COMENTARIOS AL SALMO 115

 

1.

PRIMERA LECTURA: CON ISRAEL

La comida de Pascua, o Seder, se tomaba en cada casa la primera noche de la fiesta. La mesa, en aquella ocasión estaba suntuosamente preparada. En un extremo de la mesa, delante del "dueño de casa", había tres matsoth ("pan de la miseria", sin levadura, porque la "masa de nuestros antepasados no tuvo tiempo de fermentarse cuando tuvieron que salir precipitadamente de la tierra de cautividad"). Sobre la mesa, "hierbas amargas" y lechuga, evocaban las amarguras de la vida de esclavitud... Y "el hueso carnudo, asado, de cordero pascual"...

Ante cada comensal, una "copa de vino". En cuatro sorbos, durante la comida, cada uno debía vaciar su contenido recitando una bendición, testimonio de "felicidad" y de "gratitud" hacia Dios. Durante la comida, el niño más pequeño hace preguntas al "dueño de casa"; este responde mediante el Haggada o sea el relato de la "liberación de Egipto".

Para finalizar la comida, se cantan los salmos de Hallel, es decir los salmos 112 al 117. El salmo 115 resume perfectamente el sentimiento de Israel en esta situación dolorosa. Horriblemente oprimido ("he sufrido mucho"), obtuvo del Faraón el permiso para salir de la hoguera. Pero de inmediato siente que le pisa los talones el ejército egipcio ("en mi confusión yo decía: ¡el hombre es sólo mentira!"). Experiencia profunda de la duplicidad humana. Morirían aprisionados entre el Mar Rojo a la espalda y los terribles carruajes del Faraón por delante... En ese momento se abre el mar ("mucho le cuesta al Señor ver morir a los suyos"). Con inmensa emoción, el salmista pasa de pronto, a la segunda persona: "yo soy, Señor, tu siervo, Tú has roto las cadenas que me ataban. Te ofreceré el sacrificio de alabanza, levantaré la copa de salvación... "

La comida dc Pascua era pues un inmenso grito de alegría y de acción de gracias "al Dios salvador", que salva de la desgracia y de la muerte. Esa fue la comida que Jesús vivió, aquella tarde, la última que comió antes de morir y resucitar.

 

SEGUNDA LECTURA: CON JESÚS

Entrando en la oración de su pueblo, recitando este salmo, Jesús le infundió una dimensión "universal". El drama de Israel "desgraciado", oprimido, es el de todo hombre, bajo el peso de su "condición humana"... La acción de gracias de Israel "ante el bien que Dios le ha hecho" es la de todo hombre ante la resurrección prometida. Sí, mañana Jesús morirá. El lo sabe. Judas, durante la comida, abandonó el grupo y se fue a urdir el proceso final. Lejos de hacer un drama de su condición humana, Jesús la afronta libremente, erguida la cabeza: hace un anticipo de su muerte. Tomando el "pan de miseria sin levadura" que está ante El, Jesús dice: "este es mi cuerpo entregado por ¡vosotros!". Luego, tomando la copa de vino dice: "esta es la copa de mi sangre derramada por ¡vosotros y por muchos!".

Imaginémonos a Jesús, cantando, no abstractamente, sino en el contexto de esta "vigilia" de su propia muerte "estas palabras admirables: mucho le cuesta el Señor ver morir a los suyos" ¡No! Dios no goza viendo la muerte" Esta hace parte de la condición humana, hace parte de "todo lo que no es Dios"... Por esto es inevitable. Sólo Dios es Dios. Sólo Dios es perfecto. Sólo Dios es eterno.

No obstante, la nota dominante en este salmo, y en el alma de Jesús aquella tarde, es la acción de gracias. "¿Cómo podré pagar al Señor todo el bien que me ha hecho? Levantaré la copa de la salvación... Ofreceré el sacrificio de alabanza..." ¿Por qué?

Porque Jesús sabe con certeza absoluta que su Padre lo ama: "Mucho le cuesta al Señor ver morir a sus hijos". Y este amor, Jesús lo sabe, será eficaz. Dios no quiere la muerte. Dios salvará de la muerte a los que ama. ¡Sí! Jesús sabe que su muerte, mañana, no será la siniestra zambullida en la nada de que hablan los ateos sino "la entrada en la Casa del Señor" para la eterna alabanza y acción de gracias.

 

TERCERA LECTURA: CON NUESTRO TIEMPO

La experiencia mortal de Jesús, es la nuestra, es la de todos los hombres. Toda ideología, toda concepción de la existencia humana que "descuide" este hecho evidente de la muerte (las civilizaciones también ¡son mortales! ¡todo lo que construimos es mortal! ¡Todo lo que hacemos en este mundo está destinado a morir!)... no es una concepción válida para el hombre.

El hombre ateo de hoy, lúcidamente, saca esta conclusión inevitable: el mundo es absurdo... Y añadimos: "Si Dios no existe, el hombre tampoco tiene esperanza de vivir..." Vayamos con lucidez hasta las últimas consecuencias. Pero con Israel, con Jesús, somos de los pocos que "creen en Dios". Estamos felices de creer. Y nos atrevemos a pensar que es la única posibilidad de supervivencia que tiene el hombre. Podemos pues con alegría entonar este canto.

NOEL QUESSON
50 SALMOS PARA TODOS LOS DIAS. Tomo II
PAULINAS, 2ª Edición. BOGOTA-COLOMBIA-1988, págs. 222-225


2.

RENOVACIÓN DE VOTOS

«Cumpliré al Señor mis votos en presencia de todo el pueblo».

Me alegro, Señor, de haber hecho los votos. Me alegro de aquel día en mi juventud cuando, con abierta generosidad y feliz entusiasmo, te consagré públicamente mi vida en pobreza, castidad y obediencia. Me siento orgulloso de aquel momento, y lo considero un nuevo nacimiento en tu servicio y en el servicio a todos los hombres por ti. Me congratulo de haber hecho los votos, y quiero renovarlos hoy en agradecimiento por aquel día y con la clara determinación de que, si no los hubiera hecho entonces, los haría ahora. Vuelve a aceptar la consagración de mi vida, Señor, como la aceptaste aquel día, y prolóngame la alegría que esta consagración ha traído a mi vida.

Ahora sé algo más, acerca de la pobreza, la castidad y la obediencia, de lo que sabía el día en que pronuncié esas tres palabras en voz alta en presencia de mis hermanos, de rodillas ante tu altar. He medido con mis propias caídas la profundidad de mi entrega, y he aprendido a fuerza de errores el sentido práctico del ideal excelso.

Incluso siento dudas a veces, no sé qué contestar a las preguntas que otros me hacen, oigo hablar de nuevas interpretaciones y enfoques modernos, y a veces me cuesta reconocer el sentido original entre el nuevo vocabulario. Pero yo sé bien lo que me digo, lo que estas tres palabras sagradas han significado para mí en mi vida y lo que significan en la historia y la tradición del pueblo de Dios, del que somos parte como representantes y siervos. Me he entregado a ti, en cuerpo y alma, para la gloria de tu nombre y el servicio de los demás. Ese es el resumen claro y definido. Lo que ahora te pido es la gracia de que esa convicción se traduzca en acción en mi conducta diaria, y mi entrega verbal se haga compromiso real.

Ese es el sentido de la renovación de votos. No es costumbre anual, sino privilegio diario. Disfruto pronunciando esas tres palabras juntas, una y otra vez, en el silencio de mi alma ante ti y en la compañía de mis hermanos, cuando todos recordamos nuestro vínculo común y volvemos a consagrar nuestras vidas. Y con esas palabras va una oración a pedirte que el espíritu que esos votos encarnan se haga cada vez más fuerte en mí y en el grupo, que mi entrega y mi servicio se reafirmen con mayor entender y gozar, según crecen los años, para que mi consagración inicial vaya adquiriendo nuevo sentido sin olvidar nunca el antiguo.

«Cumpliré al Señor mis votos en presencia de todo el pueblo, en el atrio de la casa del Señor, en medio de ti, Jerusalén».

CARLOS G. VALLÉS
BUSCO TU ROSTRO
ORAR LOS SALMOS
Ed. SAL TERRAE, Santander, pág. 221s.


3.

El salmista es un esclavo -hijo de esclava- nacido en casa. Aun así, el Señor de la casa ha tenido a bien romper sus cadenas, sin tener en cuenta la condición de esclavo. ¿Cómo no ofrecer un sacrificio de alabanza? ¿Cómo no cumplir los votos e invocar el nombre del Señor?

Jesús también fue esclavo nacido de mujer y bajo las cadenas de la ley. El Padre, no obstante, rompió las cadenas de la ley, del pecado y de la muerte. El y nosotros hemos sido llamados a la libertad.

El sacrificio de Jesús, ofrecido en Jerusalén, es la más perfecta acción de gracias a la infinita bondad del Padre. A imitación de Jesús, también los cristianos ofrecemos al Padre un sacrificio de alabanza, de acción de gracias, celebrando el nombre del Señor1, porque El ha roto nuestras cadenas.

A pesar de nuestras maldades y de los desafíos pecaminosos de nuestra vida, Dios Padre adopta con nosotros una perenne e inconmovible actitud de gracia. El no tolera nuestra muerte -«mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles»-, y por eso la ha exterminado con la resurrección de su Hijo Jesús; no soporta nuestra falta de libertad y por eso rompió nuestras cadenas en la muerte de Cristo, hecho esclavo por nosotros.

Nuestra existencia cristiana está llamada a ser una eucaristía continuada, una respuesta de acción de gracias ininterrumpidamente ante la inagotable actitud de Gracia del Padre. «¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?»

La respuesta cristiana es ésta: participando en la acción de gracias, en la Eucaristía, que Jesús, Primogénito entre muchos hermanos, dirige al Padre, bebiendo con El «el cáliz de la bendición» y ajustando, en consecuencia, nuestra vida a los compromisos de nuestro bautismo, contraídos en presencia de la Iglesia.


4. Benedicto XVI: «¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?»
Comentario en la audiencia general al Salmo 115

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 25 mayo 2005 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención que dirigió este miércoles Benedicto XVI durante la audiencia general dedicada a meditar en el Salmo 115, «Acción de gracias en el templo».


Tenía fe, aún cuando dije:
«¡Qué desgraciado soy!»
Yo decía en mi apuro:
«Los hombres son unos mentirosos».

¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo.

Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo,
siervo tuyo, hijo de tu esclava:
rompiste mis cadenas.

Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo,
en el atrio de la casa del Señor,
en medio de ti, Jerusalén.


1. El Salmo 115, con el que acabamos de rezar, siempre ha sido utilizado por la tradición cristiana, a partir de san Pablo que, citando la introducción, siguiendo la traducción griega de los Setenta, escribe a los cristianos de Corinto estas palabras: «teniendo aquel espíritu de fe conforme a lo que está escrito: "Creí, por eso hablé", también nosotros creemos, y por eso hablamos» (2 Corintios 4, 13).

El apóstol se siente en acuerdo espiritual con el salmista en la serena confianza y en el sincero testimonio, a pesar de los sufrimientos y de las debilidades humanas. Al escribir a los romanos, Pablo retomará el versículo 2 del salmo y trazará la contraposición entre la fidelidad de Dios y la incoherencia del hombre: «Que quede claro que Dios es veraz y todo hombre mentiroso» (Romanos 3, 4).

La tradición sucesiva transformará este canto en una celebración del martirio (Cf. Orígenes, «Esortazione al martirio», 18: «Testi di Spiritualità», Milano 1985, pp. 127-129) a causa de la mención de «la muerte de sus fieles» (Cf. Salmo 115, 15). O hará de él un texto eucarístico, considerando la referencia a «la copa de la salvación» que el salmista eleva invocando el nombre del Señor (Cf. versículo 13). Este cáliz es identificado por la tradición cristiana con «la copa de la bendición» (Cf. 1 Corintios 10, 16), con la «copa de la Nueva Alianza» (Cf. 1 Corintios 11, 25; Lucas 22, 20): expresiones que en el Nuevo Testamento hacen referencia precisamente a la Eucaristía.

2. El Salmo 115, en el original hebreo, forma parte de una sola composición junto al salmo precedente, el 114. Ambos, constituyen una acción de gracias unitaria, dirigida al Señor que libera de la pesadilla de la muerte.

En nuestro texto aparece la memoria de un pasado angustiante: el orante ha mantenido alta la llama de la fe, incluso cuando en sus labios surgía la amargura de la desesperación y de la infelicidad (Cf. Salmo 115,10). Alrededor se elevaba como una cortina helada de odio y de engaño, pues el prójimo se demostraba falso e infiel (Cf. versículo 11). Ahora, sin embargo, la súplica se transforma en gratitud, pues el Señor ha sacado a su fiel del torbellino oscuro de la mentira (Cf. versículo 12).

El orante se dispone, por tanto, a ofrecer un sacrificio de acción de gracias en el que se beberá el cáliz ritual, la copa de la libación sagrada que es signo de reconocimiento por la liberación (Cf. versículo 13). La Liturgia, por tanto, es la sede privilegiada en la que se puede elevar la alabanza agradecida al Dios salvador.

3. De hecho, además de mencionarse el rito del sacrificio se hace referencia explícitamente a la asamblea de «de todo el pueblo», ante la cual el orante cumple su voto y testimonia su fe (Cf. versículo 14). En esta circunstancia hará pública su acción de gracias, consciente de que incluso cuando se acerca la muerte, el Señor se inclina sobre él con amor. Dios no es indiferente al drama de su criatura, sino que rompe sus cadenas (Cf. versículo 16).

El orante salvado de la muerte se siente «siervo» del Señor, hijo de su esclava (ibídem), bella expresión oriental con la que se indica que se ha nacido en la misma casa del dueño. El salmista profesa humildemente con alegría su pertenencia a la casa de Dios, a la familia de las criaturas unidas a él en el amor y en la fidelidad.

4. Con las palabras del orante, el salmo concluye evocando nuevamente el rito de acción de gracias que será celebrado en el contexto del templo (Cf. versículos 17-19). Su oración se situará en el ámbito comunitario. Su vicisitud personal es narrada para que sirva de estímulo para todos a creer y a amar al Señor. En el fondo, por tanto, podemos vislumbrar a todo el pueblo de Dios, mientras da gracias al Señor de la vida, que no abandona al justo en el vientre oscuro del dolor y de la muerte, sino que le guía a la esperanza y a la vida.

5. Concluimos nuestra reflexión encomendándonos a las palabras de san Basilio Magno que, en la Homilía sobre el Salmo 115, comenta la pregunta y la respuesta de este Salmo con estas palabras: «"¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación". El salmista ha comprendido los muchos dones recibidos de Dios: del no ser ha sido llevado al ser, ha sido plasmado de la tierra y ha recibido la razón…, ha percibido después la economía de salvación a favor del género humano, reconociendo que el Señor se entregó a sí mismo como redención en lugar nuestro; y busca entre todas las cosas que le pertenecen cuál es el don que puede ser digno del Señor. ¿Qué ofreceré, por tanto, al Señor? No quiere sacrificios ni holocaustos, sino toda mi vida. Por eso dice: "Alzaré la copa de la salvación", llamando cáliz a los sufrimientos en el combate espiritual, a la resistencia ante el pecado hasta la muerte. Es lo que nos enseñó, por otro lado, nuestro salvador en el Evangelio: "Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz"; o cuando les dijo a los discípulos: "¿podéis beber el cáliz que yo he de beber?", refiriéndose claramente a la muerte que aceptaba por la salvación del mundo» (PG XXX, 109).

[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia, Benedicto XVI dirigió un saludo en castellano a los peregrinos. Éstas fueron sus palabras.]

Queridos hermanos y hermanas:
El Salmo que hemos cantado al principio lo cita san Pablo a los cristianos de Corinto diciéndoles: «Teniendo el mismo espíritu de fe, según lo que está escrito: "Creí, por eso hablé", también nosotros creemos y por eso hablamos» (2 Co 4,13). Como el Salmista, el Apóstol siente serena confianza, a pesar de los sufrimientos y debilidades humanas, dando gracias al Señor que nos libra de la angustia de la muerte.

El orante, junto con la comunidad, da testimonio de la propia fe al sentirse salvado de la muerte y profesa con alegría que pertenece a la casa de Dios, a la familia de las criaturas unidas a Él en el amor y la fidelidad. Su testimonio es para todos un estímulo para creer y amar al Señor que, al salvarlo del dolor y de la muerte, lo guía hacia la esperanza y la vida.

Saludo ahora a los peregrinos de lengua española, en particular a las Religiosas Dominicas de la Anunciata, a los grupos de España, Guatemala y México, así como a los demás fieles de América Latina. Demos gracias al Señor por el gran don de la vida y por la redención ofrecida a todos.