REFLEXIONES

 

Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

Entrada: «Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas; revela a las naciones su justicia. Aleluya» (Sal 97,1-2).

Colecta (compuesta con textos del Gelasiano, Gregoriano y Sacramentario de Bérgamo): «Señor, Tú que te has dignado redimirnos y has querido hacernos hijos tuyos; míranos siempre con amor de Padre y haz que cuantos creemos en Cristo tu Hijo, alcancemos la libertad verdadera y la herencia eterna».

Ofertorio: «¡Oh Dios!, que por el admirable trueque de este sacrificio nos haces partícipes de tu divinidad; concédenos que nuestra vida sea manifestación y testimonio de esta verdad que conocemos».

Comunión: «Yo soy la vid verdadera; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante. Aleluya» (Jn 15,1.5).

Postcomunión (del Misal anterior ,  retocada con textos del Veronense, Gelasiano y Gregoriano): «Ven Señor en ayuda de tu pueblo y, ya que nos has iniciado en los misterios de tu Reino, haz que abandonemos nuestra antigua vida de pecado y vivamos, ya desde ahora, la novedad de la vida eterna».

Ciclo C

El amor divino del Verbo encarnado, muerto y resucitado para reconciliarnos con el Padre, es el origen, la razón de ser, la misión permanente y la garantía suprema de la Iglesia. El amor evangélico es la lección suprema que nos dejó el Corazón Redentor de Jesucristo.

Hechos 14,21-26: Contaron a la Iglesia lo que Dios había hecho por medio de ellos. Urgido por la caridad de Cristo, Pablo proclama el Misterio de la Redención Pascual, creando comunidades de fe y de amor entre los gentiles, con su palabra y, sobre todo, con su vida. Oigamos a San Juan Crisóstomo:

«Cristo nos ha dejado en la tierra para que seamos faros que iluminen, doctores que enseñen, para que cumplamos nuestro deber de levadura, para que nos comportemos como ángeles, como anunciadores entre los hombres, para que seamos adultos entre los menores, hombres espirituales entre los carnales, a fin de ganarlos; que seamos simientes y demos numerosos frutos. Ni siquiera sería necesario exponer la doctrina si nuestra vida fuese tan radiante, ni sería necesario recurrir a las palabras si nuestras obras dieran tal testimonio. Ya no habría ningún pagano si nos comportáramos como verdaderos cristianos» ( Homilía primera sobre 1 Tim.).

–Con el Salmo 144 proclamamos: «El Señor es clemente y misericordioso...El Señor es bueno con todos..»

Juan 13,31-33.34-35: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros. A criaturas nuevas, redimidas por Cristo, corresponden conductas nuevas, avaladas por el mandamiento nuevo: la caridad evangélica. Comenta San Agustín:

«Nuestro Señor Jesucristo declara que da a sus discípulos un mandato nuevo de amarse unos a otros (Jn 13,34). ¿No había sido dado ya este precepto en la antigua ley de Dios (Lev 19,18)? ¿Por qué, pues, el Señor lo llama nuevo cuando conoce su antigüedad? ¿Tal vez será nuevo porque despojándonos del hombre viejo nos ha revestido del hombre nuevo? El hombre que oye, o mejor, el hombre que obedece, se renueva, no por una cosa cualquiera, sino por la caridad, acerca de la cual, para distinguirla del amor carnal, añade el Señor: “Como yo os he amado”.  Este amor nos renueva para ser hombres nuevos, herederos del Nuevo Testamento y cantores del cántico nuevo. Este amor, carísimos hermanos, renovó ya entonces a los justos de la antigüedad, a los patriarcas y profetas, como renovó después a los Apóstoles y es el que también ahora renueva a todas las gentes...» (Tratado 65,1 sobre el Evangelio de San Juan).

 

 

1. 

-LA PASCUA SIGUE CRECIENDO

Hace cuatro semanas que inauguramos la gran fiesta cristiana: la Pascua. Nos quedan todavía tres para concluirla con Pentecostés. En el tono de nuestras celebraciones -y de nuestra vivencia espiritual fuera de ellas- se debe seguir notando que celebramos Pascua, que nos estamos dejando «contagiar» de su energía y de la novedad de su Espíritu en esta Pascua del 95.

Primavera cósmica. Primavera espiritual. Un paralelo interesante. No nos cansamos de ver florecer la naturaleza, que florece, no por mera poesía, sino cara a la madurez y los frutos del verano. No nos debemos cansar tampoco de la primavera de la Pascua -crecer en fe, en esperanza, en entrega por los demás, en novedad de vida- que nos quiere conducir hacia Pentecostés, la plenitud de los frutos del Espíritu, para que así quedemos llenos de fuerza para el resto del año.

A muchos cristianos les ayudará, también, el recuerdo de la Virgen en este mes de mayo. Ella aparece ante la comunidad cristiana como el mejor fruto de la Pascua del Señor, la que se dejó llenar de su nueva existencia, la totalmente disponible al Espíritu. Si María de Nazaret aparece como la que mejor celebró el Adviento y la Navidad, también es la que más cerca estuvo de su Hijo en el camino de la Cruz y en la alegría de su Pascua. Ella es la Maestra de Pascua y de Pentecostés para la comunidad cristiana de todos los tiempos.

-PASCUA: OPCIÓN POR EL OPTIMISMO

La historia de cada uno y de la lglesia -como también de la sociedad en la que vivimos- puede no ser demasiado consoladora en estos momentos. A muchos, por ejemplo, les produce dolor contemplar la increencia que se ha adueñado de la sociedad. Otros tienen problemas en la familia o en su propia vida personal. Sea cual sea nuestra situación, Pascua nos invita a hacer un «ejercicio» de visión positiva de la historia y de las personas.

Así parecen tratar de convencernos las lecturas de hoy:

-una comunidad que recibe de su Señor, en su despedida (a partir de hoy los evangelios serán de la Ultima Cena) la mejor de las herencias y de los distintivos: el amor fraterno,

-una comunidad, la apostólica (1ª lect.) que rebosa actividad y se siente satisfecha, a pesar del ambiente hostil en que se mueve, por lo que Dios está haciendo en ella: la apertura a los paganos, los frutos del trabajo misionero, y que tiene como perspectiva futura «un cielo nuevo y una tierra nueva», con un Dios cercano, que mora en medio de ella y que enjuga las lágrimas de todos (2a lect.).

En Pascua hay permiso para soñar. Pascua es un acto de fe en que sí es posible ese cielo nuevo y esa tierra nueva: porque el Señor ha resucitado, y su Espíritu actúa, y, por poco que le dejemos, quiere transformarnos a cada uno de nosotros, y a nuestras comunidades. Un voto de confianza a Dios. Un voto de confianza a la sociedad y a la Iglesia. Hay muchas fuerzas escondidas, medio dormidas, en las personas y en la comunidad, que sí pueden despertar y mejorar nuestra historia. De modo que la Pascua de Jesús sea este año 1995 un poco más la Pascua de su comunidad.

Claro que hay dificultades: «Hay que pasar mucho para entrar en el Reino de Dios» (1ª lect.). Somos conscientes de ello. Pero a pesar de todo, seguimos haciendo opción por Pascua, porque hemos creído lo que ha dicho el que estaba sentado en el trono, Dios: «Ahora hago el universo nuevo», y lo que ha prometido: que enjugaría las lágrimas y nos llevaría a un reino futuro en que ya no habrá muerte ni luto ni llanto ni dolor. ¿En el futuro? ¿o ya desde ahora? La oración poscomunión pedirá que vivamos ya «desde ahora la novedad de la vida eterna».

-TAREAS REALISTAS, CAMINO DE LA UTOPIA

Todo esto no es una huida hacia delante. Es compromiso y tarea para la comunidad cristiana hoy y aquí, según las lecturas:

-el Maestro nos ha encomendado un testamento difícil, el amor fraterno: «que os améis unos a otros como yo os he amado»; es el único camino hacia la utopía; si crecemos cada uno en verdadero amor por los demás, la Pascua ya se está cumpliendo;

-la primera comunidad aparecía corresponsable, unida, informada: «reunieron a la comunidad y les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos»; comparten, se animan los unos a los otros; así se puede realizar lo que individualmente es imposible;

-en esa comunidad hay ministros que predican, viajan, fundan comunidades, presiden la oración: en este caso Pablo y Bernabé; ojalá nuestras comunidades estén animadas por ministros ordenados cada vez más numerosos y santos, en colaboración con toda la comunidad.

Así es posible la utopía. En medio de un mundo egoísta, unos cristianos que aman. En medio de una sociedad fragmentada, un espacio de fraternidad activa. Cuando todo invita al interés personal, unas personas que han asumido el servicio de la animaci6n de la comunidad.

La Eucaristía debería ser como una fotografía de la comunidad pascual. Unas personas que creen en Jesús, escuchan su Palabra, oran y cantan, dan gracias y participan en la mesa eucarística, que se sienten unidas y a la vez enviadas misioneramente a mejorar este mundo. Y todo ello, animadas visiblemente por los ministros ordenados que representan al Señor.

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1995, 7


2. SITUACIÓN LITÚRGICA

Este domingo pertenece ya a la segunda parte de la cincuentena pascual. Hemos celebrado las cuatro primeras semanas, fuertemente marcadas por el misterio de la presencia del Señor resucitado en su Iglesia; los acentos de los textos bíblicos y litúrgicos se orientan ahora en un sentido más eclesiológico: el Presente es también el Ausente, el que está presente por el Espíritu que nos ha dado, el que urge el testimonio de sus fieles...

Dado que la fiesta de la Ascensión se celebra en domingo (y así desaparece el domingo séptimo), proponemos escoger para el sexto domingo la segunda lectura y el evangelio del séptimo domingo, según las posibilidades que ofrece el leccionario. No obstante, es recomendable añadir a la lectura evangélica de hoy, después de la perícopa correspondiente, la del próximo sexto domingo, formando una sola lectura. Así no se perderá la lectura de uno de los textos más significativos de la misión del Espíritu.

PERE TENA
MISA DOMINICAL 1986, 9


3. COMPASION/UNAMUNO

Si a la vista del más espantoso crimen, no sale de nuestro corazón y de nuestros labios un "¡Pobre hermano!", es que el cristianismo no nos ha llegado más adentro del pellejo del alma.

M. UNAMUNO


4. SEÑALES DE IDENTIDAD: CR/IDENTIDAD

Hay clubes y asociaciones de todos tipos y para todos los gustos: deportivos y culturales, políticos, sociales y económicos, de profesionales y de aficionados, de élites y populares, de actividades manuales e intelectuales, para el ocio, para el negocio y altruistas; el abanico de posibilidades es tan amplio como la capacidad imaginativa de las personas y el interés por asociarse... para lo que sea.

Todos ellos tienen sus normas, escritas o implícitas, sus esquemas de actuación, su organización y sus actividades; y, sobre todo, tienen un elemento que los identifica; un emblema, un anagrama, una bandera, un escudo; en definitiva: una señal de reconocimiento e identidad.

Los cristianos, como grupo social amplio y con una historia larga y muy variada, también hemos tenido nuestros signos de identidad.

Uno de los primeros fue el pez, por razones de sobras conocidas; terminada la época de persecuciones, este signo pasó a ser elemento decorativo y como tal pervive hoy entre nosotros. Pero, por encima de todos los signos, los cristianos hemos adoptado la señal de la cruz (precisamente la que apenas era utilizable en los primeros siglos, o incluso era empleada para burla de los cristianos, "ateos que adoraban a un criminal crucificado").

SEÑAL/CZ  SEÑAL/A Es cierto que la cruz es una señal inequívoca, digna, de categoría; hay un algo de misterioso en la cruz que siempre nos transporta, al contemplarla, a otra realidad. No puede ser simple casualidad que sea la de Cristo Crucificado la imagen más realizada en el arte cristiano. Es bueno que la cruz esté siempre presente en nuestra vida; la cruz, para quien sabe leerla, dice muchas cosas sobre Dios, sobre los hombres, sobre la sociedad, sobre la historia... Probablemente la cruz es la lección gráfica más breve y más profunda sobre el hombre y sobre Dios. Pero, como decíamos, hay que saber leerla. No podemos olvidar que la cruz, originalmente, era uno de los sistemas de ejecución utilizado por Roma para imponer su autoridad y su fuerza, y destinado especialmente para delincuentes comunes y delincuentes políticos (el texto del letrero sobre la cruz: "Jesús Nazareno, rey de los judíos", tantas veces disuelto en un aséptico "INRI" o traicionado en un "rey de nuestros corazones"). Por más que nosotros hayamos convertido el madero de ejecución en joya colgada al pecho o adorno en las paredes, la cruz es para nosotros lo que es porque en ella fue ejecutado Jesús. Y, puesto que es para nosotros un signo de identidad, al respeto y cariño con que la lucimos en nuestros pechos o en nuestras casas debemos unir siempre un exacto y profundo conocimiento de su significado real. De lo contrario la estaríamos convirtiendo en un símbolo vacío; pero la cruz es algo muy serio como para que frivolicemos con ella.

Sin embargo, sin desdeñar el signo de la cruz (antes bien, esforzándonos por revalorizarlo en el sentido, ya indicado, de un mejor conocimiento de lo que la cruz es y significa), no podemos olvidar que el propio Jesús nos dejó, explícitamente, otro signo, otra señal por la que los suyos debemos ser reconocidos. Una señal que, esta vez sí, es más difícil corromper haciéndola joya o adorno (aunque también en ocasiones la hemos convertido en un paternalismo bien lejano del verdadero amor): "La señal por la que conocerán que sois discípulos míos será que os améis unos a otros" (/Jn/13/35). Así de claro, así de sencillo, sin paliativos, sin que podamos hacer exóticas interpretaciones que edulcoren y suavicen el signo: "que os améis unos a otros"; la cruz podemos traicionarla, podemos hacerla "Light" (como casi todo en nuestros días); el amor, no, porque un amor "light" ya no es amor ni es nada; y si no hay amor, no hay señal y no hay cristiano.

No sería superfluo tener un conocimiento lo más exacto posible de cómo nos ven los no creyentes a los cristianos, cuál es la impresión, la imagen que tienen de nosotros: es verdad que encontraríamos muchos elementos negativos puramente subjetivos, fruto de un fracaso personal, de una mala experiencia aislada, de unos hechos concretos e individuales que no se pueden generalizar; pero también es verdad que muchos de los defectos que, sin duda, nos echarían en cara tendrían un más que sobrado fundamento.

No son pocos los que, al oír hablar de cristianismo, de fe o religión, en seguida les viene a la cabeza la sotana, la mitra, una aglomeración de gente a la puerta de una iglesia, cosa de curas y monjas...; para otros, los creyentes somos una colección de neuróticos obsesionados con unos pocos temas: el sexo, el infierno, el dinero... (no pocas películas y novelas dan de la Iglesia -o de los sacerdotes- una imagen así de deformada y demagógica).

Afortunadamente, cada vez van siendo más los que reconocen a los cristianos como los interesados por el bien de los hombres, por la justicia en los países sometidos a dictaduras, por la reinserción social de todo tipo de marginados (gitanos, drogadictos, negros, alcohólicos...), por la atención a enfermos "especiales" (sida, subnormales, ancianos), por la defensa de los derechos de los más débiles (analfabetos, emigrantes), por la paz, por la fraternidad, por la ecología, por la no-violencia, y podríamos seguir enumerando más y y más ejemplos; seguramente conoceremos más de un caso, quizá no enumerado en nuestra breve lista, pero no por eso menos importante: unos son muy conocidos (Teresa de Calcuta, Helder Cámara, Pedro Casaldáliga, Josef Glempf, Lech Walesa, Desmond Tutú); otros, la inmensa mayoría, son anónimos trabajadores por la causa del Reino, cuyo amor no tiene nada que ver con ser conocidos o no: religiosas en barrios pobres, sacerdotes que montan casas para niños abandonados, seglares que atienden un comedor de transeúntes, jóvenes que se preocupan por compañeros suyos víctimas de la droga, el ama de casa que ayuda a la vecina cuyo marido está parado y hoy no les llega para comer, o pagar la luz... Quizá los olvidamos con más frecuencia de la que sería de desear, pero ahí están, haciendo día a día el esfuerzo de traducir su fe en amor, en atención, en cuidados para quienes han tenido menos suerte que uno... Ellos sí son cristianos y, poco a poco, van cambiando la imagen que muchos tenían de nosotros.

Por eso van creciendo los que identifican a los cristianos con aquéllos que están empeñados en tratar de verdad como hermanos a cualquier necesitado que esté a su lado (es, ni más ni menos, la enseñanza de la parábola del buen samaritano, que Jesús contó para responder a la pregunta: ¿quién es mi prójimo?). Hemos avanzado mucho en este camino; pero todavía son muchos los que necesitan de nuestro amor. No olvidemos que al terminar nuestra tarea -que es la de amar al prójimo- hemos de decir: "somos siervos inútiles". Así será como nos reconocerán por el amor que nos tenemos. Así será como -esperamos- vuelvan a decir de nosotros: "Mirad cómo se aman".

LUIS GRACIETA
DABAR 1989, 24


5. UNA TIERRA NUEVA 

Crear un mundo nuevo y una tierra nueva fue el deseo de Cristo. Hacer posible una ciudad nueva, esa que el vidente del Apocalipsis describe hoy con trazos vigorosos: una Jerusalén nueva, descendiendo del cielo, en la que Dios habitará y en la que no habrá llanto, ni muerte, ni dolor, ni luto; una ciudad en la que el mismo Dios enjugará las lágrimas de sus habitantes; una ciudad maravillosa y... todavía sin conseguir. No soy de los que creen que cualquier tiempo pasado fue mejor.

Todo lo contrario. Sin embargo, forzoso es reconocer que entre esa ciudad descrita en el Apocalipsis y soñada por Cristo y nuestra ciudad, la que habitamos y hacemos diariamente, cualquier parecido es, en demasiadas ocasiones, pura coincidencia.

Y, sin embargo, Cristo quiso que esa ciudad se hiciera, porque esa ciudad, tan preciosamente descrita por el vidente de Patmos, es, ni más ni menos, que el Reino de Dios corporeizado. Y la realización del Reino de Dios fue la misión de Cristo y a ello consagró su vida, su muerte y su resurrección. Lo que pasa, una vez más hay que reconocerlo, es que los cristianos nos hemos empeñado en crear un Reino de Dios con los mismos medios que los hombres utilizan para forjar sus propios y personales "reinos".

Hace poco tiempo -en el Domingo de Ramos- hemos contemplado a Cristo entrar triunfante, aclamado como Rey en el más absurdo e ilógico de los tronos: un asno. No creo que sea por casualidad el hecho de que en uno de los momentos más gloriosos, humanamente hablando, de Cristo, en unos momentos de hosanas y gritos, de palmas y victoria, de reconocimiento público del mesianismo de Jesús, quisiera Jesús aparecer montado en un asno y aceptar desde esa montura el clamor de la gente y aceptarlo hasta tal punto que a los que conminaban al pueblo para que callara, les advirtió severamente que, en ese momento que El había elegido para que le proclamasen, si los hombres callaban gritarían las piedras. Un reino cuyo Rey aparece montado en un asno tiene que ser forzosamente un Reino cuyo ciudad tenga unos cimientos distintos de las ciudades que capitalizan los reinos humanos que todos conocemos y a los que pertenecemos.

En otra ocasión, ésta menos gloriosa y también hace poco recordada, Jesús -afirmando su condición de Rey- advirtió a Pilato para que dejara de asombrarse que su Reino no era de este mundo y no quiso, seguramente, hablar de un angelismo trasladando su reino al más allá (como en tantas ocasiones hemos oído hablar comentando este pasaje y otros del Evangelio) sino dejar claro para entonces y para siempre que su Reino -que tendría que darse entonces y ahora- no era como los reinos de los hombres.

¿Y cómo son los reinos de los hombres? Pues los conocemos todos. Son reinos asentados en el poder, en las categorías, en el imperio, en el dinero, en el negocio. Son reinos en donde se dan en abundancia la muerte, el dolor, las lágrimas, el desencanto, la corrupción. Y es lógico porque son reinos en los que lo importante es el "yo", el "yo" por encima de todo. El yo que quiere el poder para complacerse en él y para ejercitarlos sin límites o sin más límites que los absolutamente inevitables; el yo que quiere el placer para tenerlo cómo y cuando le apetezca y a costa de quien sea; el yo que quiere el triunfo sin reparar en los que han quedado en el camino usados como peldaños para escalarlos. El yo que es absorbente y tiránico y que convierte al hombre en el enemigo público número uno del hombre.

Con esos reinos y esas ciudades no tiene nada que ver el Reino de Cristo ni su ciudad soñada. El es Rey de un reino en el que el hombre no busque la categoría, ni las clases sociales, ni la riqueza por la riqueza, ni el mando por el mando; El es Rey de un reino en el que los hombres sean capaces de descubrir la dignidad del hombres, en los que montan un asno y no son importantes, ni guapos, ni sabios, y también en los que lo sean; El es Rey de un reino en el que los hombres sean capaces de descubrirlo donde quiere estar: en los hombres y no en los templos fastuosos, ni en los ritos espectaculares, ni en las multitudes resultantes; El es el Rey de un reino de "cuentos de hadas" porque a "cuento de hadas" suena eso de construir una ciudad nueva donde no haya dolor, ni muerte, ni llanto, y donde siempre haya una mano cercana y amorosa que enjugue una lágrima que quede todavía suelta por la vida.

Y, sin embargo, esa ciudad de cuento de hadas sería posible si los hombres nos creyésemos lo que Cristo dijo e intentásemos adecuar la vida a esa creencia. No hay misión más preciosa en la vida que poner nuestro pequeño ladrillo en la construcción de la ciudad nueva, ni hay mejor servicio para hacer a la humanidad que intentar ese universo nuevo, tan distinto al pequeño universo que construimos diariamente con nuestra estrechez de miras, con nuestra mentecatez y nuestro despiste.

DABAR 1983, 27


6. A/ALIENACION

Decía don Gregorio Marañón que el amor limita al norte con la literatura y al sur con el instinto. Aunque Marañón no se refería precisamente al amor cristiano, creo que su afirmación puede servirnos. Como los cristianos hemos tenido el instinto debajo de la bota de una moral implacable, despersonalizante y dictadora, resulta que en lo concerniente al amor todo lo hemos lanzado al norte de la literatura, convirtiéndolo en escapismo y barbitúrico alienante:

-Venga montones de horas de meditación y sagrario, salpicadas de efluvios y ramilletes espirituales..., y, luego, el auténtico motor de arranque de las vidas de muchos de esos cristianos eran y son sus intereses egoístas e inconfesables.

-Predicaciones teóricas, desencarnadas y celestiales..., y allí mismo, a la espalda del predicador, se guarda el tesoro de la iglesia en cuestión con siete llaves, mientras fuera y lejos de la Iglesia ruge el grito escandaloso de los pobres y parados.

-Visitas de caridad, en la mañana del domingo, a las zonas suburbanas de las grandes ciudades, para que nuestras caridades nos hicieran olvidar, al volver a casa, que nuestro pisito pertenece al veinte por ciento de las viviendas españolas con calefacción central... Nuestros labios siempre se encuentran en forma para teorizar el Amor; nuestra vida, ya es otra cosa.

A/JUSTICIA: Puede ser que nuestra equivocación radique en que no acabamos de asimilar que el Amor se llama hoy justicia y compromiso por la justicia de los que sufren injusticia. Puede ser, o es, que el Amor necesita nombres y apellidos concretos: si amo a la Humanidad, no amo a nadie; si me solidarizo con el problema del hambre en el mundo, no me solidarizo con nadie... Nombres, nombres y apellidos para el Amor. ¿Quién me dice a mí que el compromiso del Amor cristiano no me tiene que llevar hoy a sintonizar con la huelga, a participar en una manifestación o a levantar la voz y la pluma contra tantas injusticias como entre nosotros siguen creciendo con más fuerza que un chaval de catorce años? Hemos caído en la herejía del abuso de la palabra. Obras son razones.

DABAR 1977, 32


7.

El evangelio nos presenta el amor a los demás como la línea que separa a quienes están con Jesús de quienes se encuentran lejos de él. Las palabras del Maestro son tajantes: en esto conocerán que sois mis discípulos. El amor está por encima del sábado (el ritual religioso) y de las ofrendas al templo. En palabras de san Vicente de Paúl: "Es preciso abandonar a Dios por Dios".

El apóstol Juan, conocido especialista en el tema, tiene una lógica que nos sorprende: si Dios nos amo así, también nosotros debemos amarnos unos a otros (/1Jn/04/11). No concluye que, como respuesta, debemos amar a Dios, sino que hemos de hacerlo con los hermanos. Lo que hagáis a uno de éstos, a mí me lo hacéis. ¿Cómo puede amar a Dios quien no ama a su hermano? Quien no ama, no ha conocido a Dios (adora ídolos). Sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos. Como se ve, el tema es clasificatorio para todo cristiano.

EUCARISTÍA 1989, 19


8. AMO, LUEGO EXISTO

El amor es la señal de la vida. Amo, luego existo. Y al revés. El que no ama está muerto. Pero amor es mucho más que cuanto pueda decirse y hacerse. Amar es dejar vivir y dar vida al otro; no definirlo, no juzgarlo, no clasificarlo, no dejarlo nunca por inútil, tener el coraje de esperar siempre del otro algo nuevo, algo distinto, sorprendente, mejor. Y amar es no acomodarse al otro, no habituarse al otro, no presentarle nunca el mismo rostro, la misma apariencia, los mismos gestos, sorprenderle cada vez. El amor, cuando lo es de verdad, es lo único no convencional. Cambian los valores, las normas, las costumbres, las modas, todo cambia. Pero el amor permanece siempre idéntico, es decir, siempre hacia el otro; pero siempre distinto, sorprendido y sorprendente. Siempre nuevo. Como la vida. El amor es la señal de la vida.

La única señal. Amo, luego existo. Y al revés. El que no ama está muerto.

EUCA 1977, 23


9. A/CARIDAD/OBRAS 

LAS OBRAS DE CARIDAD

Jesús ha señalado el amor mutuo -amor entre hermanos- como distintivo de sus discípulos. Sin embargo, los católicos hemos adoptado por distintivo las obras de caridad. Y eso es lo malo. Porque las obras de caridad son posibles sin amor fraterno. Porque es posible dar limosna a los mismos a los que damos un jornal insuficiente. Es compatible construir viviendas baratas para unos y cobrar a otros precios abusivos en los alquileres, o especular hasta el infinito en los solares. Se puede componer la atención a ciertos pobres con la total desatención a las personas que están a nuestro servicio. Y, desgraciadamente, es posible multiplicar las obras de caridad y mantener a toda costa las desigualdades en la distribución de la renta.

A/CARIDADES/JUSTICIA: Cuando las obras de caridad se prodigan al margen del amor fraterno, se da una significativa correlación entre el aumento de limosnas y el aumento de las desigualdades sociales. Porque, mientras las obras de caridad encuentran su campo de aplicación en la injusticia, la primera exigencia del amor es la justicia y el compromiso en reivindicar con los pobres lo que les pertenece... y sólo les damos de limosna.

EUCARISTÍA 1974, 29


10. AGUSTIN

En modo alguno podemos desear los males con el pretexto de hacer obras de misericordia. Tú das pan al que tiene hambre; pero mejor sería que ninguno tuviese hambre y que no tuvieses que darlo a nadie. Tú vistes al desnudo, pero ojalá que todos estuviesen vestidos y no existiera tal necesidad... Todos estos servicios, en efecto, responden a necesidades. Suprime a los desafortunados; esto será una obra de misericordia. ¿Se extinguirá entonces el fuego del amor? Más auténtico es el amor con que amas a un hombre feliz, a quien no puedes hacer ningún favor; este amor es mucho más puro y sincero. Pues si haces un favor a un desgraciado, quizá desees elevarte a sus ojos y quieras que él esté por debajo de ti, él que ha sido para ti la ocasión de hacer el bien... Desea que sea tu igual: juntos estaréis sometidos a aquel a quien nadie puede hacer ningún favor.

SAN AGUSTIN
Comentario "In I Johannis", 5


11. A/JUICIO

Y ¿qué significa eso de amar a los hermanos? ¡Tengamos mucho cuidado, no nos vayamos a equivocar! Amar no es solamente ayudar, hacer un servicio, dar algo; no, es amar. Amar es amar. Dios no ha dicho: Ayudaos los unos a los otros, soportaos los unos a los otros, haceos un favor unos a otros. El ha dicho: "Amaos los unos a los otros..." Es menester hacer todo lo posible para llegar a amar.

¿Qué es lo que significa amar? Amar a un ser es esperar en él siempre. Amar a un ser es no juzgarlo jamás; juzgar a un ser es identificarlo con lo que conocemos de él. "Ahora ya te conozco.

Ahora te puedo juzgar. Ahora ya sé lo que vales..." Eso es matar a un ser. Amar a un ser es esperar siempre de él algo nuevo, algo cada vez mejor que lo anterior.

LOUIS EVELY
"Fraternidad y Evangelio", pág. 95


12.

Las lecturas pascuales insisten en la fe; hoy es el amor el que ocupa el centro del texto evangélico. Fe y amor son el núcleo de la vida nueva en el Espíritu. La insistencia cristiana en el amor no es una opción ética más o menos acertada; se enraiza en la misma revelación de Dios. Dios ama al mundo que ha creado y a los hombres, sus hijos; la obra de su amor es Jesús, conducido por el Espíritu a la plenitud del amor hasta la Cruz-Resurrección.

Amar "como Jesús ha amado" constituye una manera de ser hombre, la única; va más allá de una táctica y tampoco termina en una simple actitud ética. Amar en el Espíritu es un modo de colocarse el hombre en el mundo y frente a sí mismo, teniendo como único Absoluto al Dios vivo; es entender y vivir la propia vida por la relación con algo más allá de uno mismo, los demás, relación que es sacramento de la relación con Dios. De entrada, amar significa una sencilla y cordial reconciliación con toda la realidad, sobre todo los demás, una comunión incondicional con los demás tal como son y actúan, incluso pecadores, enemigos o perseguidores; evitando la constante huida hacia arriba, que ama siempre algo mejor, nunca real. Y al mismo tiempo, amar es un trabajo activo y eficaz; acoger al otro significa más que la simple acogida; es acogerle como indigente, dialogante e interpelante, y vivir ante él la propia vida como vulnerable y servicial.

Una comunión así consigue la comunión con los hombres y supone al mismo tiempo el constante desposeimiento de sí mismo; es el binomio amor-pobreza (o amor-libertad), definitorios de la vida de Jesús y de la vida humana "glorificada".

GASPAR MORA
MISA DOMINICAL 1983, 9


13.

La segunda lectura suscita una imagen grandiosa: ¿cómo será finalmente esta Iglesia que ahora se va edificando entre las lágrimas de la tribulación presente? Será "nueva". Es decir, será totalmente según el mandamiento nuevo, porque Dios lo será todo en todos. Y he aquí, también, una llamada para la Iglesia presente: cuando los cristianos nos amamos como Cristo nos ha amado, entonces se anticipa en la tierra la "novedad"; y las lágrimas, la muerte, el duelo, los gritos y las penas, aunque no dejen de existir, quedan iluminadas con una nueva perspectiva, y en cierto modo superadas. Con una vida según el Espíritu Santo, la Iglesia vive "descendiendo del cielo, enviada por Dios". Este es el dinamismo del amor cristiano, que transforma proféticamente la sociedad, que hace solidarios a los hombres, que se preocupa por su pan, que elimina cualquier discriminación.

La homilía de hoy debería tener un tono muy alentador. Vivir en la Iglesia como comunidad del amor de Jesucristo, secando con el amor las lágrimas de los ojos de los hombres, ¿no debe ser una buena propuesta? Y, por otro lado, realizarlo con los ojos y el corazón puestos en el Evangelio, dejándose iluminar por el Espíritu de Jesús. Esto elimina cualquier disyuntiva entre "Iglesia del amor" e "Iglesia del derecho" (distinciones antiguas, que tienen sus traducciones actuales en "la Iglesia de la base" y "la Iglesia oficial"). Todo es la Iglesia de Jesucristo.

La celebración de la Eucaristía es la experiencia fontal de esta Iglesia. Es en la Eucaristía donde celebramos el amor de Cristo (por eso la plegaría eucarística IV es adecuada para hoy), y donde aprendemos constantemente a ser Iglesia del amor, "haz que abandonemos nuestra antigua vida de pecado y vivamos, ya desde ahora, la novedad de la vida eterna" (Poscomunión).

PERE TENA
MISA DOMINICAL 1990, 9


14. LA NOVEDAD DEL AMOR CRISTIANO

Los textos bíblicos de este quinto domingo de Pascua hablan de "novedad". "Vi un cielo nuevo y una tierra nueva" dice el Apocalipsis. "Os doy un mandamiento nuevo" afirma Jesús. Después de veinte siglos de historia de la Iglesia de práctica y vivencia del mandamiento primero y principal de la ley, ¿se puede hablar sinceramente de "novedad"? ¿No suena a tópico decir que la novedad cristiana se traduce en la palabra "amor", palabra tan exaltada y a la vez tan desgastada? ¿Cuál es la novedad del amor cristiano?

Evidentemente que el amor no es algo nuevo. El afecto, el gozo, el cariño, la pasión, el consentimiento son la expresión constante del amor humano. El amor es sentimiento imperecedero del hombre en la tierra. La novedad cristiana de amor está en la referencia "como yo os he amado", que manifiesta su perfección y su meta. El amor no es una fría ley, no se puede reducir a un organigrama caritativo y a una institución social, no debe someterse a un calendario con días fijos para amar, no admite límites cortados por un reglamento, una campana o un reloj. El amor auténtico germina y vive siempre en la libertad de poderse expresar siempre.

Cristo nos amó hasta dar su vida. Por eso tiene sentido que el cristiano se consagre al servicio exclusivo de sus hermanos hasta la muerte de uno mismo.

Andrés Pardo


15. Para orar con la liturgia

Tanto amaste al mundo, Padre Santo,
que, al cumplirse la plenitud de los tiempos,
nos enviaste como salvador a tu único Hijo.

El cual se encarnó por obra del Espíritu Santo,
nació de María la Virgen,
y así compartió en toda nuestra condición humana
menos en el pecado;
anunció la salvación a los pobres,
la liberación a los oprimidos
y a los afligidos el consuelo.

Para cumplir tus designios,
él mismo se entregó a la muerte,
y, resucitando, destruyó la muerte
y nos dio nueva vida.

Y porque no vivamos ya para nosotros mismos
sino para él, que por nosotros murió y resucitó,
envió, Padre, desde tu seno al Espíritu Santo
como primicia para los creyentes,
a fin de santificar todas las cosas,
llevando a plenitud su obra en el mundo.

Plegaria Eucarística IV


16. Mes de María, mes de la Mujer

En el mes de Mayo la mirada creyente y piadosa de los católicos se dirige, con un cariño y una veneración especial, a la Virgen María. Le reservamos el mes más hermoso ­al menos en esta parte de la tierra­ en lo que se refiere a la climatología, al paisaje, pues todo es una explosión de luz, de belleza y de suavidad.

Lo hacemos así, porque sabemos que Ella representa lo mejor de nosotros mismos: en Ella se vuelca de un modo especial la gracia de Dios y ella representa lo más noble, auténtico y digno de todos nosotros. Sus sentimientos, sus actitudes, sus obras, su misión tienen la perfección de quien sabe vivir sin sombras la relación con Dios y con los hombres.

María representa también el reconocimiento de Dios a la dignidad de la mujer; Ella es la elegida desde siempre para ser instrumento de sus Planes salvadores e invitada a traer en sus entrañas al Hijo del Altísimo. Es la mujer realizada plenamente, porque cuenta para Dios y para los hombres por lo que es: su valor está en sus cualidades humanas y espirituales ­regalo de su Dios­, con las que realiza la misión que se le encomienda y asume el papel que tiene en el cielo y en la tierra, de ser corredentora con su Hijo y auxiliadora de los cristianos.

Ojalá el cariño y el respeto al "ser" de María se tuviera siempre con todas las mujeres y se les reconociera en todas partes su dignidad de seres humanos!

AMADEO Rodríguez
Semanario "Iglesia en camino"
Número 253. 10 de mayo de 1998


 

17. Un amor nuevo

La lectura litúrgica del evangelio de este domingo pascual la tenemos que hacer no en la cronología que supone san Juan ­la víspera de la muerte de Jesús­ sino desde los resplandores de su resurrección.

En la misma perspectiva hemos de interpretar el mandamiento nuevo pues el amor fraterno del que habla Cristo es un fruto más del Misterio Pascual.

Efectivamente, la novedad que atribuye Jesús al amor que debe presidir las relaciones de sus discípulos proviene de que no se trata de simple filantropía sino un amor muy especial: como yo os he amado, amaos también entre vosotros.

Esa novedad que Jesús exige al amor fraterno de los suyos no es otra que la Buena Noticia del amor gratuito de Dios a los hombres realizado, manifestado y comunicado a través de la muerte y resurrección de Jesús.

Por eso, quien tiene en su corazón un amor de tal calibre testifica ante los demás que pertenece a Jesús.

Así lo hace San Pablo ­según nos dice la primera lectura­ cuando por propia experiencia exhorta a la perseverancia a sus incipientes comunidades cristianas diciéndoles que hay que pasar mucho para entrar en el reino de Dios. El Apóstol alude a la dimensión pascual de la vida cristiana y del amor cristiano que comportan un morir a sí mismo o un llevar la cruz que son los signos de comulgar con el amor de Cristo que le llevó a entregarse hasta la muerte en cruz.

La segunda lectura presenta la riqueza del "amor nuevo" que atraviesa la frontera de la muerte y consigue la comunión total: Esta es la morada de Dios con los hombres: acampará entre ellos. Ellos serán su pueblo, y Dios estará con ellos y será su Dios.

Antonio Luis Martínez


18.

Estamos celebrando la Pascua y gozando la salvación que nos ha traído Jesús. Tratemos de compartir la alegría plena de los apóstoles que se han lanzado a la tarea evangelizadora anunciando a los hermanos que Jesús vive ¡Ha resucitado!.

Pablo y Bernabé han dado un nuevo sentido a sus vidas desde que conocieron a Jesús y no se han guardado el secreto, antes bien comparten con los hermanos su experiencia de Dios, fortalecían a las comunidades, les anunciaban a Jesús.

¿Qué sucedió en la vida de Pablo y Bernabé? La respuesta la encontramos en el Evangelio de este domingo: es el amor a los hermanos con aquella fuerza y grandeza con que Jesús nos ha amado.

Durante la última cena, al irse Judas, el ambiente es de profunda intimidad con el Maestro, el cual como testamento les da el mandamiento nuevo; el último y definitivo "Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros" ¿Cómo medir este amor? "Ámense como yo les he amado". Seremos identificados como discípulos de Jesús por nuestra apertura al amor de Dios fuente del amor sincero y por nuestra capacidad de compartir este amor de manera concreta cada día.

Amor, pues, según el mandamiento de Jesús, significa administrar el pan a quien no lo tiene; significa administrar el pan que alimenta el cuerpo y la fe; es amarse entre los que somos hermanos, pero también se proyecta al enemigo.

Amar es gozar de la alegría de la Pascua, dejarse tocar por el Señor e inspirarse en Él para servir y darse a los demás; sobretodo al pobre, al enfermo, al débil.

CE DE LITURGIA. PERU