EL ESPÍRITU SANTO EN LOS PADRES DE LA IGLESIA (4)

 

Hipólito
Eusebio de Cesarea
Proclo de Constantinopla




SAN Hipólito, _Contra-Noeto 11:
"El (el Padre) ha donado la ley y los profetas, y habiéndolos 
entregado, le ha movido, por medio del Espíritu Santo, a hablar, de 
tal modo que habiendo recibido la exhalación de la potencia del 
Padre proclamen la decisión y la voluntad del Padre".

Hipólito, Contra Noeto 12:
"... contemplamos el Verbo encarnado, por su medio pensamos 
en el Padre, creemos al Hijo, adoramos al Espíritu Santo".

Hipólito, Contra Noeto 14:
"Nosotros no podemos alcanzar con el pensamiento al Dios único 
si no es creyendo verdaderamente al Padre, al Hijo y al Espíritu 
Santo. En efecto, los judíos han glorificado al Padre pero no le han 
dado gracias porque no reconocieron al Hijo. Los discípulos han 
reconocido al Hijo pero no en el Espíritu Santo y así lo han negado. 
Conociendo, pues, la economía y la voluntad del Padre, el Logos 
paterno, después de la resurrección, los discípulos han transmitido 
que el Padre no quiere ser glorificado en otro modo distinto del que 
indica cuando se dice: Id, enseñad a todas las naciones, 
bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo 
(Mt 28,19), mostrando que si se cambia algo no se glorifica 
verdaderamente a Dios, porque es mediante esta triada como es 
glorificado el padre: el Padre de hecho lo ha querido, el Hijo lo ha 
realizado y el Espíritu Santo lo ha manifestado". 

Hipólito, La _Tradición-apostólica 1:
"El Espíritu Santo, de hecho, concede a aquellos que tienen una 
recta fe la gracia perfecta de saber de qué modo deben enseñar y 
salvaguardar la Tradición entera los que están al frente de la 
Iglesia".

Hipólito, La Tradición apostólica 2:
"Estos últimos (los obispos presentes), con el consentimiento de 
todos, impongan las manos sobre el elegido, mientras que los 
sacerdotes deben asistir sin hacer nada. Todos están en silencio 
pero oren en su corazón para el descendimiento del Espíritu 
Santo".

Hipólito, La Tradición apostólica 14:
"No hablaré ciertamente de dos dioses, sino de uno solo: dos 
personas y una tercera economía, la gracia del Espíritu Santo. El 
Padre de hecho es uno solo, pero dos son las personas; porque lo 
es también el Hijo, después está también el tercero, el Espíritu 
Santo. El Padre ordena y el Hijo realiza, el Hijo es mostrado, por su 
medio el Padre es creído. Mediante una armónica economía se une 
en un solo Dios. De hecho hay un solo Dios, porque el Padre 
dispone, el Hijo obedece y el Espíritu Santo da la comprensión: el 
Padre que está por encima de todo, el Hijo por medio de todo, el 
Espíritu Santo en todo". 

Hipólito, La Tradición apostólica 3:
"Concede, Padre que conoces los corazones, ... ofrecerte el 
perfume de suavidad, por medio de Jesucristo tu Hijo, por el que 
tienes la gloria, el poder y el honor, Padre e Hijo con el Espíritu 
Santo, ahora y en los siglos de los siglos. Amén".

Hipólito, La Tradición apostólica 4:
"Te damos gracias, oh Dios, por medio de tu querido Hijo 
Jesucristo, que en estos últimos tiempos nos has enviado como 
salvador, redentor y mensajero de tu voluntad, que es tu verbo 
inseparable, por medio del cual has creado todas las cosas y en el 
que has puesto tu complacencia, que has enviado desde el cielo en 
el seno de la Virgen y ha sido concebido, se ha encarnado y se ha 
manifestado como Hijo tuyo, nacido del Espíritu Santo y de la 
Virgen".

Hipólito, La Tradición apostólica 4:
" ... Te pedimos que envíes tu Espíritu Santo sobre la ofrenda de 
tu Iglesia, que concedas la unidad a todos los que participan, la 
plenitud del Espíritu Santo y fortifícales en la fe de la verdad, para 
que te alabemos y te glorifiquemos por Jesucristo tu Hijo, por el cual 
Tu, Padre e Hijo con el Espíritu Santo en la santa Iglesia, recibes el 
honor y la gloria ahora y por los siglos de los siglos. Amén".

Hipólito, La Tradición apostólica 6:
" ... En toda bendición dígase: `Gloria a Tí, Padre e Hijo con el 
Espíritu Santo en la santa Iglesia, ahora y siempre por todos los 
siglos de los siglos, Amén'". 

Hipólito, La Tradición Apostólica 7:
"Y ahora haz, oh Señor, que no disminuya en nosotros el espíritu 
de tu gracia y concédenos servirte con simplicidad de ánimo 
alabándote por medio de tu Hijo Jesucristo, por el que recibes 
-Padre e Hijo con el Espíritu Santo en la santa Iglesia- gloria y poder 
ahora y en los siglos de los siglos, Amén".

Hipólito, La Tradición Apostólica 21:
" ... ¿'Crees en el Espíritu Santo, en la santa Iglesia y en la 
resurrección de la carne?'. Responda el bautizado: 'Creo'. Y así sea 
bautizado por tercera vez... El obispo impóngales la mano e invoque 
diciendo: 'Señor Dios, que les has hecho dignos de merecer la 
remisión de los pecados mediante el lavado de la regeneración del 
Espíritu Santo, infunde sobre ellos tu gracia, para que te sirvan 
según tu voluntad. A ti la gloria, al Padre, y al Hijo con el Espíritu 
Santo en la santa Iglesia, ahora y por todos los siglos, Amén. 
Después, derramándole sobre la cabeza el aceite santificado e 
imponiéndole la mano, diga: 'Te signo con el aceite santo en el 
Señor Padre omnipotente y en Jesucristo y en el Espíritu Santo. Los 
que reciben (la comunión) beban del cáliz, mientras que el que 
ofrece el cáliz diga: 'Y en el Señor Jesucristo, en el Espíritu Santo y 
en la santa Iglesia'". 

Del Tratado de san Hipólito, presbítero, contra la herejía de 
Noeto 
(Caps. 9-12: PG 10, 815-819) :
Hay un único Dios, hermanos, que sólo puede ser conocido a 
través de las Escrituras santas: Por ello debemos esforzarnos por 
penetrar en todas las cosas que nos anuncian las divinas Escrituras 
y procurar profundizar en lo que nos enseñan. Debemos conocer al 
Padre como él desea ser conocido, debemos glorificar al Hijo como 
el Padre desea que lo glorifiquemos, debemos recibir al Espíritu 
Santo como el Padre desea dárnoslo. En todo debemos proceder 
no según nuestro arbitrio ni según nuestros propios sentimientos ni 
haciendo violencia a tos deseos de Dios, sino según los caminos 
que el mismo Señor nos ha dado a conocer en las santas 
Escrituras.
Cuando sólo existía Dios y nada había aún. que coexistiera con 
él, el Señor quiso crear al mundo. Lo creó por su inteligencia, por 
su voluntad y por su palabra; y el mundo llegó a la existencia tal 
como él lo quiso y cuando él lo quiso. Nos basta, por tanto; saber 
que, al principio, nada coexistía con Dios, nada había fuera de él. 
Pero Dios siendo único, era también múltiple. Porque con él estaba 
su sabiduría, su razón, su poder y su consejo; todo esto estaba en 
él, y él era todas estas cosas: Y, cuando quiso y como quiso, y en el 
tiempo por él mismo predeterminado, manifestó al mundo su 
Palabra, por quien fueron hechas todas las cosas.
Y como Dios contenía en sí mismo a la Palabra, aunque ella fuera 
invisible para el mundo creado, cuando Dios hizo oír su voz, la 
Palabra se hizo entonces visible; así, de la luz que es el Padre salió 
la luz que es el Hijo, y la imagen del Señor fue como reproducida en 
el ser de la creatura; de esta manera el que al principio era sólo 
visible para el Padre empezó a ser visible también para el mundo, 
para que éste, al contemplarlo, pudiera alcanzar la salvación.
EL sentido de todo esto es que, al entrar en el mundo, la Palabra 
quiso aparecer como hijo de Dios; pues, en efecto, todas las cosas 
fueron hechas por el Hijo, pero él es engendrado únicamente por el 
Padre.
Dios dio la ley y los profetas, impulsando a éstos a hablar bajo la 
moción del Espíritu Santo, para que, habiendo recibido la 
inspiración del poder del Padre, anunciaran su consejo y su 
voluntad.
La Palabra, pues, se hizo visible, como dice san Juan. Y repitió en 
síntesis todo lo que dijeron los profetas, demostrando así que es 
realmente la Palabra por quien fueron hechas todas las cosas. 
Dice: En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto 
a Dios, y la Palabra era Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, 
y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. Y más adelante: El 
mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a 
su casa, y los suyos no la recibieron.

Del Sermón en la santa Teofanía, atribuido a san Hipólito, 
presbítero 
(Núms. 2. 6-8.10: PG 10, 854. 858-859. 862) :
Jesús fue a donde Juan y recibió de él el bautismo. Cosa 
realmente admirable. La corriente inextinguible que alegra la ciudad 
de Dios es lavada con un poco de agua. La fuente inalcanzable, 
que hace germinar la vida para todos los hombres y que nunca se 
agota, se sumerge en unas aguas pequeñas y temporales.EL que 
se halla presente en todas partes y jamás se ausenta, el que es 
incomprensible para los ángeles y está lejos de las miradas de los 
hombres, se acercó al bautismo cuando él quiso. Se abrió el cielo, y 
vino una voz del cielo que decía: «Éste es mi Hijo, el amado, mi 
predilecto»EL amado produce amor, y la luz inmaterial genera una 
luz inaccesible: «Éste es el que se llamó hijo de José, es mi 
Unigénito según la esencia divina»Este es mi Hijo, el amado: aquel 
que pasó hambre, y dio de comer a innumerables multitudes; que 
trabajaba, y confortaba a los que trabajaban; que no tenía dónde 
reclinar su cabeza, y lo había creado todo con su mano; que 
padeció, y curaba todos los padecimientos; que recibió bofetadas, y 
dio al mundo la libertad; que fue herido en el costado, y curó el 
costado de Adán.Pero prestadme cuidadosamente atención: quiero 
acudir a la fuente de la vida, quiero contemplar esa fuente 
medicinal.El Padre de la inmortalidad envió al mundo a su Hijo, 
Palabra inmortal, que vino a los hombres para lavarlos con el agua 
y el Espíritu: y, para regenerarnos con la incorruptibilidad del alma y 
del cuerpo, insufló en nosotros el espíritu de vida y nos vistió con 
una armadura incorruptible.Si, pues, el hombre ha sido hecho 
inmortal, también será dios. Y si se ve hecho dios por la 
regeneración del baño del bautismo, en virtud del agua y del 
Espíritu Santo, resulta también que después de la resurrección de 
entre los muertos será coheredero de Cristo.Por lo cual, grito con 
voz de pregonero: Venid, las tribus todas de las gentes, al bautismo 
de la inmortalidad. Ésta es el agua unida con el Espíritu, con la que 
se riega el paraíso, se fecunda la tierra, las plantas crecen, los 
animales se multiplican; y, en definitiva, el agua por la que el 
hombre regenerado se vivifica, con la que Cristo fue bautizado, 
sobre la que descendió el Espíritu Santo en forma de paloma.Y el 
que desciende con fe a este baño de regeneración renuncia al 
diablo y se entrega a Cristo, reniega del enemigo y confiesa que 
Cristo es Dios, se libra de la esclavitud y se reviste de la adopción, 
y vuelve del bautismo tan espléndido como el sol, fulgurante de 
rayos de justicia; y, lo que es el máximo don, se convierte en hijo de 
Dios y coheredero de Cristo.A él la gloria y el poder, junto con el 
Espíritu Santo, bueno y vivificante, ahora y siempre, y por los siglos 
de los siglos. Amén. 
________________________________________________

_Homilía-anónima del s. II:
"Esta Iglesia que era espiritual se ha hecho visible en la carne de 
Cristo, mostrándonos con ello que, si nosotros conservamos intacta 
esta Iglesia por medio de nuestra carne, la recibiremos en el 
Espíritu Santo, pues nuestra carne es como la imagen del Espíritu y 
nadie puede gozar del modelo si ha destruido su imagen. Todo esto 
quiere decir, hermanos, lo siguiente: conservad con respeto vuestra 
carne, para que así tengáis parte en el Espíritu. Y, si afirmamos que 
la carne es la Iglesia y el Espíritu es Cristo, ello significa que quien 
deshonra la carne deshonra la Iglesia, y ese tal no será tampoco 
partícipe de aquel Espíritu, que es el mismo Cristo. Con la ayuda 
del Espíritu Santo esta carne puede, por tanto, llegar a gozar de 
aquella incorruptibilidad y de aquella vida que es tan sublime, que 
nadie puede explicar ni describir, pero que Dios ha preparado para 
sus elegidos". 
_________________________________________________


De los comentarios de Eusebio de Cesarea, obispo, sobre el libro 
de Isaías 
(Cap. 40: PG 24, 366-367) :

Una voz grita en el desierto: Preparad un camino al Señor, 
allanad una calzada para nuestro Dios» El profeta declara 
abiertamente que su vaticinio no ha de realizarse en Jerusalén, sino 
en el desierto; a saber, que se manifestará la gloria del Señor, y la 
salvación de Dios llegará a conocimiento de todos los hombres. 
Y todo esto, de acuerdo con la historia y a la letra, se cumplió 
precisamente cuando Juan Bautista predicó el advenimiento 
salvador de Dios en el desierto del Jordán, donde la salvación de 
Dios se dejó ver. Pues Cristo y su gloria se pusieron de manifiesto 
para todos cuando, una vez bautizado, se abrieron los cielos y el 
Espíritu Santo descendió en forma de paloma y se posó sobre él, 
mientras se oía la voz del Padre que daba testimonio de su Hijo: 
Éste es mi Hijo, el amado; escuchadlo. 
Todo esto se decía porque Dios había de presentarse en el 
desierto, impracticable e inaccesible desde siempre. Se trataba, en 
efecto, de todas las gentes privadas del conocimiento de Dios, con 
las que no pudieron entrar en contacto los justos de Dios y los 
profetas. 
Por este motivo, aquella voz manda preparar un camino para la 
Palabra de Dios, así como allanar sus obstáculos y asperezas, para 
que cuando venga nuestro Dios pueda caminar sin dificultad. 
Preparad un camino al Señor: se trata de la predicación evangélica 
y de la nueva consolación, con el deseo de que la salvación de Dios 
llegue a conocimiento de todos los hombres. 
Súbete a un monte elevado, heraldo de Sión; alza fuerte la voz, 
heraldo de Jerusalén. Estas expresiones de los antiguos profetas 
encajan muy bien y se refieren con oportunidad a los evangelistas: 
ellas anuncian el advenimiento de Dios a los hombres, después de 
haberse hablado de la voz que grita en el desierto. Pues a la 
profecía de Juan Bautista sigue coherentemente la mención de los 
evangelistas. 
¿Cuál es esta Sión sino aquella misma que antes se Ilamaba 
Jerusalén? Y ella misma era aquel monte al que la Escritura se 
refiere cuando dice: El monte Sión donde pusiste tu morada; y el 
Apóstol: Os habéis acercado al monte Sión. ¿Acaso de esta forma 
se estará aludiendo al coro apostólico, escogido de entre el 
primitivo pueblo de la circuncisión? 
Y esta Sión y Jerusalén es la que recibió la salvación de Dios, la 
misma que a su vez se yergue sublime sobre el monte de Dios, es 
decir, sobre su Verbo unigénito: a la cual Dios manda que, una vez 
ascendida la sublime cumbre, anuncie la palabra de salvación. ¿Y 
quién es el que evangeliza sino el coro apostólico? ¿Y qué es 
evangelizar? Predicar a todos los hombres, y en primer lugar a las 
ciudades de Judá, que Cristo ha venido a la tierra. 


De la Historia eclesiástica de Eusebio de Cesarea, obispo 
(Lib. 10,1-3: PG 20, 842-847):

A Dios todopoderoso y rey del universo, gracias por todas las 
cosas; y también gracias plenas a Jesucristo salvador y redentor de 
nuestras almas, por quien rogamos que se conserve perfectamente 
nuestra paz firme y estable, libre de los peligros exteriores y de 
todas las perturbaciones y adversas disposiciones del espíritu.El 
día sereno y claro, no oscurecido por ninguna nube iluminaba, con 
su luz celeste, las Iglesias de Cristo, difundidas por todo el mundo. 
Incluso aquellos que no participaban en nuestra comunión gozaban, 
si no tan plenamente como nosotros, al menos de algún modo, de 
los bienes que Dios nos había concedido.Para nosotros, los que 
hemos colocado nuestra esperanza en Cristo, una alegría 
indescriptible y un gozo divino iluminaba nuestros rostros, al 
contemplar cómo todos aquellos lugares que habían sido arrasados 
por la impiedad de los tiranos revivían como si resurgieran de una 
larga y mortal devastación. Veíamos los templos levantarse de sus 
ruinas hasta una altura infinita y resplandecer con un culto y un 
esplendor mucho mayor que el de aquellos que habían sido 
destruidos.Además, se nos ofrecía el espectáculo, deseado y 
anhelado, de las fiestas de dedicación en todas las ciudades y de 
consagración.de iglesias recientemente construidas.Para estas 
festividades, concurrían numerosos obispos y peregrinos 
innumerables, venidos de todas partes, incluso de las más lejanas 
regiones; se manifestaban los sentimientos de amistad y caridad de 
unos pueblos con otros. Ya que todos los miembros del cuerpo de 
Cristo se unían en una idéntica armonía.Era el cumplimiento del 
anuncio profético, que, con antelación y de una manera recóndita, 
predecía lo que había de suceder: Los huesos se juntaron hueso 
con hueso, y también de otras muchas palabras proféticas 
oscuramente enigmáticas.La misma fuerza del Espíritu divino 
circulaba por todos los miembros; todos pensaban y sentían lo 
mismo; idéntico ardor en la fe, y única la armonía para gloriftcar a 
Dios.Los obispos celebraban solemnes ceremonias, y los 
sacerdotes ofrecían los puros sacrificios, conforme a los augustos 
ritos de la Iglesia; se cantaban los salmos, se escuchaban las 
palabras que Dios nos ha transmitido, se ejecutaban los divinos y 
arcanos ministerios, y se comunicaban los místicos símbolos de la 
pasión salvadora.Una festiva multitud de gente de toda edad y sexo 
gloriftcaba a Dios, autor de todos los bienes, con oraciones y 
acciones de gracias. 
_________________________________________________

De los sermones de San Proclo de Constantinopla 
(Sermón 7 en la santa Teofonía, 1-3 : PG 65, 758-759):
Cristo apareció en el mundo, y, al embellecerlo y acabar con su 
desorden, lo transformó en brillante y jubiloso. Hizo suyo el pecado 
del mundo y acabó con el enemigo del mundo. Santificó las fuentes 
de las aguas e iluminó las almas de los hombres. Acumuló milagros 
sobre milagros cada vez mayores.Y así, hoy, tierra y mar se han 
repartido entre sí la gracia del Salvador, y el universo entero se 
halla bañado en alegría; hoy es precisamente el día que añade 
prodigios mayores y más crecidos a los de la precedente 
solemnidad.Pues en la solemnidad anterior, que era la del 
nacimiento del Salvador, se alegraba la tierra, porque sostenía al 
Señor en el pesebre; en la presente festividad, en cambio, que es la 
de las Teofanías, el mar es quien salta y se estremece de júbilo; y 
lo hace porque en medio del Jordán encontró la bendición 
santificadora.En la solemnidad anterior se nos mostraba un niño 
débil, que atestiguaba nuestra propia imperfección; en cambio, en 
la festividad de hoy se nos presenta ya como un hombre perfecto, 
mostrando que procede, como perfecto que es, de quien también lo 
es. En aquel caso, el Rey vestía la púrpura de su cuerpo; en éste, 
la fuente rodea y como recubre al río.Atended, pues, a estos 
nuevos y estupendos prodigios. El Sol de justicia que se purifica en 
el Jordán, el fuego sumergido en el agua, Dios santificado por 
ministerio de un hombre.Hoy la creación entera resuena de himnos: 
Bendito el que viene en nombre del Señor. Bendito el que viene en 
todo momento: pues no es ahora la primera vez.Y ¿de quién se 
trata? Dilo con más claridad, por favor, santo David: El Señor es 
Dios: él nos ilumina. Y no es sólo David quien lo dice, sino que el 
apóstol Pablo se asocia también a su testimonio y dice: Ha 
aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los 
hombres, enseñándonos. No «para unos cuantos» sino para todos: 
porque la salvación a través del bautismo se otorga a todos, judíos 
y griegos; el bautismo ofrece a todos un mismo y común 
beneficio.Fijaos, mirad este diluvio sorprendente y nuevo, mayor y 
más prodigioso que el que hubo en tiempos de Noé. Entonces, el 
agua del diluvio acabó con el género humano; en cambio, ahora, el 
agua del bautismo, con la virtud de quien fue bautizado por Juan, 
retorna los muertos a la vida. Entonces, la paloma con la rama de 
olivo figuró 1a fragancia del olor de Cristo, nuestro Señor; ahora, el 
Espíritu Santo, al sobrevenir en forma de paloma, manifiesta la 
misericordia del Señor.