COMENTARIOS A LA SEGUNDA LECTURA B
Ap 22, 12-14. 16-17. 20

 

1. J/VENIDA/DESEO.

El Apocalipsis es un mensaje dirigido a la Iglesia de los últimos tiempos. El Señor viene en seguida. Por tanto es necesario perseverar en la fidelidad de la fe. La semilla del bien, como la del mal, está madurando, llega el tiempo de la cosecha.

La venida del Señor se anuncia bajo el signo del poder, como juez. Es un anuncio en la línea de Is 40, 14. Viene para dar a cada uno su salario. Para justificar su actuación se pone de relieve la autoidentificación de Cristo con Dios. Usa la misma fórmula que en 1,8. Las afirmaciones del v. 16 indican la posición de Jesús en la historia de la salvación. Es el Mesías prometido que provoca la respuesta ansiosa de los destinatarios.

El profeta se hace portavoz de la esposa y el Espíritu le impulsa a gritar: "Ven". El concepto fundamental, incluso desde el punto de vista meramente estadístico, es el de "venir". "Vengo en seguida", dice el Señor; "ven" grita la comunidad...

Así se expresa la relación de la joven comunidad con Cristo. La Iglesia sabe que el tiempo que le queda es breve y vive en tensión y ansia por la venida del amado.

Pero la espera de este acontecimiento se había amortiguado poco a poco. En la historia de la Iglesia la escatología se ha marginado de la conciencia del pueblo. El retorno del Señor casi se ha borrado del programa de la fe. El grito de "ven, Señor" no se toma en serio. ¿El profeta del Apocalipsis si viviera hoy se atrevería a proclamar "ven, Señor Jesús"? Parece que la actitud de espera ha dado lugar a la de cumplimiento.

La expresión "soy el alfa y la omega" en griego suena igual que para nosotros decir "esto es el abecé" de algo. ¿Es verdad que Cristo es el "abecé' de la vida cristiana? Parece que nos solucionamos bien la vida sin él.

PERE FRANQUESA
MISA DOMINICAL 1986, 10


2.

Jesús anuncia por segunda vez en esta última visión del Apocalipsis su inminente venida. Cuando venga sobre las nubes dará a cada uno su recompensa (11, 18; Is. 40, 10). Y aunque el premio será esencialmente el mismo para todos los santos, habrá diferencias según sean las las obras de cada uno (2, 23; 20, 12 ss.; Mt. 16, 27; Romanos 2, 6). Como Dios (1, 8; 21, 6), dice también Jesús de sí mismo: "Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último" (cfr. 1, 17; 2, 8). Y porque es igual a Dios, Jesús puede juzgarlo todo. En calidad de Juez Supremo y anticipando el juicio final, Jesús pronuncia ya su bienaventuranza sobre cuantos "lavan su ropa" en la sangre del Cordero; es decir, sobre cuantos se apropian por la fe los frutos de su muerte redentora en la cruz. Estos son los que entrarán en la ciudad celestial y tendrán acceso al árbol de la vida. Los bienaventurados recibirán al fin graciosamente aquella vida eterna que al principio de todos los tiempos quisieron arrebatar los hombres a Dios. Querer ser como Dios sin contar con Dios fue el origen de la culpa y de la pena, la expulsión del Paraíso; querer ser como Dios recibiendo de Dios el fruto sazonado de la cruz, será el principio de la gracia y de la dicha eterna.

Ahora es Jesús mismo el que garantiza la verdad de la profecía que contiene el Apocalipsis. Ha sido Jesús el que ha enviado su ángel para que entregue a Juan, su siervo, la revelación que él ha recibido del Padre (1, 1). Y el que ha enviado su ángel y da ahora fe del mensaje del Apocalipsis, es el Mesías anunciado (el "retoño del tronco de David", cfr. Si, 47, 22), que trae consigo el día de la salvación ("la estrella de la mañana", cfr. Números 24, 17).

Al escuchar a Jesús que anuncia su venida, el Vidente se considera intérprete de los deseos de toda la Iglesia. El Espíritu que ha sido dado a la Iglesia y que la anima, reclama con la Iglesia la venida del Señor. El clamor de la Iglesia es el clamor de la esposa del Cordero. Pero todos los creyentes somos Iglesia, por lo tanto, Juan invita a todos a gritar con una sola voz: "¡Ven!" Y así despierta la sed del "agua de la vida", que Dios ofrece gratuitamente a todos (cfr. 21, 6; Is. 55, 1; Jn. 7, 37).

EP/MEMORIA: Jesús, "el testigo fiel", responde anunciando por tercera vez su venida. Y su esposa repite de nuevo: "Amén, ¡Ven, Señor Jesús!" Con este grito se cierra el libro del Apocalipsis y se abre el corazón de la Iglesia para la esperanza y para la vida de cara al Señor que ha de venir. "Ven, Señor", traduce la palabra aramea "Marana-tha" (1 Cor. 16, 22), que puede significar también "el Señor ha venido". Su doble sentido señala perfectamente la situación de la Iglesia en el mundo, que vive de la memoria y de la esperanza entre la primera y la segunda venida del Señor.

EUCARISTÍA 1974, 32


3.

-El Alfa y la Omega

La segunda lectura es una contemplación del Señor que es el alfa y la omega, el primero y el último, el principio y el fin; y esta lectura es al mismo tiempo anuncio de la venida del Señor. Se anima a la comunidad cristiana a expresar esta venida no de una manera pasiva, sino a clamar: "¡Ven, Señor Jesús!". Porque los que lavaron sus vestiduras para tener parte en el árbol de la vida y poder entrar por las puertas de la ciudad, es decir, los que creyeron, se han convertido, han sido lavados de su culpa por el bautismo, ésos son los llamados; se sienten llamados por el Espíritu y por la Novia, que dicen: "Ven!". "El que tenga sed y quiera, que venga a beber de balde el agua de la vida". Esta imagen, repetida en el profeta Isaías (55, 1) y utilizada en el tiempo de Adviento, adquirió un significado sacramental para la joven comunidad.

En este momento, la elección de esta lectura para la liturgia sugiere dos actitudes: la de la espera del Espíritu al que la Iglesia de hoy dirige su grito de llamada: Ven, Espíritu Santo; y la de la espera de la segunda venida de Cristo, en el último día. Pues si viene el Espíritu es para conducir a la Iglesia hacia su perfección hasta el día definitivo de su encuentro con el Señor que anuncia su venida, de la que el Espíritu es prenda y anunciador. Así, los acontecimientos de Pentecostés que vamos a celebrar llevan en sí este doble significado: fuerza y luz para la Iglesia que camina; y espera con el Espíritu, nuestro Defensor y guía hacia el último día, a que llegue el retorno de Cristo.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITÚRGICO: CELEBRAR A JC 4
SEMANA SANTA Y TIEMPO PASCUAL
SAL TERRAE SANTANDER 1981.Pág. 239