27 HOMILÍAS PARA EL V DOMINGO DE PASCUA
1-7

1. 

D/NECESIDAD: Eugène Ionesco declaraba hace pocos años: "El mundo ha perdido su rumbo, no porque falten ideologías orientadoras, sino porque no conducen a ninguna parte. En la jaula de su planeta los hombres se mueven en círculo porque han olvidado que se puede mirar al cielo... Como solamente queremos vivir, se nos ha hecho imposible vivir. ¡Miren Vds. a su alrededor!" Y el famoso historiador Arnold J. Toynbee confesaba: "Estoy convencido de que ni la ciencia ni la técnica pueden satisfacer las necesidades espirituales a las que todas las grandes religiones quieren atender. La ciencia no ha suplido nunca a la religión, y confío que no la suplirá nunca. ¿Cómo podemos llegar a una paz duradera y verdadera? Estoy seguro de que para la paz verdadera y permanente es condición imprescindible una revolución religiosa. Tengo para mí que ésta es la única clave para la paz. Hasta que lo consigamos, la supervivencia del género humano seguirá puesta en duda".

Es decir, que en este mundo tan tecnificado y consumista, tan racional y seguro, quedan todavía por llenar las grandes cavernas del corazón humano donde habita la necesidad de la paz, de la bondad, del amor y la justicia, de la felicidad verdadera. Asistimos -diríamos- a un doble movimiento. Por una parte aumenta la ciencia y la racionalidad, la técnica y los bienes, las riquezas..., pero por otra parte disminuye cada vez más el sentido y la felicidad de los hombres. La necesidad de Dios, de algo que esté más allá de los bienes y de las cosas, de los trabajos y del placer, sigue viva en el hombre del s. XX con idéntica o mayor fuerza que en el hombre primitivo e inculto de las cavernas. COMUNISMO/RELIGION  Muchos ateos convencidos y militantes, no han logrado nunca sacudirse de encima el problema de Dios. Feuerbach y Nietzsche, quienes por la proclamación pública de su ateísmo se creyeron más liberados que nadie, permanecieron hasta el final de sus días anclados en el problema de la religión. La utopía que Marx anunciara de la total "extinción" de la religión tras el proceso revolucionario ha sido desmentida por la misma evolución de los estados socialistas: sesenta años después de la revolución de octubre, y tras indescriptibles persecuciones y vejaciones de iglesias e individuos, el cristianismo en la Unión Soviética es una realidad en crecimiento más que en regresión; según los datos más recientes (quizá ya superados), uno de cada tres rusos adultos (y los rusos constituyen aproximadamente la mitad de todos los habitantes de la Unión Soviética) y uno de cada cinco ciudadanos soviéticos adultos es cristiano practicante (H. Küng).

RL/QUE-ES: La religión no es una ética, una moral, una teoría, una costumbre, un conjunto de ritos o prácticas religiosas. Lo religioso es una dimensión del hombre. La religión es la dimensión de profundidad del hombre, ese último reducto donde se debaten las opciones profundas ante la vida y la existencia.

H/MISTERIO: Porque todo hombre es para sí mismo un misterio. La ciencia nos dice muchas cosas. Hoy no es posible el hombre enciclopédico que sabe todo lo que científicamente se puede saber en este mundo.

CIENCIA/FE: Sin embargo, las grandes verdades, que suelen ser las más elementales pero a la vez las verdaderamente vitales -las que clásicamente se llamaban las "verdades eternas"- quedan sin contestar por la ciencia. De lo más importante, de lo que realmente necesitamos para vivir, no sabemos nada. Esas verdades no pertenecen al ámbito de la ciencia sino al del misterio, y sólo se resuelven y perciben en la fe, en la creencia o en el ateísmo -que no deja de ser una fe.

Todos los hombres se preguntan: ¿Por qué la vida? ¿Por qué la muerte? ¿Por qué el amor y el egoísmo, la paz y el odio, la calma y la violencia, el hambre, la injusticia, la opresión, el dolor, el tiempo, la enfermedad, la vejez, la soledad, la frustración...? ¿Por qué? Sin embargo, hace dos mil años, un hombre nació en un lugar oscuro de Palestina y murió a los 33 años clavado en una cruz. Se llamaba Jesús. Muchos han dicho que era un iluso o un impostor.

J/CENTRO: Sin embargo, mil millones de hombres creemos en él. Creemos que fue un hombre nacido de mujer, pero creemos también que era Dios, el Hijo de Dios, que apareció entre nosotros suscitado por Dios para revelarnos su misterio, que es el nuestro. Murió, pero resucitó. Por eso, no sólo vivió, sino que sigue vivo, en un modo de existencia que nosotros también tendremos más allá de la muerte y de este cuerpo frágil. Muchos creemos en él porque en él hemos encontrado personalmente el Camino, la Verdad, la Vida. En él hallamos una respuesta a las preguntas esenciales del hombre, que nos satisface más que cualquier otra respuesta balbuciente que se haya aventurado en la historia de todos los pueblos.

Millones de hombres preguntan. Jesucristo es la respuesta. Haberla hallado personalmente -y no otra cosa-, eso es ser cristiano. Transmitir esa noticia a todos los hombres -lejanos y cercanos- eso es la Misión. Y la Misión comienza por nosotros mismos, en la medida en que nuestra propia vida nos manifiesta que en Jesucristo hemos encontrado realmente la solución de nuestras preguntas y un sentido nuevo y gozoso para nuestra existencia.

DABAR 1977/59


2. H/HOGAR

La mayoría de la gente se queja de que no está donde quiere estar, ni trabaja donde quiere trabajar. Existe insatisfacción por causa de la inadaptación en el trabajo. El grado de satisfacción es para muchos mínimo o nulo.

Pasa que muchos caminan y corren sin parar de acá para allá, y lo más triste es que no saben si su camino es el acertado...

El buen camino es el que lleva al hogar. Pero el hogar del hombre, el hogar querido, no es un lugar para dormir o para morir al final de la jornada de la vida, y nada más. 

-Hay un hogar para el hombre. 

A pesar de todo, la vida es posible con una cierta compañía. De ahí que nuestro hogar está donde alguien nos espera con amor, donde alguien nos recibe y nos acoge; más aún, donde alguien sufre por nosotros cuando tardamos en volver a casa, y nos acepta como somos y conoce nuestro rostro y nuestro talante.

Pero si -imaginemos- nadie nos esperara, podríamos decir que no tenemos hogar ni camino por donde ir a él, ya que nada tiene sentido en la vida, y nos encontramos en el mundo sin remedio, como desorientados.

Los discípulos de Jesús creemos que, de hogar, hay para el hombre, para todos los hombres que caminan y buscan sinceramente y sin desfallecer. Pero el hogar del hombre no está en esta tierra de nuestras caminatas y de nuestros desfallecimientos y pesanteces. No lo es todavía ni prioritariamente.

/Lc/15/20b Ni siquiera el hombre es para el hombre un lugar de acogida plena, ya que el único que puede acoger plenamente al hombre es el Otro, es el Padre Dios.

Quiero decir que nosotros creemos que Alguien nos espera con amor, que nuestro destino definitivo no es el vacío ni la oscuridad. Quiero decir que nuestro futuro no está repleto de fantasmas, y que podemos hacer camino sin miedo a la muerte y a través de la misma muerte.

-Hay un camino hacia la Casa del Padre

Nosotros creemos que Jesús, el gran hermano, se nos ha avanzado con el fin de sentarse en el futuro y allí prepararnos sitio.

Nosotros creemos que Dios es Padre de verdad, y que en Él todos, sí, todos, recibimos hospitalidad y acogida. Creemos que Dios es la morada de la vida y la verdadera casa del hombre.

Pero todos, poco o mucho, pensamos que Dios está lejos e invisible, y entonces nos ponemos nerviosos. Pero Jesús nos ha dicho que no perdamos la calma: "no perdáis la calma, creed en Dios y creed también en mí". ¿Por qué? Porque Él ya ha llegado a casa y, además, nos ha dejado un camino, el Camino. Por Jesús y en Jesús tenemos acceso a Dios, a nuestro Padre.

Ahora lo más urgente es ponernos a hacer camino; es decir, vivir y morir como Jesús, que vivió y murió por los demás.

Ya os dais cuenta de que este camino no pasa por un mundo en el cual el hermano es olvidado y abandonado en la orilla. Este no es el camino de Cristo. El camino pasa por la fraternidad viva, por la solidaridad universal sin discriminaciones.

Cuando todos seamos hermanos, vivencialmente hermanos, entonces estaremos en casa, en nuestro hogar, y en la casa del Padre ¡hay estancias para todos! Es verdad que hay gente que siempre han tenido y tienen los ojos del corazón fijos en el cielo, tanto que a veces no han seguido el camino con los pies en el suelo. Y claro está, así no es posible encontrarnos con los hermanos ni con el Padre Dios.

Pensar únicamente en el cielo y olvidar el camino, no lleva a ninguna parte, es una alienación, es equivocar el camino.

-La Iglesia: un modelo de fraternidad gozosa

Los primeros discípulos de Jesús, los "discípulos del Camino" (Hch), ofrecían al mundo que los observaba, un modelo de fraternidad gozosa. Abiertos y atentos a la Palabra de Dios y dispuestos a seguir el camino del Reino, aprendieron a superar las diferencias y a resolver los conflictos con amor. Organizaron la convivencia para favorecer la vida (y no para complicarla o prostituirla con estructuras no-evangélicas); la organizaron para profundizar la comunión "íntima" entre hermanos y nunca para crear grupitos de selectos.

Edificaron la comunidad sobre el único fundamento válido, que es Cristo, el Señor, que con sus brazos abiertos nos incorpora a todos y nos llena con el aliento de su Espíritu, que es el Espíritu de Comunión, y nos da coraje para seguir por los caminos nuevos del Reino hacia el hogar del Padre.

Esta Iglesia no es todavía la definitiva casa del hombre, ya que también ella peregrina hacia el Reino del Padre con los dones del Señor y su fragilidad humana. En su peregrinar, la Iglesia vive en germen y como anticipo el futuro esperado.

Por esto la Iglesia siempre tiene que volver a las raíces de la fraternidad original inspirada en el Evangelio y no en ideologías propias de una historia o cultura determinadas o en la imitación de la ciudad secular y política, que prostituirían la comunión eclesial, que es un don de Dios, alma y fermento del mundo presente que pasa.

Por esto ahora renovamos el memorial del Señor, el Banquete de la Eucaristía que hace y rehace nuestra fraternidad eclesial en el gran Viviente, que es el Resucitado.

M. MONCADAS
Ob. de SOLSONA
MISA DOMINICAL 1987/10


3. J/PERSONALIDAD:

En el texto del evangelio de Juan que hoy nos presenta la liturgia encontramos una singular autodefinición de Jesús: "Yo soy el camino, la verdad y la vida". Estas palabras se han convertido para muchos de nosotros, por efecto de la repetición de las mismas, en una especie de estribillo que se repite, normalmente, en ocasiones múltiples, venga o no a colación. Sin embargo, estas palabras de Jesús no son un estribillo sino, además de una personalísima y novísima autodefinición de Jesús, una clara expresión de su originalidad, de su radical diferencia frente a todos los maestros que en Israel hubo antes que él.

El hombre es, por naturaleza, un ser itinerante, un ser en camino, en marcha; más aún: el hombre, por su propia naturaleza, se ve forzado a tener que "andar caminos". J/CAMINO/VERDAD/VIDA: Precisamente porque le son una necesidad connatural, los caminos se cotizan en la vida del hombre; y porque se cotizan proliferan; abundan caminos y encrucijadas: ¿qué camino será el acertado, el que lleve al hombre a su meta? Muchos son los caminos que reclaman para sí el derecho de ser el válido; pero frente al estatismo de los caminos objetuales, materiales, aparece un hombre de nuestra raza, Jesús de Nazaret, que se dice ser el camino (no uno cualquiera sino el camino, indicando exclusividad), un camino sujetual, personal.

Es un dato de experiencia que no necesita ulterior demostración: todos buscan tener razón, estar en lo cierto, dar en la diana, acertar..., en definitiva, dar con la verdad. Todos quieren tenerla y la mayoría creen que la tienen; pero la verdad es, por naturaleza, única. ¿Cómo conocer esa única verdad? O, al menos, ¿cómo acercarse a ella, aunque cada uno lo hagamos desde nuestra óptica, desde nuestro punto de vista, desde nuestra situación particular? Mejor aún, ¿dónde está esa única verdad, dónde encontrarla? Jesús responde a estos anhelos del hombre de forma sorprendente, diciendo de sí que él es la verdad. Frente a formulaciones filosóficas más o menos frías, teóricas, cerebrales, Jesús plantea una verdad real, personal, existencial, funcional, una verdad que, por su peculiar naturaleza, puede responder más eficazmente a las preguntas del hombre al respecto. La pregunta ¿qué es la verdad? tiene ahora una respuesta decisiva y única: "Yo soy la verdad". El gran anhelo, la mayor aspiración, el instinto más arraigado en el hombre es vivir; la lucha por la supervivencia es la lucha más encarnizada que lleva el hombre a cabo; es, incluso cayendo en el mayor contrasentido existencial, la razón, el ideal, la causa por la que más gustosamente da el hombre su vida: por vivir y, por supuesto, de una manera digna, como hombre, no como animal.

Entre las diversas opciones, entre los diversos estilos de vida, entre las diversas maneras que los hombres tienen de vivir real, digna e intensamente puesto que hay opciones tan contrarias, tan opuestas, tan dispares ¿cómo dar con la forma más real, digna e intensa de vivir? Jesús responde también a este interrogante y, como siempre, lo hace de forma existencial, personal; Jesús no se va a "perder" en dictar una filosofía del bien vivir, ni va a poner una moral que indique al hombre las pistas a seguir para que viva como tal; Jesús responde diciendo que él es la vida.

En muchas ocasiones ha dejado de ser realidad, incluso para los mismos bautizados, que Jesús sea el camino, la verdad y la vida, porque los hombres no han aceptado tal camino, tal verdad y tal vida; han preferido seguir otros caminos, otras verdades, otras vidas; ciertamente que a estos otros caminos, verdades y vidas no podemos clasificarlos de totalmente erróneos, pues, en muchas ocasiones, han participado de ese ser Camino, Verdad y Vida. Pero bien es cierto que, al absolutizar esas otras respuestas a las tres preguntas del hombre de que hemos hablado, ha convertido tales respuestas en ídolos. Y un ídolo, ciertamente, nunca puede ser un buen camino, ni una buena verdad, ni una buena vida, sino una alienación.

Es por todo esto que se impone que el cristiano recupere a este Jesús del evangelio de hoy y lo convierta en su camino, en su verdad, en su vida, Y que, además, dé testimonio de ello ante el mundo, desenmascarando así caminos, verdades y vidas erróneos y parciales que, por más que se acerquen al modelo Jesús, nunca podrán satisfacer totalmente al hombre, nunca podrán contestar de forma definitiva esos interrogantes que el hombre se plantea.

DABAR 1978/27


4.

-¿Adónde vamos...? Parece evidente que ningún hombre se encuentra donde quiere, pues todos vamos detrás de nuestros deseos y proyectos, cuando no huimos de nuestros temores y necesidades. En este caso es de suma importancia hacerse la pregunta por el fin, si no queremos perder el tiempo y el sentido de la vida. Si no queremos perder también la libertad, porque solo es libre el hombre que sabe adónde va.

Hoy vivimos en una sociedad altamente tecnificada en la que se investigan los medios y se ignoran los fines. Diríase que nos tapan los ojos para que no podamos descubrir nuestro propio camino, y después nos dejan movernos y aun elegir muchas cosas. Pero no somos libres porque no sabemos adónde vamos. Si, a pesar de todas las presiones sociales, conseguimos abrir los ojos, habrá amanecido para nosotros el día de nuestra liberación, porque el primer acto de la libertad es ver y descubrir uno mismo su propia vocación.

El vidente sabe de alguna manera que Dios es la casa del hombre, y que todos los caminos que no van a casa, son caminos perdidos y sin salida. Dios es el Otro, no hay más salida que ésta.

-Jesús es el camino. De nuevo nos encontramos en el evangelio de hoy con una afirmación absoluta de Jesús: "Yo soy el camino"; por tanto, no sólo es el que nos enseña el camino, sino el camino mismo, en persona. Y de nuevo tenemos que escuchar estas palabras en un contexto pascual: Jesús "es" porque ha resucitado. Y Jesús es el camino, porque con su muerte y resurrección nos abre el acceso a la casa del Padre.

Jesús dice también que es la verdad y la vida. Nadie puede hablarnos de esta manera a no ser Jesús, porque nadie conoce al Padre si no es el Hijo, aquél y a quien el Hijo lo haya revelado.

En la obediencia del Hijo, en la obediencia de Jesús hasta la muerte, y muerte de cruz, se ha realizado toda la voluntad del Padre y, de este modo, se ha revelado a los hombres en carne visible. El que ve a Jesús, ve al Padre; el que conoce a Jesús, conoce la voluntad del Padre y sabe ya a qué tiene que atenerse para alcanzar la vida.

-Siguiendo el camino de Jesús. Seguir el camino de Jesús, o seguir a Jesús, nuestro camino, es vivir unidos a él y vivir como él vivió. Unidos a Jesús, que se ha identificado con los pobres: "Lo que hagáis a uno de éstos, a mí me lo hacéis", y que ha prometido a los pobres -sólo a los pobres- el reino de Dios. El que halla a Jesús en los pobres va por el buen camino. Vivir como Jesús vivió significa ser un hombre para los demás, dar la vida y lo que es menos que la vida para construir con todos la gran fraternidad. Porque es así, saliendo al encuentro de cualquier otro, como llegaremos todos a la casa del Otro -del Padre- donde todos seremos hermanos. De manera que el acceso a Dios en Jesucristo sólo es posible en la medida en que nos acerquemos los unos a los otros, en que nos amemos los unos a los otros como hemos sido amados por Jesucristo, el hermano universal, prójimo de todos los hombres. De ahí que debamos entender nuestra vocación

-Dios llama a cada uno por su nombre- como algo a realizar en el amplio horizonte de una convocación universal: porque una es la casa en que hay muchas moradas, la casa de Dios, Padre nuestro.

-La Iglesia, lugar del encuentro. Los primeros discípulos de Jesús ofrecieron al mundo un modelo de fraternidad. Siguiendo el camino de Jesús, aprendieron a superar las diferencias y a resolver los conflictos con amor. Organizaron la convivencia para favorecer la vida, no para complicarla: para fomentar la comunión entre hermanos, no para establecer diferencias, rangos y dignidades. Construyeron la comunidad sobre el único fundamento que es Cristo, el Señor resucitado. Pedro dice de ella que es templo del Espíritu Santo, es decir, ámbito del encuentro con Dios en Jesucristo. Todos los miembros de esta comunidad constituyen un sacerdocio real, un pueblo de reyes y sacerdotes.

Un pueblo en el que, por tanto, ya no hay reyes o sacerdotes que mediaticen la libertad de los hijos de Dios y se interfieran en las relaciones de cada uno con el Padre. Pero la Iglesia todavía no es el reino de Dios.

PARA LA REFLEXIÓN:

-¿Qué significado práctico tiene para nosotros la afirmación de Jesús: Yo soy el camino? ¿Advertimos alguna diferencia entre la imitación de Cristo y el seguimiento? ¿Debemos imitar a Jesús en todo o seguirle en todo? -¿Dónde encontramos hoy a Jesús? ¿Seguimos todavía despistados?

-¿Puede un hombre realizarse en solitario? ¿Puede un cristiano ir a la casa del Padre sin contar con los demás creyentes? ¿Cómo nos ayuda la comunidad a permanecer en el camino?

-¿Favorece la organización de la Iglesia la convivencia y el encuentro entre los fieles? ¿Es un modelo de asociación fraterna?

EUCARISTÍA 1978/19


5.

El presente domingo, nos interroga sobre la esperanza. Escuchamos en el evangelio, como en los evangelios de los dos domingos siguientes, fragmentos del llamado -"discurso de despedida del Señor"- pronunciado por él para consolar a sus discípulos antes de entregarse a la pasión y muerte.

¿Estamos también nosotros en momentos de despedida y separación con la inquietud ante un incierto futuro, puesto que los tiempos de esa nueva realidad de Jesús y del mundo -la resurrección- caminan hacia su fin...? Dice el Señor: "Me voy a prepararos sitio. Adonde yo voy, ya sabéis el camino". Y es que Jesús les había hablado ya de su persona y de su misión. Por eso a estas alturas los discípulos debieran saber sobradamente que el maestro va al Padre y cuál es el camino.

Sin embargo, Tomás y Felipe -mencionados aquí especialmente entre el resto de sus compañeros- se sienten tristes y acobardados.

Quieren a su Señor y creen en él, pero dan la impresión de no querer arriesgarse a vivir en esperanza.

PEGUY/ESPERANZA: No estaría demás traer a nuestra memoria la bella imagen del poeta francés, Péguy, en la que figura o describe la fe como un padre, el amor como una madre y la esperanza como un hijo.

Pequeño y débil camina el hijo entre padre y madre: se agarra fuertemente de sus manos o va a veces también dando algún salto por delante de ellos. Por eso, no obstante, no se muestran los padres cansados. Por amor a la "esperanza", que es su retoño, recorren ellos su camino sin dudar. ¡Qué sería de ellos sin ese hijo, sin esa "esperanza"! Tomás afirma no conocer el camino que Jesús recorre por delante de ellos. Y Felipe aún dice más: quisiera que cayese el velo que le obliga a "creer" y, así, poder "ver" ya un poco al Padre. Sin embargo, Jesús replica a este discípulo: "Tú quieres ya algo que todavía no se te puede dar, porque no has hecho tuyo aún lo que se te está ofreciendo. Naturalmente nada es más maravilloso que ver al Padre. Pero primero hay que tener en cuenta que sólo ve al Padre quien me ve a mí". ¡Ojo! No hay que olvidar el alcance total del contenido de la fe cristiana: el verdadero Dios ha querido revelarse plenamente y en definitiva de una sola forma, que es por medio de su Hijo enviado.

Por encima de todo lo "celestial" se extiende todo lo terrenal; lo que alguna vez hemos llamado "sobrenatural" pasa indefectiblemente por lo natural. El consuelo que el Señor proporciona a sus discípulos, fortaleciendo así su esperanza, consiste en una de aquellas afirmaciones sobre sí mismo: "Yo soy...". En el evangelio del pasado domingo le oíamos decir: "Yo soy la puerta de las ovejas; yo soy el buen pastor". Hoy escuchamos una de sus más importantes revelaciones: "¡Yo soy el camino, la verdad y la vida!". Siempre tuvo que estar Jesús diciendo a sus amigos cosas semejantes: yo soy el nuevo templo, la nueva casa, la nueva morada... Naturalmente no se trata de un mero camino o lugar en sentido material, sino más bien se trata de la posibilidad de hacerse uno con Cristo, de aceptarlo en nosotros, de ir tras él y con él al encuentro definitivo de un Dios que nos ha preparado una nueva "estancia" o "estado", una nueva vida.

En esta espera estamos, y en esta espera es donde florecen nuestras aspiraciones y brota nuestra oración durante el tiempo de Pascua, que no solamente es tiempo de Pascua en espera de Pentecostés, sino el tiempo de toda nuestra vida en el deseo y el trabajo por una definitiva venida del Espíritu de Dios a nuestro encuentro.

El Señor resucitado nos garantiza una salvación efectiva y eterna de Dios, concediéndonos la capacidad y los motivos suficientes para esperar. Tal esperanza, a su vez, mantiene vigilante nuestra fe y nuestro amor durante la peregrinación a la patria definitiva.

Con este mensaje tienen también que ver las otras dos lecturas del presente domingo. En la primera escuchamos la posibilidad que se nos ofrece, por decirlo así, de tomar parte en la asamblea o en el espíritu de una comunidad eclesial reunida...; una asamblea que discurre no sin dificultades. Porque también los cristianos de la primera iglesia tuvieron sus más y sus menos en diversidad de opiniones. Aquí se reflejan fuertes controversias en torno a la unidad de los cristianos de origen judío y los de origen griego. Poco a poco fueron clarificándose los papeles, los ministerios, etc., poco a poco fue construyéndose la Iglesia por la fuerza de una misma esperanza.

En la segunda lectura nos encontramos de nuevo con la imagen de la casa, de la Iglesia que se va congregando y edificando en torno a Cristo, la piedra angular. Este nuevo templo espiritual es descrito por una enorme dinámica: por su hacerse, por su crecimiento, por su ir de camino... Este templo ofrece acogida y es prenda de cobijo en medio de la aparente intemperie e inseguridad de la marcha a través del desierto de la existencia.

El templo, sin embargo, no está acabado (no olvidemos que la Iglesia tampoco es la "casa definitiva", sino sólo el símbolo necesario de aquélla a la que caminamos). Ahora bien, los creyentes nos prestamos a su edificación, en cuanto "generación elegida", en cuanto "pueblo adquirido por Dios para su propiedad". No somos nosotros otra cosa que un Israel en otro tiempo de camino.

De la misma manera, pues, que Jesús infundió cambio y movimiento en su pueblo y en su mundo, así deben servir sus comunidades al crecimiento y plenitud de los hombres hasta llegar a la casa del Padre.

EUCARISTÍA 1987/24


6.

El evangelio de este domingo prepara la despedida de Cristo. Pide fe y tranquilidad cuando deje el mundo y vaya al Padre.

1) "Yo soy el camino y la verdad y la vida". Jesús se va a la casa del Padre a preparar "sitio" a los suyos. Pero volverá para llevarnos con él.

La pregunta de Tomás es significativa de quienes desconocen el mensaje de Jesús. Cuando no se sabe que la morada del Hijo está en la casa del Padre, se desconoce también la orientación y el camino. Por eso en este contexto las palabras de Cristo resucitado son de una frescura de mañana de Pascua: "Yo soy el camino y la verdad y la vida". No hay otro camino para llegar al Padre que la persona de Cristo; conocerle a él es tener experiencia visible del Dios invisible. Este conocimiento pasa por las obras que el Padre realiza en él, sobre todo la resurrección.

2) La Iglesia signo de la presencia del resucitado. Cuando Cristo vaya al Padre, quienes creen en él realizarán sus obras y aún mayores (evangelio). Por la predicación va creciendo el número de los discípulos de Jesús (1 lectura). Sobre la roca viva del resucitado se edifica la comunidad de los bautizados, como templo vivo (2 lectura). La misión de este pueblo cultual y sacerdotal es "ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo". Jesús aparentemente ausente sigue actuando a través de esta "nación consagrada" y "pueblo adquirido". Así la Iglesia es sacramento universal de salvación que proclama al mundo la liberación plena y la vida nueva en Cristo.

3) DIACONÍA: Por la oración e imposición de las manos. En la Iglesia todos somos servidores de Cristo y de los hermanos. Como Cristo servidor todos estamos llamados a una diaconía. Toda la Iglesia está llamada a ser servidora, pero en ella los servicios son variados.

La primacía entre los ministerios la tiene el de la Palabra y la oración. Junto a ellos descuella también el servicio de la caridad y atención a los más pobres. Los diáconos en la Iglesia encarnan este ministerio último. Son constituidos a partir de la elección de la comunidad, por la imposición de manos y la oración de los apóstoles.

La Iglesia necesita imperantemente aparecer como servidora en sus miembros. Es urgente la puesta en práctica de los distintos ministerios y servicios, realizados ya por seglares y por sujetos ordenados.

RAMIRO GONZALEZ
MISA DOMINICAL 1990/10


7. -Cristo, camino, verdad y vida

La joven Iglesia debe saberlo: nadie puede llegar al Padre sin pasar por el Hijo; éste es uno de los temas del evangelio de este 5.° domingo. Para Cristo, al responder a la pregunta bastante mezquina de Felipe, "Muéstranos el Padre", es el momento de recalcar con una frase su unidad con el Padre: él está en el Padre y el Padre está en él. La fe en esta realidad es indispensable, y si se quiere realizar grandes obras, es necesario creer en la persona de Cristo. Toda la actividad de la Iglesia sería infructuosa si no se creyera de manera absoluta en la persona de Cristo y en su unión íntima con el Padre. Durante su vida, Cristo quiso dar con sus obras la señal de esta unidad entre él y su Padre. Y Jesús anuncia ya su marcha. En el momento en que va a dejar en la tierra a sus discípulos, se preocupa por la hondura y el objeto exacto de su fe. Porque es tan fundamental esa actitud para la joven Iglesia, que condiciona su propia existencia. Cristo es verdaderamente el instrumento del encuentro con Dios, y en este sentido, la Iglesia ha de ser continuadora de Cristo e indicadora del camino para llegar al Padre.

CON/HEBREO-GRIEGO: Indudablemente no existe identidad entre Cristo y la Iglesia, pero es voluntad de Cristo que su Iglesia sea signo; ella, en la humildad de su condición, va detrás de su Cabeza y guiada siempre por su Espíritu: camino, verdad y vida. Volvemos a encontrar aquí en boca de Jesús el término "conocer". "Conocer" al Padre, "conocer" a Cristo. El evangelio de este día da bastante idea de la diferente manera que tienen de entender lo que es conocimiento un filósofo griego y uno hebreo. Para un griego, conocer sería más bien abstraer, o también contemplar desde afuera un objeto que sigue siendo lo que es de una manera definitiva, hasta el punto de poder formarnos de él un concepto. De este modo está Dios fuera de nosotros, y le contemplamos en sí mismo como a alguien a quien intentamos alcanzar al ir formulando progresivamente el concepto de Dios. Lo esencial consiste en captar las cualidades esenciales de ese Dios que contemplamos y que se mantiene exterior a nosotros.

Para un hebreo, conocer significa experimentar el objeto del conocimiento, entrar en estrecha relación con él. Si para un griego se trata de contemplar a un Dios que permanece fuera de nosotros en su inmutabilidad, para el hebreo se trata de experimentar las relaciones de Dios con los hombres; se le conoce por sus obras. El evangelio de Juan ha de leerse en su contexto cultural. Aunque su contexto es hebreo, sin embargo deben reconocerse en él ciertos elementos griegos; así pues, para entender ciertos términos de este evangelio, como el de "conocer", no deberían aplicarse distinciones demasiado tajantes entre "griego" y "hebreo". Sin embargo, el mismo Cristo indica lo que entiende él por "conocer": es una experiencia concreta que puede alcanzarse considerando las obras realizadas por él mismo. En ese momento se le podrá conocer partiendo de lo concreto de la experiencia. Después de haber vuelto Cristo al Padre, habrá que conocer a éste y tener experiencia de él a través de los signos de Cristo.

-El Espíritu y la imposición de las manos

Continuar los "signos" de Cristo para permitir la experiencia de Dios y poder hacer que se le vea -"conociendo a Dios visiblemente", como dice uno de los prefacios de Navidad- es la preocupación de la Iglesia. Consiguientemente, ésta ha de poder disponer de hombres que aseguren en ella el ministerio de la Palabra, pero también los servicios más humildes que aseguren la vida, incluso material, de los fieles. Quien elige en realidad esos hombres y les comunica un carisma particular para cumplir su misión, es el Espíritu. Siete hombres reciben así la imposición de las manos de los Apóstoles, previa oración. Lucas señala que la comunidad seguía aumentando hasta el punto de que el número de los discípulos "crecía mucho", escribe el propio Lucas, y se complace en precisar que aceptaban la fe incluso numerosos sacerdotes judíos.

-Raza elegida, sacerdocio real

Pero, en realidad, la Iglesia entera es ya un signo que permite el acceso al Padre. En la construcción progresiva de la Iglesia, cada cristiano es una piedra viva. Para serlo necesita poseer una fe viva en la persona de Jesús resucitado.

SCDO-COMUN-Y-MIRIAL: Sobre la base de este texto de Pedro se ha construido a veces una teología un tanto subjetiva, que ha podido contradecir a una teología de los ministerios, ya no tan sencilla de establecer. Se ha podido exagerar o, por el contrario, restringir el pensamiento de quien habló del "sacerdocio de los fieles". En este sacerdocio de los fieles se ha visto, por un lado, una simple analogía: el bautismo y la confirmación conferirían un sacerdocio analógico. O, por el contrario, en este texto se ha querido encontrar una especie de proclamación sacerdotal, la carta del sacerdocio de todos los fieles, siendo verdaderamente sacerdote todo bautizado y por tanto la negación de toda jerarquía en el orden sacerdotal. En el momento del Concilio de Trento, uno de los caballos de batalla de la Reforma fue éste: todos sacerdotes. La interpretación de esta frase de la carta de Pedro la ha dado con bastante claridad, parece, la constitución dogmática Lumen Gentium, sobre la Iglesia, en la que se considera el sacerdocio (Lumen Gentium 3, 9, 10, 31, 32). Parece preferible recoger el texto de la Constitución tal y como es: Cristo, Señor, Pontífice tomado de entre los hombres (Heb 5, 1-5), a su nuevo pueblo "lo hizo reino y sacerdotes para Dios, su Padre" (cf. Apoc 1, 6; 5, 9-10). Los bautizados son consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo por la regeneración y por la unción del Espíritu Santo, para que por medio de todas las obras del hombre cristiano ofrezcan sacrificios y anuncien las maravillas de quien los llamó de las tinieblas a la luz admirable (cf. I Pe 2, 4-lO).

Hasta aquí, pudiera creerse que el texto habla de un sacerdocio analógico por el que nos ofrecemos sólo espiritualmente. Pero la Constitución puntualiza: El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico se ordenan el uno para el otro, aunque cada cual participa de forma peculiar del único sacerdocio de Cristo...

Así pues, en realidad no hay más que un solo sacerdocio, el de Cristo, participado de dos maneras esencialmente distintas: el sacerdocio de los bautizados y el de los ministros ordenados. Sin embargo, la Constitución no hace precisiones netas sobre este sacerdocio real de los fieles. Se habla de los sacrificios espirituales que deben ofrecer; en tanto que, al tratarse de la eucaristía, se relaciona con ella al sacerdocio ministerial. Pudiera concebirse, por lo tanto, una doble manera de entender el ofrecimiento del sacrificio: una, espiritual, y ése sería el papel del sacerdocio de los fieles, un ofrecimiento puramente interior; y otra visible, ritual, exterior, de ofrecer el sacrificio verdadero, que sería el papel del sacerdocio ministerial o de orden. De donde podría deducirse que el único sacrificio verdadero es el ritual y exterior, y por lo tanto, únicamente el ofrecido por la jerarquía sacerdotal. De ser exacta esta distinción, tendría importantes consecuencias en cuanto a la participación de los fieles en la liturgia. En efecto, la liturgia se sintetiza en el sacrificio eucarístico y gira en torno a él. Si este sacrificio puede ser solamente ofrecido de manera visible por el sacerdocio jerárquico y sólo espiritualmente por los fieles con su sacerdocio de bautizados, el sacerdocio de éstos sería en realidad meramente analógico, y una especie de paso nominal de las prerrogativas del sacerdocio ministerial al de los fieles. En consecuencia, ¿cómo hablar de una liturgia del cuerpo de la Iglesia, a no ser de una manera analógica y metafórica? En realidad, habría que reservar, por lo tanto, la liturgia verdadera y propiamente dicha exclusivamente a los ministros ordenados de la Iglesia. Y sin embargo, hay que reconocerlo: en ninguna parte encontramos en la tradición esta distinción que desdoblaría el sacrificio distinguiendo un sacrificio exterior, visible, ritual y un sacrificio espiritual. Al contrario, a partir de la enseñanza de los profetas y de Cristo, encontramos un solo sacrificio, el sacrificio espiritual consistente en cumplir la voluntad de Dios (Jer 7, 22; Am 5, 21-25, Mt 9, 13; 12, 7; Mc 12, 33-34; Jn 4, 23-24, especialmente Jn 2, 14-17; Mt 26.61; Mc 14, 58). Además, la muerte de Cristo es un sacrificio espiritual, el único que el Padre puede aceptar. También los cristianos ofrecen un sacrificio espiritual. Si la celebración sacramental, y especialmente la de la eucaristía, es un acto ritual y por lo tanto exterior, el sacrificio de Cristo es un sacrificio espiritual, el único que el Padre puede aceptar. También los cristianos ofrecen un sacrificio espiritual. Si la celebración sacramental, y especialmente la de la eucaristía, es un acto ritual y por lo tanto exterior, el sacrificio de Cristo, así actualizado en este rito, no es un sacrificio exterior y hay que afirmar que este sacrificio espiritual de Cristo convertido en actual bajo el rito sacramental, permite a los fieles unirse enteramente a este único sacrificio espiritual de Cristo; de este modo están los fieles íntimamente unidos a la sumisión de Cristo que viene a cumplir la voluntad de su Padre. De manera que la voluntad de obedecer al Padre aportada por los fieles, es decir, su sacrificio espiritual, es también materia de la oblación propiciatoria de Cristo a su Padre, de Cristo que une esta ofrenda de los fieles a la suya como Jefe de la Iglesia; él, Cabeza del Cuerpo, ofrece un sacrificio espiritual de obediencia a la voluntad del Padre, uniéndosele toda su Iglesia.

Si no hay que exagerar el texto de Pedro haciendo sacerdotes a todos los fieles según el mismo modo esencial, sin embargo no hay que oponer el sacrificio ofrecido por el sacerdocio de los que han sido ordenados, sacrificio que sería exterior, visible único sacrificio verdadero, a la ofrenda del sacerdocio de los bautizados, que consistiría en ofrecer interior y espiritualmente. Creo que se debe volver a lo que escribimos a propósito de los sacramentos de la iniciación cristiana en este mismo volumen. El plan de salvación de Dios consiste en crear de nuevo al mundo en la unidad consigo mismo y con su Dios para glorificarle. Esto sólo puede realizarse mediante el cumplimiento de la voluntad del Padre. El Verbo encarnado puede realizar esta reconstrucción ofreciendo su vida, signo del don espiritual e íntegro de su voluntad de acuerdo con lo que el Padre quiere; eso es lo que le merece ser el Hijo amado, como la voz del Padre lo proclama en el bautismo de Cristo en el Jordán y en la Transfiguración. Por nuestro bautismo, bajo la acción del Espíritu nos hacemos hijos adoptivos, y por la confirmación recibimos nuestro encargo oficial de ser participantes en la obra de Cristo. Para realizar esto es preciso que el sacrificio de Cristo, ese sacrificio espiritual significado por su muerte y por su sangre, se actualice para nosotros. El sacerdocio ministerial es el que podrá rendir este servicio al mundo de los bautizados y de los confirmados, al recibir del Espíritu la facultad de actualizar el sacrificio del Calvario. Lo ofrecerá con Cristo, Jefe de la Iglesia, con quien comparte el sacerdocio como sacerdocio de la Cabeza de la Iglesia. Los bautizados y confirmados ofrecen este sacrificio, convertido en presente, con su sacerdocio de miembros de la Iglesia, asumiendo Cristo todas las buenas voluntades, toda búsqueda de mejorar la vida y todos los sufrimientos de cada uno de nosotros, al ofrecer al Padre el sacrificio espiritual de alabanza cuyo signo es el sacrificio de la Cruz, actualizado aquí de forma incruenta.

Así pues, este domingo no necesitamos considerar a la Iglesia como compuesta única y exclusivamente de ministros ordenados para estructurarla, sino que se nos invita a considerar nuestro propio sacerdocio según su rango, pero también como complementario del sacerdocio de orden, o ministerial. Sacerdotes, bautizados, sin duda con grados esencialmente distintos -y hemos visto por qué- tenemos que ofrecer con toda realidad el único y sin par verdadero sacrificio espiritual.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 4
SEMANA SANTA Y TIEMPO PASCUAL
SAL TERRAE SANTANDER 1981.Pág. 206-212