad, un fenómeno marginal que sirve para adornar religiosamente algunos grandes momentos de la vida''. La pregunta sobre el cristianismo recurre también a otros ámbitos, quizás con aportaciones más positivas. En el ámbito francés, por ejemplo, menciono al menos un libro rico de sugerencias sobre el futuro, con el título lmaginar la Iglesia católica escrito por el teólogo benedictino G. Lafont. En esta línea de investigación sería interesante recordar los numerosos congresos, seminarios y libros, incluso sobre el futuro del papado, en el mundo católico, y especialmente en el protestante, a partir de I'encíclica Ut unum sint de Juan Pablo II, publicada en 1995, dónde el Papa dice que está deseoso de afrontar el problema de la forma del ejercicio del primado.

No faltan, por lo tanto, interrogantes sobre el futuro de la Iglesia y del cristianismo. Entre las razones profundas de este ansioso interrogarse, está especialmente indicado el opúsculo de nuestro encuentro: ''La fe cristiana en la vieja Europa opulenta y postindustrial se encuentra en el afán inútil de esconderse. Nada ni nadie puede garantizar la supervivencia si se confía sólo en la continuación de la costumbre consagrada por una historia, aunque sea milenaria''. Y la introducción del opúsculo concluye que puede recurrirse al remedio ''intentando antes de nada de todo conocer los lugares donde el Espíritu de alguna manera se anuncia, buscando después seguir lo que EI nos sugiere en la profundidad de la mente y del corazón''. Y eso que el Espíritu sugiere, o parece sugerirme - a mí o a nosotros - es lo que aquí se expresa.

Me propongo por tanto explicar qué quiere decirse con ejercicio del sábado santo, y así después indicar todo lo que siento, todo lo que me sugiere en la mente y en el corazón, por el futuro del cristianismo en el tercer milenio. '

El ejercicio del Sábado santo

El término ''ejercicio'' tiene antecedentes ilustres en la historia de la experiencia cristiana. Basta recordar los '' Ejercicios espirituales'' de san Ignacio de Loyola que aplicaba una categoría ya difundida en su tiempo. Viene a la memoria el libro intitulado Exercitatorium de García de Cisneros, benedictino del siglo XV. Ignacio utilizaba el término ''ejercicio'' para indicar un proceso práctico de reflexión interior de cara a reordenar la propia existencia según la voluntad de Dios. La expresión viene de otro famoso texto, Ejercicio del cristianismo de S: Kirkegaard. Cito algunas palabras suyas: ''Mientras exista un creyente, hace falta que él, para ser tenido como tal, haya sido, y como creyente sea contemporáneo de su (de Jesús) presencia como los primeros contemporáneos. Esta contemporaneidad es la condición de la fe o, más exactamente, es la definición de la fe''.

Señala así la condición esencial para el futuro del cristianismo, distinguiéndola de aquellas formas aparentes que no serían en realidad más que ''cabalgar un caballo muerto''. Siguiendo todavía el mismo texto, Kirkegaard formula una plegaria: ''Señor Jesucristo, haz que de esta manera podamos ser contemporáneos tuyos, de forma que podamos verte en tu verdadera figura y en el ambiente dónde realmente tú caminabas por la tierra, y no en la forma vacía de un recuerdo vacío e insignificante''. El ejercicio del cristianismo tiene por lo tanto como presupuesto el ser contemporáneo de Jesús. ( He extraído la cita de un libro reciente de F.G: Brambílla, intitulado precisamente Ejercicios de cristianismo, cómo si subrayara que el término conserva una propia actualidad).

En todo caso, por todo lo que tiene relación con la palabra ''ejercicio'', no la entendemos aquí como una actividad externa - pastoral o organizativa o evangelizadora - cómo podría ser la de los predicadores televisivos americanos o de sus imitadores. La entendemos más bien como la recuperación de actitudes interiores que permiten resistir bien de frente a un, al menos aparente, crecer del secularismo y a una progresiva marginación de la fe. Viene a la memoria Ia exhortación de Jesús: ''Velad y orad en todo momento, para que tengáis la fuerza de huir de todo lo que tiene que suceder y comparecer ante el Hijo de hombre'' (Lc 21,36).

Con la expresión el ''Sábado santo'' me refiero, claro está, a aquel tiempo que transcurre entre la muerte en la cruz de Jesús y su resurrección, caracterizado por el miedo y la desorientación de los discípulos, por el silencio de Dios y la fe de Maria. La idea parte del don precioso del sábado del pueblo de lsrael, que hace comprender algo la santidad del tiempo, rodeado de la bendición de Dios. Don que nos permite, por lo tanto, dar una mirada confiada sobre los acontecimientos de la historia, ya que el sábado nos recuerda la fidelidad del Dios de la alianza. Para nosotros cristianos, sin embargo, en el centro de la historia y en el corazón de nuestra fe, hay otro sábado. Es el sábado santo, en medio del triduo pascual de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Un sábado que tiene dos vertientes: la primera es la del llanto, de la desorientación de los primeros discípulos que tienen en los ojos las imágenes dolorosas del aparente fracaso de Jesús y la de sus sueños mesiánicos; la segunda es la de María, Virgen fiel, que vive su sábado santo en las lágrimas pero también en la fuerza de la fe, sosteniendo la frágil esperanza de los discípulos. Indicar en este sentido la tesis que tanto los discípulos como María, aunque de maneras diversas, nos ayudan a leer nuestro traspaso de época y las nieblas del futuro, respondiendo con verdad, esperanza y amor a la pregunta que llevamos dentro: ¿a dónde va el cristianismo?. ¿A dónde va la Iglesia que amamos? De hecho nuestra época tiene analogías, sobre todo con la desorientación propia de los discípulos el sábado santo. La memoria del pasado, en particular de la historiar del cristianismo, en Europa se ha debilitado, y muchos no saben integrarla en su existencia... La experiencia del presente tiende a ser fraccionaria y prevalece la sensación de soledad, que se encuentra en la crisis de las familias, en la fragilidad de las asociaciones, hasta en las políticas. Estamos dentro de un movimiento de globalización, que hace surgir nuevos temores y reacciones a menudo violentas. Por lo tanto, todo lo que sea eco desde hace dos mil años sobre el anuncio del Resucitado se mezcla, incluso en no pocos cristianos, con la amargura y el miedo que sienten los dos discípulos en el camino hacia Emaús: tenían en la mente y en la boca las noticias relacionadas con Jesús Resucitado, sin embargo no llegaban a tomárselas seriamente y a sacar las consecuencias para su vida. En el clima de desorientación y de inseguridad contrasta la actitud que la fe y la piedad cristiana se leen en María. Ella vive este momento en la fe y en la esperanza; ella tiene en el corazón la luz y la fuerza interior que le dan la certeza del Hijo y de su próxima manifestación.

Concluyendo con el sentido del ejercicio del sábado santo el que se esfuerza por leer, a través de las nieblas y las oscuridades de la historia, el hijo luminoso de la esperanza, promoviendo aquellas actitudes positivas que provienen de la fe y que caracterizan el camino de la Iglesia en el tercer milenio como el camino de una palabra valerosa y eficaz que realiza su proceso según la enseñanza de Pablo: ''que la palabra del Señor se difunda y sea glorificada'' (2 Ts. 3, 1 ).

Las preciosas indicaciones en la Novo millennio ineunte

Tras haber intentado aclarar lo que significa ejercicio del sábado santo, determinamos ahora cuáles son en este momento las indicaciones del Espíritu, lo que el Espíritu nos sugiere en la profundidad de la mente y del corazón. En la última carta apostólica de Juan Pablo II, que tiene por título ' Novo millenio ineunte (NMI) se encuentran una serie de indicaciones extraordinariamente ricas sobre todo lo que el Espíritu quiere decirnos en relación a nuestro futuro. El Papa, proyectando los caminos de la Iglesia hacia el siglo XXI, cumple una obra que a la vez es de exhortación y de profecía. En la dificultad y en el silencio de este sábado santo, dicha Carta lanza un rayo de luz sobre el milenio iniciado y subraya las condiciones y las actitudes interiores para vivir con la esperanza de María el traspaso de época.

Reanudamos este texto profético del Papa para destacar algunos elementos importantes a propósito de nuestro tema.
La NMI presenta en primer lugar un icono alentador, que trataremos de describir; en segundo lugar nos enseña a leer positivamente el pasado; finalmente pone una lista de prioridades que definen las grandes actitudes a las que somos llamados a cultivar en este tiempo para mirar el futuro con esperanza.

El icono es la palabra evangélica de Jesús ''rema mar adentro'' - duc in altum - (Lc 5,4). Escribe Juan Pablo II: ''En el inicio del nuevo milenio resuenan en nuestro corazón las palabras con las que un día Jesús, después de haber hablado a la multitud desde la barca de Simón, invitó al apóstol a ''ir lago adentro para pescar: ¡Duc in altum! Pedro y los primeros compañeros confiaron en la palabra de Cristo y calaron las redes. Y habiéndolo hecho, recogieron una cantidad enorme de peces''. ¡Duc in altum! Esta palabra resuena también hoy para nosotros y nos invita a recordar con gratitud el pasado, a vivir con pasión el presente, y a abrirnos con confianza al futuro''. El mismo icono con el que empieza la carta, la acaba. Más todavía, el pequeño lago de Tiberiades recordado en el icono, se convierte en efecto en el océano: ''¡Caminemos con esperanza! Un nuevo milenio se abre frente a la Iglesia como un océano inmenso en el cual hay que aventurarse, contando con la ayuda de Cristo. El Hijo de Dios que se encarnó hace 2.000 años por amor al hombre cumple hoy su obra. Tenemos que tener ojos penetrantes para verla y, sobre todo, un corazón grande para ser nosotros mismos instrumentos'' (n.58).

El mismo icono reaparece en un punto determinante del texto, al final del capítulo: ''Ahora tenemos que mirar adelante, hemos de ''ir lago adentro'', confiando en la palabra de Cristo: ''Duc in altum'' (n.15). El sentido está claro. El Papa nos invita a mirar con coraje el futuro como si estuviéramos solo -como alguien ha dicho - en el comienzo del cristianismo; e! ''más'', todavía tiene que venir.

Partiendo del texto de Lucas, Juan Pablo II hace una relectura positiva del pasado próximo, del tiempo del Jubileo. En efecto, en el Jubileo ha sido afirmado que la Iglesia, mirando el pasado, tiene que pedir perdón por las culpas de sus hijos, y la gran plegaria penitencial del Papa, el comienzo de la Cuaresma 2000, es un punto de no retorno. Porque la Iglesia no tiene miedo de mirar su pasado, ella está dispuesta a leer su historia reconociendo los grandes dones de Dios. En la NMI esta relectura se refiere sobre todo al Jubileo, pero se recomienda una actitud más general: la de mirar el futuro empezando por la acción de gracias por todo lo que hemos vivido y que la Iglesia ha experimentado en dos mil años de camino.

Sobre esta base el Papa dibuja en el tercer capítulo algunas coordenadas para el nuevo milenio, deducidas no de un programa abstracto, sino de la contemplación del rostro de Jesús profundizada en el segundo capítulo de la carta. En efecto, esta contemplación suscita la pregunta sobre lo que debe hacerse y sobre las prioridades. Escribe Juan Pablo II: ''Es en el convencimiento de la presencia entre nosotros del Resucitado donde nos planteamos la pregunta dirigida a Pedro después del discurso de Pentecostés; ''¿Qué tenemos que hacer?'' (Hechos, 2, 37). Nos interrogamos con confiado optimismo, aunque sin menospreciar los problemas. No nos convence ciertamente la perspectiva ingenua de que, frente a los grandes retos de nuestro tiempo, nos salvará una fórmula mágica. No, no nos salvará una fórmula, sino una Persona, y la certeza que ella nos infunde: '' Yo estoy con vosotros''. Tomo aquí una especie de dialéctica con la afirmación también incisiva de Kirkegaard: ''hacerse contemporáneos de Jesús''. El Papa no insiste en el hacerse contemporáneos de Jesús, pero sí que insiste en que EI es contemporáneo nuestro, porque asegura ''yo estoy con vosotros''. Y sigue: ''No se trata, pues, de inventar un 'nuevo programa'.

El programa ya existe: es el de siempre, recogido por el Evangelio y la tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, a quien hace falta conocer, amar e imitar, para vivir en Él la vida trinitaria, y transformar con Él la historia hasta su cumplimiento en la Jerusalén celestial (...) Este programa de siempre es el nuestro para el tercer milenio'' (n.29).
Juan Pablo II extrae después de la contemplación del rostro de Jesús una serie de prioridades que propone a la Iglesia para el milenio que empieza; son las prioridades de siempre y sin embargo adquieren en esta propuesta una fuerza y un encanto nuevo. Anuncio tres:

La santidad

La primera es designada por el Papa con el término fuerte de santidad: ''En primer lugar, no dudo en decir que la perspectiva en la que tiene que situarse todo el camino pastoral es la de la santidad''(n.30). Término que usa de forma muy exigente: ''Poner la programación pastoral bajo el signo de la santidad es una opción llena de consecuencias. Significa expresar la convicción de que, si el bautismo es una verdadera entrada en la santidad de Dios sería un contrasentido contentarse con una vida mediocre, vivida según una ética minimalista y una religiosidad superficial. Preguntar a uno catecúmeno: ''¿quieres recibir el bautismo?'' significa al mismo tiempo preguntarle: ''¿quieres ser santo?''. Significa poner en su camino el radicalismo del Sermón de la Montaña: ''Sed perfectos como lo es vuestro Padre celestial (Mt 5, 48). Es un tema muy subrayado, y más adelante el Papa se expresa así: ''Es el momento de proponer de nuevo a todo el mundo con convicción este alto grado de la vida cristiana ordinaria'' (n.31). Hasta ahora yo tenía alguna reticencia a usar en el discurso público el término ''santidad''; temía que fuera malentendido, que la gente pensara en una santidad de altar y se sintiera indigna. Empecé a recriminarme yo mismo cuando hacía una catequesis en la basílica de San Juan de Letrán, con ocasión de las Jornadas mundiales de la Juventud. La basílica estaba llena hasta los topes y el tema querido por el Papa era en efecto el de la santidad. Me di cuenta de que la atención se iba haciendo más intensa, y después de mi catequesis, hubo una serie de intervenciones, Aquellos jóvenes habían comprendido perfectamente la belleza del ideal de la santidad. Desde entonces he tenido menos miedo de hablar y a veces, dirigiéndome a los jóvenes, llego a decir: es más fácil ser santos que ser mediocres; ser santos pide más compromiso pero llena de gozo y de tensión moral y espiritual.

La plegaria

A partir de la exigencia de la santidad, viene indicada una segunda prioridad o línea programática para el nuevo milenio: la plegaria. ''Para esta pedagogía de la santidad hace falta un cristianismo que se distinga sobre todo en el arte de la plegaria'' (n.32). El Papa lee aquí un signo de los tiempos: hoy se detecta en el mundo, ''a pesar de los grandes procesos de secularización, una difusa exigencia de espiritualidad, que en gran parte se expresa precisamente en una renovada necesidad de rogar. También las otras religiones, hoy en día sobradamente presente en los territorios de antigua cristianización, ofrecen las propias respuestas a esta necesidad y lo hacen a veces con formas atractivas (...). Nosotros que tenemos la gracia de creer en Cristo, revelador de Padre y Salvador del mundo, tenemos el deber de mostrar a qué grado de interioridad puede llevarnos la relación con él''. Se remite, en efecto, a toda la tradición mística de la Iglesia, tanto en Oriente como en Occidente, que ''enseña como la plegaria puede avanzar como un verdadero y propio diálogo de amor, hasta hacer a la persona humana totalmente poseída por el Amado divino, vibrando en el toque del Espíritu, filialmente abandonada en el corazón de Padre. ¿Cómo olvidar entre tantos testimonios luminosos la doctrina de San Juan de la Cruz y de Santa Teresa de Ávila?. Nuestras comunidades cristianas tienen que llegar a ser autenticas escuelas de plegaria, donde el encuentro con Cristo no se exprese solamente en petición de ayuda (la plegaria de petición) sino también en acción de gracias, adoración, contemplación, escucha, ardor de afectos, hasta uno verdadero ''arrebato'' del corazón. Una plegaria intensa, que sin embargo no aparta del compromiso a la historia: abriendo el corazón al amor de Dios, lo abre también al amor de los hermanos, y hace capaces de construir la historia según el plan de Dios'' (n.33).

Yo soy particularmente sensible a estas palabras recordando lo que desde hace tantos años he recomendado, desde mi primera carta pastoral La dimensión contemplativa de la vida y en las Escuelas de plegaria iniciadas en 1980 y después convertidas en Escuelas de la Palabra, es decir, escuelas para enseñar a rogar partiendo de la palabra de Dios. Y el Papa insiste que en toda la Iglesia la educación a la plegaria constituya un punto calificador de toda programación pastoral: él mismo está dedicando la catequesis de este tiempo a la reflexión sobre los Salmos, que forman parte de la plegaria de la Iglesia.

La escucha de la Palabra

Después de haber subrayado las dos líneas programáticas, Juan Pablo II indica su raíz, la posición nuclear: es la escucha de la Palabra. No hay duda de que la primacía de la santidad y de la plegaria sólo pueden entenderse a partir de una renovada escucha de la palabra de Dios. Ciertamente, dice el Papa, que desde que el Vaticano subraya el papel preeminente de la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia, se ha avanzado mucho. Pero hay que consolidar y profundizar esta línea. En particular hace falta que la escucha de la Palabra se convierta en un encuentro vital, en la antigua y siempre valida tradición de la lectio divina, que permite encontrar en el texto bíblico la palabra viva que interpela, orienta y modela, la existencia'' (n.39). ¡Palabras de oro!

Muchas veces he repetido que la sustancia, el corazón de todo nuestro programa pastoral, nace de la lectio divina, es decir, de la capacidad de orar a partir de una pagina de la Escritura. Me parece muy bonito que el Papa haya querido subrayarlo como uno de los temas fundamentales de la Iglesia del futuro. Al respecto he tenido una intervención en el Consistorio extraordinario de los Cardenales, proponiendo prever también, dentro de lo que sea posible, un Sínodo universal sobre el tema de la Palabra de Dios.

El anuncio de la Palabra está obviamente ligado a la nueva evangelización y el Papa, efectivamente, escribe: ''alimentarnos de la Palabra para ser servidores de la Palabra, en el compromiso de la evangelización: ésta es indudablemente una prioridad para la Iglesia en el comienzo del nuevo milenio. Ya ha pasado, incluso en los pueblos de antigua evangelización, la situación de una sociedad cristiana, la cual, incluso con las múltiples debilidades humanas, se basaba explícitamente en los valores evangélicos. Hoy, tiene que afrontarse con valentía una situación que cada vez es más variada y, comprometida, en el contexto de la globalización y de la nueva y cambiante mezcla de pueblos y culturas que lo caracteriza. Y más adelante añade: ''Quien ha encontrado verdaderamente Cristo no puede retenerlo para sí mismo, tiene que anunciarlo . Hace falta un nuevo impulso apostólico que sea vivido como un compromiso cotidiano de las comunidades y de los grupos cristianos. Con todo, eso se hará con el respeto debido al camino siempre diverso de cada persona y atendiendo las diversas culturas donde el mensaje cristiano tiene que ser introducido, de manera que los específicos valores de cada pueblo no sean anegados, sino purificados y llevados a su plenitud'' (n.40).

De todas estas prioridades tiene que surgir por tanto uno programa real, confiado y valeroso de la Iglesia católica en el tercer milenio. No se trata de menospreciar las dificultades, al contrario, sino de darse cuenta de la fuerza de las propias raíces y del dinamismo de la presencia del Cristo resucitado y de su Espíritu en medio de nosotros.

Conclusión

Me parece poder concluir que el ejercicio del sábado santo comporta como primera providencia un sufrido realismo sobre la situación difícil para la fe y el cristianismo hoy, pero después se abre a la esperanza cierta propuesta por la Iglesia para un futuro camino. El ejercicio del sábado santo desemboca en aquel ejercicio del cristianismo que Kirkegaard identificaba con la percepción de la contemporaneidad de Cristo y el Papa expresa en la NMI como la conciencia de la presencia del Resucitado entre nosotros.

Con esta convicción el cristiano mira al nuevo milenio.