29 HOMILÍAS PARA EL VI DOMINGO DE PASCUA
13-21

 

13.

1. El Espíritu, plenitud de la comunidad

Dentro de dos semanas celebraremos la fiesta de Pentecostés, de ahí que la liturgia de hoy nos invite a reflexionar sobre algunos aspectos del papel que cumple el Espíritu Santo en la comunidad cristiana.

Pascua y Pentecostés son dos complementos del mismo misterio: Jesús resucitado, que vive con el soplo del Espíritu, lo recibe para darlo a la comunidad. El Espíritu es el don, por excelencia, de la Pascua. Así lo interpreta el Evangelio de Juan al mostrarnos a Jesús resucitado que se hace presente el mismo día de Pascua en medio de los apóstoles, les da su paz y después sopla sobre ellos diciendo: «Recibid el Espíritu Santo» (20,22). Por su parte Lucas, con un criterio más pedagógico y más conforme al ciclo de las fiestas litúrgicas, establece una distancia de cincuenta días entre Pascua y Pentecostés, que, de esta forma, coincide con la fiesta judía de la entrega de la ley a Moisés.

Los textos de hoy apuntan a una idea que fue ampliamente desarrollada por los Hechos de los Apóstoles: si Pascua es el nacimiento de la comunidad, es el Espíritu Santo quien le confiere plenitud y madurez. Quien guía, orienta y desarrolla a la comunidad es el Espíritu de Cristo resucitado: espíritu de fuerza, de verdad, de unión y de amor.

El capítulo octavo de los Hechos nos presenta a Felipe actuando en Samaría. Felipe es una obra del Espíritu. Había sido elegido -según ya vimos la semana pasada- por el Espíritu para el ministerio de las mesas, pero a consecuencia de la muerte de Esteban a manos de los judíos, los cristianos helenistas tuvieron que dispersarse, con lo que el cristianismo se vio impulsado necesariamente a buscar otras fronteras. Uno de estos helenistas, Felipe, se dirigió resueltamente a Samaría, ciudad no-judía, para predicar el Evangelio sin estar expuesto a las iras y amenazas de los judíos de Jerusalén.

Samaría, antigua capital del reino de Israel, era una magnífica ciudad con hermosos monumentos y templos, gracias a su reconstructor, Herodes el Grande. Allí vivía un tal Simón Mago, considerado por algunos como padre del gnosticismo, y ferviente predicador de una nueva corriente de espiritualidad mística, por lo que intentará comprarle a Pedro el poder de conferir el Espíritu Santo.

Lo cierto es que la predicación de Felipe suscitó el interés de muchos samaritanos que fueron bautizados e integrados a la comunidad cristiana. Al enterarse los apóstoles, les enviaron a Pedro y Juan para que impusieran las manos a los bautizados por Felipe y les otorgaran el don del Espíritu.

En los Hechos encontramos otro caso similar en el capítulo 19. Al llegar Pablo a Efeso se encuentra con un grupo de cristianos evangelizados y bautizados por Apolo, quienes tampoco habían recibido el Espíritu, pues, como ellos mismos le dijeron al Apóstol: «Nosotros ni siquiera hemos oído que haya Espíritu Santo.» Entonces Pablo les impuso las manos, recibieron el Espíritu y ellos se pusieron a hablar lenguas y a profetizar. Estos dos acontecimientos nos hacen descubrir lo siguiente: los cristianos se integran a la comunidad mediante dos ritos fundamentales. El primero es el Bautismo, por el que se unen a Cristo muerto y resucitado; el segundo, llamado con el tiempo "Confirmación", es la unión total a la comunidad como miembros maduros debido a la presencia en ellos del Espíritu Santo. Tal es la importancia del Espíritu, que solamente puede ser conferido por los apóstoles o sus legítimos sucesores. En la Iglesia oriental, ambos sacramentos se confieren al mismo tiempo cuando el niño es bautizado. En Occidente, como bien sabemos, la confirmación cumple un papel de nuevo bautismo, de afirmación más consciente de la fe, por lo que se exige una edad adecuada en el candidato.

Sin embargo, hoy, más que en estas cuestiones rituales, queremos fijar nuestra atención en el hecho en sí mismo: sin la presencia del Espíritu la comunidad cristiana vive aún una etapa de inmadurez. Y como los cristianos en general podemos decir, como aquellos de Efeso, que ni siquiera sabemos que existe el Espíritu Santo y qué papel juega en la comunidad, comprendemos por qué se nos hace tan difícil e incomprensible este tema. Es cierto que la mayoría de nosotros estamos confirmados y que nos disponemos todos los años a celebrar la fiesta de Pentecostés, pero ¿qué significa en la práctica todo eso? Una vez más tenemos que ir al fondo de la cuestión: no por participar de un rito más uno se transforma automáticamente en un cristiano maduro. En otras palabras: recibir al Espíritu Santo es mucho más que recibir el sacramento de la Confirmación, de la misma manera que ser cristiano es bastante más que estar bautizado...

Sin dejar de reconocer que se trata de un tema bastante complejo, sobre todo para quienes transformamos el cristianismo en un conjunto de ritos y normas a cumplir, será bueno que comprendamos que por medio del Espíritu «interiorizamos» nuestra fe precisamente para que sea mucho más que un conjunto exterior de normas y ritos. Recibir el Espíritu de Cristo es vivir la fe según toda la dimensión del Evangelio que no puede ser encerrado ni en un libro ni en un rito ni en un código. En otras palabras: quien vive su fe según el Espíritu, tenderá siempre no sólo al cumplimiento de la letra y de la ley, sino a ir mucho más allá, encontrando la manera de que la fe crezca y se adapte a las nuevas circunstancias impulsada por el gran principio del amor.

Algunos ejemplos pueden aclarar este concepto: la letra nos exige asistir hoy a la misa; pero el Espíritu nos impulsa a darle a este gesto todo su valor de encuentro comunitario y de compromiso con los hermanos. La letra del amor puede pedirnos una limosna para los pobres; el espíritu del amor nos impulsa a entregarnos nosotros mismos con todo lo que tenemos para que haya mayor justicia en el mundo. La letra nos dice cómo han vivido los cristianos hasta el día de hoy, el Espíritu nos exige descubrir las nuevas formas de vida en una sociedad distinta. La letra nos da los conceptos, casi fríamente: pobreza, justicia, paz, caridad, fidelidad matrimonial, etcétera. El Espíritu nos da la comprensión total y actual de esas virtudes.

Fue por todo esto por lo que Jesús prometió el Espíritu Santo: El abriría los ojos a los apóstoles para que comprendieran todo el alcance del cristianismo, mucho más allá de las palabras y de los gestos materiales de Jesús. Sin el Espíritu, la Iglesia no hubiera sido más que una secta judía...

De alguna manera es esto lo que les dice Pedro a los cristianos en su carta: "Glorificad en vuestros corazones a Cristo Señor y estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere...".

2. La obra del Espíritu

El Evangelio de Juan es el que más insiste en la necesidad de la presencia del Espíritu en la comunidad, pero es el Libro de los Hechos el que nos muestra de qué manera concreta obra ese Espíritu.

Es el Espíritu el que congrega a la comunidad dispersa después de la muerte de Jesús y el que le otorga el don de la alegría y del amor servicial. Es El quien robustece le fe, particularmente en las persecuciones. Es El quien impulsa la acción misionera de la Iglesia, arrancando casi violentamente a los discípulos de su encierro en Jerusalén para que anuncien a los pueblos de habla griega el Evangelio.

También el Espíritu está presente cuando la comunidad debe tomar serias decisiones, como cuando se debe elegir al suplente de Judas, o a los misioneros en tierra pagana, o cuando las circunstancias exigen una solución a un serio conflicto, como en el Concilio de Jerusalén.

En síntesis: la comunidad cristiana toma conciencia de que es el Espíritu, soplo o fuerza de Cristo resucitado, quien la conduce por los nuevos caminos. Como recordará Pedro en su discurso de Pentecostés, es esta presencia del Espíritu el signo más evidente de que se están cumpliendo los tiempos mesiánicos.

El Evangelio de Juan en la página que hoy hemos leído, nos hace descubrir una faceta particular de la obra del Espíritu. Jesús, consciente de que los apóstoles aún no han comprendido el significado del Evangelio y de que necesitan aprender «todo» del Espíritu, les dice: «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Yo le pediré al Padre para que os dé otro Defensor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la Verdad. El mundo no lo puede recibir porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis porque vive con vosotros y está con vosotros. Por lo tanto no os dejaré desamparados... Volveré.» Jesús llama al Espíritu Santo: «Defensor o Paráclito», "Espíritu de la verdad" y lo presenta como el agente que obra el amor y la unidad entre los hermanos. Detengámonos en estos conceptos:

a) El Espíritu es nuestro Defensor o abogado. Este parece ser el aspecto más importante del Espíritu: es la fuerza interior que necesita el cristiano y la comunidad para dar testimonio de Jesús a pesar de las contrariedades. Sin el Espíritu, el miedo nos domina y optamos por vivir encerrados en una estructura que nos defienda del mundo. El Espíritu rompe ese cascarón y nos integra al mundo, aunque sea hostil, para que allí testifiquemos nuestra fe. No nos debe preocupar mucho qué decir ni qué hacer: el mismo Espíritu nos irá abriendo los caminos. De esta forma, el cristiano aprende a esperar y a confiar, no en sí mismo ni en el poder de los hombres (no es el poder político nuestro defensor) sino en esa presencia casi imperceptible que, sin embargo, nos da una fortaleza capaz de encontrar el camino, pese a las dificultades.

Cuando los apóstoles confiaron en sus esquemas humanos y en sus espadas, fracasaron. Cuando se entregaron al Espíritu, pudieron decir: «Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres.» De ahí que hoy si vemos que la Iglesia, a pesar de su prestigio secular; de su dinero y recursos materiales, de sus estructuras tan bien montadas, de sus organizaciones de todo tipo, no logra, sin embargo, salir de su encierro y situarse en el mundo moderno con una palabra capaz de transmitir vida y de entusiasmar a las nuevas generaciones, digo que si vemos todo esto, debemos, una vez más, volver al comienzo de nuestra historia para preguntarnos si creemos que la comunidad seguirá adelante por el favor o la fuerza de los hombres o por la fuerza de nuestro Defensor, el Espíritu Santo. También nos quejamos de que los cristianos sólo lo seamos por tradición y de que nos falta «algo» como para justificar nuestra presencia en el mundo. El diagnóstico es claro: hicimos caso omiso de la presencia del Espíritu en la administración de los sacramentos y en la iniciación cristiana de los catecúmenos.

Revisemos, pues, nuestro modo de vivir el cristianismo y devolvámosle al Espíritu el lugar que le corresponde. Ya Pablo decía a sus comunidades: «No extingáis el Espíritu»... Y existen muchas maneras de darle muerte: el frío cumplimiento de la ley y la atadura a las tradiciones hacen de nuestras comunidades un cadáver histórico. De la misma forma que el afán de riquezas y el ansia de poder lo expulsan irremediablemente...

b) Es el Espíritu de la Verdad: de ello ya hemos hablado. En el Evangelio de Juan, «verdad» es la comprensión sincera y profunda del Evangelio. La verdad no está en el catecismo ni en los libros de teología, menos está en los códigos o recetarios de moral. La verdad está «con nosotros y dentro de nosotros», pues es la actitud básica para comprender el Evangelio: total sinceridad y disponibilidad a una palabra que exige cambio de vida y reforma de las estructuras.

De ahí que sea este Espíritu de Verdad el que permite vivir en comunidad con el solo principio, ley fundamental del cristiano, del amor fraterno y servicial. Gracias al Espíritu, guardamos el «nuevo» mandamiento de Cristo: vivir para servir a los hermanos. Así llegamos a una conclusión final: el Espíritu de Jesús, eso que le dio forma y personalidad de Salvador es el amor total a los hombres. El Espíritu de la comunidad cristiana, eso que la debe distinguir de cualquier otra organización, es la vivencia amplia y generosa del amor fraterno. Fue el Espíritu el que les hizo comprender a los primeros judeo-cristianos que también son hermanos los no-judíos, pues en ellos obra y vive el Espíritu de Cristo. La tradición judía prohibía el trato con los paganos; el Espíritu exige ese trato para no extinguir la obra de Dios. Las costumbres imponían la ley del talión; el Espíritu exige el perdón de las ofensas. La ley racial imponía la circuncisión; el Espíritu deroga toda discriminación. La tradición suponía un puesto de honor en el mundo para el «pueblo de Dios»; el Espíritu les impone el servicio a los hombres...

En una palabra: el Espíritu nos hace ver lo que otros no vieron; comprender lo que aún no se ha comprendido; descubrir lo que no está escrito ni codificado. El Espíritu, si nos abrimos a El con el silencio y la oración, nos hará vernos a nosotros mismos tal cual somos. Pero su obra no termina allí: hará que esta Iglesia, adormecida en un largo invierno, despierte a la primavera de la Pascua con esperanza, sí, pero también con audacia.

SANTOS BENETTI
CRUZAR LA FRONTERA. Ciclo A.2º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1977.Págs. 254 ss.


14.

1. Bautismo y confirmación.

La primera lectura puede desconcertarnos un poco, pues en ella se dice que en Samaría había hombres que estaban bautizados porque habían aceptado la fe en la palabra de Dios, pero todavía no habían recibido el Espíritu Santo. Y sólo reciben el Espíritu Santo cuando los apóstoles que bajan de Jerusalén les imponen las manos. Ciertamente con esto no se niega que el Espíritu Santo se confiere normalmente con el bautismo, pero aquí se ve claramente que bautismo y confirmación son dos articulaciones diferentes de un único proceso, y que la Iglesia pudo considerarlos como dos sacramentos (cfr. también la teoría de algunos Padres de la Iglesia según la cual los herejes conferirían un bautismo válido, pero sin poder comunicar el Espíritu Santo en él; hoy ya no compartimos esta opinión). Por lo demás, la presencia de Pedro y Juan asegura la unidad de los bautizados en Samaría con toda la Iglesia: Samaría era para los judíos un país herético.

2. El Espíritu de la verdad.

En el evangelio, Jesús, a punto de separarse ya del mundo visible, promete a los que permanezcan en su amor «el Espíritu de la verdad». Jesús se había designado a sí mismo como «la verdad», en la medida en que en él -en su vida,muerte y resurrección- se revela la esencia del Padre de un modo perfecto y definitivo: sólo mediante el destino humano de Jesús se ha demostrado como verdadera la afirmación de Jesús de que «Dios es amor» (1 Jn 4,8.16), nada más que amor, y que todos los demás atributos no son sino formas y aspectos de su amor. Los discípulos no podían comprender esta verdad que Cristo es y manifiesta en su vida, antes de que «el Espíritu de la verdad» descendiera sobre ellos. «Entonces», les dice Jesús, comprenderéis la unidad del amor entre el Padre y el Hijo, y la unidad entre Cristo y los hombres que aman. Esta unidad es el Espíritu, y él es el que la crea. Esta unidad exige a los hombres admitidos en el amor de Dios vivir totalmente para el amor, pues de lo contrario no podrían ser introducidos por el Espíritu en el amor divino. La gracia siempre contiene también la exigencia de acogerla y corresponderla.

3. Dar razón.

Lo que la segunda lectura exige del cristiano, que «esté siempre pronto a dar razón de su esperanza», no es sino la consecuencia de lo dicho en el evangelio. El cristiano debe mostrar con su vida que el Espíritu de la verdad le anima en todo. No se trata de afirmar con prepotencia y arrogancia que se posee la verdad; nuestra respuesta a los que nos preguntan debemos darla más bien con «mansedumbre y respeto». Con mansedumbre, porque nosotros no somos los dueños de la verdad, sino que ésta nos ha sido dada; y con respeto, porque necesariamente hemos de ser respetuosos con la opinión de los demás y con su búsqueda de la verdad. Por lo demás, la razón que debemos dar de nuestra esperanza no ha de consistir mayormente en discursos polémicos y en la manía de tener siempre razón, sino en estas dos cosas: en una «buena conducta» ante la que deben quedar confundidos los que nos «calumnian», y en el «padecimiento» por amor a la verdad, porque así nos asemejaremos más a la verdad que confesamos: también Cristo, el justo (y nosotros no lo somos), murió por los injustos; y el mejor testimonio que podemos dar de él es imitarle en esto como en todo. Y este testimonio puede costarnos finalmente «la carne», es decir, la vida terrestre, pero precisamente así, junto con el testimonio de Cristo, «volverá a la vida por el Espíritu».

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 67 s.


15.

«RAZONES PARA LA ESPERANZA»  DIA-ENFERMO:

La primavera es verde. Verde luminosa, anunciadora de futuras cosechas. Y verde es el color de la esperanza. San Pedro, en la carta que leemos hoy, dice una frase de auténtica primavera: «Estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza». ¿Os acordáis de Juan XXIII? Aquel montón de bondad temblorosa, al inaugurar el Vaticano II, dijo: «Disentimos de esos profetas de calamidades que siempre están anunciando infaustos sucesos». Es verdad.

El hombre hoy vive inmerso en un entramado de corrupciones, injusticias, desavenencias, mentiras y catástrofes. Además, ve cómo, con el transcurso de los días, se le va enroscando la evidencia de alguna enfermedad. Todos somos enfermos en acto o en potencia. Y eso alarma y hace sufrir al hombre. ¿Le proporcionaremos algún alivio diciéndole que eso es «mal de muchos»? ¿No creerá que le estamos ofreciendo el «consuelo de los tontos»? Por eso, creo que será mucho mejor ayudarle a buscar, en su propia enfermedad, «razones para la esperanza», es decir, destellos de la primavera. Eso es lo que hizo: «Recorría ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas, predicando el evangelio del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias». Toda su vida pública la pasó entre enfermos. Paralíticos, cojos, sordos, mudos, ciegos, fueron la cohorte que le rodeaba.

Parecían el símbolo y el anuncio de una realidad tangible que la sabiduría del hombre, por mucho que avanzaran las ciencias, no podría soslayar. Es natural. «Por un hombre entró el pecado en el mundo, y, por el pecado la muerte». La muerte y, por supuesto, la enfermedad. Pues, bien, Jesús no huyó del problema. Al contrario, ésa fue su tarea; ya que «no son los sanos los que necesitan médico, sino los enfermos».

La Iglesia aprendió bien ese estilo. Por mucho que se quiera ignorar su obra, ella fue la pionera de «la atención al enfermo». Ella inventó los hospitales. Ella, copiando del «buen samaritano», entendió que esa había de ser la parcela más querida de su corazón. Ella sabe que siempre le llega una voz que le dice: «El que amas está enfermo».

Hoy es la «jornada del enfermo» y se nos dice que «las comunidades están llamadas a curar». Y ¿qué quiere decir «curar»? Curar quiere decir ofrecerles «razones para la esperanza». Curar quiere decir «todo»:

--Desde tratar de entender el dolor físico, la tristeza, el miedo, la soledad del enfermo, hasta aprender a ahuecarles la almohada. Desde luchar por implantar la profesional dedicación de todos los que trabajan en centros de salud, con todos los medios más modernos, hasta saber animar y poner una inyección con ternura, sin que se enquiste. Desde luchar para impedir toda masificación deshumanizante del enfermo en la que se sienta como una ficha, hasta ayudarle a «bien morir». Desde valorarle como un ser importante en la sociedad y en el «cuerpo místico de Cristo», hasta admirarle por encima de otros atletas, ya que la competición del dolor que él está ganando merece todas las admiraciones.

En el evangelio de hoy hay unas palabras muy bellas de Jesús: «No os dejaré desamparados. Volveré. Y sabréis que yo estoy con el Padre, vosotros conmigo, y yo con vosotros». Quiero creer que pensaba principalmente en los enfermos. Les estaba dando «razones de su esperanza».

Era como si les dijera: «Aunque parezca que habéis llegado al otoño, o al invierno, de eso nada. Estáis en primavera. Y os bendice María de la Esperanza».

ELVIRA-1.Págs. 41 s.


16.

EL PROTAGONISMO DEL ESPÍRITU

Cada domingo -sobre todo durante el tiempo pascual- es para nosotros la manifestación del amor de Dios a la que deseamos corresponder con nuestro amor: queremos amar a Dios, y por eso nos reunimos en su presencia. Conocemos las dificultades que tenemos en el momento de vivirlo cada día. Y la pedagogía de nuestro Maestro que nos llega a través de lecturas pascuales, nos va recordando que es el Espíritu Santo quien debe ser el protagonista de este diálogo de amor con Dios en nuestra vida. Por eso, a medida que se acerca Pentecostés, el Espíritu va tomando el relevo.

Sl ME AMÁIS...

Así empieza Jesús el texto del evangelio. Porque sólo si le amamos podremos cumplir sus mandamientos que consisten precisamente en amar. Y este amor, fruto del amor de Dios, nos hará descubrir nuestra incapacidad para amar plenamente. Jesús, consciente de esta realidad tan humana, nos promete que, como don de su oración (de su sacrificio en la cruz), nos será dado otro Defensor -el Paráclito, según dice el texto original- que es "alteridad", tal como él mismo ha sido "defensor de los suyos" durante su vida temporal.

Este Defensor será el Espíritu de la Verdad, para que esté siempre con vosotros, con la Iglesia, con todos los que le abren el corazón. Este es el misterio del diálogo de amor de Dios con los hombres, diálogo que ha culminado y ha sido posible gracias al misterio pascual del Señor. Un diálogo que se convierte en "presencia" amorosa de Dios, en el momento de la "ausencia" corporal de Jesús: Dentro de poco el mundo (los que según Juan no le han querido recibir) no me verá, pero vosotros me veréis.

La "presencia" de Dios en el creyente, gracias a la acción del Espíritu, es completa. Es, pues, presencia del Padre y del Hijo por el Espíritu: sabréis que yo estoy con mi Padre, y vosotros conmigo y yo con vosotros. La vida de fe se vuelve un diálogo de amor entre Dios y el hombre que se expresa en la caridad vivida.

LA RAZÓN DE LA ESPERANZA

Que no se encuentra en los razonamientos teológicos que pretenden explicar la fe, sino que se encuentra en el Espíritu que habita en el corazón del creyente, que conduce hacia una vida de caridad y le llena de esperanza fundamentada en que Cristo, el inocente, murió por los culpables para conducirnos a Dios... y, como poseía el Espíntu, fue devuelto a la vida.

La vida del creyente debe ser en el mundo evangelio viviente de esperanza, es decir, de que la vida humana se puede vivir de otra manera, porque puede ser vivida desde el horizonte de Dios. Su fe se volverá interpeladora y ante la "debilidad" de las razones podrá presentar sólo la "solidez" de la esperanza.

LES IMPONÍAN LAS MANOS

La primera lectura nos ha presentado la primera misión que la Iglesia apostólica inicia fuera de Jerusalén y que tiene lugar en Samaria, con toda la carga que representa esta localización. Los samaritanos se abren generosamente a la predicación de la Palabra, pero estaban sólo bautizados en el nombre del Señor Jesús. Son los apóstoles, Pedro y Juan, los que les imponen las manos para que reciban el Espíritu Santo.

El Espíritu es el fruto habitual que completa la iniciación cristiana. No es patrimonio de unos pocos o de algunos grupos. Todo cristiano, por la imposición de las manos del obispo, sucesor de los apóstoles, en la confirmación, recibe el mismo Espíritu del que la Iglesia apostólica fue hecha depositaria.

Deberíamos aprovechar bien este texto para volver a explicar el sacramento de la confirmación y la unidad de la iniciación cristiana -aunque frecuentemente esté separada en el tiempo-. No hace falta decir que es imprescindible hacerlo si es el caso que en la comunidad se celebren, o se hayan celebrado, las confirmaciones durante este tiempo pascual, porque el sacramento puede ayudar mucho a profundizar el sentido del misterio pascual que celebramos.

NO OS DEJARÉ HUÉRFANOS

El encuentro dominical nos provoca el reencuentro como hermanos sentados en la mesa del Padre que Cristo nos ha preparado. Es allí donde sabemos y sentimos la presencia del Espíritu que nos hermana. No somos huérfanos, somos hijos de un mismo Padre porque todos tenemos el mismo Espíritu.

JOAN TORRA
MISA DOMINICAL 1999/07/11-12


17.

- Cristo sigue presente

Nos quedan dos semanas de Pascua, hasta el domingo 23 de mayo, en que la concluiremos con la solemnidad de Pentecostés. El domingo próximo celebraremos lo que parece la "ausencia" del Señor, su Ascensión. Pero ¿es de veras una ausencia? Las lecturas de hoy nos han asegurado que Jesús sigue presente en medio de nosotros, aunque no le veamos (nosotros, los que vivimos prácticamente ya en el año 2000, pertenecemos a aquellos de los que Jesús habló a Tomás: los que creen sin haber visto). Jesús nos ha dicho en el evangelio que, a pesar de que "vuelve al Padre", sigue estando con nosotros: "no os dejaré desamparados", "yo sigo viviendo", "Yo estoy con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros". Recordemos que las palabras de despedida el día de la Ascensión serán: "Yo estoy con vosotros todos los días".

A Jesús no le podemos localizar sólo "a la derecha del Padre", ni siquiera sólo en la Eucaristía. El Señor Resucitado nos está presente de muchas maneras: en la misma comunidad reunida en su nombre, en la Palabra que nos comunica, en sus sacramentos, y de modo particular en ese Pan y Vino que él ha querido que fueran nuestro alimento para el camino. Y también en la persona del prójimo: "Lo que hiciereis a uno de ellos, a mi me lo hacéis". Si somos conscientes de esta presencia continuada del Señor Resucitado en nuestra vida, todo adquiere otro color y se nos llena de mayor confianza y optimismo la historia personal y comunitaria.

- El Espiritu, el mejor don que nos hace el Resucitado

Pero hoy ha empezado a aparecer en las lecturas otro protagonista que llena de sentido nuestra vida y hace posible esa presencia del Señor Jesús: el Espiritu Santo que él nos ha prometido y nos ha enviado.

Ya hemos oído de él en la primera lectura, que los creyentes de Samaria reciben el Espiritu por el ministerio del diácono Felipe y de los apóstoles, en lo que hoy llamamos los sacramentos de la iniciación: el Bautismo y la Confirmación. De nuevo, en la segunda lectura, Pedro nos decía que Cristo, dándonos un ejemplo definitivo de entrega, bajó a la muerte, "pero volvió a la vida por el Espiritu". Y, por fin, Jesús, en la última cena, prometía a los suyos, como hemos leído en el evangelio, que nos enviaría su Espiritu como defensor y maestro de la verdad, un Espiritu que estará siempre con nosotros, que vivirá con nosotros y estará con nosotros.

- El Espíritu, alma de la Iglesia

ES/ALMA-DE-LA-I: El Espiritu es el que anima, también ahora, a la comunidad cristiana. Es como su alma, su motor interior. El misterio y la razón de ser de la Iglesia radican sobre todo en la presencia de Cristo y en la acción vivificadora de su Espiritu. Él es el que suscita y llena de su gracia a los ministros ordenados, signos de Cristo en y para la comunidad. En las lecturas de hoy aparecían diáconos predicando y bautizando, y los apóstoles comunicando más plenamente el don del Espiritu a los bautizados. Los ministros ordenados siguen también hoy, animando la comunidad, guiando su oración, presidiendo la celebración de sus sacramentos, evangelizando, atendiendo a los enfermos, construyendo fraternidad. Es una misión noble y difícil la que intentan cumplir: y es el Espíritu de Cristo Resucitado el que les da luz y fuerza para ello.

Él es también el que anima a la comunidad entera, moviéndola interiormente, empujándola a la acción misionera y caritativa en medio de la sociedad, haciendo surgir en ella ideas e iniciativas de todo género, enriqueciéndola con sus dones de amor, de verdad, de alegría. Haciéndola una comunidad no conformista, sino trabajadora, testimonial, preocupada por la justicia y la promoción de todos. ¿No es obra del Espiritu el Concilio Vaticano II y todo lo que le ha seguido de renovación? ¿no es obra del Espiritu el próximo Jubileo del año 2000 y todo lo que ha suscitado de preparación y vitalidad?

Él es quien da eficacia a los sacramentos que celebramos: el Bautismo, en que renacemos del agua y del Espiritu; la Confirmación, que es el don del Espiritu por el ministerio del obispo de la diócesis; la Eucaristía, en que invocamos al Espiritu sobre el pan y el vino para que él los convierta en el Cuerpo y Sangre de Cristo; la Reconciliación penitencial, en que el Espiritu nos llena de su vida y su gracia...

Él es quien da fuerza a cada cristiano, para que podamos ser fieles al estilo de vida evangélico que nos ha enseñado Cristo Jesús. Pedro nos invitaba en su carta a que tengamos ánimos, a que nos mantengamos firmes a nuestra identidad cristiana en medio de un mundo que posiblemente no nos ayuda a ello. Si ya en aquellos tiempos había contradicción entre los criterios evangélicos y los de la sociedad, igual ahora. Y nos proponía el mejor ejemplo: el mismo Cristo Jesús, que tuvo que sufrir persecución, hasta la muerte, pero fue resucitado por el Espiritu, y ahora vive triunfante junto a Dios.

También este año, el Espiritu nos quiere comunicar a cada uno de nosotros la Pascua, la vida nueva de Cristo, llena de energía, de alegría, de libertad, de creatividad ¿Será verdad que, al cabo de estas siete semanas de fiesta en torno al Resucitado, también nuestra vida de cada día va a ser más pascual?

EQUIPO MD
MISA DOMINICAL 1999/07/15-16


18.

El libro de los Hechos nos presenta la actividad de dos grupos con diferente ministerio: los apóstoles y los diáconos. Unos y otros ejercen su servicio con miras a un objetivo común: extender el Evangelio en todas las naciones.

El grupo de los siete diáconos fue decisivo en la expansión de las comunidades cristianas primitivas. Los judíos de lengua griega estaban más abiertos a las culturas extranjeras. Estaban dispuestos a salir de Jerusalén para anunciar el evangelio.

La acción de Felipe en Samaria corresponde a la primera etapa de la evangelización. Felipe anuncia a Jesús de acuerdo a la cultura de sus oyentes. Los samaritanos eran una parte del pueblo de Israel rechazada luego del exilio en Babilonia. Eran unos israelitas de segunda clase en comparación con los habitantes de Judea. Ellos comprendieron que Jesús era el Mesías para la totalidad del pueblo de Dios.

Felipe enfrenta la mentalidad opresiva que tenía a mucha gente como endemoniada. La pobreza, el cansancio, los estrechos ambientes del pueblo producían con frecuencia en las personas estados de locura calificados de posesiones demoníacas. La palabra liberadora de Jesús resultaba altamente eficaz para combatir esas opresiones que apagaban el espíritu de los seres humanos, especialmente de los varones.

Los paralíticos y lisiados recuperaban su lugar en la comunidad. Con el progresivo cambio de mentalidad eran aceptados. La gente hacía a un lado las limitaciones físicas y veía en ellos a un ser humano. Por esto, la ciudad rebosaba de alegría al encuentro con la buena nueva.

Sin embargo, el trabajo no estaba completo. La presencia de Pedro y Juan era necesaria para alentar a los creyentes y conformar una comunidad. Sobre la asamblea organizada descendía la fuerza del Espíritu, y la comunidad comenzaba a valerse por sus propios medios. Venía entonces el largo proceso de fundamentación catequética y de inculturación del Evangelio. Así crecían las comunidades.

En la carta de Pedro se exhorta a mantener la esperanza cristiana, a cultivar la paciencia histórica. Es una invitación permanente a mantener vivo el afecto por la persona y la obra de Jesús, pero, a la vez, hacer inteligible el gozo a quienes no pertenecen a la comunidad.

Dar razón de la esperanza se convierte en el imperativo de la catequesis cristiana. No se trata de ajustar la fe en Jesucristo a las últimas modas intelectuales, a trabajosos procedimientos científicos. Se trata de dialogar con cada cultura y época para ser capaces de comunicar la buena nueva con la misma diligencia y eficacia con que actuaron los discípulos de Jesús.

Por esta razón, nuestra teología, lo que decimos sobre Jesús, no puede ser un asunto meramente especulativo. Se debe fundar en el seguimiento de Jesús, de modo que construyamos un discurso profundamente afincado en una experiencia de Dios, pues nuestra labor es comunicar buenas noticias.

El diálogo entre fe y culturas debe hacerse desde la humildad. Jesús nunca pretendió fundar una escuela de excelsos maestros sino, mover a un grupo humano a una nueva comprensión de la realidad humana y divina para hacer posible la instauración del reino entre los seres humanos. Desde este punto de vista, el diálogo debe hacerse con altura intelectual, pero con "modestia y respeto". Diálogo certificado por una práctica coherente con los fundamentos del Evangelio.

El Evangelio nos recuerda la condición del cristiano. En el antiguo Israel el pueblo era siervo del Señor. De alguna manera, su relación estaba regida por los ideales monárquicos. La condición de subalternos no permitía a los israelitas una excesiva familiaridad con Dios. A la luz de Jesucristo esta situación cambia.

El nuevo pueblo de Dios está llamado a la mesa de su Señor. Participa de su pan y se convierte en amigo. Pero esto no es un asunto fácil. La comunidad debe ser fuerte para resistir el tremendo peso del un medio adverso. La comunidad rompe abiertamente con el ideal monárquico y funda en la práctica de Jesús un nuevo modo de organizar al pueblo de Dios. Las nuevas relaciones se sustentan en la vinculación personal, el diálogo fraterno y la amistad con Jesús.

El llamado que Jesús hace a cada uno de sus discípulos es personal y voluntario, pues no están bajo un régimen patronal, sino en una relación filial con el Padre y amistosa con el Hijo. Esta nueva relación debe conducir a una nueva experiencia de vida. "Los frutos", o sea, la práctica cotidiana y concreta se orienta en la misma dirección que la práctica de Jesús: un amor permanente y sincero hacia los pobres y sencillos. Pero no como un asunto individual, sino como un compromiso comunitario.

Para la revisión de vida

Con frecuencia entendemos el amor que nuestra fe nos pide como una cuestión de sentimientos; pero, de ser así, ¿cómo entender el amor al enemigo, que nos pide Jesús? El amor cristiano no es tanto un sentimiento del corazón como una actitud de vida ante el prójimo, sea amigo o enemigo. ¿Cómo muestro yo mi amor a Dios y al prójimo, con sentimentalismos o, como Él nos dice, cumpliendo su voluntad?; ¿vivo mi fe como un "asunto del corazón" o como un asunto de mi vida entera?; ¿recuerdo y vivo aquello de "obras son amores y no buenas razones"?

Para la reunión de grupo

- El Espíritu es la fuerza que nos capacita para cumplir la tarea que Dios nos asigna a personas y comunidades; sin Espíritu, la religión se queda en magia; con Espíritu se convierte en vida; ¿cómo vivo y celebro yo los sacramentos: como ritos mágicos, como celebraciones folclóricas?; mi vida de fe, ¿está animada por el Espíritu de Jesús o por el ánimo de cumplir para evitarme problemas con Dios?

- El cristianismo es un testimonio, no una cruzada; ¿debe equipararse la Iglesia a los poderes de este mundo para realizar su misión?; para combatir la calumnia, la denigración, los malos tratos, la persecución que podamos sufrir como creyentes, ¿debemos usar otras armas que la dulzura, el respeto, la firmeza y el testimonio de nuestra propia fe?; ¿soy consciente de que nuestro combate es desigual, pero que ésta es la única manera de poder realizar nuestra misión de iluminar al mundo?; ¿por qué lucho yo, por el triunfo del mensaje de la Iglesia que es el Reino, o por el triunfo, sin más, de la propia Iglesia?

- La marcha de Jesús junto al Padre implica su desaparición como persona física, tangible; pero la comunidad sigue teniendo la ayuda de Jesús, aunque de otra manera, una manera expresada en el viento: que es real pero no se puede apresar; por eso Jesús no está en lo religioso, donde todo se apresa en normas, fórmulas y organizaciones. ¿Cómo vivo yo mi fe, con la libertad y creatividad del Espíritu que sopla dónde, cuándo y cómo quiere o con la estrechez de la norma, donde no está el Espíritu de Jesús? ¿Cuál es el verdadero mandato de Jesús: una norma más entre otras, o vivir desviviéndose por los demás?; ¿se puede regular con normas este "vivir desviviéndose" por el prójimo?

Para la oración de los fieles

- Por la Iglesia, para que siempre sea consciente de que su vida no está en sus normas e instituciones sino en dejarse llegar por el Espíritu, y no se anuncie a sí misma sino el Reino de Dios. Roguemos al Señor.

- Por todos los creyentes, para que sintamos siempre el gozo y la alegría de haber recibido la Buena Noticia y sintamos también el impulso de anunciarla a los demás. Roguemos al Señor.

- Por todos los que ya no esperan nada ni de Dios ni de los hombres, para que nuestro testimonio les abra una puerta a la esperanza. Roguemos al Señor.

- Por los jóvenes, esperanza del mundo del mañana, para que se preparen a construir un mundo mejor, más solidario, más justo y más fraterno. Roguemos al Señor.

- Por todos los pobres del mundo, para que los cristianos, con nuestra fraternidad solidaria, seamos causa real de su esperanza en verse libres de sus limitaciones. Roguemos al Señor.

- Por todos nosotros, para que formemos una verdadera comunidad en la que se alimente nuestra fe y nuestra esperanza, de modo que podamos transmitir nuestro amor a los demás. Roguemos al Señor.

Oración comunitaria

Dios, Padre nuestro, que por la encarnación de tu Hijo has hecho renacer nuestra esperanza en un cielo nuevo y una tierra nueva; te pedimos que nos hagas apasionados seguidores de la causa de Jesús, de modo que sepamos transmitir a nuestros hermanos, con la palabra y con las obras, las razones de la esperanza que nos sostiene. Por Jesucristo.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


19.

ALEGREMONOS CON JUBILO NO OS DEJARÉ HUÉRFANOS

1. Durante los cincuenta días pascuales resuena la alegría intensa en las antífonas y en la oración de la Iglesia, al recordar y hacer presente la redención y la victoria de nuestro Dios: "Con gritos de júbilo anunciadlo y proclamadlo; publicadlo hasta el confín de la tierra" (Isaías 48,20). Lo hemos proclamado en la antífona de entrada.

2. Si sólo el hecho de reunirnos los que estamos en lugares distintos ya es un motivo de gozo y una fiesta, pues: "Toda asamblea es una fiesta" (San Juan Crisóstomo), cuando nos reunimos para aclamar la resurrección de Cristo, "que ha reconstruído lo que estaba derrumbado; que no cesa de ofrecerse por nosotros y de interceder por todos ante el Padre"; "que inmolado, ya no vuelve a morir, y sacrificado, vive para siempre" (Prefacios pascuales 3-4), el motivo de gozo jubiloso está mucho más justificado, "porque en la muerte de Cristo y en su resurrección hemos resucitado todos" (Ib 2). "El se nos ha revelado como fiesta y solemnidad porque «ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo». El es nuestro júbilo: nos libra de los males que nos rodean y en esto consiste el verdadero júbilo pascual, en vernos libres reformando nuestra conducta y meditando asíduamente" (San Atanasio). Por eso no nos hemos de cansar de saborear el "regusto estelar de eternidad" (Ortega y Gaset), que nos regala cada año la Pascua.

3. Después del martirio de su compañero Esteban, Felipe, uno de los siete primeros diáconos, habia huído de Jerusalén y predicaba a Cristo en Samaría, con general aprobación del gentío, que estaba maravillado por sus muchos milagros y curaciones. Romper la frontera nacional-judía, ha sido el primer paso decisivo de la comunidad cristiana para introducir el evangelio en los pueblos gentiles, realizando así su vocación de universalidad. De no haber salido de Jerusalén, habría quedado estrangulado. Admiremos la Providencia de Dios, que convierte las circunstancias adversas, en peldaños favorables.

4. Cuando la Iglesia Madre, en Jerusalén, se enteró de que Samaría había recibido la Palabra de Dios, envió allá a Pedro y a Juan. Había que vigilar el crecimiento de la fe de esa Iglesia, puesto que los samaritanos eran considerados herejes, y el misionero de Samaría era Felipe, un hombre del grupo helenista y progresista. Era pues muy importante y muy delicado asegurar la unidad de la Iglesia. A medida que vayan naciendo otras Iglesias serán tuteladas igualmente por la Iglesia Madre.

5. En Samaría,oraron Pedro y Juan sobre los fieles y les impusieron las manos pues, aunque habían sido bautizados, no habían recibido en forma pentecostal y clamorosa, el Espíritu Santo. Desde entonces los samaritanos, que estaban excluidos de la comunidad judía, entran a formar parte de la comunidad cristiana (Hechos 8,5).

6. "Si me amáis guardaréis mis mandamientos" (Juan 14,15). No basta con decir: "Señor, Señor", hay que guardar los mandamientos, para que el amor sea auténtico y verdadero: "Pues en esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos" (1 Jn 5,3). "Cumplir los mandamientos como Jesús ha cumplido los mandamientos de su Padre, es la garantía de permanecer en su amor" (Jn 15,10). Los primeros mandamientos de Dios en la Biblia se encuentran en el relato de la creación. Donde reinaba el caos, la desolación y las tinieblas, la ley divina introdujo luz, esplendor, armonía y vida. Y así es como el hombre encontró en la tierra, un sitio para vivir.

En una segunda etapa, el pueblo, liberado de la esclavitud de Egipto, recibió los mandamientos en el Sinaí, donde Dios les dice: Si queréis seguir siendo libres de la esclavitud, guardad mis mandamientos.

Por último Jesús nos da los suyos, que se resumen en el mandamiento del amor: "Si me amáis, guardaréis mis mandamientos". Como fruto del amor obediente de Jesús y de sus ruegos, el Padre, envía a sus discípulos, el don de "otro Paráclito": "Yo le pediré al Padre que os de otro Paráclito que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad". Y si es "otro Paráclito" es porque hay otro, que es Jesús. Juan ha forjado este título, que sólo figura en sus textos, para designar al Espíritu Santo, y que en su primera carta (1 Jn 2,1) atribuye también a Jesús. Para él Jesús es el primer Paráclito, defensor o consolador, y el Espíritu Santo, el otro. La respuesta del Padre a la oración de Cristo.

7. Como cada vez se le pone más alto el listón, el hombre con sus solas fuerzas no puede cumplir los mandamientos del Padre, con la intensidad y finura de amor con que Jesús los ha guardado. Para que pueda seguir su Camino, le envía al abogado defensor, consolador, al Parácletos , es decir, al "llamado para estar al lado de": El está a nuestro lado, nos ayuda, nos fortalece para cumplir los mandamientos, y hasta pone gozo, paz y magnanimidad cuando su observancia se hace ardua, para que no sólo podamos, sino que podamos cumplirlos con alegría, la alegría que rebosan las almas santas y fieles, que han comprendido "que es mejor padecer haciendo el bien, si esa es la voluntad de Dios, que padecer haciendo el mal. Porque también Cristo murió una vez por los pecados, para llevarnos a Dios. Murió en la carne, pero volvió a la vida por el Espíritu" (1 Pedro 3,15).

8. Jesucristo pues, se va de esta tierra, pero no nos abandona. Nos deja al Espíritu Santo que hará crecer a la Iglesia: "El Paráclito, estará siempre con vosotros" y continuará y cumplirá la misión de Jesús, y al no tener naturaleza humana con un cuerpo corruptible, no morirá, ni se marchará. No será visible, como lo ha sido Jesús, pero inhabitará espiritualmente en los discípulos. Será el "Dulce Huésped del alma". Gracia grande es poder vivir esa presencia amorosa, sentirse acompañados por ese amigo invisible pero más íntimo nuestro que nosotros mismos. Poder dialogar con él, levantar los ojos buscando su mirada, su luz su fortaleza, su auxilio. Y abandonándonos a su acción, poder decir con San Juan de la Cruz: "Quedéme y olvidéme / mi rostro recliné sobre el Amado / Cesó todo y dejéme / Dejando mi cuidado / Entre las azucenas olvidado".

9. Pero ¿qué ha ocurrido con la teología del espíritu Santo? En la sesión 3ª del Concilio Vaticano II, el 16 de septiembre de 1964, Monseñor Ziadé, Arzobispo Maronita de Beirut hizo ante la gran asamblea esta afirmación: "La Iglesia latina, cuya cristología está muy desarrollada, todavía es adolescente en Pneumatología". En efecto, ni Bossuet, ni Massillon, ni Bordaloue, los grandes oradores franceses, predicaron un sólo sermón sobre el Espíritu Santo. Y el papa León XIII designó al Espíritu Santo como "el gran desconocido". Aquel desconocido que predicó Pablo en Atenas (Hch 17,23), y que los bautizados de Efeso, ni siquiera sabían que existía (Ib 19,1). El Concilio de Efeso habló del Padre Creador y del Hijo Redentor, pero omitió la acción del Espíritu Santo. El Vaticano II, por fin, dice que: "Consumada la Obra del Hijo, fue enviado el Espíritu en Pentecostés para que indeficientemente santificara a la Iglesia y los que creen en Cristo pudieran acercarse al Padre en un mismo Espíritu. El es el Espíritu de vida, fuente de agua viva que salta hasta la vida eterna. El Espíritu Santo habita en la Iglesia y en los corazones del fieles como en un templo y ora y da testimonio de la adopción de hijos. Dirige a la Iglesia con dones jerárquicos y carismáticos y la enriquece con todos sus frutos, la rejuvenece, la renueva constantemente y la conduce a la unión consumada. El Espíritu y la Esposa dicen: Ven" (LG 4). Juan Pablo II ha dedicado al Espíritu Santo su tercera Encíclica, "Dominum et Vivificantem" enjundiosa y teológica, profunda e íntima, que debemos conocer para aprender a vivir acompañados e inhabitados.¿Por qué tantos cristianos se han conformado con ir a misa los domingos y han dejado la compañía amorosa y potenciadora del Espíritu? Se han regido por mandatos y han vaciado el calor vivificante del amor. ¿No será que sólo nos hemos preocupado de las encuestas? Es el tiempo de las encuestas. Se mide el voto a los partidos, se cuentan los asistentes a los espectáculos, se cuentan también los cristianos que asisten a misa. Y los números no llegan al espíritu. Para la vida interior no valen las encuestas, aunque éstas y los números delaten la esterilidad de los cristianos por la ausencia del Espíritu Santo.

10. "El Defensor", en las costumbres judías, era el Abogado, una persona de gran categoría y ascendencia capaz de influir favorablemente ante el Juez con su sola presencia. Jesús promete este Espíritu, no sólo para la escatología, sino también para el momento actual de los discípulos, en dificultades por razón de su fe: "Cuando os lleven a los tribunales no os angustiéis, el Espíritu os dirá" (Mc 13,31), y en el devenir de la peripecia de la vida. Esta es la base de la práctica espiritual de mantenernos atentos a Dios. De estar alerta a su soplo, despiertos a su inspiración... La compañía y la acción del Espíritu facilita nuestra oración constante, el orar sin interrupción, el no sentirnos nunca solos. Atentos al Espíritu, sabiéndonos inhabitados por El, nos resultará más fácil la ascesis de los sentidos, y la aceptación elegante de las contrariedades.

11. "El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce". El mundo, que rechazó a Jesús, porque no le conoció, tampoco recibe al Espíritu, porque ni le conoce ni lo ve. No puede ver al Espíritu porque le falta fe, mientras los discípulos lo ven por la fe. "El mundo no me verá", porque Jesús se va. Pero los discípulos "vosotros me veréis", porque creen en él. Y Dios por él nos da la gracia, que es una realidad creada que nos hace partícipes de su naturaleza divina. Realidad que lleva consigo la gracia Increada, que es el mismo Dios Uno y Trino, inhabitamdo nuestras almas,que nos participa su vida íntima y nos transforma en Dios, como un hierro metido en el fuego; y nos da la plena posesión y la fruición de las divinas Personas. El viene de una manera especial por la Palabra. Y su acción está presente en la Iglesia, en los sacramentos, y especialmente en la eucaristía. Por eso "Alegrémonos con Dios, que con su poder gobierna eternamente" (Salmo 65).

J. MARTI BALLESTER


20.

JESÚS, POR EL ESPÍRITU, NOS DEFENDERÁ DEL DOMINIO DE LAS TINIEBLAS

En la liturgia de la Palabra de este sexto domingo de Pascua el Espíritu, que es el Espíritu de Cristo, domina la escena.

Poseer el Espíritu de Cristo es vivir bajo su acción salvífica, santificadora.

El aliento del Espíritu es vida y esperanza, y estos rasgos se irradian por todas partes en las personas y comunidades que han nacido a la novedad del reino.

Lo descubriremos plásticamente en las lecturas.

1ª Lectura: (Hch 8,5-17): Predicar a Cristo por encima de todo. "Felipe bajó a la ciudad de Samaria y predicaba allí a Cristo .. De muchos poseidos salían los espíritus inmundos.., y muchos paralíticos ... se curaban. ... Cuando los apóstoles... se enteraron de que Samaria había recibido la palabra de Dios, enviaron a Pedro y a Juan. Ellos bajaron... y oraron... para que recibieran el Espíritu Santo.."

1.1. Esta primera lectura, tomada de los Hechos de los Apóstoles (8,5-17), nos muestra cómo en la comunidad cristiana primitiva se fueron dando pasos muy valiosos con respecto a la comprensión de la acción del Espíritu y a la vida en el Espíritu.

Veamos un ejemplo. En la comunidad de Jerusalén se había originado una grave crisis a causa de los «helenistas», que tenían una mentalidad más abierta que los hebreos y más atenta a lo que había significado el mensaje del evangelio y de la Pascua. Por ese motivo, los cristianos "helenos" fueron dispersados fuera de la ciudad santa, y, sin pretenderlo, se convirtieron en semilla misionera y en vehículo decisivo para que los del «camino» (nombre con el que se conocía a los seguidores de Jesús), rompieran las barreras del judaísmo y se abrieran a la gentilidad.

1.2. Felipe era uno de los siete diáconos elegidos en la comunidad de Jerusalén, y probablemente el líder sucesor de Esteban. Él se introdujo en el territorio maldito de los samaritanos (lenguaje que alude al odio existente entre judíos y samaritanos, como aparece en el evangelio, Jn 4). Su desplazamiento a Samaria fue muy importante, ya que los samaritanos eran considerados como unos paganos, y su gesto resultó ser una apuesta importante, conducido por el Espíritu de Pentecostés (a cuya fiesta nosotros nos preparamos).

1.3. Al escuchar su mensaje, los samaritanos se adhirieron con gozo a la palabra de Dios. Informados del hecho, según nos dice Lucas en este relato, desde Jerusalén enviaron a Pedro y a Juan para que acogieran a los miembros de la nueva comunidad que se había abierto a la fuerza de la palabra salvadora. Pensémoslo bien: mientras los apóstoles iban a cumplir un programa oficialmente de acción, el Espíritu era quien llevaba la iniciativa, quien se adelantaba a los mismos apóstoles. Y es que la Iglesia, sin Espíritu del Señor, no sabría estar abierta a nuevos modos y lugares de evangelización y presencia. El Espíritu es quien otorga siempre a la comunidad cristiana la libertad y el valor necesarios.

2ª Lectura (1Pe 3,15-18): Dar razón de nuestra esperanza. "Glorificad en vuestros corazones a Cristo Señor y estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere.."

2.1. La segunda lectura nos proporciona una tesis teológica que debe ser determinante para los seguidores de Jesús: nosotros debemos estar siempre dispuestos a dar razón de nuestra esperanza. Los primeros cristianos tuvieron que explicar muchas a veces, a quien se lo pedía, los motivos de su fe y de su esperanza. Eran tiempos de persecución.

2.2. Hoy vivimos la fe menos ambiciosamente, pero no podemos ocultar la luz debajo de nada. Ser cristiano, ser seguidor de Jesús, nos otorga su Espíritu y estamos convocados como entonces a dar testimonio. Si no sufrimos persecuciones, el mundo tiene otros valores y contravalores que hemos de discernir, y no podemos reducir nuestro testimonio a ciertas manifestaciones cultuales. La fe cristiano no es para el culto, sino para la vida entera.

¿Por qué creemos, por qué esperamos, por qué amamos y perdonamos? No podemos ocultar nuestra verdad. Debemos comunicarla, incluso aunque tengamos que sufrir adversidad o incomprensión.

3ª Evangelio (Jn 14,15-21): El amor frente al odio estructural del mundo "No os dejaré desamparados....Yo le pediré al Padre que os dé otro Defensor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad..."

3.1. El evangelio de Juan (14,15-21) prosigue con su discurso de revelación de la última cena. En él se hace una conexión obvia entre amor y mandamientos. Si amamos a Jesús estamos llamados a cumplir el mandamiento de amarnos los unos a los otros. En la teología de Juan ese es el mandamiento nuevo y único, el que nos ha dejado para que tengamos nuestra identidad en el mundo.

3.2. Pero ¿es mandamiento nuevo? Es nuevo en la forma como lo entendió Jesús, pues dijo que hemos de amar incluso a los que nos odian. Sólo así seremos sus discípulos.

3.3. Para llevar adelante este mandamiento, Jesús pedirá para nosotros un «defensor», un ayudador: el Espíritu. La liturgia, al recordarlo, nos vuelve a poner en línea abierta con la fiesta de Pentecostés que celebraremos tras dos domingos.

3.4. El Espíritu de que habla Jesús es el Espíritu de la verdad: no de una verdad abstracta, sino de la verdad más grande, de una verdad que el «mundo» odia, porque el mundo en San Juan es el misterio de la mentira, del odio, de las tinieblas.

3.5. Probablemente en esa contraposición se detecta un dualismo un poco exagerado, pero es verdad que el mundo de la mentira existe y que nos rodea frecuentemente de una forma estructural, como hoy acostumbramos a decir y a constatar.

Jesús promete no dejarnos huérfanos: el Espíritu es más fuerte que el mundo, como el amor y la verdad son más fuertes que el mundo, aunque nos parezca lo contrario. Si queremos vivir una vida verdadera debemos fiarnos de Jesús quien, desde el regazo de Dios como Padre, no se ha instalado allí, sino que, enviándonos un Defensor, nos conduce al mundo de la verdad, de la luz y del amor que reina en el seno de Dios.

Miguel de Burgos, op
Convento de Santo Tomás
Sevilla


21.

Nexo entre las lecturas

"Yo rogaré al Padre y Él les enviará otro Consolador que esté siempre con ustedes". Esta frase del Evangelio unifica la liturgia de la Palabra de este Domingo previo a Pentecostés. La Iglesia primitiva -como nosotros ahora- ha vivido una larga experiencia de Cristo Resucitado y hoy se le anuncia su partida del Señor. Pero Cristo no la deja sola. Desvela el misterio trinitario y promete la presencia de un defensor y consolador: el Espíritu Santo. (EV) Este discurso de despedida del Señor nos hace crecer en la esperanza cristiana y exclamar, junto con el salmista, que el evento de Pentecostés es una "obra admirable" y que toda la tierra ha de aclamar al Señor pues ha hecho prodigios por los hombres. Así los samaritanos, apóstatas del judaísmo, serán admitidos por la acción del Espíritu Santo en la nueva comunidad obrando su Pentecostés sin acepción de personas, bastando sólo su conversión y aceptación de la Palabra de Dios . (1L) También este abogado defensor hará que los perseguidos veneren a su Señor desde su corazón y den testimonio cumpliendo el mandamiento del Señor, amando a sus verdugos como Cristo los ha amado, padeciendo con sencillez, respeto y paz de conciencia.(2L)


Mensaje doctrinal

1. El Paráclito. La liturgia quiere, al igual que Cristo en la última Cena, preparar el evento de Pentecostés desvelando la identidad y misión del Espíritu Santo. En el contexto de su partida, Cristo promete la presencia del Paráclito. Profundicemos en la persona del Espíritu Santo, el gran desconocido como decía H.U. von Balthasar.

La teología nos enseña que el Espíritu Santo es el amor absoluto de Dios, es la comunión de amor ente el Padre y el Hijo, lo más íntimo que hay en Dios (Patrística latina).También es la manifestación externa de Dios (Patrística griega), viento impetuoso y luz fulgurante, invisible. Es quien nos hace conocer el misterio de Dios y nos introduce en la comprensión de la revelación del Padre, dada por Jesús, Hijo de Dios hecho hombre.

Cristo en este Evangelio expresa al Espíritu Santo con la palabra Paráclito, que viene del griego parakletos. Ella contiene varias acepciones que explican mejor la función de la Tercera Persona de la Trinidad. La traducción literal sería "uno llamado de cerca", por tanto alguien que es llamado a ayudar y de ahí se tradujo al latín en advocatus, abogado. Otra acepción que nos ilumina es la de "interceder, apelar, suplicar". Por tanto, El Espíritu Santo es un intercesor, un portavoz, un protector amigo. La acepción más conocida es "consolador" Por último tiene la acepción de designar la acción de exhortación y enardecimiento que se encuentra en la predicación de los primeros cristianos.

El contexto forense de la época era diferente al actual. No era sólo la persona que aducía pruebas a favor de la parte defendida, sino sobre todo, es una persona de gran categoría y ascendiente ante el juez. Una persona influyente en la sociedad por su autoridad moral y por su poder.

Apliquemos estas acepciones a nuestra homilía.

El Paráclito es un testimonio en defensa de Jesús y su portavoz frente a sus enemigos. Lo vemos reflejado en la experiencia de la comunidad primitiva a la cual escribe San Pedro. Les aconseja para dar razón de su esperanza: su fe en Cristo que murió y resucitó para llevar a todo hombre hacia Dios. Todo ello con actitudes contrarias a los comportamientos paganos. Con sencillez, respeto a su enemigo, y en paz con su conciencia, es decir en la autenticidad, si es necesario sufriendo pero haciendo el bien. Los primeros cristianos fueron capaces de defender la causa de Cristo, la presencia de Cristo en sus corazones gracias a la acción del Espíritu testimonio y defensor.

El Paráclito es un maestro y un guía de los discípulos. Así se entiende cómo Felipe va a un pueblo semipagano, odiado por los judíos por ser apóstatas, y les predica el Evangelio. La fuerza del Espíritu será confirmada con la imposición de manos de Juan y Pedro. Desde entonces existe solidaridad y participación en la misma gracia, excluídos de la comunidad judía entran a formar parte de la comunidad cristiana por iniciativa del Espíritu Santo.

El Paráclito es un consolador para los discípulos. Podemos ver reflejado esto en la experiencia del salmista que invita a cuantos temen y aman al Señor a venir y a escuchar cuanto ha hecho el Señor. La alegría de la consolación invita a exultar, a celebrar la gloria de Dios y de su poder. No cabe duda que recibir al "consolador" es una obra admirable y misteriosa, pues nos adentra en el amor de Dios al hombre.

2. El Espíritu de Verdad y Cristo Resucitado. Cristo promete y presenta a sus discípulos a la tercera persona de la Trinidad para que hagan amistad y alianza con él, para ser adoradores del Padre en espíritu y en verdad, para ser fortalecidos con su gracia divina. Cabe preguntarnos cuál es la finalidad de reflexionar en este tiempo pascual sobre la relación íntima entre Cristo y el Espíritu Santo. La respuesta nos la da el Papa en su encíclica dedicada al Espíritu Santo: "Nos encontramos en el umbral de los acontecimientos pascuales. La revelación nueva y definitiva del Espíritu Santo como Persona, que es el don, se realiza precisamente en este momento.

Los acontecimientos pascuales -pasión, muerte y resurrección de Cristo- son también el tiempo de la nueva venida del Espíritu Santo, como Paráclito y Espíritu de la verdad. Son el tiempo del « nuevo inicio » de la comunicación de Dios uno y trino a la humanidad en el Espíritu Santo, por obra de Cristo Redentor. Este nuevo inicio es la redención del mundo: « Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único ».(81) Ya en el « dar » el Hijo, en este don del Hijo, se expresa la esencia más profunda de Dios, el cual, como Amor, es la fuente inagotable de esta dádiva. En el don hecho por el Hijo se completan la revelación y la dádiva del amor eterno: el Espíritu Santo, que en la inescrutable profundidad de la divinidad es una Persona_don, por obra del Hijo, es decir, mediante el misterio pascual es dado de un modo nuevo a los apóstoles y a la Iglesia y, por medio de ellos, a la humanidad y al mundo entero". (Juan Pablo II, Dominum et vivificantem No 23).

Ante todo sorprende el paralelismo de la misión de Cristo y de la misión del Espíritu Santo: El Espíritu Santo vendrá al mundo y es enviado en nombre de Jesús, mientras que Cristo es vino al mundo y enviado en nombre del Padre. Es el espíritu de verdad, el Espíritu Santo, mientras que Jesús es la verdad, el Santo de Dios. Debe guiar a los discípulos en el camino a la verdad entera, mientras que Cristo es el camino y la verdad misma. El Paráclito glorifica a Jesús, como Éste glorifica al Padre. No es aceptado por el mundo como tampoco Cristo.

El Espíritu Santo es el Espíritu de verdad porque es el mismo Espíritu de Cristo, que es la verdad del Padre revelada a los hombres. Él no revela nada de nuevo, no aporta ninguna nueva revelación. Espíritu de verdad porque se relaciona con ella, revelación visible de Dios que es Jesús. Por eso introduce a los creyentes en la comprensión siempre más profunda de Jesucristo. Enseñará tomando de lo que predicó Jesucristo y lo anuncia a los discípulos (Jn16,13-15).

Después de la partida de Jesús y en la espera de su regreso, el Espíritu Santo sustituye a Cristo, enseñándoles el misterio de Jesucristo, les hace testimonios auténticos del Evangelio y de la fe que profesan. Así también hoy asegura a la Iglesia el camino de la Verdad en su Magisterio y en sus determinaciones.


Sugerencias pastorales

El sacerdote buscará acrecentar en sus fieles el amor al Espíritu Santo, artífice de la santidad y conductor de la Iglesia. Ayudará mucho unas conferencias que despierten este amor, pues nadie ama lo que no se conoce. La explicación de los dones del Espíritu Santo suele ser de mucho fruto para las almas.

Es interesante también promover un círculo de testimonios donde se ve la mano silenciosa pero eficaz del Espíritu Santo en las más diversas circunstancias de la vida. Viéndole bajo el aspecto de Paráclito. La vida de los mártires, testimonios cualificados de Cristo, es muy instructiva sobre la obra del Espíritu Santo en el corazón de los fieles.

Cuanto ayuda para la vida espiritual anotar las luces y mociones que este divino Amigo nos regala, para discernir el camino de la Voluntad de Dios en lo concreto de la vida ordinaria y constatar los frutos que el Divino Huésped nos otorga en orden a la propia santificación y a la edificación de la Iglesia.

P. Octavio Ortíz