COMENTARIOS AL SALMO 144

1.

PRIMERA LECTURA: CON ISRAEL

* Salmo alfabético, pues cada verso comienza con una de las letras del alfabeto... Signo de que se quiere cantar "la Alianza" en forma total... Los judíos recitan este salmo todos los días en el oficio matinal, respondiendo a la invitación del comienzo: "cada día, quiero bendecirte..." Jesús debió recitarlo miles de veces. El vocabulario de la alabanza hímnica es de una gran densidad: Exaltar... Bendecir... Alabar... Decir... Proclamar...

El salmista no puede contenerse de "dar gloria" a su rey que es Dios. Alaba su "gloria", su "magnificencia", su "grandeza" su "poder", su "esplendor"... ¡Cualidades eminentemente reales! Pero canta también su "bondad", su "justicia", su "ternura", su "piedad", su "amor", su "fidelidad", su "proximidad"... Cualidades más que todo paternales.

¡Dios es Rey! Pero un rey que pone todo su poder al servicio de su amor y derrama sus bendiciones sobre la humanidad. No es un potentado dominador y lejano: se interesa por su creación y en ella difunde la vida.

SEGUNDA LECTURA: CON JESÚS

** Todo el Evangelio testimonia que Jesús era "el hombre vuelto hacia Dios". El enviado del Padre. No tiene quereres personales: está sólo para hacer la voluntad del Padre. Jesús es la expresión viviente y la encarnación de esta ternura de Dios de que habla el salmo 144, El es aquel "que sostiene a los que caen y levanta a los agobiados".

El "alimento" de vida, generosamente dado a todos los vivientes, es el "pan de cada día" que pedimos al Padre, pero es también este "pan de vida" misterioso que se nos da en la Eucaristía.

Jesús hablaba a menudo del "reino de Dios": ¡Dios rey! Numerosas parábolas nos muestran este reino al que los hombres son introducidos personalmente por Jesús. "Yo soy rey, pero mi reino no es de este mundo".

TERCERA LECTURA: CON NUESTRO TIEMPO 
FRATERNIDAD/D
D/TRASCENDENCIA

*** El mundo moderno, marcado por el ateísmo, está tentado de rechazar toda trascendencia... En esta perspectiva reduccionista, el universo y el hombre se bastan a sí mismos. Sin embargo los ateos más lúcidos, confiesan que esta condición humana es trágica. Y algunos redefinen al hombre como "un ser que solamente puede realizarse en dependencia de Otro". Malraux afirma lo siguiente: "El problema principal para un agnóstico de nuestro tiempo es el siguiente: puede existir una comunión sin trascendencia, y si no, ¿sobre qué puede fundar el hombre sus valores supremos? ¿Sobre qué trascendencia no revelada puede fundar su comunión? Escucho de nuevo el murmullo que escuchaba hace poco: si es para suicidarse, ¿para qué ir a la luna?".

Finalmente, este salmo, sin controversia, ingenuamente, toma partido en este gran debate. Se trata de saber si el hombre puede definirse únicamente por lo "inmediato", "objeto de necesidad y de fabricación o de placer"... O bien si se define también, por una "apertura" a una realidad totalmente otra y que no depende de él: ¡Dios!

ALABANZA/PETICION
En la perspectiva judeo-cristiana, Dios es el totalmente otro, el trascedente. ¡Dios es Dios! Esto es un balbuceo para hablar de El. Si fuera cierto que Dios está "a nuestro alcance", si El fuera de "nuestro mundo", si estuviera "al nivel de las cosas observables"... estaría a nuestro nivel, particular, pequeño. Si lograra limitar a Dios, comprenderlo totalmente, no sería más grande que mi pequeño cerebro. Dios no es del mismo orden de lo creado. El salmista lo dice hablando de su "magnificencia", de su "gloria", de su "grandeza". ¡Sí! Dios nos supera totalmente, así como el infinito es de un orden completamente diferente al finito. En nuestra época de comunicación intercultural, tenemos que aprender de los orientales el sentido agudo de nuestra pequeñez, de nuestra desaparición en el "gran todo" que nos supera. Sin embargo, nos resistimos a aceptar este "nirvana" integral, este "anonadamiento" integral. Dios quiere que existamos ante El.

En la perspectiva judeo-cristiana, Dios es también el totalmente próximo, el inmanente, el Dios con nosotros, el Dios que hizo la Alianza. Esta perspectiva complementa la del salmo. Si tenemos en cuenta los dos aspectos, lograremos un pensamiento equilibrado, equilibrio que sólo Jesucristo llevó a total perfección: el hombre Dios.

Alabad, bendecid, proclamad, dad gracias. Si, según costumbre de la Sinagoga, utilizamos frecuentemente este salmo, surgirá poco a poco en nosotros una actitud esencial: el sentido de la "alabanza". Con frecuencia tenemos ante Dios la actitud del pedigüeño. Nuestras oraciones se aíslan con frecuencia en la petición, a riesgo de transformar a Dios en simple "motor auxiliar" de nuestras insuficiencias: cuando todo va bien, prescindimos de El... Si algo va mal, pedimos su ayuda...

Releamos este salmo, descubriremos otra forma de oración. No hay una sola línea de "petición". Por el contrario, el vocabulario de alabanza es de una intensidad y de una variedad admirables: "te ensalzaré, Dios mío... bendeciré tu nombre... Te alabaré... Proclamarán tus hazañas... Repetiré tus maravillas... Proclamaré tus grandezas... Se recordarán tus inmensas bondades... Todos aclamarán tu justicia..." Es admirable el cúmulo de cualidades que el salmista encuentra en Dios: ¡Tú eres grande, Señor... Poderoso, admirable, glorioso, fuerte, bueno, justo, tierno, amante, eterno, verdadero, fiel, compasivo, próximo, atento, salvador... Nuestra vida de oración se transformaría totalmente si adoptáramos más a menudo este tono positivo de alabanza, en lugar de la oración de petición, que en el fondo, nos encierra en nosotros mismos, para poner a Dios a nuestro servicio!

ORACION/EGOISMO
Dime cómo es tu oración, y te diré quién eres. Hay personas que dicen "amar" a otra persona, y de hecho sólo se aman a sí mismas: todo su lenguaje, todas sus actitudes, son únicamente para "aprovecharse" del otro y no para "servirlo"... "A menudo somos también con Dios interesados egoístas". Aunque decimos a Dios "hágase tu voluntad", de hecho estamos diciendo "que mi voluntad sea hecha". La recitación frecuente de este salmo podría enseñarnos a adoptar con más frecuencia hacia Dios un verdadero lenguaje de amor, orientado hacia El, y no orientado hacia nosotros. Dime si tu oración es "contemplación", "admiración", "mirada extasiada hacia Dios"... Y te diré si tú lo amas verdaderamente. Dime si aceptas "perder el tiempo" con El y te diré si tú lo amas verdaderamente. Dime si pasas todo el tiempo hablando o si tú dejas de hablar para escuchar, y te diré si tú lo amas a El.

NOEL QUESSON
50 SALMOS PARA TODOS LOS DIAS. Tomo I
PAULINAS, 2ª Edición
BOGOTA-COLOMBIA-1988.Págs. 258-261


2. LA ALABANZA COTIDIANA A DIOS

El salmo 144 (145 en la numeración hebrea de nuestras Biblias) constituye una alabanza continua a Dios por sus obras. Dios es un rey eterno y universal que derrama su justicia y su bondad sobre todo ser viviente. La presentación de este salmo seguirá los siguientes pasos: características literarias, estructura, exégesis, teología y lectura cristiana.

Características literarias

Con este salmo se concluye la última colección davídica de las que componen el salterio. Basta mirar nuestra Biblia para darse cuenta de que es el último salmo que tiene como título de David.1

Es un salmo alfabético, es decir, en su texto original hebreo cada versículo inicia por una letra del alfabeto, de modo ordenado. Sin embargo, falta en el texto masorético (el texto oficial hebreo) el versículo correspondiente a la letra nun. Por este motivo sólo tiene 21 versículos, en vez de los 22 que se esperarían en una composición alfabética.

La versión griega de los Setenta2 corrige esta falta, añadiendo el versículo correspondiente, que ha pasado a las ediciones litúrgicas latinas del Salterio y a la actual edición castellana de la Liturgia de las Horas.

El autor utiliza recursos literarios de un cierto efecto para los gustos hebreos de la época, como sería la alternancia irregular entre la tercera y la segunda persona del singular para referirse a Dios: el autor pasa constantemente de hablar sobre Dios a hablar directamente a Dios, de la contemplación de sus obras, nace espontáneamente la plegaria. También alterna entre la primera persona del singular y la tercera del plural: la implicación personal en la alabanza del autor del salmo afecta también a los oyentes y a todas las criaturas.

Otra característica literaria es el uso de sinónimos por parte del autor: grandeza, proezas, prodigios, hazañas, maravillas, favores... y también: ensalzar, bendecir, alabar, aclamar, proclamar... Esta acumulación de sinónimos nos puede producir un cierto cansancio, según nuestros usos literarios actuales tendentes a evitar las repeticiones; pero es una característica literaria de la época de composición y que también hallamos en otros salmos (por ejemplo a lo largo del salmo 118).

Algunos elementos, como son el hebreo aramaizante, el concepto de reino de Dios, versículos tomados de otros salmos mueven a los comentaristas a pensar una fecha bastante reciente para la composición de este salmo; quizás uno de los más tardíos de todo el Salterio. Esto no disminuye nada la belleza de sus expresiones ni el alcance teológico de su mensaje, una prueba de ello es el gran uso que la piedad, litúrgica y privada, de la Iglesia y del judaísmo ha hecho de este salmo.

Estructura

Estructuralmente el salmo 144 mantiene la división tradicional en tres partes: introducción (v. 1-2), cuerpo del salmo (v. 3-20) dividido en dos secciones (v. 3-12 y 13-20) y conclusión (v. 21).

En la parte introductiva está expresada la intención del salmista de elevar hacia Dios su alabanza por la grandeza de su divinidad y la majestad de su realeza.

El cuerpo del salmo, en sus dos secciones, desarrolla los temas enunciados en la introducción: la divinidad y la realeza del Señor. La trascendencia divina del Señor se expresa en la avalancha de adjetivos y de substantivos que utiliza el autor. Esta redundancia quiere crear, en el lector, la sensación que Dios ultrapasa todo lo que el hombre diga por mucho que añada. La realeza se expresa en el interés del Señor por las criaturas y por la justicia con la que gobierna a los hombres. El versículo conclusivo recupera el motivo inicial de la alabanza, sea en boca del salmista, sea en boca de cualquier ser vivo. Una alabanza que perdura siempre.

Exégesis

El salmo se inicia con una invitación a ensalzar al Señor. El concepto ensalzar, igual que exaltar y enaltecer, parte de una concepción espacial de la divinidad. La zona alta de la tierra es la más noble, por eso, el rey está sentado más alto que el resto de las personas. Dios, más poderoso que cualquier rey humano, es el altísimo, y habita en la cima de los montes donde se le construyen santuarios. Alabar a una persona o a Dios mismo, es, por tanto, ensalzarlo, exaltarlo, enaltecerlo pues todos estos términos proceden de la raíz alto.

La fórmula de la versión castellana «Dios mío, mi rey» corresponden literalmente al hebreo Dios mío, el Rey, que corresponde a su vez a una adaptación de la fórmula cortesana ¡señor mío, el rey! que se utilizaba en aquella época para dirigirse públicamente al rey de la nación. El salmo se inicia pues con un discurso, o reconocimiento, público del salmista dirigido a Dios.

«Una generación a la otra» es la manera cómo el salmista expresa la constancia divina: las generaciones pasan y cambian, pero Dios mantiene la majestad de sus favores de un modo constante.

Los primeros versículos alaban a Dios de un modo genérico, sin especificar su contenido; pero al llegar al v. 8 nos encontramos con una fórmula tradicional: «El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad». La formulación más solemne que hay en toda la Escritura es la revelación que Dios hace de sí mismo a Moisés en la cima del Sinaí: «Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en amor y fidelidad, que mantiene su amor por millares, que perdona la iniquidad, rebeldía y el pecado» (Ex 34,6-7a). Esta convicción fundamental, que se repetirá con diversas variantes a lo largo del Antiguo Testamento, llegará a su cima en la primera carta de Juan: «Dios es amor» (lJn 4,8).

Un rasgo notable del salmo es su universalismo. Hemos ya notado que no hace distinciones entre los fieles al tributar la alabanza a Dios. Tampoco hace distinciones al comprender que Dios lo es de todo el mundo y de todos los vivientes. No hay discriminación de destinatarios de los favores divinos, porque ama de corazón todo lo que ha creado, hombres y criaturas, y por tanto, sacia de favores a todos los que en él esperan. La alabanza no se circunscribe a un pueblo, ni a una ciudad, ni a un lugar, el templo. El Dios universal merece una alabanza universal.

Los versículos 15-16 parecen inspirados en el salmo 103,27 que hemos comentado en otra ocasión y manifiestan la providencia diaria de Dios, imaginado como un campesino que cada día da de comer a sus animales. Da un carácter cercano y simpático a la realeza sublime de Dios, que poco antes había presentado el salmista.

La afirmación «satisface los deseos de sus fieles» del v.19 puede sorprender. Lo más normal es pensar que la labor del hombre es la de realizar la voluntad de Dios, que es el Señor del universo y su creador. De hecho, los escritos sapienciales subrayan que el ideal del fiel es realizar en la vida de cada día la voluntad de Dios, que escapa a la comprensión y a la manipulación por parte del hombre. Sin embargo nuestro salmo afirma que Dios se dedica a satisfacer la voluntad de sus fieles. En vez de señor y rey, Dios es el siervo de sus fieles. La persona queda magnificada en su relación con Dios clemente y misericordioso. Cuando el creyente se ha identificado con Dios ambas voluntades coinciden y podemos pedir a Dios que haga su voluntad o bien que realice lo que le expresamos en la plegaria.

Sólo al final del salmo aparece la acción punitiva de Dios que hace desaparecer a los injustos. La bondad de Dios no significa impotencia ante el mal. Como rey bueno y justo, es el encargado de administrar justicia diariamente, defendiendo el derecho del indefenso y castigando al culpable. Así aparece una convicción fundamental en toda la fe bíblica.

Este salmo debe meditarse y rezar con el trasfondo que aportan los salmos 71(72),102 (103) y 103 (104). En ellos se explicitan las tres claves que utiliza nuestro salmista: la realeza de Dios, su bondad, su providencia. El salmo 71 construye un retrato del rey ideal, que nos permite comprender qué quiere decir el autor del salmo 144 cuando dice «Dios mio, mi rey ». El salmo 102 habla del amor misericordioso de Dios que perdona y ama como un padre a sus hijos. El salmo 103 nos presenta al Dios creador de la tierra y los océanos, de los animales y los hombres, que cuida y hace vivir a cada uno de ellos.

Teología

Dios es imaginado como rey, y se habla de su reinado y de su gobierno. Dios es quien protege a los necesitados y elimina a los malvados, nutre a todas las criaturas. Al componerse el salmo, Israel se encuentra sin monarquía, entonces Dios es visto, más que nunca, como auténtico monarca del pueblo y Señor universal. Todo el mundo es igual ante este rey: todos son sus fieles y participan de su alabanza; el salmo no hace distinciones entre sacerdotes y fieles, entre gente noble y gente sencilla, como hacen los himnos de alabanza.

El Señor es grande, clemente y misericordioso, bondadoso para todo el mundo, sus obras son obras de amor, está cerca de los que lo invocan. Sus acciones son calificadas de grandezas, proezas, hazañas, temibles proezas, favores, gloria, majestad. Esta abundancia de sinónimos es tradicional y expresa el gusto de la época.

Cuando el autor especifica el contenido de las obras del Señor nos damos cuenta de en qué teología está la base de la obra del salmista. El Señor sostiene y endereza a los que se caen y se doblan, da la comida y sacia a todos los seres vivos, está cerca de los que lo invocan sinceramente, satisface los deseos de sus fieles y los salva, guarda a los que lo aman, destruye a los malvados.

Echamos en falta una presentación del Dios creador, y dador de vida, y una contemplación de la acción histórica de Dios a favor de su pueblo como salvador y liberador. Dios aparece en una perspectiva más cercana. Es el Dios de cada día, el Dios de los humildes que lo invocan en las necesidades cotidianas.

Comparado con otros himnos de alabanza nos puede parecer un salmo más pobre. La repetición de sinónimos y de acciones lo hacen más sencillo y cercano a la fe popular. Por eso la piedad cristiana, y sobre todo la piedad judía, lo han convertido en el salmo por excelencia.

La liturgia judía reza el salmo 144 dos veces al día: al final de la plegaria litúrgica de la mañana (shaharit) y al inicio de la plegaria litúrgica del mediodía (minhah). Hay quien lo ha calificado de «colección de jaculatorias»; de hecho muchos de sus versículos tienen sentido por sí mismo y podrían ser utilizados como breve oración personal a lo largo de nuestra jornada laboral.

La liturgia cristiana de las horas reserva este salmo para el Oficio de lectura del domingo III del salterio y también para las Vísperas del viernes de la IV semana. La divinidad y la realeza de Dios se manifiestan en la resurrección de Jesús, ante la cual surge la acción de gracias confiada de la comunidad cristiana que se une a la alabanza de toda la creación.

Lectura cristiana

La lectura cristiana de este salmo puede tener como trasfondo la plegaria de Jesús, el padrenuestro. Santificado sea tu Nombre..., venga a nosotros tu reino..., hágase tu voluntad..., danos hoy nuestro pan de cada día..., encontrar correspondencias en algunos expresiones de este salmo: bendeciré tu nombre por siempre jamás..., alabaré tu nombre por siempre jamás..., que proclamen la gloria de tu reinado..., tu reinado es un reinado perpetuo.... satisface los deseos de sus fieles..., tú les das la comida a su tiempo..., sacias de favores a todo viviente...

Todo este amor que el salmista descubre en Dios, los cristianos lo descubrimos en Jesucristo que nos lo ha manifestado en su vida y nos ha enseñado a reconocerlo y expresarlo en la plegaria del padrenuestro.

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1. Estos títulos sálmicos no figuran en la edición de la Liturgia de las Horas, pero sí en la mayoría de las versiones de la Biblia.

2. Versión llevada a cabo en Alejandría de Egipto para el uso de la comunidad judía, entre los siglos III y II antes de Cristo. Esta versión ha ido influyendo en las ediciones litúrgicas de los textos bíblicos latinos de la Iglesia católica.

JORDI LATORRE
DOSSIERS-CPL/82


3. DE UNA GENERACIÓN A OTRA

Pienso con frecuencia en el vacío generacional. Hoy, más bien, al contemplar la historia de tu Pueblo, sus tradiciones, su oración en público y el cantar de tus salmos en grupo compacto, pienso en el vínculo generacional. Una generación instruye a la siguiente, pasa el testigo, entrega creencias y ritos, y el pueblo entero, viejos y jóvenes, reza al unísono, en concierto de continuidad, a través de las arenas del desierto de la vida. La historia nos une.

«Una generación pondera tus obras a la otra y le cuenta tus hazañas».

El tema de la oración de Israel es su propia historia, y así, al rezar, preserva su herencia y la vuelve a aprender; forma la mente de los jóvenes mientras recita la salmodia de siempre con los ancianos. Coro de unidad en medio de un mundo de discordia.

Por eso amo tus salmos, Señor, más que ninguna otra oración. Porque nos unen, nos enseñan, nos hacen vivir la herencia de siglos en la exactitud del presente. Te doy gracias por tus salmos, Señor, los aprecio, los venero, y con su uso diario quiero entrar más y más en mi propia historia como miembro de tu Pueblo, para transmitirla después en rito y experiencia a mis hermanos menores.

«Alaban ellos la gloria de tu majestad, y yo repito tus maravillas; encarecen ellos tus temibles proezas, y yo narro tus grandes acciones». Diálogo en la plegaria de dos generaciones.

Que el rezo de tus salmos sea lazo de unión en tu Pueblo, Señor.

CARLOS G. VALLÉS
BUSCO TU ROSTRO
ORAR LOS SALMOS

Paulinas Sal Terrae. Santander-1989. Pág. 262


4. SAN AGUSTÍN COMENTA EL SALMO 144

Tú pregunta; la criatura te responderá

Señor, que todas tus obras te confiesen y que todos tus santos te bendigan. Que te confiesen todas tus obras (Sal 144,10). ¿Qué decir? ¿No es la tierra obra suya? ¿No son obras suyas los árboles? ¿No son obra suya los animales domésticos, los salvajes, los peces, las aves? En verdad, también ellos son obra suya. Pero ¿cómo le confesarán estos seres? Veo que sus obras le confiesan en las personas de los ángeles, pues los ángeles son obras suyas; y también le confiesan sus obras cuando le confiesan los hombres, pues los hombres son obras suyas. Pero ¿acaso las piedras y los árboles tienen voz para confesarle? Sí, confiésenle todas sus obras. ¿Qué estás diciendo? ¿También la tierra y los árboles? Todos son obra suya. Si todas las cosas le alaban, ¿por qué no han de confesarle todas las cosas? El término confesión no indica sólo la confesión de los pecados, sino también la proclamación de alabanza; no suceda que siempre que oigáis la palabra confesión penséis únicamente en la confesión del pecado. Hasta el presente así se cree, de forma que cuando aparece el término en las Escrituras divinas, la costumbre lleva a golpearse el pecho inmediatamente. Escucha cómo hay también una confesión de alabanza. ¿Tenía, acaso, pecados nuestro Señor Jesucristo? Y, sin embargo, dice: Te confieso, ¡oh Padre!, Señor del cielo y de la tierra (Mt 11,25). Esta confesión es, pues, de alabanza. Por tanto, ¿cómo ha de entenderse: Señor, que todas tus obras te confiesen? Alábente todas tus obras.

Pero no hemos hecho más que trasladar el problema de la confesión a la alabanza. En efecto, si no pueden confesarle los árboles, la tierra y cualquier ser insensible, porque les falta la voz, tampoco podrán alabarle, porque también les falta la voz para hacerlo. Y, sin embargo, ¿no enumeran aquellos tres jóvenes que caminaban en medio de las llamas inofensivas para ellos a todos los seres, puesto que tuvieron tiempo no sólo para no arder, sino también para alabar a Dios? Pasan revista a todos los seres desde los celestes hasta los terrenos: Bendecidle, cantadle himnos, exaltadlo por los siglos de los siglos (Dn 3,20.90). Ved como entonan un himno. Con todo, nadie piense que la piedra o el animal mudos tienen mente racional para comprender a Dios. Quienes creyeron eso se apartaron inmensamente de la verdad. Dios creó y ordenó todas las cosas: a unas les dio sensibilidad, entendimiento e inmortalidad, como a los ángeles; a otras, sensibilidad, entendimiento con mortalidad, como a los hombres; a otras les dio sensibilidad corporal, mas no entendimiento ni inmortalidad, como a las bestias; a otras no les dio ni sensibilidad ni entendimiento ni inmortalidad como a las hierbas, a los árboles y a las piedras; sin embargo, ellas, en su género, no pueden faltar a esa alabanza puesto que Dios ordenó a las criaturas en ciertos grados que van desde la tierra al cielo, de lo visible a lo invisible, de lo mortal a lo inmortal.

Este concatenamiento de la criatura, esta ordenadísima hermosura, que asciende de lo inferior a lo superior y desciende de lo supremo a lo ínfimo, jamás interrumpida, pero acomodada a la disparidad de los seres, toda ella alaba a Dios. ¿Por qué toda ella alaba a Dios? Porque cuando tú la contemplas y adviertes su hermosura, alabas a Dios por ella. La belleza de la tierra es como cierta voz de la muda tierra. Te fijas y observas su belleza, ves su fecundidad, su vigor, ves cómo concibe la semilla, cómo con frecuencia germina aquello que no se sembró; la observas y esa tu observación es como una pregunta que le haces. Tu investigación es una pregunta. Pues bien, cuando, lleno de admiración, sigues investigando y escrutando y descubres su inmenso vigor, su gran hermosura y luminoso poder, dado que no puede tener en sí y de sí misma tal poder, inmediatamente te viene a la mente que ella no pudo existir por sí misma, sino que recibió el ser del Creador. Lo que has hallado en ella es la voz de su confesión, para que alabes al Creador. En efecto, si consideras la hermosura de este mundo, ¿no te responde su hermosura como a una sola voz: «No me hice a mí misma, sino que me hizo Dios»?

Luego, Señor, que tus obras te confiesen y tus santos te bendigan. Que tus santos contemplen la creación que te confiesa, para que te bendigan ante la confesión de las criaturas. Escucha también la voz de los santos que le bendicen. ¿Qué dicen tus santos cuando te bendicen? Proclaman la gloria de tu reino y anuncian tu poder. ¡Cuán poderoso es Dios que hizo la tierra! ¡Qué poderoso es Dios que llenó la tierra de bienes! ¡Qué poderoso es Dios que dio a cada animal su propia vida! ¡Qué poderoso es Dios que infundió en el seno de la tierra las diversas semillas, para que germinara tanta variedad de frutales, tanta hermosura de árboles! ¡Qué poderoso es Dios, qué grande es Dios! Tú pregunta, la criatura responderá; y por su respuesta, cual confesión de la criatura, tú, santo de Dios, bendices a Dios y anuncias su poder.

Comentario al salmo 144,13


5.El Señor «es cariñoso con todas sus criaturas»
Comentario al Salmo 144, «Himno a la grandeza de Dios»

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 1 febrero 2006 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Benedicto XVI de este miércoles durante la audiencia general dedicada a comentar el Salmo 144 (1-13), «Himno a la grandeza de Dios».



Te ensalzaré, Dios mío, mi rey;
bendeciré tu nombre por siempre jamás.

Día tras día, te bendeciré
y alabaré tu nombre por siempre jamás.

Grande es el Señor, merece toda alabanza,
es incalculable su grandeza;
una generación pondera tus obras a la otra,
y le cuenta tus hazañas.

Alaban ellos la gloria de tu majestad,
y yo repito tus maravillas;
encarecen ellos tus temibles proezas,
y yo narro tus grandes acciones;
difunden la memoria de tu inmensa bondad,
y aclaman tus victorias.

El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad;
el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas.

Que todas tus criaturas te den gracias, Señor,
que te bendigan tus fieles;
que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas;

explicando tus hazañas a los hombres,
la gloria y majestad de tu reinado.
Tu reinado es un reinado perpetuo,
tu gobierno va de edad en edad.

El Señor es fiel a sus palabras,
bondadoso en todas sus acciones.



Queridos hermanos y hermanas:

1. Hemos elevado la oración del Salmo 114, una gozosa alabanza al Señor que es exaltado como un rey cariñoso y tierno, preocupado por todas sus criaturas. La Liturgia nos presenta este himno en dos momentos distintos, que corresponden también a los dos movimientos poéticos y espirituales del mismo salmo. Ahora nos detendremos en la primera parte, que corresponde a los versículos 1 a 13.

El Salmo está dirigido al Señor a quien se invoca y describe como «rey» (Cf. Salmo 144, 1), representación divina dominante en otros himnos de los salmos (Cf. Salmo 46; 92; 95-98). Es más, el centro espiritual de nuestro canto está constituido precisamente por una celebración intensa y apasionada de la realeza divina. En ella se repite en cuatro ocasiones --como indicando los cuatro puntos cardenales del ser y de la historia-- la palabra hebrea «malkut»», «reino» (Cf. Salmo 144,11-13).

Sabemos que esta simbología regia, que tendrá un carácter central también en la predicación de Cristo, es la expresión del proyecto salvífico de Dios: él no es indiferente a la historia humana, es más, tiene el deseo de actuar con nosotros y para nosotros un designio de armonía y de paz. Toda la humanidad está también convocada a cumplir este plan para obedecer a la voluntad salvífica divina, una voluntad que se extiende a todos los «hombres», a «toda generación» y a «todos los siglos». Una acción universal, que arranca el mal del mundo y entroniza la «gloria» del Señor, es decir, su presencia personal, eficaz y trascendente.

2. Hacia el corazón de este salmo, que aparece precisamente en el centro de la composición, se dirige la alabanza orante del salmista, que se hace portavoz de todos los fieles y que hoy querría ser portavoz de todos nosotros. La oración bíblica más alta es, de hecho, la celebración de las obras de salvación que revelan el amor del Señor por sus criaturas. El Salmo continúa exaltando «el nombre» divino, es decir, su persona (Cf. versículos 1-2), que se manifiesta en su acción histórica: se habla de «obras», «maravillas», «prodigios», «potencia», «grandeza», «justicia», «paciencia», «misericordia», «gracia», «bondad» y «ternura».

Es una especie de oración en forma de letanía que proclama la entrada de Dios en las vicisitudes humanas para llevar toda la realidad creada a una plenitud salvífica. No estamos a la merced de fuerzas oscuras, ni estamos solos con nuestra libertad, sino que hemos sido confiados a la acción del Señor poderoso y amoroso, que instaurará para nosotros un designio, un «reino» (Cf. versículo 11).

3. Este «reino» no consiste en el poder o el dominio, el triunfo o la opresión, como sucede por desgracia con frecuencia con los reinos terrenos, sino que es la sede de una manifestación de piedad, ternura, bondad, de gracia, de justicia, como confirma en varias ocasiones en los versículos que contienen la alabanza.

La síntesis de este retrato divino está en el versículo 8: el Señor es «lento a la cólera y rico en piedad». Son palabras que recuerdan la presentación que el mismo Dios había hecho de sí mismo en el Sinaí, donde dijo: «El Señor, el Señor, Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad» (Éxodo 34, 6). Tenemos aquí una preparación de la profesión de fe en Dios de san Juan, el apóstol, al decirnos simplemente que Él es amor: «Deus caritas est» (Cf. 1 Juan 4,8. 16).

4. Además de fijarse en estas bellas palabras, que nos muestran a un Dios «lento a la cólera y rico en piedad», dispuesto siempre a perdonar y ayudar, nuestra atención se concentra también en el bellísimo versículo 9: «el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas». Una palabra que hay que meditar, una palabra de consuelo, una certeza que aporta a nuestra vida. En este sentido, san Pedro Crisólogo (nacido en torno al año 380 y fallecido en torno a 450) se expresa con estas palabras en el «Segundo discurso sobre el ayuno»: «"Grandes son las obras del Señor": pero esta grandeza que vemos en la grandeza de la Creación, este poder es superado por la grandeza de la misericordia. De hecho, habiendo dicho el profeta: "Grandes son las obras de Dios", en otro pasaje añade: "Su misericordia es superior a todas sus obras". La misericordia, hermanos, llena el cielo, llena la tierra… Por esto la grande, generosa, única misericordia de Cristo, que reservó todo juicio para un solo día, asignó todo el tiempo del hombre a la tregua de la penitencia… Por eso confía totalmente en la misericordia el profeta, que no tenía confianza en la propia justicia: "Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa" (Salmo 50, 3)» (42,4-5: «Sermoni 1-62bis», «Scrittori dell’Area Santambrosiana», 1, Milano-Roma 1996, pp. 299.301). Y nosotros decimos también al Señor: «Piedad de mí, Dios mío, pues grande es tu misericordia»

[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia, el Papa saludó en varios idiomas a los peregrinos. En castellano, dijo:]

Queridos hermanos y hermanas:
El salmo proclamado hoy es una gozosa alabanza al Señor como soberano amoroso y tierno, preocupado por todas sus criaturas. En efecto, el centro del canto está constituido por la celebración intensa y apasionada de la realeza divina, que es la expresión del proyecto salvífico de Dios.

No estamos a merced de fuerzas oscuras, ni estamos solos con nuestra libertad, sino que hemos sido confiados a la acción del Señor poderoso y amoroso, que tiene para nosotros un designio, un reino que instaurar. Este reino no consiste en el poder o el dominio, el triunfo o la opresión, como sucede con frecuencia en los reinos terrenos, sino que es la sede de una manifestación de piedad, ternura y bondad, como afirma el Salmo: «el Señor es lento a la cólera y rico en piedad». Por eso comenta San Pedro Crisólogo: «"Grandes son las obras del Señor", pero más grande aún es su misericordia».