10 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO DE RAMOS
CICLO A
10.
Fuente: Catholic.net
Autor: P. Octavio Ortíz
Nexo entre las lecturas
En este domingo se tiene la procesión simple o solemne que conmemora el ingreso
de Jesús en Jerusalén. El evangelio que se proclama al inicio de la procesión
pone de relieve que Jesús es el “Hijo de David”, importante título mesiánico, y
subraya que éste es un Rey humilde, justo y victorioso que restaurará la ciudad
de Jerusalén. El clima de la procesión es festivo y es una anticipación
profética del triunfo definitivo de Cristo sobre el pecado y la muerte en su
misterio pascual.
Las lecturas de la Misa, en cambio, nos exponen las condiciones que serán
necesarias para que Cristo alcance este triunfo. La primera lectura nos presenta
al Siervo doliente con sus sufrimientos y su admirable disponibilidad ante el
sacrificio (1L). El himno cristológico de la carta a los Filipenses hace
hincapié en la humildad y en la obediencia filial, hasta la muerte en Cruz, de
Jesús (2L). Finalmente el relato de la pasión según san Mateo muestra a un
Cristo lleno de majestad que reina, pero que ha sido rechazado por el pueblo y
sus dirigentes y es conducido a la muerte. Sin embargo, a pesar de ser
rechazado, Él es la piedra angular sobre la que se levanta el edificio de la
Iglesia naciente (EV). Obediencia filial hasta la muerte por amor es aquello que
unifica y sobresale en la liturgia de este día.
Mensaje doctrinal
1. La procesión. La cuaresma ha sido un camino de conversión que la Iglesia ha
realizado con Cristo-cabeza en su ascensión hacia la ciudad de Jerusalén. Ahora
llega el momento de hacer el ingreso solemne en la ciudad santa. Cristo mismo
está presente en la procesión por medio de la cruz que precede el caminar de los
fieles; está presente en el evangelio que se proclama al inicio mismo de la
procesión; está presente, finalmente, en quien preside la liturgia procesional.
Esta procesión es un símbolo hermoso de cómo Cristo camina con cada uno de los
hombres en su peregrinar hacia la patria definitiva. La promesa bíblica
encuentra también aquí un hermoso significado: “Yo estaré con vosotros”.
Al mismo tiempo, la procesión de los fieles se dirige hacia Cristo que se
inmolará en el altar. La proclamación de la pasión según san Mateo nos hará ver
el camino de afrentas que Jesús tuvo que soportar por amor de nosotros, hombres
pecadores. La mirada de los fieles, por lo tanto, se dirige con amor a Cristo,
amigo de nuestras almas, cordero inmolado que ha dado su vida en rescate
nuestro. San Bernardo comenta que en la procesión se representa la gloria
celeste, mientras que en la Misa se hace claro cuál es el camino para llegar a
ella. Si en la procesión vemos con claridad la meta hacia la que debemos llegar,
es decir, la patria del cielo, la pasión nos hace ver el camino y las
condiciones que son necesarias: la persecución, la obediencia humilde, la pasión
dolorosa. El ideal sería descubrir ambas realidades: patria celesta y camino
para llegar a ella, en su dimensión cristológica. Cristo que camina con
nosotros, Cristo que camina delante de nosotros abriéndonos la puerta de los
cielos, Cristo que camina y sufre y padece en nosotros que somos su cuerpo.
2. La fe en Cristo en la pasión de San Mateo. En Mateo descubrimos una
perspectiva cristológica. Jesús afirma claramente ante el Sumo Sacerdote que Él
es el Mesías, el Señor y que en él se cumplen las promesas del Reino y se
instaura una nueva alianza. (26,64) Él se muestra dueño de su acciones y se
ofrece libremente al sacrificio por amor. En Getsemaní podría llamar una legión
de ángeles (26, 53), pero no lo hace, va libremente a cumplir la voluntad del
Padre. La corona de espinas, el manto de púrpura, el bastón puesto en su mano
pondrán de relieve, paradójicamente, su majestad y realeza. En su pasión Cristo
es rey y reina. A través de sus sufrimientos es Rey y salva a los hombres.
¡Cristo Rey nuestro!
Sólo Mateo presenta los eventos de la pasión en términos escatológicos: el
temblor de tierra, la obscuridad, los sepulcros abiertos... La cortina del
templo se rasga simbolizando que los sacrificios de la antigua alianza han sido
superados por un sacrificio excelente y que ha sido constituida la nueva alianza
entre Dios y los hombres por la sangre de Cristo. Esa cruz que está en el centro
de la historia es al mismo tiempo el fin de la historia.
Sugerencias pastorales
1. La vida humana es un camino en el que descubrimos el valor de la cruz. El
ingreso festivo de Jesús en Jerusalén sugiere a nuestra reflexión muchos
momentos de la existencia humana. Momentos de alegría, de plenitud, de amistad
sincera, de realización personal. Momentos en los que se experimenta más
vivamente el amor de Dios, la cercanía y cariño de los seres queridos, la
belleza de la vida. Sin embargo, en este caminar de la existencia humana
advertimos también momentos de tristeza, de pérdida, de dolor, de fracaso. Una
enfermedad, la muerte de un ser querido, una pena moral, una incomprensión...
Todo ello nos indica que nuestra patria definitiva no se encuentra aquí, sino
que esta vida, que es en sí misma bella y digna de ser vivida, no es sino el
inicio de una vida que ya no conocerá el dolor. Todo esto nos recuerda que somos
peregrinos hacia la posesión eterna de Dios y que debemos siempre seguir
caminando sin rendirnos ante el cansancio, la fatiga, las penas o los pecados de
esta vida. Caminar siempre, avanzar siempre para alcanzar la felicidad eterna
que, de algún modo, ha ya iniciado en esta tierra por la fe en Cristo Jesús. No
rendirnos ante el tedio de la vida, sino asumir con paz que el camino de la
felicidad pasa por la cruz; pero no por cualquier cruz, sino aquella que se vive
por Cristo, con Cristo y en Cristo. Se trata de saber descubrir en nuestra vida
los “ingresos festivos” en Jerusalén para ensanchar nuestro corazón y caminar
por las vías del Señor. Pero al mismo tiempo, disponer el alma para vivir la
cruz de cada día, los dolores domésticos, las penas cotidianas con amor, con
serenidad, unidos a Cristo.
2. La educación de la infancia. Una segunda reflexión se sugiere al ver a los
“niños hebreos” que agitan los ramos al paso de Jesús. Se trata de considerar la
importancia de educar en la fe y en los valores cristianos a nuestra niñez.
Quizá las generaciones jóvenes están hoy más expuestas que en otras épocas, al
influjo negativo de los medios de comunicación. Vivimos en una cultura de la
imagen que imprime sellos indelebles en el alma de los pequeños: imágenes de
violencia, de injusticias, de lucha entre los hombres, de terror... van dejando
sin duda una huella.
Cada cristiano debe sentirse responsable ante esta situación, debe sentir el
anhelo de imprimir en el corazón de los que vienen detrás, no sólo imágenes
positivas que les ayuden a vivir y esperar, sino también contenidos de fe, de
esperanza de amor que los sostengan cuando lleguen a la edad madura. Esta tarea
es responsabilidad principalísima de los padres de familia, que forman su hogar
como una iglesia doméstica donde se aprende la fe. Cada niño es como un tesoro
que pertenece a Dios y que el mismo Dios ha puesto bajo el cuidado y protección
de sus padres. Sin embargo, se trata de una responsabilidad en la que participan
también todos los que intervienen en el proceso educativo: los profesores, los
catequistas, los párrocos...
Dediquemos, como lo hacía el Cura de Ars, una parte no indiferente de nuestro
tiempo a la catequesis infantil porque ésos, que hoy son los niños que agitan
los ramos de olivo en el atrio de nuestras iglesias, serán los que mañana
predicarán el evangelio, formarán comunidades cristianas, entregarán su vida en
consagración a Dios, educarán hijos y transmitirán la fe y los valores. Arte de
las artes es educar un niño. Eduquemos a los niños como lo hacía Jesús:
dirijámoslos por las sendas de la virtud, por el amor a la verdad superando toda
mentira, por el camino del desprendimiento personal para que sepan darse a los
demás.
Un peligro no pequeño de nuestra sociedad es un excesivo individualismo y
egocentrismo que recluye a la persona en sí y le impide ser feliz y realizarse
en la vida. Aprendamos a valorar los recursos infantiles: ellos, los pequeños,
constituyen un ejército de apóstoles por su sencillez, por su amistad íntima y
espontánea con Jesús, por su capacidad de lanzarse a grandes empresas sin temor.
Los mayores también tenemos que aprender grandes cosas de esos pequeños que
agitan traviesos sus ramos en medio de nuestras parroquias y son la
preocupación, pero también la felicidad, de sus padres.
11. INSTITUTO DEL VERBO ENCARNADO
Comentarios Generales
Isaías 50, 4-7:
Se nos lee en este domingo el tercer canto del Poema del «Siervo de Yahvé»:
En este canto o profecía se pone de relieve cuán atento está el «Siervo» (=
Mesías) a la Palabra (= Voluntad) de Dios; cómo es Discípulo que a toda hora
está presto a oír la Palabra de su Maestro. Jesús se aplica a Sí mismo el
sentido de esta profecía Mesiánica y nos la explica cuando dice: «Yo de Mí mismo
nada puedo hacer; según oigo transmito» (Jn 5, 30). «Mi doctrina no es mía, sino
de Aquel que me envió» (Jn 5, 19). En la profecía de Isaías se nos dice que el
mensaje o encomienda que recibe el Siervo es mensaje de Salvación (4). Y esto
mismo se aplica a sí Jesús: «Εl que escucha mi Palabra tiene vida eterna; llega
la hora, y es ahora, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y cuantos
la oigan recobrarán la vida» (Jn 5, 25). Jesús-Mesías nos trae gozo, vida,
salvación.
— Esta misión del Siervo-Mesías va a ser muy difícil. Pero el Siervo acepta con
plena y heroica docilidad y disponibilidad la voluntad de Dios: «Υο no le he
resistido ni me he echado atrás» (5). Jesús se aplica esta profecía y nos dice:
«Por esto me ama el Padre, porque Yo entrego mi vida. Voluntariamente la
entrego. Este es el mandato que he recibido de mi Padre» (Jn 10, 17). Y a la
hora de la Pasión queda clara su entrega generosa: «Debe conocer el mundo que Yo
amo al Padre; y que procedo conforme al mandato del Padre; levantaos; vámonos de
aquí» (Jn 14, 31). Ahora que a la luz del Nuevo Testamento sabemos que el
«Siervo» es el «Hijo», nos maravilla aún más esta plena obediencia.
En el cumplimiento de su misión el «Siervo» a correr la suerte de todos los
Profetas de Dios, Es recibido con hostilidad. La actitud del Siervo frente a las
persecuciones es de una humildad y abnegación que sorprenden: «He prestado mis
espaldas a los golpes y mis mejillas a los que mesaban mi barba. No he hurtado
mi faz a los ultrajes y salivazos» (6). ¡Cuán diferente este acento del de un
Jeremías, por ejemplo! : «Que sean confundidos mis perseguidores. Haz venir
sobre ellos el día de las desventura» (Jer 17, 18). El Siervo-Mesías (y así le
vemos en la Historia de la Pasión) es el «Cordero que, llevado al matadero, no
abre su boca» (Is 53, 7); que en la Cruz ora al Padre: «Padre, perdónalos, pues
no saben lo que hacen» (Lc 23, 24).
Filipenses 2, 6-11:
En este canto o himno de la primitiva Iglesia que Pablo cita e integra en su
Epístola a los filipenses, se nos da una hermosa síntesis Cristológica:
— Antítesis luminosa entre los dos estados de Cristo: El estado «glorioso» que
le correspondía en su calidad de Hijo de Dios (6) y el que escoge al tomar la
naturaleza humana de humillación (Kenosis), despojo (Tapeinosis) y obediencia:
En condición humana, sin privilegio alguno y con todas las humanas limitaciones
y miserias (excepto la del pecado) (Cfr. Hb 4, 15). «Anonadado» (7), «Siervo
Obediente», acepta el plan del Padre; se sujeta a la muerte; a muerte de cruz:
Cujus salutiferae passionis et gloriossae resurrectionis dies appropinquare
noscuntur, quibus et de antiqui hostis superbia triumphatur et nostrae
redemptionis recolitur sacramentum (Pref.).
Al trasluz de este cuadro se nos transparenta la contraposición entre el Adán
viejo y el Adán Nuevo. Adán quiso usurpar los derechos divinos: Ser como Dios;
y, desobediente, se rebeló. Cristo, Adán Nuevo, renuncia sus derechos divinos;
se hace en todo como nosotros; se somete en total obediencia al Padre. Con esto
Cristo repara la obra nefasta de Adán. Nos salva. Con su obediencia, el Siervo
expía todas las desobediencias humanas; y merece para Sí mismo, para su humana
naturaleza, la suprema exaltación a la diestra del Padre (9. 10).
Son muy claras en todo este pasaje las alusiones al «Siervo de Yahvé» de Isaías:
«Siervo» galardonado, que con su «expiación» justifica y salva a la muchedumbre
de pecadores (Is 53, 12). Y restituido a la vida es saciado de gozo y gloria (Is
53, 11). San Pablo sabe bien cuál es la «Gloria» de Cristo Resucitado: el
Señorío universal a la diestra del Padre; y cuál la raíz y razón de este Señorío
y Gloria: El «Nombre», es decir: la Divina Filiación (Flp 3, 9).
Mateo 26, 14-27:
La Cena Pascual inicia el momento culminante, la «Hora» (Jn 13, 1) de la
Redención y Salvación:
— Jesús celebra la Cena Pascual de la Alianza Antigua e instituye la Pascua de
la Nueva Alianza: la Pascua cristiana. Pasamos, pues, de lo que era figura y
sombra a lo que es realidad.
— En la Nueva Alianza el Cordero inmolado será Cristo. Jesús, antes que le
crucifiquen, se inmola místicamente. Y se nos da como Cordero Sacrificado, bajo
especies de pan y vino, en convite perpetuo. En un Sacrificio y en un Convite
sacramental deberemos rememorar y renovar la Redención que El nos trae en la
cruz, y anunciar su retorno glorioso (1 Cor 11, 25).
— La Antigua Alianza se canceló con sangre (Ex 24, 8). La Nueva se sella con la
Sangre de Cristo (Heb 8, 8). Cesan las figuras. Mientras Israel inmola su
cordero pascual, en la cruz queda inmolado el Cordero que a todos nos trae la
verdadera Redención (del pecado) y Salvación: Vida Eterna, Redención y Vida
Eterna que en la celebración Eucarística anunciamos y rememoramos hasta que Él
vuelva (1 Cor 11, 26).
(José Ma. Solé Roma (O.M.F.),"Ministros de la Palabra", ciclo "A", Herder,
Barcelona 1979.)
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Dr. D. Isidro Gomá y Tomás
ÚLTIMOS DIAS DEL MINISTERIO DE JESUS
157.- JESÚS SE DIRIGE TRIUNFALMENTE A JERUSALÉN: Mt. 21, 1-9
(Mc. 11, 1-10; Lc. 19, 29-38; Ioh. 12, 12-16)
Evangelio de la bendición de las Palmas del Domingo de Ramos
Y al día siguiente, cuando se acercaron a Jerusalén, y llegaron a Betfagé, al
Monte de los Olivos, envió entonces Jesús a dos discípulos, diciéndoles: Id a la
aldea que está enfrente de vosotros, y luego, al entrar allí, hallaréis una asna
atada, y con ella un pollino atado, sobre el que no montó aún hombre alguno:
desatadlos y traédmelos. Y si alguien os dijere alguna cosa: ¿Qué hacéis? ¿Por
qué los desatáis?, responded que el Señor los ha menester: y luego los dejará.
Todo esto sucedió para que se cumpliese lo dicho por medio del profeta: «Decid a
la hija de Sión: No temas: he aquí que viene a ti tu Rey, manso y sentado sobre
una asna, y sobre un ροllιnο hijo de la que está debajo de yugo.» Esto no lo
entendieron sus discípulos al principio: pero, cuando fue glorificado Jesús,
entonces recordaron que de él estaban escritas estas cosas, y que esto le
hicieron. Y fueron, pues, los discípulos, e hicieron como les había mandado
Jesús. Y hallaron el pollino que estaba como les había dicho, atado delante de
la puerta, fuera, en la encrucijada, y desátanlο: y cuando desatabαn el pollino,
dijérοnles algunos de los que allí estaban, los dueños de él: ¿Por qué desatáis
el pollino? Ellos respondieron como Jesús les había mandado: que el Señor lo ha
menester: y se lo dejaron Y condujeron el asna y el ροllinο a Jesús: y pusieron
sobre ellos sus vestidos, y le hicieron sentar encima.
Y según él caminaba, una gran muchedumbre tendió sus vestidos en el camino: y
otros cortaban ramos de árboles, y los esparcían por el camino. Y cuando se
acercaba a la bajada del Monte de los Olivos, toda la muchedumbre de discípulos,
llenos de gozo, comenzaron a alabar a Dios en alta voz, por todas las maravillas
que habían visto. Y la muchedumbre que iba delante, y la que iba detrás, gritaba
diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el Rey que viene en el nombre del
Señor! ¡Bendito el Reino que llega de nuestro padre David! ¡Paz en los cielos
hosanna y gloria en las alturas!
Una gran muchedumbre de gente que había venido a la fιesta, habiendo oído que
Jesús estaba para llegar a Jerusalén, tomaron ramos de palmas, y salieron a su
encuentro, gritando: ¡Ηosαnna! Bendito sea el que viene en el nombre del Señor,
el Rey de Israel!
Explicación. — El hecho que aquí se narra tiene lugar, según toda probabilidad,
el día 10 de Nisán, cinco días antes de la pascua, coincidiendo con nuestro
domingo de Ramos, según venerable tradición litúrgica y eclesiástica. La hora no
se precisa en ninguno de los Evangelios: de Μc. 11, 11, se colige que tuvo lugar
por la tarde, durando probablemente algunas horas. Los cuatro Evangelios
concurren a esta narración, ofreciendo cada uno de ellos diversas
particularidades: el conjunto nos da animadísimo cuadro que reproduce aquel
hecho trascendental de la vida de Jesús. Ya se ha notado en otro lugar (νοl. I,
pág. 218) el simbolismo de esta entrada triunfal de Jesús en Jerusalén: es la
designación y preparación festiνa del Cordero, que tenía lugar cinco días antes
de la Pascua; Jesús, el Cordero de Dios, es aquel día designado como víctima
para la redención del mundo. Es, además, este triunfo, que tiene lugar el primer
día de la semana, preludio del triunfo definitivo de Jesús sobre la muerte, que
tendrá lugar el mismo día de la semana siguiente.
PREPARATIVOS DEL TRIUNFO (1-6). — De Betania salió Jesús al día siguiente del
convite habido en casa de Simón el leproso, para hacer su triunfal entrada en la
ciudad. Hora escasa de camino separa la villa de Lázaro de la capital judía;
entre ambas, y ya cerca de Jerusalén, hasta el punto de que los talmudistas la
consideraran como parte de la ciudad, se hallaba la aldea de Betfagé, o «casa de
los higos» : abundaban las higueras en el Monte de los Olivos, donde la aldea
estaba emplazada y que separa Jerusalén de Betania : Y cuando se acercaron a
Jerusalén, por la parte oriente, siguiendo el camino de Jericó, y llegaron a
Betfagé, al Monte de los Olivos... Es entonces cuando toma Jesús la iniciativa
de la ruidosa manifestación triunfal que se le prepara. Es un designio divino en
que aparece el Señor y el Profeta que quiere públicamente ser reconocido y
aclamado por Mesías. Marcos da aquí esta indicación geográfica : «Y al acercarse
Jesús a Jerusalén y Betania...» ; y Lucas esta otra: «Y al acercarse a Betfagé y
Betania…» ¿Cómo, saliendo Jesús de Betania, donde acaba de asistir a convite,
aquel en que María ungió sus pies (núm. 156), se acerca a Betania? Porque
siguiendo de oriente a occidente primero es Betania, luego Betfagé, a un
kilómetro, y después Jerusalén, a dos escasos. Entre las varias explicaciones de
éstos parajes, ορtamοs por la que supone que los Evangelistas tratan de
localizar o definir la región donde tuvo lugar esta ovación de Jesús, que
empieza cerca de Betania y acaba en el templo de Jerusalén, pasando por Betfagé.
Cuando la comitiva que había salido de Betania se hallaba frente por frente de
Betfagé, envió entonces, indicación enfática del momento verdaderamente
histórico, Jesús a dos discípulos: creen algunos que eran Pedro y Juan, pero no
hay razón histórica que lo abone, callando los Evangelistas los nombres :
diciéndoles: Id a la aldea que está enfrente de vosotros, Betfagé, y luego, al
entrar allí, hallaréis una asna atada, y con ella un pollino atado, sobre el que
no montó aún hombre alguno: desatadlos y traédmelos. Demuéstrase en ello Jesús
conocedor de las cosas ocultas y distantes: no había precedido pacto alguno con
el dueño de los animales, como han pretendido algunos. Jesús, que siempre había
recorrido a pie los duros caminos de la Palestina, quiere ahora entrar montado
en la populosa ciudad, rebosante de gente: es su voluntad decidida de
manifestarse como Mesías. Manifestación de carácter religioso, como lo demuestra
el hecho de que monte en un pollino que nadie ha utilizado aún para este fin,
como se hacía con los animales que se consagraban a Dios. Y si alguien os dijere
alguna cosa: ¿Qué hacéis? ¿Por qué lo desatáis?, responded que el Señor, Dueño
de todas las cosas, los ha menester: y luego los dejará, como sucedió,
revelándose Jesús profeta y dueño de las voluntades, que se inclinan hacia donde
Él quiere.
Mateo y Juan señalan en este hecho la realización de una profecía: Todo esto
sucedió para que se cumpliese lo dicho por medio del profeta: «Decid a la hija
de Sión... (Is. 62, 11); la hija de Sión es locución poética para designara
Jerusalén y sus habitantes. Sión es una de las principales, colinas sobre que la
ciudad está edificada: No temas: he aquí que vίene a tí tu Rey, manso y sentado
sobre una asna, y sobre un pollino hijo de la que está debajo de yugo», locución
poética también para designar el asna. La alegación del texto (Zach 9, 9) es más
bien en su sentido que en la letra. Nota aquí Juan que se realizaban todas estas
cosas sin que los discípulos se diesen cuenta de que se verificaba un vaticinio:
Esto no lo entendieron sus discípulos al principio, cuando sucedieron los
hechos: pero, cuando fue glorificado Jesús, entonces recordaron que de él
estaban escritas estas cosas, y que esto le hicieron; es decir, que cuando vino
sobre ellos el Espíritu de Dios que les enseñó toda verdad (Ioh. 16, 13), o ya
antes, cuando Jesús les abrió la inteligencia para que entendiesen las
Escrituras, conocieron la relación entre el hecho y la profecía.
Los discípulos que para ello habían sido designados por el Maestro, fueron a
Betfagé, anticipándose a la comitiva, y cumplieron el encargo de Jesús: Y
fueron, pues, los discípulos, e hicieron como les había mandado Jesús. El cuadro
que a la vista se les ofrece al llegar a aquel sitio es reproducción de la
pintura que les ha hecho Jesús: Y hallaron el pollino que estaba como les había
dicho, atado delante de la puerta, como suelen tener los dueños las bestezuelas
ante sus alquerías, fuera, en la encrucijada, en el camino que conducía a la
casa, y desátanlo. Tal vez esta nimiedad de detalles legitima la presunción de
que Pedro, inspirador de Marcos, fue uno de los enviados.
Sucedió a los discípulos enviados lo que era natural, tratándose de gente
forastera: Y cuando desataban el pollino, dijéronles algunos de los que allí
estaban, los dueños de él: ¿Por qué desatáis el pollino? Los discípulos cumplen
escrupulosamente el encargo que les ha dado Jesús: Ellos respondieron como Jesús
les había mandado: que el Señor lo ha menester. Los dueños nada replican; una
gracia de Dios hace que consientan: Y se lo dejaron.
Jesús sólo debía utilizar el ροllino: el asna madre iría a los flancos de Jesús,
para que fuese dócil y manso el asnillo llevando la santísima persona del Señor.
Nótese que Mt. habla del asna y del ροllinο; Mc. y Lc., sólo del ροllinο; no hay
contradicción alguna: los dos últimos Evangelistas sólo se fijan en la
cabalgadura que usó Jesús. Por lo demás, el asno de oriente no era el animal
innoble de nuestros países; a más de que es más esbelto de formas y más vivaz,
los antiguos lo habían usado como cabalgadura de nobles: así lo hizo Abraham
(Gen. 22, 3), Moisés (Ex. 4, 20), Balaam (Num. 22, 21), los príncipes de Israel
en el cántico de Débora (Iud. 5, 10), etc. En el uso del asnillo hay una razón
de simbolismo: la paz, la mansedumbre, la humildad, la naturaleza del Reino
mesiánico vienen figurados en ello, por oposición a los caballos de guerra,
ricamente enjaezados y fuertemente protegidos, símbolo de la fuerza y del
orgullo de los humanos conquistadores.
DETALLES DEL TRIUNFO (7-9).-Y condujeron, los discípulos, regresando de Betfagé,
el asna y el pollino a Jesús, es de suponer con gran reverencia y temor, al ver
la prodigiosa manera como se desarrollaban los hechos: Y pusieron sobre ellos
sus vestidos, y le hicieron sentar encima, de los vestidos o mantos exteriores,
ayudándole a montar. Los otros tres Evangelistas sólo nombran al pollino, sobre
el que indudablemente se sentó Jesús (Mc. 11, 7; Lc. 19, 35; Ioh. 12-14):
sencillamente enjaezados ambos animalejos, el joven sirvió de montura al Señor,
mientras el asna daba humilde escolta al divino Triunfador.
Púsose la comitiva en marcha: Y según él caminaba, una gran muchedumbre, que
había seguido a Jesús desde Betania, y los que desde Jerusalén habían salido a
recibir al Señor, tendió también sus vestidos en el camino: así lo habían hecho
los israelitas otro tiempo con Jehú ungido rey (4 Reg. 9, 12.13): es señal de
gran honor. Y otros cortaban ramos de árboles, y los esparcían por el camino,
como acostumbraban los antiguos hacerlo en las pompas solemnes (1 Mac. 13, 51; 2
Mac. 10, 7): como aun hoy sembramos de flores y hierbas aromáticas las calles al
paso de las personas reales o de las procesiones religiosas.
Así llegaron Ias multitudes, ya llenas de entusiasmo, al punto del Monte de los
Olivos en que se domina ya plenamente la ciudad y en que se inicia la bajada
hacia el Cedrón; entonces se hizo clamoroso el entusiasmo: Y cuando se acercaba
a la bajada del Monte de los Olivos, toda la muchedumbre de discípulos, llenos
de gozo, comenzaron a alabar a Dios en alta voz, por todas las maravillas que
habían visto: es el mismo Jesús quien mueve los ánimos de aquellas gentes para
que prorrumpan en voces de alabanza y júbilo: Y la muchedumbre que iba delante,
y la que iba detrás, en lo que quizá se designan las dos comitivas que acababan
de encontrarse, la que venía de Betania y la que salía de Jerusalén, gritaba
diciendo... Los gritos de la multitud serían variadísimos, como se colige de los
diversos textos paralelos, y eran expresivos de la mesianidad y de la realeza de
Jesús. ¡Hosanna al Hijo de David!, prosperidad y salud para el real descendiente
de David, para que pueda llevar a feliz término la obra del Reino mesiánico:
¡Bendito el Rey que viene en el nombre del Señor! Vengan Ias bendiciones de Dios
sobre el Enviado para la salvación de Israel: ¡Bendito el Reino que llega de
nuestro padre David! ¡Paz en los cielos!, porque nos ha venido la reconciliación
con Dios. ¡Hosanna, o salvación desde los cielos, para El y para el pueblo, y
gloria en las alturas!, efecto de la salvación mesiánica.
Juan corrobora la interpretación de las dos comitivas, la que va y la que viene
de Jerusalén, formando manifestación imponente en favor del gran Taumaturgo, de
quien se espera la restauración del Reino mesiánico: Una gran muchedumbre de
gente que había venido a la fiesta, habiendo oído que Jesús estaba para llegar a
Jerusalén... Es espléndido el marco para la glorificación de Jesús: todo Israel
se ha congregado en la capital para la gran fiesta de Pascua. Las palmeras, que
abundarían en el valle de Cedrón, ρrestάrοnles a las multitudes el símbolo del
triunfo: Tomaron ramos de palmas, y salieron a su encuentro, gritando: ¡Hosαnnα!
¡Bendito sea el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel!, por cuyo
advenimiento suspiró hasta ahora nuestro pueblo.
Lecciones morales. — A) v. 3. —Responded que el Señor los ha menester... — No es
poca cosa lo que con estas palabras se anuncia, dice el Crisóstomo: porque,
¿quién inclinó sus ánimos para que no contradijesen a los discípulos que
desataban los jumentos, antes se los cediesen de buen grado? En lo que enseña a
los discípulos que si hubiese querido hubiese también inclinado en su favor las
voluntades de los judíos para que nο le dañaran, pero no quiso. Les enseña
además a dar a los otros cuanto pidan: porque si los que no conocían a Cristo lo
hicieron, ¿cuánto más los discípulos de Jesús? Parece, añade el Santo, que los
animales fueron devueltos a su dueño después que los hubo utilizado el Señor.
B) v. 5.—He aquí que viene a ti tu Rey, manso... — He aquí, sigue el Crisóstomo,
que debes ver no con los ojos de la carne, sino con los del espíritu, atendiendo
no a las apariencias, sino a las obras del que viene a ti. Y a ti viene para
salvarte, si tienes inteligencia; para perderte, si careces de ella, no
comprendiendo su persona y su misión. Y viene a ti mismo no para que le temas
por su poder, sino para que le ames por su mansedumbre. Por ello no viene
sentado sobre carroza de oro, vestido de brillante púrpura: ni monta indómito
caballo, amador de luchas y batallas, sino sobre un asnillo, amigo de la
tranquilidad y de la paz. ¡Cómo podemos aplicar con mucho fruto a nuestra alma
estas palabras en las venidas espirituales de Jesús, en los toques de su gracia,
en las lecciones de la vida, y especialmente en sus visitas por la comunión
eucarística! ¡Cuánta es la mansedumbre y benignidad de Jesús para con nosotros!
C) v. 7. — Y pusieron sobre ellos sus vestidos... — Nos da en ello Jesús, sigue
el Crisóstomo, una medida de sabiduría y prudencia, usando sólo aquello que es
de necesidad, no lo que hubiese sido ya ostentación y lujo. Bastó que montara un
asno, y no quiso que fuese un caballo; pudo utilizar ricas gualdrapas para
enjaezar su montura, y se contentó con las pobres capas de sus discípulos;
pudieron alzarle en vilo las muchedumbres entusiasmadas y entrarle así
triunfalmente en la ciudad, y quiso que fuesen sus Apóstoles los que penosamente
le ayudaran a cabalgar sobre el humilde pollino.
D) v. 9. — ¡Hosanna al Hijo de David!— Se compendian en este grito todas las
glorias y todos los anhelos del pueblo de Israel. Porque en la raza de David
estaban vinculadas las esperanzas del pueblo de Dios; de la descendencia del
gran rey debía nacer el Mesías que debía fundar el reino espiritual definitivo y
eterno. El pueblo que vitorea a Jesús, sea por unα convicción hija de la visión
de las grandes maravillas obradas por el Señor, sea porque moviera sus ánimos el
mismo Jesús, adivina la realidad del Mesías, a quien glorifica; por ello grita:
« ¡ Hosanna!», «que venga la salvación», por el Hijo de David; ¡Bendito (que sea
glorificado) el que viene (por la encarnación) en el nombre del Señor! (es
decir, del ραdre), que le glorifica, dice la Glosa. Pero aquel mismo pueblo,
infiel a la gracia de Dios, prevarica aquella misma semana y grita:
¡Crucifícale!, y pide que su sangre caiga sobre él y sus hijos. Lo que debía ser
la salvación de Israel vino a parar en causa de su ruina. Es la obra de la
veleidad humana y de los justos juicios de Dios.
(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio Explicado, Vol. II, Ed. Acervo, 6ª ed.,
Barcelona, 1966)
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Mons. Fulton J. Sheen
ENTRADA EΝ JERUSALÉN
Era el mes de nisán. El libro del Éxodo ordenaba que en este mes se escogiera el
cordero pascual y que dentro de cuatro días se llevara al lugar donde había de
ser sacrificado. En el domingo de Ramos, el cordero era elegido por el pueblo de
Jerusalén; el día de viernes santo se le sacrificaba.
El Señor pasó su último sábado en Betania, en compañía de Lázaro y sus hermanas.
Ahora circulaba la noticia de que nuestro Señor se dirigía a Jerusalén. Como
preparación para su entrada, Jesús envió a dos de sus discípulos a una aldea
cercana, donde, les dijo, encontrarían un pollino atado en el que ningún hombre
se había sentado todavía. Tenían que desatarlo y traérselo a Él.
Y sí alguien os preguntare
¿Por qué le desatáis?
Diréis así
Porque el Señor lo ha menester.
Lc 19, 31
Quizá no se ha escrito nunca una paradoja tan grande como ésta: por un lado, la
soberanía del Señor, y por la otra, su necesidad. Esta combinación de divinidad
y dependencia, de posesión y pobreza, era consecuencia de que la Palabra, o el
Verbo, se hubiera hecho carne. Realmente, el que era rico se había hecho pobre
por nosotros, para que nosotros pudiéramos ser ricos. Pidió prestado a un
pescador una barca desde la cual poder predicar; tomó prestados panes de cebada
y peces que llevaba un muchacho con objeto de alimentar a la multitud; tomó
prestada una sepultura de la cual resucitaría, y ahora tomaba prestado un asno
sobre el cual entrar en Jerusalén. A veces Dios se permite tomar cosas de los
hombres para recordarles que todo procede de Él. Para aquellos que le conocen,
le es suficiente oír estas palabras: «El Señor tiene necesidad de tal cosa».
Al acercarse a la ciudad, «una gran muchedumbre» salió a su encuentro; en ella
se encontraban no sólo los ciudadanos, sino también los que habían acudido a la
fiesta y, naturalmente, los fariseos. También las autoridades romanas andaban
vigilando durante las grandes fiestas para que no se produjera ninguna
insurrección. En todas las ocasiones anteriores nuestro Señor rechazó el fácil
entusiasmo del pueblo, huyó de toda publicidad y evitó todo cuanto pudiera ser
ostentación y exhibicionismo. En cierta ocasión
Mandó a los discípulos
que no dijesen a nadie que Él era el Cristo.
Mt 16, 20
Al resucitar de entre los muertos a la hija de Jairo,
Les recomendó mucho que nadie lo supiese.
Mc 5, 43
Después de mostrar la gloria de su divinidad en la transfiguración,
Les mandó que a nadie dijesen las cosas que habían visto, sino cuando el Hijo
del hombre se hubiese levantado de entre los muertos.
Mc 9, 8
Cuando las multitudes, después del milagro de los panes, intentaban proclamarle
rey:
Partió otra vez a la montaña, Él solo.
Ioh 6, 15
Cuando sus parientes le pidieron que fuera a Jerusalén y causara sensación
ejecutando públicamente milagros, les dijo:
Mí hora no ha llegado todavía.
Ioh 7, 6
Pero tan pública fue su entrada en Jerusalén, que incluso los fariseos dijeron:
He aquí que el mundo se va tras él.
Ioh 12, 19
Todo ello era algo opuesto a su modo acostumbrado de proceder. Antes solía
amortiguar todos los arrebatos de entusiasmo de ellos; ahora los encandilaba. ¿A
qué obedecía este cambio de actitud?
Porque su «hora» había llegado. Había llegado el momento de hacer por última vez
pública afirmación de sus pretensiones. Sabía que esto era un paso hacia el
Calvario y hacia su ascensión al cielo y establecimiento de su reino sobre la
tierra. Una vez había reconocido las alabanzas que ellos le tributaban, la
ciudad se hallaba ante la alternativa de confesarle como hizo Pedro o
crucificarle. Se trataba de ver sí era su rey o de sí no querían tener a otro
rey más que al césar. Ninguna aldea de Galilea, sino la ciudad real en tiempo de
la pascua, era el lugar más indicado para que El hiciera su postrera
proclamación.
De dos maneras atrajo la atención hacía su realeza: primeramente por medio de
una profecía familiar al pueblo, y en segundo lugar por los honores divinos que
se le estaban tributando y que El aceptaba como propios.
Mateo declara de manera explícita que aquella solemne procesión fue para que se
cumpliera la profecía de Zacarias:
Decid a la hija de Sión
He aquí que tu rey viene a ti, manso,
sentado sobre un asno.
Mt 21, 5
La profecía venía de Dios por medio de su profeta, y ahora el mismo Dios la
estaba cumpliendo. La profecía de Zacarías tenía por objeto hacer ver el
contraste entre la majestad y la humildad del Salvador. Si contemplamos los
antiguos relieves de Asiria y Babilonia, de Egipto, de Persia y Roma, nos
sorprende ver la majestad de los reyes, que cabalgaban triunfalmente montados en
caballos o carros de guerra, e incluso a veces sobre los cuerpos de sus
postrados enemigos. En cambio, contrasta con ellos el rey que hace su entrada en
Jerusalén montado en un asno. ¡Cuánto debió de reírse Pilato, sí es que desde su
fortaleza contempló aquel día el ridículo espectáculo de un hombre que estaba
siendo proclamado rey y, sin embargo, hacía su entrada montado en la bestia
símbolo de los seres despreciados, vehículo adecuado para uno que cabalgaba
hacía las fauces de la muerte! Si hubiera entrado en la ciudad con el fausto y
la pompa de los vencedores, habría dado ocasión para que creyeran que era un
Mesías político. Pero la circunstancia que Él eligió corroboraba su afirmación
de que su reino no era de este mundo. Nada había en aquella entrada que
sugiriera que aquel pobre rey fuese un rival del césar.
La aclamación de que le hizo objeto el pueblo fue otro modo de reconocer su
divinidad. Muchas personas extendían sus vestidos por donde había de pasar
Jesús; otros cortaban ramas de olivo y de palma y las esparcían a su paso. El
Apocalipsis habla de una gran muchedumbre delante del trono del Cordero, con
palmas de victoria en las manos. Aquí las palmas, tan a menudo usadas en toda la
historia del pueblo judío para simbolizar la victoria, cοmο cuando Simón Macabeo
entró en Jerusalén, daban testimonio de su victoria, aun antes de quedar
momentáneamente vencido.
Luego, citando unos versículos del gran Hillel referentes al Mesías, las
multitudes le seguían gritando:
¡Bendito el rey
que viene en el nombre del Señor!
¡Paz en el cielo, y gloría en las alturas!
Lc 19, 38
Al admitir ahora que era el enviado de Dios, repetían en realidad el cántico de
los ángeles en Belén, ya que la paz que Él traía era la reconciliación del cielo
y la tierra. También se repetía la salutación que los magos hicieron ante el
pesebre: «el rey de Israel».
Un nuevo cántico fue entonado mientras clamaban:
¡Hosanna al Hijo de David! ¡Hosanna en las alturas!
Mt 21, 9
¡Rey de Israel!
Ioh 12, 13
Él era el príncipe prometido de la línea de David; el que venía cοn una misión
divina. «Hosanna», que originariamente era una plegaría, se convertía ahora en
un saludo triunfal de bienvenida al rey salvador. Aunque no entendían cabalmente
por qué había sido enviado, ni qué clase de paz venía a traer, confesaban, sin
embargo, que Jesucristo era un ser divino. Los únicos que no participaban de las
aclamaciones de entusiasmo eran los fariseos.
Algunos de los fariseos de entre el gentío le dijeron:
Maestro, reprende a tus discípulos.
Lc 19, 39
Era algo insólito que se dirigieran a Jesús, ya que estaban disgustados con Él
por el homenaje de que le hacía objeto la muchedumbre. Con terrible majestad,
nuestro Señor les respondió:
Os digo que si éstos callasen,
las piedras clamarían.
Lc 19, 40
Si los hombres callaran, la naturaleza misma gritaría y proclamaría la divinidad
de Jesucristo. Las piedras son duras, pero, si incluso ellas podrían clamar,
¡cuánto más duros deben de ser entonces los corazones de los hombres que no
reconocen lα bondad de Dios para con ellos! Si los discípulos callasen, nada
ganarían con ello los enemigos, puesto que las montañas y los mares proclamarían
la verdad.
Lα entrada había sido triunfal, pero Jesús sabía muy bien que los « hosannas» se
convertirían en «¡crucifícale!», y las palmas se volverían lanzas. En medio de
los gritos del pueblo, Jesús pudo percibir lo que murmuraba un Judas y las voces
airadas que se levantarían delante del palacio de Pilato. El trono al que El era
exaltado era una cruz, y su coronación real sería una crucifixión. A sus pies
extendían vestidos, pero el viernes le serían negados incluso los suyos propios.
Desde un principio sabía lo que había en el cοrazón del hombre, y nunca sugirió
que la redención de las almas humanas hubiera de realizarse por medio de una
pirotecnia de palabras. Aunque era rey, y aunque ellos le aceptaban ahora como
rey y Señor, Él sabía que la bienvenida que como rey podía esperar era el
Calvario.
Sus ojos estaban arrasados en lágrimas, no a causa de la cruz que le aguardaba,
sino debido a los males que amenazaban a aquellos que había venido a salvar y
que no querían saber nada de Él.
Al contemplar la ciudad,
Lloró sobre ella, diciendo:
!Oh sí hubieras conocido tú,
siquiera en este tu día, el mensaje de paz!
Mas ahora está encubierto a tus ojos!
Lc 19, 41-42
Vio con exactitud histórica cómo se abatían sobre la ciudad las fuerzas de Tito,
a pesar de que los ojos que estaban contemplando el futuro se hallaban empañados
por las lágrimas. Habló de sí mismo como sí hubiera querido y podido evitar
aquellos males recogiendo a los culpables bajo sus protectoras alas, tal como la
gallina protege a sus polluelos, pero ellos no habían querido. Como el prototipo
del gran patriota de todos los tiempos, miraba más allá de los propios
padecimientos y fijaba los ojos en la ciudad que se negaba al Amor. Ver el mal y
no poder remediarlo, debido a la humana perversidad, constituye la mayor de las
angustias. Ver la maldad y no poder apartar al malhechor de su camino es
suficiente para desanimar a cualquiera. Un padre siente que se le parte el alma
de angustia al ver el mal comportamiento de su hijo. Lo que hacía asomar las
lágrimas a los ojos de Jesús eran los ojos de los que no querían ver y los oídos
de los que no querían oír.
En la vida de cada individuo y en la de cada nación hay tres momentos: un
momento de visitación o privilegio, en que Dios derrama sus bendiciones; otro,
en que el hombre rechaza a Dios y se olvida de Él, y otro, finalmente, en que la
condena descarga sobre el hombre con consecuencias desastrosas. El juicio
condenatorio y la calamidad subsiguiente son fruto de las decisiones del hombre
y demuestra que el mundo está guiado por la presencia de Dios. Las lágrimas de
Jesús sobre Jerusalén mostraban a Jesús como el Señor de la historia, dando su
gracia a los hombres y, sin embargo, sin destruir jamás su libertad de aceptarla
o rechazarla. Pero, al desobedecer su voluntad, los hombres se destruyen a sí
mismos; al darle muerte, mataban sus propios corazones; al negarle, llevaban a
la ruina su propia ciudad y su propia nación. Tal era el mensaje de sus
lágrimas, las lágrimas del rey que caminaba hacía la cruz.
Tomado de “Vida de Cristo”, Ed. Herder (pág. 288-292).
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R.P. Miguel Ángel Fuentes i.V.E.
CRISTO, VARÓN DE DOLORES
Varón de dolores, familiarizado con el sufrimiento
(Is 53,3)
La gran obra de Cristo por los pecadores fue su Pasión. Allí el no sólo buscó,
llamó, invitó a los pecadores, sino que por ellos padeció, sufrió, se humilló y
murió. La Pasión es la gran obra del Amor de Dios por nosotros, los hombres.
1. Opus Passionis
Fue él quien soportó nuestros sufrimientos –dice el profeta– y cargó con
nuestros dolores... fue traspasado por nuestras iniquidades y molido por
nuestros pecados. El castigo de nuestra paz cayó sobre él, y en sus llagas hemos
sido curados... Dios cargó sobre él la iniquidad de todos nosotros (Is 53,46).
Por eso se le aplican con justicia las quejas de Jeremías: ¡Oh vosotros que
pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor semejante al dolor mío! (Lam
1,2).
¿Qué sabemos de las aflicciones de Cristo en su Pasión?
1) Ante todo, que padeció todo género de dolores[1]
a) Padeció de parte de todas las clases de hombres
Padeció de parte de hombres paganos, como Pilatos y los soldados del Pretorio.
De parte de los judíos enemigos: príncipes como Herodes (Sal 2,1: Los reyes de
la tierra se amotinan y los príncipes conspiran a una contra Dios y contra su
Cristo); sacerdotes, como Anás, Caifás; el populacho compuesto por hombres y
mujeres, nobles y pobres, jóvenes y ancianos (Jn 19,15; 18,40: Todos comenzaron
a decir: ¡Quítale! ¡Quítale! ¡Crucifícalo! ¡Suéltanos a Barrabás! ¡Crucifícalo!;
Mt 27,39: Los que pasaban ante la cruz se burlaban).
De parte de los judíos amigos, como sus discípulos (Judas entregándolo, Pedro
negándolo, Juan y Santiago no siendo capaces de velar con él en Getsemaní, los
demás abandonándolo a sus enemigos); y en general, todos los que habían recibido
sus beneficios: los ciegos, tullidos, y enfermos que curó: ¿dónde estaban en
aquellos momentos?; ¿no hay nadie que lo defienda aunque sea para demostrar su
gratitud para con Él?
b) Fue despojado en todos los bienes de los que un hombre puede ser privado
De sus amigos, pues lo abandonaron.
De su fama ya que blasfemaron de él.
De su honra, pues se burlaron y fue afrentado como un loco (Lc 23,11: Herodes lo
despreció... haciendo burla de él), como un blasfemo (Mc 14,64: Oísteis la
blasfemia... Todos ellos le condenaron), y como un instigador (Lc 23,2: A éste
lo hemos hallado amotinando nuestra gente).
De todas sus cosas porque fue despojado hasta de sus vestidos y clavado desnudo
en la cruz (Jn 19,24: Se repartieron sus vestidos y sortearon su túnica).
De la serenidad del alma al sentir tristeza, tedio y temor (Mt 26,37-38: comenzó
a ponerse triste y a sentir abatimiento. Y les dijo: triste está mi alma hasta
morir).
c) Padeció corporalmente en todos sus miembros
En su cabeza, coronado de espinas. En sus pies y manos, atravesados por clavos.
En su rostro, escupido y abofeteado. En todos sus sentidos: en el tacto, azotado
y herido (el Salmista lo describía llagado como un campo arado, como se da
vuelta la tierra, así su carne, Sal 129,3: Sobre mi espalda araron aradores,
alargaron sus surcos); en el gusto, obligado a probar hiel y vinagre; en el
olfato, sentenciado a morir en lugar de ejecuciones, sahumado por la fetidez de
los cadáveres; en el oído, condenado a morir escuchando las burlas y blasfemias
de la plebe; en la vista viendo llorar a su Madre y al discípulo que amaba.
Verdaderamente Él es, como dice Isaías: Varón de dolores, familiarizado con el
sufrimiento (Is 53,3). Y a pesar de ello sigue siendo exacta la descripción de
Agustín: “Hermoso siendo Dios, Verbo en Dios... Es hermoso en el cielo y es
hermoso en la tierra; hermoso en el seno, hermoso en los brazos de sus padres,
hermoso en sus milagros, hermoso en los azotes; hermoso invitado a la vida,
hermoso no preocupándose de la muerte, hermoso dando la vida, hermoso tomándola;
hermoso en la cruz, hermoso en el sepulcro y hermoso en el cielo. Oíd
entendiendo el cántico, y la flaqueza de su carne no aparte de vuestros ojos el
esplendor de su hermosura”[2].
2) La intensidad de sus dolores fue la más grande que puede alcanzar el tormento
de un hombre[3]
Esto por todas las circunstancias que se suman en su dolor.
a) Por un lado, la enormidad de las causas que lo producían:
El dolor sensible por ser causado por la multitud de heridas, en todo el cuerpo;
y de modo singular el dolor atroz y supremo que significaba la muerte por
crucifixión.
Pero las causas más grandes fueron las del dolor interno y espiritual. En primer
lugar, el conocimiento de los pecados de todos los hombres que Él cargaba sobre
sus espaldas; hasta el punto que San Pablo llega a afirmar: Al que no conoció el
pecado, Dios lo hizo pecado (2 Cor 5,21), y añade también: Lo hizo maldición (Gál
3,13). En segundo lugar, el conocimiento de la caída de los que pecaban con su
muerte: el pecado de sus acusadores, de sus jueces, de sus verdugos y de sus
discípulos que se escandalizaron ante la cruz. En tercer lugar, el conocer
proféticamente todos los pecados por los que rechazarían su sangre y su perdón a
lo largo de los siglos. En cuarto lugar, el conocer la dispersión de los suyos:
Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas (Mt 26,31). Y finalmente, la misma
consideración de la muerte corporal, que la naturaleza de cualquier hombre
rechaza con horror.
b) Se sumaba también la perfecta sensibilidad de Jesús. Cuanto más perfecta es
una naturaleza, tanta mayor capacidad posee para percibir el gozo y el dolor. La
perfecta humanidad de Nuestro Señor, le hacía percibir con pureza única la
intensidad y especificidad de cada dolor.
c) A todo esto hay que añadir, por un lado, la pureza de sus dolores que el
mismo Jesús no quiso que fuesen mitigados en nada, razón por la cual rechazó el
vinagre que para insensibilizarlo le ofrecieron los soldados. Por otro lado, el
hecho de hacerlo todo voluntariamente: toda su pasión era un acto pleno de su
libertad que se entregaba de lleno al dolor por los pecados de los hombres.
Bien pudo escribir Péguy del grito doloroso del Crucificado –aquel grito con el
que entregó su alma al Padre– con palabras crudas y realistas:
“Clamor que resuena aún en toda la humanidad;
Clamor que hizo tambalearse a la Iglesia militante...
Clamor que resuena en el corazón de toda humanidad;
Clamor que resuena en el corazón de toda cristiandad;
Oh clamor cumbre, eterno y válido...
Pero ¿por qué? ¿Qué tenía?...
Sólo él podía lanzar un grito sobrehumano;
Sólo él experimentó entonces la sobrehumana angustia...
El boquete de la lanza, herida de los clavos;
El que le hacían los clavos en el hueco de la mano;
El boquete de los clavos en el hueco de sus manos.
Su garganta que le dolía.
Que le escocía.
Que le quemaba.
Que le desgarraba.
Su seca garganta que tenía sed.
Su gaznate seco.
Que tenía sed.
Su mano izquierda que le quemaba.
Y su mano derecha.
Su pie izquierdo que le abrasaba.
Y su pie derecho.
Porque su mano izquierda estaba horadada.
Y su mano derecha.
Su pie izquierdo estaba traspasado.
Y su pie derecho.
Sus cuatro miembros todos.
Sus cuatro pobres miembros.
Y su costado que le abrasaba.
Su costado hendido.
Su corazón perforado.
Y su corazón que le abrasaba.
Su corazón consumido de amor.
Su corazón devorado de amor...
Él no había gritado ante la lanza romana;
No había gritado ante el beso perjuro;
No había gritado bajo el huracán de injurias.
No había gritado ante los verdugos romanos.
No había gritado bajo la amargura de la ingratitud...
No había gritado ante la faz perjura;
No había gritado ante los rostros injuriantes.
No había gritado ante los rostros de los verdugos romanos.
Entonces, ¿por qué gritaba?, ¿ante qué cosa gritaba?
Tristis, tristis usque ad mortem;
Triste hasta la muerte; más hasta qué muerte;
Hasta producir la muerte; o hasta ese momento
De la muerte”[4].
2. Sus dolores nos gritan...
Cristo predicó y enseñó con su palabra y con sus hechos; con su Pasión nos
demuestra y nos declara su Amor; su “pasión” en el sentido de “apasionamiento”,
de “amor ardiente”. “Precisamente en la cruz manifiesta en plenitud la belleza y
el poder del amor de Dios”[5]. Como decía San Bernardo: “Clama la cruz, claman
los clavos, claman las heridas, que verdaderamente nos amó Dios”. Y también:
“Esto quiso padecerlo para que a través de las heridas de su carne se dejasen
ver las entrañas de su caridad”. Santo Tomás de Villanueva se animaba a decir:
“Todo hiciste con número, peso y medida, Señor, pero no me amaste ni con número,
ni con peso, ni con medida”.
Y todo... por mí y por ti... Una antiquísima homilía anónima del siglo IV, ponía
en boca de Cristo estas palabras dirigidas a Adán, y en él a todos los hombres:
“Por ti hombre vine a ser como hombre sin fuerzas, abandonado entre los
muertos... Mira los salivazos de mi Rostro, que recibí por ti, para restituirte
el primitivo aliento de vida... Mira las bofetadas de mis mejillas, que soporté
para reformar a imagen mía tu aspecto deteriorado. Mira los azotes de mi
espalda, que recibí para quitarte de la espalda el peso de tus pecados. Mira mis
manos, fuertemente sujetas con clavos al árbol de la cruz, por ti... Me dormí en
la cruz y la lanza penetró en mi costado, por ti... Mi costado ha curado el
dolor del tuyo”[6].
Amor con amor se paga; un buen pecho lo entiende. “Mira a Jesucristo en el monte
Calvario clavado en cruz, decía por eso el gran Claret, y cópialo en ti mismo
hasta que puedas decir: Vivo yo, mas no yo, sino que vive en mí Cristo”[7].
En una capilla vecina a la catedral de Perpignan, en el sur de Francia, desde
hace siglos se venera la figura de un Crucificado. Nadie sabe quién talló esa
obra maestra, ni su procedencia. Pero durante siglos ha atraído a muchos
peregrinos que ven en esa tremenda imagen de dolor, el Siervo Sufriente de
Isaías, el Mesías Destrozado del Salmo 21. Tiene la cabeza profundamente
inclinada y una leyenda sobre él dice que cada año su cabeza cae una fracción de
centímetro hacia el pecho. Los catalanes dicen que, cuando el mentón descanse
finalmente sobre el pecho, será el fin de nuestro mundo... Pero para ese momento
el último de los elegidos habrá sido lavado por su Sangre.
Tomado de “I.N.R.I. Jesús Nazareno rey de los judíos”. Ediciones del Verbo
Encarnado, Pág.(101-106)
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[1] Cf. Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, III, 46,5.
[2] San Agustín, Enarr. in Psal., 44,3.
[3] Cf. Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, III, 46,6.
[4] Charles Péguy, El misterio de la caridad de Juana de Arco, Ed. Encuentro,
Madrid 1978, pp. 80-83.
[5] Juan Pablo II, Exhortación Vita consecrata, 24.
[6] Del Oficio de Lecturas del Sábado Santo; Breviario Romano.
[7] San Antonio María Claret, Imitación evangélica de Cristo, c.1, Biografías y
Escritos, B.A.C., Madrid 1959, p. 660.
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San Ambrosio
Había, pues, en la granja un pollino que estaba atado con el asno. Sólo por
orden del Señor podía ser desatado. Las manos de los apóstoles lo desataron, ahí
tienes un modo de actuar, he ahí un camino y una gracia. Sé tú como ellos para
que puedas desatar a los que están atados.
Mateo ha usado la presencia de los dos animales, la asna y el pollino, con el
fin de qué, de igual manera que en los dos hombres fueron ambos sexos los que
sufrieron la expulsión, así fuesen llamados en la figura de dos animales de uno
y otro sexo. Y así, en la asna está figurada Eva, madre en el error, mientras en
el pollino se ve simbolizada la totalidad de la gentilidad. Por esa razón el
pollino es el que va a servir de cabalgadura.
Y no deja de tener interés que fueran enviados dos discípulos, que representan a
Pedro, que se dirigió a Cornelio (Act 10,24) y Pablo a los restantes. Aunque con
ello no especificó las personas, sino que sólo indicó el número.
(...)Por eso las apóstoles extendieron sus vestidos a los pies de Cristo, porque
tenían que ir anunciando la gloria del Señor por medio de la predicación del
Evangelio; y es que muchas veces en las Escrituras los vestidos representan las
virtudes, las cuales, con una eficacia propia, llegan a ablandar un poco la
dureza de los gentiles, procurando, por medio de un celo bien dispuesto, prestar
el servicio de un cabalgar fácil y sin violencia.
(Obras Completas, B.A.C. Madrid, 1966)
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San Cipriano
Durante la misma Pasión, antes de que llegara la crueldad de la muerte y la
efusión de sangre, cuántos insultos y cuántas injurias escuchadas por su
paciencia. Soportó pacientemente los salivazos de quienes le insultaban, el
mismo que pocos días antes había dado vista a un ciego con su saliva (Jn 9,6).
Sufrió azotes aquél en cuyo nombre azotan hoy sus servidores y ángeles al
diablo, fue coronado de espinas el que corona a los mártires con eternas flores,
fue abofeteado con garfios en el rostro el que da las verdaderas palmas al
vencedor; despojado de su ropa terrena el que viste a todos con la vestidura de
la inmortalidad, mitigada con hiel la sed del que da alimentos celestiales, y
con vinagre el que propinó el licor de la salvación. El inocente, el justo, o
mejor dicho, la misma inocencia y la misma justicia, oprimida por testimonios
falsos, juzgado el que ha de juzgar, y la Palabra de Dios llevada al sacrificio
sin despegar los labios...Todo lo soporta hasta el fin con firmeza y
perseverancia, para que se consuma en la paciencia total y perfecta.
(Del bien de la paciencia, 7. Año Litúrgico Patrístico -2-, P. Manuel Garrido.
O. S. B. Fund. Gratis Date)
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Juan Pablo II
CELEBRACIÓN DEL DOMINGO DE RAMOS
HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
13 de abril de 2003
XVIII Jornada mundial de la juventud
1. "Bendito el que viene en nombre del Señor" (Mc 11, 9).
La liturgia del domingo de Ramos es casi un solemne pórtico de ingreso en la
Semana santa. Asocia dos momentos opuestos entre sí: la acogida de Jesús en
Jerusalén y el drama de la Pasión; el "Hosanna" festivo y el grito repetido
muchas veces: "¡Crucifícalo!"; la entrada triunfal y la aparente derrota de la
muerte en la cruz. Así, anticipa la "hora" en la que el Mesías deberá sufrir
mucho, lo matarán y resucitará al tercer día (cf. Mt 16, 21), y nos prepara para
vivir con plenitud el misterio pascual.
2. "Alégrate, hija de Sión; (...) mira a tu rey que viene a ti" (Zc 9, 9).
Al acoger a Jesús, se alegra la ciudad en la que se conserva el recuerdo de
David; la ciudad de los profetas, muchos de los cuales sufrieron allí el
martirio por la verdad; la ciudad de la paz, que a lo largo de los siglos ha
conocido violencia, guerra y deportación.
En cierto modo, Jerusalén puede considerarse la ciudad símbolo de la humanidad,
especialmente en el dramático inicio del tercer milenio que estamos viviendo.
Por eso, los ritos del domingo de Ramos cobran una elocuencia particular.
Resuenan consoladoras las palabras del profeta Zacarías: "Alégrate, hija de Sión;
canta, hija de Jerusalén; mira a tu rey que viene a ti justo y victorioso,
modesto y cabalgando en un asno. (...) Romperá los arcos guerreros, dictará la
paz a las naciones" (Zc 9, 9-10). Hoy estamos de fiesta, porque entra en
Jerusalén Jesús, el Rey de la paz.
3. Entonces, a lo largo de la bajada del monte de los Olivos, fueron al
encuentro de Cristo los niños y los jóvenes de Jerusalén, aclamando y agitando
con júbilo ramos de olivo y de palmas.
Hoy lo acogen los jóvenes del mundo entero, que en cada comunidad diocesana
celebran la XVIII Jornada mundial de la juventud.
Hoy acogemos con fe y con júbilo a Cristo, que es nuestro "rey": rey de verdad,
de libertad, de justicia y de amor. Estos son los cuatro "pilares" sobre los que
es posible construir el edificio de la verdadera paz, como escribió hace
cuarenta años en la encíclica Pacem in terris el beato Papa Juan XXIII. A
vosotros, jóvenes del mundo entero, os entrego idealmente este histórico
documento, plenamente actual: leedlo, meditadlo y esforzaos por ponerlo en
práctica. Así seréis "bienaventurados", por ser auténticos hijos del Dios de la
paz (cf. Mt 5, 9).
4. La paz es don de Cristo, que nos lo obtuvo con el sacrificio de la cruz. Para
conseguirla eficazmente, es necesario subir con el divino Maestro hasta el
Calvario. Y en esta subida, ¿quién puede guiarnos mejor que María, que
precisamente al pie de la cruz nos fue dada como madre en el apóstol fiel, san
Juan? Para ayudar a los jóvenes a descubrir esta maravillosa realidad
espiritual, elegí como tema del mensaje para la Jornada mundial de la juventud
de este año las palabras de Cristo moribundo: "He ahí a tu Madre" (Jn 19, 27).
Aceptando este testamento de amor, Juan acogió a María en su casa (cf. Jn 19,
27), es decir, la acogió en su vida, compartiendo con ella una cercanía
espiritual completamente nueva. El vínculo íntimo con la Madre del Señor llevará
al "discípulo amado" a convertirse en el apóstol del Amor que él había tomado
del Corazón de Cristo a través del Corazón inmaculado de María.
5. "He ahí a tu Madre". Jesús os dirige estas palabras a cada uno de vosotros,
queridos amigos. También a vosotros os pide que acojáis a María como madre "en
vuestra casa", que la recibáis "entre vuestros bienes", porque "ella,
desempeñando su ministerio materno, os educa y os modela hasta que Cristo sea
formado plenamente en vosotros" María os lleve a responder generosamente a la
llamada del Señor y a perseverar con alegría y fidelidad en la misión cristiana.
A lo largo de los siglos, ¡cuántos jóvenes han aceptado esta invitación y
cuántos siguen haciéndolo también en nuestro tiempo!
Jóvenes del tercer milenio, ¡no tengáis miedo de ofrecer vuestra vida como
respuesta total a Cristo! Él, sólo él cambia la vida y la historia del mundo.
6. "Realmente, este hombre era el Hijo de Dios" (Mc 15, 39). Hemos vuelto a
escuchar la clara profesión de fe del centurión, "al ver cómo había expirado" (Mc
15, 39). De cuanto vio brota el sorprendente testimonio del soldado romano, el
primero en proclamar que ese hombre "era el Hijo de Dios".
Señor Jesús, también nosotros hemos "visto" cómo has padecido y cómo has muerto
por nosotros. Fiel hasta el extremo, nos has arrancado de la muerte con tu
muerte. Con tu cruz nos ha redimido.
Tú, María, Madre dolorosa, eres testigo silenciosa de aquellos instantes
decisivos para la historia de la salvación.
Danos tus ojos para reconocer en el rostro del Crucificado, desfigurado por el
dolor, la imagen del Resucitado glorioso.
Ayúdanos a abrazarlo y a confiar en Él, para que seamos dignos de sus promesas.
Ayúdanos a serle fieles hoy y durante toda nuestra vida. Amén.
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Catecismo de la Iglesia Católica
CRISTO
Cristo viene de la traducción griega del término hebreo "Mesías" que quiere
decir "ungido". No pasa a ser nombre propio de Jesús sino porque él cumple
perfectamente la misión divina que esa palabra significa. En efecto, en Israel
eran ungidos en el nombre de Dios los que le eran consagrados para una misión
que habían recibido de él. Este era el caso de los reyes (cf. 1 S 9, 16; 10, 1;
16, 1. 12-13; 1 R 1, 39), de los sacerdotes (cf. Ex 29, 7; Lv 8, 12) y,
excepcionalmente, de los profetas (cf. 1 R 19, 16). Este debía ser por
excelencia el caso del Mesías que Dios enviaría para instaurar definitivamente
su Reino (cf. Sal 2, 2; Hch 4, 26-27). El Mesías debía ser ungido por el
Espíritu del Señor (cf. Is 11, 2) a la vez como rey y sacerdote (cf. Za 4, 14;
6, 13) pero también como profeta (cf. Is 61, 1; Lc 4, 16-21). Jesús cumplió la
esperanza mesiánica de Israel en su triple función de sacerdote, profeta y rey.
El ángel anunció a los pastores el nacimiento de Jesús como el del Mesías
prometido a Israel: "Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que
es el Cristo Señor" (Lc 2, 11). Desde el principio él es "a quien el Padre ha
santificado y enviado al mundo"(Jn 10, 36), concebido como "santo" (Lc 1, 35) en
el seno virginal de María. José fue llamado por Dios para "tomar consigo a María
su esposa" encinta "del que fue engendrado en ella por el Espíritu Santo" (Mt 1,
20) para que Jesús "llamado Cristo" nazca de la esposa de José en la
descendencia mesiánica de David (Mt 1, 16; cf. Rm 1, 3; 2 Tm 2, 8; Ap 22, 16).
La consagración mesiánica de Jesús manifiesta su misión divina. "Por otra parte
eso es lo que significa su mismo nombre, porque en el nombre de Cristo está
sobre entendido El que ha ungido, El que ha sido ungido y la Unción misma con la
que ha sido ungido: El que ha ungido, es el Padre. El que ha sido ungido, es el
Hijo, y lo ha sido en el Espíritu que es la Unción" (S. Ireneo de Lyon, haer. 3,
18, 3). Su eterna consagración mesiánica fue revelada en el tiempo de su vida
terrena en el momento de su bautismo por Juan cuando "Dios le ungió con el
Espíritu Santo y con poder"(Hch 10, 38) "para que él fuese manifestado a Israel"
(Jn 1, 31) como su Mesías. Sus obras y sus palabras lo dieron a conocer como "el
santo de Dios" (Mc 1, 24; Jn 6, 69; Hch 3, 14).
Numerosos judíos e incluso ciertos paganos que compartían su esperanza
reconocieron en Jesús los rasgos fundamentales del mesiánico "hijo de David"
prometido por Dios a Israel (cf. Mt 2, 2; 9, 27; 12, 23; 15, 22; 20, 30; 21, 9.
15). Jesús aceptó el título de Mesías al cual tenía derecho (cf. Jn 4, 25-26;11,
27), pero no sin reservas porque una parte de sus contemporáneos lo comprendían
según una concepción demasiado humana (cf. Mt 22, 41-46), esencialmente política
(cf. Jn 6, 15; Lc 24, 21).
Jesús acogió la confesión de fe de Pedro que le reconocía como el Mesías
anunciándole la próxima pasión del Hijo del Hombre (cf. Mt 16, 23). Reveló el
auténtico contenido de su realeza mesiánica en la identidad trascendente del
Hijo del Hombre "que ha bajado del cielo" (Jn 3, 13; cf. Jn 6, 62; Dn 7, 13) a
la vez que en su misión redentora como Siervo sufriente: "el Hijo del hombre no
ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos"
(Mt 20, 28; cf. Is 53, 10-12). Por esta razón el verdadero sentido de su realeza
no se ha manifestado más que desde lo alto de la Cruz (cf. Jn 19, 19-22; Lc 23,
39-43). Solamente después de su resurrección su realeza mesiánica podrá ser
proclamada por Pedro ante el pueblo de Dios: "Sepa, pues, con certeza toda la
casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien
vosotros habéis crucificado" (Hch 2, 36).
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EJEMPLOS PREDICABLES
Napoleón, desterrado en Santa Elena, dijo en una conversación familiar: “ Yo he
enardecido a millares y millares que murieron por mi. Pero era con mi presencia,
mi mirada, mi voz. Bastaba una palabra para arrastrarlos a todos… Mas ahora, que
estoy aquí, en Santa Elena, atado a una roca, ¿Quién lucha por mí, quien va a
conquistarme reinos? ¡Que diferencia entre mi miseria y el reinado de Cristo,
que es predicado, amado y adorado por todo el mundo y vive siempre!”
(Del libro ejemplos predicables, pag 57, nº 125, Mauricio Rufino, editorial
Herder, 1962)