SAN AGUSTÍN COMENTA EL EVANGELIO

 

Jn 7,37-39: La fuente no nos abandona si no la abandonamos a ella antes

En medio de las discusiones y dudas que los judíos levantaron frente a su persona..., nuestro Señor Jesucristo hace un llamamiento, no hablando llanamente, sino gritando: Si alguno tiene sed, que venga a mí (Jn 7,37). Si tenemos sed, vayamos a él, no con los pies, sino con los afectos; no cambiando de lugar, sino amando. Aunque, según el hombre interior, el que ama camina también; pero una cosa es ir de un lugar a otro con el cuerpo, y otra con el corazón. Caminar corporalmente consiste en pasar de un lugar a otro mediante el movimiento del cuerpo, y caminar con el corazón es mudar el afecto, mediante el movimiento del corazón. Si amabas una cosa y amas otra, ya no estás donde estabas.

He aquí lo que nos dice el Señor en alta voz: Si alguien tiene sed, que venga a mí y beba. Del que cree en mí, como dice la Escritura, brotarán de su vientre ríos de agua viva. No es preciso que me detenga en la explicación de estas palabras, porque lo hizo el evangelista. El evangelista explica a continuación por qué dijo el Señor: Si alguien tiene sed que venga a mí y beba, con estas palabras: Esto lo dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyeran en él. Aún no había sido dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado todavía (Jn 7,38-39). Existe, pues, una sed interior y un vientre interior, porque existe también el hombre interior. Este hombre interior es invisible, como el exterior es visible; pero el interior es mejor que el exterior. Lo que no se ve, se ama más. Consta con certeza que el hombre interior es más amado que el exterior. ¿Cómo consta eso?

Cada uno puede hacer la prueba en sí mismo. Porque, aunque quienes viven mal hacen a las almas esclavas del cuerpo, sin embargo, tienen ansia vehemente de vivir, que es peculiar del alma y tienen más estima de lo que en ellos rige que de lo regido.

Rigen las almas, y son regidos los cuerpos. Todos encuentran gozo en el placer y disfrutan de él mediante el cuerpo; pero si se goza por el cuerpo, es el alma la que goza. Ahora bien, si el alma halla gozo en su casa, ¿no lo hallará en si misma? Y si el alma tiene recursos para gozar exteriormente, ¿no los tendrá dentro de sí? Es evidente que el hombre ama más a su alma que a su cuerpo. También en los demás hombres se aman más sus almas que sus cuerpos. ¿Qué se ama, pues, en el amigo, donde el amor es más sincero y más casto? ¿Qué se ama en el amigo, el alma o el cuerpo? Si se ama la fidelidad, es el alma lo que se ama; si se ama la benevolencia, es el alma su asiento; si amas a otro porque él te ama también, amas al alma, ya que no es el cuerpo, sino el alma la que ama. Lo amas precisamente por eso, porque él te ama. Examina por qué te ama, y así verás qué es lo que amas tú. Se le ama, pues, más intensamente, aunque no se ve...

El Señor nos llama a voces, que vayamos y bebamos. si es que tenemos sed interior. Y afirma que, si bebemos, saldrán de nuestro interior ríos de agua viva. El seno del hombre interior es la conciencia de su corazón. Al beber este agua, adquiere más vida la conciencia limpia; y si se saca de esa agua, tendrá una fuente, o más bien, será él mismo fuente. ¿Cuál es esa fuente y cuál ese río que mana del seno del hombre interior? La benevolencia con que mira por el bien del prójimo. Si cree que lo que bebe no debe ser más que para él solo, no sale agua viva de su vientre. Si se apresura a hacer partícipe de ella al prójimo, por eso mismo no se seca, porque está manando. Ahora vamos a ver qué beben los que creen en el Señor. En efecto, somos cristianos, y si creemos, bebemos. Cada cual debe ver si personalmente bebe y si vive de eso que bebe, porque la fuente no nos abandona si nosotros no la abandonamos a ella antes.

El evangelista explica, como ya dije, el motivo por el que el Señor alzó su voz, a qué bebida convida y qué da a los que se acercan a beber. Sus palabras: Esto lo decía del Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él. Aún no había sido dado el Espíritu, porque Cristo aún no había sido glorificado. ¿De qué Espíritu habla, sino del Espíritu Santo? Todo hombre tiene en sí su propio espíritu, y de él hablaba yo cuando encarecía la excelencia del alma. Pues el alma de cada uno es su propio espíritu del cual dice el apóstol Pablo: ¿Quién de los hombres sabe lo que hay en el hombre, sino el espíritu del hombre que hay en él?

Luego añade: De igual manera, las cosas de Dios nadie las conoce, sino el Espíritu de Dios (1 Cor 2,11). Lo nuestro no lo conoce nadie más que nuestro espíritu. Ni yo sé lo que piensas tú ni tú lo que pienso yo. Es propiedad nuestra lo que pensamos en nuestro interior. Sólo el espíritu de cada uno es testigo de los pensamientos del hombre. Así también las cosas que son de Dios sólo las conoce el Espíritu de Dios. Nosotros con nuestro espíritu y Dios con el suyo. Pero con esta diferencia: que Dios con su Espíritu sabe también lo que pasa en el mío, más nosotros sin el suyo no sabemos lo que pasa en Dios. Dios, además sabe de nosotros cosas, que hasta ignoramos nosotros mismos. Pedro no conocía su flaqueza, cuando oía decir a Jesús que le negaría tres veces. El enfermo no sabía que estaba enfermo, pero sí el médico. Hay, pues, cosas nuestras que las conoce Dios, pero no nosotros. Mas, con relación a los hombres, nadie conoce al hombre como él mismo. Otro no sabe lo que pasa en él, pero él sí.

Una vez que recibimos el Espíritu de Dios, ya sabemos lo que pasa en Dios, aunque no todo, porque no lo recibimos en su totalidad. Esta prenda nos da a conocer muchas cosas: la plenitud de la misma se nos dará más tarde. Ella nos sirve de consuelo durante esta peregrinación. Pues quien se ha dignado dejarnos tal prenda, mucho más dispuesto estará a darnos la totalidad. Si las arras son así, ¿cómo será la realidad de la que es arra?

Comentarios sobre el evangelio
de San Juan
32,1-2.4-5
(Sigue)