Domingo de pentecostés

"¡El Espíritu del Señor llena la tierra!" Es el domingo de pentecostés, y la Iglesia exulta de gozo. La naturaleza participa también en la celebración: el bullir de nueva vida que se verifica en pascua ha llegado ahora a una profusión de flores y follaje. La primavera ha llegado a su apogeo y está a punto de dar paso al verano.

Pentecostés es una hermosa fiesta. El esplendor de su liturgia se puede apreciar por las palabras y la música de dos obras maestras: el himno Ven¡ Creator Spiritus y la secuencia Ven¡ Sancte Spiritus. El primero se canta en vísperas; el otro, en la misa. Ambos se dirigen al Espíritu Santo, invocándolo como creador y santificador.

Las solemnidades de este día conmemoran los acontecimientos del primer pentecostés, que san Lucas describe tan vivamente en los Hechos (2,1-11). Este relato se encuentra como primera lectura de la misa. A todos nos es familiar la escena del cenáculo de Jerusalén. El pequeño grupo de discípulos sintió un fuerte viento; luego las lenguas de fuego se posaron sobre cada uno de ellos; empezaron a hablar en lenguas extranjeras, y muchos de los observadores se convirtieron inmediatamente. Esos fueron los fenómenos que anunciaron la venida del Espíritu Santo en el primer pentecostés.

La Iglesia no sólo recuerda este acontecimiento, sino que lo revive en el misterio de la liturgia. El Espíritu que "se cernía sobre las aguas" al inicio de la creación, el Espíritu que descendió como viento y fuego en la mañana de pentecostés, continúa viniendo y moldeando las vidas y los destinos de los hombres. En todas las épocas, la Iglesia ha experimentado la potente presencia y el suave influjo del Espíritu. En este día la iglesia celebra litúrgicamente su venida, y ruega para que siga viniendo a renovar la faz de la tierra y a encender en los corazones de los hombres el fuego de su amor.

En nuestros días, pentecostés ha adquirido una relevancia y actualidad mayores que las que tenía tiempo atrás. El concilio Vaticano II echó los cimientos para una mayor conciencia del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia y de cada uno de los cristianos. Ahora tenemos más en común con nuestros hermanos de la Iglesia oriental, que siempre han profesado una gran devoción al Espíritu Santo. Podemos agradecerles el habernos recordado esta devoción.

Todo gran movimiento en el seno de la Iglesia ha de atribuirse al Espíritu Santo. El papa Pío XII describió el movimiento litúrgico como "soplo del Espíritu Santo en la Iglesia". Otro tanto puede decirse del movimiento ecuménico, que está acercando a los cristianos hacia la unidad. También el movimiento carismático muestra signos de la acción del Espíritu, preparando lo que el cardenal Suenens describe como "un nuevo pentecostés"1.

Del pentecostés judío a la fiesta cristiana. 

El conocimiento del ambiente del Antiguo Testamento nos ayuda a comprender la fiesta de pentecostés en la Iglesia. Aunque el contenido es totalmente nuevo -la venida del Espíritu Santo-, hay, sin embargo, cierta relación con la fiesta judía, que conviene comprender.

Por una parte, el nombre es el mismo. La palabra pentecostés (del griego pentekoston = el número 50) se refiere en ambos casos a una fiesta del día quincuagésimo. Para los judíos era y sigue siendo la fiesta que se celebra cincuenta días después de los ázimos o fiesta del pan sin fermentar. Era una fiesta de la cosecha, que incluía el ofrecimiento de primicias a Yahvé. La recolección duraba siete semanas. La fiesta de los ázimos, al día siguiente de pascua, celebraba el comienzo de la siega de la cebada, y en ese día se hacía la ofrenda de la primera gavilla; pero la verdadera fiesta de la cosecha, en que las ofrendas de cereales se presentaban solemnemente al Señor, era pentecostés. Constituía una de las grandes ocasiones de peregrinación, para el pueblo judío.

Nuestra fiesta de pentecostés tiene lugar cincuenta días después de pascua, y el tiempo entre las dos fiestas está sembrado de celebraciones. La idea de cosecha y primicias puede relacionarse tanto con pascua como con pentecostés. San Pablo nos habla de Jesús como "primiicias" de la humanidad redimida: "primicias de los que mueren" (1 Cor 15,20). Su resurrección tuvo lugar cuando las primeras gavillas se estaban ofreciendo en el templo. También la fiesta de pentecostés, siete semanas más tarde, tiene carácter de fiesta de la cosecha. En ella el Espíritu Santo desciende como fuego para segar lo que queda del trigo y completar la recolección. Esta imagen de la cosecha está sin duda en el pensamiento de los padres antiguos. San Ireneo comenta: "Los discípulos alababan a Dios en todas las lenguas, al reducir el Espíritu Santo a la unidad los pueblos distantes y ofrecer al Padre las primicias de todas las naciones"2. El día de pentecostés, el Espíritu Santo descendió sobre la comunidad de los seguidores de Cristo, produciendo una cosecha de amor; pues, como dice san Pablo, "los frutos del Espíritu son: caridad, alegría, paz, longanimidad, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, continencia" (Gál 5,22-23).

Hay otro aspecto de la fiesta judía que puede servirnos de ayuda. Además de ser fiesta de la cosecha, se consideraba también la conmemoración de la entrega de la ley a Moisés en el monte Sinaí 3. El acento se ponía no tanto en la entrega de la ley cuanto en la alianza establecida entre Dios y su pueblo en aquella ocasión. Esta noción de ley y alianza -la nueva ley y la nueva alianza- entra también en el concepto cristiano de pentecostés. El envío del Espíritu Santo reemplaza la promulgación de la ley. El es el "dedo de Dios", que escribe no sobre tablas de piedra, sino en los corazones humanos. La alianza establecida en la ley mosaica es sobreseída por una alianza nueva, que se basa en la presencia y en la acción del Espíritu Santo en nosotros; no en la adhesión a un código de conducta exterior, sino en una disposición interna de mente y corazón, una "transformación desde dentro". Se trata de una ley de amor, un principio de vida. Por eso pentecostés puede considerarse la fiesta de la nueva ley y de la nueva alianza promulgada por el Espíritu Santo.

Pentecostés y pascua.

La venida del Espíritu Santo en pentecostés es consecuencia de la glorificación del Salvador, que se manifiesta sobre todo en su ascensión. Era necesario que Cristo volviera al Padre por su muerte y resurrección, para que pudiera ser enviado el Espíritu Santo. Jesús afirmó: "Si no me voy, el Consolador no vendrá a vosotros" (Jn 16,7).

San Pedro, dirigiéndose a la muchedumbre en el primer pentecostés, declaraba: "Exaltado, pues, por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre el Espíritu Santo, objeto de la promesa, lo ha derramado. Esto es lo que veis y oís" (He 2,33).

Hay otros pasajes que expresan también esta relación. El padre Robert Cabié los ha estudiado y comparado en su libro La Pentecóte, y saca la siguiente conclusión: "El don del Espíritu es, por tanto, inseparable de la exaltación del Señor, porque juntos realizan la obra de la redención e inauguran la nueva era que prepara la parusía" 4.

Completa el misterio pascual.

Pentecostés ha sido designado a veces como "el sello". El sello completa y autentifica una carta o documento. Pentecostés completa el misterio de la redención; pone el sello a la obra redentora de Cristo. San Pablo alude al Espíritu Santo como a un sello (sphragis); por ejemplo, en Efesios (1,13): "... Habéis sido sellados en el Espíritu Santo de la promesa..."

Esta idea de plenitud tiene expresión en la liturgia. Se advierte especialmente en la oración del día:

Dios todopoderoso y eterno, que has querido que celebráramos el misterio pascual durante cincuenta días, renueva entre nosotros el prodigio de Pentecostés, para que los pueblos divididos por el odio y el pecado se congreguen por medio de tu Espíritu y, reunidos, confiesen tu nombre en la diversidad de las lenguas.

El prefacio de la misa expresa el mismo pensamiento:

Para llevar a plenitud el misterio pascual enviaste hoy el Espíritu Santo sobre los que habías adoptado como hijos por su participación en Cristo.

Encontramos, además, esta idea en una de las antífonas de la Liturgia de las horas: "Confirma, oh Dios, lo que has realizado en nosotros desde tu templo de Jerusalén. Aleluya".

Estas consideraciones nos ayudan a ver pentecostés bajo una luz cristológica. Lo mismo se percibe al leer el evangelio de san Juan (20,19-23). El Señor resucitado se aparece aquí a sus discípulos, les desea la paz y les muestra sus manos y su costado. Les confía su misión, y luego, "dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: `Recibid el Espíritu Santo`. Esto sitúa la fiesta de pentecostés en el contexto de pascua y nos ayuda a ver los misterios de la pasión, resurrección y venida del Espíritu Santo como un todo unificado.

El don del Padre.

"Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu", dice san Pablo en la segunda lectura de la misa (1 Cor 12,3-7.12-13). La Iglesia reconoce esos dones y da gracias a Dios por ellos. Antes de considerar dichos dones por separado, tengamos presente que el Espíritu Santo es mayor que todos esos dones y es en sí mismo el don del Padre.

El Espíritu Santo es, en palabras del himno, "el don del Dios altísimo" (donum Dei altissimi). San Lucas, en su evangelio (11,13), recuerda que el don del Espíritu Santo será otorgado a aquellos que con humildad se lo piden al Padre celestial. El Espíritu Santo es el don del Padre que recibimos en el bautismo y cuyos templos somos. Los dones particulares, tan diversos, son sencillamente manifestaciones de su presencia.

La petición de la liturgia es que podamos poseer con mayor plenitud este don. "Llénanos de los dones de tu Espíritu", pide la oración del sábado después de la ascensión; y el viernes de la semana siguiente decimos: "Que la recepción de dones tan grandes nos mueva a dedicarnos con mayor empeño a tu servicio y a vivir con mayor plenitud la riqueza de nuestra fe". En este mismo contexto podemos recordar la cuarta plegaria eucarística: "(Cristo) envió, Padre, desde tu seno al Espíritu Santo como primicia para los creyentes, a fin de santificar todas las cosas, llevando a plenitud su obra en el mundo".

El Espíritu Santo es el don del Padre y del Hijo 5.

Los dones del Espíritu Santo: Escribiendo a la iglesia de Corinto, san Pablo trata de los dones espirituales (charismata), que eran muy evidentes en aquella comunidad. Su misma profusión resultaba problemática, y el Apóstol encontró serias dificultades para regular el uso que de ellos debía hacerse. Su consejo es tan acertado para hoy como lo fue entonces.

Ante todo declaró que los dones nunca hay que buscarlos por sí mismos, sino en bien de la comunidad. Deben recibirse con gratitud y administrarse con cuidado y respeto a los demás. Su fin consiste en edificar y consolidar la comunidad cristiana, y no en colocar en un pedestal al propio portador del carisma.

Los carismas tomaban diferentes formas, algunas más bien espectaculares, especialmente el "don de lenguas" (glosolalia). San Pablo nunca rechaza ni menosprecia ninguno de estos dones. Si se usan con sabiduría, pueden servir para edificar el cuerpo de Cristo. Pero también pueden ser objeto de abuso, como era el caso en Corinto; donde el orgullo y la presunción estaban minando la unidad de la Iglesia.

San Pablo da normas para la regulación de los carismas, y después pasa a tratar del menos espectacular y más importante de todos los dones espirituales: el carisma del amor o caridad. Deberíamos leer no solamente el breve pasaje propuesto para la misa de este día, sino los capítulos 12, 13 y 14 de esta carta completos. Sobre todo conviene leer y meditar el capítulo 13,. en donde se encuentra el gran "cántico a la caridad", de san Pablo. Este es el don superior a cualquier otro; el que durará eternamente.

En la misa de pentecostés pedimos precisamente el aumento de este amor. La antífona de entrada nos recuerda que: "El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que habita en nosotros". El versículo del Aleluya es un grito al Espíritu de amor: "Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos la llama de tu amor. ¡Aleluya!" Y es en la eucaristía donde tenemos acceso al mejor de los dones, como dice la oración poscomunión: "La comunión que acabamos de recibir, Señor, nos comunique el mismo ardor del Espíritu Santo que tan maravillosamente influyó en los apóstoles".

Hay una diversidad de dones, pero el Espíritu que los inspira es uno; y el efecto de los dones, actuando todos juntos en armonía, ha de dar como resultado la unidad. Unidad en la diversidad es lo que debería caracterizar a la Iglesia. El Espíritu respeta la libertad, la individualidad y los talentos especiales de cada uno, distribuye sus dones donde quiere y a quien quiere, pero en todas sus actuaciones ejercita esa fuerza unificadora que hace a la Iglesia de la tierra un reflejo de la Santísima Trinidad.

Pentecostés es un símbolo permanente de unidad, como Babel es símbolo de desunión. En pentecostés los discípulos recibieron las lenguas de fuego y comenzaron a hablar a hombres de diferentes razas en sus propias lenguas; la edificación de la torre de Babel acabó en confusión de lenguas; los hombres no se entendían.

El Espíritu realiza la unidad y, donde ya existe, la perfecciona. Mientras los discípulos velaban en oración aguardando la llegada del Espíritu, ya estaban unidos en la esperanza y el anhelo. Se habían reunido "en un lugar"; en griego (epi to auto) existe la idea subyacente de que se habían reunido no sólo en un lugar, sino "con un mismo propósito". Por eso estaban dispuestos a recibir este nuevo don de unidad y caridad que el Espíritu les iba a enviar. Esto se expresa maravillosamente en una de las antífonas del antiguo breviario en latín:

Vino un fuego divino que no quemaba, pero iluminaba; no consumía, pero daba luz; y encontró los corazones de los discípulos como receptáculos puros, y les otorgó los dones carismáticos. Aleluya. El Espíritu los halló unidos en el amor (concordes caritate) y los inundó de la gracia de la Deidad6.

La misión de la Iglesia.

Antes de la ascensión, los apóstoles recibieron el mandato de predicar el evangelio a todas las naciones. En pentecostés recibieron la fuerza para realizar su misión. En el evangelio de san Juan que se lee en esta fiesta, Jesús hace a sus apóstoles partícipes de la misión que él mismo ha recibido del Padre: "Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo"; luego exhaló su aliento sobre ellos y añadió: "Recibid el Espíritu Santo".

Desde el primer momento, desde el tiempo de su primera manifestación al mundo, la Iglesia se ha mostrado misionera. En palabras del concilio Vaticano: "La Iglesia peregrinante es misionera por naturaleza, puesto que procede de la misión del Hijo y de la misión del Espíritu Santo según el designio de Dios Padre 7.

Al recibir el Espíritu Santo, los apóstoles se convirtieron en hombres nuevos. Su temor se desvaneció y comenzaron allí inmediatamente a predicar la buena noticia a las multitudes congregadas en Jerusalén. Proclamaban las "maravillas de Dios" y "se agregaron aquel día unos tres mil". Hay una relación clara entre el don del Espíritu y la misión de la Iglesia.

Es el Espíritu Santo quien inspira en los fieles el sentido de misión. Al igual que el apóstol Pablo, son conducidos por el "Espíritu de Jesús". Movidos por su gracia, se sienten impulsados a compartir con otros lo que ellos mismos han recibido. Son portadores de la buena nueva para los demás hombres, haciéndoles conocer la fe y salvación que viene de Cristo.

La actividad misionera de la Iglesia lleva adelante el plan salvífico de Dios en el mundo. Es

 

su voluntad que todos se salven y alcancen el pleno conocimiento de la verdad (cf 1 Tim 2,5). En obediencia a esta misma voluntad del Padre, Cristo llevó a cabo la obra que le había sido encomendada. La Iglesia, en obediencia a su fundador y ayudada por el Espíritu Santo, continúa la obra salvífica de Cristo en el mundo.

El evangelio se ha de predicar a toda la creación, y la Iglesia, sacramento de salvación, se ha de hacer presente en todos los pueblos. Esta es la misión especial de las congregaciones y sociedades misioneras. Estos misioneros dedican sus vidas a la tarea de evangelizar a todos los pueblos del mundo, preparando los caminos al Señor e implantando la Iglesia donde todavía no está presente.

Pero aunque no todos sean misioneros en el sentido técnico y restringido, los fieles en general participan en la actividad misionera de la Iglesia. Por el bautismo hemos sido llamados al apostolado y, por tanto, tenemos una misión. Misión que puede ser oculta, como la de santa Teresita, que con su oración procuraba "evangelizar a los evangelizadores". Es también una misión de ejemplo, ya que, con nuestro modo de vivir, debemos mostrar las verdades y valores que profesamos.

Conclusión. Con la fiesta de pentecostés se cierra el ciclo pascual. Es un final y un comienzo: un final de las celebraciones y un nuevo comienzo hacia adelante en nuestro peregrinar cristiano. El período en que entramos ahora, conocido como tiempo ordinario, es un pentecostés continuado. Los Hechos de los Apóstoles comenzaron

con pentecostés, y la fiesta que acabamos de celebrar es un nuevo comienzo para la Iglesia y para nosotros.

Nuestras vidas deben impregnarse del Espíritu. En el Espíritu nuestra relación con el Padre es de hijos adoptivos en Jesucristo. Amor a Dios y a los hermanos ha de ser el motivo-fuerza de nuestra existencia. Hemos de imitar a Dios "como hijos suyos muy amados" (Ef 5,1). Pentecostés es un punto de partida y un programa.

Vincent Ryan
Pascua, Fiestas del Señor
Paulinas, Madrid-1987, págs. 74-86

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1. Su conocida obra sobre la renovación carismática lleva por título A New Pentecost, Darton Longman and Todd.

2. De su tratado Contra las herejías, Liturgia de las horas, II, 874.

3. Cf J. DUPONT, La nouvelle Pentecóte, en "Assemblées du Seigneur" 30, 30-34; también R. Le DEAM, Pentecost, en "Doctrine and Life" 20 (1970) 250-67.

4. Bajo el título Glorification du Christ et don de l'Esprit dans le Nouveau Testament, 38 de su libro.

5. Es el tema de una lectura de un tratado de san Hilario, Sobre la Trinidad, en Liturgia de las horas, 11, 664 y 851-2.

6. "Advenit ignis divinus non comburens sed illuminans, non consumens sed lucens: et invenit corda discipulorum receptacula munda: et tribuit eis charismatum dona, alleluja. Invenit eos concordes caritate, et collustravit eos inundans gratia Deitatis" (jueves de la octava en el breviario monástico).

7. Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia, n 2.