29 HOMILÍAS PARA EL VI DOMINGO DE PASCUA
1-7

1. 

Pronto conmemoraremos la partida definitiva de Jesús hacia el Padre, en el día de la Ascensión, y, pocos días después, la venida del Esp. Sto., en el día de Pentecostés. La Iglesia nos invita hoy a disponernos a ello, reafirmando nuestra adhesión a Cristo y recordando la misión del Esp.

-Ver con mirada de mundo. Al recordarnos Jesús, en el evangelio de hoy, que el mundo no es capaz de verle a él, ni tampoco al Espíritu que el Padre nos enviará, nos avisa de un obstáculo que puede dificultar la actitud de acogida que debe ser propia de todo cristiano. En nuestra sociedad se da hoy una perspectiva predominantemente profana de la persona de Jesús. Es un personaje como otro cualquiera en la historia, aunque predicara una concepción nueva de la humanidad, muy utópica en la práctica. No es, como es lógico, la nuestra. Pero es una interpelación para que cada uno de los que reconocemos que JC, además de ser un hombre histórico, es también Dios, sepamos profundizar en el fundamento de nuestra fe, y sepamos dar razón de la misma para ayudar a los demás.

Porque hay que dar razón de nuestra esperanza (segunda lectura). En cambio, cabe alguna vez en los cristianos una mirada parcialmente mundana de JC. Puede darse cuando nos acercamos a él, fijándonos predominantemente en aquel que nos puede solucionar problemas que nos aplastan y que miramos sin relacionarlos con la voluntad de Dios. No es un fenómeno nuevo. Los mismos discípulos se referían a ello cuando expresaban el parecer del pueblo que miraba a Jesús como Elías, o Juan Bautista, o un profeta, enviado para realizar la liberación que esperaban del Mesías. El mismo Jesús se había quejado: lo buscaban porque los alimentaba, y por lo tanto lo querían convertir en rey. Y sabemos muy bien que Cristo es mucho más que un benefactor, o alguien que soluciona los problemas de la vida (sin que esto excluya pedir lo que necesitamos: puede ser conveniente recordarlo hoy, que celebramos el día de los enfermos).

-Ver a Cristo presente. La mirada propia del cristiano es la mirada de fe, que acogiendo lo que hemos escuchado, nos invita a descubrir a Cristo presente y actuando en la realidad del mundo en el que estamos. Su presencia, aparte de la intercesión ante el Padre, se verifica por la acción del Esp. Sto., que celebraremos sobre todo el próximo día de Pentecostés. La advertencia de que la acción del Espíritu se realiza dentro de cada uno de nosotros, escuchada en este tiempo de Pascua, es una llamada a revivir la conciencia de nuestro bautismo. Estamos tan habituados a ser cristianos, que quizá se nos olvida dar gracias a Dios por ello, porque nos ha convertido de nuevo en hijos suyos. Y confiamos tanto en su misericordia, que nos puede pasar desapercibida la exigencia del mayor esfuerzo que el hecho de ser bautizados nos pide.

Existe también otra presencia efectiva, que la segunda lectura nos insinúa cuando habla de la presencia del Espíritu en la comunidad, en nuestra casa. Es la realidad de la Iglesia. No es extraño que caigamos en la tentación de considerarla demasiadas veces con una mirada puramente de mundo. Constituida por todos nosotros, pecadores, es lógico que sea limitada, y se parezca demasiado a instituciones terrenas. Hay que reforzar hoy nuestra fe en la Iglesia, pues sabemos que está guiada por el Espíritu. Desde esta perspectiva conviene considerar su magisterio y sus decisiones, tanto más cuanto se imparten con la solemnidad de un Concilio, o en la forma más sencilla -y menos vinculante- de organismos inferiores. Creemos en la Iglesia no por la prudencia de quienes la dirigen, sino porque creemos en el Espíritu que continúa rigiéndola.

-Ver a Cristo compromete. Ver a Cristo -nos decían las lecturas que hoy hemos escuchado- es una prueba de que el Padre nos ama, y eso pide también una reacción dinámica: amar, y guardar los mandamientos, que se sintetizan en el amor. Amar a Dios, ante todo, pero con obras y en verdad. Amar también al prójimo, con visión de Dios, del Espíritu, que habita en el hermano, y a través de él también nos habla.

El día de los enfermos de hoy es una ocasión para aplicar estas enseñanzas. No es fácil aceptar la enfermedad, si no es uniéndose al amor de Cristo, que por nosotros padeció. Es bueno pedir el remedio a Dios, pero a la vez es necesario pedir su gracia, tanto para aceptar su voluntad, como para entender el valor de la impotencia en una cama. Oremos para que no falte a los enfermos la fortaleza del Espíritu, y a nosotros la fe en su acción.

RAMÓN MALLA
Ob. de Lérida
MISA DOMINICAL 1987/11


2. 

Para comprender la expresión de Jesús, es necesario evitar una interpretación de la palabra "mandamientos". No se trata de normas, leyes, prescripciones, prohibiciones. Es necesario superar una visión meramente legalista y jurídica para dar a la palabra "mandamientos" el sentido más amplio de "enseñanzas". Aquí se trata, en efecto, de la enseñanza de Jesús en su conjunto. No es una lista de rígidas disposiciones legalistas, sino un mensaje. No es un código, sino un evangelio. Y es precisamente este evangelio el que es "acogido" como palabra de Dios, y es "observado", o sea, debe hacerse principio inspirador de la conducta.

CR/AMADO: "Si me amáis, guardaréis mis mandamientos". "El que acepta mis mandamientos y los guarda. ése me ama". "Al que me ama, lo amará mi Padre". De estas frases precisamente brota la figura del cristiano. No es uno que está obligado a llevar pesos y a someterse a un yugo opresor. Es uno que recibe la invitación para inserirse en una comunión de vida, en una lógica de amor. Cristiano es. esencialmente, alguien que sabe que es amado. "Lo amará mi Padre".

Al llegar aquí, me parece que es oportuno detenernos en el aspecto típicamente "pasivo" de nuestra existencia cristiana. Quiero decir la experiencia de sentirse objeto de amor. En el NT, el amor de Dios se expresa con la palabra "ágape" (A. Nygrem, Eros y Agape). Cristo nos informa de que el comportamiento de Dios en relación al hombre no está puesto bajo el signo de la justicia distributiva, sino del ágape. O sea, no estamos en el campo de la retribución, sino en el amor que da.

A-D/GRATUIDAD: He aquí, pues, las características específicas de este ágape divino: -El ágape es espontáneo, gratuito, esto es, sin motivo, indiferente a los valores. Es inútil buscar una causa de amor de Dios en las cualidades del hombre. "Sin motivo" no significa carente de razón, sino sin motivo exterior. Esto es, el amor de Dios no se basa en un motivo extraño a él. El motivo del amor de Dios reside exclusivamente en Dios. Él ama porque su naturaleza es amor, y basta. He ahí, pues, el motivo en que se inspira Jesús cuando busca a los que están perdidos, frecuenta a los publicanos y pecadores; una conducta inexplicable e injustificada desde el punto de vista de la ley.

Con Cristo se revela un amor que no se deja determinar por el valor de su objeto, sino solamente por la propia naturaleza divina. Un amor "motivado" es un amor humano. Un amor sin motivo es divino. El ágape, por esta razón, es indiferente a los valores, a las cualidades. Dios ama al pecador no a causa del pecado, sino a pesar del pecado. Y ama a los justos, no ciertamente por su buena conducta. Si les amase por eso, su amor perdería las características de ágape, o sea, de espontaneidad, de gratitud.

El amor de Dios no se deja imponer por los límites del comportamiento del hombre. "Él hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos" (/Mt/05/45). Qué mala noticia sería para nosotros saber que Dios nos ama porque somos buenos y en cuanto somos buenos...

-El ágape es creativo: A-D/CREADOR: Dios no ama lo que, en sí, es digno de amor. Sino que, amando, confiere valor al objeto de su amor. O sea: lo que en sí está privado de valor, adquiere valor al hacerse objeto de amor divino.

Dios no me ama porque valga algo, porque tenga cualidades, méritos. Me hago precioso porque él me ama. El ágape no constata los valores. Los crea. No los verifica, no hace el inventario de ellos. ¡Los produce! Confiere valor amando. El ágape es principio creativo de valores.

-El ágape es siempre preferencial. El amor es una preferencia otorgada a una persona. Y Dios nos prefiere a cada uno de nosotros. Dios dice a cada uno: "Tú eres a quien prefiero". Para él cada uno de nosotros es un absoluto, no una minúscula parte de un todo.

-El ágape crea comunión: A/COMUNION. El amor no se resigna a las rupturas, a las divisiones, a la separación. Quien ama da siempre el primer paso para restablecer los contactos, anular las distancias. No espera a que se mueva el otro, que venga a pedir. Es Dios mismo quien pide, después de todas las infidelidades de su "patner", toma la iniciativa, viene al encuentro del hombre. Y ahora este amor espera una respuesta de nuestra parte.

"Queridos: si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros" (/1Jn/04/11). Advirtamos que Juan no dice: si Dios nos ha amado, también nosotros debemos amarle, sino "debemos amarnos unos a otros". O sea, la respuesta se transfiere al prójimo. Dios pone en su propia cuenta lo que nosotros "secuestramos" en términos de amor a los hermanos.

Nos podemos engañar pensando que amamos a Dios. Se puede permanecer en lo abstracto, en la zona vaga del sentimiento, o también nos podemos contentar con las palabras. No existe un instrumento capaz de medir la intensidad de nuestro amor a Dios. La verificación más segura, y más comprometida, se cumple mediante la caridad hacia el prójimo. Aquí no existe incertidumbre. Este es el campo en que no sólo nosotros, sino también los demás, pueden controlar si amamos de verdad a Dios. De otra manera, nuestra vida estaría bajo la enseña de la mentira.

A-DEO/A-H: "Si alguno dice: Amo a Dios, y aborrece a su hermano, es un mentiroso" (/1Jn/04/19). Y concluimos con san Juan, que nos lleva, en su segunda carta, a la frase del evangelio de la que hemos partido: "Ahora tengo algo que decirte, señora. No pienses que escribo para mandar algo nuevo. Sólo para recordaros el mandamiento que tenemos desde el principio, amarnos unos a otros. Y amar significa seguir los mandamientos de Dios. Como oísteis desde el principio, este es el mandamiento que debe regir vuestra conducta" (2Jn/05-06).

ALESSANDRO PRONZATO
EL PAN DEL DOMINGO CICLO A
EDIT. SIGUEME SALAMANCA 1986.Pág. 93 ss.


H-3.

-Amor y mandamientos 
Nos insiste hoy Jesús en el Evangelio en que quien le ama guarda sus mandamientos y, también, en lo que puede ser un matiz algo distinto: la aceptación y guarda de esos mandamientos es señal de que se le ama.

Nos pueden extrañar algo estas expresiones de Jesús si no damos el verdadero sentido a lo que Jesús entiende por mandamiento. No se trata aquí, en primer lugar, de normas o prescripciones, sino del mensaje y enseñanza de Jesús en su conjunto. Jesús se dirige en este momento a sus discípulos y les está incitando a la acogida de la Palabra de Dios y a su seguimiento. Es la invitación a entrar en una lógica y dinámica de amor, siempre bajo la perspectiva de la libertad y la opción personal.

El motor y la fuente es el amor, inmediatamente el amor a Jesús y en el fondo el amor del Padre y al Padre. Ni el miedo ni la obligación es algo importante en el seguimiento de Jesús. Y aunque el amor nos puede llevar a ser exactos cumplidores de ciertos detalles y obligaciones, siempre como cristianos lo debemos de hacer bajo el impulso del amor. Aquí se nos habla del amor de Jesús, del amor del Padre y de nuestro amor a ellos. Pero ¿qué amor es éste, cómo es este amor?

-Algunos rasgos del amor cristiano 
Vamos a llamar este amor cristiano, aunque sea algo que lo trasciende porque de alguna manera está implicado en él el amor del Padre. A este amor lo llama el Nuevo Testamento ágape y tiene unos rasgos distintivos y específicos comparado con el amor humano o eros.

La fuente originaria de este amor es Dios; de él procede gratuita y generosamente. Nunca es interesado o justiciero. Se anticipa siempre a la respuesta del hombre. Dios no nos ama porque seamos buenos, sino que somos buenos porque Dios nos ama. Es un amor creativo. Brota de Dios generosa y abundantemente, espontáneamente, por la naturaleza de su mismo ser.

Es un amor que tiende a expandirse, a comunicarse. Supera toda ruptura y toda división. Es comunidad en Dios y hace comunidad, iglesia, entre los hombres. Este es el amor de Dios que se ha manifestado en Jesús y este es el amor que Jesús quiere en sus discípulos, y desde esta perspectiva hay que entender lo de cumplir los mandamientos. Este amor brota de Dios y sólo vive dentro del Espíritu de Dios.

El mundo no puede recibirlo porque ni lo ve ni lo conoce. Mundo al que designa a aquellas personas que son incapaces de sobrepasar el nivel empírico de la realidad donde reina el amor interesado y egoísta, la actitud hedonista. Con esto no queremos decir que en el amor humano siempre sea así. En el amor humano aparecen destellos de generosidad y reciprocidad que reflejan el amor de Dios. Pero Juan, cuando dice mundo, se está refiriendo ya a esas personas que están cerradas al amor cristiano. La presencia en el mundo de este amor cristiano es, sin duda, el mejor testimonio y la mejor razón de nuestra esperanza de que San Pedro nos habla en la segunda lectura de este domingo.

-La presencia del Espíritu Jesús parece unir la vigencia y perseverancia de este amor a la presencia del Espíritu. Les promete otro Defensor que estará siempre con ellos y lo llama Espíritu de la verdad. El garantizará la presencia de Jesús y la del mismo Padre. Esto lleva a una inhabitación muy especial de Dios en el hombre que desconoce esta presencia de Dios. Los libros del Nuevo Testamento están llenos de esta presencia y fuerza del Espíritu, de forma que no se entiende sin él el origen y crecimiento del cristianismo. En la lectura de los Hechos de este domingo, en la primera lectura, encontramos un texto referente al Espíritu Santo de lo más significativo. Felipe había bautizado a los habitantes de Samaría en el nombre del Señor Jesús, pero luego bajan Pedro y Juan, los apóstoles, a confirmarlos en el Espíritu. "Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo". La vida de la Iglesia no se entiende ni explica sin esta presencia del Espíritu Santo, como tampoco se entiende la vida cristiana personal sin los frutos y los dones de ese mismo Espíritu.

Jesús insiste en el Evangelio de hoy a los discípulos en que no les dejará solos y que dentro de poco le volverán a ver. Sin duda se refiere a la presencia de ese Defensor. Aunque físicamente Jesús se separará de ellos, les recuerda, que sigue viviendo y estando a su lado, aunque de otro modo. Dentro de unos días, y una vez que Jesús haya ascendido al cielo, la Iglesia celebrará la fiesta de Pentecostés, la venida del Espíritu. Entonces se harán realidad las palabras de Jesús.

La vida del cristiano está centrada en el amor y en el Espíritu, y aun estas dos cosas son una: Amor. Porque Dios es amor, el Espíritu Santo representa al amor y la enseñanza de Jesús se resume en el amor.

MARTÍNEZ DE VADILLO
DABAR 1990/29


4.

La liturgia de la palabra de este domingo puede centrarse en torno al Espíritu de Jesús. En vísperas de la Ascensión y de Pentecostés la liturgia nos hace girar en torno a ese personaje desconocido que es el Espíritu de Jesús.

Los Hechos de los Apóstoles nos narran la vida y el crecimiento de la comunidad primitiva, de la primera Iglesia. Los Hechos de los Apóstoles han sido llamados por eso muchas veces el "evangelio del Espíritu Santo". El Espíritu de Jesús es el gran protagonista. Jesús ya no está físicamente entre nosotros como en su vida normal. Ya no es visto con los ojos del cuerpo, ni su voz se escucha con los oídos. Jesús está ahora, después de su resurrección, vivo y actuante, por glorificado, pero su vida y actuación pasa por la acción de su Espíritu. Es el Espíritu de Jesús el que alienta la Iglesia, el que la reúne, el que la llena de su presencia y de su gracia, el que la convoca, el que la sostiene.

Y los apóstoles, los constructores de esa primitiva comunidad, son hombres poseídos por el espíritu de Jesús. El espíritu de Jesús los ha transformado por medio de una experiencia pascual por la cual han llegado a ver con otros ojos, a pensar con otra mente y a sentir con otro corazón. Este espíritu de Jesús obra poderosamente a través de ellos, se manifiesta en signos palpables, a la vista de todo el pueblo. Y la ciudad se llenó de alegría a la luz de tales signos. La alegría venía a ser el síntoma de la madurez de la presencia del espíritu de Jesús en medio de la comunidad.

Esta sería la pregunta fundamental que deberíamos hacernos hoy. Ser iglesia, ser miembro de la comunidad cristiana no es algo que se juegue con la inscripción en los libros de registro eclesiástico, ni por la participación en ritos o ceremonias o asociaciones religiosas.

"El espíritu de Jesús", no es sólo una persona de la Trinidad. También tiene un sentido llano y concreto, casi el primer sentido de la palabra. Tener el Espíritu de Jesús no es sólo estar habitado por una presencia sobrenatural trinitaria. Tener el espíritu de Jesús es también -como lo dice la palabra- tener su mismo modo de entender la vida, coincidir con él en las opciones vitales de fondo, llevar su mismo estilo de vida en lo fundamental, tener el mismo espíritu de las bienaventuranzas, tener el propio corazón educado y acostumbrado a vibrar al mismo ritmo que el corazón de Cristo.

Y este sentido concreto y llano del "espíritu de Jesús" es precisamente el que verifica y hace real los demás sentidos. No tiene al Espíritu Santo dentro de sí mismo quien no da sus signos concretos, signos concretos de actualizar y presencializar hoy la vida y la presencia de Jesús. Pocas veces vemos a las comunidades cristianas estremecidas por la alegría que produce el comprobar la presencia del espíritu de Jesús entre nosotros a través de unos signos concretos.

No basta con tener en el corazón el espíritu de Jesús. El espíritu actúa y se caracteriza no tanto por decir "¡Señor, Señor!" cuanto por hacer la voluntad del Padre. Pero aun cuando tener el espíritu de Jesús no consiste en hablar ni en predicar, quien tiene ese espíritu tiene que estar dispuesto a dar razón de su esperanza. La palabra sin el testimonio es increíble. El testimonio, sin la palabra, resultaría ininteligible. Se da razón de nuestra esperanza tanto con los hechos como con las palabras.

El fragmento que hoy leemos baraja continuamente los dos datos: el poseer el espíritu de Jesús y el amor hacia él, lo cual se verifica en el cumplimiento del mandato de Jesús, el mandato del amor. Un amor, por supuesto, que compromete al hombre en la construcción concreta de nuestro mundo. Esta construcción de nuestro mundo es como una gestación, como un parto (vamos a un mundo nuevo) y como tal es una construcción dolorosa, esforzada ("padecer haciendo el bien, si tal es la voluntad de Dios...", 2.lectura). Pero este amor no deja por eso de tener otra dimensión vertical, mística, estrictamente religiosa diríamos. Tener el espíritu de Jesús no consiste solamente en formar comunidades humanas, asociaciones de cabezas de familia, sindicatos, reivindicaciones, obras sociales... El espíritu de Jesús no fue un espíritu meramente activista y horizontalista. En la síntesis (quizá mejor que "en el medio") está la verdad.

Hoy deberíamos preguntarnos seriamente: ¿cómo fue el espíritu de Jesús?, ¿qué sería hoy vivir con el espíritu de Jesús?, ¿qué personas conozco que trasluzcan con signos el espíritu de Jesús, ¿tengo yo el espíritu de Jesús? ¿Vive mi comunidad cristiana el espíritu de Jesús, ¿que deberíamos cambiar?

DABAR 1978/28


5.

La Pascua va avanzando domingo tras domingo. La alegría por la resurrección de Cristo -aquel "hemos visto al Señor" de los primeros domingos- lo queremos ir expresando en nuestras celebraciones. Algunos acontecimientos de la comunidad, como las primeras comuniones, las confirmaciones... nos ayudan. Pero quizá nos cueste, en la vida ordinaria de cada día, mantener aquella vivencia que teníamos los primeros días, después de celebrar la Vigilia pascual.

Precisamente hoy, las lecturas y la oración que nos ha introducido a ellas (incluso el mismo "Día" que celebramos: el "Día del enfermo") nos animan a vivir las consecuencias de la resurrección de Cristo.

-Dar testimonio de palabra y obra 
En la primera lectura hemos asistido a la descripción de la evangelización de Samaría por parte del diácono Felipe. Era uno de aquellos siete diáconos que la comunidad de Jerusalén había escogido para servir a los más necesitados. El texto de los Hechos de los Apóstoles tiene un especial interés en describir la acción de este hombre como paralela a la de Jesús en muchas narraciones de los evangelios: predicaba y realizaba prodigios; interés, también, en subrayar el paralelismo entre las reacciones de la gente ante esta acción y predicación de Felipe, y las narraciones que tenían ante la palabra y la obra del Señor: hacían caso, los espíritus malignos salían, muchos enfermos recobraban la salud y la gente se alegraba mucho.

Es la concreción de aquellas palabras de Jesús que hemos escuchado en el evangelio: "... pero vosotros me veréis, viviréis, porque yo sigo viviendo... vosotros conmigo y yo con vosotros".

Es lo que nosotros vivimos cuando somos capaces de salir de casa y trabajar al servicio de los demás, o cuando, en casa mismo, somos diligentes para ser los primeros en servir. Y, evidentemente, dedicamos especial atención a los enfermos. O también cuando respondemos a alguien que nos pide que le demos razón de nuestra actuación, de nuestro compromiso y, sobre todo, de las motivaciones que tenemos para vivir de esta manera determinada.

Vivir la Pascua pasa por la vida concreta y no sólo por las celebraciones aquí, en la iglesia; pasa por el dar testimonio: "estad siempre pronto para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere".

-Con un estilo determinado 
Las lecturas de hoy también dibujan un estilo concreto en la manera de obrar, de dar testimonio. "Con mansedumbre y respeto", dice San Pedro. Y esto nos conviene oírlo hoy, cuando quizá hay demasiados cristianos tentados de forzar las cosas, añorando tiempos pasados en los que, "en teoría", todos vivían "cristianamente". Quizá querríamos imponer el cristianismo cuando se trata, en primer lugar, de vivir nosotros la vida de Jesús, guardando limpia nuestra conciencia; es decir, vivir con coherencia.

A menudo nos han criticado, los que no vienen a misa, de ser incoherentes. Y es que quizá no queremos asumir la cruz de Cristo y, en cambio, la queremos imponer a los demás. San Pedro nos decía sobre eso, que "mejor es padecer haciendo el bien, si tal es la voluntad de Dios, que padecer haciendo el mal". Y todavía, con referencia a la muerte de Cristo "por los pecados", subraya que "murió... el justo por los injustos, para llevarnos a Dios".

Es, pues, un estilo de obrar: sin imponer nada, entregándose, amando a los "injustos" (a nosotros también) sin condiciones, para conducir a todos los hombres hacia Dios, sin exclusiones.

-El nos ayuda a conseguirlo 
Amar, ciertamente, es difícil. Y todavía más ser fiel en el amor. Obedecer unos "mandamientos" sólo se puede hacer desde el amor, si no, tiene escaso sentido. Por eso nos dice Jesús que guardaremos sus mandamientos si le amamos. Pero Jesús se apresura también a decir que intercederá por nosotros para que el Padre nos dé su Espíritu. Conoce nuestra fragilidad. Sabe el poco aguante que tenemos. Sabe que necesitamos vitaminas para poder avanzar en su camino, camino de amor. Por eso nos envía el Espíritu Santo.

Un Espíritu que crea comunidad, Iglesia, como veíamos en la primera lectura. Un Espíritu que hemos recibido en el bautismo y la confirmación y que a veces no reconocemos. Nos dice Jesús que "vive en vosotros y está con vosotros". Pero hay que abrir el corazón para dejarle actuar. Hay que abrir las barreras que le mantienen atado. Aquellas barreras de nuestra pereza en servir, de nuestro "comodismo", de nuestro egoísmo, que hacen que, no obstante reconocerlo, prefiramos ignorarlo. Es entonces cuando ignoramos al necesitado, cuando ignoramos que hacen falta brazos para organizar un acto popular en el barrio o pueblo, cuando ignoramos que "fulano" está enfermo y necesita una visita, cuando ignoramos, por voluntad propia, tantas cosas... Ojalá que hoy reconociésemos que el Espíritu actúa dándonos el Cuerpo y la Sangre de Cristo, y que actúa en nosotros para enviarnos a dar testimonio con amor, aquel amor que hace posible la auténtica comunión con Dios y con los hombres.

JOSEP MARÍA ROMAGUERA
MISA DOMINICAL 1990/11


6.

-Contemplamos y celebramos la vida y la actuación de los primeros cristianos 
El tiempo de Pascua, como es sabido, es un tiempo dedicado a contemplar y celebrar a Jesús vivo entre nosotros. Y es, a la vez, un tiempo dedicado a contemplar y celebrar aquel primer grupo de gente que se sintió atraída y tocada por Jesús, y se reunió en comunidad en su nombre, y emprendió la tarea de dar a conocer a todo el mundo la Buena Nueva que les había transformado a ellos.

Por eso, porque contemplamos y celebramos aquella primera comunidad cristiana, estos domingos de Pascua leemos como primera lectura fragmentos del libro de los Hechos de los Apóstoles, el libro que nos cuenta los comienzos de esta Iglesia que nosotros continuamos ahora. Hoy, esta primera lectura nos ha presentado a uno de los protagonistas de aquellos comienzos: el diácono Felipe.

Felipe, explican los Hechos de los Apóstoles, decidió que valía la pena llegarse hasta Samaria, que era una región que estaba enfrentada con el resto de los judíos por discrepancias religiosas muy fuertes. Felipe, a pesar de estas divergencias, creyó que valía la pena dar a conocer a aquella gente la Buena Nueva de Jesús, e invitarles a formar parte del grupo de los discípulos.

Y es reconfortante escuchar el relato de hoy: la gente de Samaria se siente atraída por lo que les anuncia Felipe, se siente atraída por el bien que hace Felipe curando a sus enfermos, y con mucha alegría entran a formar parte de la comunidad con el bautismo. Y después, los responsables de la comunidad, los apóstoles Pedro y Juan, van a Samaria y confirman con el don del Espíritu a aquellos nuevos creyentes.

Es reconfortante escuchar este episodio porque en estos hechos podemos ver la fuerza del Evangelio de Jesús, y nos damos cuenta de que la fe es capaz de transformar la vida de las gentes. Y nos hace sentir la alegría de ser nosotros los continuadores de aquella fuerza gozosa que movía a los primeros seguidores de Jesús, los primeros cristianos. Escuchando historias como ésta, seguro que también a nosotros nos vienen ganas de vivir con más intensidad nuestra fe, y sentirnos tan enamorados de Jesús y su Evangelio como aquellos hombres y mujeres de los comienzos.

-Sintámonos llamados a hacer que Jesucristo sea más conocido y amado 
Y escuchar estos relatos nos hace pensar también cómo cada uno de nosotros, y cómo la Iglesia entera, damos a conocer a los demás esta Buena Nueva que nos mueve: cómo hacemos, en estos finales del siglo XX, que aquellos que no se sienten atraídos por Jesucristo puedan sentirse atraídos por él, puedan darse cuenta de que vale la pena seguirle.

Porque es cierto que las circunstancias en que se movían los primeros cristianos, las circunstancias en las que Felipe fue a Samaria, tienen muy poco que ver con nuestras circunstancias actuales. Pero las ganas de dar a conocer a Jesucristo sí que deben ser las mismas, y los criterios para anunciarlo también deben ser muy parecidos a los de aquellos tiempos.

Yo diría que, del relato de los Hechos de los Apóstoles que hemos escuchado en la primera lectura, se deducen como tres criterios, tres líneas básicas para hacer que Jesús sea más conocido. Y las apunto para que cada uno las reflexionemos:

1. En primer lugar, creérselo y vivirlo intensamente. ¡Se nota a la legua que Felipe y todos aquellos primeros cristianos vivían intensísimamente su fe y que ella marcaba toda su vida! Sólo si Jesús es realmente el centro de nuestra vida, sólo si nos esforzamos por vivir de verdad el Evangelio, sólo si nuestra comunidad cristiana se ama como Jesús nos enseñó, conseguiremos que los que no comparten nuestra fe se sientan atraídos por él.

2. En segundo lugar, ser capaces de decir y compartir lo que creemos. Debemos ser capaces de no esconder nuestra fe, sino de compartir con los demás lo que a nosotros nos ilusiona y nos hace vivir. Sin ganas de imponer nada a nadie, ni de pasarnos la vida haciendo sermones, ciertamente. Pero sí con ganas de hacer lo que decía san Pedro en la segunda lectura: "Estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere". ¡Si Jesucristo nos ilusiona, no nos lo guardemos para nosotros solos!

3. Y, en tercer lugar, actuar al servicio del que lo necesita. Felipe -lo hemos escuchado en la lectura- a la vez que hablaba de Jesús hacía presente su fuerza salvadora curando a los enfermos. Y eran las dos cosas juntas lo que atraía a la gente. Nosotros también debemos trabajar para hacer posible que todos los hombres puedan vivir más dignamente, debemos ver en qué cosas concretas podemos hacer presente la fuerza salvadora de Jesús. Si no lo hiciéramos, querría decir que no nos creemos mucho el Evangelio.

Por el bautismo y la confirmación, hemos entrado en la comunidad de Jesús y hemos recibido su Espíritu. Por la Eucaristía, cada domingo nos reunimos alrededor de él porque creemos en él y queremos que él nos dé vida. ¡Pidámosle que nos haga buenos testimonios suyos al servicio de nuestros hermanos!

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1993/07


7.

Sobre la primera lectura

LLENAR DE ALEGRÍA

A mí me ha gustado hoy extraordinariamente una frase del fragmento de los Hechos de los Apóstoles que integra la primera lectura. Felipe, en Samaría, comienza a predicar a Cristo -era la misión que había recibido- atestigua su predicación con milagros y produce un efecto maravilloso: la ciudad se llenó de alegría.

No he podido menos que pensar en que ese resultado sería el que debiéramos intentar los cristianos en el mundo y precisamente en el momento en el que estamos viviendo, porque si algo necesita el mundo hoy es la alegría; pero alegría de la buena, no carcajadas o risotadas que esconden, a veces, una mueca de desencanto. Alegría de esa que surge del fondo del alma del hombre, que tiene sus raíces en razones para la esperanza (esas razones a las que alude la segunda lectura de hoy), esa alegría que tiene su origen en la hondura de la vida, en la orientación clara de la existencia, en la profundidad con la que se abordan los acontecimientos favorables o adversos. Esa alegría que tienen algunas personas en los momentos menos propicios para estar alegres.

Nada podríamos hacer tan beneficioso para nuestros prójimos como inundarlos de alegría porque, ciertamente, no es la alegría moneda corriente por estos pagos. Basta coger el periódico cada mañana, abrir la radio o darle al botoncito de la televisión para que la sonrisa incipiente se trueque en una mueca de desencanto. Un recorrido rápido de nuestros mundos nos pone de relieve que los hombres han olvidado que son hermanos y se tratan, en diversas partes del mundo, próximas a cualquiera de nosotros, como enemigos irreconciliables con los que utiliza el lenguaje de las armas, de la humillación, de la violencia irracional. Los hombres nos hemos olvidado de que somos hermanos y por eso, en nuestra civilizada y sofisticada Europa, muchos hombres permanecen al margen del desarrollo sin tener esperanza ni pan para un mañana que no se presenta prometedor. Y todavía más, mientras en Occidente, por una política económica que rige con sus parámetros fríos y calculadores, hay excedentes de alimentos y hay que destruirlos o recortarlos, en el mundo millones de hombres mueren inevitablemente de hambre. Los hombres han olvidado que son hermanos y quizá por eso, en las democracias (no hablamos ya de las dictaduras) las razones se convierten en insultos acerados, descalificaciones, codicia y vanidad. No. No hay mucho sitio en nuestro planeta para la alegría. Y puede que sea natural. Yo creo, y puedo estar equivocada, que si al hombre le borramos de su horizonte la idea de Dios, si lo dejamos sólo con su propia inclinación y sus anhelos, si hablamos sólo de gozar y de vivir "que son dos días" resulta natural que el hombre arremeta contra el hombre y destruya concienzudamente todo lo que puede oponerse a la consecución de sus deseos, aunque sea cortando de raíz la alegría y llenando el mundo de inquietud, de dolor y de angustia.

Por eso decía que una de las misiones más importantes que hoy tenemos los cristianos, una de las grandes obras de caridad, de amor a los demás, es conseguir que "la ciudad se llene de alegría"; es vivir con alegría para que, cuando nos pregunten cual es la razón última de esa alegría capaz de resistir, sin doblarse, el panorama frecuentemente desolador del periódico, la radio o la televisión, sepamos darles las razones de nuestra esperanza, razones que son las de querer que nuestra vida se cimente en Dios a través de Jesucristo, que son las de descubrir el sentido de la existencia colocándolo más allá de los éxitos y de los fracasos humanos.

No sé si los hombres descubriremos algún día el fracaso de todo el sistema de convivencia que se apoye sólo en el hombre. El día que esto sucediera, la Humanidad estaría en camino de recobrar la sonrisa si la búsqueda de un camino nuevo para orientar esa convivencia del hombre con el hombre, pasase cerca de Aquél que dijo cuán necesario y fundamental era amar no sólo al amigo sino al enemigo y que si te piden el manto des también la capa. Claro que hoy, los encargados de dar a conocer a ese Hombre somos los cristianos y tenemos, con sinceridad, que reconocer que somos tan culpables como los demás en los desaguisados que se cometen diariamente en el mundo; posiblemente seamos más culpables porque, al menos eso decimos, hemos conocido a Jesús aunque es posible que el conocimiento no haya pasado de ser superficial, tan superficial que no es capaz de darnos una impronta que nos permita conseguir el milagro de devolver la sonrisa al mundo.

En estos días de Pascua en los que vivimos con especial intensidad a la luz de este acontecimiento especialmente espléndido que es la resurrección, podríamos pensar seriamente cuál sería el secreto de la alegría que convirtiera el odio en amor y la intolerancia en agradable convivencia.

ANA MARÍA CORTES
DABAR 1993/29