29 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO IV DE PASCUA
10-16

 

10. 

-El verdadero pastor da su vida por sus ovejas Cristo se presenta hoy como el buen Pastor que da su vida por sus ovejas. Esta es la  señal por la que se puede reconocer a un pastor verdadero. Pero entre todos los pastores,  Cristo es el único que puede hacer esto con eficacia total, pues su sacrificio es único: la  oblación del Hijo al Padre según la voluntad de éste. Cristo es el único que puede dar  eficazmente su vida de este modo. Por esto conoce el pastor a sus ovejas y sus ovejas le  conocen a él. Este conocimiento consiste en una relación activa y personal descrita ya  anteriormente: el pastor llama a sus ovejas por su nombre (10, 3), las cuida celosamente  (10, 8-12) y, sobre todo, les da vida sacrificando él la suya (10, 10). También las ovejas  conocen a su pastor, reconocen su voz y le siguen (10, 4). Pero hay que señalar el  paralelismo empleado por Jesús: conoce a sus ovejas y sus ovejas le conocen a él "igual  que el Padre le conoce y él conoce al Padre". Se trata, pues, de un conocimiento recíproco  que significa la unión más íntima posible, como la que existe entre la persona del Padre y la  del Hijo.

Jesús recoge aquí como suyo un tema favorito en el Antiguo Testamento.

Entrar en relación con el Señor, conocerle, es una pretensión ofrecida por el mismo  Yahvéh. El Señor elige y llama para la misión de pastor. (Is 16, 7; Jer 1, 5). Existen, pues,  profundas relaciones entre pastor y ovejas, como existen entre el Señor y el hombre que le  teme. A continuación pasa san Juan a una preocupación muy suya: la Iglesia, su edificación  y su porvenir, y recala las palabras de Cristo: "Habrá un solo rebaño, un solo pastor". El  rebaño lo formó Cristo mismo, que llamó a sus discípulos (Jn 19, 35; 20, 29; 1 Jn 1, 14).  Cristo da su vida por este rebaño, en su unidad, y tiene todo poder para hacerlo.

-Fuera de Cristo no hay salvación

"Habrá un solo rebaño, un solo pastor" continúa siendo todavía hoy la frase de Jesús que  suscita problemas y remordimientos en los grupos de los creyentes. Es lo que a menudo se  ha denominado, en nuestros días, "el escándalo de las Iglesias separadas" y lo que llevan  más en el corazón los fieles de hoy. La búsqueda de la unidad de las Iglesias es una  respuesta de buena voluntad a estas palabras de Cristo, y cada cual se siente culpable de  que no se vea cumplida esta voluntad del Señor, esperando que sea una profecía que  describa el estado final de los últimos tiempos: al fin, un solo rebaño.

También la 1ª lectura insiste en esta necesidad de que no exista más que un rebaño:  "ningún otro puede salvar". Y éste es el problema: cada Iglesia disidente cree, de buena fe,  estar con Cristo y en Cristo. El único rebaño únicamente es posible bajo el único Pastor.  Todo el drama relatado por la 1ª lectura es éste: Pedro es interrogado por haber sanado a  un enfermo. Ahora bien, esta curación, que es un signo, ha sido realizada en nombre de  Jesús resucitado, y ese Jesús es la piedra angular. Fuera de él, no hay salvación. El Señor  cimentó su obra sobre Cristo. Así lo dice el canto responsorial de esta lectura:

La piedra que desecharon los arquitectos,
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.

-Convertidos en hijos de Dios

Cristo es el pastor de los que conocen a Dios, que se han convertido en hijos suyos. Esto  es lo que el amor de Dios nos ha reservado: ser desde ahora sus hijos. Y esto es, al mismo  tiempo, lo que nos distingue del mundo y nos opone a él: somos hijos de Dios; ahora bien,  "el mundo no le conoció a él". Tema trágico éste de la segunda lectura. Por lo que a  nosotros se refiere, desde ahora somos hijos de Dios. Esto es todo lo que nos separa del  mundo, pero es una separación radical. No obstante, ignoramos lo que seremos; por lo  menos no aparece claramente. De una cosa estamos ciertos, sin embargo: cuando  aparezca el Hijo de Dios, seremos semejantes a él, pues le veremos tal cual es... Esta es la  distancia que media entre lo que todavía no sabemos y lo que los demás no pueden ver y  somos ya. En realidad, en esta carta se plantea todo el problema del cristianismo y de cada  uno de los cristianos. Sabemos lo que somos, y hemos de conducirnos en consonancia con  nuestra cualidad de hijos adoptivos. Pero el mundo ni lo ve ni lo comprende. Nosotros  mismos que nos sabemos hijos de Dios, desconocemos toda precisión acerca de lo que  seremos; hasta el momento del regreso de Cristo no lo sabremos. Nuestra vida concreta  fuera del mundo y en el mundo, se sitúa en ese entredós, una vez recibida la consigna de  vivir para lo de arriba..

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 4
SEMANA SANTA Y TIEMPO PASCUAL
SAL TERRAE SANTANDER 1981.Pág. 202 ss.


11.

Frase evangélica: «Un solo rebaño, un solo pastor» 

Tema de predicación: EL BUEN PASTOR 

1. No es fácil ser responsable cuidadoso del pueblo. Nuestras gentes esperan siempre la  llegada de gobernantes justos, y los cristianos deseamos tener responsables en la Iglesia  que sean evangélicos. Pero en la Iglesia no hay simplemente dirigentes y dirigidos; todos  somos hermanos, y a todos nos incumbe la responsabilidad. El domingo de hoy no es la  fiesta del párroco o del obispo, sino el domingo del Buen Pastor, que es Jesús, y el Día del  pueblo de Dios, en el que todos somos corresponsables, aunque de distinta manera.

2. Cristo es Buen Pastor por tres razones: I) «Da la vida» por todos, es decir, no es un  simple «asalariado» que se preocupa de su sueldo y que huye cuando llega la dificultad. 2)  «Conoce» a aquellos a los que sirve con un conocimiento que proviene del compromiso. 3)  «Reúne» en la unidad a los que están dispersos, a quienes atrae y reconcilia.

3. El juicio de Jesús es duro para con los responsables que no ejercen su ministerio o  servicio o que se creen dueños de determinadas personas. En realidad, en la Iglesia los  responsables son «intendentes» que deben imitar a Jesús en la donación de su vida.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Somos corresponsables en la Iglesia y en la sociedad? 

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 196 s.


12. 

-La imagen del buen Pastor 

Los cristianos -en su historia de sus primeros siglos- tardaron mucho en hacer imágenes  de Jesucristo (quizá por influencia de la tradición judía que prohibía toda imagen divina  para evitar que se adoraran las mismas imágenes y no al sólo Dios invisible). Pero si Dios,  en Jesús, se había hecho carne, palpable, visible, los cristianos comprendieron que podían  evocarle a través de pinturas y esculturas. Sabiendo que siempre son sólo eso: imágenes  que evocan pero nunca se identificaron con el Señor resucitado.

Y parece que, por lo menos en el occidente cristiano, las primeras imágenes de Jesús no  le representaron como el Crucificado sino como buen Pastor. Y cabe decir que acertaron  con esta intuición artística porque imaginar a Jesús como buen Pastor refleja muy bien qué  es y quién es Jesucristo resucitado para nosotros: aquel que nos conoce y ama  personalmente, a cada uno; aquel que dio su vida por nosotros para así darnos él vida a  nosotros.

-Comunión/identidad entre Padre e Hijo 

En el evangelio que hemos leído hoy por tres veces se repite la palabra vida. (Y antes,  en la 1a lectura, Pedro había anunciado solemnemente que Jesús es el único que salva, es  decir, el único que comunica la vida auténtica. Y luego, en la carta de Juan, hemos leído  que no sólo nos llamamos hijos de Dios sino que lo somos, es decir, que hay una  comunión/identidad de vida como la hay entre padres e hijos).

Podríamos decir que el núcleo del evangelio de Juan -el que leemos en la mayoría de  estos domingos del tiempo de Pascua- es la continua repetición de que hay una doble  comunión/identidad de vida. Comunión/identidad en primer lugar entre Dios Padre y su Hijo  Jesús. ¿En qué se concreta -según Juan- esta comunión/identidad entre el Padre y el Hijo?  En que uno al otro se conocen y aman íntima y totalmente. Y que, fruto de esta intimidad de  conocimiento y amor personal, el Padre y el Hijo actúan del mismo modo. ¿Cómo actúan  tanto el Padre como el Hijo? Comunicando vida, dando amor.

Esta es la primera comunión/identidad de la que habla -una y otra vez- el evangelio de  Juan (y también las cartas de Juan). Pero habla también, y también una y otra vez, de otra  comunión/identidad. Que, probablemente, nos puede sorprender más; que, evidentemente,  nos interesa mucho.

-Comunión/identidad entre el Hijo y nosotros 

Decía Jesús en el evangelio de hoy: "Yo soy el buen Pastor, que conozco a mis ovejas y  las mías me conocen, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre". Si no lo  halláramos escrito en el evangelio, nosotros no nos atreveríamos a decir estas palabras:  "igual que". Un igual que asemeja nuestra relación/vinculación con Jesús a la que hay entre  El y el Padre.

Esta es la segunda comunión/identidad que presenta el evangelio de Juan. Entre el Hijo  Jesús y nosotros -sus discípulos- hay también una comunión/identidad de vida. Que  también se basa y teje porque hay entre El y nosotros un íntimo y personal vínculo de  conocerse y amarse. Jesús nos conoce y ama personalmente, uno a uno; nosotros le  conocemos y le amamos: esto es ser cristiano.

Y como de la comunión de conocimiento y amor entre el Padre y su hijo Jesús nacía un  modo de actuar idéntico, así -es el modelo de moral que propone Juan- nosotros hemos de  actuar como actuaba Jesús. No es pretender demasiado: lo dijo el mismo Jesús: "el que  cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores" (14,12).

-Comunicar vida y dar amor 

¿Cuál es este modo de actuar que nos puede asemejar al modo de actuar de nuestro  buen Pastor Jesús? Evidentemente, comunicar vida y dar amor como él comunicó vida y dio  amor. Por eso, el único y gran mandamiento del que nos habla el evangelio de Juan es  este: "que os améis unos a otros como yo os he amado" (13,34). San Agustín había  entendido bien lo que eso significa como resumen y base de la moral cristiana, cuando dijo  aquello de "ama y haz lo que quieras". El que ama, descubre y encuentra lo que debe  hacer.

El amor del buen Pastor Jesús no tiene límites. No se contenta con que llegue a unos  pocos: "tengo otras ovejas que no son de este redil". Ama a todos y, por eso, quiere llegar a  todos. También nuestro amor no puede tener límites, no puede quedar sólo para los de  nuestro "redil" (los que son de los nuestros). Cuando al terminar cada eucaristía, después  de haber revivido en la comunión nuestro comer y beber en la vida y amor de Jesús,  volvemos a nuestra convivencia habitual, y mañana al trabajo, y cada día donde sea,  siempre debemos actuar como Jesús actuaría: comunicando vida, dando amor. Así sea  gracias a la ayuda del Espíritu Santo del Señor Jesús.

JOAQUIM GOMIS
MISA DOMINICAL 1994/06


13.

NINGÚN OTRO PUEDE SALVAR 

Este Jesús nada quiere saber de medias tintas.

A la hora de dar, lo da todo. Sin mirarse, rompiendo pronósticos, llegando siempre mucho  más allá de lo sensato. "El buen Pastor da la vida por las ovejas... Yo doy mi vida por las  ovejas". Manirroto, como su Padre.

A la hora de pedir, lo pide también todo. Se presenta como el único absoluto, el único  Salvador. "Jesús es la piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha  convertido en piedra angular; ningún otro puede salvar". Así de claro. Por eso dirá que no  se puede servir a dos señores; que quien no recoge con Él, desparrama; que nadie va al  Padre, sino por Él; que deberá haber "un solo rebaño, un solo Pastor"; que es necesario  escoger: o con Él, o contra Él.

Esta llamada tan fuerte, tan radical, que nos plantean las lecturas de hoy nos tiene, por  fuerza, que llevar a reflexiones importantes:

- La primera es no olvidar que Jesús pide, sí; pero Él va delante. Este Señor nuestro  tiene una manera muy suya de mandar: empieza por darlo todo; así, de entrada. Amando Él  primero, sin saber todavía si ese amor va a encontrar eco en nosotros. Entregándose sin  condiciones, sin pasar recibo, como sin darle importancia. Probando en sí mismo lo que  después va a pedir a quienes lo sigan. Escogiendo siempre para Él el camino más difícil, la  carga más pesada, la prueba más dura . Y cuando ha pasado por todo, se vuelve desde la  otra orilla, sonriendo, y nos dice: ¿qué?, ¿te animas?.

- Luego, exige. Y mucho. Seguir a Jesús es un asunto muy serio. Es el único Señor. A su  lado, todo tendrá una importancia relativa: las ideologías, los partidos políticos, los  métodos, la manera de vivir y de morir. El es lo único importante: con Él, todo tendrá  sentido; sin Él, nada valdrá la pena.

- Un cristiano no podrá, pues, arrinconar a Jesús en el arca de los recuerdos para  sacarlo en los días de fiesta, o ponérselo en la primera comunión de los niños, o rezarle en  el funeral de la madre, o acudir a Él a la entrada del quirófano. Tendremos que llevarlo  siempre puesto: porque es vida de nuestra vida, porque su manera de pensar deberá  orientar hasta el último de nuestros actos, porque será su fuerza la que siempre nos  impulse.

- No habrá rincón de nuestra alma que no quede bañado por la luz de este Señor  resucitado. Por eso, la amargura no podrá encontrar un hueco donde acomodarse en  nuestro corazón de creyentes. Ni habrá callejón sin salida donde acorralar nuestra  indestructible esperanza.

- Los cristianos seremos obedientes, sí, como el que más; precisamente porque toda  autoridad viene de Él. Pero también seremos rebeldes, como el que más, cuando alguien  pretenda hacernos andar por un camino distinto del que Él nos dejó trazado.

- Y seremos libres. Libres para amar. Libres para vivir plenamente la alegría de  "llamarnos hijos de Dios, pues, ¡lo somos!". Libres para volar, sin trabas, hacia la meta para  la que fuimos creados: la casa del Padre, donde "le veremos tal cual es". Sí. Esto de seguir a Jesús es cosa seria. 

JORGE GUILLEN GARCIA
AL HILO DE LA PALABRA
Comentario a las lecturas de domingos y fiestas
Ciclo B. GRANADA 1993.págs. 65 s.


14.

"TENGO OTRAS OVEJAS..." 

Ha sido como una explosión; una explosión de la vida. El empuje de un brote nuevo, la  nueva vida saliendo del centro mismo del grano muerto de trigo. La resurrección de Jesús  ha sido como un despertar. Y ese desperezarse de la vida ha empezado a romper moldes.  El cerrojo, y los muros, y la norma, y las fronteras... son muerte. La vida no aguanta ya las  cadenas y tiende, inconteniblemente, a derramarse. No hay quien pare ya el avance de esa  vida.

La universalidad es una de las características de esa nueva alianza que arranca de la  muerte y resurrección de Jesús. ¿Quién se atrevería a poner coto al amor inmenso del  Padre? Por eso no cabe en los moldes del viejo pueblo escogido, y tiene que echarse a  andar por todos los caminos del mundo. "Tengo además otras ovejas que no son de este  redil; también a ésas las tengo que traer". El buen pastor ama. Y el amor salta los muros,  recorre los caminos, busca a las ovejas que están lejos. ¿Para qué? ¿Para dominarlas?  Nada de eso. Las busca porque le duelen: porque las ve muertas y quiere darles vida, su  vida: "Yo doy mi vida por las ovejas". Los que escuchen su voz, pasarán a formar parte del  único rebaño, del único pastor: un aprisco sin valla, más bien una corriente de vida que  crece, que se expande, que lo fecunda todo a su paso, que salta y canta y corre hacia el  ancho mar de la Vida sin orillas...

¿Y nosotros? ¿Qué pensamos de los que están lejos? Sí, de los que no comulgan con  nuestras ideas, de los que estaban y un día se fueron, de los que nunca quisieron  escuchar, de los que viven su vida más o menos y lo nuestro les suena a música celestial. Puede que vivamos tan pendientes de nosotros, tan ocupados en rizar el rizo de nuestra  pretendida perfección, o tan acaparados por el trabajo de cuidar a los que están, que nos  permitamos el lujo de olvidar a los de fuera. Como si ya hubiésemos hecho nuestra parte, y  eso fuese ya asunto de otros. Como si el dolor por los que faltan no formara parte del ser  mismo de la Iglesia. Si no nos duelen los puestos vacíos a la mesa... eso sería clara señal  de que no amamos. Ésa ya no sería la Iglesia de Cristo resucitado.

Puede que veamos todo lo de fuera como un peligro; el mundo, enemigo del evangelio. Y  toda nuestra obsesión sea levantar diques para que ese mundo no invada nuestros bellos  huertos y jardines. En ese caso, estaríamos olvidando que el mundo es algo que todos, de  alguna manera, llevamos puesto. Y que, por otra parte, en las olas de ese mundo del que  nos pretendemos defender hay barcos navegando, millones de hermanos que tienen  derecho a puerto, y a huerto, como nosotros.

En cambio, todo el que vive la tensión del amor del Padre sabe que la Buena Noticia de  la resurrección no es para que la disfrute, a puertas cerradas, el pequeño grupo de los  elegidos. Es para pregonarla. Es un fuego que quema dentro, que impulsa a salir, a buscar,  a arriesgar. Ese mundo que vive al otro lado de los muros de nuestras iglesias está  compuesto también por hermanos: por personas que, como nosotros, tienen derecho a  llamarse hijos, y serlo.

Para Dios no cuenta el tiempo. Pero ha pasado ya demasiado, desde el día en que Jesús  nos envió por todo el mundo como pregoneros de su noticia; desde el día en que anunció  -¿soñó?- que había un solo rebaño, un solo Pastor. Y todavía estamos lejos, demasiado  lejos, de conseguirlo. ¿Será que está perdiendo fuerza nuestra sal? ¿Será que a nuestra  Iglesia le está faltando impulso misionero? 

JORGE GUILLEN GARCIA
AL HILO DE LA PALABRA
Comentario a las lecturas de domingos y fiestas
Ciclo B. GRANADA 1993.págs. 66 s.


15. FE/SERENIDAD/EQUILIBRIO

EL PASTOR DE NUESTRAS VIDAS 

Yo soy el Buen Pastor 

La vida de los hombres está siempre amenazada y no es fácil vivir con serenidad los  sucesos de cada día, las experiencias dolorosas del destino, los fracasos y las  incertidumbres de la vida.

M. Heidegger piensa que es necesario «una apertura al misterio» para aprender a vivir  con serenidad la existencia. «La serenidad ante las cosas y la apertura al misterio coinciden. Nos ofrecen la posibilidad de comportarnos de una manera totalmente nueva en  el mundo. Nos prometen un nuevo fundamento y un nuevo terreno sobre el que, dentro del  mundo, podamos estar y subsistir sin peligro alguno».

Aunque vivimos en una época de avances tecnológicos insospechados sólo hace unos  años, todos sabemos que nos movemos en una «ignorancia existencial» profunda. No  sabemos qué es lo esencial y qué es lo poco importante. No sabemos de dónde venimos y  hacia dónde vamos. Anhelamos algo grande y cuando lo tenemos ante nosotros o dentro  de nosotros, no sabemos reconocerlo.

Andamos a tientas y no precisamente por nuestra maldad sino por nuestra pequeñez.  Somos como niños perdidos en un mundo difícil que creemos dominar pero que nos  desborda con su misterio.

No nos entendemos a nosotros mismos. Corremos tras la felicidad sin poder atraparla de  manera definitiva. Nos cansamos buscando seguridad, pero nuestro corazón sigue inquieto  e inseguro.

Tal vez no hemos intuido todavía que la verdadera serenidad nos envuelve cuando  aceptamos humildemente nuestra pequeñez y nos dejamos guiar por Dios. Hemos olvidado  demasiado que tenemos un Pastor que conoce hasta el fondo nuestras existencias y nos  conduce a nuestro verdadero destino.

Nuestra serenidad sólo es posible cuando comenzamos a pensar y vivir desde Dios.  Entonces todo cobra nueva luz. Todo es importante pero nada es demasiado importante.  Todo se comprende de otra manera.

Lo único importante es ese Dios en cuyas manos estamos y cuya vida sostiene la  nuestra. Lo importante es ese Pastor que nos guía hacia el Padre.

Todo tiene salida. No estamos abandonados. Siempre podemos tener esperanza.  Nuestro final es un Padre demasiado grande para que lo podamos comprender desde  ahora. Pero desde ahora podemos caminar hacia él bajo la guía serena del verdadero  Pastor. Y no hay nada ni hay nadie que tenga fuerza o poder suficiente para arrebatarnos  de su rebaño. Sólo nosotros podemos alejarnos de él. 

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 171 s.


16.«BAILANDO CON LOBOS» 

-Yo soy el Buen Pastor, y conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen a mí.. ». De acuerdo, Señor. Pero, si no te importa, vayamos por partes.

-«TU ERES EL BUEN PASTOR». Eso no lo he dudado nunca. Y, aunque la teología no  me lo hubiera dicho, yo he entendido siempre que la única razón de tu Encarnación fue el  «amor» y la única finalidad de tu muerte en la cruz fue mi «salvación»: liberarme de todo  pecado y de toda esclavitud. Tú lo dijiste: «No hay amor mayor que el de dar la vida por las  ovejas». Es un hecho asombroso, pero real. Y San Pablo lo resumía así: «Me amó y se  entregó a sí mismo por mí». Tú eres, por tanto, el BUEN PASTOR.

-«Y CONOCES A TUS OVEJAS». De acuerdo también. «Tú me sondeas y me conoces.  Me conoces cuando me siento y cuando me levanto». Lo recito constantemente en el  salmo. Y lo creo firmemente. Pero me quedo perplejo entre dos sentimientos. Uno, de  alegría. Porque es conmovedor que Tú, desde tu atalaya infinita, te entretengas  contemplándome a mí, tal cual soy, y «contando los cabellos de mi cabeza», como  afirmaste del Padre. Y otro sentimiento de confusión. Porque, ante esa mirada tuya tan  penetrante, no hay disimulos que valgan. Me siento desnudo, ya que me ves en mi justo  tamaño, más bien menguado y desgarbado. Me conoces, por lo tanto. Adivinas en mí, como  adivinaste en Pedro, las veces que te voy a negar. Y sabes, igualmente, que, en mi escala  y muy difuminadamente, «te amo más que éstos». Bueno, más que algunos de éstos. Y eso  es precisamente lo que más me confunde. Que, conociéndome como me conoces, te sigas  fiando de mí.

-«Y MIS OVEJAS ME CONOCEN A MI». Aquí es donde no se qué decirte, Señor. Es  seguro que, desde mi infancia, he recibido información sobre Ti, adaptada, por supuesto, a  mi capacidad evolutiva de recepción. He vivido, además en un ambiente en el que hablar  de Ti era algo normal. He crecido en los atrios de tu santuario «hablando con los doctores»,  como Tú, «a mis doce, quince, veinte años». También me he ejercitado en la práctica de  ciertos ritos y ciertas leyes. Mi madre me enseñó muy pronto a distinguir la señal de los  cristianos de otras señales. En ese ambiente he vivido. Pero, me pregunto: «Mi  conocimiento de Ti, ¿se ha traducido en un compromiso incondicional o se ha quedado, un  poco, en el terreno de lo teórico? ¿Te sigo porque conozco tu voz a fondo, o mi  conocimiento es tan de libro que, luego, mi seguimiento es a lo que salga y con  intermitencias?».

-Y otro pensamiento que aún me confunde más. Tú dices: «Tengo otras ovejas que no  son de este redil, y también tengo que atraerlas». Y me vuelvo a preguntar: «¿Escuchamos  los cristianos de hoy estas palabras con inquietud corresponsable? ¿Vamos estando todos  -familias, parroquias, colegios, educadores...- mentalizados para crear un clima adecuado  en el que resuene bien tu voz: La mies es mucha y los obreros pocos? ¿Vamos buscando,  como más de una vez nos ha indicado nuestro pastor, el encuentro y el diálogo personal  con los posibles vocacionados para hacerles ver que aquello que sienten puede ser una  llamada?».

Y yo, desde mi silueta personal -y tú..., y tú...-, ¿voy respondiendo con concreción y  entrega a la parte que se me ha dado en ese bello pastoreo? Más aún, en esta época de  desconcierto y río revuelto ¿estoy aprendiendo a «bailar con lobos», si preciso fuera, es  decir, a «ir dando mi vida por las ovejas», para que se formen «un solo rebaño y un solo  pastor?».

ELVIRA-1.Págs. 137 s.