COMENTARIOS A LA PRIMERA LECTURA

Hch 9, 26-31

 

1.

La vocación y conversión de Pablo es un hecho muy importante en la primitiva iglesia, su historia, su situación. Una vez narrada, Lucas da cuenta de la primera reacción ante él.

Hay dos rasgos interesantes: la inicial desconfianza ante un Saulo convertido, lo que muestra que también en esa primera comunidad funcionaban los rasgos humanos normales que funcionan en los seres humanos. El otro es la aceptación incondicional posterior, si bien Lucas suprime las tensiones que acompañaron siempre a Pablo en su vida en ciertos ambientes. Pablo, por su parte, se entrega con ímpetu a la misión que le ha sido confiada. Sigue las huellas de Jesús, y ello le empieza a preparar a un destino parecido: el peligro de su vida. La solución aquí es distinta que en el evangelio: Pablo huye, de acuerdo con los hermanos. No siempre se habrá de proceder de la misma manera. Y ello no por cobardía sino por fidelidad a la misión misma.

El sumario del v. 31 corona la perícopa. Como en otros parecidos no es tanto una descripción histórica de la situación, lo cual sería contradictorio con lo que ha dicho en el párrafo anterior de la persecución hacia Pablo y por lo que sabemos del resto de Hechos tocante a esta época. Es más bien poner de relieve la acción del Espíritu que aparece, significativamente, al final de las líneas. Su acción es paz, asistencia, presencia en la comunidad.

Este mismo Espíritu sigue hoy con nosotros. El mensaje central de Hechos sobre el Espíritu es válido hoy día en nuestra comunidad concreta.

F. PASTOR
DABAR 1988/27


2.

A los dos años después de su conversión, Pablo se dirige a Jerusalén buscando el contacto con la primitiva comunidad cristiana. No se le sería fácil, pues todos se acordaban del antiguo perseguidor y lo miraban con recelo, pero medió su amigo Bernabé, de origen helenista, igual que Pablo y lo presentó a los apóstoles.

En su carta a los Gálatas (1, 18-24), Pablo nos dice que en este viaje vio únicamente a Pedro y a Santiago, llamado "hermano del Señor". El autor de los Hechos no especifica, y habla, en general, de los apóstoles, pues lo único que le importa es hacer constar que Pablo fue aceptado por los jefes de la comunidad primitiva.

Pablo permaneció en Jerusalén quince días (Gál 1, 18), poco tiempo para realizar una actividad evangélica entre los helenistas. Tampoco debemos suponer que tuviera tiempo para actuar en los medios judíos, hablando en las sinagogas.

Con todo, quince días bastaron para que se atrajera el odio de sus enemigos y corriera el mismo peligro que Esteban, a quien Pablo iba a suceder con el mismo espíritu universalista.

Con la ayuda de los hermanos, esto es, de los fieles de Jerusalén, Pablo salva su vida embarcándose en Cesarea y huyendo a su ciudad natal. En Tarso debió predicar intensamente el evangelio, pues se corrió la voz en las comunidades cristianas de Judea que decían: "El que nos ha perseguido predica ahora la misma fe que antes quiso liquidar" (Gál 1,23).

Pablo no fue "apóstol" en sentido estricto, no fue uno de los Doce, pues no conoció a Jesús de Nazaret en su vida pública ni le siguió a partir del bautismo en el Jordán y hasta su ascensión a los cielos. Por eso Pablo deberá ceñirse en su predicación al testimonio de los apóstoles o Tradición Apostólica. De ahí la importancia de este primer contacto con Pedro en Jerusalén.

I/C/NO-LUGAR: Con la conversión de Pablo, el principal perseguidor, la iglesia entra en un período de paz que se extiende hasta el reinado de Herodes Agripa I (hacia el año 40). Y la fe cristiana se implanta en las tres regiones de la Palestina occidental. Es notable que Lucas designe a todas las comunidades cristianas palestinenses con el nombre de "iglesia". Esta palabra mantiene en adelante un doble significado en el N.T: la asamblea o reunión de los cristianos en un lugar (iglesia local) y la totalidad de los creyentes (iglesia católica o universal); pero nunca se llamará "iglesia" al lugar de reunión.

EUCARISTÍA 1988/22


3.

La primera lectura presenta las dificultades con que se encontró san Pablo cuando intentó incorporarse a la comunidad cristiana de Jerusalén. La razón principal de estas dificultades se hallaba en que los miembros "antiguos" de la comunidad dudaban de la sinceridad de la conversión del miembro "nuevo". Ya desde el principio, aquella primera comunidad cristiana sintió la tendencia a encerrarse en sí misma y a poner obstáculos a la incorporación de los que no tenían exactamente la misma mentalidad.

Este peligro es constante en la Iglesia. Y en el fondo proviene de una falsa idea de lo que realmente es la comunidad cristiana.

A menudo confundimos la Iglesia con una sociedad meramente humana, en la que sólo cuentan los factores unitivos de las afinidades humanas. Por eso excluimos espontáneamente de nuestras comunidades a todos aquellos que no piensan como nosotros, que no viven como nosotros, que no "son de los nuestros". En cambio, deberíamos tener en cuenta que "en la definición de la Iglesia no entran, o apenas, los factores económicos, culturales, éticos, políticos o sociales, que entran en la definición de toda sociedad completa. Para pertenecer a la Iglesia no es preciso pertenecer a un pueblo, a una civilización, a una clase social, o a un partido político determinado. Su agrupación no se apoya en ninguna de estas bases (aunque éstas no dejen de influenciarla ampliamente), sino en una palabra común, una fe común en Jesús, y una esperanza común en el cumplimiento del reino que él anunció" (B. BESRET, Clefs pour une nouvelle Eglise, París 1971). Como dicen las palabras finales de la lectura, la única realidad capaz de vivificar, multiplicar y construir la Iglesia, es el Espíritu Santo, que supera todas las diferencias y rivalidades humanas.


4. /Hch/09/23-43

Esta perícopa es bastante compleja. Un primer bloque narrativo (v 23-30) gravita en torno de la figura de Pablo y enlaza con su vocación y primer apostolado en Damasco. Los dos relatos finales giran alrededor de la figura de Pedro y nos cuentan dos milagros realizados por él en dos ciudades de la costa occidental de Palestina (32-43). El v. 31 es una transición entre los dos bloques narrativos. Es uno de los típicos sumarios redaccionales de los Hechos y habla, en notable contraste con el contexto precedente, de una pacífica expansión misionera por toda Judea, Galilea y Samaría.

La escena de los vv. 23-25 sobre la huida de Pablo de Damasco, tras haber estallado allí una persecución a muerte contra él, tiene un paralelo en 2 Cor 11,32-33. El texto de los Hechos ignora o silencia el viaje que durante esta época, y desde Damasco, hizo Pablo a Arabia (cf. Gál 1,17). Mientras 2 Cor 11,32-33 dice que el gobernador de Aretas, rey de Arabia, puso guardia en la ciudad para prender a Pablo, el texto de los Hechos señala a los judíos como los verdaderos instigadores de la persecución: dos visiones que se pueden armonizar fácilmente. Pablo comienza por anunciar la buena nueva a los judíos, y ellos responderán casi invariablemente con un rechazo misterioso y con violentas persecuciones (cf. 9,23-25.29-30...). Una evangelización que libra al hombre de los demonios y de los mil factores que lo esclavizan desencadena siempre persecuciones interesadas, lo mismo en el caso de Pablo que en el de Jesús y en el de la Iglesia de todos los tiempos. La persecución es también uno de los signos de la verdadera Iglesia y una bienaventuranza (Lc 6,22-23; cf. 6,26).

La primera ida de Pablo a Jerusalén (26-30) tiene un paralelo en Gál 1,11-24. El texto de Gál pone de relieve el aspecto de una visita a los jefes de la Iglesia madre (Pedro y Santiago): Pablo, el apóstol de las iniciativas misioneras autónomas, destaca este gesto de comunión. El texto de los Hechos resalta más negativamente que Gál 1,23-24 la desconfianza con que reciben a Pablo los discípulos de Jerusalén y, por eso, nos habla de la labor de mediación de Bernabé. Como Pablo, podemos convertirnos en los agentes eclesiales, siempre muy útiles y creadores, que desde la periferia o bien desde nuevas fronteras promueven con autonomía iniciativas renovadoras, motivo a veces de perturbación y desconfianza para los guardianes de las situaciones establecidas. Pero, como Pablo, nunca podemos olvidar que la Iglesia es una comunión.

Durante la época de la actividad misionera de Pedro a través de las ciudades de la costa mediterránea de Palestina sobresalen los dos milagros de la curación del paralítico Eneas en Lidia (32-35) y de la resurrección de Tabita en Jope (36-42). Los dos prodigios están en sorprendente continuidad con los milagros de Jesús (cf. Mc 2,1-12 par.- Mc 5,21-43 par.) y de Pablo (Hch 20,7-12). El Nuevo Testamento quiere ver sobre todo en los milagros signos del reino que libera. Para creer, también el hombre de hoy necesita ver en la Iglesia signos de liberación y salvación.

F. CASAL
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 191 s.


5. /Hch/09/27-31  /Hch/11/19-26

Hechos 9,27-31 hace referencia, sobre todo, a la primera ida de Saulo a Jerusalén después de su conversión. Aunque intentaba unirse a los discípulos de aquella comunidad, ellos recelaban de él debido a su reciente pasado de perseguidor de la Iglesia.

Fue la hora de los buenos oficios de Bernabé, que sobresalía por su carisma de apertura y conciliación, que supo hacer de puente entre Saulo, los apóstoles y la comunidad cristiana de Jerusalén (v 27). Así maduraba la gran figura apostólica de Pablo, quien, sin embargo, no encontró espacio para su tarea de evangelización en Jerusalén, debido ahora al fanatismo hostil de los judíos helenistas, y tuvieron que enviarlo a Tarso, su ciudad natal (28-30). Dentro de un vivo contraste con todo esto se nos dice en el v 31 que las Iglesias gozaban "de paz por toda la Judea, Galilea y Samaría", cuando de hecho la gente más abierta como Pablo y los creyentes helenistas habían tenido que huir y dieron lugar a la fundación de la Iglesia de Antioquía, objeto del pasaje siguiente.

En 11,19-26 palpamos el irreprimible impulso evangelizador de los primeros cristianos. Aunque de momento parece que nada más que a los judíos, los helenistas, dispersados a raíz del martirio de Esteban, evangelizaban en Fenicia, Chipre y Antioquía (19). Pero los moradores de Cirene y de Chipre, patria de Bernabé, se decidieron con gran éxito a anunciar «la buena nueva del Señor Jesús» a los mismos griegos incircuncisos de Antioquía (20-21). Los apóstoles eligieron a Bernabé para consolidar esta obra, el cual busca la ayuda eficiente de Pablo, entonces en Tarso y, juntamente con él, organiza sólidamente aquella Iglesia, que fue un poderoso centro de irradiación evangélica y donde por primera vez los discípulos de Jesús fueron llamados «cristianos» (22-26).

El rasgo más llamativo de esos dos pasajes de los Hechos, escogidos para conmemorar la fiesta del evangelista Lucas, es sin duda la fuerte vocación evangelizadora que manifiesta la Iglesia primitiva. Los helenistas del grupo de Esteban y de los Siete y, sobre todo, figuras como Bernabé y Pablo eran sin duda evangelistas de primera talla, que a la vez procuraban despertar vocaciones y preparar sin tregua nuevos colaboradores para la tarea del evangelio, que siempre pide más brazos. Todos ellos están en el origen de la dinámica comunidad cristiana de Antioquía, donde hacia los años cuarenta ganarían para la nueva fe al pagano Lucas, médico y hombre de clase culta, el cual llegará a ser doblemente evangelista, como colaborador de Pablo y como escritor del tercer Evangelio y de los Hechos. El, que fue como una gran llama encendida en otras llamas, escribió estas historias cautivadoras, que tienen la fuerza de despertar en sus lectores vocaciones para el evangelio.

F. CASAL
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 844 s.