COMENTARIOS A LA TERCERA LECTURA
Ex 14. 15-15. 1 

 

1.RIOS/MU/BAU 

Tres ríos hay que señalar en la vida de Moisés y tres ríos hay en la vida del cristiano. Al  comienzo de todo está ese río donde Moisés-niño fue hallado y rescatado. El Nilo. Al salir de  las aguas nacemos a la vida natural. Romper aguar:nacer. Pero seguimos siendo esclavos  mientras no crucemos el segundo río que es el mar Rojo, que es el bautismo. Ahí adquirimos  la libertad.

Al final hay también otro río, el tercero, el Jordán. Franquearlo significa morir. Entrar en la  tierra prometida.

Estos tres ríos están tan relacionados entre sí, que intercambian sus nombres y  propiedades. El bautismo es un nacimiento, pero es también una muerte, muere el hombre  viejo, la criatura de pecado.

Los Padres hablaron muchas veces de la pila bautismal como "sepulcro y matriz". Pero si el bautismo es una muerte, también la muerte ha de ser un bautismo, llamado  bautismo de sangre. "Con un bautismo he de ser bautizado" /Lc/12/50. También la muerte es un nacimiento...

J. M. CABODEVILLA
JUEGO DE LA OCA
BAC MADRID-1986.Pág. 76


2.

La salida de Egipto, con el paso del mar Rojo, se describe con un género literario propio.  Es el género literario que caracteriza las narraciones de los orígenes de todos los pueblos.  Al llegar a la independencia cada pueblo cuenta, en estilo épico, los acontecimientos que le  dieron origen; crea sus personajes, sus símbolos y fija el sentido de la fiesta nacional que  conmemora el hecho.

Cuando Israel intentó elaborar y comprender el sentido de su historia no se remonta ni a  Adán, ni a Abraham sino al Éxodo. Sin el Éxodo posiblemente Israel, como pueblo, habría  desaparecido de la historia.

Este texto tiene una importancia especial en la celebración de la vigilia pascual. La  lectura del Génesis presenta a Dios creador de todas las cosas, la del Éxodo recuerda la  creación de Israel como pueblo elegido a través de una serie de acontecimientos  históricos.

Las tradiciones de Israel que reconocen este hecho dan de él una interpretación  teológica. El paso del mar o el bautismo de Israel marca una liberación, una salida, un  nacimiento. Todas coinciden en presentarlo como una victoria sobre el enemigo del  pueblo.

También la creación fue una victoria de Dios sobre la confusión, el abismo. El paso del mar Rojo se ha convertido en signo de salvación y en una experiencia  profunda de la presencia e intervención de Dios.

Israel vincula al Éxodo la experiencia de Yahvé que le sale al encuentro, pone de relieve  la prioridad de la acción de Dios y reviste la narración de formas épicas para hacer resaltar  la trascendencia divina.

- La nube. El yahvista habla de la nube que guía a Israel (es signo de la presencia y  providencia de Dios), el elohista precisa que se trata de una nube oscura (es la presencia  del Dios misterioso y velado), el sacerdotal asocia la nube a la gloria de Dios (Dios se  manifiesta en su poder). Dios ha salvado y creado a su pueblo. Esta es la acción salvífica y  redentora por excelencia.

- MAR/MAL: El paso por el mar o el bautismo del pueblo. Por el paso del mar,  Israel ha sido salvado y liberado de los dos grandes enemigos: la esclavitud-Egipto y el  mar-poder del mal. Egipto y el mar vinieron a ser para Israel sinónimos de enemigos. Sumegirse en el mar era signo de muerte, pero Yahvé lo ha convertido en signo de  liberación y comienzo de una nueva vida.

Es el lenguaje de la teología paulina sobre el bautismo. El bautismo tiene un doble efecto:  libera del pecado y origina la nueva criatura. Es el bautismo "en la nube y en el mar" (1 Co  10,2) que Jn 3,5 formula diciendo que es nacimiento del "agua y del Espíritu".

Los acontecimientos de la historia salvífica son signos de la presencia y actuación de  Dios. El Éxodo, como signo y como tipo del triunfo sobre el mal, ha sido leído y releído,  interpretado y aplicado a la vida del antiguo y del nuevo pueblo de Israel. El NT ha visto en  él el tipo de la creación del nuevo Israel. El bautismo es liberación y creación. Jesús se  convierte en el nuevo Moisés que conduce al pueblo hacia la patria.

Por el bautismo nos incorporamos a Cristo, nos sumergimos en su muerte y resurrección.  En él pasamos por la muerte para llegar a la vida-resurrección porque en Cristo actúa Dios  que tiene poder sobre el mal y la muerte. Pero quien se sumerge en sí mismo, para realizar  su existencia, se encierra en la muerte. 

PERE FRANQUESA
MISA DOMINICAL 1985, 8


3.

San Pablo comenta este texto capital de la historia de Israel diciendo que "fueron  bautizados por la nube y el mar" (cfr /1Co/10/02): el paso del mar Rojo significó para Israel  el paso de la esclavitud a la conquista de la libertad y, para nosotros, el anuncio del paso a  la vida nueva por medio del bautismo. Y todo ello por obra del Señor. De aquí nace la  respuesta entusiasta de acción de gracias que todo el pueblo entona a la gesta de Dios.

JOSÉ ROCA
MISA DOMINICAL 1981, 8


4.

Los israelitas en medio del mar a pie enjuto. Narración épica del hecho "fundacional" del  pueblo de Israel: la salida de Egipto y "el paso del mar Rojo". Más allá del hecho histórico  que está en la base del relato, y de los trazos de espectacularidad que quieren subrayar las  transcendencia del hecho, hay que destacar la acción salvadora de Dios: él es el actor  principal. Ahora bien, ¿Dios actúa a través de gestas extraordinarias, o bien son los  creyentes los que saben "ver" la mano de Dios en los hechos liberadores? 

J. M. GRANÉ
MISA DOMINICAL 1992, 6


5.

"Los israelitas en medio del mar a pie enjuto"

El pueblo de Israel ha visto en la liberación de su esclavitud en Egipto una intervención  de Dios a favor suyo. Los rasgos épicos de esta narración quieren subrayar este hecho.  Más aún, para los israelitas, la liberación ha sido una nueva creación de Dios, que separa  las aguas, ilumina las tinieblas, domina todo poder que se opone a sus designios.

Todo se convierte en instrumento de Dios: Moisés, los elementos naturales, el ángel. Y  todo actúa según la voluntad de Dios: es él quien obstina a los egipcios a perseguir a los  israelitas; él hace que las dos formaciones no se acerquen; encalla los carros de los  egipcios, siembra la confusión entre ellos y los precipita en el mar.

La acción del Señor provoca la fe de los israelitas, que la expresan con el cántico que  leemos en el Salmo, una de las piezas literarias más antiguas de la Biblia, que presenta a  Dios como un guerrero poderoso que lucha a favor de su pueblo.

Seguramente no captaríamos el mensaje de este relato si lo leyéramos como si se tratara  de la narración del "video de los hechos". Más bien tendríamos que darnos cuenta que se  trata de la lectura creyente de unos hechos que ayudaron muchísimo a Israel a tomar  conciencia de ser un pueblo, un pueblo liberado por el Señor.

J. M. GRANÉ
MISA DOMINICAL 1993, 6


6. BAU/TIPO 

-El HOY de las Escrituras

El Concilio _Vat-II, en el nº 7 de la Constitución sobre la sagrada liturgia, ha recordado  muy claramente las diversas maneras de estar Dios presente en medio de su pueblo.  Después de haber hablado de la presencia eucarística como la presencia de Cristo en el  más alto grado, insiste sobre la presencia de Dios en la proclamación de la palabra y en la  asamblea orante. En esta vigilia pascual, la liturgia de la palabra es una ilustración  especialmente notable de esta doctrina. La vigilia pascual es un diálogo-tipo-modelo del  que debería entablarse frecuentemente en la Iglesia. No cabe duda de que la Iglesia, al ir a  bautizar a sus catecúmenos, está deseosa de darles una última instrucción; y si la liturgia  primitiva incluyó seis lecturas (4), más adelante tuvo doce, y hasta veinticuatro cuando al  frecuentar Letrán griegos y latinos se optó por duplicar las lecturas para que las  entendieran todos ellos.

Sería un error, sin embargo, detenerse sólo en el aspecto didáctico de esta vigilia de  lecturas, ya que ésta es sobre todo presencia de Cristo que enseña por sí mismo. Esto es  lo que la rúbrica indica al prescribir que las lecturas sean leídas a la luz del cirio pascual. El  Antiguo Testamento que se proclama es proclamado a la luz de Cristo, y de Cristo presente  hoy. Esto es impresionante sobre todo en la tercera lectura, que nos relata la Pascua  antigua en la que el pueblo hebreo fue liberado de Egipto y atravesó el Mar Rojo (6).

Cristo se dirige a nosotros y nos refiere lo que en aquella Pascua hizo por su pueblo  elegido, cómo le sacó de Egipto, cómo le hizo atravesar el Mar Rojo, cómo destruyó el  ejército del faraón. Habla el Señor, nos habla el Padre y nos habla por su Hijo, pues éste es  la verdadera Pascua inmolada. Y nosotros escuchamos a este Señor que ahora nos habla. 

Todo ocurre como en el Éxodo, capítulo 19, cuando el Señor convocó a su pueblo para  hablarle, después del paso del Mar Rojo. Dios hablaba desde lo alto del monte y su pueblo  le escuchaba en un contexto de cánticos y oraciones, aclamando la palabra de su Dios y  ofreciéndole después un sacrificio en señal de alianza. Este pueblo somos nosotros, y este  relato lo actualiza Cristo hoy para nosotros; nos cuenta lo que por nosotros ha hecho y  hace hoy. Y nosotros le escuchamos. Y persuadidos por la palabra, cantamos al Señor  nuestra alegría por lo que acaba de decirnos. Le devolvemos de una manera lírica lo que él  acaba de proclamarnos, en un diálogo que expresa nuestra admiración y nuestra acción de  gracias:

Cantemos al Señor, sublime es su victoria:
caballo y jinete ha arrojado en el mar... (Ex 15, 13).

Y tomando pie de este diálogo sorprendente entre el Señor y nosotros, el celebrante nos  invita a orar: "Oremos". Cada cual reflexiona en silencio sobre lo que acaba de decirse y  sobre este diálogo en el que él está implicado. Después, el sacerdote actualiza en una  oración lo que acaba de proclamarse:

También ahora, Señor, vemos brillar tus antiguas maravillas, y lo mismo que en otro  tiempo manifestabas tu poder al librar a un solo pueblo de la persecución del faraón, hoy  aseguras la salvación de todas las naciones, haciéndolas renacer por las aguas del  bautismo. Te pedimos que los hombres del mundo entero lleguen a ser hijos de Abrahán y  miembros del nuevo Israel.

Una nueva oración, optativa, expresa la misma actualización.

A la luz del cirio pascual, por causa de nuestro Cristo, acontece ahora lo que entonces  aconteció. Al escuchar los catecúmenos esta enseñanza, entienden mejor que son  incorporados a la historia de la salvación. El milagro del Mar Rojo va a realizarse para ellos  dentro de unos momentos. Nos es imposible vivir de la liturgia sin adentrarnos por los  caminos de la tipología. En cuanto al relato del Mar Rojo, no se trata de ver en él una  ilustración de lo que sucede en el bautismo. El bautismo no se realiza como sucedió cuando  el paso del Mar Rojo; el relato del Mar Rojo no es una ilustración en colores de los ritos  bautismales. Pero el bautismo está en perfecta continuidad con el relato del paso del Mar  Rojo. Este paso se hace hoy y es históricamente más verdadero ahora que entonces, e irá  siendo históricamente más verdadero a medida que vayamos acercándonos a la Tierra  Prometida. Sin esta comprensión de la Escritura proclamada en la liturgia, la Escritura no  puede ser para nosotros más que una mera evocación del pasado; suscita nuestra  admiración, pero no notamos ya su eficacia actual.

Las demás lecturas participan del mismo movimiento y de idéntica actualización a la luz  del cirio pascual. 

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 4
SEMANA SANTA Y TIEMPO PASCUAL
SAL TERRAE SANTANDER 1981.Pág. 124 ss.


7.

«Entonces Moisés y los israelitas cantaron a Yahvé este canto» (15,1).

El paso del Mar de los Juncos (14,15-31) termina con un canto de acción de gracias  arcaico o arcaizante, pero no tan antiguo como para que podamos imaginar que fue  redactado en su totalidad inmediatamente después de la travesía del Mar. Es demasiado perfecto. Además, los filisteos -de los cuales habla el canto en 15,14- no  ocuparon su región, Filistea, en Canaán, hasta más tarde. «Moab» (15,15) no pudo  «angustiarse» tan pronto: el pueblo de Israel intentó entrar por el sur a Palestina, a Canaán,  y sólo tras ser rechazado por las naciones que la habitaban dio la vuelta por el este, donde  residía Moab. Así, pues, el canto no sólo corona la proeza del Mar de los Juncos, sino que  en realidad conmemora toda la epopeya del éxodo hasta la llegada a Jerusalén: «Lo  introduces y lo plantas en el monte de tu heredad..., en el santuario que fundaron tus  manos» (15,17). El texto del cántico, al menos en su última redacción, es una acción de  gracias por toda la historia de salvación realizada durante el éxodo y los largos años que  van desde la entrada en Canaán (siglo XIII) hasta la conquista de Jerusalén y la edificación  del templo por el rey Salomón (siglo x). Muchos años de historia de salvación cabalgan,  pues, al ritmo del cántico. Esto significa que es un texto que fue creciendo a medida que se  transmitía de generación en generación.

La transmisión fue enriqueciendo también los versículos anteriores, el relato del paso del  Mar. En la literatura rabínica de la época del NT hay numerosos textos que demuestran la  estrecha asociación de las gestas de los patriarcas -en especial la del sacrificio de Isaac,  que la tradición judía antigua coloca en la misma noche de Pascua- con el paso del Mar de  los Juncos: por ejemplo, la mano levantada de Abrahán sobre su hijo recuerda la de Moisés  sobre el Mar: ambas son portadoras de liberación. El mismo midrás "Wayyosha", que  comenta Ex 14, 30 («aquel día libró Yahvé...») incluye en el relato del paso del Mar toda la  narración bíblico-tradicional del sacrificio de Isaac... Pablo no podrá evitar el pensamiento  de la travesía libertadora cuando mencione el sacramento de entrada en el misterio pascual  del Cristo, el bautismo: "En el mar recibieron un bautismo", dice en 1 Cor 10,1.

Es la luminosa noche pascual que ilumina todo desde arriba. Y es un foco de luz  imantada por la fe de la comunidad que todo lo ha atraído hacia ella. Como dice el Exultet,  "Haec igitur nox est...", ésta es la noche...

E. CORTES
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 171 s.


8. EL CANTO DE MOISÉS Y LA VIGILIA PASCUAL: MOISES/CANTICO  /Ex/15/01-18

Dichoso aquel que comprende el significado de los cantos, escribe ·Orígenes, puesto  que nadie canta si no está en fiesta; pero dichoso aún más quien canta el canto de los  cantos. Antes es preciso salir de Egipto para poder entonar el primero de los cantos:  Cantad a Yavé, que se ha mostrado de modo glorioso» (Hom Cant. 1: GCS 27). Podría  pensarse que la idea de agrupar los cantos del Antiguo Testamento en una especie de  escala progresiva que marca a un mismo tiempo las etapas de liberación de la humanidad y  el rescate del alma sea una invención genial, pero caprichosa, del gran alegorista  alejandrino. Pero la razón de haberle aducido es el testimonio que él mismo nos da de un  uso litúrgico anterior a él.

El canto del Éxodo formaba parte, sin duda alguna, de la pascua judía. De ella pasó a la  liturgia de la primitiva Iglesia. Zenón de Verona nos lo asegura ya en el siglo IV. Baumstark  piensa que formaba parte, junto con el cántico de los tres jóvenes, del núcleo primitivo de la  vigilia pascual. Por eso la Iglesia, con un instinto seguro, en la reciente reforma litúrgica del  oficio de la vigilia pascual lo ha mantenido, justificando el que, a imitación de Orígenes,  busquemos en el cántico de Moisés la expresión de la alegría del pueblo de Dios ante el  misterio pascual de la salvación de las naciones.

* * * * * 

Ex/LIBERACIÓN: «Antes es preciso salir de Egipto...» El primer cántico es el  del éxodo. El Antiguo Testamento nos muestra el bosquejo de las grandes obras de Dios, el  Nuevo nos anuncia su cumplimiento, la Iglesia nos presenta su resonancia actual. El Éxodo  es una de las obras más importantes realizadas por Dios. Es propiamente un misterio de  liberación. No es sino un aspecto de la pascua, pues la pascua encierra en sí misma todo el  misterio cristiano: es creación y liberación, expiación y purificación. El canto del éxodo no  exalta más que un aspecto particular: el de la liberación del pueblo de Dios, cautivo de las  fuerzas del mal. Este misterio del Dios libertador reaparece en todos los niveles de la  historia de la salvación, como un sonido que se prolonga en ecos cada vez más profundos.  A orillas del mar Rojo es liberación de Israel perseguido por el ejército del faraón; a orillas  de las aguas profundas de la muerte es liberación de Cristo cautivo del príncipe de este  mundo; a orillas de las aguas del bautismo es liberación del pagano, cautivo de los poderes  de la idolatría, misterio misional, entrada en la Iglesia, edificación del cuerpo místico; a  orillas del mar de cristal mezclado de fuego, que nos describe el Apocalipsis, es liberación  escatológica de los cautivos de la bestia: la muerte. Y siempre, tras la otra orilla, tras haber  escapado milagrosamente de la persecución del enemigo, el pueblo de los rescatados  entona el cántico triunfal.

El pueblo de Israel, guiado por la columna de nube, huía de la tiranía egipcia. El faraón y  sus carros de combate salen en su persecución. El pueblo llegó al mar. El camino estaba  cortado. Se encontraban abocados o a un total aniquilamiento o a una nueva servidumbre.  Situación trágica de un ejército acorralado junto al mar hasta el punto de ser destruido o  capturado. Es menester subrayar fuertemente este carácter desesperado de la situación, ya  que ello da todo el sentido al episodio. En efecto, precisamente en el momento crítico en  que se encontraban con imposibilidad absoluta de poder salvarse por sí solos es cuando el  poder de Dios realiza lo que para el hombre era imposible: «Moisés extendió su mano sobre  el mar e hizo soplar Yavé sobre el mar toda la noche un fortísimo viento solano. Los hijos de  Israel entraron por el medio del mar y las aguas formaban una muralla a derecha e  izquierda. Los egipcios los seguían y entraron detrás en medio del mar. Moisés extendió  ahora su mano, y las aguas, reuniéndose, cubrieron los carros, los caballeros y toda la  armada del faraón, de tal forma que no escapó ni uno solo» (/Ex/14/21-28).

Esta acción de Dios librando a su pueblo de una situación desesperada será a través de  los siglos el mayor recuerdo de la historia de Israel: «¿No eres tú quien secaste el mar, las  aguas del profundo abismo, y tornaste las profundidades del mar en camino para que  pasasen los redimidos?» (Is 51,10).

Después, al contemplar al alba, tras la noche trágica y prodigiosa, los cadáveres de los  egipcios llevados por las olas a la orilla, Moisés y los israelitas improvisaron el canto del  éxodo: «Cantaré a Yavé, que se ha mostrado sobre modo glorioso. Él arrojó al mar al  caballo y al caballero. Yavé es mi fortaleza y el objeto de mi canto. Él ha sido mi salvador...» 

María, la profetisa, hermana de Aarón, toma en sus manos un tamborín y todas las  mujeres la siguen tocando y danzando. María respondía a los hijos de Israel: «Cantad a  Yavé, que se ha mostrado sobre modo glorioso. Él arrojó al mar al caballo y al caballero...» 

A orillas del mar Rojo se formó la primera liturgia pascual. Dom Winzem ha podido escribir  que «en esta hora nació el oficio divino». Ciertamente se trata de una verdadera liturgia. El  coro de las mujeres, repitiendo el estribillo, alterna con el de los hombres, que canta las  estrofas. Nosotros lo cantamos todavía en la vigilia pascual, y resonará en adelante, a  través de toda la historia de la salvación, en todas las pascuas. Hay algo de extraordinario  en esta continuidad, y la liturgia aparece aquí como maestra de doctrina. Nos muestra la  fidelidad de Dios que salva a su pueblo.

Si la travesía del mar Rojo es una obra admirable de Dios, el Antiguo Testamento nos  muestra que Dios realizará en el futuro una obra de liberación mucho más admirable  todavía. El mensaje específico del Antiguo Testamento consiste en anunciarnos este  suceso. Es esencialmente profecía. Recoge los acontecimientos pasados únicamente para  fundamentar nuestra esperanza en los acontecimientos futuros, y no para que nos  desesperemos en la nostalgia de un pasado perdido irremediablemente o imposible de  revivir más que por un mero volver hacia atrás. He aquí una diferencia fundamental entre el  libro santo de los judíos y los de las religiones naturales. Éstos tienen como objeto siempre  el mito original, que subsiste en un tiempo arquetipo y en el que el hombre, arrastrado por la  ola del tiempo profano, se esfuerza por participar, en virtud de esos mismos ritos que  renuevan las fuerzas de la vida, en las fuentes mismas de la creación primera.

Pascua ha sido el aniversario de la travesía del mar Rojo: era una primera liberación y  una gran obra de Dios; pero la liberación nueva que había de realizarse al fin de los  tiempos es tanto más gloriosa cuanto que pascua no será en adelante para nosotros sino el  memorial de la resurrección de Cristo. En cierto sentido podemos decir que pensamos más  en la antigua alianza. Cuando el sol domina el horizonte, escribía san Basilio, no hay  necesidad de lámparas. Con todo, siempre es bueno volver sobre esos esbozos de la ley  antigua ya que nos ayudan a comprender mejor el sentido de unas acciones mucho más  admirables, las de la ley nueva. Además, por el contraste que nos ofrecen entre sí, nos  permiten captar mejor su grandeza.

Por eso, he aquí lo que en el corazón mismo del Antiguo Testamento anunciaba Isaías,  profeta del nuevo éxodo: «Así habla Yavé que abre un camino en las nubes, un sendero en  las aguas poderosas. No os acordéis más de los acontecimientos pasados y no consideréis  ya más las cosas de otro tiempo: he aquí que voy a hacer una maravilla nueva»  (/Is/43/16-19).

Es cierto que la travesía del mar Rojo fue una maravilla, pero la maravilla nueva que Dios  va a realizar es tal que ya aquélla no se recordará más. En seguida Isaías nos muestra la  nueva creación oscureciendo el resplandor de los primeros cielos, de la primera tierra. En  estos mismos términos nos dice lo mismo el nuevo éxodo.

Esta liberación nueva y definitiva, se realizó en la resurrección de Cristo, llevada a cabo  en la misma noche en que Dios libró a su pueblo del poder de los egipcios. El mensaje del  Nuevo Testamento no es precisamente enseñarnos y mostrarnos una liberación más  extraordinaria que la del éxodo. El Antiguo Testamento sería ya suficiente para eso. El  auténtico mensaje del Nuevo Testamento consiste en hacernos saber que esta liberación  se ha cumplido ya. Una sola palabra resume el Nuevo Testamento «hodie». «Hoy estarás  conmigo en el paraíso.» El objeto que persiguen los evangelistas es precisamente el  mostrarnos que el futuro escatológico, la liberación futura anunciada por el profeta se ha  cumplido ya. Jalonan la vida de Cristo los símbolos del éxodo: la serpiente de bronce, la  roca de aguas vivas, el maná celestial, la columna luminosa.

Esta liberación, sin embargo, es de mayor envergadura que la del éxodo. Entonces se  trataba solamente del pueblo judío cautivo de los paganos; aquí se trata de la humanidad  entera cautiva de las fuerzas del mal, de lo que llamamos el pecado original. De igual modo  que el pueblo de Israel se encontraba en una situación desesperada, aquí es la humanidad  toda la que se encuentra en esa misma situación. Lo más grave es que no puede salir de  ese apuro por sí sola. No hay salvación del hombre por el hombre. El hombre es presa de la  muerte, privado de la gracia de Dios en su alma, de la vida de Dios en su cuerpo. El mal no  es un problema en el que el hombre haya tomado parte. Existe un misterio del mal, raíz  venenosa de la que ese mal pulula sin cesar y a donde es incapaz de llegar la industria  humana.

Uno solo ha sido el que ha llegado a la raíz de las cosas y curado el mal oculto en su  origen: Aquel que en la noche del viernes santo bajó al reino de la muerte para destruir su  poder y rescatar a cuantos ésta tenía bajo su dominio. Cuando Cristo muere sobre la cruz la  tarde del viernes santo parece como si la noche cayera definitivamente sobre el mundo,  como si toda esperanza fuera en adelante vana, como si la muerte hubiera tomado en su  poder a su mayor enemigo. Pero Cristo descendió a la prisión de la muerte para romper los  cerrojos de hierro, y en la mañana de pascua aparece vencedor, quebrado para siempre el  poder de la muerte sobre Él y sobre la humanidad entera.

Este sentido tiene la eclosión de la alegría pascual: «Cantad a Yavé, que se ha mostrado  de modo glorioso. Arrojó al mar al caballo y al caballero.» 

No es solamente el pueblo de Israel, perseguido por el faraón, el que canta su rescate a  orillas del mar Rojo. Es la humanidad toda la que, librada de las profundas aguas de la  muerte, alaba la obra poderosa realizada por el Verbo de Dios. El cántico del éxodo es aquí  el cántico de los rescatados, de todos aquellos que estaban sumergidos en el abismo de la  muerte y que, librados ya, contemplan las fuerzas del mal que les tenían cautivos, ahora  vencidas e impotentes, y repiten las mismas palabras de Moisés para celebrar su rescate.

BAU/Ex: Si la salvación de la humanidad se realizó sustancialmente con la resurrección  de Cristo, es preciso que sea aplicado a cada hombre en particular. Tal aplicación se da  por medio del bautismo conferido a los paganos la noche de pascua. El misterio misional  del éxodo es el que nosotros vivimos propiamente. En la historia de la salvación nos  encontramos en el intervalo de tiempo que separa la ascensión de la parusía, que es el  tiempo de la misión. Durante este período continúan en la Iglesia los milagros de salvación  prefigurados en la travesía del mar Rojo, cumplidos en la resurrección. El bautismo se sitúa  en la prolongación de estas actuaciones grandiosas de Dios. Es para nosotros el  equivalente a los "mirabilia Dei", en ambos testamentos. Constituye un acontecimiento  mucho mayor que el de los descubrimientos científicos, que el crecimiento o declive de los  imperios.

Los ritos antiguos del bautismo expresaban esta continuidad con la pascua. Desde el  comienzo de la preparación, primer domingo de cuaresma, el candidato al bautismo era  señalado en la frente con la «sphragis» de Cristo, con el signo de la cruz, como las casas  de los israelitas habían sido ungidas con la sangre del cordero. Con esto se significaba que  por medio de la sangre de Cristo había sido salvado del castigo debido al pecado. Esto era  la primera posesión del alma por Cristo. Venían después los cuarenta días de preparación,  días que no llegamos a alcanzar su significado si no los referimos al Antiguo y al Nuevo  Testamento. Durante cuarenta días Cristo había sido tentado por Satanás, y su fidelidad  había sido la contrapartida de las infidelidades de Israel.

El tiempo de la cuarentena, la cuaresma, es el tiempo de tentación para el catecúmeno.  Durante este período se desarrolla un gran combate en torno a él. Satanás y sus ángeles  intentan retenerlo. Conviene tomar este acecho en todo su realismo. Un pagano no es sólo  un extraño a la revelación de Cristo: está además bajo el poder positivo de las fuerzas del  mal. Debe ser, por tanto, arrancado de esas fuerzas que le tienen cautivo. La conversión,  en este sentido, es siempre un drama. La misión es un misterio. No se trata sólo de una  presentación del mensaje adaptado a las diversas civilizaciones. Se trata de un conflicto  llevado a cabo con las fuerzas del mal. Este conflicto se desarrolla en los misteriosos  combates espirituales de toda santidad. Por la oración y la penitencia los demonios son  arrojados. A quien desconoce esto se le escapa el sentido profundo de la misión. También  tras la victoria de Cristo la humanidad permanece cautiva en aquellos miembros que  todavía no le pertenecen. Cristo aplastó la cabeza de la serpiente, pero los círculos de sus  anillos continúan turbando la faz de la tierra.

Ante el catecúmeno, presa a punto de escapar, Satanás hace un esfuerzo supremo. A un  mismo tiempo Cristo, progresivamente, va tomando posesión de su persona. Es menester  comprender el combate espiritual que tiene lugar ahora para realizar el sentido de los  escrutinios bautismales. Se componen éstos de exorcismos por medio de los cuales el  poder del demonio va quedando rebatido, el catecúmeno va quedando libre de la presión  que aquél hacía sobre éste, van dosificándose las bendiciones que señalan que la gracia  de Cristo va efectuando una consagración progresiva y revistiendo poco a poco su alma.  Con todo, hasta el umbral de la noche de pascua, hasta el borde del agua bautismal, el  demonio continúa atacando al alma.

En este preciso momento lo imposible se hace posible; el mar se abre; «el muro de lo  imposible», de que habla Dostoiesvski, contra el que se choca irremediablemente, se  desploma dejando una brecha por donde pasar. Así pues, el medio de escapar, el medio de  salvación existe, pero se trata de un milagro en el sentido pleno de la palabra, es decir, de  una acción poderosa de Dios que hace lo que era completamente imposible. El canto del  éxodo es la exaltación de este milagro, de esta acción imprevisible por la cual, en un mundo  perdido, Dios abre un hueco, presenta una salvación y propone así una posibilidad de  redención.

De igual modo que el mar estaba abierto ante el pueblo israelita, igual que la muerte  aparecía ante la mirada de Cristo, así el catecúmeno desciende al agua bautismal,  atraviesa el mar y, dejando atrás al faraón y a su armada, al demonio y a sus ángeles,  reaparece en la otra orilla. Se ha salvado. Palabra ésta que conviene tomar en su  significado concreto y vulgar, como los náufragos escapados del mar que al fin se  encuentran en la orilla. «La maldad obstinada del demonio, escribe ·Cipriano-SAN, puede  algo hasta el agua salvadora, pero pierde en el bautismo toda su acción nociva. Es lo que  vemos en la figura del faraón que, rechazado, pero obstinado en su perfidia, ésta ha podido  llevarle hasta las aguas. Todavía hoy, cuando por los exorcismos ha sido golpeado y  burlado afirma una y otra vez que va a marcharse, pero nada hace a este respecto. Sin  embargo, cuando se llega al agua bautismal, el diablo ha sido aniquilado, y el hombre ha  sido consagrado a Dios, librado por la gracia divina» (Epis. 58, 15 CSEL 764).

CANTICO-NUEVO: A los padres de la Iglesia les gusta describir este momento  dramático: el hombre atacado, sin ninguna esperanza humana, no esperando la salvación  sino del poder de Dios, viendo una línea salvadora que se dibuja por entre medio de un mar  infranqueable. Citemos a Orígenes «Sábete que los egipcios te persiguen y pretenden  volverte a poner bajo su servicio, quiero decir los dominadores del mundo y los espíritus  malos a quienes tú has servido hasta hoy. Se esfuerzan por perseguirte, mas desciendes a  las aguas, y eres salvado. Purificado de las manchas del pecado, te levantas hombre  nuevo, dispuesto a cantar un cántico nuevo» (Hom. Ex. 5, 5 GCS 190). Este cántico nuevo  es el del éxodo. Como Moisés a orillas del mar Rojo contemplando los cadáveres de los  egipcios, como Jesús alcanzando la ribera de la resurrección tras haber atravesado las  aguas amargas de la muerte, el catecúmeno, hombre nuevo, vestido de la túnica blanca de  los resucitados, perteneciendo ya a la creación nueva, puede también él entonar el cántico  de los rescatados : «Cantad a Yavé, que se ha mostrado sobre modo glorioso; arrojó al mar  al caballo y al caballero».

Era preciso decir todo esto para comprender la significación del canto del éxodo en la  vigilia pascual. Es la expresión misma de la obra de liberación que se cumple aquí, de la  liberación en nuestro propio interior, de las almas cautivas. Se trata de una acción actual de  Dios, similar a la de la travesía del mar rojo y de la resurrección, y que es el rescate de los  paganos, el misterio de la misión. La Iglesia acoge a las naciones. Como María, hermana de  Moisés, respondía al coro de los hombres, a orillas del mar rojo, en la primera liturgia  pascual, así Zenón de Verona nos muestra las iglesias cantando, en coro alternante con las  naciones liberadas, el cántico de Moisés: «María que golpea su tamborín es figura de la  Iglesia que, cantando un himno con todas las Iglesias que ella ha engendrado, conduce al  pueblo cristiano no hacia el desierto, sino hacia el cielo» (PL 40, 509).

¿Hemos de decir, sin embargo, que toda la salvación se ha cumplido? Cierto, las  naciones bautizadas pertenecen ya a Cristo y en Él han escapado a las garras del mal,  pero éste circula alrededor de ellas buscando una fisura entre los libertados por donde  poder alcanzarlos. Las olas de este mundo nos enrolan todavía entre sus círculos. Si  sabemos que ya nada tenemos que temer a las profundas aguas de la muerte, al menos  hemos de atravesarlas. La vida actual continúa siendo tiempo de la tentación. El enemigo,  vencido, dispone todavía de un espacio de tiempo. Por eso, el éxodo, que es nuestro  pasado, sigue siendo nuestro presente. En tanto que estamos en este mundo nuestra vida  sigue siendo un perpetuo éxodo.

* * * * * 

Un día, por fin, el último, atravesaremos el mar. Es el día en que el último enemigo, la  muerte, será vencida. Después, al borde del mar de fuego, los vencedores de la bestia  tomarán en sus manos no los tamborines de pellejos muertos, sino las arpas celestes, y  cantarán eternamente el cántico de Moisés:

«Vi como un mar de vidrio mezclado de fuego, y a los vencedores de la bestia y de su  imagen y del número de su nombre, que estaban en pie sobre el mar de vidrio y tenían las  cítaras de Dios, y cantaban el cántico de Moisés, siervo de Dios, y el cántico del cordero»  (/Ap/15/02-03). Así, desde las riberas del mar Rojo, a través de todas las etapas de la  historia de la salvación, el canto de Moisés extenderá sus ecos de eternidad en eternidades.

J. DANIELOU
HISTORIA DE LA SALVACION Y LITURGIA
SIGUEME. Salamanca 1965.Págs. 115-127


9.

Instalado en Egipto a causa de una hambruna, el pueblo elegido fue reducido a esclavitud. Pero Dios escuchó el grito de Israel y suscitó un libertador de en medio del pueblo, Moisés, figura de Cristo, que vendrá a librar a la humanidad entera de una esclavitud mucho más grave: la del pecado. Bajo la guía de Moisés, el pueblo se dirige hacia la tierra prometida. Pero las inevitables fatigas y los peligros del camino se convierten pronto en una fuente de tentación: entregarse en manos de los egipcios que, potentemente armados, les persiguen, mientras delante de ellos se extiende, inmenso, el mar Rojo. En esta situación límite, donde el hombre experimenta toda su debilidad, interviene la omnipotencia de Dios. El estilo de la perícopa es revelador de su profundo significado teológico.

Moisés es el designado para exhortar al pueblo y para extender la mano sobre las aguas... Hasta aquí el papel del mediador; luego cambia el sujeto. Moisés pasa a segundo plano y aparece con todo su poder YHWH, que vuelve a empujar el mar, mira desde lo alto, derrota a los egipcios y los arrolla... Las aguas del mar Rojo, que eran una amenaza de muerte, se convierten en fuente de salvación (por eso el cristianismo ha visto siempre en sus aguas un símbolo de las aguas bautismales).

El paso del mar aparece a los ojos de los protagonistas como una impresionante revelación del Dios que guía el curso de la historia. La perícopa concluye con tres verbos fundamentales: el pueblo vio, temió y creyó, verbos que reaparecen en las narraciones evangélicas de la resurrección de Cristo. Las maravillas realizadas por el Señor refuerzan la fe de los liberados, que pueden reemprender el camino y exaltar solemnemente la experiencia vivida, como aparece en el cántico de Moisés (Ex 15,1-18).