SAN AGUSTÍN COMENTA LA SEGUNDA LECTURA

1 Pe 3,15-18: Por la fe a la contemplación

FE/RAZON/PRIMERO: Dios está muy lejos de odiar en nosotros esa facultad por la que nos creó superiores al resto de los animales. Él nos libre de pensar que nuestra fe nos incita a no aceptar ni buscar la razón, pues no podríamos ni aún creer si no tuviésemos almas racionales.

Pertenece al fuero de la razón el que preceda la fe a la razón en ciertos temas propios de la doctrina salvadora, cuya razón todavía no somos capaces de percibir. Lo seremos más tarde. La fe purifica el corazón para que capte y soporte la luz de la gran razón. Así dijo razonablemente el profeta: Si no creéis, no entenderéis (Is 7,9 LXX). Aquí se distinguen, sin duda, dos cosas. Se da el consejo de creer primero, para poder entender después lo que creemos. Por lo tanto, es la razón la que exige que la fe preceda a la razón. Ya ves que si este precepto no es racional, ha de ser irracional, y Dios te libre de pensar tal cosa. Luego, si el precepto es racional, no cabe duda de que esta razón, que exige que la fe preceda a la razón en ciertos grandes puntos que no pueden comprenderse, debe ella misma preceder a la fe.

Por eso amonesta el apóstol Pedro que debemos estar preparados a contestar a todo el que nos pida razón de nuestra fe y nuestra esperanza (1 Pe 3,15). Supongamos que un infiel me pide a mí la razón de mi fe y esperanza. Yo veo que antes de creer no puede entender, y le aduzco esa misma razón: en ella verá -si puede- que invierte los términos, al pedir, antes de creer, la razón de las cosas que no puede comprender. Pero supongamos que es ya un creyente quien pide la razón para entender lo que ya cree. En ese caso hemos de tener en cuenta su capacidad, para darle razones en consonancia con ella. Así alcanzará todo el conocimiento actualmente posible de su fe. La inteligencia será mayor si la capacidad es mayor; menos, si es menor la capacidad. En todo caso, no debe desviarse del camino de la fe hasta que llegue a la plenitud y perfección del conocimiento.

Aludiendo a eso, dice el Apóstol: Y, sin embargo, si sabéis algo de distinto modo, Dios también os lo revelará; pero cualquiera que sea el punto al que hayamos llegado, caminemos en él (Flp 3,15-16). Si ya somos fieles, hemos tomado el camino de la fe; si no lo abandonamos, no sólo llegaremos a una inteligencia extraordinaria de las cosas incorpóreas e inmutables, tal como pocos pueden alcanzar en esta vida, sino a la cima de la contemplación que el apóstol llama cara a cara. Hay algunos cuya capacidad no puede ser más modesta, y, sin embargo, marchando con perseverancia por este camino de la fe, llegan a aquella beatísima contemplación. En cambio, otros conocen a su modo la naturaleza invisible, inmutable e incorpórea, y también el camino que conduce a la mansión de tan alta felicidad; pero juzgan que no es válido ese camino, que es Cristo crucificado, y rehúsan mantenerse en él, y así no pueden mantenerse en el santuario de la misma felicidad. La luz de esta felicidad se contenta con emitir algunos rayos que tocan desde lejos las mentes de tales sabios.

Carta 120,1, 3-4