COMENTARIOS A LA SEGUNDA LECTURA

1 Jn 3, 18-24

 

1.

En este párrafo exhortatorio aparece una recomendación del amor práctico, frecuente tema en Juan.

A continuación aparece una de las frases menos consideradas popularmente y, sin embargo, más alentadoras en todo el Nuevo Testamento. Contando con una condena de la propia conciencia, algo frecuente aún entre buenos cristianos, Juan dice que uno tiene que estar tranquilo. Precisamente cuando la conciencia le condena. Porque Dios es siempre mayor. El es Dios. Lo obvio sería que nos condenase como lo hacemos nosotros mismos, pero El no procede así. Uno tiene que fiarse más del amor que Dios nos tiene que de nuestra propia opinión, justificada, negativa sobre nosotros mismos. Naturalmente no se trata de estar contento consigo, de no querer salir de ahí. Sino de confiar más en El puesto a salvarnos que en nosotros queriéndonos perder.

Evidentemente también con tal de que haya la apertura básica a su acción, la buena voluntad de integrarse prácticamente con El, aunque haya fallos. La simplicidad del argumento joánico estremece y nos debe hacer acercarnos a Dios de esta manera en nuestra realidad pecadora, que por eso mismo ya lo empieza a dejar de ser.

F. PASTOR
DABAR 1988/27


2.

Si somos hijos de Dios -idea central de esta segunda sección de la carta- el amor a los hermanos es el criterio para conocer nuestra comunión con El. El que no ama a su semejante no practica la justicia, ni ha nacido de Dios (vs. 10c-24).

-A lo largo de su carta, Juan va dando vueltas en torno a las mismas ideas y profundizando cada vez más (es el método de componer llamado contemplativo o en espiral). Así en 2,7-11 ya nos hablaba de la práctica del amor: el que ama está en la luz y ve adonde va; el que odia no ve (cfr. Jn. 12, 35). Es un mandamiento antiguo -ya existía en el A. T.: cfr. Lv. 19,18- y, a la vez, nuevo. Pero esta novedad sólo la explicará a partir de 3, 16-18 (cfr. 4, 9.16) y consiste en el nuevo modo de llevar a la práctica dicho mandamiento: Cristo se desprende de su vida por nosotros. La muerte de Cristo es la gran revelación del amor y nuestro ejemplo a imitar.

El v. 18 es una aplicación parenética de los dos versículos anteriores. Nuestra caridad no debe consistir en discursos bonitos, ni en mítines demagógicos, sino que debemos amar: a) con obras: el amor indica solidaridad. "Si uno posee bienes de este mundo y, viendo que su hermano pasa necesidad, le cierra sus entrañas, ¿cómo va a estar en él el amor de Dios?; y b) de verdad: Según 2 Jn. 2-4, el amor dimana en nosotros de aquella verdad revelada que se alberga en nuestro interior (así, esta expresión no es adverbial, como frecuentemente se usa en nuestras homilías). La verdad es el órgano interno de las obras; la fe es la raíz de la que dimana el amor, "lo que vale es una fe que se traduce en amor" (Gál. 5, 6). La unión entre obras y verdad expresa la armonía que debe existir entre fe y obras.

-Este amor es la prueba evidente de que estamos de parte de la verdad y así podremos apaciguar ante Dios nuestra conciencia (vv. 19-22). Estar de parte de la verdad es afirmar que nuestro actuar se rige por un nuevo principio de acción: nuestra fe. Por eso, cuando el hombre comparece ante Dios (contexto judicial: cfr. Mt. 10, 32; 25, 32...) en el foro interno de su conciencia, esta práctica del amor hace rebrotar en nosotros la confianza y la paz interna aun cuando nuestra conciencia pueda echarnos en cara nuestras culpas. "El amor sepulta un sinfín de pecados" (1 P 4, 8). La razón última es que Dios está por encima de nuestra conciencia y detecta y ve lo escondido de nuestra corazón y que estamos de parte de la verdad.

Nuestra oración es escuchada por nuestra comunión con el Señor, porque observamos sus mandamientos que se reducen, en el v. 23, a la fe y el amor. El Espíritu es el que nos provoca al reconocimiento de Jesús como Mesías (v. 24: confesión de fe). Y este es el Espíritu de verdad del que nos habla en 4, 1-6.

DABAR 1976/31


3.

Juan insiste una vez más en el amor, pero en un amor que no se contenta con hermosas palabras; pues debemos amar como Cristo nos ha amado, ya que "en esto hemos conocido lo que es amor: en que él dio la vida por nosotros" (v. 16). Y éste es el amor que nos saca de dudas; por él conocemos si somos o no de la verdad; esto es, si hemos nacido de Dios y somos sus hijos. ¿Por qué andamos entonces siempre con complejos de ortodoxia y nos olvidamos tantas veces de la ortopraxis? Porque es aquí, en la ortopraxis o en la práctica correcta del amor, donde está el verdadero problema. Muchas veces, si nos examinamos a fondo, vemos que nuestra conducta no está a la altura de las exigencias del amor cristiano. Y el corazón nos acusa. ¿Podemos llamarnos aún hijos de Dios?, ¿podemos tener conciencia clara y tranquila de que somos de la verdad? Podemos y debemos, si aceptamos nuestras propias debilidades sinceramente y nos esforzamos en superarlas con mayor amor. Podemos tranquilizarnos si creemos que el amor de Dios es mucho más fuerte que nuestro amor y que él está por encima de nuestra conciencia. Dios muestra su grandeza perdonándonos. Además él nos conoce mejor que nosotros mismos.

El autor da un salto en su discurso y supone, por un momento, que nuestra conciencia no nos acusa de nada. Si es así, podemos esperar que Dios atienda nuestras peticiones, ya que nosotros hacemos le que la agrada (cf. Jn 14, 13; 15, 16s; 16, 23s; 16, 26s).

Lo verdaderamente decisivo para la salvación es creer que Jesús es el Cristo y el Hijo de Dios (ésta es la fórmula más breve de la fe cristiana) y cumplir su mandamiento de amor, que resume todas las exigencias morales del evangelio. Ambas cosas están unidas inseparablemente, pues la fe es la aceptación de Jesucristo y el reconocimiento práctico de que él solo es el Hijo de Dios, el Señor. Por lo tanto, el que cree en el nombre de Jesucristo acepta y cumple lo que él mismo nos enseñó.

EUCARISTÍA 1988/22


4.

Si la verdadera comunión con Dios está reservada para la eternidad (1 Jn 3, 2), ¿cómo podemos saber si nos acompaña ya en este mundo? ¿Qué seguridad podemos tener ante Dios si no podemos siquiera percibir su presencia?. Este pasaje puede muy bien servir de marco a estas preguntas.

* * *

Juan llama la atención sobre un principio que le obsesiona: así como no puede uno contentarse con un conocimiento puramente abstracto de Dios, de igual manera no puede uno amar a sus hermanos con solo palabras (v. 18).

Esta experiencia auténtica del amor fraterno nos proporciona plena seguridad ante Dios; nos permite reconocer la presencia permanente de Dios en nosotros (v. 21) y confiere a nuestra oración la certeza de ser oída (v. 22; cf. Jn 15, 15-17).

El mandamiento que nos proporciona seguridad ante Dios y nos garantiza su presencia entre nosotros es doble: creer en el nombre de Jesucristo y amarnos los unos a los otros (v. 23). Juan presenta estos dos preceptos de tal manera que no parecen sino uno. El, en efecto, considera que no hay dos virtudes distintas, la fe por una parte y la caridad por otra, sino que ambas son las dimensiones, vertical y horizontal, pero simultáneas, de una sola actitud (cf. Jn 13, 34-36; 15, 12-17). Nosotros somos hijos de Dios por nuestra fe, y la caridad fraterna fluye de esta filiación (1 Jn 2, 3-11).

* * *

Vivir, al mismo tiempo, la dimensión horizontal y vertical del mandamiento de Dios no es cosa fácil. El cristiano, en nuestros días especialmente, trata de buscar un amor fraterno más auténtico y universal, pero sin referencia a Dios, olvidando que el amor une sus raíces en la propia vida de Dios. Creer en Jesucristo, como lo pide San Juan, es creer que el Padre ama a todos los hombres a través de su propio Hijo; es, asimismo, estar dispuesto a participar en esta mediación del amor y, además, admitir que Jesús ha respondido de manera única al amor del Padre e intentar imitar la renuncia y la obediencia filial de Cristo.

La Eucaristía pone a los cristianos en relación simultánea con Dios y los hombres. En la celebración eucarística se reúnen los cristianos para dar gracias a Dios, en primer lugar; a continuación, deben reintegrarse a sus tareas que les pondrán en contacto con los otros hombres. La simultaneidad de ambas actitudes constituye la propia esencia de la Eucaristía.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA IV
MAROVA MADRID 1969.Pág. 154 s.


5. /1Jn/03/18-24   A-DEO/A-H 

Los dos temas principales de nuestro escrito se encuentran unidos en el fragmento de hoy: "Su mandamiento es éste: que demos fe a su hijo Jesucristo y nos amemos unos a otros como él nos mandó" (v 23). Mas adelante serán objeto de un tratamiento más elaborado. De momento es importante constatar que no sólo forman unidad porque no se pueden separar uno de otro, sino que constituyen un único mandamiento, tal como dice el texto; es decir, que la profesión del amor de Dios que se manifiesta en Jesucristo no se puede separar de sus consecuencias: el amor fraterno; a la inversa, la exhortación al amor de los hermanos implica siempre el amor del Padre que se hace accesible en la entrega del Hijo.

Uno de los criterios para saber si somos de la verdad es el juicio de nuestro corazón: "si nuestra conciencia nos acusa, Dios está por encima de nuestra conciencia...", «si nuestra conciencia no nos condena, sentimos confianza para dirigirnos a Dios...» Es una de las afirmaciones más profundas del escrito entero. Indudablemente que el juicio personal pesa mucho en el discernimiento de la propia situación espiritual. Pero el texto de hoy nos señala muy claramente que el juicio de nuestra conciencia no es el último criterio. Más bien, el último criterio es «el Espíritu que se nos ha dado», si guardamos su mandamiento. Pablo nos dice una cosa semejante en 1 Cor: «A mí me importa muy poco que me exijáis cuentas vosotros o un tribunal humano; más aún: ni siquiera yo me las pido; pues aunque la conciencia no me remordiese, eso no significaría que estoy absuelto; quien me pide cuentas es el Señor» (4,34).

Quizá la fe y el amor de los hermanos son demasiado grandes para compararlos con nuestras apreciaciones y nuestras dudas. En cualquier caso, el intento de una mayor fineza espiritual no se excluye. Lo que se excluye en las afirmaciones sobre nuestra conciencia es la importancia que le concedemos. En nuestros días, cuando la importancia de nuestro juicio y de nuestra manera de ver las cosas ha subido muy alto, puede servirnos de correctivo importante la visión que leemos hoy en el escrito: no le des tanta importancia a tu conciencia. Dale mucha más a tu búsqueda del Señor y a la proximidad del hermano. ¡En el fondo, lo que queda relativizado ante el texto de hoy somos nosotros mismos!

ORIOL TUÑI
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 623 s.

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