54 HOMILÍAS PARA EL JUEVES SANTO
21-28

 

21.

Los apóstoles llegaron a creer en Jesús no porque entendieran mucho lo que decía, sino  porque veían cómo vivía, cómo era. Intuían que encima de la mesa de la cena, además de  alimentos y utensilios para comer, había una realidad profunda y subterránea: la entrega de  Jesús.

Juan es el único evangelista que no nos ha transmitido la institución de la eucaristía,  probablemente porque cuando escribió su evangelio era muy practicada y conocida y  contaba ya con cuatro redacciones de ella (los tres sinópticos y Pablo). En su lugar coloca el  lavatorio de los pies -que los otros omiten- y una serie de discursos de Jesús que ocupan  cinco capítulos de gran importancia dogmática (Jn 13-17). Estos discursos están concebidos  a modo de testamento espiritual de Jesús. Al morir, él vuelve al Padre, de quien ha venido,  pero sigue en comunicación con sus discípulos a través del amor y del Espíritu. Ahora que  está próximo a la muerte, nos entrega su testamento, volcando en este gesto su ser entero.  Nos lo entrega todo antes de entregar su vida.

Con el lavatorio de los pies profundiza en el sentido del rito eucarístico, del que ya ha  hablado ampliamente en el capítulo sexto. Entonces la gente no entendió cómo podía dar su  carne como comida y su sangre como bebida. Los oyentes se formaron las más rudas ideas.  La noche de la cena se puso en claro lo que quiso decir Jesús. Con el lavatorio de los pies  nos quiere decir que no puede haber eucaristía sin verdadero servicio a los hermanos.

1. La "hora" de Jesús 

Hasta este momento, Juan había seguido en su narración un método de trabajo casi  inalterable. El esquema era el siguiente: relato de uno o de más de un signo o hecho;  después venía el discurso o discursos que aclaraban el significado y alcance del signo o  signos. Ahora cambia de procedimiento. Primero nos presenta una serie de discursos,  localizados todos en la última cena; luego nos expone los hechos: la traición y el arresto, el  proceso, la crucifixión y la resurrección. Pero este cambio no es radical. El comienzo de la  pasión se abre también con la narración de un hecho: el lavatorio de los pies a los  discípulos. Antes coloca un pequeño prólogo, en el que destaca la grandeza de Jesús y  cómo es él el único consciente de todo lo que está ocurriendo.

"Antes de la fiesta de la pascua". Ya vimos que, según Juan, Jesús celebró la última cena  el día antes de la pascua, al anochecer del día 14 del mes de Nisán, y que, posiblemente, se  trata de una cena ordinaria. Es otra forma de presentarnos la ruptura de Jesús con las  instituciones de la antigua alianza. Judas tiene ya tramada la entrega y, para mejor lograr su  propósito, asiste a esta comida armado con el cinismo del disimulo.

Jesús no celebró el rito establecido, porque la cena cristiana no es continuación de la  judía. La cena pascual cristiana -la eucaristía- consistirá en la entrega de su cuerpo y  sangre.

No se llama ya pascua de los judíos, como la ha denominado Juan hasta este momento,  porque ahora es la pascua de Jesús, el Cordero de Dios que, con el ejemplo de su vida, va  a liberar a la humanidad de su pecado. Comienza la pascua de la liberación del hombre. Es la "hora" de Jesús, su última etapa. Una palabra frecuente en Juan (Jn 2,4; 7,30; 8,20;  12,23.27; 16,32; 17,1). Es su momento culminante en tres niveles: encomendar a sus  discípulos la continuación de su tarea y de su amor -significado del lavatorio-, manifestar el  máximo amor a los suyos dando la vida y quedándose en el sacramento eucarístico y "pasar  de este mundo al Padre". No va a la muerte únicamente arrastrado por las circunstancias,  sino libremente, con plena conciencia de que no puede volverse atrás, de que tiene que  pagar el precio por su atrevimiento de desafiar y desenmascarar a los poderosos. Describe su muerte en términos de "paso". Es lo que significa pascua: el paso del pueblo  de la esclavitud de Egipto -de cualquier esclavitud y alienación- a la libertad. Jesús va a  pasar de este mundo al Padre a través de una muerte violenta, consecuencia de haber  querido ser fiel a sí mismo, de haberse negado a contemporizar con los jefes religiosos y  políticos; por haber roto con las instituciones opresoras de Israel.

Jesús es plenamente libre porque, después de haber comprendido el sentido de la propia  misión y haber aceptado las responsabilidades y consecuencias correspondientes, llega  hasta el fondo rechazando decididamente todo aquello que podría apartarle de su camino.  Todas sus decisiones están determinadas por la opción fundamental de su vida, sometida  frecuentemente a las duras y dolorosas pruebas de los acontecimientos. Una libertad que  pasa a través de la duda, la lucha interior, el sudor de sangre de Getsemaní. Con su vida,  Jesús nos demuestra que la verdadera libertad es siempre exigente. ¡Esclava sociedad la  que cree que es libre porque hace lo que le gusta! Jesús es plenamente libre porque es  totalmente pobre de sí mismo. En él sólo hay lugar para la voluntad del Padre y el servicio a  los demás. En la verdadera libertad, para lo único que no hay sitio es para el egoísmo. La  libertad de Jesús desafía la mentalidad común en los ambientes políticos y religiosos. Todos  sus gestos de libertad, sus constantes desafíos al "sentido común", le llevarán a la cruz,  resultado de su plena libertad, su final inevitable, el "premio" lógico a su vida comprometida  con la justicia y el amor. Nunca es la libertad un camino de facilidades.

Jesús ha vivido volcado completamente en sus discípulos. El sentido y el estilo de su vida  no ha sido otro que el vivir para los demás. Su misión tiene el nombre de servicio. Su  aliciente es el amor. En su quehacer diario de anunciar el reino de Dios, en las polémicas,  en los signos o milagros..., Jesús amaba. Su relación con el Padre, con los hombres y con la  naturaleza era de amor, de comunión, de apertura y armonía. Nunca cedió ante la amenaza  y el peligro. Amaba a los suyos, a los que había liberado de la institución judía y con los que  había formado su comunidad, y al final se lo demostró con su muerte. Una muerte que fue la  consecuencia de su vida. Una vida que Juan quiere clarificarnos un poco más con las dos  escenas que siguen: el lavatorio y el mandamiento nuevo.

2. El lavatorio 

El lavatorio de los pies resume lo que fue toda la vida de Jesús: servicio y amor a la  humanidad.

Estaba cenando con los suyos. Cita de pasada la traición de Judas Iscariote,  presentándola como obra del "diablo". La pasión y muerte de Jesús es un terrible drama  entre el reino de Satán -las fuerzas del mal- y el reino de Jesús -el amor-. En este  enfrentamiento, las máximas autoridades religiosas y uno de sus íntimos se han aliado en  contra suya. ¿Cómo explicar algo tan tremendo sin nombrar al que consideraban  responsable principal de todos los males? Muchas veces las palabras son incapaces de  expresar toda la tragedia o toda la grandeza de los acontecimientos, de los ideales y  esperanzas, y nos vemos forzados a emplear símbolos y comparaciones.

"El diablo" es el padre de los dirigentes judíos (Jn 8,44); el principio de la opresión y de la  mentira, que cristaliza en explotación e injusticia, en despojo al pueblo. Es el dios-dinero  entronizado en el templo de Jerusalén (Mt 21,12-13 y par.). ¿Sólo en él?  Vamos naciendo al Espíritu en la medida en que amamos y servimos al prójimo. Somos  esclavos del "diablo" cuando lo somos del dinero -de todo lo que representa- y centramos  nuestro interés en poseer, aunque sea a costa de despojar a los demás empleando la  violencia y la mentira. Este "diablo", el dios del propio interés y egoísmo, traducido en  ambición y codicia, ha empujado ya a Judas a entregar a Jesús aliándose con los círculos de  poder.

Jesús es consciente de su plena libertad de acción, de tenerlo todo en su mano, incluida  su propia vida; sabe que puede huir, desaparecer y callarse por un tiempo o definitivamente,  que el Padre no se entromete en su libertad... ¿Qué obediencia y libertad habría en él si se  hubiera visto forzado a un camino, aunque fuera por Dios? Pero sabe también que los  hombres necesitamos descubrir qué es ser persona solidaria y verdadera, que no puede  abandonar, que debe fundar su nueva comunidad, que el reino de Dios debe seguir  adelante. Conoce, en definitiva, las exigencias de la vocación elegida, a la que tiene que  seguir siendo fiel ahora más que nunca, pues para eso ha venido (Jn 12,27). Sus  pensamientos y decisiones se identifican totalmente con los pensamientos y decisiones del  Padre. Lo que Dios quiere es lo mismo que quiere él. La identificación es perfecta. Es lo que  nos quería decir cuando afirmaba: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y  llevar a término su obra" (Jn 4,34). Ambos son "uno" (Jn 17,1 1).

No parece que la expresión "venir de Dios y volver a Dios" aluda a su generación eterna,  sino a que salió del Padre por la encarnación y a él volvía por la muerte y resurrección. El amor se traduce en acciones concretas de servicio. Jesús se levanta de la mesa; se  despoja del manto, la prenda exterior, y se ciñe una toalla a modo de delantal. Lavar los pies  era considerado entre los hebreos oficio de esclavos (I Sam 25,41). Si la madre de un rabino  quería lavar los pies de su hijo en señal de veneración, éste no podía tolerar semejante  humillación. Basándose en un texto de la ley (Lev 25,39), los rabinos llegaron a la  conclusión de que un israelita no debe acceder a que un esclavo suyo le lave los pies si es  también hebreo. Jesús no tiene en cuenta estas consideraciones, y se presenta ante sus  discípulos con vestidos y en función de esclavo.

Inicia el lavatorio de los pies de los discípulos. Gesto impresionante e insólito en aquellos  tiempos, que deja mudos a los discípulos. El lavado de los pies se hacía siempre antes. Al  ser dentro de la cena nos indica que Jesús no presta un servicio cualquiera, que no se trata  únicamente de un acto de gran humildad. Se purificaban ritualmente las manos, pero no  existía un lavado ritual para purificar los pies. El lavado de los pies pertenecía a las  costumbres domésticas. Con su acción quiere enseñar a los suyos cuál ha de ser su actitud  en el mundo, qué significa amar y ser cristiano. Los apóstoles, reclinados en los lechos del triclinio, tenían los pies hacia atrás, muy cerca  del suelo. Es posible que, presos de la sorpresa, se hubieran sentado en sus lechos  inclinados en dirección a sus pies, mientras contemplaban atónitos la acción que estaba  realizando Jesús.

PEDRO/LAVATORIO: Juan esquematiza el relato y lo centra en la  figura de Pedro por dos razones: por su prestigio ante el resto de discípulos y porque su  reacción le iba a dar la oportunidad de hacer la enseñanza que se proponía; sin olvidar que  es el máximo representante de la Iglesia.

"Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?" Son unas palabras que reflejan bien la actitud de  Pedro. El, que había visto tantas veces la grandeza de Jesús, no resistía ahora verle a sus  pies con intención de lavárselos. Es consciente de que Jesús con esa acción invierte el  orden de valores admitido comúnmente. Reconoce la enorme diferencia que existe entre el  Maestro y él, y muestra su desaprobación a lo que está haciendo. Interpreta el gesto en  clave de humildad. Se imagina el reino mesiánico como una sociedad parecida a la del  mundo. No comprende las intenciones de Jesús. Jesús no se extraña de la incomprensión de Pedro. Acabará por entender, pero dentro de  algún tiempo. Será necesaria la venida del Espíritu para que llegue a la plena comprensión  (Jn 16,13) 

Pedro entiende la humillación de Jesús y se niega rotundamente: "No me lavarás los pies  jamás". Pero en aquella actitud de Pedro, de indudable amor a Jesús, había aspectos  censurables. Necesitaba que Jesús le diera una lección más. En su negativa, Pedro  -simboliza a la Iglesia- viene a afirmar que en una comunidad cada uno debe ocupar y  defender su puesto, su rango. Intuye que defender el rango de otro es una buena forma de  defender el propio. Y Jesús sabe que, aunque Pedro no sea consciente de ello, la  verdadera razón de su negativa es que no está dispuesto a portarse como él. Pedro quiere  mantener los principios que rigen la sociedad. Cree que la desigualdad es legítima y  necesaria. Si el jefe abandona su puesto y se rebaja o iguala a los demás, ¿dónde iríamos a  parar? Quiere que Jesús sea un líder al estilo del mundo. No ha entendido demasiado del  sentido que ha dado Jesús en varias ocasiones a ser primero o último en el reino de Dios  (Mt 18,1-5; 20,25-28 y par.).

La respuesta de Jesús a Pedro es tajante: "Si no te lavo, no tienes nada que ver  conmigo". Para tener parte con él hay que estar dispuesto a lavar los pies a los demás y a  dejarse lavar los propios, a servir a los otros y dejarse servir por ellos. Más difícil, sin duda,  lo segundo que lo primero, siempre que entendamos correctamente el servicio que imparte  Jesús. (Naturalmente, no tiene nada que ver con el servicio doméstico o similares.) Si Pedro  no se deja lavar los pies, no puede compartir la misma suerte que Jesús, se incapacita para  seguir su mismo camino. A la terquedad de Pedro responde Jesús avisándole del grave  peligro que corre. En su comunidad sólo tienen sitio los que sirven y se dejan servir. Quien rechaza este  rasgo distintivo de su grupo queda excluido de la unión con Jesús. Podrá ser cualquier otra  cosa, pero nunca cristiano.

Las palabras de Jesús son irresistibles para los que lo aman. Y Pedro, con la vehemencia  de su carácter impulsivo, se ofrece también a que le lave "las manos y la cabeza". Sin  entender el gesto del Maestro, le muestra su adhesión incondicional. Con tal de no  separarse de él está dispuesto a hacer todo lo que quiera, pero por ser voluntad del jefe, no  por convicción personal. No es necesario que les lave más que los pies para poder darles una importantísima  enseñanza. Además, están todos limpios, menos uno. Es la primera denuncia velada de la  traición de Judas del evangelio de Juan. Uno no quiere compartir sus criterios y su  programa. En unos minutos Jesús ha revolucionado el mundo de lo religioso. La autoridad,  el culto, la institución..., tienen sentido si sirven para que el hombre crezca y la sociedad se  transforme. Aquel signo preludiaba la institución de la eucaristía, del sacerdocio y del  mandamiento nuevo.

3. "Os he dado ejemplo"  Después de terminar su recorrido, tomó de nuevo el manto y se volvió a su sitio.  Veladamente les va a explicar su acción, aunque, como le ha dicho a Pedro, no la  entenderán hasta más adelante. Después de su muerte y resurrección comprenderán, por  obra del Espíritu, que toda su vida fue un constante servicio y una incansable entrega, de lo  que el lavatorio quiso ser expresión simbólica.

Este signo tiene un sentido mucho más profundo del que a primera vista pueda parecer.  Es una acción ejemplar, que nos invita a entender la vida como servicio. Es tan normal que el hombre no sirva a los demás, que el servicio se ha convertido en un  trabajo remunerado y, en muchos ambientes, despreciable. ¿Quién es capaz de ponerse a  servir espontáneamente a los demás? Los que tienen dinero ponen a su servicio a otros que  no lo tienen. Cuanto más poderosa y rica es una persona, tiene más servidores y él tiene  que servir menos. Quien tenga esta mentalidad no entenderá nada de los criterios  evangélicos sobre el servicio a los demás.

"¿Comprendéis...?" Quiere evitar que se interprete su gesto como un acto de humillación.  En ese caso no hubiera sido necesaria ninguna explicación, al ser evidente sobre todo en  aquellos tiempos. No se permitía a los discípulos llamar a sus maestros por sus nombres. Jesús se lo  recuerda para que comprendan en qué consiste verdaderamente ser maestro y señor. Ellos  le llaman "El Maestro" y "El Señor", y lo es. El artículo nos indica que no es un señor y un  maestro como otros muchos, y que lo es de todos los hombres. Es el único verdadero. Es  Señor porque nos comunica la libertad y el amor del Padre, porque nos enseña la verdad y  la vida de Dios (Jn 1,18). Es Maestro porque nos "muestra" al Padre (Jn 14,8), porque nos  da la experiencia de sentirnos amados y nos enseña a amar, máxima enseñanza que se le  puede dar a un discípulo. Las enseñanzas y experiencias de todos los demás "señores" y  "maestros" están muy limitadas. Ninguna es "El Hijo" (Mt 3,17 y par.). El servicio es la manifestación del amor a los demás. Un amor que no puede limitarse a  palabras, porque necesita demostrar su autenticidad con hechos.

"Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo  hagáis". Jesús no nos dejó grandes teorías sobre la vida, ni un catálogo de dogmas, ni un  código moral, ni un organigrama que determinara cómo debía organizarse su comunidad...,  sino una manera de vivir. Todo eso fue inventado después por los hombres "religiosos" para  evitarse el compromiso de imitarle. Jesús es el modelo de hombre pleno, acabado. Su vida nos indica la dirección verdadera  de la existencia humana. Cuando queramos saber qué es ser hombre, no tenemos más que  contemplar cómo vivió Jesús. Nada fácil de descubrir en esta sociedad llamada cristiana,  que si algo tiene del Maestro debe ser por pura coincidencia, no por haberlo pretendido. No  existe otra felicidad, otra alegría, otro auténtico modo de vivir que el de acoger a todos los  hombres y servirles como él lo hizo. Es todo un programa de vida. Decía un poeta: "Soñé  que la vida era alegría. Desperté y vi que la vida es servicio. Serví, y experimenté que el  servicio es la alegría". Solamente siguiendo su ejemplo podemos amar de verdad, podemos  entrar en la intimidad de un Dios que se entrega.

Al ponerse Jesús, "Dios-con-nosotros" (Mt 1,23), a los pies de los discípulos, destruyó la  idea de Dios creada por las religiones. Quizá fuera mejor decir que intentó destruirla porque,  según nos muestra la historia de las religiones, incluida la nuestra, no lo han asimilado.  Como los hombres buscamos, casi en general, el poder, el dinero, tener, ser más que los  demás, "subir" en la escala social..., nos hemos inventado un dios en esa misma dirección:  todopoderoso, rico, dominador... El Dios de Jesús es otro: es Padre, amor, pobre..., y nos  invita a servir, a ser pobres (Mt 5,3), a "bajar" en la escala social (Mt 18,4; 20,27)... Es un  Dios que quiere la igualdad, eliminar todo rango. En su reino no hay amos y criados; todos  son señores, al ser todos servidores. Con Jesús, Dios ha recobrado su verdadero rostro,  deformado por los hombres, que habían proyectado en él sus ambiciones, miedos, intereses  y crueldades.

Ni el deseo de hacer el bien puede justificar el ponerse por encima de los demás. Ponerse  por encima del hombre es ponerse por encima de Dios, que sirve al hombre y lo eleva hasta  él. Jesús con su gesto destruye todo dominio del hombre por el hombre y quita la  justificación a toda superioridad. Su comunidad no es piramidal, sino horizontal: todos al  servicio de todos, a imitación suya y de Dios. No es que Jesús se haya abajado al lavar los  pies a sus discípulos, sino que ha destruido las desigualdades o categorías sociales. La  grandeza humana no es un valor al que él renuncia por humildad, sino una falsedad e  injusticia que él no acepta. La única grandeza está en ser como él: don total y gratuito de sí  mismo.

Y la Iglesia, las comunidades cristianas y cada uno de nosotros resistiendo, como Pedro...  Queriendo ser más que "El Maestro y El Señor". Buscando las riquezas, el lujo, el poder, las  glorias mundanas, temiendo mancharnos con las justas reivindicaciones de los pueblos  expoliados por los grandes, callando las injusticias cuando las cometen los poderosos  "fieles", escondiéndonos cuando otros "se la juegan". Unos cristianos que seguimos sin  comprender el gesto de Jesús, aunque lo repitamos infinitas veces como una rutina. Es necesario que nos convirtamos en Iglesia sencilla, humilde, sin nada para sí misma,  solícita por los demás, preocupada por los otros; sin nada que suene a poder, prestigio,  riquezas, miedo o imposición. Su -nuestro- único camino válido lo señaló definitivamente  Jesús durante una cena de despedida. Desde entonces -desde su comienzo- la Iglesia y  cada comunidad cristiana no tienen más sentido en el mundo que ser servidores de la  humanidad, abriéndole, con su estilo de vida, un camino de plenitud, de solidaridad, de  fraternidad universal. Paradoja de la libertad cristiana: al despojarnos totalmente de  nosotros mismos para transformamos en servidores de la familia humana, adquirimos la  libertad que da el amor: libertad para dar, para hacer crecer, para construir. Así nos salvó,  liberó Jesús: descubriéndonos qué es ser hombre de verdad. Nos salvamos-liberamos  siguiendo su camino. 

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET- 4 PAULINAS/MADRID 1986.Págs. 154-162


22.

Cuando los discípulos lleguen a recordar al Maestro, después de la resurrección, van a  traer a la memoria sus gestos ordinarios como los gestos de un Dios hecho hombre. Y se  van a sentir anonadados, por lo que Dios les enseñó a través de la humanidad de su Hijo.  La noche de la cena pascual Jesús se portó con sus discípulos como lo hacía el jefe de una  casa con sus invitados. Era natural que un jefe de familia les lavara los pies a los  huéspedes. Pero este acto natural del Maestro, leído desde la resurrección que revela la  divinidad de Cristo, impresionará de tal manera a los discípulos, que verán en él un acto de  revelación de la misma esencia de Dios.

Cuando los discípulos recuerden a Jesús, inclinado ante ellos y lavándoles los pies, lo  recordarán como el Dios-hombre cercano, que se igualó a su condición humana de  pecadores y que les enseñó que la característica del cristianismo no es el poder, sino el  servicio. Así Jesús destruía la imagen del dios de poder que todos tenían introyectada.  Quien no sirviera al hermano, poniéndose a la altura de su opresión, no podía tener parte  en su Reino. Recordar a Jesús arrodillado frente a sus discípulos era darse cuenta de que  él los trataba como hermanos, porque vivía en serio la paternidad universal de Dios que  hace hermanos a todos los seres humanos.

Una comunidad cristiana verdadera se define por su capacidad de servicio y no por la  grandeza de sus estructuras. Sentirse hermano del otro lleva a sentir la alegría del servicio  que nunca es humillación, si a través del mismo intentamos parecernos a Jesús. La  humillación sólo se siente cuando interiormente nos creemos más grandes que el hermano a  quien servimos. El servicio, vivido desde la fraternidad, convierte al cristiano en otro Jesús.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


23.

-La cena pascual Es la descripción del ceremonial judío del «cordero pascual». Una ceremonia que Jesús vivió todos los años de su vida... hasta ese día, jueves, víspera  de su muerte en la que, pasando él mismo a ser el cordero que quita el pecado del mundo,  transformó en "misa" esa comida ritual. Contemplo a Jesús, en la mesa, con sus amigos, viviendo ese ritual... tan lleno de  símbolos.

-Este mes será para vosotros el primero de los meses... Pascua se inserta en el calendario de los hombres. «En el tiempo», en la historia de nuestra época, en la historia de mi propia vida, es donde  se inserta nuestra «salvación». Este año... mi Pascua no será la del año anterior. «Este mes marcará para vosotros el  comienzo del año». ¿Qué nuevo año inaugurará esta Semana Santa para mí? 

-Si la familia fuese demasiado reducida para todo un cordero, invitará al vecino, más  próximo. Tomarán sangre y untarán con ella las dos jambas y el dintel de la puerta... Rito comunitario. ¡No puede cumplirse solo, individualmente!. Rito actual. No es sólo recuerdo del pasado, de la «liberación de Egipto»... Es también la  «liberación actual». Cada generación está comprometida a ese rito. Todos los años, ¡cada una de las casas es señalada con la "sangre" que salva! Este año,  cada casa, cada cristiano, necesita participar del sacrificio de Jesús. Mi confesión y mi comunión de Pascua... ¡Vivirlas con menos banalidad que de costumbre! ¡Liberado! ¿Estoy realmente  convencido? ¿Siento que lo necesito? 

-Me tomaré justicia de todos los dioses de Egipto: «Yo soy el Señor. Veré la sangre y pasaré de largo ante vuestras casas, y no habrá plaga  exterminadora entre vosotros. La sangre que salva del mal. La sangre que «quita el pecado del mundo». Por tu Cuerpo, sanados... por tu sangre, sanados. Sana, Señor, el corazón del hombre.

-Ceñidas vuestras cinturas, el bastón en la mano. De generación en generación lo  celebraréis como fiesta... Yo soy también un «peregrino» en marcha hacia la Tierra Prometida. ¿De veras estoy  disponible, presto a partir para la gran aventura del éxodo? Esta noche se sale de Egipto y  se va... hacia la tierra que Dios nos promete. Se deja la tierra de esclavitud, y se va hacia la  tierra de libertad. ¿Cuándo se llega? Se deja la vida de pecado y se va hacia una vida de  santidad. ¿Cuándo llegaremos?  Por el momento, lo importante no es haber llegado sino haber tomado el rumbo. Cada una de las misas comporta también todos esos simbolismos. Leo de nuevo esos párrafos y los voy aplicando a la misa.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD -CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 168 s.


24.

«Y se pone a lavarles los pies a los discípulos»  Nos detenemos especialmente en este gesto inolvidable del lavatorio. Como hubiese  amado a los suyos, los amó hasta el extremo de abajarse a lavarles los pies. Un gesto  delicado y humilde. Un gesto pequeño. Pero también en lo pequeño se puede poner todo el  amor. No hace falta esperar a derramar toda la sangre. También se puede amar  intensamente derramando un poquito de agua sobre los pies de los hermanos. Importa el  qué, naturalmente, pero importa más el cómo. En las cosas pequeñas se puede poner un  amor divino.

-Jesús «se levanta de la cena, se quita el manto»  El que descendió del cielo, desciende ahora de su asiento. Para lavar los pies hay que  levantarse de la silla y de la situación en que te encuentras; hay que salir de la comodidad y  de la instalación; hay que levantarse de la mesa bien servida. No se puede ofrecer amistad  desde arriba. No se puede quedar sentado cuando hay tanto que hacer. Y hay que quitarse el manto; hay que despojarse de tantos apegos que atan y estorban;  hay que despojarse del apego a sí mismo; hay que despojarse del poder y la gloria, como  hizo nuestro Señor Jesucristo. Sólo el que se despoja es capaz de amar. Cuando se es rico,  no hay espacio para el hermano.

-«Tomando una toalla, se la cine»  Para lavar los pies hay que ceñirse y estar en forma; hay que ponerse en traje de faena;  hay que quitarse los anillos y las joyas; hay que ponerse a la altura de los criados; hay que  hacerse esclavo con los esclavos. Y habrá que aprenderse bien el oficio, capacitarse  adecuadamente, para que el servicio no sea sólo cariñoso, sino eficaz y liberador.

-«Agua en la jofaina»  Para lavar los pies hay que utilizar el agua sencilla y corriente; hay que aceptar las  mediaciones naturales, sin esperar intervenciones milagrosas; hay que agradecer las  posibilidades que la técnica nos ofrece, y hay que agradecer, sobre todo, la maravilla que  supone cada uno de los elementos naturales que Dios pone a nuestro alcance.

-«Se pone a lavarles los pies a los discípulos»  No se queda en una pose, en deseos, en añoranzas. El Señor Jesús se inclina ante los  discípulos y se pone a lavarles los pies. Era un oficio propio de esclavos. Todos lo sabían.  Era una diakonía. Pues «yo estoy en medio de vosotros, como el que sirve» (Lc 22, 27),  como un esclavo, como un diácono. Porque "el que quiera ser el primero entre vosotros"  será esclavo de todos, que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir  y a dar su vida como rescate por muchos» (Mc 10, 44).

Vamos a quedarnos ahora con esta estampa: Jesús doblegado ante sus discípulos; Jesús  sometido a sus discípulos, a quienes está tratando como a sus amos y señores. Pero las  palabras y los gestos de Jesús no pasan, se continúan a lo largo del tiempo. Lo mismo que  Jesús sigue padeciendo y resucitando en nosotros, también sigue doblegado y sometido a  nosotros. También hoy sigue Jesús sometido a mí, inclinado ante mí, para lavarme los pies o  el alma o lo que sea, para servirme en lo que necesite. No es teoría, es experiencia que  alguien me comentaba. El misterio de Cristo servidor prolongado.

-«Debéis lavaros los pies unos a otros»  Esta diakonía de Cristo se prolonga también cuando nosotros, imitando al Maestro, nos  lavamos los pies unos a otros. Esto es, al fin y al cabo, lo único que Jesús nos pide: que nos  amemos mutuamente, que nos lavemos los pies unos a otros. Si Jesús está sometido a mí,  ¿a quién voy a dejar yo de someterme?, ¿a quién voy yo a dejar de lavar los pies?  Yo soy un esclavo en Cristo. Todos mis hermanos son mis amos y señores. Debo  inclinarme ante ellos y pedirles que acepten mis servicios; que no tienen que pagarme nada,  que ya es bastante paga el que se dignen aceptarme.

Los servicios no faltarán. También hoy sigue siendo necesario lavar y duchar a los niños,  ancianos, enfermos y abandonados; o cortarles las uñas y el pelo; o curarles las heridas; o  jugar y pasear con ellos; o prepararles y darles la comida; o saludarles y darles un beso; o  enseñarles algunas cosas; o aprender de ellos; o escribirles una carta; o felicitarles y darles  algún regalo o sorpresa; o contarles algún chiste y hacerles pasar un buen rato; o rezar por  ellos... Ya véis que no se necesitan cosas grandes. La vida y el amor se tejen con hilos bien  finitos y pequeños.

-Día del Amor Fraterno 

En este día de amor, Cáritas celebra un verdadero cumpleaños. Es el día en que Cristo  sirve, comparte, se parte y se entrega. Es el día en que más se ha amado. De esta  Fuente-Cristo nacerán todos los ríos de la caridad cristiana. Brotan los servicios de la  Iglesia.

Hay que mirarse siempre en Cristo. Hay que amar y servir como Cristo, porque «aunque  repartiera todos los bienes», aunque multiplicara los servicios y llevara a cabo magníficos  programas de promoci6n, si no tengo amor, no hay Cáritas que valga.

Hoy, Jueves Santo, todos nos sentimos extraordinariamente ricos. Pero los dones no son  para guardarlos, sino para comunicarlos y compartirlos. Con los capitales de Dios no se  especula. Somos amados para amar, somos servidos para servir, somos regalados para  compartir. Cristo se nos entrega para que nos entreguemos.

CARITAS
RIOS DEL CORAZON
CUARESMA Y PASCUA 1993.Págs. 160 ss.


25.

Frase evangélica: «Haced esto en memoria mía» 

Tema de predicación: EL NUEVO MANDAMIENTO 

1. El Jueves Santo es día de reconciliación, memoria de la eucaristía y pórtico de la  Pasión. Se celebra lo que Jesús vivió en la cena de despedida. Todo el misterio del Jueves  Santo se deriva de las primeras palabras del evangelio de la misa vespertina:

«Antes de la fiesta de la pascua (judía), 
sabiendo Jesús que había llegado la hora (kairós central) 
de pasar de este mundo al Padre (pascua de Cristo),
habiendo amado a los suyos... (amor: jueves santo), 
los amó hasta el extremo (muerte: viernes santo).
Estaban cenando...» (eucaristía: pascua cristiana).

2. Cumbre de la revelación es la confirmación de que Dios es amor y de que la vida de los  hombres y mujeres entre sí y con Dios debe estar siempre presidida por la caridad. Por eso  el mandamiento supremo de la ley es amar a Dios de todo corazón, y al prójimo como a uno  mismo. Cristo hizo suyo este mandamiento y le dio un nuevo sentido -lo hizo «nuevo»- al  identificarse con los hermanos desvalidos, diciendo: «Lo que hicisteis con uno de esos  hermanos míos tan insignificantes lo hicisteis conmigo» (Mt 25.40). Cristo, pues, al asumir la  naturaleza humana, unió a sí, con solidaridad sobrenatural, a todo el género humano como  una sola familia y estableció la caridad como distintivo de sus discípulos, con estas palabras:  «En esto conocerán que sois discípulos míos: en que os amáis unos a otros» (Jn 13,35).

3. Amar consiste en acoger, compartir y ponerse al servicio de los demás (lavatorio de los  pies), respetando la libertad del otro y respondiendo con amor al odio (actitud de Jesús con  Judas). El cristianismo es antes una conducta que una doctrina. Lo que distingue a la  comunidad cristiana no es la ley o el rito, sino el amor, lenguaje profundo y universal.

4. La caridad fraterna, celebrada en la liturgia y hecha realidad en la vida, es la esencia  del cristianismo. El cristiano es miembro de una comunidad gracias a la caridad, que es don  y quehacer. La caridad crea fraternidad y da sentido a la comunidad de fe, de sentimientos,  de bienes y de eucaristía. Es el fundamento de la opción por los pobres. De ahí que la  caridad deba dominar todas las relaciones de los cristianos: personales, familiares y  sociales.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Es nuestra caridad fraterna un reflejo de la caridad de Cristo? 

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 190 s.


26. LAVATORIO/SERVICIO 

-Eucaristía-memorial del amor de Jesús: es, sin duda, el aspecto fundamental. He dudado  si poner en este subtítulo "amor" o "entrega". Porque -creo- hoy debería subrayarse que el  amor del que es memorial la Eucaristía es entrega, es amor "hasta el extremo" (cfr. IV  plegaria eucarística), hasta la muerte y muerte de cruz (es decir, muerte de esclavo, de  marginado). No es un amor etéreo y sentimentaloide, sino una entrega-lucha por fidelidad,  lúcidamente aceptada.

MEMORIAL/EU. De ahí que la Eucaristía que hoy celebramos -y la  Eucaristía que celebramos cada domingo- no puede celebrarse impunemente. Es decir, sin  implicar un intento y un firme propósito de coherencia con lo que celebramos. Pienso que  hoy esto es más fácil de explicar y de comprender: la Eucaristía es memorial de una entrega  por amor hasta el extremo. Ciertamente, ninguno de nosotros, podrá vivirlo como JC lo vivió.  Pero sería una contradicción -un escándalo- celebrarla hoy o cada domingo, sin que afecte  a nuestra vida. El memorial de acción de gracias por la entrega salvadora de Jesús, debe  suscitar en cada cristiano -y en la Iglesia como comunidad- una exigencia de coherencia con  lo que celebra. Una exigencia de vivir en el amor.

Amor que es servicio al hermano: el signo del lavatorio de los pies (que no debería  omitirse sin razones serias, que debería intentarse recuperar) expresa un aspecto también  fundamental de la celebración de esta tarde. El amor que celebramos en la Eucaristía se  concreta en el servicio sencillo a los hermanos y especialmente a los hermanos más  necesitados. También esto debería recordarse en la homilía. Y concretarse. Servicio a los  pobres, a los que no tienen lo necesario (los que no tienen trabajo), a los ancianos, a los  niños. A cualquier persona que espera de nosotros más amor, mejor atención y ayuda. A los  que viven cerca de nosotros y a quienes viven lejos pero precisan de nuestra ayuda.

-La comunidad cristiana, comunidad eucarística y de servicio: hoy, que la celebración  suele reunir a los cristianos más integrados en la comunidad de cada iglesia, debería  también recordarse que este doble aspecto (memorial-eucaristía de revivir y dar gracias por  el amor salvador de JC; voluntad de amor- servicio abierto y eficaz hacia todos) debe  penetrar y dinamizar toda la vida de la comunidad durante todo el año. Tanto del  servicio-ministerio del obispo, presbítero, diácono...., como de la tarea eclesial y cívica de  cada cristiano. Es toda y cada comunidad cristiana quien debe dar testimonio de su fe  eucarística -de su fe de hombres que creen en el amor salvador de Dios- y de su esfuerzo  de servicio real y atento en la sociedad.

Podría terminarse la homilía exhortando a leer esta noche los capítulos 13 a 17 del  evangelio de Juan, la entrañable despedida de Jesús. Como la mejor preparación para  celebrar su pasión, muerte y resurrección.

JOAQUÍN GOMIS
MISA DOMINICAL 1983, 7


27.

1. La Eucaristía, cena comunitaria  La Eucaristía sólo podemos comprenderla si la enfocamos desde el ángulo de la Pascua,  el Paso definitivo hacia el amor. Es el rito que sintetiza todo el pensamiento de Cristo acerca  de la vida humana.

En primer lugar, la Eucaristía es una «comida». No un espectáculo para mirar ni un rito  para oír... Es, antes que nada, una mesa a la que somos invitados por el mismo Jesús para  compartir su cuerpo entregado. Ya la primera Pascua fue comida (Primera Lectura), comida de primavera, del despertar  de la nueva vida.

Comer es participar juntos de la misma empresa, de idénticos sentimientos, «comiendo» el  mismo pan de la existencia compartida. Los cristianos comemos el cuerpo de Cristo, cuerpo  «entregado», y bebemos su sangre «derramada». Es hacer nuestro al Cristo que se da por  los hermanos, comprometiéndonos en ese gesto a ser otros Cristos, otros panes que  alimentan al hermano necesitado.

No es un gesto romántico; es mucho más que «recibir a Jesús en el corazón». Es  comprometerse a vivir con sus sentimientos, poniendo toda nuestra existencia al servicio de  la comunidad. No podemos comulgar con cualquier Jesús, sino con "este" Jesús: entregado  -derramado-, el mismo que muere en la cruz.

Ya es hora de que terminemos con la misa espectáculo, la misa obligación, la misa  tradición, la misa de caras largas y silenciosas. Misas sin saludos, sin comunicación, sin  alegría, sin gestos espontáneos, sin participación sincera. La celebración eucarística, «fiesta memorable», es el mejor índice de nuestro espíritu  comunitario. Por eso mismo es un desafío y una exigencia: no podemos celebrar lo que no  vivimos durante la semana; no podemos compartir nada si no nos conocemos, ni hay interés  por reunirse para hacer algo juntos, si pasamos indiferentes ante los problemas de la  pequeña y de la gran comunidad humana. «Comamos juntos nuestra existencia», asumamos juntos esta historia... He aquí el primer  sentido de esta Eucaristía.

2. La Eucaristía, compromiso de servir a la comunidad 

El evangelista Juan es el único que no narra la institución de la Eucaristía, colocando en  su lugar el conocido episodio del lavatorio de los pies. ¿Por qué? Juan parece intuir el  drama de una comunidad que se queda con el rito desprovisto de sentido. ¡Cuántas misas  celebramos durante nuestra vida...! Mas, ¿qué cambio se produce en la comunidad? La  Eucaristía, según Juan, no termina en el templo.

Allí comienza, y desde allí se prolonga en la jornada diaria en la que cada cristiano debe  interpretar su papel como un servicio a los hermanos. Pedro se opone a ser lavado por Jesús, porque Pedro -es decir, la Iglesia- se resiste a  lavar los pies a sus hermanos; se opone al camino de la cruz y sólo piensa en el poder, en el  «status», en la cómoda posición.

Jesús, en cambio, quiere una iglesia, una parroquia, un grupo cristiano, como algo simple,  humilde, sin nada para sí misma -el esclavo nada posee-, solícita por los demás, sólo  preocupada por los otros; sin nada que suene a miedo, a imposiciones, a autoritarismos. Y la comunidad que resiste como Pedro. Que quiere ser más que el Maestro y el Señor,  que necesita del lujo, de la riqueza, de tratamientos preferenciales; que distingue entre el  rico y el pobre, que teme ensuciarse con el pueblo, que calla ante las injusticias, que se  esconde cuando otros se la juegan. Una comunidad que «no comprende» el gesto de Jesús,  aunque lo repite infinitas veces casi como una rutina.

Mas la respuesta de Jesús es tajante: «No tienes nada que ver conmigo.» Podremos  fabricar apariencias de iglesia, apariencias de cristianos, sacerdotes o pastores; pero el  camino está trazado con rumbo claro: «como yo hice con vosotros, así vosotros debéis  hacer».

En este jueves santo Jesús nos exige una reforma interior y urgente. «Reformarse» es  adquirir de nuevo la forma que se tuvo al comienzo. Jesús le dio una forma interna a su  comunidad, la forma servidora de la humanidad, despojada de las riquezas y de sus  apariencias, de todo modo altanero de pensar y actuar; capaz de vivir en un trato sencillo,  sereno, libre; más preocupada por los problemas de la gente que por sus cuestiones  internas; de rodillas ante el necesitado, el angustiado, el indefenso, el oprimido. Paradoja de la libertad cristiana: al despojarnos totalmente de nosotros mismos para  transformarnos en sirvientes de la familia humana, adquirimos la libertad que da el amor;  libertad para dar, para hacer crecer, para construir.

De pronto, pues, descubrimos que comulgar no es el gesto de niños inocentes e ingenuos  o de personas que se refugian en el templo para cubrir su soledad afectiva...; es el gesto de  hombres valientes, arriesgados, heroicos, que se la juegan día a día para levantar a la  comunidad caída.

Celebrar la Eucaristía le costó a Jesús la vida, y a los apóstoles la persecución y el  oprobio. ¡Eran temibles aquellos hombres que comían juntos al  Cristo-esclavo-de-los-hombres... ! Con razón los judíos calificaron de «duro» el lenguaje de  Jesús cuando les habló de comer su cuerpo. Y ahora lo comprendemos mejor: se nos pide  arrodillarnos ante el hermano-cualquiera, para compartir una necesidad que nos repugna,  en un gesto que nada nos reporta, quizá ni siquiera el «gracias».

3. La Eucaristía, alianza para la liberación del pueblo 

El texto de Pablo nos advierte acerca de otra insólita dimensión de la Eucaristía: es  alianza en sangre. Al comulgar nos transformamos en aliados de Dios, del Dios que libera a su pueblo como  lo hizo en Egipto...

La Eucaristía, por tanto, no es el rito individualista al que estamos acostumbrados, no es  comulgar «para mí»; es un gesto de alcances históricos, que rebasa ampliamente los límites  del templo y los de la propia comunidad. La primera Pascua urgió a todo un pueblo a romper  sus cadenas, a lanzarse al desierto para reconquistar su libertad perdida y entrar así, como  pueblo nuevo, en la tierra prometida.

¿Qué alcances históricos tienen hoy nuestras eucaristías? En la Ultima Cena, Jesús tuvo  presente al mundo, el de su época y el de todos los tiempos. Y por todo ese mundo dio su  vida, en un gesto libre aunque doloroso, transformando su corazón -como lo recuerda Juan-  en una fuente de la que mana la sangre de la vida y el agua del nuevo espíritu. Por eso el  mismo Jesús nos pide celebrar la Eucaristía «hasta que él vuelva», es decir, hasta que la  Pascua sea una realidad universal.

Es la alianza anunciada por los profetas: «Yo pactaré otra alianza con el pueblo. Pondré  mi Ley en su interior, la escribiré en sus corazones. Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo.  Y les daré un solo corazón y una sola manera de vivir.» Jesús, en la Ultima Cena, se  compromete con esa Alianza, y su sangre es garantía de la fidelidad de su amor. Alianza sin papeles y sin firmas; sin palabras mentirosas.

Y hoy, al comulgar, seguimos rubricando ese pacto de amigos de comprometer nuestras  vidas por la liberación del pueblo. ¡Qué lejos estamos ya del romanticismo inocuo de tantas  misas! La Eucaristía nació cuando Jesús «antes de la Pascua, sabiendo que había llegado  la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el  extremo...». Fue aquél un momento dramático, cuando el pueblo soñaba con su libertad,  cuando los enemigos maquinaban en las tinieblas. Fue un acto tenso, pleno de  sentimientos, en el que el amor intentó adquirir su máxima dimensión. Fue el juramento de  quienes comían «con prisa, porque era la Pascua, el Paso del Señor.

Concluyendo...

Quizá no exista en el cristianismo un gesto tan maltrecho y rutinario como la Misa. Todos  creemos que ya sabemos bastante sobre ella desde que hicimos la «Primera Comunión»,  semiahogados en los trajes almidonados de una fiesta semipagana: ¿Qué puede decirme a  mí la misa, cuando estoy preocupado por mi familia, mis negocios, los problemas del país?  Dejémosla para los niños y los moribundos...

Es triste que a esto hayamos reducido lo que Jesús consideró como el gesto más  comprometido y revolucionario de todo su mensaje, al que invitó a hombres sumamente  politizados y preocupados por el destino de su pueblo sojuzgado una vez más. Y aquellos hombres -todos ellos trabajadores de diferentes profesiones- supieron  finalmente comprender que la Eucaristía no era más que el rito simbólico de una realidad  nueva que ya estaba en marcha: la comunidad universal de los hombres de todas las razas,  sentados a la misma mesa de la libertad, tratados con el mismo respeto y dignidad,  conscientes todos de un compromiso histórico irrenunciable. 

SANTOS BENETTI
CRUZAR LA FRONTERA. Ciclo A.2º
EDICIONES PAULINAS
MADRID 1977.Págs. 105 ss.


28.

¿CUAL ES LA SEÑAL DEL CRISTIANO? Allá, en el viejo catecismo de nuestra infancia,  había una pregunta cuya respuesta la sabíamos todos de memoria: «La señal del cristiano  es la Santa Cruz». (Sobre eso meditaremos mañana.) 

Pero yo no sé si es una respuesta completa. Porque, al llegar a estas celebraciones del  Triduo Pascual, reproducimos tantas señales, tantos signos suyos, que cualquiera de ellos,  o todos juntos, podrían ser «la señal del cristiano».

JUEVES SANTO.--Las tres lecturas de hoy nos sumergen en una simbología tan rica y  expresiva que son verdaderamente imprescindibles señales del cristiano.

1. PASCUA JUDÍA, SEÑAL-ANTICIPO.--Es cierto. Cuando leemos, en Ex 12,1 y sig., cómo  Dios va dando a Moisés detalles de la cena que tienen que hacer --«un animal sin defecto,  macho, de un año, cordero o cabrito..., lo matáis el 14 de este mes, al atardecer... Con su  sangre rociaréis las jambas de las puertas... Esa noche comeréis su carne asada a fuego,  acompañada de verduras amargas... Lo comeréis de pie, con la cintura ceñida y de prisa,  porque es la Pascua, el Paso del Señor» etc.--, si, cuando leemos todos esos detalles, nos  damos cuenta: «Se trata de un gesto liberador de Dios. Un gesto-anticipo de la señal del  cristiano. Todavía un boceto, si queréis, un borrador de lo que hará definitivamente la  Pascua de Jesús».

2. PASCUA CRISTIANA.--San Pablo, en la segunda lectura de hoy, cuenta la «puesta en  marcha» de ese boceto, la realización de ese borrador: «Yo he recibido una tradición que a  mi vez os trasmito: y es que el Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, tomó  pan, lo partió y pronunciando la acción de gracias, dijo: Esto es mi cuerpo que será  entregado por vosotros». Etc., etc. Y luego: «Cada vez que comáis este pan y bebáis de  este cáliz, anunciaréis la muerte del Señor hasta que vuelva». Y ahí estamos los cristianos. Todos los días y a todas las horas, en la basílica suntuosa y  en el desvencijado cobertizo, «anunciaremos su muerte y proclamamos su resurrección,  diciendo: ven, Señor Jesús».

3. PERO.--He aquí el gran «pero». Si Bécquer decía que «los suspiros son aire y van al  aire», también nuestros signos pueden quedarse en meras «señales», en puro escorzo y  silueta vacía. Y, por muy elocuentes que sean, podrían convertirse en nada, en «campana  que suena». La Iglesia nos dice que los sacramentos han de ser --son-- «signos eficaces». Acaso por eso, en la tercera lectura de hoy, leemos una lectura que parece que no  concuerda con las anteriores: el lavatorio de los pies. ¿No os extraña que Juan, que tan extensamente narró todo lo ocurrido en el cenáculo la  noche del Jueves Santo, no nos contara la institución de la Eucaristía y, en cambio, nos  describiera con pelos y señales el «lavatorio de los pies»?: «Se levantó Jesús de la mesa,  se ciñó una toalla y con agua en una jofaina se puso a lavarles los pies» ¿No os extraña?  Pues, que no os extrañe. Es la advertencia más clara y contundente. Es como si dijera:  «De nada valdría que nos alimentáramos con el Cuerpo del Señor, si no estamos dispuestos  a lavar los pies a los más desasistidos». De nada valdrían nuestras eucaristías sin su  proyección a la vida. Toda la liturgia puede convertirse en gesto vacío si no está encarnada  en un decidido y concreto amor al prójimo.

¿Cuál es, por tanto, la señal del cristiano? La Santa Cruz, desde luego. Pero no la  separemos, por favor, ni de la eucaristía, ni del lavatorio de los pies. 

ELVIRA-1.Págs. 30 s.

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